With You
La mañana pasó con rapidez, entre compromisos y personas con el estrés desbordándose de sus ojos, y mi rostro en el espejo me dijo que yo no era inmune al cansancio. El maquillaje y el excelente trabajo de los estilistas cubrían gran parte de mi fatiga, pero yo sabía que la tristeza que refleja los ojos ni siquiera el mago más talentoso del mundo la podía ocultar. Estaba harto. De todo. De estar horas y horas trabajando sin descanso, bajo reflectores que me escocían las pupilas, y frente a cámaras que sólo veían mi rostro y retrataban mi ropa, quitándome un pedazo de alma a cada flash que disparaban.
Fue entonces cuando a la lejanía, noté su delgada figura inundar el lugar. Jiyong paseó sus ojos por todo el recinto mientras yo le miraba con ansia, cuando por fin me encontró, me dedicó una sonrisa y se quitó las gafas de sol. Todo el agotamiento y toda la debilidad que venía acumulando de horas atrás se esfumaron en un soplo tan pronto le vi dirigiéndose a mi. Recordé en ese momento que todo lo hacía por él.
Aquella odiosa fama que nos seguía siempre, todo el irritante mundo del espectáculo que nos eclipsaba las vidas y que tanto quise dejar muchas veces, todo eso y más lo soportaba por él. Mi sueño era componer. Mi vida era la música. Pero la atención no estaba entre mis planes, no hasta que él me dijo que nos quedáramos juntos, que siguiéramos siendo quienes éramos, y su súplica se convirtió en mi realidad.
– Seunghyun, ¿cómo va la sesión? – me preguntó con esa jovialidad que intimidaba a todo el mundo.
– Bien, supongo. Ya llevo horas aquí, ¿cuándo me podré ir?
– En un rato, Seunghyun, sólo procura hacer lo que dicen y terminarás más rápido.
Su sonrisa se me antojó una mentira, pero siempre terminaba creyéndola y saboreándola. Tal como me dijo, terminé cerca de cuarenta y cinco minutos después, con los ojos cansados y las piernas acalambradas.
Ya era pasada la media noche pero todos los demás continuaban con su parte, siguiendo órdenes, posando como estatuas a una cámara inmóvil y dejándose hacer por personas que les llenaban la cara de polvo y colorantes. Yo sólo quería descansar y ver el rostro de Jiyong antes de dormir.
Me senté en un sillón en la sala de estar, con el rostro ya sin las toneladas de maquillaje y el cabello recién lavado. Palpé en el aire el spray para cabello y el olor del café amargo, y sentí lejanas a las personas a mi alrededor, que pasaban de largo haciendo su trabajo. Tomé una cajetilla de cigarros, me puse el abrigo y salí del estudio con discreción.
Observé el cielo y me di cuenta de lo insignificante que era mi vida, y yo aún tenía el ego suficiente como para quejarme de ella. Me mofé del destino, de las estrellas y del viento. La luna se hacía la importante pero aún así era opacada por el sol. Cerré los ojos cuando sentí la presencia de Jiyong a mi lado, alardeando de todo.
– Ya van casi siete años, Seunghyun – soltó al aire – ¿Aún no te acostumbras?
Me era difícil responder. Lo peor de la costumbre era que, pasados los años, ya no sabía si algo te gustaba o te obligabas a soportar. Volteé el rostro sólo lo suficiente para verle de perfil, sólo para que supiera que su pregunta era estúpida, y que yo era aún más estúpido como para decirle que sí. Duramos así un cuarto de hora, por lo que pude notar. La niebla ya era espesa y el ruido del estudio detrás de nosotros ni siquiera era tan fuerte como nuestro silencio. Vi una estrella parpadear a lo lejos y noté como dejaba de brillar. Me pregunté entonces cuánto tiempo llevaba sin decirle a Jiyong cuánto sentía por él y cuánto llevaba diciéndole lo agradecido que estaba por existir.
Me acerqué a él con lentitud, le tomé una de las manos, esperé a que se volviera hacia mí. Deseaba decirle muchas cosas, y ninguna me salió de los labios. Se me atoraron en la garganta y lo único que hice fue tocar el bolsillo de mi abrigo, sintiendo aquel cigarro que no llegué a encender. Sólo se detuvo mi respiración cuando su rostro se giró en mi dirección y la luz de la luna le bañó las facciones.
Y le miré a los ojos. Le miré con tanta paciencia que sentí que los minutos se escurrieron en el aire. Él pasó su brazo cerca de mi cuello y yo me estremecí entre espasmos.
– Te amo – me dijo al oído, y mi mundo se vino abajo en una ola de placer hundiéndose en mi pecho.
Lloré. No de forma dramática, ni tampoco simples lágrimas vanas. Fue un llanto sincero, con el peso de la incertidumbre abandonando mi cuerpo a cada gota, con el sonido de mi respiración acompasando mis latidos, entre la oscuridad de la noche que teñía el cielo de gris. No me importó, nada de eso me importó, porque sus palabras las sentí tan ciertas como la suavidad de su piel contra la mía, y fui feliz. Y lo seguiría siendo mientras estuviera con él.