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Beyond The Realms Of Death por Prince Legolas

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Notas del fanfic:

Crossover entre BBC Sherlock y Piratas del Caribe.

 

Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece. Sherlock y John pertenecen a Mark Gatiss y Stephen Moffat, así como a Sir Arthur Conan Doyle. Jack y Will pertenecen a Disney. Solo los tomé prestados para hacer unas cuantas maldades.

Capítulo Uno – Un Nuevo Caso


Un joven alto, de pelo oscuro, ondulado, piel pálida, pómulos altos y ojos azules como el acero, avanzó a grandes zancadas por los pasillos de Scotland Yard. Vestía un grueso abrigo negro y llevaba una bufanda azul al cuello. Lo seguía otro joven, ligeramente mayor, más bajo de estatura, rubio, de ojos azules, que vestía un sweater de cashmire blanco y jeans de diseñador.

 

El joven alto abrió la puerta de un despacho de un empellón y entró como si fuera el rey del lugar.

 

- ¡Lestrade! ¡Te he dicho mil veces que Anderson es un idiota!

 

El Detective Inspector Gregory Lestrade, alto y de pelo grisáceo, lanzó un suspiro.

 

- Sherlock . . .

 

- ¡Tu víctima de accidente en realidad fue asesinada! – Sherlock Holmes, detective consultor, llegó hasta el escritorio y azotó una fotografía sobre el mueble - ¡Qué choque ni qué nada! ¡Esto es asesinato, Lestrade, asesinato!

 

- Sherlock ¿quieres calmarte? – pidió el joven rubio – No te excites tanto . . .

 

Sherlock se volvió a él.

 

- Dile John, dile lo que descubriste . . .

 

El Doctor John Hamish Watson, médico militar retirado del ejército, rodó los ojos e inspiró profundamente.

 

- El cadáver presenta una herida en la cabeza consistente con el hecho de que al momento del impacto salió disparado del coche a través del parabrisas. Sin embargo, dicha herida no sangró.

 

Lestrade enarcó una ceja.

 

- ¿No sangró? ¿Cómo que no sangró? ¿Qué quieres decir?

 

- ¿Qué quiere decir? – Sherlock le disparó una mirada incrédula - ¡Ay Lestrade! ¿Qué tienes en la cabeza en vez de cerebro? ¡Los muertos no sangran! ¡Este hombre ya estaba muerto cuando se estrelló!

 

El DI se rascó la nariz.

 

- Un momento, Sherlock ¿me están diciendo que este hombre, ya muerto, atropelló a cinco transeúntes y destrozó una tienda de electrodomésticos?

 

- Exactamente – asintió Sherlock, juntando las palmas de las manos – El cadáver tiene la lengua negra y retorcida.


- ¿Y eso no puede ser consecuencia de un infarto? – inquirió Lestrade. Sherlock bufó despectivo.


- Si ese tarado de Anderson hiciera su trabajo, ya sabrías que no.

 

- La lengua retorcida significa que se asfixió – terció John – El color negro, que se envenenó.


Sherlock asintió enfáticamente.


- Existen venenos que al ser inoculados ocasionan que se cierre la tráquea y la víctima se asfixie al no poder respirar – y señaló con un largo dedo la fotografía que había azotado sobre el escritorio al entrar – John encontró un piquete en el cuello del cadáver.


Lestrade tomó la foto y la examinó con cuidado.


- ¿Le inyectaron el veneno en el cuello? ¿Y cómo diablos hizo el asesino para bajarse del coche antes de que se estrellara sin que nadie lo viera?


Sherlock se encogió de hombros.


- El asesino no estaba en el coche, Lestrade. El veneno le fue inyectado a distancia.


- ¡Oh vamos! – protestó Lestrade - ¿Cómo demonios puedes saber eso?


- El ángulo de entrada – explicó el detective – No es congruente con una inyección aplicada de cerca – cerró el puño e hizo como que clavaba una aguja en el cuello del DI para ilustrar sus palabras – Si inyectas a alguien en el cuello, la aguja entra recta o hacia arriba . . . pero esta entró hacia abajo, lo cual nos dice que recorrió cierta distancia e hizo un arco en el aire antes de clavarse en la víctima.


- Pero ¿cómo? – inquirió el DI confuso - ¿Con qué arma lo hicieron?


Sherlock rodó los ojos.


- Lestrade, si alguna vez venden tu cerebro, lo anunciarán como artículo sin estrenar.


John trató de disimular una risita, sin éxito.


- ¡Una cerbatana! – aclaró Sherlock – A este hombre le dispararon con una cerbatana, y el dardo se le clavó en el cuello. El veneno lo asfixió en segundos y el coche, ya sin control, atropelló a esos transeúntes y se estrelló en la tienda. Al salir el cadáver despedido por el parabrisas debe habérsele desprendido el dardo.


Lestrade se rascó la nuca, tratando de allanar un incipiente dolor de cabeza.


- Maldición . . . si ese es el caso, cualquiera pudo haberlo hecho . . .


- Busca entre los familiares – sugirió el joven genio – Cualquiera que tenga relación con Malasia, o Sudamérica es sospechoso. Y debe tener conocimiento de armas tribales.


- Armas tribales – repitió Lestrade, y se talló una sien, acostumbrado ya a las extravagancias de Sherlock – Muy bien. Tú ganas, como siempre. Investigaremos a la familia y te avisaré lo que encontremos.


- Textéame – ordenó Sherlock – Vámonos John – y dando media vuelta, salió del despacho.


- Hasta luego Greg – se despidió John antes de salir trotando tras su compañero.


- Bye John – Lestrade esbozó una sonrisita antes de salirse a ladrar órdenes a sus subordinados.


Ese par era inseparable. Desde lo de Reichenbach, no se veía en ninguna parte a Sherlock sin John, ni a John sin Sherlock. Era como si los hubieran pegado con goma.


Bueno. Así era como debía ser. La penosa separación de tres años había traído algo bueno al menos.


Eran Sherlock y John. John y Sherlock. Juntos. Una sola fuerza indivisible e indiscutible.


Y Lestrade no podía pedir nada mejor.

- - - - -

 

Sherlock bajó del taxi frente al 221B de Baker Street y de inmediato lanzó un gruñido.


John, que estaba pagando al taxista, enarcó una ceja.

 

- Mycroft – respondió Sherlock a la muda pregunta – Está arriba, en el departamento.


John no se molestó en preguntar cómo lo sabía. Se limitó a lanzar un suspiro resignado y a encogerse de hombros.


- ¿Qué querrá ahora? – preguntó.


- Fastidiarme ¿qué más? – Sherlock abrió con su llave y subió las escaleras a zancadas, irrumpiendo sin ceremonias en su propia sala - ¿Qué haces aquí? – preguntó en tono belicoso.


- Hermano querido – replicó Mycroft Holmes lánguidamente desde el sillón de John – Me preguntaba cuándo planeaban tú y John hacernos partícipes de las buenas nuevas . . .


John, que había entrado tras Sherlock, cerró la puerta.


- ¿Me atreveré a preguntar cómo te enteraste, Mycroft?


- Oh, es más que obvio – exclamó Sherlock, mordaz – Bien fue su red de espías, bien se lo dijo la señora Hudson, o bien nos notó los anillos en los dedos . . .


- En realidad fue la foto – Mycroft señaló con la punta de su paraguas una fotografía enmarcada que descansaba sobre la chimenea, al lado del cráneo.


- Ok. Está bien – suspiró Sherlock - Ya lo sabes. Sí, John y yo nos casamos hace seis meses. Y no, no invitamos a nadie más que a la señora Hudson y a Lestrade. Quisimos que fuera algo íntimo, sin estorbos – concluyó en tono significativo.


Mycroft meneó la cabeza.


- Haces mal, Sherlock, en privar a John de ser bienvenido a la familia . . . y díganme ¿quién tomó el apellido de quién?


- Ambos – le informó John desde la cocina, donde ya estaba preparando té – Yo soy ahora oficialmente John Hamish Watson Holmes, y Sherlock es Holmes Watson.


- Sherlock Alexander Holmes Watson – recitó el detective con aire monótono – Y no has contestado mi pregunta, Mycroft ¿qué haces aquí?


El mayor de los Holmes emitió un suspiro.


- Siéntate Sherlock, por favor.


Con un gesto de desdén, Sherlock se dejó caer en su sillón.


John ingresó a la sala con una charola sobre la que llevaba un servicio de té. Puso una taza en manos de Mycroft, otra en manos de Sherlock y se acomodó con la tercera en el brazo del sillón de su esposo. Este extendió un brazo y le rodeó la cintura un tanto posesivamente.


Mycroft dio un sorbo a su té.


- He sido contactado por una antigua amiga mía, Lorraine Payton. Te acordarás de ella, Sherlock, mami tuvo alguna vez la vaga idea de que uno de los dos se casara con ella.


Sherlock no levantó una ceja. Mycroft continuó:


- Lorraine vive ahora en Dominica, una isla que se encuentra en el Caribe . . .


- Sé muy bien dónde está Dominica, gracias – lo cortó Sherlock, beligerante. Mycroft no se inmutó.


- Sin embargo, conociendo tus habilidades, querido hermano, me ha solicitado tu ayuda para recuperar una pequeña herencia familiar que le fue robada.


- ¿Y por qué no acude a la policía? – soltó Sherlock – Yo soy un detective consultor, no me hago cargo de hurtos domésticos, Mycroft.


Su hermano levantó una mano, atajando la protesta.


- Escúchame, con un demonio. No se trata de un mero “robo doméstico”, Sherlock. Se trata de algo con un gran valor histórico y puede que incluso económico.


Sherlock bufó. John enarcó una ceja.


- ¿De qué se trata? – quiso saber.


- De un mapa – explicó Mycroft – Un mapa que data del siglo XVIII. El mapa de un pirata.


- ¡Ja! – se burló Sherlock - ¿Un mapa de esos que te dicen: tantos pasos por aquí, tantos pasos hacia allá y póngase a cavar bajo la cruz? ¡Vamos Mycroft! ¡Mapas como esos se los venden a los turistas a granel!


- No este, Sherlock – Mycroft meneó la cabeza – Lorraine me ha asegurado que es auténtico y que perteneció a un ancestro suyo que fue pirata y aterrorizó el Caribe en el siglo XVIII.


Sherlock enarcó una ceja.


- ¿Y qué piensa hacer con él si lo encontramos? ¿Dividirá el “tesoro” con nosotros? – preguntó con sorna.


- Yo-Ho – canturreó John dando un trago a su té.


- Desde luego que no – Mycroft puso su taza vacía sobre la mesita – Ella no desea enredarse en ese tipo de cosas. Únicamente desea recobrar una pertenencia que ha estado en su familia por muchas generaciones.


Sherlock lanzó un suspiro.


- Aburrido – sentenció. Tanto Mycroft como John rodaron los ojos.


- La remuneración será buena, hermano – trató de tentarlo Mycroft – Además – añadió sacando un sobre color manila de su portafolio, que tendió a su hermano. Sherlock lo tomó a regañadientes – Te dará la oportunidad de divertirte un poco en el mundo al que tanto aspiraste a pertenecer de niño ¿recuerdas? El Capitán Sherlock Holmes, el más fiero y atrevido pirata de los siete mares . . .


John se atragantó con el té.


- Cállate Mycroft - gruñó Sherlock, examinando ya el contenido del sobre – Tú te morías de envidia porque yo aprendí a remar el bote en el lago en casa de la abuela y tú lo único que conseguiste fue hundirlo – el joven detective se volvió a mirar a su esposo – John, nos casamos tan rápido que no hemos tenido una luna de miel en forma ¿Te apetecería ir al Caribe a resolver este caso y descansar por allá unos días?


John miró hacia la ventana de la sala, todavía nevada, y fingió pensarlo.


- Déjame ver . . . sol, arena, mar, bebidas exóticas, playas paradisiacas y quizá uno que otro pirata . . . - y sonrió - ¡Ya lo creo que sí!


Sherlock le dedicó una de sus raras sonrisas genuinas. Mycroft pudo detectar cómo los ojos normalmente fríos y acerados de su hermano menor se iluminaron al mirar al ser que amaba. Pero cuando los volvió a posar en su hermano, habían recuperado su aire glacial de siempre.


- Muy bien. Aceptamos el caso. Di a tu amiga que espere nuestra visita en los próximos días – y levantó el sobre con aire indolente – Y más vale que esto resulte interesante, Mycroft.


Mycroft sonrió afectadamente.


- Estoy seguro de que lo será, hermanito – el político se levantó y aferró su inseparable paraguas – Llamaré a Lorraine para avisarle de su llegada – y se dirigió a la puerta del departamento – Oh, y otra cosa, Sherlock. Trata de llamar a mami antes de que te vayas. Creo que tiene derecho a saber que ya cuenta con un yerno.


Sherlock lanzó un gruñido.


John se levantó y acompañó a su cuñado hasta la puerta de la calle. Cuando regresó, encontró a Sherlock apoltronado en el sofá. El joven detective extendió el brazo y tironeó de su esposo hasta que este cayó despatarrado sobre él.


- ¿Tienes alguna idea de dónde empezar a buscar? – preguntó el joven médico, acurrucándose contra su brillante marido.


- Nope – Sherlock le besó amorosamente la frente – No tengo aún suficientes datos. Pero Johnny – sus ojos brillaron – Esto pinta para un caso muy interesante. Esa tal Lorraine está ocultando algo. Busca algo más que un viejo mapa y quiero saber qué es.


John suspiró dramáticamente.


- Al Caribe, entonces.


- Al Caribe – confirmó Sherlock, con una sonrisita de anticipación en los labios.

John lo besó.

 

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