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Beyond The Realms Of Death por Prince Legolas

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Notas del capitulo:

Crossover entre BBC Sherlock y Piratas del Caribe.

 

Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece. Sherlock y John pertenecen a Mark Gatiss y Stephen Moffat, así como a Sir Arthur Conan Doyle. Jack y Will pertenecen a Disney. Solo los tomé prestados para hacer unas cuantas maldades.

Capítulo Dos – En el Caribe

El avión que transportaba a los Watson Holmes llegó a Dominica una luminosa mañana con un mar impresionante y con un sol a plomo. Un automóvil convertible descubierto esperaba al matrimonio británico y los llevó directamente a una lujosa plantación situada al norte de la isla.


John, que había soportado su buena parte de sol y calor durante sus años en Kandahar, no se inmutó ante el clima, pero Sherlock, cuya piel era mucho más pálida, comenzó a padecer los efectos de los rayos solares. Aún así, protestó cuando su siempre previsor esposo sacó una crema bloqueadora y lo cubrió con ella, a más de encasquetarle un sombrero de paja sobre los rulos oscuros.


A pesar de todo, ambos esposos contemplaron arrobados el bello paisaje caribeño, tan distinto de su nativa Londres.

No bien llegaron a la plantación, se les condujo a un fresco salón con muebles de estuco. Todo en él respiraba elegancia, buen gusto y opulencia. Sherlock lo catalogó todo con una rápida mirada, según costumbre.

- “El Doblón de Oro” – masculló el joven detective entre dientes, refiriéndose al nombre de la propiedad – Vaya nombre para una plantación de azúcar.

John se encogió de hombros.

- Considerando que sus dueños descienden de piratas no es tan raro, amor.

- Suena a nombre de taberna – replicó Sherlock, mirando hacia la veranda a través de las cortinas.

- Efectivamente, esa era la idea, caballeros – la dueña de la casa apareció por una puerta interior – La plantación fue bautizada por mi ilustre antepasado pirata.

John se puso caballerosamente en pie.

- ¿Lorraine Payton? – inquirió Sherlock, examinando a la dama.

- Así es. Y usted debe ser Sherlock Holmes, el hermano menor del querido Mycroft.

Sherlock asintió, deduciendo a la mujer. De mediana edad, no muy alta, algo regordeta, rubia, de ojos azules, facciones un tanto toscas. Vestía refinadamente, un vestido de hilo blanco apropiado para esos climas. Portaba aretes y collar de perlas y un impresionante anillo de diamantes adornaba su dedo anular derecho. Su porte era distinguido, pero el joven genio supo ver a la serpiente agazapada detrás de todo ello.

“Manipuladora” pensó “Dominante, acostumbrada a hacerse obedecer por la buena o por la mala. Obtiene lo que quiere, sin importar cómo. No tiene empacho en mentir. Sufre de lumbago y frecuentes dolores de espalda, posiblemente porque tiene un pie más corto que el otro.”

- Sí, soy Sherlock Holmes – dijo en voz alta y extendió el brazo – Y este es el Dr. John Watson Holmes, mi esposo y colega.

La mujer enarcó una ceja, pero extendió la mano y estrechó la del joven médico.

- Mucho gusto, Dr. Watson Holmes.

- El gusto es mío, señora – replicó él, caballeroso.

La dama tomó asiento elegantemente sobre un sillón de estuco, y con un gesto invitó a la pareja a hacer lo mismo. Dio una palmada y una joven sirvienta de color entró con un servicio de té que colocó sobre una mesa de caoba con filigrana de oro.

Una vez servido el té, Lorraine Payton fue directamente al grano.

- Supongo que su hermano le habrá puesto en antecedentes de mi problema, señor Holmes.

- Nos habló de cierto mapa, sí – asintió Sherlock – Aunque no nos dio muchos detalles. Dijo que se lo habían robado ¿cuándo, de dónde y cómo?

- Hace un mes, del despacho de mi finado padre. El cómo, sospechamos que alguno de los criados dejó entrar al ladrón. Este violó la caja fuerte y extrajo el mapa.

Sherlock frunció el ceño.

- ¿Y nadie escuchó nada, señora?

- Yo me encontraba ausente de la plantación y me había llevado a mis doncellas conmigo – explicó la dama – El robo fue de noche. Todos los sirvientes duermen en un pabellón anexo, fuera de la Casa Grande.

- ¿Robaron únicamente el mapa? – preguntó John - ¿O extrajeron algo más?

- Se llevaron únicamente el mapa – respondió la mujer – Aunque allí guardo también papeles importantes y algunas joyas.

- ¿Quién más sabía de la existencia de ese mapa? – continuó el médico - ¿Sólo los de la casa o también alguien de fuera?

Lorraine Payton hizo una mueca.

- Sospecho de un hombre, Dr. Watson Holmes. Sus antepasados fueron la pesadilla de los míos desde los días dorados de la piratería y sus descendientes lo han sido de los míos desde entonces. Permítanme contarles la historia, caballeros, para que lo comprendan todo y sepan a qué atenerse.

Sherlock rodó los ojos, impaciente. Iba a protestar, pero John le atizó un discreto rodillazo para que refrenase la lengua.

- Retrocedamos, caballeros, a la Época Dorada de la Piratería, en pleno siglo XVIII – comenzó Lorraine – Cuando el dominio de estas islas se lo disputaban los españoles, los franceses, los holandeses y nuestros compatriotas, los ingleses. En aquellos tiempos, mi antepasado, un hombre llamado Héctor Barbosa, era el capitán de un barco que fue el terror de estos mares: el “Black Pearl”. Dicho barco, señores, le fue mañosa y arteramente arrebatado por otro pirata, un hombre taimado, traicionero, malvado, asesino y cruel. Su nombre era Jack Sparrow. A este tunante lo ayudó en su empresa un jovencito de apellido Turner, William Turner, que con el andar del tiempo se convirtió en su mano derecha, y una mujer, una tal Elizabeth Swann. Desde entonces, se estableció una especie de guerra entre ellos y ninguno sabía ya cómo fastidiar al otro. Finalmente se vieron obligados a unir fuerzas para derrotar a la Armada Inglesa. Ahí fue donde Héctor se hizo con el mapa y recobró a su querido “Black Pearl”. Desgraciadamente, unos años después, Sparrow se lo volvió a quitar y ya no volvió a recuperarlo. Pero conservó el mapa.

- ¿Y ese mapa a dónde llevaba? – quiso saber John.

- A un tesoro, naturalmente – la mujer sorbió su té. Sherlock frunció el ceño, escrutándole el rostro – Sin embargo, Héctor jamás lo encontró.

John frunció, a su vez, el ceño.

- Supongo que nadie lo consiguió entonces . . .

- Hasta donde yo sé, no – replicó ella, tajante.

- ¿Y cree usted que la persona que robó el mapa tenga idea de cómo encontrarlo? – preguntó Sherlock con cierto desdén.

- No lo sé – la mujer se encogió de hombros – Tal vez. Pero eso no me interesa. Lo que quiero es recuperar el mapa. Es una herencia de familia y pertenece a mi casa.

- ¿Y quién piensa usted que es el ladrón? – inquirió Sherlock con un brillo especial en los azules ojos.

- Jack Sparrow, desde luego – exclamó la mujer – El descendiente de ese canalla. Toda su ralea ha buscado siempre ese tesoro.

Sherlock frunció los labios, pensativo. John, que lo conocía mejor incluso que Mycroft, supo que su marido ya había olisqueado algo turbio.

- Este Sparrow – Sherlock habló lentamente - ¿Vive aquí, en Dominica?

- No – la mujer se encogió de hombros – El muy bandolero tiene un barco y anda por ahí, haciendo de las suyas.

Sherlock rodó los ojos. Suspiró y se puso en pie.

- Señora, buscaremos su mapa. Nos pondremos en contacto con usted en cuanto tengamos algo.

- Se lo agradeceré, señor Holmes. Ese mapa tiene un valor muy especial para mí.

- Obvio – murmuró Sherlock entre dientes, de modo que solo John pudo oírlo. En voz más alta dijo – Hasta luego entonces ¿John?

John se puso en pie.

- Hasta luego, señora Payton. Gracias por el té.

- No ha sido nada. Hasta luego, Dr. Watson Holmes.

Sherlock dio media vuelta y sin esperar a que algún sirviente lo guiara salió. John se apresuró a ir tras él.

Cuando los dos jóvenes hubieron salido, Lorraine Payton mandó llamar a uno de sus sirvientes, un mocetón de piel de ébano y más alto aún que Sherlock.

- Sigue a esos dos – le ordenó – Adonde vayan ve tú también y entérate de todo cuanto hagan o digan, con quien se entrevistan y qué averiguan. Y dame cuenta de todo.

- Sí mi ama – asintió el mocetón.

- Vete pues – lo despidió la patrona. El muchacho se apresuró a desaparecer.

Lorraine Payton dibujó una sonrisa cruel en sus labios. Si todo salía como ella quería, ese par de tontos la llevarían directo a su verdadero objetivo: Y este, a su vez, la llevaría a conseguir su deseo más caro.

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Mientras John lidiaba con el hospedaje, Sherlock hizo algunas averiguaciones encaminadas a discernir dónde podían encontrar al tal Jack Sparrow. No aparecía en los directorios telefónicos. No había alguna propiedad registrada a su nombre. No pagaba impuestos. En definitiva, no estaba domiciliado en Dominica.

Sin embargo, el astuto detective halló una cuenta de Internet registrada a nombre de un tal William Turner Sparrow. Dicha cuenta estaba contratada en Kingston, Jamaica, pero el módem físico se había instalado en un barco.

“William Turner” pensó el joven genio “Lorraine Payton ya había mencionado que fue el compañero del Jack Sparrow original. ¿Será que el moderno habrá tomado su nombre o se tratará de otro pez?”

Una hora más tarde, se reunió con John en la habitación del hotel y le comentó su hallazgo. El joven médico desplegó un mapa sobre la cama.

- Jamaica no está tan cerca, Sherlock . . . pero en avión bien pudo venir, cometer el robo y marcharse en un dos por tres . . .

Sherlock estaba echado en el sofá con las palmas de las manos unidas y apoyadas contra sus labios.

- En todo este asunto hay varias cosas que no me cuadran, John. Empezando por el dichoso “tesoro”.

- ¿Qué quieres decir? – John enarcó una ceja.

- Lorraine Payton nos mintió – afirmó Sherlock – El mapa que busca no lleva a ningún tesoro. Para empezar, nunca nos dijo en qué consistía ¿Dinero? ¿Joyas? ¿Piedras preciosas? ¿O algo quizás aún más valioso que eso?

- Es el mapa de un pirata – opuso John - ¿Qué otra cosa podría considerar más valiosa que oro y joyas?

- Piensa, John – Sherlock se irguió en el sofá – En aquella

época, las potencias más fuertes se disputaban el dominio de estos mares. Muchos de los considerados piratas no lo eran, en realidad estaban patrocinados por las diferentes coronas y gozaban de patentes de corso.

- ¿A dónde quieres llegar? – preguntó John, confuso.

Sherlock rodó los ojos.

- Esa mujer no busca ni un mapa, ni un tesoro. Anda buscando algo más grande.

- Ya me había dado cuenta de que no le habías creído la historia que nos contó.

- Oh, la historia del antepasado es cierta – afirmó el detective – Pero lo del robo del mapa no, eso fue invento suyo.

John sonrió torcidamente.

- Ni siquiera voy a preguntar cómo te diste cuenta.

- Su lenguaje corporal, amor – explicó Sherlock – Manipuladora, dominante, sin mencionar que mientras nos aburría con su historia nunca nos miró a los ojos y sus dedos tamborileaban sobre su taza de té.

John se pasó una mano por el pelo, pensativo.

- Si no es el mapa o un tesoro ¿Qué es lo que en realidad busca?

- No tengo idea – replicó Sherlock – pero te diré cómo averiguarlo: preguntando a Jack Sparrow, el pirata original.

- ¿El del siglo XVIII? – John le lanzó una mirada sorprendida.

Sherlock sonrió malicioso.

- En Jamaica existe un museo dedicado a la Edad de Oro de la Piratería. Si es cierto que el tal Sparrow existió y fue un notorio pirata, allí sabremos su historia y quizá sepamos dónde buscar a su elusivo descendiente.

- Bien – suspiró John – Debe haber vuelos charter que vayan a Kingston . . . preguntaré en la recepción.

Media hora después, el matrimonio detective había reservado asiento en un vuelo que salía a Kingston a primera hora de la mañana (a expensas de Mycroft, claro).

Y como por el momento no había más qué hacer, Sherlock se amoldó a la voluntad de su John y dejó que su esposo lo arrastrara a un restaurante en la playa para comer.

Después, pasearon por Rousseau, la capital de Dominica, y terminaron la jornada en su habitación, haciendo el amor.

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