Era uno de esos antros de mala muerte donde las luces de neón teñían todo de un color rojo guinda apasionado, como invitando a que malas cosas, situaciones de las que luego te ibas a arrepentir una vez sobrio o en tus cabales; tomasen lugar.
Sus paredes atestadas de afiches, posters de cantantes de rock & pop del momento y mugre, no permitían que los estridentes sonidos de la música que hacia un Dj al fondo del gran salón saliesen de la estancia. Definitivamente no era el mejor lugar para estar, pero ahí estaba, sentado en la barra con un vaso de Martini en la mano mirando hacia la pista de baile.
La gente tan alcoholizada ya no seguía las malas mezclas que hacia ese Dj improvisado solo se movían a su gusto intentando tener el mayor roce posible con su pareja de baile, que luego se volvería su pareja en la cama. Aquello era casi como un ritual. Ritual que él conocía, no en práctica pero en teoría.
Jugaba con el vaso de Martini en los dedos, balanceándolo y hay veces llevándoselo a los labios sin beberlo cuando veía movimientos muy cadenciosos de parejas que parecían estar en la siguiente etapa en la misma pista de baile. No era de madera y el alcohol se le estaba subiendo muy rápido a la cabeza acalorándolo. Digamos que tampoco ayudaba que estuviera vestido de negro, con una boina negro y unas gafas oscuras para pasar desapercibido.
Si bien aún no era una figura pública a todo dar, no quería ser reconocido por los que ya lo habían visto pasar por la pantalla chica en cierta ocasiones promocionando su disco. Todavía no sentía el golpe de la tan llamada fama y no la quería comenzar apareciendo en tabloides llenos de comentarios subidos de tono que no harían nada bien a su figura naciente, a pesar que su manager diga que no hay publicidad mala.
Mientras bebía los últimos resquicios de su bebida, escudriñaba a todos tras su escondite, observaba detenidamente los cuerpos bien formados que se movían, y aquellos cuerpos menudos que danzaban sinuosamente. Cuando su mirada era captada, miraba hacia otro lado fingiendo desinterés, como si nada le importase en realidad o aquella persona no cumpliese con lo que él estaba buscando. Tenía puesto el disfraz de cazador pero en realidad quería ser cazado.
Suspiro hondo y profundo cuando llegó a su ultimo pensamiento, se sentía horrible. Maldición. Una vez descubrió en sí porque demonios estaba ahí, bebió de un solo trago su Martini, dejo el vaso en la barra con un fuerte sonido del vidrio resentido ante el fuerte impacto que casi lo quiebra y su respectivo efectivo por este. Ya no quería estar ahí y mientras más rápido saliese sería mejor.
Con las manos metidas en el gabán y con las postura de quien va a un buffet a comer como los dioses pero a la larga no encuentra nada que se le antoje, se enrumbó a la salida fingiendo un aire de suficiencia que ni el mismo se lo creía.
Por su cabeza pasaban mil y un improperios hacia su persona, por casi hacer algo de lo que luego se iba a arrepentir y sobre todo sentir fatal, estaba en ello hasta que miró de reojo al costado y lo vio. Se detuvo instintivamente mientras toda su boca se secaba y nacía una necesidad de saciar ese sed que nunca antes había sentido.
Siempre había visto personas guapas, es más por el trabajo en el que estaba, se había acostumbrado a lidiar con ellas y su belleza; pero aquella persona era algo que no había visto, como si fuese de otro planeta. Y como si tuviese poderes gravitatorios se vio atraído hacia su órbita sin posibilidad de escape.
Entonces el noto su presencia y cuando sus miradas se encontraron, para el todo perdió forma color y sentido. Ya no había vuelta atrás. Estaba atrapado.
Sin saber su nombre, edad, ocupación termino recostado sobre su pecho en la parte trasera de un mercedes negro. Cuando recobró los sentidos y el juicio no sabía que hacia ahí, ni con quien estaba ni porque había terminado haciendo lo que menos quería hacer.