Cuando Thor vio por primera vez los ojos de su hermanito, pensó que eran los más hermosos que existían en los Nueve Reinos y, siendo ya hombres adultos, lo siguió creyendo. Jamás se lo dijo. Hubiera sido demasiado vergonzoso admitir la fascinación que le provocaba aquel par de ojos verdes y temía, más que nada, a las burlas de su hermano.
A pesar de ser considerado el mayor seductor de Asgard y de tener enloquecidas de amor a la mayoría de las doncellas, Thor no era capaz de alagar a ninguna mujer; sólo los ojos de Loki eran capaces de despertar el lado poético del Dios de Trueno, mismo que moría en el silencio.
Durante la adolescencia, Thor pensó que su hermano era bello, y cuando alguien le preguntaba quién era la criatura más hermosa del reino se mordía la lengua para acallar sus propias convicciones. Sus amigos se reirían de él si admitiera que la beldad de Asgard recaía en el Dios de las Mentiras. Por pena de que su respuesta fuese malinterpretada, prefería decir otro nombre, cualquier nombre. Nunca el verdadero.
Ya en la edad adulta, Thor se replanteó el cariño que le profesaba a su hermano, temiendo que algo antinatural brotara de él. Era un sentimiento demasiado fuerte para ser aceptado. Lo pensó por mucho tiempo hasta que finalmente llegó a la conclusión de que era un cariño común de hermanos, pero que seguramente se acentuaba por la gran cantidad de tiempo que solían pasar juntos. Loki permanecía a su lado en las batallas, en las celebraciones y en las noches cuando platicaban por horas acerca del pasado y del futuro. Thor resolvió que lo mejor era pasar más tiempo en los entrenamientos y menos con su hermano. De esa forma se dejó convencer de que su amor era meramente fraternal e ignoró a su corazón que le dictaba lo contrario. Lo evitó, pues cuando Loki y él se quedaban solos, Thor sentía que algo se atoraba en su pecho, entonces debía morderse la lengua porque cualquiera que fuese la confesión, ésta no traería nada bueno. Nada.
Al conocer a Jane Foster sintió que su conciencia se tranquilizaba. Pero esa confesión oculta en su pecho lo persiguió por años.
El día que Odín dictó la sentencia de Loki, aquel sentimiento rebelde y mezquino intentó salir de su boca. Loki se consumiría hasta la llegada del Ragnarok en una prisión a la que nadie, ni siquiera el propio Padre de Todo, tendría acceso. Sus ojos y su belleza se marchitarían en conjunto con su locura. Esa fue última vez que Thor vio los ojos más hermosos de la criatura más bella de Asgard. En un momento de desesperación, al saber que ya no volvería a ver a su hermano, Thor abrió la boca, pero sólo hubo silencio.
Los guardias interrumpieron la despedida y Loki fue llevado lejos de su alcance y de su amor, para ser encadenado en un mundo prohibido.
Muchos siglos después, siendo Thor rey de Asgard y habiendo quedado atrás sus aventuras con los Vengadores, el cariño por Jane y hasta el gobierno del propio Odín, el Dios del Trueno suele sentarse en su trono a pensar con melancolía en Loki, aquel que al final no era su verdadero hermano. Es el único que aún lo recuerda. Lleva centurias con la misma sensación de vacío y desconsuelo, como si algo preciado le hubiera sido arrancado. En su pecho aún se oculta una verdad no confesada y allí se mantendrá hasta el fin de sus días.