Capítulo 1.- Descubrimiento.
Aún después de tantos años, desde cuando su padre le mencionó por primera vez al héroe de la nación, el flamante Capitán América, jamás pudo sacarse la idea de su cabeza. Verlo aunque sea una vez, poder pedirle su autógrafo e incluso sacarse una fotografía usando su disfraz azul, blanco y rojo. Parecía una ridiculez, pero no podía entender qué clase de obsesión insana tenía con el Capitán. ¿Habrá sido la forma en que su padre hablaba de él?
La admiración tan solo crecía con los años. Howard se había encargado de enseñarle pasajes de él que nadie más sabía. Una detallada descripción física, su afición por ayudar al más débil, su alta moral. Todo le caló en lo más profundo de su memoria; su elegante cabello rubio ondeándose de manera sofisticada, su imponente cuerpo alto, sus profundos ojos azules como el océano que les rodeaba.
FLASH BACK
Había pasado más de tres días en aquel proyecto. Al grandioso Howard Stark no se le ocurría como poder continuar con el trabajo que el ejército ya le había fijado plazo a entregar. Jamás había tenido problema con la creación de armas, al menos con la parte científica de ellas no. Pero desde hace años no podía prosperar en su trabajo, sentía que algo le pesaba en el corazón y la mente, algo que no le dejaba concentrarse hasta en su vocación. Desde ese incidente…
— Papá… — Una voz se alzó bajo el escritorio. Apenas lograba verse una cabellera revoltosa de castaño oscuro, y unas manos alzadas con un extraño dibujo pintado en una hoja de papel.
— Ahora no Tony, tengo trabajo que hacer —Entonces miró sobre su hombro a su mujer acercarse. Notaba desde lejos que tenía su ceño fruncido, Maria Stark era una mujer de temer.
— Maria, llévate a Tony, estoy algo ocupado aquí —Decía con un tono molesto. Los vasos de Whisky se juntaban sobre su escritorio, marcando en el papel de unos planos el licor que se derramaba por el poco cuidado que le dedicaba.
—Dios… Howard, solo tiene cinco años. Deberías prestarle más atención, es tu hijo después de todo —Maria se acercó a su escritorio y sin darle tiempo de reprochar tomó el vaso— Howard, hablo enserio. Es hora de que pases tiempo con Tony, volveré a buscarlo en unas horas —Lo amenazó una vez más con la mirada y desapareció llevándose hasta la última gota de licor que había en su oficina.
Howard miró a su hijo Tony, quien aún sostenía animoso el dibujo entre sus pequeñas manos.
— ¿De qué se trata hijo? —Lo tomó en brazos sentándolo en una de sus piernas para ponerle por fin un poco de atención.
— ¿Te gusta papá? —Sonrió apuntándole con uno de sus dedos lo que parecía ser un prototipo de robot. Howard entendió de inmediato que lo que Tony había dibujado era más que eso, se trataba de Inteligencia Artificial, aunque el pequeño aún no era capaz de entenderlo por completo.
—¿Hiciste tú esto? —Lo miró sorprendido y su primogénito solo asintió. Había pasado tanto tiempo alejado de su familia que no se había percatado de lo avanzado que estaba Anthony a su corta edad. Realmente era un genio.
—¿Estás enfadado porque no puedes construir tu arma? —Miró los sofisticados planos que se extendían por el escritorio de su padre. Bastó apenas un minuto para apuntarle a la falla. – Está mal –Howard guardó silencio, mirando al menor con la boca entreabierta. Su hijo de cinco años le había hecho notar lo evidente, aquello que no pudo ver durante esos tres largos días de trabajo.
—Gracias… Tony —Le sonrió aún contrariado, sin embargo no perdió tiempo y de inmediato corrigió donde su pequeño hijo le había indicado.
—Papá… —Lo interrumpió, tomando uno de sus crayones para dibujar— Sigue estando mal —Tony, con su característica inocencia no se molestó en cruzar una enorme cruz roja sobre los planos de su padre y corregir él mismo aquello que consideraba incorrecto.
—¡¡¡TONY!!! —En un acto desesperado por salvar su trabajo le arrebató el pedazo de papel, mientras que el menor solo pudo fijar sus ojos en una imagen que yacía oculta entre los documentos de su padre; la fotografía de un hombre en traje ajustado de colores más que extravagantes; para él era como una bandera ambulante. La curiosidad fue más y no pudo evitar referirse al tema.
—¿Por qué este hombre se viste como bandera? —Frunció su nariz, más que llamarle la atención por el heroísmo que representaba le parecía algo ridículo, él jamás ocuparía algo así en la calle. ¿Y quién lo haría? ¡Se veía tan incómodo!
Howard sujetó la imagen entre sus dedos… Solo pudo sonreír al recordar el día que tomaron esa fotografía. Habían estado peleados por una estúpida escena de celos a causa de la Agente Carter. Dios… si hubiese sabido lo que ocurriría después… Incluso entonces sentía el remordimiento, no haber sido capaz de decirle finalmente que lo amaba, que siempre lo haría.
— ¿Papá…? —La voz del menor lo sacó de sus pensamientos.
—… Su nombre era Steve Rogers. Fue un gran hombre, más bien, un héroe de este país. Probablemente la persona más moralista que conocí en toda mi vida. El hombre más leal que tuve el placer de conocer… Hijo, él era el Capitán América. —
—¿Y dónde está ahora? —Miró a su padre con curiosidad, se había percatado de la forma triste en que Howard observaba la fotografía. No pudo evitar pensar que su padre extrañaba bastante a su amigo.
— No lo sé Tony, pero me encantaría saberlo —Le revolvió el cabello sonriendo de manera nostálgica.
Por primera vez pensó que podría ser capaz de encontrarlo, no para acapararlo egoístamente, sino que a través de su inocencia simplemente pensó en su padre, y en lo muy feliz que le haría tener a su amigo de regreso. Aún no entendía las consecuencias de lo que estaba por hacer, dado que una vez que lo tuviera en sus manos, no lo compartiría jamás con nadie.
[. . .]
Parpadeó sintiéndose perdido. Había pensado demasiado y ya llegaba la hora.
Bajó del tractor que los llevaba hacia la excavación entre un campamento sobrepasado por la nieve. Este sería el día que sus investigaciones darían fruto.
Ya habían pasado más de diez años desde que emprendió la tarea de encontrar a su musa inspiradora. ¿Musa? Rió frotándose ambas manos para poder mantener algo de calor en ese infierno de hielo.
— Señor Stark, ¡Lo encontramos! —
Los ojos de Stark brillaron en la oscuridad, acercándose a lo que parecía ser el inicio de una profunda cueva. Allí al menos treinta personas trabajaban abriéndose paso por la débil estructura, midiendo la radiación en el ambiente y limpiando los restos de lo que parecía ser una coraza reforzada de metal, seguramente parte de una antigua nave de combate.
— ¿A qué profundidad se encuentra? —Preguntó Tony con el tono tan seguro de sí mismo que habitualmente se le escuchaba.
— Treinta metros señor —
Esta vez había algo distinto, trataba a toda costa de ocultar el nerviosismo que lentamente empezaba a aflorar. Veinte metros, diez metros; seguía acercándose paso a paso. Prácticamente a nada de encontrarse con aquello que llevaba añorando hace años, incluso antes de la muerte de su padre.
— ¡¡SEÑOR!! —Un grito lo alertó. Se sintió inmovilizado por un segundo. Algo habían hallado.
— ¿Rogers? —Murmuró atónito. Sus pies se movieron por inercia. Veía a lo lejos un par de arqueólogos cepillando la escena con sus herramientas. Pronto pudieron sacar desde lo profundo de la nieve un escudo corroído por los años. Un escudo con una estrella insignia en el centro y los colores que más deseaba ver desde que empezó la travesía.
No avanzo mucho más. Se escuchó un fuerte crujido que sacudió la cueva hasta el punto de asustar a los mismos militares que lo acompañaban. Todo parecía colapsar.
— Oh... Mierda —Miró hacia la superficie que sostenía sus pies. El hielo se había quebrado y empezaba a rodearlo de manera que no pasó ni medio segundo cuando se vio arrastrado por la nieve que se desprendía del terreno. Desapareció en la oscuridad y el golpe contra el fondo lo aturdió.
« Tony... Tony... ¿Qué demonios haces durmiendo tan tranquilo? » Pensó despertándose adolorido.
Resopló sacudiendo el rostro para poder enfocar el lugar donde había caído. Sentía el peso de la nieve sobre su cuerpo inmovilizándolo, y más arriba, un eco que resonaba por toda la cueva. Lo llamaban desesperados, aún no hallaban la forma de subirlo a la superficie. Incluso la señal de Jarvis parecía débil y tan solo escuchaba un sonido de interferencia por el receptor. Se quitó el audífono de su oído y terminó por salir de la tumba de hielo en la que había caído.
El reactor en su pecho iluminaba apenas tenue su alrededor, indicándole el camino a seguir, aún así todo se veía difuso y no tenía ni la menor idea de dónde terminaría si seguía ese laberinto. Pronto, frente a él empezó a erguirse una estructura de hielo cristalino, respondiendo al resplandor de su pecho y refractando la luz.
Tragó saliva sin poderlo creer... y una sonrisa se formó en sus labios.
Se deshizo de los guantes que llevaba. Necesitaba tocarlo, sentirlo aunque fuese a través de esa pared de hielo que los separaba. Alzó las manos a la altura de su rostro, deseando tocar su piel y sintiendo como ardían aunque no lo tocase directamente. Lentamente fue deslizando sus dedos, delineando su figura por sobre el hielo hasta la estrella que destacaba en su pecho, justo al costado de su corazón. Entreabrió sus labios suspirando aliviado, pues finalmente lo había encontrado.
— Hola Capitán... —