Hizo a un lado los papeles que había sobre su escritorio, tirando la mayoría al suelo y puso ahí los trabajos de Shuichi y eligió uno al azar. Leyó atentamente por un rato sin decir nada.

- Basura – dijo al terminar tirando la hoja a un lado y así lo hizo con cada una de ellas hasta que una llamo su atención – interesante – soltó haciendo que Shuichi tuviera un poco de esperanza porque cuando veía como ese hombre aventaba todo su trabajo como si no le hubiera costado nada hacerlo, sentía unas enormes ganas de golpearlo – Y estaré aquí sentado esperando a que vuelvas, porque al final tu eres mía, y lo que te pertenece siempre vuelve.- leyó en voz alta el rubio – eso es de uno de mis libros
- Así es – dijo Shuichi alegre – esa frase me inspiro mucho
- Que poco original que tengas que copiar mis frases – ante esas palabras Shuichi sintió como si le hubiesen tirado agua fría encima
- Los buenos artistas copian, los grandes artistas roban
Eiri levanto la mirada ante lo dicho por el chico, sonrió, pero no era una sonrisa cualquiera, era una sonrisa de burla

- Tu no pasas de ser una copia

Shuichi Shindo jamás prestó atención a los sabios consejos de los guardaespaldas de su padre. Siempre intentaba meterse en pequeños problemas para que su progenitor le prestara atención. Pero un día el “pequeño problema” se convierte en uno de grande. Shuichi es secuestrado por unos hombres desconocidos, el jefe de los cuales tiene unos  hipnotizantes ojos dorados.