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Contrarreloj por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Kanon se arriesgó y obtuvo más respuesta de las que esperaba encontrar. ¿Cuál es la real?

¿Cuál era el límite de la locura? ¿Existía uno? Los arrastrados movimientos bajo él no le dieron luz a las respuestas que esperaba encontrar y tampoco tenía a quien poder pedírselas. La única persona en que podía confiar estaba allí, bajo su cuerpo, en medio de la oscuridad de la noche y siendo totalmente otra.
 
Saga lo había ignorado durante esas horas nocturnas. Metido en sus libros hizo esfuerzos astronómicos para evadir su presencia. Se había bañado y había borrado todo rastro de lo ocurrido. Le castigó con el hielo de su indiferencia. Placido invierno. Kanon aceptó el silencio sin reproche, necesitándolo para asimilar lo que había ocurrido en la playa.
 
Luego de quitarse los restos de sal y arena de su cuerpo, se metió en la cama y se cubrió por completo con las sábanas. Saga seguía sobre los libros, con los codos hincados y la mirada determinada a no verle. Él no podría dormir y lo sabía, sus latidos le aturdían en la cabeza y tenía dispersos a sus pensamientos. La imagen de Saga en ese efímero instante, tan siniestra, aún seguía pegada en el medio de sus pestañas. Decidida a mantenerlo en vela. A no dejarlo dormir.
 
Poco más de una hora pasó para que la vela fuera apagada y sus ansias se dispararan hasta la vía láctea. Kanon intentó no moverse, apretó sus párpados y buscó el modo en que sus pensamientos no le traicionarán el instinto. Sintió en Saga vacilación al ver el bulto bajo las sábanas y resistencia a acostarse con él. Su mirada la percibía acariciando los pliegues de la tela que lo cubría y los segundos bajaron su velocidad. Soltó el aire ahogadamente contra la cobija, esperando que Saga decidiera acostarse. Por un momento sintió en su hermano la intención de ir a dormir en otra parte, como en el sótano. La tan sola idea le alteró los nervios y pensó que de querer hacerlo, iría hasta allá y lo sacaría a patadas.
 
El pensamiento llegó así, al instante. Vio a su hermano caminando hacia el sótano y a sí mismo saltando de la cama para detenerlo. Se vio discutir con él, lo escuchó renegar de nuevo con la excusa de ser un santo de oro y entonces, se vio a sí mismo colocándolo contra algo, aplastándolo contra su cuerpo para quitarle el beso que no se atrevió a tomar en la costa. La película cambiaba de escenarios, ya no era en el pasillo sino en el mismo sótano. En otro momento, estaba con él en esa misma cama donde dormían. Y en uno más, eran las ruinas de Sunión, cualquier árbol o cualquier elemento que sirviera de soporte.
 
Era evidente que pensarlo no ayudaba a calmar la ansiedad sino que la aceleraba. Y Kanon terminó maldiciendo cada una de las opciones que su cabeza le dibujaba posible de un encuentro si su hermano decidía no dormir allí.
 
Luego de minutos de incertidumbre y espera, Saga tomó el lugar a su lado, pero evitando que sus espaldas chocaran. Dado el espacio de la cama, la tarea era complicada. Kanon encogió un poco más su cuerpo, percibió el temblor de su hermano al reconocer el movimiento y decidió quedarse así, rígido sobre la cama, sin mover siquiera los párpados.

Se extendió un incesante silencio.
 
Kanon escuchaba a su corazón en la garganta y la tensión acumulada había provocado un entumecimiento en sus piernas. Si Saga se movía un solo milímetro, él endurecía sus piernas hasta doler. El asunto se volvió visceral, insano e ilógico cuando su hermano hacía exactamente lo mismo. Intentó no pensar en ello pero los esfuerzos eran infructuosos. La imagen en la playa le quemaba las retinas y el temor a su lado lo impulsaba a arder. No creía posible que durmieran esa noche juntos.
 
Al cabo de varios minutos se convenció que nada más pasaría y que lo visto en la costa no había sido más que una confusión de su cabeza. Quizás una forma de su mente castigarlo con el rechazo de su hermano haciéndole ver visiones amorfas. Cuando estuvo seguro de ello, su cuerpo se permitió descansar. Los músculos de sus extremidades hallaron la calma y podría pensar en dormir.
 
No pudo. La mano ágil de su hermano se movió y acarició a su pierna, provocando que todos sus sentidos volvieran a encenderse. Kanon midió el tiempo que se tomó en ello, la lentitud con la que rozó a sus definidos muslos sobre el pantalón de dormir, el modo en que su mano buscó encontrar más. El calor no se sintió tan palpable hasta que el cuerpo de Saga se plegó contra él, como lo había hecho en noches anteriores. El golpe de su aliento llegó hasta su nuca y su mano se movió, tal cual como recordaba, hasta el inicio de su pelvis.
 
Allí la capturó. Kanon se volteó de inmediato sobre él e hizo que la espalda de su hermano colisionara con la cama. Sujetó la muñeca a lo alto y apretó sus piernas a ambos lados del cuerpo que tenía aprisionado bajo él. En la oscuridad era difícil distinguir demasiados rasgos en él, pero allí estaba, de nuevo: la sonrisa siniestra que había visto antes, que vio justamente en la costa del Egeo.
 
—¿Tienes miedo? —Kanon preguntó y vio en los ojos de Saga el brillo del deseo encendido.
 
—No. Tú me tienes miedo.
 
¿Cuál era el espacio entre la cordura y la locura?
 
La mandíbula de Kanon tembló cuando la mano libre de su hermano comenzó a apretar su muslo izquierdo. Lo sintió removerse bajo de él, incitándole y no hizo nada para recuperar el control de la mano capturada. Se vio sobrecogido por todo el ardor que se gestó bajo sus entrañas y se dejó llevar por el deseo despierto y la idea de que Saga estaba allí. Determinó que iría a buscarlo, en algún recoveco de su cabeza, hasta encontrarlo aunque el final solo recibiera de él la negación. Confabulado con ese pensamiento, aplastó la muñeca contra la almohada y buscó un beso entre sus labios, él que no se vio capaz de tomar en esa tarde. Saga le respondió, dominó, subyugó las inestables dudas que aún detenían a Kanon de proseguir.
 
Y entonces, ocurrió.
 
La única respuesta que existía era que Saga estaba allí, debajo de él. No tuvo razón para objetarlo. Sus labios se movieron determinados recibiendo de él la misma necesidad que tenía atorada bajo su vientre, la misma que le instaba a moverse de forma rítmica sobre el cuerpo de su hermano, sin medir las consecuencias. Saga no se quedó estático, no fue nada parecido a lo que había experimentado horas atrás. Sus manos fueron demandantes y apretaron sus muslos, fueron posesivas y marcaron a su espalda por sobre la camiseta. Gruñó y le hizo sentir el hambre y el frenesí que se gestaba en él, se lo transmitió con cada caricia afanosa. Kanon alimentó su deseo con el de él hasta que todo se volvió absolutamente negro en su cabeza. Negro en el mover de su lengua, en el sabor de su saliva y en el calor de sus muslos atorados.
 
Fue Saga quien le quitó la camiseta jalándola con fuerza y decisión. Fue Kanon quien se le tiró encima al cuello para marcarlo. El colchón chirrió y sus manos encontraron alojo en los cuerpos ajenos, marcándolo con fuerza y sin contemplaciones. El fuego despertó en sus entrañas y la fricción se repitió con brusquedad, soltando gemidos quedos y emitiendo miradas huecas. Saga vertió su mano dentro del pantalón de Kanon para hacerle sentir piel con piel lo que quería, y presto encontró las acciones que debían proseguir. Kanon se detuvo para recular sobre las sábanas, echarse para atrás y sostener con sus manos la tela del pantalón que aún cubría a su hermano.
 
Saga le sonrió allí dándole permiso y para él aquello no dejaba de ser una fantasía. Hasta se planteó la idea de estar aún dormido, soñando con fuego en las pestañas.
 
Supo que no era así, cuando liberó las piernas de la tela y enfocó su vista en el sexo erguido supo que ni en sus más perfectas fantasías se hubiera sentido tan real.
 
La sorpresa le sacó el aire, un suspiro vació sus pulmones dejándolo sin habla. En la oscuridad, la carne expuesta se vio apetitosa, había un brillo intenso que no tenía procedencia particular más que de su propio deseo. Saga ladeó una sonrisa. Se sentó en la cama y abrió sus piernas un poco más, lo que le permitía el pantalón aún en sus tobillos. Kanon gimió quedo antes de subir su mirada a él, totalmente oscura.
 
La invitación era a jugar en las sombras. Kanon sabía muy bien cómo hacerlo. Pero Saga tenía otros métodos.
 
Se lo hizo saber con su mano, cuando esta se movió hacía el pantalón a medio poner de Kanon y comenzó a deslizarlo hacia abajo. Kanon tembló, se quedó dispuesto a seguir el movimiento con su tacto, mientras su visión seguía prendada en el brillo perlado de aquella punta. La curiosidad lo empujó a tocar con sus dedos y la voz de Saga en un murmullo le suplicó por más. Era un tono de piedad, al menos así sonaba, aunque la mirada fuera una demanda tácita e irreprochable.
 
Compartieron el tacto lúdico de sus sexos, se reconocieron. Y no conforme con ello, se acercaron más cuando quisieron sentir no solo con sus manos sino su piel, sus labios, sus sentidos. Movieron sus caderas con candencia, y repartieron caricias inexpertas entre sus cuerpos atribulados por el placer. Aumentaron el ritmo hasta que su voz solo sacaba bufidos desesperados y casi animales. Ardor, y la más pura intranquilidad. Fuego saliendo por sus bocas en forma de aire, de lava en sus salivas. Cayeron de nuevo y fue Saga quien se movió sobre él con precisión y en búsqueda de culminar. Y durante ese tiempo Kanon no dejó de mirarlo.
 
Sus ojos eran negros, sublime negro. Kanon fue tragado por puro negro. Negro de la noche, negro de Saga, el negro que caía por su espalda con mechones de cabello. Una austera sombra de maldad transmutando sobre él. Y sonriendo.
 
Esa sonrisa lo decía todo, todo cuanto pudiera creer. En ella estaba una respuesta que jamás podría ignorar. La libertad de Saga estaba allí, en la rienda suelta de sus instintos, en el poder de su propio albedrío. Kanon apretó las piernas de su hermano dispuesto a proseguir, a ver, más, a sentirlo más. Quiso creer que todo lo que hacían no debía ser tan malo si se sentía así. Las palabras que Saga le había destinado en aquella tarde, quedaron olvidadas cuando el relampagueo erosionó la razón y echó agua a la culpa. Cuando el fuego dejó en cenizas los argumentos y solo se sintieron arder al rojo vivo.
 
Ante el orgasmo, ya no había más que universos parpadeando bajo sus párpados. Una dimensión solo de ellos y de nadie más. Saga se apoyó contra él, acarició su costado con gesto perezoso mientras retomaba el aliento. Entre temblores se quedaron en silencio un poco más.
 
Se quedó dormido.
 
A la mañana siguiente, despertó cuando la voz de su hermano se escuchó renegando en la habitación. Lo oyó salir del cuarto y frunció su entrecejo hallando mejor espacio para descansar bajo las sábanas ante la mañana lluviosa. Pensó que hubiera sido agradable un abrazo en ese momento, quizás algo para mitigar el frío que había amanecido en el santuario debido a la cercanía del invierno.
 
Pese a haber pasado el día en el templo, ninguno se hablaron. Kanon sintió la distancia más honda entre ellos, chocando contra su espalda en cada intento que tuvo de acercarse. Y lo evidente quedó claro ante sus ojos, porque aún con la presencia de los dorados de su hermano, solo podía ver negro y más negro. La tensión se lo estaba comiendo, a grandes mordidas.
 
En la noche, ocurrió lo mismo. Kanon esperó el movimiento con paciencia y al encontrarlo, interrogó con sus ojos a la figura de Saga buscando salvar la distancia establecida durante el día.
 
—¿Quieres hacerlo de nuevo? —preguntó. Saga no respondió, solo se burló de su pregunta mientras metía sus manos impacientes por debajo de su pantalón—. ¿Lo recordarás?
 
—Creeré que es un sueño del que debo arrepentirme. —El tono en esa voz le resultó escalofriante, sin embargo no se intimidó del todo.
 
Entendió que Saga estaba allí, frente a él, más incandescente que nunca; y era el mismo que vería renegar de él en las mañanas cuando saliera con la armadura. Comprendió en medio de esa noche que no había nada que buscar. Saga estaba tambaleándose entre la luz y las sombras. Estaba allí mostrándole cuan cuarteada estaba su psiquis. Peleando por la luz y mientras todo aquello que veía malo en él era relegado en la sombra para que no manchar su pulcra imagen.
 
El reloj lo escuchó contra sus sentidos, cuando los latidos alcanzaron su máxima velocidad en medio de sus roces. Cuando lo sintió apretado, le ahorcó la carne. Cuando lo escuchó tan desesperado en medio de sus llamados y gemidos, para buscar su satisfacción. Entre temblores encontró la respuesta final.
 
Era Saga. Ante todo.


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