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Contrarreloj por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Finalmente:

¿Si el error fue empujar hacia las sombras, debería empujar hacia la luz?

El invierno había sido frío pero intenso, y en los momentos en que sentía que algo estaba mal en su proceder, se auto convencía de lo contrario. 

Se calzó los pies y sujetó las amarras de cuero en sus tobillos antes de levantarse de la cama. Medio peinó su cabello húmedo por el baño y se estiró con indiferencia. El día no estaba nublado, como era habitual a fines de invierno las lluvias cedieron pero el sol no tocaba mucho a la tierra. El cielo estaba repleto de nubes grises.
 
En comparación a los gestos relajados que Kanon tenía para todo, Saga lucía un rictus de tensión sentado frente a su escritorio, con la intención de concentrarse en el nuevo libro que había buscado para estudiar. Kanon observó con curiosidad que tenía tiempo sin escribir, al menos el que se había tomado desde que entró con desfachatez por la habitación con apenas la toalla cubriendo lo necesario y empezó a vestirse sin vergüenza alguna.
 
No debía ser raro, desde niños siempre habían compartido el secreto de su desnudez sin ninguna consideración. Aunque ya no eran niño, y eso Kanon lo sabía. Tampoco eran inocentes. Y siempre las noches dejaban marcas que Saga encontraría a la vista y le irritaría los nervios.
 
Ya había volteado en varias oportunidades, y regresaba su mirada a clavarla al libro buscando algún punto de apoyo. Kanon tardó más en vestirse y aún más en salir. Cuando por fin lo hizo, le destinó una mirada superior hacia sus hombros tensos, aún si estuviera cubierto de oro. Dibujó una corta sonrisa, y se encaminó. Ya Saga no preguntaba y él no esperaba que lo hiciera.
 
Se lo diría en la noche.

En esas noches, Saga le contaba todo lo que el otro Saga rehuía. Sus ambiciones, una a una, deliberadamente eran escuchadas en medios de gruñidos y bramidos cuando sucumbían al sexo. Lo que sentía por él lo escuchó allí, más palpable al percibir sus caricias y las palabras que decían lo más recónditos deseos que Saga tenía con él, incluso antes de pensarlo. Lo mucho que renegaba de él, lo mucho que a su vez lo deseaba.
 
Kanon se volvió adicto a ello. A la ansía de poder y al dominio, a la imagen del Saga hambriento de él cortando distancia y los ojos asustados de Saga cuando lo encontraba en más de una vez mirándolo con insistencia, buscando el origen de aquellas manchas.
 
En Sunion, entonces él se dedicaba a invertir el tiempo pensando en todo lo que había cambiado entre ellos durante esos años. La distancia impenetrable y el juego con las sombras, el silencio que decía todo cuando encontraban sus ojos entre ellos y Saga tenían que evadirlo. Cada trago de saliva, cada gota de sudor, Kanon estudiaba todo con actitud bélica, mirando al horizonte, mientras observaba los barcos mercantiles moviéndose entre el mar hacia las islas. Cuando Saga lograra alcanzar el puesto de patriarca, estaba seguro que las cosas seguirían así. 

Para ese momento, ya no haría falta que su hermano vigilara de Sunion. Kanon había tomado esa posición como suya desde mucho antes y allí veía el mar moviéndose bajo sus pies con inesperada familiaridad. Tomaría su lugar, incluso como Géminis.

Soltó el aire en la tarde, con su vista en pérdida en el vuelo de una gaviota. Algo dentro de él se sentía satisfecho al convertirse en una parte crucial de la liberación de su hermano. No sólo un testigo a la espera de una promesa, sino un aliado que estaba apoyando desde la oscuridad. Como si eso era lo que debió hacer desde un inicio.
 
No esperó que en esa tarde, Saga lo fuera a buscar precisamente allí, en las ruinas de Sunion, después de tanto tiempo sin aparecerse. Lo había sentido llegar a lo lejos y la sorpresa fue crucial. Su hermano había rehuido de él desde lo ocurrido en su último entrenamiento y cada mañana junto a cada noche antes de que el otro apareciera. En ese juego de escondidas, semejantes al laberinto que se creaba en el templo, Kanon tenía una ventaja invaluable.
 
La tensión que Saga traía sobre sí Kanon la había podido respirar en la distancia y en el viento seco de la tarde invernal. Ambos se quedaron en silencio. Los pasos erráticos de su hermano le indicaron la indecisión a avanzar, pero le dio tiempo suficiente de hacer lo que creyera necesario. Sentado en la columna caída, no le devolvió la mirada. Siguió enfocada en el oleaje lejano.
 
Saga se sentó demasiado cerca de él y Kanon estuvo tentado a preguntarle quién era. Supo de inmediato que no sería necesario, el temblor de la mano de Saga buscando la suya le dio la información suficiente para saber que se trataba de él, el del día.
 
El viento asemejaba el canto de las sirenas, cuando siseaba entre el mármol caído, las piedras calizas y la armadura de géminis.
 
Kanon observó la diferencia existente entre sus manos y las de Saga cubiertas de oro. Su hermano siempre las tenía un poco más cuidada, pese a los entrenamientos duros y a su esfuerzo físico, encontraba la manera de que se hallaran agradable a la vista a diferencia de él que tenía las uñas mordidas y raspones descuidados. Saga reviró un poco más antes de apretarlas con convicción. Cuando le vio su rostro de perfil, en el semblante de su hermano no había nada que revelara la aflicción que transmitía con su agarre. Una perfecta máscara.
 
Suspiró y perdió su mirada en la inmensidad del mar. El sonido lejano del oleaje y el viento le tranquilizaban las ansias. Daría tiempo a que su hermano hablase, si eso necesitaba, aunque seguía sorprendiéndolo el hecho de sentirlo tan cerca cuando, meses atrás, estaba renegando por lo ocurrido.
 
—Esas marcas son mías. —Finalmente dijo y no fue una pregunta sino una afirmación. De reojo Kanon le miró buscando alguna señal en el rostro de Saga, una que no vio concretada más que en el casi imperceptible temblor de sus labios—. Soy yo quien te las hago.
 
—Siempre fuiste tú.
 
—¿Por qué no me det…?
 
—Porqué eras tú.
 
Saga le regresó la mirada, encontrándose con la seguridad plasmada en los ojos de Kanon. Aún había rastros de horror en él, aún sentía copiosas manchas de inseguridad tratando de quebrar su temple. Como lo percibió, apretó el agarre de esa mano y reafirmó sus palabras con ese gesto silencioso, con el hecho de estar allí, de seguirlo esperando allí. Saga tragó grueso comprendiéndolo e inclinó su mirada hacía sus manos juntas. Frunció su ceño y recargó el peso de su cuerpo en esa mano, apretándolas. Kanon creyó que pediría perdón. No se lo permitió.
 
Con un solo movimiento, buscó los labios de su hermano dispuesto a cortarle las palabras con un beso. Se llevó con ello los rastros de pesar que había en Saga y cortó la distancia. Encontró lo que buscaba, lo halló. Saga buscó que el contacto se alargara y se perdió entre su boca mientras Sunion rugía con el viento entre las ruinas. Aceptó esa parte de sí que no podía negar y aceptó con ello lo que había tratado de empujar a las sombras. Kanon corroboró, entonces, que esa era la única forma de salvar a Saga de la irremediable ruptura: empujando a la luz. Toda su maldad, todo lo que se negaba debía empujarlo a la luz.

El secreto estaba en acorralarlo, debía aprisionar a lo oscuro para que se viera obligado a salir a la luz. Kanon, no iba a tomar parte de ningún bando, iba a voltear el peso de la balanza de su equilibrio mental hacía su favor. Debía llevar a Saga a un punto de inusitada presión hasta que tuviera que admitir todo lo que se estaba negando y buscando bajó un segundo rostro sin nombre.
 
¿Quién más podría comprenderlo sino él?
 
El sabor suavizado del beso se quedó allí, prendado entre sus labios con resistencia a rendirse. Saga viró de nuevo sus ojos al mar como si se resignara a lo que sentía, a lo que había callado desde mucho tiempo. Kanon no quiso preguntar desde cuando, aunque a veces se sentía atribulado por las preguntas llevado por curiosidad. Simplemente permitió que el silencio, ahora tibio, le calentara el alma con la seguridad de que debía ser así.
 
—¿Siempre viniste aquí?
 
—Nunca dejé de venir.
 
Y solo era cuestión de tiempo.
 
Mientras Kanon miraba la inmensidad del océano y las islas de Grecia a lo lejos, pensaba en que solo era eso, tiempo. Tiempo para que todo lo que Saga guardaba surgiera, tiempo y las cosas amoldadas a su sitio. Y él seguiría empujando hasta que Saga no reprimiera nada y no fuera necesario el desdoblamiento que era observado noche tras noche.  Ese que él mismo había notado en la fluctuante letra de sus escritos. La que aparecía, en medio de sus encuentros carnales y pedía su cuerpo.
 
Con solo tiempo, recuperó los encuentros en Sunion, las charlas vivas.

Con solo tiempo ganó los besos tibios de Saga que aún se negaba a avanzar. Mientras ganaba terreno en las noches, peleaba su victoria en la luz del sol. Ningún franco había sido descuidado por él. Y estaba seguro de su irremediable victoria.
 
Hasta esa tarde.
 
Mientras el sol se ocultaba de nuevo temprano, Kanon sintió los pasos de su gemelo tras su espalda. No hubo palabras estimulantes al inicio, siempre estaba ese velo de obviedad que cubría cada acción y no daba espacio a explicaciones. Esperó mejor a que su hermano se acercara, sin pensar algo en particular.  
 
Saga caminó hasta la mitad del templo destruido, y observó las ruinas en estado abstraído. El silencio que en ese momento los rodeaba era distinto a cualquier otro que Kanon hubiera sentido tiempo atrás. El viento se meció a lo lejos y al voltear pudo contemplar a la distancia los templos zodiacales. Saga estaba allí, sombrío. Sus sombras se espesaban.
 
El sonido se hizo más fuerte al notar el semblante de su hermano. Saga subió la mirada hacía la estatua de la diosa, allí en las lejanías y el viento meció su cabellera hacia atrás descubriendo su rostro. El rostro de la armadura que mostraba en contra su cadera, estaba en el lado del bien. Reconocía esa mirada, desde que supo que la diosa había descendido, siempre levantaba la mirada devota hacía la estatua desde géminis.
 
—¿Qué ocurre? —Decidió preguntar y ante el silencio que sirvió respuesta a su interrogante, Kanon afiló sus ojos con descontento—. Saga…  
 
—El patriarca ya decidió al sucesor...
 
Y entonces, volvió a escucharlo. El reloj sonando, las agujas anunciando cada movimiento en un tic tac que se le antojó lejano. Como si en ese momento todo corriera contrarreloj y como el viento, daba evidencia de que la noche se acercaba y el invierno estaba por acabar.
 
—Será Aioros.
 
«Tic, Tac»
 
—¿Aioros…? ¿Hablas en serio?
 
«Tic, Tac»
 
—Así es. Él… El patriarca dijo que él cubre mejor las características para ser patriarca.
 
«Tic, Tac»
 
El reloj. Sobre ellos giraba el reloj.
 
La sonrisa de Saga llena de resignación marcó el ritmo de las manecillas. El tiempo en retroceso, el movimiento retrograda que echaría todo a tierra. El deslizamiento de sus espesas gotas de sudor. Sus ojos agrietados.
 
Por segunda vez.
 
Para Kanon no fue difícil adivinarlo. Estaba allí, frente a sus ojos, en colores dispersos que se perdían en la cumbre de su palidez y en la necedad con la que Saga intentaba tragar esa frustración. Lo veía allí, en su espalda, en la sombra que caía entre las piedras y la ruina del cabo. La sombra que se lo comería.
 
El desdoblamiento era irremediable. Allí estaba, golpeando por cada extremo de Saga y creando eco dentro de la armadura. Kanon lo escuchaba, con puños fugaces y gritos arraigados, alaridos de odio despertando tras la consciencia de su hermano que peleaba contra ello, con la firme intención de mostrar lo que creía correcto. Lo veía fluctuando en su cosmos, con rastros de agresividad.
 
Ante él, la imagen de su hermano se cuarteaba. Y sobre él, el tiempo le exigía tomar una acción antes de que se acabara el sonido del reloj.
 
¿Si el error fue empujar hacia las sombras, debería empujar hacia la luz?
 
La respuesta fue clara, concisa. Sus acciones fueron empujadas por ellas. Algo dentro de él le orillaba a hacerlo, consideraba que esconderse y tratar de oponerse a ello había sido su error. Imaginaba su puño ensangrentado y se negó. Se escuchaba a él, dentro de Saga, pidiendo detenerse y lo ignoró. Lo primero fue borrar esa sonrisa.
 
Le tomó de los hombros y aceptó la atención de su mirada. Los latidos de su corazón incrementaron el ritmo y los ojos de Saga se dilataron para él. En negro, se vio fielmente. En negro, pudo observar la mirada enrarecida que él mismo cargaba. Ese otro Saga no era más que un reflejo de sí mismo apestando a maldad.
 
Sin preámbulo, le besó.
 
Quizás, esa era la primera vez que sintió tal necesidad de parte de Saga. Posiblemente, nunca había tenido semejante respuesta para él, esa ansiedad innata con la que buscaba sus labios y reforzaba el agarre contra sus costillas, implorando más presión. Kanon atacó todos sus frentes aprovechando ese beso y la sed que su hermano le transmitía a través de sus movimientos. Buscó de ese modo todas las grietas que debía llenar con su influencia. Con las que debía murmurar al oído, lo que él mismo ya se susurraba en su mente y se gestaba como otra parte de él anómala que tenía el otro rostro de géminis.
 
Separó sus labios con un leve chasquido mientras retomaba el aire. Sus manos seguían en el mismo lugar, sobre las hombreras de géminis que se sentían frías ante su tacto. Había cerrado sus ojos por mero impulso, como un mecanismo para disfrutar mejor de sus labios. Cuando era el otro Saga, los mantenía abiertos, ambos lo hacían, como una muestra de poder o dominancia que buscaba imponerse.
 
En ese momento, no se trataba de ello sino de comprensión y complicidad. La misma que había estado en su relación desde un inicio. No supo porqué razón, en ese instante, a su mente se le ocurrió esconderse entre los recónditos recuerdo para remembrar el sabor del primer beso que Saga le había dado, cuando niño, cuando sobre un árbol el caramelo de fresa se había caído de entre sus piernas y se había quedado sin dulce que comer. ¿Un beso tan inocente como pudo llegar a tanto?
 
El tiempo.
 
Abrió sus parpados solo para reconocer la misma mirada dentro de él, perdida en quizás otros momentos cúspide de su tierna infancia o su aún vivida adolescencia. Sunion no callaba, seguía cantando el réquiem con el viento.
 
—Saga, hagámoslo.
 
«Tic, Tac»
 
—¿Qué haremos? —Kanon transmitió el peso de sus palabras con los ojos.
 
Absurda decisión.
 
«Tic, Tac»
 
—Matemosla. —«Tic»—. Matemos a Atena y conquistemos el santuario.
 
«Tac»
 
Se acabó el tiempo.
 
Acabó en Sunion.

 

Epílogo

El choque de la reja contra la piedra sonaba como un reloj. Tic, tac. Un reloj maligno en su cabeza, que siempre estuvo insertado y que cuando empezó a oírlo buscó desesperadamente detenerlo. Poco a poco, se hizo consciente de lo que significaba cuando las manecillas aceleraban el ritmo y qué ocurría en los ratos de silencio.
 
Todo era disperso y difuso, pero él tenía que poder con ello.
 
Empezó con segundos. Nublosas imágenes ajenas apagando sus sentidos y perdiéndolo en un espacio inhóspito. Ocurrió al verle sus labios, mientras hablaba de la broma hecha a los guardias o de la nueva caracola encontrada en la costa del Egeo.
 
Luego fueron minutos. Cuando se secaba el sudor con su camiseta, se estiraba en la cama cansado o se asomaba a su hombro para cerciorarse si dormía.
 
Él, quien regía el tiempo y los espacios, se veía burlado por ello. Perdía entre sus manos el flujo de la invariabilidad en un conteo. Un tic tac que no callaba.
 
Cuando fueron horas, se supo perdido. Desesperado.
 
¿Cuánto tiempo fue ahora?
 
Con un poco de su poder abrió el espacio de Sunion mientras el viento gritaba su nombre. Una tormenta se había levantado, seguramente producto del mismo castigo de Zeus. Esa noche sus manos estaban manchadas de sangre y aunque había devuelto lo que no había comido, retorciéndose en la culpa, no hallaba calma a su dolor.
 
Necesitaba de algo. Lo había ido a buscar.
 
Pero la reja sonaba como el reloj. Tic. Tac.
 
Estaba vacía.
 
Sus ojos fueron comidos por el rojo que había derramado. Entre lágrimas, cayó vencido y empujó la daga que le gritaba volver al templo a cumplir con el pedido.
 
El reloj seguía allí. Estaba acelerando. Intentó dejar de oírlo tapándose los oídos con sus manos.
 
Cuando hubiera silencio, ya él no estaría allí...

Estaba atrapado.

 

Notas finales:

Gracias a los que han leido hasta aquí. Dejo el epílogo aquí porque no me dejará subirlo como capítulo aparte y con esto doy fin a esta historia. Es una idea que tenía hace tiempo para esta pareja, le he agarrado cariño a la combinación. Espero que les haya agradado lo aquí escrito :3

 

 


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