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Gigantomaquia por adanhel

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Los cuatro Gigas están postrados delante de Mei, o de aquel que debería ser Mei. La luz intensa se proyecta en forma caótica por el gran espacio vacío. Solamente con suma dificultad Shun y Hyôga consiguen asistir la escena.

-Mis ojos están doliendo... Tengo miedo...

-¡No te dejes llevar, Shun! ¡No tengas miedo de ese dios falso y maligno! ¡No puedes verlo con ojos de temor!–Hyôga hablaba con desesperación y firmeza.-Recuerda que somos protegidos por Athena y por las estrellas. Mantén tu Cosmo. Si te rindes al miedo, si dejas que te domine, tu personalidad será devorada.

El “temor” es la esencia de los dioses. En sus inicios, los dioses nacieron del temor. Eran personas temerosas los que los cultivaban, ofreciéndoles sacrificios en una tentativa de atenuar el miedo que sentían.

Una voluntad divina en su formato más arcaico, desnuda en su origen, está encerrada en el cuerpo de Mei.

-Soy Typhon.

-Sí.–responde Enkelados.

-¡Pero que carne frágil y fea! ¿Qué pasó con mi resplandeciente cuerpo carnal?–la indignación del dios lanza un ataque invisible, introduciendo ondas de terror.

Poco a poco Shun y Hyôga sienten sus corazones aplastados. En este momento, hasta los propios Gigas, extremadamente tensos, están claramente pavorosos.

-He...Hermano amado,-dice Enkelados, temblando–con todo respeto, recuerde la antigua Gigantomaquia. Su resplandeciente cuerpo carnal fue dilacerado por Athena y su voluntad exiliada sobre las rocas rígidas de esta isla.

En ningún momento el sumo sacerdote pronuncia el nombre del dios.

Así eran adorados los primeros dioses del mundo. De la misma forma que encarar directamente la verdadera forma del dios aplastaría sus ojos, el acto de pronunciar su nombre arrancaría sus lenguas y les haría perder el habla.

-Fue eso, entiendo.-Typhon aplaca su ira por un momento.-¿Pero dónde está mi resplandeciente cuerpo carnal?-repite.-Hermanos queridos, ¿dónde ocultan el resplandeciente cuerpo carnal de este su hermano más joven?

Una nueva onda de choque, poderosa a punto de ser audible, parte en pedazos el báculo de Enkelados. Incoherencia pura. Las palabras de Typhon no tienen lógica alguna. Al contrario, el dios apenas se despeja totalmente de su rabia, en puro egoísmo, hizo un tifón sin rumbo.

Así mismo, los Gigas, antes tan opresores, tan señores de sí, procuran no cuestionar a Typhon. Para ellos, el dios es puro temor. Algo a ser aplacado.

Enkelados responde, con las manos temblorosas agarrando la punta del báculo destrozado:

-Con todo respeto... Primero fue su voluntad la que nos salvó de las profundidades del Tártaro, valiéndose de ese humano como receptáculo transitorio y marioneta. Creo, sin duda, que esa carne frágil lo tiene insatisfecho.

-Sí. Entiendo.-Mei, o Typhon, observa atentamente su cuerpo desnudo.-¿Sumo sacerdote?–el dios tampoco llama a los Gigas por sus nombres. Aquellos que son llamados por su nombre por él, sangrarán por los oídos y enloquecerán.

-Sí.

-¿Qué es este cuerpo frágil y feo?-Typhon continua su discurso incoherente.-Siento que me falta poder. Falta, falta, falta, falta... falta... falta, falta…-repite, en un tono insistente y enloquecido.-Ordené que me ofrecieran en sacrificio la sangre de los Santos para romper los Sellos de Athena y salir de las profundidades del abismo fantasma.

-De hecho, señor. Aquí están.-Enkelados apunta en dirección de los Santos.

-Sí. Entiendo.-Ojos malignos encaran a los jóvenes.-Son estos los sacrificios dedicados a mí.

La mirada de Typhon casi mata a Shun. En situación extrema, por el miedo, la Cadena de Andrómeda suelta un sonido agudo como la cuerda de un instrumento musical estirado al límite, a punto de romperse.

-Ya me había dado cuenta que era una trampa... ¿pero un sacrificio?–las palabras de Shun son reprimidas por el barullo de la cadena.

Hyôga comprime sus labios, presintiendo lo que está por suceder.

-¡Sangre de Santos! ¡Por eso secuestraron a Yulij! Por eso nos atraían hasta el Etna. Pero... ¿por qué Mei?

El Cosmo recorre el cuerpo de los Santos a través de la corriente sanguínea. Por tanto, la sangre de un Santo está repleta de esa energía, la fuente de todas las formas de vida. Prueba de eso es que sea necesario un volumen inmenso de sangre de Santos para hacer que vuelva a la vida una Cloth destrozada en combate. Esa también es una ceremonia, un ritual para insertar una nueva energía vital, el Cosmo, a través de la sangre de un Santo, en el traje.

-Que se entregue la ofrenda.-ojos malignos en llamas encaran a los Santos.

Typhon, antes Mei, va acosando a Shun y Hyôga de a poco.

-Esa presión equivale a la de Athena. ¿Es el Cosmo de un dios?–pregunta Shun.

-Sí.-responde Hyôga.-Pero es de una naturaleza totalmente diferente.

-Hyôga...–la voz de Shun está temblorosa.

-Lo sé. Sé que vamos a morir aquí.-murmura Hyôga con un tono de voz seco, cerrando el puño, y aun así dispuesto a luchar.

-Que se entregue la ofrenda.-repite Typhon, como si se hubiese olvidado de lo que acaba de decir, penetrando con facilidad la Cadena de Andrómeda y las paredes de energía helada, las defensas de ambos Santos.

En un movimiento brusco, el dios levanta sus dos manos, buscando las gargantas de los jóvenes.

-¡Paren!–una joven, sosteniendo el bastón dorado de la imagen de Nike, la diosa de la victoria, se manifiesta rompiendo las paredes del gran suelo subterráneo de las profundidades del Etna.

Typhon mira de reojo a la joven que desciende en el aire.

-El último de los Gigas, señor de todos los vientos malignos. No permitiré que golpees más a mis Santos.

-Tú, mujer ceniza.-Typhon está frente a frente con la diosa que tanto odia.

-Typhon.

-Athena.

En el instante en que los dioses pronuncian sus nombres el uno al otro, explotan sus espíritus presentes con sus palabras. Typhon y Athena se vuelven halos y empiezan a centellear. Una energía equivalente a un choque entre galaxias cubre todos en una masa ofuscante. Las voluntades de los dioses chocan en el interior de la gruta. Los seis sentidos, cuando son expuestos a los dioses, son negados e inutilizables. Solo resta el Cosmo, la única cosa que conserva la identidad individual de cada uno de los seres presentes.

-¡Señorita Saori!

-¿Shun, Hyôga, están bien?

Saori Kido, la diosa Athena, se mantiene serena en medio del halo. Después se arrodilla, silenciosamente dejando su mano reconfortante sobre Seiya. La hemorragia es detenida milagrosamente.

-¡Qué bien!–Athena suspira aliviada al comprobar que está vivo.

-¡Absurdo!–la voz de Enkelados, la Voz Sellada, suena temblorosa y tenue.-¿Cómo es que Athena se tele transportó del Santuario para acá? ¡Eso nunca podría ocurrir! ¡El monte Etna está protegido por la redoma de Flegra!

-Él tiene razón.-concuerda Agrios.

-Quien quiera que sea, si no estuviese vestido por un Adamas, jamás podría cruzar el espacio y venir a este templo subterráneo.-completa Thoas.

-Sí, pero solo si fueran Santos.-Enkelados se irrita con el pensamiento limitado de los otros gigantes.-¡Esta muchachita, Athena, es una divinidad, como nuestro señor!

En ese momento los poderosos Gigas están dominados por la presión de Athena, que a los ojos de cualquiera parecería una humana cualquiera.

-Este temor... ¡somos totalmente temerosos de esta mocosa, a pesar de ser algo completamente diferente a lo que sentimos por nuestro dios!

-Entiendo.-dice Typhon.

El dios de los Gigas, en la forma de Mei, está totalmente desnudo. Bajo los cabellos, ahora en un negro profundo, la criatura lanza el fuego de su mirada maligna.

–Una hendidura se abrió en la redoma de llamas terrenales sobre mi protección. Ahora entiendo. Fue la fuerza de Athena.

-Typhon...–Athena le apunta con el bastón de Nike.

Las ondas de su Cosmo hacen al suelo temblar y, montadas en vientos viciados, cruzan los mares, viajando de Sicilia hasta el Santuario en Grecia.

-Entiendo. Fue así en la antigua Gigantomaquia. Ven por ti misma a encontrar tu destino en los campos de la muerte.

-Apártate de ese cuerpo...–ordena la diosa.-Apártate de Mei.

-Entiendo. Athena está presente en su plenitud en esta era. ¿Esto qué es de mí? No es más que una marioneta. Estaré en desventaja en este frágil cuerpo humano. Además de eso, es un cuerpo terriblemente feo...

No existe posibilidad de diálogo. Typhon se limita a decir lo que se le viene a la mente, sin admitir cualquier negociación. Ignorando el pedido de Athena, el dios de los Gigas sube tranquilamente los escalones del altar.

-Sumo sacerdote.

-S... Sí, mi señor.-Enkelados se arrodilla.

-¿Dónde está mi radiante cuerpo carnal? ¿Dónde está la ofrenda?

-Está aquí, al frente suyo.-el gigante apunta en dirección de Yulij, encadenada y olvidada.

-Entiendo.-más de una vez, Typhon coloca sus manos en posición de ataque.

-¡Para!–más de una vez, Athena grita para impedir la embestida.

-¿Pretendes atacarme con ese bastón de oro?-pregunta Typhon, sin mirar para atrás.

El dios de los Gigas sabe que Athena no lo haría. Su bondad no le permite herir a uno de sus protectores. Y ese cuerpo frágil pertenece a Mei.

-El que tiene enfrente es el cuerpo de uno de sus queridos Santos.-el rostro de Typhon se convierte en una sonrisa fúnebre. Si no fuese por los cabellos, que pasaron de plateados a negros, sería la propia cara de Mei.-Si me atacas con ese bastón, este cuerpo morirá. Si te muestras indecisa, esa niña puesta en sacrificio morirá. Cualquiera que sea la decisión que tomes... ¡como es patética la voluntad de Athena!

Los brazos de Mei, que ahora son los de Typhon, se abren en el aire. Entonces, sangre.

-¡Ofrézcanme sangre!

-¿Pero que?–Shun, Hyôga y hasta la misma Athena no creen lo que ven.

Las armaduras de Adamas estallaron en astillas. El cuerpo de Mei, que ahora es Typhon, está bañado en sangre.

-Siento que falta.

Agrios y Thoas convulsionan, en pie, después de que sus armaduras fueron perforadas. Mei, que ahora es Typhon, perforó con sus manos el abdomen de los Gigas, arrancando sus vísceras con vigor. Sus órganos están expuestos y son expulsados enseguida por la presión interna del cuerpo para, finalmente, esparcirse por el suelo.

Los dos caen y la sangre de sus heridas va siendo absorbida por el piso del templo subterráneo. Un estruendo estremece la enorme caverna. La redoma de Flegra pulsa con un nuevo flujo colosal de Cosmo.

-Siento que falta.-protesta aún Typhon, desde las profundidades del abismo infernal.

Enkelados se curva ante las palabras del dios.

Aunque se están ahogando en la poza formada por sus propias vísceras, con el rostro totalmente desfigurado por el dolor, Agrios y Thoas hacen una especia de plegaria a Typhon.

-Que el sacrificio sea hecho. El poco de fuerza que tengo ahora no es suficiente para derrotar a Athena. Ofrézcanme todo lo que puedan. Sáquenme de las profundidades del vacío. Ofrézcanme.-Typhon se impone por el temor.

Los Gigas, ya condenados, dan su última muestra de lealtad, incendiando su Cosmo en el momento final de sus vidas en ofrenda a su dios. Los Cosmos de Agrios, la Fuerza Brutal y Thoas, el Relámpago Veloz son devorados por Mei, ahora Typhon.

-Sumo sacerdote...–continua el impetuoso dios.-Ofréceme tu cuerpo carnal, mi hermano más viejo. El Cosmo flameante de mis hermanos podría destrozar por dentro este frágil cuerpo de ser humano.

-Como usted quiera.-Enkelados no titubea, completamente dominado por “temor”.

-¡Ofréceme!–Typhon lanza un rayo en dirección al sumo sacerdote de los Gigas.

Enkelados, la Voz Sellada, se entrega totalmente, el alma reprimida por las palabras del dios, volviéndose literalmente un muñeco con una máscara demoníaca: mirada turbada, postura indecisa.

Un viento repleto de malos presagios causa escalofríos en los Santos. El halo va dejando el cuerpo frágil de Mei, formando un aura flameante que se separa de la figura humana: Typhon, señor de todos los vientos malignos.

-Typhon.-dice una voz.

La voluntad divina de los Gigas se detiene a medio camino, antes de ser transferida al cuerpo de Enkelados.

-¿Quién pronuncia mi nombre?

-Soy yo.

-¡Mei!–grita Athena.

Hasta ahora un títere de Typhon, Mei pasa por una evidente transformación. Sus cabellos recuperan el color plateado, el brillo turbio y flameante de esa su mirada desaparece, y los labios transmiten un tono de bondad como debería ser.

-Saori...

-¿Mei?–Athena es como una humana, entre la desesperación y la alegría de certificar que es él mismo el que está aquí.-Hay que ver… Atraviese mi cuerpo con ese báculo y lléveme junto a ese dios maldito.-pide Mei, luchando para mantener el control sobre sus palabras.

-Pero...

-¡No lo piense dos veces! ¡Este es el único momento en que usted puede hacer eso! Rápido, antes que Typhon deje este cuerpo de una vez. Usted... es la encarnación de Athena, ¿no es así?–es el Cosmo de Mei que suplica a la guerrera protectora de la Tierra, una voz apagada por el dolor, un hilo de vida que se puede romper en cualquier momento.

-Entiendo. Mientras comencé el proceso de transferencia para el cuerpo de mi hermano, el alma humana de este cuerpo se reveló, perdiendo los rasgos de dominación impuesta por mi voluntad.

-¡Yo no soy una marioneta, Typhon! Yo soy Mei, un Santo de Athena...

-Sí, y fue gracias a tu presencia frívola delante de mi mientras yo aún estaba sellado, frágil humano, que un pequeño pedazo de mi poder surgió en los días de hoy.

-¡Cierra la boca!–Mei agarra sus propios hombros con las manos manchadas de sangre, intentando impedir que la voluntad de Typhon escape completamente.

El dios, agitándose en el interior del halo, parcialmente liberado, se voltea hacia Athena.

-¿Me vas a atacar con ese bastón de oro?

-Todo lo que haces es esparcir temor con ese vendaval enloquecido.-la voz de Athena vuelve a sonar altiva, como la de una diosa.-No pasas de una fiera demoníaca hambrienta. ¿Qué podrías querer resurgiendo en los días de hoy? ¡Una voluntad pervertida como la tuya solo estaría satisfecha destruyendo la Tierra y después, por fin, a ti mismo!

-¿Dónde está la morada de los Gigas, que me adoran y me protegen?–pregunta Typhon.- ¿Dónde nosotros, Gigas, podremos establecernos en paz? ¿Quieres decir que solo tenemos la prisión en el vacío entre Gaia y el Tártaro, donde ni la misma luz puede escapar? ¡Ahora, tú, meretriz ordinaria, posando de protectora de la Tierra!–la voluntad de Typhon se confunde con la de los Gigas sacrificados, creando un caos en su Cosmo.

Una sombra pasa volando. Garras cortan la carne.

-¡Quirri!–Pallas de la Estúpidez, que permanecía oculto hasta ahora, cortó con ímpetu el costado de Mei. La sangre brotó como una bola de lodo, escurriendo para el suelo. El cuerpo del joven se inclinó pesadamente.

En ese mismo instante, la voluntad de Typhon brilló, radiante, transfiriéndose al cuerpo de Enkelados. El dios tomó para si las energías de los Gigas, uniendo a ellas todos los fragmentos de Cosmo acumulados en la redoma de Flegra, creando así un remolino de luz.

La máscara demoníaca de Enkelados cayó de su rostro, despedazándose en el suelo. Su traje sacerdotal se redujo a polvo, perdiéndose en el aire. En su lugar, rompiendo la piel de adentro para afuera, surgió una nueva armadura de Adamas, dotada de un brillo ónix nunca antes visto.

El dios está ahora en un cuerpo poderoso.

El señor de los Gigas, devorador de sacrificios y maestro de los vientos de malos presagios, finalmente se revela. La nueva imagen de Typhon es totalmente asimétrica: el lado derecho lleva llamas infinitas, en el lado izquierdo, un viento vaga sin rumbo. Los colores de los ojos, los cabellos, la piel, el propio Adamas, todo es diametralmente opuesto a partir de una línea imaginaria vertical en el centro de su cuerpo.

El nuevo Typhon es ciertamente bello. Su figura física y su voz son bellas, así como las llamas que brotan del lado derecho. Relámpagos blanco-azulados son lanzados de cada uno de los poros de su piel en el lado izquierdo.

-Athena. Siempre justificas tus luchas con la convicción de que tus combates son en pos de la justicia, escondiendo tus masacres bajo la justificación de las “Guerras Santas”.

El dios de los Gigas sabe que Athena y sus Santos libran perpetuamente un conflicto moral frente a la contradicción de batallar con violencia a fin de proteger el amor y la paz en la Tierra.

-Calla.-Athena está incomoda, pero mantiene su postura firme.- ¿Es que acaso los Gigas tienen alguna justicia a la altura de mi voluntad?

-Estás errada. No es ese el punto que debemos confrontar. El peor crimen que existe es relegar el hecho del olvido. Athena, ¿será que olvidaste hasta el mismo motivo por el cual luchamos? La batalla entre los Gigas y los humanos. En caso de que lo hayas olvidado, te refrescare la memoria. Esta no es una Guerra Santa: es una Gigantomaquia, una lucha contra gigantes.

Las palabras de Typhon alcanzan a Athena como un rayo, despertando su memoria.

-Esta es una batalla primitiva, la más primordial de las disputas. Es una lucha de supervivencia. Ninguno puede impedirla.-proclamó el dios de los Gigas.-Y tú, Mei, frágil marioneta, ya eres mío.

Typhon abre ampliamente los brazos. Mei no consigue moverse, seriamente herido por las garras de Pallas.

-Te voy a devorar aquí mismo.-la voz de Typhon hace eco, amenazadora.

Pero, en el momento en que sus puños de fuego y viento agorero se levantan, Athena lanza su bastón de oro a la altura de la cabeza de Mei. El Cosmo de los dioses choca. Los ataques son anulados, uno reduciendo el poder del otro a un nivel mínimo, y del espacio vacío surge una caja adornada con estrellas del firmamento.

No es de oro, plata o bronce, es simplemente negra como la noche.

Typhon empieza a recordar algo antiguo.

-¿Cuál de las constelaciones está simbolizada en este relieve?–se pregunta en pensamiento.

-Te lo dije, Typhon.-Mei recupera la voz milagrosamente.-No soy una marioneta. ¡Soy un Santo de Athena!

Al decirlo, la caja se abrió en el aire, revelando una Cloth brillante, que absorbía para sí misma toda la luz alrededor. La estatua de la constelación de Mei comienza a tomar forma: una mujer de lado, cuyos largos cabellos se ondulan con un breve centelleo que recuerda la imagen de una hoja brillando. La figura toda negra se desprende entonces, adhiriéndose al cuerpo de Mei.

Typhon consigue finalmente traer el recuerdo del nombre de la constelación, que permanecía lacrada junto con su voluntad desde tiempos inmemoriales:

-Eres tú, Santo de Cabellera de Berenice.

Mei lanza un ataque que proyecta la barbilla desprotegida de Typhon en el aire, lanzando al dios de los Gigas con fuerza para atrás. Typhon escupe sangre. Su mandíbula poderosa es cortada en medio.

-¿Yo... Santo de Athena...?–percibe Mei, usando lo poco que le resta de Cosmo.

Es un breve momento de felicidad, antes que se derrumbe agotado, perdiendo los sentidos.

-De hecho, admito que no recuperé a plenitud mis fuerzas…-refunfuña Typhon, tocándose la barbilla con un aire de preocupación. Lanza entonces su mano derecha contra el suelo, golpeando con vigor el piso, que se parte en dos.

La lava se levanta con estruendo, formando una columna de fuego. Un sonido estremecedor resuena por toda la gran ruta. Rocas se desprenden de las paredes, cayendo como una lluvia de meteoros. La columna de fuego de Typhon alcanza el techo de la caverna y atraviesa la barrera de piedra, llegando hasta la superficie.

-No tendrá sentido registrar esta batalla en la historia.-Typhon, envuelto en una columna de fuego, se aleja lenta y soberanamente.

El magma ardiente comienza a vaciarse por las hendiduras dejadas en la tierra.

-Tienes la obligación de luchar y matarme. Y yo tengo la obligación de luchar y matarte.

El monte Etna, la piedra angular del sello que retenía a los Gigas, desapareció en medio de la lava y la destrucción.


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