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EL VIAJE por Mara Venice

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Notas del fanfic:

Esto es resultado de pasar demasiado tiempo al volante...

 

xD

Derecha, izquierda, derecha, izquierda… Los limpiaparabrisas le robaban su atención. Era fascinante ver cómo aniquilaban a su paso las pequeñas gotitas de agua que se iban posando sobre la superficie de forma molesta. No se podía considerar lluvia, pero su existencia era lo suficientemente significativa como para tener que eliminarla.

Derecha, izquierda… debería estar pendiente de la carretera, de los vehículos que se aproximaban peligrosamente a la zona de incertidumbre, pero no, esos elementos oscuros, alargados, que danzaban al compás, sincronizados, le parecían mucho más interesantes a su distraída mente.

Fuera, el cielo plomizo se iba desvaneciendo sobre el manto verde de árboles que flanqueaban la autopista. Sólo con ver dicha imagen, podía imaginar la asfixiante humedad que reinaba al exterior, de la que se protegía con un aire acondicionado posicionado a una temperatura más baja de lo normal, tipo glaciar, necesaria para alguien como él, un ser excesivamente sensible al calor.

Derecha, izquierda… los limpiaparabrisas ahora se movían justo al mismo ritmo que la canción que empezaba a sonar en la radio. Resultaba perturbador, así que no tuvo más remedio que apagarla y eliminar cualquier vestigio de música a su alrededor. Ya sólo podía oír los limpiaparabrisas y las gotitas de lluvia aplastándose contra el cristal, así como el –casi- silencioso motor del coche.

Dirigió su mirada al pequeño retrovisor central, y allí encontró unos curiosos ojos tremendamente negros observándole fijamente.

“Oh, es cierto, le llevo a él detrás…”, pensó, acordándose de todos los hechos que le habían sucedido aquel día. “Claro, como no se digna a abrir la boca, se me había olvidado que existía”, se dijo a sí mismo, mentalmente, mientras, por fin, dirigía su atención a la carretera.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que recogió a ese silencioso y extraño ser que estaba sentado en el asiento central de atrás, casi sin pestañear?

–¿Por qué no hablas?– le preguntó, por fin, tras una larga pausa. –¿Eres mudo?, ¿te comió la lengua el gato?, ¿has hecho un voto de silencio?, por Dios, di algo ya, me pones de los nervios… o al menos siéntate correctamente y ponte el cinturón, ¿no?...

Suspiró. Y durante otros cinco minutos siguió sin obtener respuesta alguna.

–Me das miedo…– murmuró, por fin, el susodicho acompañante, con una voz suave pero a la vez ronca, como si le causara un tremendo esfuerzo el pronunciar esa escueta frase.

–¿Perdona?– contestó el otro, añadiendo a sus palabras cierto deje de indignación.

–Sí… te estoy observando desde hace un rato, y creo que eres demasiado inteligente. Me das miedo…

El conductor frunció el ceño, totalmente confuso, y decidió seguir concentrado en los limpiaparabrisas un rato más, en vez de prolongar la conversación. Al menos el tipo rarito que tenía detrás sabía hablar, y no parecía tener ningún problema en conseguirlo.

 

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El verano en Tokyo era una auténtica mierda. Por más que pasasen los años, era incapaz de soportar ese asfixiante calor asqueroso que le impedía respirar. A veces, incluso salir a la calle le parecía la tarea más imposible de realizar, pero no le quedaba más remedio; era un esclavo del trabajo.

Todos los días, en cuanto se montaba en su coche, encendía el aire acondicionado y bajaba la temperatura al mínimo. Podrían haber salido carámbanos en las ventanillas. Lo mismo hacía en su elegante apartamento, o en su despacho, aunque ese año fuera un poco más difícil, debido a los cortes de luz. Pero en la calle, bajo ese cielo abrasador, sólo podía apresurarse a caminar de sombra en sombra, o aprovechando los pasadizos construidos bajo tierra en las cercanías de las grandes estaciones de tren.

Afortunadamente, el verano de 2011 no estaba siendo tan caluroso como el anterior. Llovía más a menudo, por lo que el sol se cubría con ese manto pesado de nubes que, a pesar de conservar la temible humedad bajo ellas, conseguía refrescar un poco el ambiente. Al contrario, 2010 había sido totalmente infernal. Se habría roto una pierna a propósito sólo para no tener que ir a trabajar y, por tanto, salir a la calle, pero era demasiado asquerosamente responsable para hacer eso. A veces veía turistas extranjeros paseando alegremente por Shibuya o Shinjuku(1), y los miraba totalmente extrañado. “¿Qué mierda es lo que buscan aquí?”, se preguntaba siempre…

Sin embargo, por fin, había conseguido darse unos días de vacaciones, tras muchos años sin disfrutarlas, así que huiría lejos del calor y del estrés que le producía vivir en esa gran megalópolis.

Decidió que, en esas vacaciones, eliminaría todo lo que no le gustaba de sí mismo y de su alrededor.

 

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Evidentemente, seis días contados de descanso se pasaron demasiado rápido. Más bien era parecido a un plácido sueño que a algo real, pero en su interior sabía que había merecido la pena.

Desgraciadamente, en el momento en el que pensaba tal cosa, se encontraba conduciendo de vuelta a casa, desde el norte. El cielo estaba cada vez más gris, y posiblemente comenzaría a llover de un momento a otro.

Sonrió. Sabía que no iba a volver a su trabajo. Eso había decidido. No tenía un plan establecido para el futuro venidero, pero al menos había conseguido aclarar sus ideas. Ya se preocuparía más adelante de todo lo demás. Carpe diem. Lo único que le preocupaba en ese instante era el hambre que sentía, cada vez más acuciante, pero eso tenía una fácil solución.

Se desvió hacia la gasolinera más cercana. Además de tener hambre, se había encendido la inquietante luz naranjita que anuncia que el depósito está en reserva.

Bajó del coche, y se lo dejó encargado a los mozos mientras entraba en la tienda a comprarse cualquier porquería que calmara por unos instantes su apetito. Se decantó por un dulce que engulló allí mismo, justo antes de pagar. Añadió un botellín de agua a su compra, le dio un par de sorbos para quitarse el empalagoso sabor de su boca, y salió a recoger su vehículo y proseguir el camino, con cierta desgana.

Y allí lo vio.

Un tipo que debía tener unos veinte años o poco más estaba sentado sobre el capó del coche, como si le estuviera esperando. Era un tipo un tanto extraño, demasiado pálido, incluso más que él –que ya es decir–. Su rostro carecía de expresión aunque estaba dirigiéndole la mirada, claramente. Tenía los ojos pequeños pero absolutamente negros y brillantes. La blancura de su piel contrastaba con su cabello, igual de oscuro que los ojos, y un tanto despeinado. Qué diablos, parecía un loco recién salido del psiquiátrico.

Se acercó despacio hacia él y le miró confuso, como esperando a que se fuera de ahí por su cuenta, sin tener que dedicarle ni un par de palabras para conseguirlo. Pero no, ahí seguía, mirándole fijamente, mientras abrazaba un oso panda de peluche, lo cual le pareció todavía más perturbador.

–Em… disculpa– musitó, con delicadeza –estás sentado sobre mi coche, y no es que me moleste, pero debo irme ya, así que…

El chico raro sólo respondió negando lentamente con la cabeza.

–A ver, ¿tienes algún problema? –le preguntó, haciendo alarde de una gran paciencia –¿Te has perdido?, ¿esperas a alguien?, ¿necesitas que te lleve a algún sitio?

No sabía por qué le había hecho esa última pregunta, no era su estilo ni tenía el más mínimo de los sentidos, pero fue la única que fue respondida con un asentimiento enérgico por parte del otro, así que se encogió de hombros, se dirigió al vehículo para abrir la puerta del copiloto, y le ofreció entrar con un gesto de su mano, mientras miraba totalmente alucinado como el chico abría una puerta de atrás y entraba tan tranquilo, sentándose justo en medio, dejando el muñeco a su derecha.

Volvió a encogerse de hombros y, aún confuso por la situación, entró en el coche, se puso el cinturón y miró hacia atrás.

–Voy a Tokyo, ¿te viene bien? –preguntó a su nuevo acompañante, que volvió a responder asintiendo con fuerza.

–Pues nada, ya me dirás dónde quieres que te deje… –murmuró el otro, en voz baja, encendió el motor, y se dispuso a reanudar el viaje.

 

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Llevaría horas conduciendo, cuando por fin el invitado soltó esa extraña frase.

–¿Qué te doy miedo porque soy demasiado inteligente? –repitió el conductor, cada vez más extrañado. –Vaya, ahora resulta que ser inteligente es malo y da miedo… además, ¿qué te hace pensar que lo soy?

–Tienes cara de serlo –respondió el otro, tras aclararse la voz. –Y sí, ser inteligente es malo. Seguro que sufres más que un ser más tonto, te planteas cosas problemáticas y dejas escapar lo importante por pensar demasiado… es un hecho.

El invitado, aún sin nombre, giró la cabeza y miró un buen rato por la ventanilla. El conductor echaba un vistazo de vez en cuando hacia él, a través del retrovisor. Le gustó su perfil. Se hubiera quedado observándolo todo el tiempo, pero se estamparían contra algo, así que lo mejor era dedicarle una mayor atención a la carretera y sus peligros. El silencio volvió a aparecer durante unos minutos más.

–Estás muy delgado –sentenció el invitado.

–Gracias.

–No era un cumplido. Creo que tendrías que pesar más. Se te nota demasiado en la cara, ¿sabes? Aunque ese lunar que tienes debajo del ojo te queda muy bien…

–¿Eh? –musitó el conductor, abriendo los ojos como platos. De mudo, el tipo raro había pasado a escupir palabras sin ton ni son.

–Lo que no entiendo es, en general, tu aspecto, –prosiguió, tan tranquilo y con total confianza. –Tienes muy buen coche, un Lexus de alta gama. Se ve que debes de ganar mucho dinero. Cualquiera diría que eres un exitoso hombre de negocios, y que le dedicas muchísimo tiempo a tu trabajo. No creo que estés casado, o al menos no llevas una alianza, aunque tal vez vengas de estar con tu amante y te la hayas quitado… Sí, –sonrió misteriosamente– tienes suficiente dinero para mantener esposa, hijos e incluso alguna amante, pero creo que dedicarle tanto tiempo al trabajo ha conseguido que acabes solo en este mundo, ¿no es así?.

Así era imposible mirar a la carretera. Sólo podía observar al extraño ser a través del reflejo en el retrovisor, y escucharle hablar sobre su supuesta vida aún sin conocerle, y sin responder a nada de lo que decía.

–Además…–continuó– yo diría que tienes un trabajo serio, pero entonces hay algo que no encaja… ¿por qué te has teñido el pelo de rubio recientemente?

¿Cómo sabía que se acababa de teñir el pelo? Había sido una de sus locuras de estas vacaciones, pensando en un cambio radical que le hiciera no volver a ese trabajo que tanto odiaba.

–Es porque no tienes raíces, ¿eh? –prosiguió el otro. –No es que te haya estado persiguiendo desde hace tiempo ni nada de eso, no te asustes. En fin, que no te entiendo, hay muchas cosas en ti que me parecen raras…

–¿Cómo te llamas? –le interrumpió el conductor, tratando de tener una conversación un poco más normal, y procurando convertirse en el entrevistador y no en el interrogado.

–Ryutaro.

–Bonito nombre… ¿cuántos años tienes? –volvió a preguntar, sin dejarle la oportunidad de que volviera a empezar a hablar sin parar.

–Treinta y ocho.

–Y una mierda vas a tener treinta y ocho años…

–Pues los tengo… ¿te enseño mi documentación? –contestó el tal Ryutaro, con voz tranquila.

–No, no hace falta, en fin, si dices que tienes esa edad, me lo creeré por el momento, pero vaya, que pensaba que tendrías como quince años menos que yo, mínimo, y sólo son casi tres años de diferencia…

–Así que has pasado ya la barrera de los cuarenta…

–Casi.

–¿Y tú cómo te llamas?

–Tadashi –respondió, extrañado de ser tan informal y no haber dado su nombre completo.

El acompañante rió tras escuchar dicho nombre.

–¿Ocurre algo? –preguntó el conductor.

–Ese nombre es perfecto para ti… supongo que se escribe con el kanji de “correcto”, ¿verdad?(2)

–¿Y?

–Así es como eres tú, siempre haciendo lo justo, lo correcto… o intentándolo, aunque no te salga bien… Es más, seguro que la mayoría de las veces no te sale bien, y por eso te has vuelto loco, te has teñido el pelo de rubio y has recogido a un desconocido en tu lujoso coche…

Tadashi respiró un par de veces profundamente, para evitar que su estimada paciencia se desvaneciera y la ira apareciera de nuevo.

–Olvidémonos de mí, que ya me conozco bastante bien, y responde tú –dijo, tras su intento de relajarse –¿Qué diablos hacías allí, en la gasolinera?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde quieres ir?

–Siempre haces muchas preguntas a la vez, y así me estreso, Tadashi… De dónde vengo da igual, esa obsesión por el pasado es la que mata a tantos seres humanos que no son capaces de avanzar, ¿sabes? Supongo que debe ser bonito atesorar los recuerdos de una hermosa infancia, y recurrir a ellos para escapar del presente, pero no tiene sentido en el momento en el que te das cuenta que ese presente es una mierda, porque, que yo sepa, aún no existen las máquinas del tiempo y no vamos a poder volver atrás. Del mismo modo, tampoco podemos deshacer los errores que hayamos podido cometer y que nos martirizan en la actualidad, obsesionados con lo que podría haber pasado o no… ¿no crees?

Sí… sí que lo creía, pero estaba tan absorto en la conversación del extraño y en sus propios recuerdos que no era capaz de responder nada.

Era inevitable pensar en el pasado. En ocasiones, en su despacho, cuando se daba el lujo de descansar unos minutos, cerraba los ojos y pensaba en su infancia, feliz y normal como la de cualquier niño. Se acordaba de todo lo que no quería ser al irse haciendo mayor y de todo en lo que quería convertirse. Y el resultado había sido todo lo contrario a lo planeado. Nunca pudo, ni siquiera se planteó, conseguir el trabajo de sus sueños ya que era absurdo. Tampoco se divirtió todo lo que él habría querido divertirse. ¿Cómo sería su vida si el peso de la sociedad no hubiera estado tan presente en todas sus decisiones?

Sacudió la cabeza para dejar de pensar en todo aquello, y se recolocó las gafas con el dedo índice hasta su posición correcta. La lluvia era más fuerte, por lo que los limpiaparabrisas se movían frenéticos sobre la superficie, en una perfecta danza sincronizada.

–Cuando eras un niño, ¿qué querías ser de mayor? – preguntó de repente el conductor a su invitado, tratando de frenar su discurso deprimente.

–Quería trabajar en un circo –contestó sin pensarlo ni un segundo.

–¿Un circo? Vaya… pero si los circos son deprimentes…

–Bueno, son deprimentes a ojos de adultos inmersos en la esclavitud de la sociedad. Un niño no puede ver más allá de la fantasía que rodea todo aquel mundo…

–De cualquier forma, ¿lo conseguiste?, ¿en qué has terminado trabajando?

–He hecho de todo… –respondió el invitado, un tanto pensativo. –Pero me han acabado echando de todos los sitios… me cuesta integrarme… bueno, ahora llevo un tiempo en un sitio, pero me aburría, así que me he escapado una temporada.

–¿Escapado? –preguntó el conductor, arqueando una ceja.

–Sí, lo he hecho muchas veces ya, no pasa nada. Luego vuelvo, y tan amigos, siempre me dejan volver. Creo que soy indispensable allí –contestó el moreno, sonriendo de forma infantil.

–¿Ese sitio está en Tokyo?

–No, pero no importa, yo voy a Tokyo.

–Pero, ¿por qué? –insistió Tadashi.

–Está claro, porque tú vas allí y estoy en tu coche. Qué pregunta más absurda, Tadashi…

La situación era cada vez más surrealista. Y escuchar su nombre dicho con tanta confianza le hacía sentirse realmente extraño.

–Me estoy mareando, ¿podrías parar un rato? –preguntó de repente el invitado.

–Hum, espera un momento. En cuanto pueda, paro –respondió el otro, con cierta brusquedad. Miró hacia delante. A unos pocos metros había una salida hacia una carretera secundaria que se dirigía a una ciudad cuyo nombre no había escuchado en su vida, pero qué diablos, no pasaba nada por desviarse, Tokyo podía esperar, y si seguía en la autopista no podría parar el coche cuando se le viniera en gana.

Una vez dirigidos hacia su nueva dirección desconocida, frenó aún más la velocidad hasta detenerse a un lado del camino, encendiendo los intermitentes dobles y parando finalmente el motor del vehículo.

El tipo raro se bajó del coche y se dirigió a la puerta del copiloto. La abrió y se acomodó en dicho asiento. El conductor sintió cierta inquietud al sentir al tal Ryutaro tan cerca suya.

–¿Te sientes menos mareado? –le preguntó, titubeando.

–Hum, sí… creo que tendría que haberme puesto aquí desde el principio. Ya no me das tanto miedo.

–¿Ya no te parezco inteligente? –bromeó Tadashi.

–Sí, hombre, sí que me lo pareces, pero creo que estás demasiado cansado de estar solo, así que te haré compañía, al menos hasta el final.

–¿Hasta el final?, ¿qué final?

–El final del viaje, por supuesto… –contestó Ryutaro, sonriendo. –Bueno, cuando quieras puedes seguir, ¿eh? Ya me encuentro bien –añadió.

 

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El viaje se reanudó. Tadashi no tenía ni puñetera idea de por dónde estaba yendo, ni de dónde estaba Tokyo. Pero daba igual, ni siquiera tuvo la intención de encender el GPS que tantas veces le había ayudado a no perderse.

Había pasado como una hora desde que llegaron al camino secundario y fueron recorriéndolo desde entonces. Las nubes habían comenzado a disiparse y por tanto, los limpiaparabrisas habían dejado de bailar. Los viajeros se habían contado sus vidas con total confianza. Las palabras fluían sin cesar de uno y de otro. Era como discutir con uno mismo.

Tadashi nunca había hablado con nadie sobre sí mismo, pero de repente estaba contándole obra y milagros a un total desconocido. Todas las palabras que no había podido decir a lo largo de su vida, las estaba soltando en ese mismo momento. Le narró cómo acabó estudiando Derecho, tal como sus progenitores le habían “recomendado”, cómo fue olvidando su preciado “hobbie” de tocar y componer música para estudiar leyes y más leyes, cómo se alejó irremediablemente de lo que siempre había soñado para ir escalando cada vez más en ese mundo competitivo de mentiras mientras la cuenta del banco aumentaba vertiginosamente, así como su prestigio, y por otra parte su vida social se precipitaba hacia la extinción.

–Así que has acabado montando tu propio despacho de abogados…–comentó el invitado, realmente sorprendido por toda la historia que acababa de escuchar.

–Efectivamente…–contestó el otro, sin interés, mirando la carretera muy concentrado, con una mano sobre el volante y otra sobre la palanca de cambios.

–¿Te gusta lo que haces? – preguntó Ryutaro.

–Al principio le cogí el gustillo, la verdad… Empecé a ganar mucho dinero y claro, eso vuelve ciego a cualquiera. Sólo quería más dinero y más prestigio. Ahora mismo podría darme todos los caprichos que me diera la gana… pero… estoy aburrido.

–Entonces va a ser verdad…

–¿El qué?

–Que el dinero no lo es todo…

Tadashi se encogió de hombros. Una curva más cerrada de lo normal le hizo colocar ambas manos sobre el volante para un mejor control de la tracción del vehículo.

–La salud también es importante –murmuró el conductor, segundos después. –Incluso la mental…

Ryutaro rió. Sabía que eso iba por él. También le había estado narrando su confuso pasado repleto de problemas mentales e idas y venidas de “casas de locos”, como él mismo las llamaba.

–Sí, es importante… pero la salud mental está sobrevalorada, créeme –le respondió, divertido.

–Tal vez.

–Seguro que yo soy más feliz que tú, en este momento, incluso aunque alardees de estar súper cuerdo, amigo…

–¿Y por qué ibas a estar feliz? –preguntó Tadashi en tono burlón.

–Pues… porque se aproxima el final del viaje.

“El final del viaje”, repitió Tadashi mentalmente. Mejor no pensar qué mierda quería decir con eso y seguir hablando con total normalidad. Pero el discurso del otro le interrumpió.

–Supongo que sabes que la vida es simplemente un viaje, ¿no es así? –preguntó Ryutaro, sin esperar respuesta. –Un viaje tiene un comienzo y un final. La diferencia es que en el viaje sabes exactamente cuándo va a terminar, y en la vida no, normalmente. El final es seguro, lo que no es seguro es el cuándo y el dónde, y eso es realmente aterrador…

–¿Cómo? ¿No es más aterrador saber exactamente cuándo vamos a morir? –cuestionó Tadashi.

–No. Verás, sólo tienes que imaginarte un viaje. Imagínatelo. Piensa que no sabes cuándo va a terminar, ni dónde. ¡Serías incapaz de disfrutarlo plenamente! –exclamó el moreno, totalmente entusiasmado. –Sólo podrías pensar que en algún momento va a terminar, no sabrías si ir hoy a tal excursión o a visitar algo porque podrías ir mañana, o no… pero no lo sabes, no tienes ni puta idea del tiempo que te queda para hacer las cosas que quieres hacer… es angustioso…

Tadashi permanecía mudo, pensando en todo lo que el otro le estaba diciendo, tratando de comprender la sucesión de palabras que iban llegando a su cerebro.

–No obstante –prosiguió Ryutaro –si alguien te dice “tu viaje durará una semana”, te organizarás para que te dé tiempo a hacer todo lo que quieres, y lo disfrutarás plenamente. Para mí, la vida es igual –dijo, tras tomar aire. –Como no sé cuándo va a terminar, no sé qué debo hacer y que no, y me agobia, me agobia terriblemente… no sé si estoy perdiendo el tiempo o si hago demasiadas cosas y al final me voy a aburrir. Quisiera que alguien me dijera cuántos años me quedan, para así dejar de agobiarme…

–Pero pensar así no es normal, lo sabes, ¿no? –respondió Tadashi, de forma calmada. –Casi nadie sabe cuándo va a morir, y todos seguimos con nuestras vidas, con total normalidad. Sin embargo, si te dicen que vas a morir en unos meses, te vuelves loco, te mueres de terror, no sabes qué hacer…

–Sin saber cuándo vamos a morir, seguimos con nuestras vidas, pero no con total normalidad, puesto que puede que estemos desaprovechando el tiempo…

El silencio reinó dentro del coche durante algunos minutos, mientras ambos pensaban en la conversación, tratando de buscarle el sentido.

–¡Ya sé! –exclamó Ryutaro, interrumpiendo la meditación. –Vamos a imaginarnos que éste es nuestro último día de vida.

Tadashi desvió la mirada de la carretera durante unas milésimas de segundo, y la dirigió hacia su izquierda, donde estaba su acompañante. –Venga –contestó, tras un instante, divertido con la idea.

El silencio volvió a ser el protagonista durante algunos minutos.

–¿Por qué no te has casado? –preguntó el moreno, de repente, cambiando de tema.

­–¿Qué? ¿Sólo tenemos un día de vida y me empiezas a hacer preguntas absurdas? –respondió el otro, indignado.

–Bueno, que no haya tiempo no quiere decir que no debamos detenernos a conocer a los que nos rodean…

El rubio suspiró, o más bien bufó.

–No me gustan las mujeres –respondió, finalmente.

–Anda, ¿eres gay? –preguntó el otro, entusiasmado. –Vaya, jamás lo habría dicho, no lo pareces en absoluto. ¿No te has casado por eso, entonces? ¿Y qué opina tu familia? No, más importante aún, ¿qué opinas, tú que parece que siempre has querido seguir al pie de la letra los designios de la sociedad? Contéstame sinceramente.

–Hum… no tengo por qué opinar nada. Así es como soy, y no lo puedo cambiar. ¿Hubiera preferido ser como la gran mayoría y formar una familia? Pues sí, supongo… tienes razón, no me gusta ir en contra de la sociedad. Joder… en realidad odio a la puta sociedad…

–Sí, es el peor de todos nuestros enemigos –comentó Ryutaro, rascándose la cabeza. ­–La sociedad es el dictador. Nos dice qué debemos hacer, cómo debemos vivir nuestra vida. Y quienes no acometen lo que manda, son marginados. Y quienes acatan todas sus órdenes, sin realmente desearlo, que es la gran mayoría, son unos infelices de mierda…

­–Joder, sí… –afirmó el conductor, cada vez más deprimido.

–Pensemos que en tu vida no importa ni la sociedad, ni lo que opine la gente que te rodea… ¿qué crees que estarías haciendo? –preguntó el copiloto.

–Sería músico, lo tengo clarísimo… Tampoco me habría casado, pero no me habría dado miedo ni enamorarme ni tener una relación seria con alguien… no estaría solo. Y también tendría el pelo teñido de rubio, pero desde hace más tiempo… creo que sería feliz.

–Entonces, en un universo paralelo, eres un músico de pelo rubio teñido. Y no estarías solo. ¿Serías famoso?

–Hombre, quisiera tener algo de reconocimiento, claro –contestó Tadashi, divertido con el juego. ­–Vaya, el suficiente para poder dedicarme en exclusividad a la música.

-Bien. Pues serías el líder de una banda –afirmó Ryutaro, sonriendo. –Tocarías el bajo, te pega tocar el bajo… y yo… bueno, también estaría en tu banda. Sería el vocalista, ¿te imaginas?

–No estaría mal, aunque no te he escuchado cantar.

–Bah, lo hago bien, seguro… ¡Me gusta esa vida paralela!

–A mí también. Como hoy es nuestro último día de vida, cuando esto finalice, despertémonos en ese universo paralelo, ¿qué te parece? –sugirió Tadashi.

–¡Me encanta la idea! –exclamó el otro, rebosante de felicidad.

Ambos viajeros sonreían. El sol había comenzado a brillar con fuerza. Ryutaro trataba de esconderse de él, tapándose con la extraña chaqueta que traía. Tadashi le dio más intensidad al aire acondicionado. Si el mundo iba a terminar ese mismo día, tenía que acabar con una temperatura perfecta. Distintos grupos de casas se sucedían, el camino se hacía cada vez más escarpado y sinuoso, y el tanque de gasolina empezaba a vaciarse, pero ya todo daba igual. Sólo importaba ese universo alternativo feliz que les esperaba al final del viaje.

–¿Tú también estás solo? ­–le preguntó el conductor a su acompañante, al cabo de unos largos momentos de silencio.

–En realidad sí. Y eso que no lo tengo tan difícil como tú, ¿sabes? Porque yo no soy gay. A mí me da un poco igual el sexo de las personas, lo único que me llama la atención es lo de dentro y la energía que me transmiten… aunque claro, no negaré que necesito una carcasa que me guste, digamos, aunque siento atracción tanto por lo femenino como por lo masculino, y veo la belleza donde otros no la encuentran.

Tadashi asintió, dando a entender que había comprendido todo lo que el otro le había contestado.

–A pesar de eso –prosiguió Ryutaro ­–no he encontrado a nadie para mí. No lo sé, tal vez el hilo rojo que está atado en mi meñique se ha roto en algún punto, y por eso el ser que está destinado a mí no me encuentra. Y me da pena, porque entonces el pobre también tiene un hilo roto, y está tan solo como yo en este mundo.(3)

–Bueno, no te preocupes por esa chorrada del hilo rojo, ¿eh? Aunque esté roto, tú lo has dicho, debe haber alguien más con el hilo roto, destinado a ti. Curiosamente, yo siempre he pensado eso. Es de niñas adolescentes creer en el puto hilo rojo del destino, ¿verdad? Pero siempre lo he creído, que, o se habían olvidado de atarme el hilo, o se había roto en algún momento… Menuda mariconada…–confesó, riendo ligeramente.

Ryutaro abrió los ojos hasta casi parecer un búho.

–Vaya… ¿sabes lo que eso quiere decir? –preguntó a su “chófer”.

–No tengo ni idea… -contestó éste, encogiéndose de hombros.

–Pues está claro, ¡tú hilo y el mío son el mismo! ¡Y se han roto en medio!

Tadashi soltó unas sonoras carcajadas, ante tales deducciones. –Entonces estamos destinados…

–¡Joder, sí! Vaya, nuestro último día está siendo inmejorable, ¿no crees?

–Sí… la verdad… me alegra dejar mi vida actual de esta manera.

–Recapitulemos… –espetó Ryutaro, cambiando de tema. –Hemos descubierto nuestras vidas paralelas, a las que vamos a despertar cuando dejemos éstas y hemos encontrado el extremo del hilo que nos faltaba… ¿qué quieres hacer ahora, antes de que termine el viaje?

–A ver…–murmuró Tadashi, dubitativo –una de las dos cosas que más me gustan, a parte de la música, es comer.

–Pues paremos a comer. La verdad es que yo no tengo hambre, pero si tú quieres, comamos algo.

–Estamos en mitad de la nada.

–Yo sólo te puedo ofrecer un par de onigiri (4) que traje conmigo, pero…

–¿Onigiri? Es justo lo que quería… –contestó el conductor, animado, mientras ponía el intermitente izquierdo para parar en un lugar seguro de esa desolada carretera. Justo más adelante había un camino de tierra que se internaba en el campo. Siguió despacio a través de él, levantando infinidad de polvo a su paso, hasta llegar a un sitio tranquilo bajo la sombra de un árbol. Abrió las ventanillas y apagó el motor del coche. La brisa que corría de un lado al otro del vehículo era realmente agradable.

Ryutaro se dio la vuelta y buscó en el asiento de atrás una especie de mochila de tela que traía consigo. De allí sacó un onigiri de considerable tamaño, envuelto cuidadosamente.

–Era por si me entraba hambre, pero no tengo, así que quiero que sea para ti –le dijo al rubio, que le miraba extrañado.

–¿Estás seguro?

–Sí, sí… para ti –le dijo, dándole la pieza. El otro la desenvolvió y tras un sentido “itadakimasu” (5), la devoró como si no hubiera comido en días.

Ryutaro buscó la ruedecilla para bajar el respaldo de su asiento hasta el máximo, y se acomodó mientras el otro viajero terminaba de comer.

–Se está demasiado bien aquí –murmuró el moreno, mirando el cielo, ya claro, a través de la ventanilla.

­–Sí… -contestó Tadashi, mientras trataba de acomodarse también y descansar un rato, bajando también el respaldo de su asiento hacia atrás, imitando a su acompañante, quedando casi en horizontal. –Da pereza hacer algo más antes de terminar el viaje, ¿verdad?

–¿Qué crees que nos falta por hacer? ¿Qué es lo otro que te gusta, además de la música y comer?

Tadashi sonrió.

–Dime –insistió Ryutaro, curioso.

–El sexo –respondió el otro, con un semblante serio en su rostro.

Ryutaro arqueó ambas cejas, y se encogió de hombros. –No se me ocurre una forma mejor de terminar el viaje.

Acto seguido y de forma impulsiva Ryutaro se subió a horcajadas sobre el que había sido hasta el momento el conductor del vehículo, buscó su boca y le besó profunda y pausadamente. Tadashi no estaba especialmente acostumbrado a que se le subiera encima un desconocido con tal descaro, pero sentir ese cálido cuerpo sobre él le dejo paralizado. Sus brazos tomaron vida por fin y rodearon al ya no tan extraño acompañante. Sintió la necesidad de tocar su piel, la cual imaginaba fría como el mármol. Se sorprendió, no obstante, al percibir el calor que emanaba y que superaba incluso el suyo propio.

¿Qué estaba haciendo? No tenía sentido. Pero no importaba. Lo único significativo en aquel momento era ese ser que estaba montado sobre sí mismo. La posición era incomoda, el interior de un vehículo nunca había sido un lugar idóneo para tales menesteres. Ryutaro era alto –mucho más que él-, por lo que como se moviera lo más mínimo, su cabeza chocaría contra el techo. Pero no importaba. Tampoco importaba la ropa. No había tiempo, el día terminaba, todo se acababa. La piel podía ser acariciada por debajo de la tela. Algunos botones se abrieron, algunas cremalleras se bajaron y la ropa fue apartada tan sólo lo estrictamente necesario para poder realizar a cabo lo que ambos querían.

–No tengo condones…–susurró de repente Tadashi, con la voz entrecortada, en un alarde de sinceridad, justo antes de penetrar al ser que tenía montado sobre sí mismo.

–Bueno, hoy se acaba el mundo, recuérdalo. Da igual contagiarse de lo que sea, no importa que seamos irresponsables –contestó Ryutaro, tras soltar un par de carcajadas. (6)

El acto no duró mucho. La excitación que ambos tenían, lo extraño del momento, el saber que era la última vez… el resultado fue un encuentro corto pero intenso que dejó a ambos extenuados y medio dormidos durante un breve periodo de tiempo, hasta que el que se encontraba debajo empezó a notar excesivamente el peso del de arriba.

–Em… Ryutaro…–le llamó, zarandeándole suavemente para despertarle. –Tenemos que irnos, que el tiempo se acaba, ¿recuerdas?

–Mm… sí, es cierto –contestó, incorporándose, recolocándose la ropa y pasando de nuevo a su asiento. Mientras, Tadashi también se desarrugaba la ropa y colocaba el asiento en su posición correcta.

Una vez listos, el conductor volvió a encender el motor del coche, pero dejó las ventanillas bajadas, para que entrara la brisa campestre.

–¿A dónde vamos ahora? –preguntó Ryutaro. –¿Quieres hacer algo más?

–No –contestó el otro, tajante. –Quiero que esto se acabe ya. Es perfecto. No necesito nada más para pasar al otro lado. No quiero vivir nada más después de esto.

Ryutaro le miró con los ojos brillantes, sonriente y sintiendo su corazón henchido de orgullo.

–Bien, entonces ya hemos llegado al final del viaje –sentenció.

Tadashi asintió. El pie pisaba el acelerador con fuerza. Sus manos estaban sobre el volante, agarrándolo con firmeza. El vehículo se dirigía ahora cuesta abajo, cada vez más rápido. El conductor miraba fijamente el camino, sonriendo, sintiéndose totalmente aturdido por la repentina felicidad que se había apoderado de él. Sabía que Ryutaro estaba a su lado, también feliz, tranquilo. En el horizonte podía ver el final de su viaje, el paso a ese universo alternativo que le esperaba, donde podría ser todo lo que siempre había deseado. Fuera, la velocidad distorsionaba el paisaje.

El camino desapareció, ya no había nada. Sólo podía sentir la velocidad y la felicidad.

 

Tadashi cerró los ojos, para poder disfrutar bien el momento. De repente, sintió una fuerte gravedad. Todos sus sentidos se agudizaron y ralentizaron el tiempo. Los fotogramas que componían su vida se sucedían como una película a cámara rápida en su mente. La gravedad era cada vez más fuerte. Allí estaba el final del viaje, el otro mundo. En un instante. Ya mismo…

 

Ya…

 

Ahora.

Notas finales:

Notas:

  1. Supongo que tenéis una idea de la división en distritos de Tokyo. Shibuya y Shinjuku son de los distritos con más movimiento de la ciudad, y dos grandes centros de ocio y vida nocturna, ambas en la vertiente occidental de la capital (Shinjuku más al norte, y Shibuya más al sur).
  2. Tadashi se escribe con el kanji de 正, y uno de sus significados es el de “correcto”.
  3. Todos conocemos la leyenda del hilo rojo que, se supone, ata los meñiques de dos personas que están destinadas a conocerse y amarse, y que es irrompible e invisible. Plastic Tree tiene una canción que se llama 真っ赤な糸z88;(Makkana ito), que significa “Hilo rojo intenso”. El primer kanji es el de “verdadero”, el segundo el de “rojo” y el último, el de “hilo”.
  4. Onigiri es algo muy típico de la gastronomía diaria japonesa, y supongo que conocido por todos. Son bolas de arroz rellenas de algo, y en muchos casos, envueltas con alga nori. Uno de mis favoritos es el de huevas de salmón. :D
  5. Itadakimasu. Es la expresión que se dice antes de comer. Literalmente tiene el sentido de estar recibiendo algo de un superior. Los japoneses tienen una forma de lenguaje particular honorífico llamado keigo. Itadakimasu es la forma honorífica de decir morau, que significa recibir. Es una pesadilla de estudiar.
  6. Eso no se hace xD Hay que usar protección, ¿eh? xDDDD

 

La verdad es que tenía pensado otro final para esta historia. Supongo que se me ocurriría uno de esos días “emos” que todos tenemos de vez en cuando. El caso es que deseché ese final y por ahí anda, perdido en la nada. Si alguien quiere conocerlo, que me lo pregunte personalmente y se lo contaré. :D

Desgraciadamente, me identifico con este Tadashi. ¿Quién de nosotros hace en el presente, exactamente lo que querría estar haciendo, de verdad? Porque sí, yo hago algo que me gusta, pero en absoluto es lo que me llenaría. Y ¿ha sido el peso de la sociedad lo que me ha impedido ser quien realmente quiero ser? ¿O la simple cobardía?

Si pudierais elegir una vida paralela… ¿seríais exactamente iguales que en vuestra realidad actual? ¿Qué cambiaríais?

Esto es lo que pretendía plantear con este absurdillo escrito. 

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Gracias por dedicar unos minutos de vuestro tiempo en leerlo ^__^

 


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