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How To Save A Life por Sabaku No Ferchis

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Notas del capitulo:

¡Hola! Me he tardado creo que más de seis meses y pido una disculpa, pero como siempre digo, jamás abandonaré la historia :3 

¡Muchas gracias por los reviews pasados, espero que sigan ahí! n.n 

Notas: Este capítulo contiene una escena de violación (._.) Oh, y lamento hacer de Deidara un maldito :v No es mi intención porque lo adoro, pero era él o Naruto xD 

¡Espero que les guste!

 

[CAPÍTULO 18]

 

Wishing well

. . .

~ Cariño, ¿dónde estás ahora? Te encontraré debajo de un pozo de deseos ~

. . .

 

En su memoria vagaban los recuerdos todo el tiempo, como formas extrañas escondiéndose entre una niebla densa. Deidara había aprendido que una sonrisa siempre era la mejor manera para aparentar que todo estaba bien, y de cierta manera, eso empujaba todo lo malo hasta lo más recóndito de su mente. Sin embargo, en todo eso había algo que valía la pena recuperar: el rostro sonriente de su padre y sus labios manchados de sangre, que arrastraban las palabras de su último deseo:

Protege a tu hermanito, Deidara. Yo ya no estaré aquí para hacerlo, así que en adelante todo dependerá de ti. Protégelo. Protéjanse entre ambos.

Con ello, recordaba también a un pequeño rubio asustado, que hundía fuertemente el rostro de su hermano menor contra su pecho en un intento por privarlo de aquella escena. Ese niño, de apenas once años, clavó con fuego aquella petición en su pecho, aunque a esa edad no entendía muy bien la magnitud de su juramento.

Lo que sucedió después eran imágenes borrosas: los hombres de su padre cargándolos a él y a Naruto para apartarlos de la escena del crimen, el rostro de Kushina contraído por el horror y la tristeza, Naruto preguntando por su padre (Deidara-nii, ¿verdad que papá estará bien? Los doctores harán que deje de sangrar, ¿cierto, Dei-nii?) …. Luego, venía la negrura, un mar dentro de su cabeza que llevaba a la nada.

Protege a tu hermanito…

Y Deidara lo hizo, lo hacía, y lo seguiría haciendo. Lo haría hasta el fin de los tiempos, sin importar el precio a pagar o aquellos por los que tuviese que pasar. Nada que hiriera a Naruto podía pasar desapercibido para él.

—¿Sasori lo sabe? —la voz de Kanaye se escuchó a seis años de distancia, en el presente. Deidara parpadeó con el ceño fruncido, mientras miraba a su amigo de reojo y le daba una calada a su cigarro—. ¿Sabe que fumas?

Estaban en las gradas de la cancha, los demás ya se habían marchado. Sobre ellos había un cielo que carecía de estrellas; lo único que evitaba que el mundo cayera en la oscuridad era la luna menguante.

—No, no lo sabe—respondió. Dio una calada más y tiró al suelo la colilla—. Ni tampoco debe saber lo que tenemos planeado. Estoy casi seguro de que Sasori le tiene simpatía a esa escoria roja.

 

¿Por qué cuando uno corre con prisa los pasos se hacen más lentos y pesados? Tal vez era solo su imaginación, pero, aun así, Sasuke intentó esforzar más los músculos de sus piernas. Se sintió bendecido cuando, al fondo del pasillo que llevaba a la oficina de Tsunade, vio a su padre, que apenas estaba llegando a la puerta.

—¡PADRE! —su grito le hizo trastabillar un poco. Fugaku se giró para verlo y Sasuke recuperó el equilibrio—. ¡PADRE, DETENTE! —frenó de golpe al llegar hasta su padre, casi se estrella contra el suelo. El Uchiha mayor lo miró con serenidad, arqueando una ceja en señal de duda.

—¿Qué sucede con…

—¡No puedes! —interrumpió Sasuke, arrastrando las palabras por su adolorida garganta. Necesitaba recuperar aire, pero lo único que le importaba era que Fugaku lo escuchara—. No puedes sacarme de aquí, ¡no puedes!

Argumentos. Debía buscar argumentos convincentes: Mentiras. Si decía que uno de sus compañeros estaba esperando un hijo suyo, quien sabe de lo que Fugaku Uchiha sería capaz de hacer. Sasuke lo conocía demasiado bien como para saber que jamás aprobaría su relación con Gaara.

El mayor observaba a su hijo de manera inmutable. Durante los siguientes segundos no dijo ni una sola palabra hasta que Sasuke terminó de recuperar el aliento. Los rastros de rubor en las mejillas del muchacho habían desaparecido, su respiración era normal y constante.

—Esa actitud…—comenzó a decir. Su mirada inspeccionaba al menor como si se tratara del fósil de un dragón dentro de la vitrina de un museo, y él fuese un paleontólogo escéptico—. Tú no eres así—aseguró. Sasuke hizo de sus labios una fina línea—. Itachi no quiso decírmelo, pero sé que estás así por alguien.

El menor quiso retroceder un paso y se contuvo, sin embargo, no pudo evitar ponerse pálido. Una sensación helada le recorrió toda la espina dorsal.

—Mírate—exclamó su padre, llevándose ambas manos a la cintura—. Mira cómo te pones, querías retroceder y ¡por dios! Tu boca está temblando—esperó que su hijo por fin hablara, lo cual no sucedió. Fugaku cruzó los brazos a la altura del pecho—. ¿Quién es ella? ¿Cuál es su nombre?

El joven se mordió el labio y desvió la mirada.

—¿Por qué supones que es ella? —mustió bajito, no lo suficiente para que el mayor le entendiera.

—¿Qué dijiste?

—Nada.

El Uchiha mayor permitió que los siguientes momentos pasaran en silencio absoluto. No había mucha gente en el campus; los fines de semana siempre eran así, la mayoría de los estudiantes iban de visita con sus padres, o a los bares de la cuidad con una bola de amigos. Largó un suspiro cansado, girándose hacia la puerta de la directora.

—Si piensas quedarte callado, no esperes nada de mí.

Su mano estaba ya sobre la madera cuando Sasuke, de improvisto, elevó la voz sobre el pasillo.

—¡Dame hasta la ceremonia de clausura! —pidió. Cuando Fugaku lo vio, tenía ambas manos hechas puño. Sus cejas dibujaban una expresión segura y decidida. La mano del mayor abandonó la puerta—. Serán dos días, nada más. Hasta entonces, habré arreglado todo. Luego me iré a Inglaterra.

—¿Arreglarás qué?

—Mis asuntos—dijo Sasuke—. Mis asuntos con esa persona.

—¿Y qué clase de asuntos son esos?

—Asuntos bobos de pareja—contestó el joven—. No lo entenderías.

Fugaku expandió la mirada.

—Escucha, no tengo problema con que salgas con mujeres siempre y cuando…

Sean primero los deberes—Sasuke terminó la oración, el lema de la familia Uchiha—. Y lo serán, por eso déjame arreglarlo solo.

Hubo, de nuevo, silencio. La mirada del mayor le dio a entender a Sasuke que había logrado algo. Se sintió tremendamente relajado, como si hubiera participado en un maratón larguísimo y después de llegar a la meta por fin pudiera sentarse a descansar.

—De acuerdo—cedió Fugaku—. Tienes hasta entonces. Mientras tanto, tu madre y yo nos hospedaremos en un hotel de la cuidad. Cuando la ceremonia de clausura finalice, ya habremos venido por ustedes—se sobó las sienes—. Vendré a hablar con Tsunade ese día, en la mañana.

Fugaku se alejó de la puerta.

—¿Piensa que debamos intervenir, Tsunade-sama? —preguntó Shizune en voz baja. Estaba parada detrás de su jefa, ambas habían escuchado la conversación de los Uchiha desde el otro lado de la puerta de la oficina como si fuesen colegialas espiando los vestidores de chicos.

Tsunade hizo un ademán con la mano, indicándole a la otra que parara de hablar. Cuando estuvo segura de que Fugaku y su hijo ya no se encontraban más allá afuera, fue a sentarse en su enorme silla giratoria. Su expresión era severa y dura, digna para pertenecer a la directora del Instituto.

—No, aún no—respondió la rubia, recostando la cabeza sobre el respaldo de cuero—. Después de todo, son asuntos familiares. El chico ya sabe que Gaara-kun está esperando a su hijo, y parece que tiene la intención de tomar cartas en el asunto—lanzó un suspiro cansino antes de levantarse y recoger del respaldo su saco negro—. Sea como sea, al final nosotras deberemos dar el diagnóstico al señor y a la señora Uchiha.  

 

El último día antes de la ceremonia de clausura fue una verdadera tortura para los hermanos Uchiha. Aunque ya tenían en mente desde hace tiempo que eventualmente abandonarían Japón en miras de un futuro exitoso en otro continente, estar tan cerca de la partida los hacía sentir impotentes. Sus corazones, cuales bola de fuego, les quemaban el pecho. Estaban, aparentemente, sujetos a su destino, pero tan perdidos a la vez que ni siquiera sabían hacia dónde mirar.

Itachi ya ni siquiera se atrevía a pensar en cómo darles la noticia a sus amigos. El único que lo sabía era Kisame, y aunque el de piel azul le aconsejaba que no debía preocuparse demasiado, Itachi no cedía. No quería anunciar que estaba a punto de marcharse, pues hacerlo era aceptar que estaba alejándose de Sasori sin haber logrado nada; lo estaba perdiendo sin siquiera haber intentado lo suficiente.  

Pero, ¿cómo podía ver al pelirrojo a la cara sabiendo que, en unos días, estarían a kilómetros de distancia? ¿Cómo podría ocultar sus sentimientos tras esa máscara de amabilidad cuando sabía que el tiempo se le agotaba y Sasori sólo veía en él una simple amistad? ¿Y si lo besaba? ¡Diablos! ¿Y si lo besaba y se arriesgaba? A fin de cuentas, ¿qué perdía? A fin de cuentas, ¿qué gano? Si estoy por marcharme y él no estará a mi lado.

«¿Está todo bien? (o.o)» Sasori le había escrito por mensaje la noche anterior. Las manos de Itachi habían temblado nada más mirar quien era el remitente. Se quedó varios minutos frente a la pantalla de su celular, con el chat abierto, observando el “en línea” que aparecía al lado del nombre del pelirrojo. A pesar de tener en cuenta que Sasori sabía que su mensaje había sido leído, Itachi no le contestó. No le contestó ni ese, ni los demás reclamos que recibió.

Al día siguiente, ambos se toparon cuando fueron a recoger la boleta de sus calificaciones. Itachi creyó que el corazón se le saldría del pecho. Afortunadamente, él iba acompañado por Kisame; desafortunadamente, Sasori iba acompañado por Deidara. Cuando sus miradas se toparon, el moreno hizo todo lo posible por verse normal, sin embargo, era como si hubiera construido una barrera entre ellos. Mantuvo la mirada por solo unos segundos y luego jaló a Kisame para que se fuera con él, con el miedo de que fuera a perder el control palpitándole en el corazón.

Por otro lado, Sasuke tenía en claro una sola cosa. Cuando regresó con Gaara luego de hablar con su padre, y lo encontró rascándose las cicatrices que se dibujaban en su cuello (no sabía si debía otorgarle la autoría a Naruto o a Shukaku), supo que separarse de él era imposible. Incluso considerarlo le parecía una locura.

—¿Y qué tal? —había preguntado el taheño cuando lo vio entrar a su habitación, cubriéndose las cicatrices con el cuello de su suéter. Se refería a los padres de Sasuke.

Solamente vinieron de visita—fue lo que dijo el moreno, caminando hasta el de cabellos rojos—, y para hablar con mi hermano sobre su universidad.

Oh.

Gaara no había cambiado. Seguía siendo de pocas palabras; a veces, imprudente y huraño. Sasuke fue a encerrarlo entre sus brazos, y aunque el otro puso resistencia quejándose de que lo estaba dejando sin aire, al final se dejó hacer. Pasaron la noche con la ropa puesta, sobre la cama tendida, así nada más: abrazados.

Sin embargo, en la madrugada, Gaara se percató que el Uchiha no pudo pegar los párpados. Lo sentía extraño, pero decidió no preguntar nada. Quién sabe, tal vez era su imaginación.

Pero el día siguiente cuando ambos fueron a recoger la boleta, Sasuke seguía notándose diferente. Estaba demasiado concentrado en algo que Gaara no alcanzaba a entender; por un momento, creyó que tenía que ver con Naruto, pero el rubio había pasado a su lado sin atreverse a mirarlos a la cara, y Sasuke ni siquiera se dio cuenta. Gaara frunció el ceño, molesto por no saber lo que pasaba en la cabeza del otro. Cuando iban por el pasillo que daba a sus dormitorios, Gaara se giró hacia él, encarándolo con mirada filosa.

—¿Vas a decirme qué te pasa? —preguntó, directo y sin rodeos.

Sasuke se detuvo para encararlo. Sus ojos se expandieron lentamente.

—No es nada, Gaara—contestó, mintiendo descaradamente de manera tan suya, que cualquier otro le hubiera creído. Gaara, sin embargo, solo endureció la expresión de su rostro—. En serio.

—Tiene algo que ver con tus padres, ¿verdad? —soltó el pelirrojo, ignorando las mentiras del de pelo negro, dando en el clavo sin ser consciente de ello.

Sasuke hizo todo lo posible por controlar su reacción.  

—No es nada—repitió. Sabía que haría enojar a Gaara, pero quizá eso era mejor que decirle la verdad.

—¿O tiene que ver conmigo, con mi condición de doncel?

—¿Qué? ¡No, por supuesto que no! —la voz del moreno subió de tono con cierta indignación. ¿Cómo podía sospechar eso el pelirrojo? —. Gaara, ¿qué estás pensando? Todo está bien.

El de ojos aguamarina arqueó una inexistente ceja.

—¿Todo está bien? —prorrumpió con sarcasmo, cruzándose de brazos—. ¿Está bien que te la pases despierto toda la noche mientras piensas en algo que te molesta? ¿Está bien que te abstraigas tanto en eso y no quieras decírmelo?

Sasuke le miraba, y conforme lo escuchaba, su semblante era cada vez más serio. Tardó unos segundos en retomar la discusión, mientras el taheño se notaba cada vez más impaciente.

—Todo va a estar bien si me prometes una sola cosa—anunció.

De pronto, un tirón sacudió el cuerpo de Gaara, le hizo cosquillas en toda la espalda y calentó sus mofletes. Los profundos ojos negros de Sasuke le traspasaban con tanta facilidad que siempre terminaba sintiéndose de esa manera. Le hacía creer que todo marcharía perfectamente si permanecía junto al Uchiha.

—¿Qué cosa? —preguntó Gaara, con un hilito se voz.

Sasuke se acercó y tomó entre sus manos el rostro de Gaara. Sus dedos se hundían en la piel del taheño con la suficiente fuerza para hacerlo soltar un quejido, pero sin lastimarlo.

—¿Tú me amas?

La piel bajo las manos de Sasuke se coloreó de rojo, y los ojos de Gaara, que se habían mantenido firmemente conectados con los suyos, se desviaron a otro lado. Es adorable, pensó Sasuke, es como un pequeño gato persa que se enoja cuando su amo intenta acariciarlo. El moreno sonrió, complacido porque la expresión del taheño respondía perfectamente a su pregunta.

—Bien, entonces prométeme que te quedarás a mi lado—le pidió, tranquilo y con suavidad—, y que no te va a importar lo que debamos hacer para lograrlo, ¿me puedes prometer eso?

Gaara se zafó del agarre, todavía más sonrojado que hace un momento.

—No me hables como si fuera un niño…—murmuró, sin atreverse a mirarlo a la cara—. ¿Por qué estás pidiéndome eso tan de repente, Uchiha?

—Porque lo necesito—dijo el moreno—. Necesito que me lo prometas.

Gaara suspiró hondo y encaró al pelinegro.

—¿Me dirás la razón?

—Gaara…

—Lo prometo, Sasuke—interrumpió el pelirrojo—. Me quedaré a tu lado y no me importará qué debamos hacer para lograrlo. ¿Me dirás la razón por la que estás así?

Sasuke volvió a tomarle el rostro y con el dedo pulgar le acarició los labios para luego juntarlos con los suyos en un suave y rápido contacto.

—Estoy así porque ayer vi a mis padres. No supe cómo contarles sobre ti; quiero hacerlo, pero aún no encuentro la manera adecuada. Es por eso que estoy así—dijo y dejó caer sus brazos a los costados—. Ahora, no me lo prometas solo por tu curiosidad, dilo en serio.

Gaara se tomó su tiempo para contemplar al moreno. Toda la vergüenza que pudo haber sentido se esfumó, y ahora era como si los ojos de Sasuke actuaran como imanes para los suyos.

—Prometo que siempre estaré a tu lado—murmuró el taheño. Tal vez su tono no era el adecuado, pero estaba siendo genuinamente sincero—. Sin importar qué, me quedaré contigo.

Luego, Sasuke leyó en la expresión de Gaara lo que deseaba, pero no se atrevía a decir: Bésame. Se acercó y tomó sus labios en un nuevo beso.

 

 

El prestigioso Instituto Senju, fundado hace más de dos siglos, estaba localizado en los límites de la cuidad. Tras la majestuosa edificación de guiños victorianos, se podían apreciar hectáreas de campo verde y colinas que quebraban el paso del viento. Aquel día, el sol debería estar en su apogeo, pues el reloj marcaba las tres en punto; sin embargo, las nubes grises no dejaban rastro de él. El soplo del viento era fuerte e irregular, mecía la hierba, las hojas de los árboles y la larga melena rubia de Deidara, anudándola y cubriéndole la visión.

—¡Has que pare de jadear! —gritó, girándose y recibiendo la ventisca directamente en la cara. Sus azules eran furia y venganza. Nadie imaginó que tal expresión pudiera estar en el rostro de ese rubio.

Ringo, Shuji, Takao, y Kayane observaron a Deidara con los ojos tan abiertos como el viento se los permitía. Seguramente, cuando todo acabara, se pondrían a comentar lo mucho que Deidara podía cambiar cuando alguien hacía sufrir al mocoso de Naruto, hasta el grado de parecer otra persona. ¿Por qué estaban ayudándolo a cometer esa locura? Bueno, todos tendrían sus razones. Pero ver al rubio, normalmente sonriente y energético, comportándose de tal forma, les daba mala espina.

Kayane, que sujetaba los brazos del prisionero, le dio a éste un empujón brusco que casi lo hace caer contra el suelo de no ser porque el de cabello verde tiró de su camisa hacia arriba.

Como niño en busca de la aprobación de un adulto, volteó a ver a Deidara, cuya mirada estaba clavada en la persona de los ojos vendados y muñecas atadas. Él todavía jadeaba, mordiéndose los labios y arrugando la nariz. Deidara descompuso su cara en una mueca de asco y se acercó a él, tomándolo violentamente por el mentón.

—¡Cierra la boca! —bramó, y gotas de saliva se estrellaron contra la cara del otro—. Escoria roja, ¿crees que porque estás temblando te tendré misericordia? —clavó las uñas en el rostro pálido. No le podía ser los ojos, pero ¡cómo esperaba que estuviera sufriendo! —. Voy a acabar contigo. Voy a darte una lección, hum—y lo soltó como si de mierda se tratara.

Kayane volvió a retomar su trabajo, guiando los pasos torpes del prisionero por el camino que Deidara tomaba. Mientras caminaba, se preguntaba quien estaba más loco, si el chico raro de pelo rojo que custodiaba, o el propio Deidara.

—Ya escuchaste, camina en silencio.

—Oi, Kayane—le llamó Ringo en voz baja y picándole un costado, pues no quería que el rubio lo escuchara—. ¿Crees que acabaremos con esto antes de que empiece la ceremonia de clausura?

El de pelo verde lo miró con una ceja arqueada.

—¿Eso a ti que te importa? Reprobaste la mayoría de las materias, tal vez debas quedarte otro año.

—Bueno, lo digo por ti, y por Shuji y Takao—Miró de manera maliciosa al pelirrojo—. De todas formas, hacerle eso al rarito de la escuela será divertido.

Kayane miró a los otros dos, que venían caminando más atrás. Luego levantó los hombros.

—No lo sé.

Francamente, estaba más preocupado por lo que estaban a punto de hacer. ¿Cómo habían llegado a planear algo tan descabellado? Oh, cierto. No habían sido ellos, todo el tiempo fue el rubio. Ellos simplemente acataban ordenes, como las ovejas a su pastor, como el perro a su amo o los hijos a sus padres. Deidara le ordenó a Ringo vigilar si los hermanos Uchiha volvían al Instituto, pues habían ido a la cuidad a almorzar con sus padres, y Ringo obedeció; Deidara le ordenó a Shuji que vigilara los alrededores mientras él, Kayane y Takano capturaban a Gaara, y todos le habían obedecido. Todos ellos estaban tan metidos en eso como lo estaba el rubio.

Kayane recordó la expresión de Gaara cuando lo interceptaron saliendo de su dormitorio (Shuji había dicho que era una suerte que la habitación del taheño estuviera tan apartada, así reducían la posibilidad de que los vieran). El pelirrojo llevaba su uniforme escolar, y se veía recién salido de bañar, listo para la ceremonia de clausura. Estaba delgado, pero sus mejillas tenían un rubor que se desvaneció nada más ver a Deidara. Era como si ese rubio, cuyos cabellos solían ser descritos como una cascada de luz de sol, se hubiera llevado todo rastro de vida en el pelirrojo. Sin embargo, lo que a Kayane le sorprendió, fue que Gaara no parecía intimidado. Muerto, sí; pero no le tenía miedo a Deidara. Y no fue diferente cuando el rubio lo tomó del cuello y le ordenó quedarse callado, mientras Shuji le pasaba el pañuelo para los ojos y la soga para las muñecas.

Gaara no hizo nada para defenderse, pero Kayane notó claramente un brillo en sus ojos, y de un momento a otro, sus irises eran amarillos y no aguamarina. Creyó que estaba alucinando, porque después de un segundo habían regresado a la normalidad.

Se llevaron a Gaara por la ruta de evacuación, para entonces solo le ataron las muñecas. Cuando salieron del campus, le vendaron los ojos, y unos minutos después, se les unió Ringo.

Pero apenas llevaban unos metros recorridos cuando Gaara había comenzado a jadear, como si algo le estuviera picando en el zapato. Aquello estaba haciéndose tan constante que incluso gemía y se mordía los labios. Sus pasos eran torpes, los omóplatos le temblaban, y Kayane notó una fina capa de sudor en su nuca. Algo no marchaba bien. Sin embargo, Deidara no hizo caso cuando él intentó replicar. El rubio estaba harto de los sonidos de Gaara.

—¿Falta mucho? —preguntó Takao—. Deidara, creo que ya estamos lo suficientemente lejos.

Deidara los miró por sobre el hombro.

—¿Quieres correr el riesgo de que alguien nos escuche? No seas tonto y camina, hum.

Nadie contestó. El soplo del viento se estaba atenuando y ellos estaban cada vez más lejos. Habían caminado por veinte minutos, y quince minutos después, se detuvieron. A unos metros, había una cabaña que parecía abandonada, y al lado un pozo de piedra, como los que exigen una moneda para cumplir deseos, pensó Kayane. Solo que éste tenía una gran tapa gruesa.

—Aquí—dijo Deidara, cerca del porche de la cabaña.

Sin más que esperar, fue sobre Gaara y se lo arrebató a Kayane de manera que parecía una niña pequeña agitando a su muñeca de trapo. Estrelló al pelirrojo contra el pozo de piedra y lo puso se espaldas sobre éste. Gaara soltó un quejido, pero nada más, lo que hizo enfurecer el rubio. Le arrancó el pañuelo de los ojos y puso ambas manos entre la cabeza de Gaara.

—¿¡Piensas que estoy jugando, idiota!? —le escupió. Su cabello caía sobre el rostro de Gaara—. ¿¡Crees que no debes tomarte esto en serio!?

Los ojos de Gaara eran inexpresivos como un maldito maniquí. Había sangre en su boca, la herida en su labio aún estaba abierta.

—¡Contesta! —su garganta vibró con el grito que retumbó en los oídos de todos—. ¡No vas a salirte con la tuya, golpear a mi hermano y no afrontar las consecuencias, pedazo de mierda roja!

Y acto seguido, le soltó un puñetazo en la cara con la fuerza suficiente para que le dolieran los nudillos. El rostro de Gaara se volteó a un lado, rojo y caliente, pero no intentó defenderse. Deidara lo tomó del cabello y lo azotó contra la tapa del pozo, que estaba hecha de piedra gruesa.

Gaara gimió de dolor y cerró los ojos. El de ojos azules se inclinó hacia él para susurrarle en el oído.

—Me diste una sorpresa—dijo—. Tú, así de desagradable, le abriste las piernas al Uchiha, ¿no? —se acercó más a su oído, de manera que el cabello le cubrió a Gaara la totalidad de la cara—. Como eres así de puta, vas a abrirle las piernas a mis amigos también.

Al parecer, lo había logrado: el primer efecto en Gaara. Se le cortó la respiración. Deidara se giró para verlo, dándose cuenta de ello y sonriendo con malicia. Las pupilas de Gaara temblaban con la más evidente muestra de miedo.

—Detente—mustió, sin siquiera mirarle a los ojos. No por vergüenza, sino porque su mirada se enfocaba en algo que Deidara era incapaz de ver—. Detente, Namikaze.

Deidara comenzó a reírse como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo, completamente satisfecho. Se levantó y les dio paso a los otros, cual chef que presenta su nuevo plato ante los comensales.

Gaara miró a los cuatro sujetos que se acercaban a él: dos de pelo negro, uno castaño y el último con el flequillo pintado de verde. Intentó incorporarse, pero sus manos aún estaban atadas, así que tropezó y cayó al piso, manchándose la cara con la tierra del campo. El pasto le había entrado a la boca y comenzó a toser, pero entonces, Ringo lo sujetó por debajo de los hombros y lo puso contra el pozo nuevamente, boca abajo.

—Mira, quien diría que el marginado terminaría siendo tan zorra—dijo con burla, poniéndole las manos arriba de la cabeza. Gaara intentaba zafarse, pero Deidara, que se colocó al otro lado del pozo, volvió a golpearle la cara mientras Ringo le levantaba la camisa con desesperación y torpeza—. ¿Qué le diste al Uchiha, que se fijó en ti en vez de todas las ricuras que hacen fila por él?

Gaara sangró de la boca. Sus dientes se habían teñido de rojo mientras él intentaba tomar aire y defenderse. No había querido hacer nada, él podía soportar una golpiza, pero esto… lo hacía sentir jodidamente impotente. Su corazón era como una bomba de tiempo, y le aterraba que fuera a explotar.

Cerró los ojos, concentrarse en el dolor físico y no en lo que su mente pudiera mostrarle. Pero entonces, sintió unas manos deslizarse con lascivia por su torso. Apretó sus labios sangrantes, los cuales se escapaban de sus dientes a causa de los jalones que el rubio le daba a su cabello.

—¿¡Te gusta!? ¡Estás recibiendo lo que mereces, escoria roja! —gritaba como un lunático—. ¡Y espera, que viene lo mejor! ¡Es lo que te ganas por herir a mi hermano, pedazo de mierda!

—¡Para! ¡Ya basta! —pedía Gaara; entre lo borrosas que se veían las imágenes frente a él (a causa de lágrimas saladas) veía a tres sujetos tocándolo con caras sonrientes y estúpidas. Sintió sus pantalones deslizándose por sus piernas y caer al suelo, el aire le golpeaba en la piel desnuda. Le habían bajado la ropa interior—. ¡NO ME TOQUEN!

Gaara, inconscientemente, quería cubrirse el vientre en lugar de su entrepierna, así que mantuvo abiertas las piernas.

—Parece que alguien está ansioso—dijo alguien, no supo quién, porque lo que vino después fue una completa tortura.

Uno de ellos se le metió entre las piernas, sosteniéndolo de los muslos con brusquedad, y cuando el pelirrojo intentó protestar, sus gritos fueron ahogados por una boca asquerosa e intrusa. Gaara apretó los párpados, frotaba sus muñecas queriendo quitarse la soga, pero era en vano. Todos sus sentidos los acaparaba esa horrible boca y las sucias manos, que le tocaron el ano y se lo masajearon como si tuvieran el permiso.

El pelirrojo se movió desesperadamente. Su cara estaba cubierta de tierra, sangre y lágrimas mezcladas. El viento seguía soplando irregular y ferozmente. Gruesas nubes no permitían cruzar a los rayos del sol. Entonces, sintió que algo comenzaba a restregarse contra su trasero, algo grueso y desagradable. El estómago se le revolvió con asco, pero no podía expulsar el vómito, pues esa asquerosa boca seguía invadiendo la suya.

—¡Hazlo de una maldita vez! —rugió el rubio.

Y penetraron a Gaara.

Kayane, que se había apartado de los demás cuando le bajaron a Gaara la ropa interior, podía asegurar que algo no marchaba bien. Tal vez simplemente era su imaginación, pero no podía sacarse de la cabeza esos ojos amarillos. Luego, miró a Deidara y su sonrisa de psicópata; se preguntó si Sasori alguna vez había notado que su novio estaba así de loco.

 

 

Notas finales:

Muchas gracias por leer, me haría feliz recibir sus reviews n.n 

¡Hasta la próxima y viva el SasuGaa y el ItaSaso! :v 


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