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How To Save A Life por Sabaku No Ferchis

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Notas del capitulo:

¡HOLAAAA! 

Me reporto nuevamente con esta historia, muy feliz de que pude traer la actualización (¡oh, vaya sorpresa!), cuatro meses antes de lo esperado xD 

No tengo mucho que decir, había tiempo y amor por la shipp de sobra. Sinceramente creí que tardaría más, así que estoy satisfecha. 

Muchas gracias a todas las personitas que me han apoyado a lo largo del tiempo y hasta ahora :3

PD: Alguien debe impedir que escuche a Interpol mientras escribo :v Siempre que suenan, pienso en SasuGaa y en mis otras ships xd

[CAPÍTULO 24]

Pace is the trick 

 

He visto el amor

Y sigo la estela de las estrellas

He visto el amor

Y sigo tu estela

 

Interpol – Pace is the trick

 

 

—Gaara-san, ¿vamos al parque? —preguntó la vocecilla animada de Natsu, quien se aferraba a la mano de un pelirrojo con expresión taciturna—. Me gustaría comer helado de frambuesa, ¿podemos?

Gaara lo observó. Sasuke le había dado al niño los macarrones que él rechazó en la cafetería, y ahora Natsu tenía las comisuras llenas de migajas. El taheño sacó un pañuelo del bolsillo de su sudadera y se inclinó frente a su hijo.

Sasuke se detuvo a un lado, contemplando el puchero de Natsu cuando Gaara le limpió las mejillas. El corazón se le hinchó de felicidad. ¿Estaba soñando? Deseaba repetir ese momento todos los días de su vida.

—¿Comeremos helado de frambuesa? —insistió el pequeño.

—Acabas de comer macarrones del mismo sabor—señaló Gaara, levantándose para reanudar el camino.

—Pero tía Temari dijo que tú y Uchiha-san me llevarían a comer helado de frambuesa…

—Es tarde. — respondió Gaara. Quizá intentó sonar serio para Natsu, pero Sasuke lo notó nervioso. No sabía a dónde apuntar los ojos, y presionaba fuertemente la correa de su mochila con la mano que no sostenía al niño—. Comeremos en casa. Te prepararé lo que quieras.

Natsu parpadeó.

—Quiero helado de frambuesa…—mustió, casi para sí mismo. Él era un niño muy perspicaz; con una tía de carácter tan fuerte como Temari, y un padre tan serio como Gaara, no le resultaba difícil aceptar que cuando un adulto dice que no, es que no.

Para Sasuke, sin embargo, era obvio que Gaara no tenía nada en contra de los helados de frambuesa. Lo que el pelirrojo buscaba era una excusa para que el Uchiha desapareciera de su vista.

—De hecho, falta mucho para el atardecer—dijo Sasuke—. Son las cuatro de la tarde. Seguro que podemos pasar al parque por un helado. Yo también muero por uno—le giñó un ojo cómplice a Natsu.

El pequeño se sonrojó ligeramente, aunque seguía mirándolo con recelo, provocando que Sasuke se preguntara qué tipo de trucos hacía Itachi para ganarse tan fácilmente el cariño de los niños.

—¿No tienes que trabajar? —atajó el pelirrojo, frunciendo el ceño.

Sasuke encogió los hombros.

—Soy mi propio jefe. Así que me tomaré la tarde libre.

—¿En qué trabaja, monsieur? —preguntó Natsu, echándole una mirada ligeramente curiosa.

No es que Sasuke deseara ser tan afecto con los niños como su hermano, pero diablos, oír a Natsu mezclar el japonés y el francés era simplemente adorable.

—Soy arquitecto—La expresión confusa del menor lo obligó a buscar una manera más sencilla de decirlo—. Uh, hago construcciones, edificios grandísimos.

—¡Oh! —los ojos turquesa del niño brillaron—. ¡Es como jugar lego!

Sasuke estuvo seguro de que Gaara ahogó una risa burlona, por mucho que fingiera no tener interés en nada que saliera de su boca.

El moreno exhaló, riendo también.

—Algo así, pero son mil veces más grandes que un juguete de lego—explicó—. De hecho, yo los dibujo y superviso a quienes se hacen cargo de construirlos. Mira. — señaló el edificio de un restaurante elegante al otro lado de la calle—. Son más o menos así.

—Oh, ¡son enormes! —De pronto, Natsu se veía más cómodo frente al otro. Sasuke sonrió para sus adentros, satisfecho—. Entonces yo también soy un arquitecto, porque hago muchos dibujos y me gusta jugar lego.

—Probablemente—dijo el Uchiha—. Y como no tengo más trabajo por el resto del día, ¿qué tal si vamos por ese helado?

Sasuke se mantuvo firme ante la mirada asesina de Gaara. Natsu observó al pelirrojo con ojos expectantes, en busca de su aprobación. Gaara estaba bajo una bomba de estrés.

“¿Dirá que no?” Pensó Sasuke, “¿va a mandarme al demonio de nuevo? Las ganas le deben sobrar”.

 

 

Sentado sobre la banca, Gaara miraba a Sasuke y Natsu mientras éstos pedían sus helados. La tarde era fresca, aunque los rayos del sol todavía bañaban las cabezas de la gente que paseaba por el parque Champ de Mars. Muchos turistas buscaban ángulos perfectos para tomarse una foto con la Torre Eiffel como fondo; también había familias oriundas disfrutando la tarde. Algunos niños ya estaban formados tras el Uchiha y Natsu, esperando su turno para comprar helado.

El taheño se hundió sobre su asiento. ¿De verdad estaba bien permitir que Sasuke conviviera con Natsu en un espacio público? Una parte de él sabía que era lo correcto. Sasuke era el padre del pequeño, y Gaara no podía negar la calidez sobrecogedora que sentía al verlos juntos. De pronto, deseaba que las cosas fueran así de fáciles, pero la realidad se encargaba de repetirle todo el tiempo que la familia de Sasuke jamás aceptaría a un doncel ni a un niño bastardo en la vida del moreno.

Mientras el señor de los helados le extendía su cono a Natsu, Gaara pensó que su condición de doncel ni siquiera era el mayor de los problemas. Él había asesinado a dos personas; dejó tuerto a otro, ¡y todavía tenía un maldito demonio en su interior! Tan pronto como se mostrara al lado del Uchiha, el mundo sabría la clase de persona que era.

Probablemente terminaría en un manicomio o en la cárcel, “quien sabe”, lo que pasara con él era lo que menos importaba. Gaara no quería hundir la reputación de Sasuke, mucho menos que Natsu sufriera el rechazo y los juicios de la gente por algo que no era su culpa.

Todo estaba mejor si no se involucraban con el Uchiha. Debía dejárselo claro. De otra forma, él continuaría siguiéndolos, ¿verdad?

Natsu venía de la mano de Sasuke, comiendo su helado con las mejillas arreboladas. Gaara entrecerró los ojos con su corazón latiendo fuertemente.

El niño se sentó junto a Gaara. Sasuke esperó un momento antes de tomar asiento en el lado contrario. Le ofreció al pelirrojo uno de los dos conos que llevaba.

—Es de frambuesa. Tu favorita.  

—No, gracias.

El moreno le miró y se recargó sobre el respaldo de la banca, relamiendo su helado napolitano.

—¿Quizá debí pedir solo uno y compartirlo contigo? —sugirió, entre la broma y la verdad—. Tómalo, Gaara; antes con trabajos te comiste un sándwich—insistió hasta que el taheño rodó los ojos y aceptó el postre. Luego lanzó un suspiro, curvando los labios en una sonrisa mientras cerraba los ojos y dejaba que el sol le calentara los párpados—. Un helado no nos calmará el hambre. Debería llevarlos a cenar más tarde.

—¿Quién dijo que tengo hambre?

—Yo la tengo, Natsu seguramente también—Sasuke miró de soslayo al taheño—. Y a juzgar por la forma en la que lames ese helado, tú no eres la excepción.

Capturó el sonrojo de Gaara y lo guardó en su memoria. Lucía como el chico que conoció hace más de cinco años, huraño e inexperto en recibir amor. Gaara jamás logró controlar sus reacciones cuando Sasuke insinuaba algo o le hacía un cumplido. Se sonrojaba, fruncía el ceño y lo fulminaba con esos ojos aguamarina. Nada había cambiado desde entonces.

“Bueno”, se dijo Sasuke, “en realidad las cosas sí son diferentes. Ahora tenemos un hijo”. Y era fácil leer el temor en el rostro de Gaara cada que Sasuke hablaba con el menor: temor a que le dijera que él era su padre.

Suspiró. La paciencia era un valor que, de nuevo, se le daba más a Itachi. ¿Qué haría el Uchiha mayor en su caso?

“Itachi esperó tanto que Sasori simplemente salió de su vida sin saber absolutamente nada. Ahora está a un paso de subir al altar junto a una mujer que no ama. Estúpido hermano mayor".

Sasuke observó a Natsu, hundido en el sabor de su helado: las comisuras manchadas, los ojos grandes y brillantes. ¿Cómo habrá lucido cuando nació? Se enfadó con Gaara por arrebatarle ese momento. ¿Quizá debería dejar la prudencia y decirle al pequeño la verdad? “Yo soy tu padre, y he venido para quedarme”.

—¿Cuánto tiempo estarás aquí? —preguntó Gaara, sin mirarlo. Natsu sostenía la manga de la sudadera del pelirrojo, como cualquier niño deseando sentir la protección adulta en todo momento.

—Tres meses, aproximadamente. Estoy supervisando la construcción de un hotel, aunque mi hermano es el verdadero encargado del proyecto—hizo una pequeña pausa, desviando el rostro hacia Gaara y acercándose a su oído—. En realidad, cuando Itachi llegue, ellos podrán prescindir de mi presencia. Tú y Natsu son la verdadera razón por la que estoy aquí.

—Me parece que de verdad estás haciendo un pésimo trabajo, Uchiha—apuntó Gaara, despedazándolo con la mirada—. Debes enfocarte en tu futuro.

—Eso es justamente lo que hago. Enfocarme en mi futuro.

Gaara aspiró aire. Le echó una mirada discreta a Natsu para asegurarse de que el niño no hubiese escuchado la conversación. Sin embargo, éste parecía muy entretenido con el espectáculo que daba un mimo al otro lado de la vereda.

—¿Puedo acercarme? —preguntó el niño, tirando de la manga de Gaara.

Los tres se unieron al grupo de personas que formaba un círculo alrededor del curioso artista. Natsu sonreía con expresión divertida, mordiendo la galleta del cono. Se le escapaban las risas al ver al mimo atrapado dentro de una caja invisible.

Cuando los primeros colores del atardecer pintaron el cielo y ya no quedaba más helado por comer, Sasuke le ofreció a Natsu cenar algo delicioso. Mencionar la idea de ir a un restaurante de comida rápida, con juegos y toboganes, hizo que la emoción en la mirada del pequeño fuera más grande que las ganas de Gaara por huir del Uchiha.

 

 

Natsu comía una hamburguesa grande con queso doble, y bebía un refresco que seguramente mantendría su vejiga activa toda la noche. Gaara estaba sentado a su lado, hundiendo distraídamente una papita frita en el kétchup.

Frente a ellos, un par de ojos negros los contemplaba.

Era una felicidad mundana, nada parecida a los cuentos de hadas. Tampoco se trataba de un sueño, sino de un fragmento de vida que Sasuke querría repetir esporádicamente todos los años que le quedaban por delante.

La calidez en su pecho contrastó con la sensación de zozobra que vino después, ante la idea de que, al final, ese momento fuera el primero y el último que viviría junto a ellos dos. Tan efímero y fugaz como el aleteo de una mariposa.

Después de todo, ¿qué podía hacer si Gaara no lo aceptaba?

¿Qué tanto podía aspirar a convertirse en un padre para Natsu?

—¿Por qué no come, monsieur? —preguntó el menor. Se había asegurado de pasar su bocado antes de hablar, pues su tía le repetía constantemente que los modales hacían al hombre—. ¿No le gusta la hamburguesa?

Sasuke parpadeó.

—Por supuesto que me gusta—respondió, observando su comida casi intacta. Sintió la mirada acusadora de Gaara, casi podía escucharlo echarle en cara su mentira. “Ni siquiera tienes hambre”.

Sasuke llevó la hamburguesa a su boca, pero hizo una pausa antes de morderla. Miró a su hijo.

Monsieur no. Tampoco Uchiha-san. Llámame Sasuke.

Natsu observó a Gaara. El pelirrojo parecía más interesado en sus papas fritas.

—Sasuke... san—pronunció Natsu—. ¿Usted es amigo de mi papi?

Gaara se tensó en su silla, hundiendo los hombros como si quisiera desaparecer y arrastrar al Uchiha consigo. Sasuke le echó una mirada de soslayo. Sabía que jugaba con fuego, pero había arriesgado todo desde el momento que fue a buscar al taheño a la puerta de su casa. ¿Qué más iba a perder? Después de cinco años, al fin estaba frente a Gaara y Natsu. Por supuesto que iba a darlo todo.

Aunque…

—Fui su compañero en el instituto—dijo, dándole al niño una sonrisa de media luna—. Éramos muy cercanos.

Natsu hizo un pequeño puchero, frunciendo el ceño de la misma manera que lo hacía el pelirrojo.

—No sabía—apuntó—. Gaara-san nunca habló sobre usted, ¿verdad, Gaara-san?

Sasuke se preparó mentalmente para lidiar con Shukaku si éste hacía acto de presencia a través del pelirrojo. Gaara lucía abrumado, sí, pero no parecía estar cerca de explotar, así que el Uchiha mandó al fondo esas preocupaciones y se relajó.

El de cabellos bermejos guardó silencio.

—Me imagino que no. Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos—señaló el moreno.

La curiosidad flotaba en los ojos acuosos de Natsu. Gaara, por otro lado, permanecía callado como una tumba.

El celular de Sasuke comenzó a sonar. Observó el nombre de su hermano vibrando el en la pantalla. Frunció ligeramente el ceño antes de contestar la llamada, no sin cierta duda.

—¿Nii-san?

Sasuke, mi vuelo acaba de llegar. Estoy en el aeropuerto—la voz de Itachi sonaba ajetreada y cansada, aunque fue imposible que Sasuke pasara por alto su tono jovial y relajado. Era obvio que el mayor había pasado una buena noche, con quien fuera que compartiera su lecho—. ¿Cómo va todo?

—Excelente. Revisé los planos con el señor Athaquet y los ingenieros esta mañana.

¿En serio? Me alegra mucho saberlo.

—¿No te dije que lo dejaras en mis manos? Puedo con esto.

Lo sé, lo sé. Son los nervios de hermano mayor. ¿Qué se le puede hacer?

“Para empezar, deberías dejar de verme como un niño”, pensó Sasuke, sin atreverse a decirlo frente a las dos personas que estaban con él. Sus cejas temblaron con un deje de vergüenza.

Itachi hizo una pausa, dándole a entender a Sasuke que pretendía preguntar sobre la búsqueda del menor.

—¿Te veo más al rato? Estoy, uh, algo ocupado ahora—atajó el Uchiha más joven.

¿De verdad?

—Estoy cenando.

Pausa.

De acuerdo. Te veo más tarde, Sasuke.

Sintió que el aire volvía a sus pulmones una vez que cortó la llamada. Dios, ¿qué le diría a Itachi cuando éste se enterase de que había abandonado a sus trabajadores?

—¿Era su nii-san? —la vocecilla curiosa de Natsu ahuyentó las preocupaciones del Uchiha hasta lo profundo de su mente—. A mí me gustaría tener un hermano—añadió el niño, limpiándose con una servilleta el resto de kétchup en los labios—. Me aburre mucho no tener a alguien con quien jugar. ¿Puedo conocer a su hermano, Sasuke-san?

Sasuke sintió una punzada en el pecho.

—Mi hermano es un hombre bastante ocupado—contestó, sin pensar bien—. Terminará su trabajo aquí y regresará a Japón en unos meses.

Natsu meditó un momento, hundiendo el rostro entre sus hombros delgados.

—¿Usted también se irá, Sasuke-san? —aquella pregunta provocó un regusto amargo en la garganta del moreno. Por supuesto que no quería irse, no sin Natsu, no sin Gaara. Los quería en su vida para siempre—. Debería quedarse. Debería llevarnos por helado y hamburguesas más seguido. Así Gaara-san tendría un amigo.

El pelirrojo contuvo el aire, rígido como una estatua.

—Sasuke no puede quedarse, Natsu—dijo—. Vino aquí por trabajo. Su familia y su vida están en Japón.

Sasuke controló las ganas de arrugar la nariz. Necesitaba ser paciente con Gaara, no quería presionarlo para lidiar con algo con lo que evidentemente no estaba listo. Pero, si debía ser sincero, quería deshacerse de la mesa que los dividía y abrazar al taheño, besarlo con rudeza como castigo por subestimar su amor, y porque realmente moría por sentir sus labios.

No dijo nada al respecto. Se concentró en comer mientras atendía las preguntas curiosas y comentarios esporádicos del pequeño Natsu.

 

.

.

.

 

—No puedes quedarte—prorrumpió Gaara con voz suave y taciturna, mientras observaba a su hijo reír con los niños que lo habían invitado a jugar, deslizándose alegremente sobre el tobogán.

Sasuke miró al pelirrojo. El área de juegos definitivamente no era un buen lugar para tener esa conversación, entre las risas de los niños y los padres vigilando la integridad de sus hijos. Sin embargo, ahí estaba Gaara, buscando en cada punto de silencio una oportunidad para decirle a Sasuke que se esfumara de su vida; y ahí estaba Sasuke, claramente indispuesto a cumplir el capricho de Gaara.

—Me quedó claro la primera vez que lo dijiste—espetó el Uchiha, los brazos cruzados a la altura del pecho—. Pero todavía me sigues debiendo una explicación, Gaara. ¿En qué momento decidiste que no era buena idea estar juntos? ¿Y por qué insistes tanto en negar mi derecho como el padre de Natsu?

Lentamente Gaara dobló en rostro en dirección a Sasuke. Abrió la boca para hablar, pero el pelinegro le robó la palara.

—No deberíamos hablar de esto ahora. Este no es el lugar ni el momento.

—No quiero perjudicarte, Sasuke—confesó el taheño, ignorando olímpicamente la sugerencia del otro—. Ni a ti, ni a tu carrera. Tu familia nunca permitirá que formes una familia con alguien como yo.

—¿Alguien como tú? —Sasuke levantó una ceja.

—Soy un doncel—murmuró—. Lo sabes. ¿Piensas llegar con tus padres y decirles que son abuelos de un niño que nació del vientre de un varón?

En su cabeza, Sasuke trató de pensar cómo decir eso de mejor forma. No se le ocurrió nada. De hecho, esa era la única forma.

—¿Qué problema hay con eso?

—No puedes hablar en serio. ¿De verdad necesitas que te lo explique? —Gaara tensó los labios. Se veía tranquilo, quizá algo sobrecontrolado, pero sus ojos brillaban con intensidad—. Tú tienes una vida pública, yo no soy la pareja que se espera del hijo de una familia como la tuya—Sasuke intentó apelar, pero Gaara mandó al demonio sus palabras—. Y parece que te olvidas de algo muy importante: todavía tengo a Shukaku.

» He lastimado a varias personas, Sasuke. Podré merecer que se me castigue por eso, pero no quiero que Natsu y tú carguen con el estigma de lo que hice.

Sasuke contuvo el aire y aun así sintió que sus pulmones habían agotado sus reservas. Aquello lo dejó azorado, la expresión de Gaara provocó un pinchazo doloroso en su corazón. Sus brazos clamaban por estrechar al taheño y así lo hizo, hundiendo el rostro del menor en su cuello.

Un nudo en su garganta se formó con todas las cosas que quería decirle. No debía subestimar las preocupaciones del pelirrojo porque, en parte, también eran las suyas.

Al Uchiha sí le importaba lo que sus padres pensaran de él, desde niño siempre deseó causar la misma sonrisa que se marcaba en los labios de Fugaku ante los logros de su hermano. Por supuesto, también buscaba enorgullecer a Itachi. En realidad, los objetivos de Sasuke siempre fueron los mismos que su familia esperó de él. Gaara era el único deseo que nació de su propio corazón.

Nadie le dijo que debía amar al pelirrojo. Nadie prometió palmearle la espalda si lograba formar una familia con él. Quería a Gaara sin ningún incentivo de por medio, por eso le importaba menos lo que dijeran sus padres al respecto.

Él cumplió con lo que le tocaba: terminó una carrera, trabajaba para el negocio familiar, asistía a eventos públicos en nombre de la empresa, complacía a su padre en lo que podía. Eso debía ser suficiente. No iba a renunciar a Gaara solo porque su padre no lo encontrara apto para él. No iba a permitir que Fugaku decidiera sobre su vida amorosa igual que lo había hecho con Itachi.

Por lo demás, Sasuke podría solucionarlo. No es como si su nombre estuviera en boca de todos (bueno, quizá las revistas enfatizaban mucho su soltería), así que podía mantener un perfil bajo.

Además, el caso del Instituto Senju estaba archivado. Y en caso de que Gaara volviera a tener problemas, Sasuke podría apoyarse de su tío Madara, uno de los mejores abogados del país.

Gaara se removió entre sus brazos, buscando liberarse. Sasuke no podía hacer mucho al respecto. Estaban en un espacio público. Se le ocurrió que la jugada del pelirrojo fue hablar ahí, en el área de niños, con ruido y un montón de gente alrededor para evitar la sobrecarga emocional entre ambos. Sasuke se sintió irritado y lo liberó.

—Te preocupas como si tuvieras que cargar tú solo con nosotros dos—dijo, tragándose el nudo de su garganta y sonando tranquilo cuando sus ojos se encontraron con los de Gaara—. Desde que te conozco, hablas como si fueras responsable de todos los problemas, o lo que es peor, piensas que tú eres el problema.

El taheño parpadeó, sus pupilas titilaron con una capa de lágrimas. Sasuke habría olvidado dónde estaban y lo besaría de no ser porque la vocecita de Natsu lo interrumpió entre un montón de quejidos infantiles.

—¡Gaara-san! ¡Me lastimé!

Natsu tenía al menos otros dos niños encima de él. Al parecer, el grupo con el que se había juntado decidió que era buena idea aventarse por el tobogán al mismo tiempo. Terminaron como una bola de nieve humana, desparramada casi al borde del piso acolchado.

Gaara hizo amago de acercarse, siendo detenido por la mano del moreno.

—Déjame ir al menos esta vez. — Por supuesto que habría otras veces en el futuro. Sasuke lo tenía claro en su mente. Gaara ya lo había privado de muchos momentos al lado del pequeño.

Se acercó a Natsu, recordando su falta de tacto con los niños. Intentó sonreír, pero quizá Natsu pensaría que se estaba burlando de él, así que borró el gesto.

—Hey—se inclinó frente al menor—. ¿Qué pasó?

—Nos caímos. Me duele el tobillo, Sasuke-san.

—Oh—¿Y ahora qué? —. Déjame ver.

El niño le mostró su rodilla. Sasuke imitó lo que hacían las madres de los otros niños lastimados y quitó el calcetín de Natsu para palparle el tobillo. Tensó los labios, él no tenía ni una pizca de conocimientos médicos. Era obvio que tampoco podía apoyarse de su inexistente instinto maternal.

—Bueno, se ve algo rojo, pero no se rompió. Eso es algo bueno—dijo el Uchiha—. Podrás seguir caminando.

—¿De verdad? —los ojos del niño brillaron con alivio.

—Claro, uh, creo que solo debemos ponerte algo de pomada.

Natsu desvió la atención del mayor cuando vio a la madre de otro niño depositar un pequeño beso en la rodilla de su hijo, mientras el padre lo animaba a levantarse y le prometía comprarle un helado de chocolate si borraba sus lágrimas.

—Vamos—murmuró Sasuke, sin saber exactamente qué decir (bueno, en realidad quería decirle que él era su padre, pero no parecía una buena idea en ese momento) —. Gaara te está esperando. Ya es tarde y seguro que estás cansado.

Como el niño permaneció taciturno, Sasuke preguntó:

—¿Todo está bien?

A juzgar por la mirada del pequeño, Sasuke adivinó que algo no cuadraba en su mente cuando veía a los otros niños. Lo había notado en el parque. Natsu echaba soslayos a cada niño que pasaba colgado de las manos de sus padres, riendo y recibiendo mimos o pequeñas reprimendas.

—Solo tengo a Gaara-san y tía Temari—mustió Natsu, casi para sí mismo. Cuando estaba triste, los ojos del menor se volvían grandes e idénticos a los de Gaara.

“Le hace falta una familia”, pensó el Uchiha. Por supuesto no negaría que Natsu la tenía (después de todo vivía con su padre y su tía). Pero faltaba algo para estar completa.

—Me gustaría tener una mamá—dijo el niño.

 

El vuelo se había retrasado al menos dos horas por mal tiempo. Eran las cinco y media de la tarde cuando llegó al aeropuerto de París, y ahora la noche reclamaba el cielo mientras Itachi miraba constantemente la pantalla de su celular, sentado en la parte trasera del auto que lo llevaría al hotel.

Olvidó la última vez que se sintió tan inquieto, la pierna le temblaba como gelatina. Esa mañana despertó con el cuerpo dolorido, pero tan flexible y relajado como no lo había sido en años. No le costó recordar lo que pasó la noche anterior, especialmente por la mata de pelo roja que sobresalía a su lado, bajo las sábanas blancas envolviendo el cuerpo menudo de cierto artista.

La emoción contrastó terriblemente con la culpa, siento ésta la menos intensa. Pensó en Izumi y lo imbécil que él fue al dejarla en la terraza para ir tras el amor platónico de sus días de escuela, siguiéndolo como un perrito abandonado.

Como fuera, despertar con Sasori a su lado era algo que solo sucedía en sueños locos, generalmente cuando Shisui, Obito y Kisame lo persuadían a beber más de lo necesario, con la excusa de “aliviar las tensiones de ser el magnate hombre de negocios Uchiha”, decían ellos. ¡Y vaya que funcionaba! Itachi olvidaba hasta su propio nombre, pero jamás la preciosa mirada del pelirrojo que aparecía en sus sueños y hacía magia con sus manos.

Ahora que aquel sueño se había materializado, el Uchiha tenía todo el derecho de sentirse emocionado. Besó a Sasori sin darle tiempo al otro de despejar las telarañas del sueño, y por un momento, estuvo tentado de mandar a la mierda el proyecto en Francia.

Después de todo, Sasuke quería hacerse cargo de eso, ¿no?

Irritado, se obligó a detener ese momento. No podía huir de sus responsabilidades, especialmente sabiendo que la cabeza de su pequeño hermano estaba puesta en otra parte.

Sasori no mostró resistencia. De hecho, estaba ligeramente nervioso, quizá pensativo, desacostumbrado a tratar con Itachi de esa forma cuando no intercambiaron más que miradas furtivas y pláticas esporádicas en sus días de escuela.

Itachi pensó, con un pinchazo de dolor y otro de culpa, que tal vez para el taheño solo fue algo de una noche. Aunque él había confesado sus sentimientos (y estaba seguro de que se lo repitió al oído mientras lo embestía suavemente).

Entonces, Sasori se acercó a él y le arrebató el celular para intercambiar números. Itachi, quien llevaba una toalla enrollada en la cintura y el cabello húmedo, observó al Akasuna con sorpresa. El pianista ya estaba vestido, listo para marcharse.

«No te comprometas si no quieres, Uchiha, pero me encantaría recibir tu llamada.»

Y ahora, Itachi temblaba con el celular en la mano, tentado en llamarle a Sasori o de menos escribirle un mensaje. Solo habían pasado doce horas, probablemente estaba exagerando las cosas. Pero la voz detrás de su cabeza sonaba a culpa, y le repetía constantemente que debía pensar en Izumi y su padre.

El chofer le informó a Itachi que faltaban cinco minutos para llegar al hotel, cinco minutos que a su parecer alargarían su martirio. Itachi dejó de ver el número telefónico de Sasori en la pantalla y buscó el de su hermano.

El tono de espera sonó por algunos segundos.

—Estoy a cinco minutos del hotel—Itachi dijo cuando escuchó la voz del menor en la otra línea.

Oh, hm. Eso es maravilloso.

—¿Terminaste de cenar? ¿Estás en tu habitación?

El ruido de fondo se adelantó en darle la última respuesta a Itachi. El ajetreo nocturno de la ciudad, el sonido de algunos autos y la voz infantil de alguien llamando a su hermano.

—¿Sasuke?

Aun no llego al hotel. Volveré en media hora, quizá.

El chofer se detuvo en un semáforo.

—¿Con quién estás?

Sasuke no contestó. No importó demasiado, porque cuando Itachi ladeó la cabeza hacia la ventana, se topó con el rostro del otro, celular pegado a la oreja y ojos abiertos, mientras esperaba la luz que permitía el cruce peatonal.

Itachi imitó su expresión, más sorprendido que Sasuke al percatarse de las dos figuras que acompañaban al Uchiha mas joven. Parpadeó varias veces, separando lentamente el celular de su oído.

¿Eso que veía era verdad?

—Deténgase aquí—pidió Itachi—. Ahora. —añadió ante la duda del consternado chofer—. No me espere. Llegaré por mi cuenta al hotel.

A pesar de que el hombre trabajaba para el señor Athaquet, y llevar a Itachi al hotel formaba parte de su trabajo, la costumbre del Uchiha lo hizo rebuscar dinero en su bolsillo. Se lo extendió al chofer a modo de disculpa.

—Muchas gracias.

Salió del auto, confirmando que su vista no lo engañaba. Ojos aguamarina y cabello tan rojo como la sangre. Era el mismo muchacho que su hermano estuvo buscando por tanto tiempo. Y aferrado a la mano de éste, estaba un pequeño niño, era la copia idéntica de Sasuke cuando tenía cinco años y seguía a Itachi a todas partes, pidiéndole efusivamente que jugara con él.

Se quedó sin palabras, repartiendo la mirada entre los tres.

—¿Es su nii-san, Sasuke-san? —Natsu preguntó y Sasuke le dedicó un breve asentimiento, saliendo de su aturdimiento.

—Itachi—dijo el Uchiha más joven—. Encontré a Gaara, y este es Natsu…—tensó la mandíbula, buscando que Itachi comprendiera a lo que se refería sin necesidad de que él se lo dijera—. Su hijo.

El de pelo largo parpadeó, procesando su sorpresa y atinando a hacer una sonrisa amable para el taheño.

—Hola, Gaara. Ha sido un tiempo.

—Buenas noches, Uchiha-san—respondió el ojiverde, frunciendo ligeramente el ceño.

Bien, probablemente Itachi se merecía su recelo. Después de todo, no lo había tratado muy bien cuando estaban en el instituto. “¿Se te olvida que lo llamaste monstruo?”, pensó el moreno, remordiéndole la consciencia.

Luego, se inclinó ante el pequeño que lo miraba con sus ojos grandes, curiosos. Podría haber regresado en el tiempo y estar frente a un Sasuke pequeño de no ser porque los ojos de Natsu tenían un color acuoso.

Le sonrió cálidamente.

—Hola, Natsu-chan. Mi nombre es Uchiha Itachi—el moreno se presentó—. Tienes razón, soy el hermano mayor del chico con corte de cacatúa que tienes al lado.

Natsu soltó una pequeña risita, dejando que el mayor tomara su mano y la agitara de arriba abajo. Solo por esa vez, Sasuke deseó verdaderamente haber nacido con el tacto que el siempre-perfecto-Itachi tenía con los niños.

 

 

Durante el almuerzo, Naruto quedó de verse con Kiba, Lee y Sakura en Ichiraku, el restaurante de ramen más famoso de Tokio y el favorito del rubio.

Últimamente era difícil que se frecuentaran debido al trabajo de los cuatro. Pero cuando lo hacían, volvían a ser las crías traviesas de hace diez años, y Sakura la mamá gallina que los reprendía cada que hacían alguna tontería.

Ahora, sin embargo, charlaban amenamente, poniéndose al tanto del rumbo que la vida de cada uno tomaba: Sakura había comenzado su especialidad en medicina pediátrica; el próximo año Kiba se graduaría en veterinaria, y Lee acaba de inaugurar su propio gimnasio, con un programa de entrenamiento intenso para gente enérgica e intensa, como él.

Y Naruto, bueno, él estaba en un dilema. Debió haber comenzado su carrera en gastronomía hace cuatro años, pero la situación de su hermano lo complicó todo. Por edad, a Deidara le correspondía hacerse cargo del negocio familiar. Pero la firma de un psiquiatra había sido más poderosa que sus derechos como primogénito.

Al rubio menor le tomó dos años estudiando una carrera que no le gustaba para descubrir que estaba desperdiciando el tiempo y las esperanzas de su madre. Nunca fue criado para manejar los negocios de su padre y jamás tuvo interés en ello (tampoco es que Deidara lo tuviera, pero él era un genio con los números). Sin embargo, con la muerte de Minato y el estado mental de su hermano, a Naruto no le quedaba otra opción.

—Bueno, tampoco es como si Deidara vaya a quedarse en el psiquiátrico para siempre, ¿verdad? —sugirió Kiba, terminando de pasar sus fideos.

Naruto encogió los hombros.

—No, pero dudo que vuelva a tener la credibilidad del viejo—mustió Naruto—. ¡Digo! Tampoco entiendo cómo es que mi abuelo confía en mí, debería adivinar que llevaré la empresa a la ruina, ttebayo.

—¿Podrías no sabotearte por un momento? —dijo Sakura, algo exasperada—. Puedes hacerlo, Naruto. Ya entraste a la carrera y estás por terminar la universidad, no eches a la basura todo el tiempo que invertiste. Toma las riendas por el momento, quizá después encuentren a alguien apto para el puesto. ¿Quién sabe? Deidara podría ser esa persona una vez que vuelva a estar cuerdo.

—¡Sakura-chan tiene razón! —Lee exclamó, tan enérgico como siempre—. ¡Sé optimista y la vida te recompensará! Nunca es demasiado tarde para que cumplas tus verdaderos sueños, Naruto.

Kiba levantó una ceja.

—¿Y cuáles son, precisamente? ¿Ser chef o casarse con el Uchiha-teme-bastardo?

Sakura le lanzó una mirada asesina, pisándolo por debajo de la mesa cuando el castaño estaba por llevarse otro bocado a la boca.

—¡Hey! ¡Me golpeaste en la espinilla con la punta de tu tacón!

—Te mereces eso y más.

Lee trató de tranquilizar a Inuzuka agitando las manos, en son de paz

—No deberías ser tan indiscreto, Kiba-san.

—Oh, ¿el chico que viene a un restaurante usando un leotardo verde me va a sermonear?

Naruto soltó una carcajada nerviosa.

—Bueno, basta, no es que lo de Sasuke me moleste, ¡de veras!

Sakura lo miró durante unos segundos, analizándolo con sus ojos jade de mamá gallina.

—¿Hace cuánto crees que te conozco? —inquirió, suspirando, tomando un trago de su té helado—. Será mejor que no hablemos de eso, mira la cara que pones.

—Pero yo sí quiero saber lo que pasó entre ustedes dos en la fiesta de Navidad—terció el castaño.

—¡Kiba-san!

Naruto suspiró, sobándose la nuca nerviosamente.

—Solo fue un beso bajo el muérdago—confesó—. No hay mucho qué decir, hombre, ambos estábamos deprimidos y con unas copas encima.

—¡Aguarda! ¿Deprimidos, deprimidos? Eso es un verdadero problema. ¡La salud mental es importante!

El rubio hizo un puchero.

—Bueno, yo estaba triste porque es difícil aceptar que la persona de la que has estado enamorado por años simplemente pasa a tu lado como si fueras un cero a la izquierda. Es irritante, ¡de veras! Ni siquiera me trata como cuando éramos más cercanos.

Miró los fideos en su plato. No sentía mucho apetito, y eso indicaba un verdadero problema.

Los otros tres se miraron entre ellos, buscando palabras de ánimo para su amigo rubio.

—¿Piensas parar ahí? —preguntó Sakura.

—Hm, sí—dijo el rubio—. No. No lo sé. Quiero hacerlo; él está soltero, pero, Sasuke sigue buscando a esa persona, y aunque no lo encuentre, probablemente su segunda opción sea encontrar a una mujer.

—¡Hombre, no estamos en la época de los dinosaurios para que Fugaku sea tan cerrado de mente! —la mesa tembló bajo los puños de Kiba. Sakura volvió a fulminarlo con la mirada.

—Eso es verdad—dijo Lee—. Creo que, si te besó, no debes serle indiferente. ¡Recuerda lo que dicen! Los niños y los borrachos difícilmente pueden huir de sus emociones (y no es que yo sea partidario de las bebidas alcohólicas). Quizá solo debas darle tiempo para que aclare su mente.

“Tiempo”, pensó Naruto. “¿Cuánto tiempo más?”

Miró la hora y se levantó. Que dios lo perdonara por no haber terminado su segundo tazón de ramen.

—Tengo que irme, chicos.

—¿Tienes clases? —preguntó Sakura, enarcando una ceja rosada.

—Síp. Pero faltaré. Mamá y yo iremos a visitar a Deidara.

—Oh, de acuerdo.

Los tres se despidieron del rubio, Lee levantándose y agitando los brazos, llamando la atención de los comensales en las otras mesas.

—¡Naruto! —Namikaze se detuvo ante el llamado de su amiga—. Llámame si pasa algo. Cualquier cosa, ¿vale?

—¡Y salgamos a tomar la próxima vez! —gritó Kiba.

—¡Kiba-san! ¿Te das cuenta del daño que le hace el alcohol a tu cuerpo?

—¡Salgamos a tomar la próxima vez sin Lee!

Una sonrisa melancólica cubrió los labios de Naruto cuando estuvo fuera del restaurante. No estaba siendo él mismo. Hace meses, habría estado riendo y bromeando con esos dos. Habría secundado de ir a beber, ganándose reproches de Lee y miradas exasperadas de Sakura (quien ocultaba su gusto por la bebida bajo la máscara de la señorita perfecta). Pero, justo ahora, tenía mucho en mente.

Su futuro, su hermano, y Sasuke. En especial Sasuke.

Quería echar a la basura tantos años de amor no correspondido, al mismo tiempo que deseaba aferrarse a una posibilidad. Era hipócrita juzgar a Sasuke por seguir encaprichado con el pelirrojo cuando Naruto hacía exactamente lo mismo.

Aunque el rubio pensó con amargura que quizá él sí era más estúpido. Mientras caminaba hacia el centro psiquiátrico donde se encontraría con su madre, pensaba en las mil y una formas en las que podría abordar a Sasuke cuando éste regresara a Japón.

Tenía, ¿cuántos? Tres meses. Tres largos meses para idear un plan.

Notas finales:

Muchas gracias por leer y hasta la próximaaaaaa

Debería decir que volveré a actualizar pronto, pero sinceramente no lo sé xD Eso sí, a finales de diciembre o enero estará la actualización :3 


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