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Una musa para mi suicidio por Nazuki

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Notas del capitulo:

AY hijo de su madre... Me deslogueó cuando ya tenía todo pronto... 

Aquí había saludado, creo... Hola! (?)

Como de costumbre, una vez al año actualizo un supuesto fic terminado, espero que lo disfruten! 

Un ángel para mi locura

 

  El gato había estado durmiendo sobre la espalda de Sakito, pero se despertó ni bien él entró en la habitación. El aparente animal ni se molestó en levantar la cabeza, pero se le notaba las orejas atentas, siguiendo cada uno de sus silenciosos pasos.

  Se acercó al escritorio y colocó encima el cuadernillo negro que había estado llevando, al lado de otro cuadernillo que Sakito iba escribiendo. Leyó lo último y suspiró, las cosas se tornarían divertidas a partir de ahora. Abrió el cuadernillo que él había llevado, la letra era de Sakito en la mayoría de las páginas salvo por algunas.

 

  «Mi nombre es Kai, pero hace mucho tiempo me llamaron Uke Yutaka. Siempre lo olvido. Olvido muchas cosas en realidad, ya ni recuerdo el nombre del primer artista al que inspiré. Creo que ni recuerdo el nombre del anterior a Sakito. Pero sí recuerdo perfectamente el día que conocí a Takahiro Sakaguchi. Caí en el sillón de su apartamento cuando él estaba por suicidarse. Se me había asignado por un error del gato, pero definitivamente fue el mejor error que pudo ocurrirme».

 

  No, esa página no serviría para invitarle a leer. Algunas páginas más adelante y de nuevo aparecía la letra de Kai.

 

  «Quiero tocarte. Te necesito.

  Esto no está bien, siento que estoy dejando mis últimas memorias escritas, y también siento que cuando tú tomas el lápiz y escribes, intentas plasmar todo recuerdo sobre mí, y así tenerlos respaldados para cuando me vaya, por si me llegas a olvidar. No sé…».

 

  Esa sí, esa le gustaba. Seguro que el gato ya le había descubierto las intenciones, por eso se levantaba y se desperezaba sobre la espalda del escritor con intenciones de despertarlo también. Era momento de la verdad.

 

 

  ———

 

 

  Creo que, por excelencia, el peor recurso de los escritores, es la amnesia. Ahí va él, es el personaje principal, está embarrándose más y más, creando una historia, tal vez sea emocionante, tal vez aburrida, pero ha generado vínculos o los ha cortado, y de repente… ¡pum! El escritor decide ponerle más emoción o tensión al asunto dejando al personaje a cero, como cuando arrancó la historia. Clichés, el mundo está lleno de ellos y la gente ya está aburrida, pero las ideas parecen escasear y los escritores siguen usando los mismos recursos una y otra y otra vez. Cuando el personaje de una historia se despierta de un coma o una larga estadía del hospital y le pregunta a quien sostiene su mano: «¿quién eres?» o «¿quién soy?», uno siente que todo se fue al diablo y que es momento de romper cosas, como por ejemplo: las manos del hijo de puta que escribió esa historia de mierda. Para que nunca pueda hacer de nuevo algo semejante.

  Pero si hay algo que es peor que eso, muuuuucho peor, es la amnesia selectiva. ¿Es broma? ¡¿Con qué necesidad?! Y para colmo es un recurso típico de novelas románticas y escritores mediocres. Porque ¿de quién va a olvidarse el personaje? Del amor de su vida, obvio. No se olvidó de nada ni nadie más, se ha golpeado la cabeza y justo, justo, justo, justo el golpe ha dado en esa parte del cerebro donde albergaba la información sobre la persona que más ama en el mundo. Y esa persona ya no está más, pero en realidad está ahí y debe luchar para que recupere sus recuerdos. Porque el amor todo lo puede… Me gustaría que se notase el sarcasmo.

  Ahora, si a la amnesia selectiva le sumamos unas alucinaciones… Oh, sí, la historia ahí es diferente. Porque en el mundo no hay suficientes historias de gente que ha sufrido accidentes traumáticos y se ha despertado con la extraña y única capacidad para ver fantasmas, demonios o cualquier otro elemento fantástico.

  Entonces me pregunto: ¿Quién es el hijo de puta que escribió mi historia? ¿A quién debería ir a romperle las manos? Porque desde que desperté en el hospital, no he sido más que un montón de recursos mediocres y clichés en movimiento, y me irrita.

 

 

  Cuando abrió los ojos y se dio cuenta que estaba en un hospital, lo primero que Sakito pensó fue: «Mierda… ¿quién me encontró?». Estaba por suicidarse, estaba cansado y hastiado de todo, endeudado hasta la médula, era un escritor frustrado y decepcionado con la vida. Estaba mirando «¿Quién quiere ser millonario?» y la luz se cortó. No tenía agua, gas y encima le cortaban la luz, ya era momento para decir basta, y eso hizo. ¿Quién lo descubrió entonces como para llevarlo al hospital? No tenía pareja, amante ni nada que se le pareciera, a sus vecinos nunca se molestó por conocerlos y con su familia no tenía relación. ¿Quién había sido entonces? De seguro un cobrador de deudas. ¿O tal vez su ex había decidido volver con él? Qué momento tan dramático: Luego de haberlo dejado por otro más joven y bonito, cuando se dio cuenta que le extrañaba, que él lo era todo y, cuando finalmente tomó valor para regresar junto a él, lo descubrió semimuerto en la cocina. La culpa debió apoderarse de él en un pestañeo, entre lágrimas habría salido corriendo con él hacia el hospital para gritarle con desesperación al médico que lo salvara. Al imaginarse la escena, no pudo evitar reírse y pensar que se lo merecía por hijo de puta.

 

 

  La magia comenzó en el hospital de un pueblo a 800 kilómetros de donde vivía. No era el día que yo creía que era, habían pasado doce meses desde la última fecha que recordaba, y tres de ellos los había pasado en coma. Para completarla, lo que tenía frente a mí no era un médico ni un enfermero, era algo que sólo yo podía ver. Priceless…

 

 

  —¿Puedes verme? —preguntó como si fuese un hecho extraordinario.

  Creyendo que era su médico, asintió, pasando a hacer la honorable pregunta: ¿Qué le había pasado?

  —¿No lo recuerdas?

  —No estaría preguntándoselo si lo recordara… —contestó con tono amable y conteniendo el cinismo lo más posible. Era su supuesto médico, no debía cabrearlo o acabaría dándole una intramuscular con petróleo—. Recuerdo estar en casa mirando «¿Quién quiere ser millonario?».

  Recordaba haber estado a punto de suicidarse, pero no creyó que fuese información saludable para darle a su supuesto médico. Era como cuando te preguntan cuántos cigarrillos fumas al día, ellos ya saben que los pacientes fuman el doble de lo que dicen fumar, pero uno igual se hace el imbécil. Además, su médico era demasiado atractivo como para que él «recordara» con claridad el momento en que su vida se volvió depresivamente frustrante y quiso acabar con ella. Tal vez era el momento de escribir una nueva historia de amor en su vida donde un apuesto médico le devolvía los deseos de vivir. Típico…

  Pero su médico salvavidas no tenía bata y se mantenía en silencio, pensativo y extrañado. Como si aquello no fuese normal. Sintió un escalofrío que bien podría clasificarse como miedo. Tal vez era cosa del sexto sentido, pero lo supo en ese preciso instante: aquello no era normal.

  Y reaccionó de la manera más normal que un ser humano podría reaccionar al miedo: intentó postergar el momento incómodo de la explicación subnormal.

  —Tengo hambre…

  ¿Qué otra cosa podía decirle? No quería que le dijera que tenía cáncer de retina, efecto secundario de la sobredosis de relajante muscular que había tomado para suicidarse, y de un minuto a otro perdería la vista de manera definitiva.

  El humano es un ser imbécil. Por eso él era un imbécil.

  —Sakito, llama al médico, hay un botón al lado de tu cama para eso. Y no le hables de mí, él no podrá verme y creerá que tienes alucinaciones.

  —Oh… —Asintió. A los locos hay que darles el gusto—. Está bien…

  Le dolía moverse, pero presionó el dichoso botón y casi enseguida apareció una enfermera, feliz de que despertase y como si se conocieran de una vida, (pero así son siempre las enfermeras). Luego vino el médico de turno, también muy contento porque recobrase la consciencia. Análisis, estudios, lo normal para una persona que se despierta de un coma de tres meses y lentamente iban soltando pedacitos de la realidad a la que debía enfrentarse. Lo habían encontrado en una casa abandonada del pueblo, estaba inconsciente, pero no había motivo clínico para que lo estuviese, no había traumas ni golpes ni nada. Como si fuese la bella durmiente. Y ahora que despertaba, todo estaba normal con él, sus signos vitales, sus reflejos, sus órganos, todo funcionaba como debía funcionar. A excepción de su memoria que tenía nueve meses en blanco. Sin contar con el detalle que, efectivamente, ni el médico ni la enfermera reparaban en el hombre que estaba de brazos cruzados, apoyando la espalda contra una de las paredes.

  —¿Está seguro que no fue un golpe en la cabeza o una hemorragia cerebral? —preguntó—. ¿Se hicieron estudios? Porque… creo que estoy teniendo alucinaciones.

  No era un «creo», efectivamente tenía alucinaciones, más precisamente una alucinación, era señal que en su cerebro estaban pasando cosas raras y debía decírselo, así como el fumador le dice al médico que no puede respirar bien, un proyecto de suicida le dice al médico que su cerebro se está pudriendo.

  Habían hecho estudios y todo estaba normal con él, pero programarían nuevos análisis. Obviamente, a continuación se vino el arsenal de preguntas incómodas en lo referente a lo que estaba viendo en esos momentos. Y claro, todo terminó en el anuncio que el psiquiatra del lugar iría a visitarlo. Un nuevo éxito de la mano de Takahiro Sakaguchi.

  El médico se marchó, dejándolo a solas con su alucinación y, finalmente, ésta se movió de su lugar para acercarse a la cama.

  —Una vez vi una película sobre un genio matemático que sufría esquizofrenia algo y tenía alucinaciones —comentó Sakito con la vista fija en el techo—. Si no te importa, te ignoraré.

  —No soy una alucinación tuya. Pero está bien si quieres creer eso y terminar en el manicomio.

  —Mmh… Hay agua caliente, calefacción y electricidad, no es una mala opción. De seguro hasta me dejan ver «¿Quién quiere ser millonario?».

  —También te medicarán como están por hacerlo ahora y apagarán tu cerebro.

  —Definitivamente te ignoraré, no debes ser una buena influencia.

  Porque tener una alucinación no es suficiente, de la nada tenía que aparecer otra. Mucho más baja que la primera y mucho más rarita, incluso antes que abriera la boca, ya podía sentirle un aire de diva.

  —Tenemos trabajo… —dijo Alucinación Dos antes de reparar en él, quien seguía mirando el techo con intenciones de ignorarlo también—. ¿Despertó? ¿Cómo está?

  —Loco… —contestó Sakito y cerró los ojos.

  —Puede vernos —anunció Alucinación Uno.

  —¡¿Eh?! Imposible…

  No abriría los ojos, no lo haría, no lo miraría, los ignoraría… pero Alucinación Dos se le acercó para tocarlo con un dedo. No le bastaba con verlos, también podía sentirlos como si de algo real se tratase. Abrió los ojos para encontrarse con Alucinación Dos muy cerca de su rostro, y lo apartó de un manotazo.

  —¡Imposible! —exclamó, retrocediendo—. ¡Puede vernos!

  —Ishg… Sí, ¿contento? —murmuró—. Ahora respeta mi espacio personal, enano.

  La enfermera entró para cortar su locura, venía con una bandeja con un nuevo suero, algún medicamento que anulara su locura y una jarra con agua. No podían darle comida, pero podía empezar con agua. La necesitaba, sentía la garganta rasposa y seca como nunca.

  Pero sus alucinaciones esta vez no iban a darle un respiro y, aunque intentaba concentrarse en lo que hablaba la enfermera, ellos hablaban de fondo.

  —¿Ya lo reportaste? —preguntó Alucinación Dos.

  —No.

  —¿Lo reportarás?

  Alucinación Uno no contestó, y Sakito se preguntó a quién pensaban reportárselo. Lo que le faltaba era tener toda una organización de alucinaciones.

  —Bueno, no sé si sea algo útil… —continuó Alucinación Dos—. Pero es algo raro… Ni tú ni yo estamos mostrándonos, y él igual puede vernos. ¿Habrá sido cuando estabas…?

  —Ruki.

  Alucinación Dos tenía nombre y todo, y Alucinación Uno le había llamado la atención para que no siguiera hablando. Secretos, porque en toda buena historia tiene que haber una enredadera de secretos.

  —Cierto… puede escucharnos… ¿Recuerda algo?

  —No.

  —¿Hablaste con él?

  —Aún no.

  —¿Te quedarás entonces?

  —No, vamos. Volveré cuando terminemos.

  Sonrió, su medicamento mata cerebros ya estaba haciendo efecto y sus alucinaciones se iban. Suicida sí, loco nunca. Hasta sintió deseos de despedirse de ellos con una manito. Adiós, locura suya.

  Y ahora que se le había ido la locura, tenía problemas en los que pensar. ¿Qué sería de su casa? ¿Y qué carajos había estado haciendo en esos nueve meses? Lo más inteligente que podía hacer en busca de sus recuerdos, era pedirle a la enfermera sus pertenencias. ¿Cómo carajos había llegado allí?

  Entre sus cosas tenía: su mochila, un par de mudas de ropa, una manta, su billetera, su celular (muerto) y un lápiz quemado. El lápiz fue lo que más llamó su atención, parecía que lo había querido usar de madera en una fogata, pero se había arrepentido y lo había recuperado. Él era un escritor, bloqueado y todo, se suponía que escribía o intentaba escribir, por lo que si salía de viaje, lo hacía con un lápiz y algún cuadernillo. El lápiz estaba, tal vez había sido víctima de su bloqueo, pero ¿dónde estaba el cuaderno o la libreta? ¿Se le había antojado convertirse en nómade y dejar de escribir? Imposible. ¿Y dónde estaba el maldito ticket del tren que lo había dejado allí? ¿O del ómnibus? Nada, no había nada más, ni en su billetera había algo más que su carnet de identidad, ni un mísero centavo.

  ¿Sus conclusiones? Había salido de viaje. Mochila y mudas de ropa era señal de viaje, pero era un viaje rápido, de lo contrario hubiese armado la valija. Ahora… ¿Con qué dinero había salido de viaje? Se negaba a creer que lo había hecho a lo trotamundos, no se le daba bien dormir a la intemperie, (aunque tuviera una manta, de ningún modo dormiría a la intemperie), mucho menos que le faltara el baño y la comodidad. Era pobre y pretencioso. Fin.

 

 

  Y ahí estaba yo, queriendo matar al escritor de mi vida. ¡¿Por qué demonios me hacía esto?! Tenía que armar un rompecabezas de nueve meses con un puñado de pistas inservibles. Y una alucinación. Por si se me ocurría olvidarla en la ecuación, la muy maldita se fue, pero regresó al par de horas. Sentí deseos de presionar el botón para que me diesen una nueva una dosis de mata locura, pero no tenía ganas de sentir de nuevo el cerebro embotado.

 

 

  Lo único rescatable era que si lo miraba, al menos entretenía la vista. Buena imaginación no le faltaba, de eso no le cabía duda, podía tener alucinaciones tal y como le gustan los tipos: un metro ochenta, corpulento, facciones muy atractivas y mirada de tipo dominante. Sí, justo como le gustaban. Aunque desnudo le hubiese gustado mucho más. ¿Habría treinta centímetros debajo del pantalón? Eso ya sería la gloria.

  —Si cierro los ojos y deseo con todas mis fuerzas que estés desnudo, cuando los abra de nuevo ¿estarías desnudo?

  —Tú nunca cambias.

  Su alucinación sonrió y le resultó agradable ver que cambiaba la expresión seria, sin contar que era una sonrisa bonita. Intentó espabilar rápido, lo último que le faltaba era que terminase gustándole una alucinación.

  —¿Fuiste a «reportarme»?

  Estaba aburrido, no le haría mal matar el tiempo mientras iba el psiquiatra a confirmarle que estaba loco. Al menos era un loco racional.

  —No —contestó, acercándose a la cama—. ¿Cómo te sientes?

  —Tengo una mezcla de cansancio, aburrimiento, confusión, fastidio y dolor de cabeza. ¿Puedo ponerte nombre? Alucinación Uno es muy largo.

  —Ya tengo un nombre: Tora.

  —Oh… Muy original… —ironizó. Ruki, Tora… ¿Todas sus alucinaciones serían de cuatro letras? Al menos sería fácil recordar sus nombres—. ¿Y de qué va la historia, tigre? ¿Puedo verte porque salvaremos el mundo o querrás que cumpla con pedidos absurdos?

  —Sólo estoy aquí para cuidarte.

  —¿Cuidarme de qué? —preguntó extrañado.

  —Eres un imán para los problemas.

  —Aah… ya veo… ¿Eres mi ángel de la guarda?

  —Algo así…

  Tora estiró una mano hacia él y tocó apenas su rostro con las yemas de sus dedos. Quiso decirle que dejara, pero no lo hizo, se sentía bien el mimo. Pero al mismo tiempo le dieron ganas de correr a pegarse un tiro. ¿Tan solo se sentía como para inventarse aquello? ¿En qué punto estaba su vida? De hecho… ¡¿qué vida?! Desempleado, endeudado, pobre, fracasado… y solo. Era normal inventarse un ángel de la guarda de metro ochenta, corpulento y bien parecido que estuviese haciéndole la caricia más encantadora del mundo. Porque si no era él, ¿quién estaba allí para acompañarlo despierto aquella noche en el hospital?

  ¿Alguien pidió más drama? Tenía que ser una maldita noche fría de primavera, sí, tenía que serlo. Una de esas noches que quería dormir y no podía, y encima estaba congelado. Pero contaba con una alucinación que, además de ser su ángel de la guarda, era calentita, y se acostó a su lado para hacer cucharita con él, dándole su calor. Si era una alucinación, era demasiado real. ¿Valía la pena hablarlo con el psiquiatra para que lo matara con fármacos? ¿Qué le quedaría luego? ¿Tenía casa a la que volver al menos o el Estado ya la habría rematado?

  Le hubiese encantado decir alguna idiotez para deshacerse del malestar y desviar sus pensamientos, pero no pudo, el deseo de llorar era mucho más fuerte. Llorar por una pérdida. Y no sabía si era por la pérdida de su cordura, su vida o algo que no recordaba. Sólo quiso llorar, pero él no lloraba, y mucho menos lo haría en las garras de un tigre.

  —¿Tú evitaste que muriera hace un año? —susurró. Le sintió asentir mientras lo abrazó más fuerte, apretándolo contra él. Era demasiado real como para ignorarle—. ¿Por qué? ¿Mi ángel de la guarda está enamorado de mí?

  —Como loco —musitó, hundiendo la nariz en su cabello.

  Tener un enamorado podía ser una noticia feliz, más cuando su enamorado era uno de esos tipos «como le gustaban». Claro, suponiendo por un momento que eso del ángel de la guarda —o lo que fuese— era verdad y él no había enloquecido. Debería haberse sentido al menos honrado y contento. Sin embargo, no fue así. Aquello no era más que otra espina en su corazón.

  —¿Qué estuve haciendo este año?

  —Nada que debas recordar.

  Sus caricias empezaron a embotarlo, en una situación más normal, su cuerpo hubiese entrado en calor de inmediato, pero teniendo en cuenta que se había alimentado con suero durante tres meses y lo máximo que había conseguido ingerir era agua, pues no estaba en condiciones de ninguna otra cosa, y con algo de miedo, volvió a cerrar los ojos para dormir. ¿Dormiría otros tres meses? Esperaba que no.

 

 

  Siempre me caractericé por tener los sueños más absurdos. A veces me despertaba a medias, alababa mi maravillosa imaginación y pensaba en escribir lo que había soñado, de seguro me ganaba el novel de literatura, pero cuando despertaba enserio, la idea ya se me había olvidado.

  Como mi realidad no era lo suficiente absurda en esos momentos, mis sueños no podían quedarse atrás.

  El pastizal me llegaba a las rodillas y, a lo lejos, había una pradera y un sauce llorón, era como una escena sacada de «El señor de los anillos». He de admitir que me sentía impresionado con el verde del paisaje. Y sabía que era un sueño, era de esos sueños donde uno es consciente de su propio sueño, pero era demasiado maravilloso como para querer despertarme.

  Por un momento me pregunté si sería así como había caído en un coma inexplicable durante tres meses. Tenía perfecto sentido si tenía en cuenta que lo que más quería en ese momento era correr hacia el sauce y recostarme debajo, sin preocupaciones, sin que siguiera debatiéndome entre vivir o matarme, sin que estuviese preguntándome si eso que estaba recostado a mi lado en el hospital era real o no. Podría quedarme otro tiempito más entonces, no estaría mal…

  Qué idiota.

 

 

  Vio movimiento debajo del sauce y se encaminó hacia él. Si era un tigre se reiría mucho. De pensarlo nada más se rió, pero se le cortó la risa al llegar y descubrir que había dos tipos debajo del árbol y uno de ellos era él mismo. Su otro «yo» estaba en el suelo, con la espalda apoyada en el tronco del árbol. El otro tipo estaba recostado y con la cabeza sobre la falda de su otro «yo». Sólo le veía el cabello largo y negro, no era Tora y tampoco nadie que conociera. ¿Lo más chistoso del asunto? Cuando su otro «yo» se percató de su presencia, lo miró con odio, y, conociendo sus propias expresiones, podía dar por seguro que había auténtico odio en su mirada.

  Retrocedió un paso, bajando la vista y levantando las manos con intenciones de palmearse a sí mismo la cara. Ya no le parecía un lugar donde podía quedarse, quería despertar.

  —¿Saki?

  Levantó la vista a lo que lo llamaron, pero obvio, no era a él a quien aquel tipo estaba llamando. Su otro «yo» miró a su amante, cambiando su expresión.

  —Estabas babeándome, tonto…

  —¡Oye! ¡Yo no babeo! —exclamó, enderezándose. Lo agarró por los hombros y lo pegó más al árbol—. Pero ahora sí voy a babearte…

  Llegó a ver a su otro «yo» riendo divertido, antes que aquel tipo, al que seguía viéndole nada más que la nuca, empezara a besuquearlo entre bromas.

  Bien podría ser la escena de una comedia romántica, algo con lo que el público reiría con cierta emoción por sus épocas de imbéciles enamorados, pero a él le partió el corazón. Y no es figurado, en verdad sentía que alguien estaba dándole con un hacha en la mitad del pecho. No tenía un por qué, simplemente así lo sentía.

  No sabía si efectivamente tendría a alguien delante suyo con un hacha, pero lo cierto es que de repente fue empujado para atrás, no un simple empujón, fue como si un camión se estampara contra su cuerpo y lo hiciera salir volando. Antes de remacharse contra el piso, se despertó, pateando a Tora y queriendo agarrarse de algo. Aún sin mucho sentido de la orientación, intentó levantarse más que rápido, pero Tora lo agarró antes que saliera disparado de la cama o se enredara con los circuitos de suero, y lo llamó fuerte por su nombre para que cayera en la realidad de una buena vez.

 

 

  No era un sueño, lo sabía. Podía parecer más descabellado que el hecho de tener un «ángel de la guarda» conteniéndome al despertar, pero en verdad sabía que no había sido un sueño. Así como también sabía que mi otro yo tenía algo mío. Varias cosas mías en realidad, antes de salir abruptamente del «sueño» había alcanzado a ver mi cuadernillo al lado de la parejita feliz. No tenía dudas que era mío porque me gustaba ese formato de cuadernillo para comprar: negro, tapas duras y un espiral grande y rojo.

  El cuadernillo tenía mis recuerdos perdidos, y tenían el rostro de aquel a quien sólo la espalda había alcanzado a verle. ¿Cómo no se daba cuenta que mi otro yo no era yo? Era a mí a quien debería haber estado besuqueando en la pradera, era yo quien debería estar riendo como tonto enamorado y no en brazos de un mentiroso ángel de la guarda. Yo no lloro; sin embargo, estaba alterado y sofocado, al borde de un ataque de pánico, preguntando por qué, por qué yo. ¿Qué había hecho para merecer aquello? ¿Qué hice tan malo? No he dejado de preguntármelo ni un solo día desde entonces. Duele. Dolió entonces, y si lo pensaba con frialdad, no tenía ni idea por qué, así como tampoco tenía sentido. ¿Dolería menos si le daba un sentido y un por qué?

 

 

  —¿No se supone que es tu trabajo cuidar mis sueños? —preguntó a Tora, queriendo deshacerse del trago amargo—. No lo estás haciendo bien, ¿sabes?

  —¿Qué soñabas?

  Se notaba la preocupación en su tono, pero lo supo hipócrita, temeroso de que en sueños recordara lo que quería ocultarle.

  —Muero de hambre, por eso no estoy bien.

  Se sentó en la cama y con cuidado se quitó el circuito del brazo. Siempre le había dado impresión ese tipo de cosas, pero no es más que una aguja para sacar, aunque cuando uno mismo lo hace, parece que la aguja en realidad es curva y uno está destinado a rajarse el brazo.

  —¿Qué haces? —preguntó Tora mientras él se cubría con un dedo su nueva herida de guerra.

  —Me voy a buscar comida.

  —Yo puedo traerla.

  —¡Excelente idea! Salvo por el detalle que quiero comida real…

  Había regresado a la modalidad de negar la «realidad» en la que estaba hundido. Para eso era mejor pensar que se había vuelto loco a que todo aquello era verdad.

  —Mmh… —Tora asintió—. ¿Y con qué dinero la comprarás?

  Estaba por levantarse a buscar una de sus mudas de ropa, pero se tuvo que quedar donde estaba.

  —Punto para ti… Está bien, que sea comida alucinada entonces —murmuró, volviendo a subir los pies a la cama.

  —Ya vuelvo.

  Para ser comida alucinada, le tomó su tiempo traerla. Mientras tanto, él volvió a revisar entre sus cosas en busca del cuadernillo, revisó la habitación por las dudas, pero no, no estaba allí. También buscó cosas en los bolsillos de sus pantalones y camisas, pero no había nada útil. Ni un triste papel de caramelo.

  Tora regresó con un tazón de ramen caliente. Nunca había sido tan feliz con un tazón de ramen. El sofoco con el que se había despertado ya se había ido y ya había vuelto a ser un día frío de primavera, así que más feliz con la comida caliente. ¿Acaso la comida alucinada era más deliciosa que la comida real? Su imaginación necesitaba un galardón de oro, el sabor era glorioso.

  Ni se molestó por esconder el tazón, sólo él lo vería, así que el médico nunca descubría que durante la noche había sido un pésimo paciente. En el fondo quería terminar de confirmar si estaba loco o si algo de todo aquello podía ser verdad.

  No supo si alegrarse o preocuparse a lo que una enfermera lo visitó durante la mañana y le regañó por el tazón de ramen que se había comido. No sólo por haberlo comido, sino que creyó que él había salido en mitad de la noche y había recorrido medio pueblo para llegar hasta esa tienda de ramen, la que preparaba el mejor ramen del pueblo según ella. Pero el raciocinio ante todo, aquello no significaba que Tora en verdad fuese un ángel de la guarda que sólo él veía. ¿Podría haber salido él, sonámbulo, a comprar la comida? Aunque de dormir ni hablar, no había querido volver a cerrar un ojo en toda la noche. ¿Entonces…? Entonces no tenía ni la remota idea, pero su ángel de la guarda no estaba allí para explicárselo o decirle «te lo dije, estoy demasiado bien como para ser un invento tuyo».

  Cerca del mediodía, el dichoso psiquiatra fue a hablar con él para saber «cómo estaba» y no pudo hablarle de alucinación alguna. Tenía sus serias dudas al respecto y no tenía ganas que le encerraran en un manicomio cuando tal vez no estaba loco. O tal vez sí estaba loco del todo, pero si tenía en cuenta que aún conservaba su razón, o al menos eso creía, no tenía mucho sentido arriesgarse a terminar drogado y babeando en una cama.

 

 

  Se podría decir que los seres humanos pueden luchar contra todo (o casi todo), pero no pueden contra su propio cuerpo. No se lucha contra el sueño, menos cuando se está en la cama. El cuerpo duerme cuando quiere hacerlo, si no quiere, no lo hace, y si quiere lo hará igual encima de una piedra. Yo no quería volver a dormir, podía pararme, dar vueltas en la habitación, pero en cuanto me sentara o me recostara, mis párpados pesaban y me sentía a morir. No me quedaba otra que volver a dormir, y cuando uno está tan cansado, ya ni miedo da ganas de sentir.

  Pero en aquella pradera no tenía cansancio, estaba espabilado y muy despierto, y no quería acercarme de nuevo al sauce. Aunque quería mi cuadernillo. Le había preguntado a las enfermeras si la habían visto y una de ellas me había dicho que sí, que la recordaba y debía estar entre mis cosas, pero como le dije que no estaba, ella dijo que preguntaría si alguien lo había tomado. Intenté ser racional, no tenía que ir por mi cuadernillo en aquel lugar, seguro en la «realidad» alguien lo había tomado y lo podría devolver. Me recosté en el pasto, en la mitad de la nada, y esperé con paciencia para volver a despertar. Varias veces me pregunté si mi otro yo estaría haciendo el tonto con su enamorado mientras yo estaba allí solo. Varias veces intenté ser cínico conmigo mismo, a mi patética existencia le gustaba complicármela y regocijarse en mi propia depresión. De seguro ellos hacían el tonto, se besaban, se hacían el amor, mientras yo me moría de la envidia en soledad. ¿Por qué no era yo? ¿Por qué yo debo estar aquí ahora y no él? Simple como el hecho de que mi otro yo no es yo y soy yo el que paga por mis errores, él nada más es un impostor.

 

 

  Por la tardecita volvió su ángel. Y Sakito que había tenido toda una tarde de pensamientos varios, estaba en su punto perfecto de la imbecilidad. ¿Alguien quiere otro cliché más? La comida del hospital era un asco y estar con hambre de algo rico, le sumaba puntos extra para idiota.

  Sin embargo, antes de llegar a abrir la boca, alcanzó a ver la bolsa que traía con la gloriosa palabra «cake» impresa.

  —¿Acaso puedes leerme los pensamientos también? —preguntó, sin poder quitar los ojos de la bolsa.

  —No, no puedo, pero supuse que querrías comer algo rico.

  Le alcanzó la bolsa y no le dio ni para hacerse el difícil. Sacó la cajita con la porción de torta y la abrió: Tarta de manzana y canela. La gloria.

  —¿Cómo consigues esto? —preguntó mientras agarraba el tenedor de plástico.

  —¿Mmh?

  —Si sólo yo puedo verte, ¿cómo haces para conseguirlo?

  —Que sólo tú puedas verme no significa que no pueda interactuar con tu mundo. —Se sentó al borde de la cama, de frente a él—. No te preocupes, no dejo a nadie sin su comida.

  —¿Eso significa que lo robas?

  —¿Prefieres que no vuelva a hacerlo?

  Se mandó un trozo de tarta y cerró los ojos al degustarlo, no estaba dulce empalagoso, lo justo y correcto para que fuese un completo placer.

  —Mmh… No, en realidad estaba por preguntarte si podrías robar un banco para mí… —Vio que lo miraba con una ceja alzada y medio rió—. Bueno, no necesito todo el dinero del banco, pero un poco me vendría bien.

  —¿Pretendes vivir a mis expensas?

  —No, no. Pero necesito volver a Tokyo y pagar las facturas vencidas. Además, ¿de quién es la culpa que yo siga vivito y coleando? Deberías hacerte responsable, ¿no?

  —Me lo pensaré…

  —¿Ah? ¿No es aquí donde dices que eso no es posible, está prohibido y te castigarán?

  —A no ser que se trate de un encargo, interactuar con el mundo humano está prohibido para nosotros. Desde el momento en que tú me ves sin que yo esté mostrándome, las cosas no van como están establecidas.

  —¿Tú puedes mostrarte a los demás?

  —Sí, pero es cansador hacerlo y podría dejar de existir. Mostrar nuestra forma ante un humano es como encender una alarma en la oficina de nuestro jefe.

  —¿Dios?

  —¿Quién? ¿Mi jefe? No, no es ningún dios. —Rió y negó con la cabeza—. Pero puede tornarse tan peligroso como uno.

  —Y a la mierda imagen de dios misericordioso. ¿Yo podía verte antes? O sea, en ese período de tiempo que tengo desaparecido de mi memoria.

  —No.

  —¿Y tú igual has estado siempre ahí?

  Tora asintió y cambió su lugar para sentarse a un lado de él y de ese modo rodearle la espalda con un brazo, arrimándolo más a él.

  —Eso es un poco espeluznante… —dijo, pensando en cuánta inmundicia podría haber hecho con él presente—. Bastante de hecho… Ok, digamos que ya no creo que enloquecí y empiezo a creer que existes. ¿De qué me sirve esto?

  —¿Para enloquecer por mí? —dijo y apoyó una mano en su rostro para que no volteara y siguiera viéndolo.

  Con algo más de alimento que la noche anterior, un poco de azúcar y tres meses de inactividad absoluta, es normal que se agitara un poco. O tal vez fuese que sus ojos lo calaban profundo y toda la parafernalia bonita de las historias de este tipo. Encima el tipo se acercó más a él y acarició sus labios con los propios.

  —Qué paparruchada… —susurró, negando con la cabeza y apartándose—. Ahora empieza a decirme la verdad, porque creer que existas no implica que crea en lo que me dices.

  —Creer que estás loco es más fácil a creer que eres especial. Y creer que miento también es más fácil a creer que un ángel se ha enamorado de ti.

  —Creo que ocultas cosas. ¿Por qué no puedes hablarme de lo que estuve haciendo antes de terminar aquí?

  —Ya te lo dije.

  —Nada que deba recordar, ¿no? —preguntó, dejando a un lado la caja vacía—. Me haré responsable.

  —Necesitas seguir adelante.

  —Necesito morirme —sentenció.

  —Lástima, no voy a permitírtelo.

  Por un lado sintió deseos de mandarlo a la mierda y decirle que se fuera, pero como no tenía ganas de volver a quedarse solo en aquella habitación, no le dijo nada. Se acostó del todo y le dio la espalda, ganándose un punto de madurez. Tora se acostó a su lado y lo abrazó por la espalda otra vez. Porque hacer cucharita en la cama todo lo puede… ¿A quién quería engañar? En esa soledad, ese calor a él lo podía.

  Pero ahí estaba, durmiéndose otra vez y apareciendo en la pradera. Al diablo con su otro «yo», se iría a buscar su cuadernillo. Era un chiste, un triste chiste. Ni bien dio un paso, el camión invisible se estampó contra él para arrojarlo por los aires y estamparlo contra el piso. ¡No se iría sin su cuaderno!

 

 

  En un sueño, uno siempre se despierta antes de caer, aquello ya no era un sueño, por eso podía llegar a la parte de la caída. Tal vez fuese mi determinación por recuperar mis recuerdos, tal vez era mi monumental fastidio con la vida, pero seguía en la pradera y podía jurar que acababa de partirme todas las costillas. Al menos, dolía como los mil demonios. Me enderecé como pude y al ver a un lado, lo vi a él. Y él se sorprendió de verme aún ahí. Era el conductor del camión invisible. No estaba ni cerca de tener la apariencia de un camionero, pero sabía que era él.

  Se dirigió hacia mí y se arrodilló a mi lado, tomándome por los hombros para que continuara contra el suelo. Nunca lo había visto, al menos no antes de mis doce meses de amnesia. ¿Quién iba a decir que terminaríamos de este modo?

 

 

  —¿Por qué sigues aquí? —preguntó, no dejaba de mirarlo impactado y desconcertado.

  —Quiero mi cuaderno —murmuró.

  —Debes irte, Sakito.

  —¿Crees que quiero estar aquí? Pero necesito dormir y, cada vez que cierro los ojos, aquí es donde aparezco. ¿Quién eres?

  Pareció confuso con lo que acababa de decirle, levantó la vista para mirar hacia el sauce y se agachó de golpe, queriendo quedar a cubierto con el pastizal.

  —Debes irte… —musitó.

  —No sin mis recuerdos.

  —El cuaderno que está ahí no es el que buscas, éste no es tu lugar. Si él te ve, te encerrará.

  —¡¿Quién es él?! —exclamó y el conductor intentó silenciarlo, colocándole la mano en la boca, pero movió la cabeza para liberarse—. ¿Quién eres tú? ¿Qué es esto? ¿Por qué no puedo dormir como una persona normal? ¿Acaso crees que quiero estar aquí?

  —¡Ssh!

  Levantó la cabeza de nuevo para mirar hacia atrás y esta vez se asustó más con lo que vio. Se volvió hacia Sakito y lo soltó para poder golpearle la mitad del pecho con un puño. No tendría la apariencia de un camionero, pero la fuerza la tenía, o sería que él ya estaba adolorido de antes, que aquel golpe lo devolvió a la realidad.

  Por acto reflejo, le estampó un codazo a Tora en el pecho y se levantó de la cama prácticamente de un salto que terminó resultando un tropiezo y de cara al piso de verdad. El ángel se levantó de inmediato para ayudarlo, pero lo apartó… ¿llorando? Así era, el gran Takahiro Sakaguchi lloraba de la más pura angustia.

 

 

  Si de algo debo enorgullecerme es de mi gloriosa capacidad para hacer que todo sea peor. ¿Cómo? Simple: agarrándomelas con el único que estaba a mi lado queriendo ayudarme. Pero por suerte Tora contaba con un manual para calmar a un puto frustrado y desquiciado. Paso número uno: besarlo. Comerle la boca. Y no importa si sigue llorando o si quiere hacerte a un lado. El siguiente paso es continuar besándole toda parte que pueda besarse. Paso número dos: violarlo. Eso sin lugar a dudas calmaría a cualquiera. Quitarle la bata del hospital, tirarlo a la cama y abrirle las piernas. Un clásico que nunca falla. Y, dado que ya he tenido el placer de varios clásicos, me lo tomé con calma. Tan sólo lo mordí como perro rabioso hasta que el asco al sentir la carne cortándose me hizo soltarlo. Y él gruñó de dolor, pero no se apartó sino que me agarró la cabeza como si no le importara que pudiese volver a morderlo. Al menos se detuvo antes de partirme al medio. Cosa que hubiese hecho, porque para mi absoluto placer, los treinta centímetros no me faltarían, aunque no estuviese erecto, había alcanzado a sentírselo. Soy un tipo afortunado.

  Su sangre me corría por las comisuras de los labios, y su sabor no era el clásico sabor metálico de la sangre común, pero tampoco era sabor a tarta de manzana. Tal vez yo tuviese algo de vampiro como para saber cosas a través de la sangre, pero finalmente pude darme cuenta que hasta el momento sólo había sido yo, yo y más yo, nunca me había detenido a pensar en él y qué pasaría por su cabeza. Él decía estar enamorado de mí, pero yo no tenía ningún tipo de sentimientos por él. ¿Estaría frustrado y molesto? ¿No era así como había estado esperando mi despertar? «Hola, ¿qué tal? Soy Tora, tu ángel y te amo», y entonces yo, perdidamente enamorado, me arrojaría a sus brazos. ¿Habría soñado algo así? Seguro que no, no parecía el tipo de… ser mítico que sueña despierto con escenas románticas, pero que le dolía ya no me cabía duda, menos cuando lo tenía apoyado contra mi hombro y me daba la impresión que, así como yo, él también estaba llorando.

  Pero volviendo a mí… ¿Por qué lloraba yo? Ya no tenía ni idea, pero si me faltaba algún motivo, Tora me lo dio en cuanto empezó a hablar.

 

 

  —Tú me conociste hace años… Tú… Tú enloquecías conmigo como no enloquecías con nadie más. Escribías tu primera novela y yo debía servirte de inspiración, por eso podía mostrarme ante ti sin ganarme el infierno. Estabas de novio, pero no te importó engañarlo conmigo…

  —Imposible… Ese no era yo…

  —Me lo dabas todo de ti —continuó—. No había noche que pasaras frío conmigo. Pero cuando terminó mi trabajo contigo, debías olvidarme, así es como funciona.

  —Me estoy acalambrando, Tora —murmuró—. Si quieres contarme historias, que sea en una posición normal.

  Se enderezó un poco, permitiéndole bajar las piernas al menos, y se quedó mirándolo a los ojos.

  —No lloraste ni cuando nos despedimos… Al menos no lo hiciste frente a mí. Tú no lloras…

  Le soltó una de las manos que le tenía agarrada para poder acariciarle el rostro y quitarle alguna de aquellas lágrimas que ahora empezaban a hacerse camino hacia la almohada.

  —Ándate. Por favor.

 

 

  Normalmente no lloro, normalmente tampoco me gusta estar solo, normalmente mi libido explota fácil… Normalmente tampoco veo cosas que nadie más puede ver, normalmente tengo sueños bizarros, pero comunes y corrientes, normalmente también tengo todos mis recuerdos en orden. Como normalmente ya no existe más, puedo mandar todo a la mierda.

  Tora se fue y yo me fui a lavar. Para cuando salí me vestí y me decidí a irme de allí. Podía andar, no tenía problemas físicos, aunque sí muchos problemas mentales, pero no tenía ganas de tratarlos allí. Necesitaba aire y caminar… y que un camión de verdad me pasara por encima. Mi mundo había pasado de ser depresivamente normal a depresivamente anormal, y no tenía ni idea cuál de los dos era peor, pero no tenía ganas de enfrentarme con ninguno de ellos.

  Suerte que había llegado a vestirme, porque lo que vino a continuación fue el clímax de lo absurdo y al menos lo atravesé vestido.

 

 

  Un tipo se apareció delante de la puerta, alto, muy alto de hecho, delgado y con cara de nada.

  —¿Otro enamorado que no recuerdo? —preguntó, acomodándose la mochila en la espalda con intenciones de irse, pero Tora reapareció en la habitación y lo agarró para hacerlo hacia atrás, alejándolo de aquel tipo—. Oigan, no quiero empezar a gritar como loquita histérica que me dejen en paz. No estoy de humor para esto.

  —Ruka, vayamos a hablar a otro sitio —pidió Tora.

  —¿Sabes por qué te pasé al sindicato? —preguntó Ruka, otro con nombre de cuatro letras y fácil de recordar—. Ahí puedes creer que haces lo que quieres, pero, al final, mis órdenes son irrefutables.

  Le dieron ganas de decirle que no debería ser así como funcionaba un sindicato, pero apenas abrió la boca se di cuenta que así era a fin de cuentas. Un sindicalista puede gritar y patalear todo lo que quiera, pero siempre termina siendo el jefe el que tiene la última palabra. ¿Ruka entonces era el jefe? Más información inútil para introducirle a un cerebro que quería explotar.

  —Sakito puede vernos, pero no…

  —Mátalo, Tora —dijo, haciendo un gesto despectivo con la mano, como si no le importara lo que hubiese para decir del tema.

 

 

  Pero el amor lo puede más que todo… Sí, claro, cómo no. Tora se dio la vuelta y, antes que yo pudiese asociar lo que acababa de decir Ruka, ya me había agarrado del cuello con una mano y estaba hasta levantándome, apretándolo con tanta fuerza que podría partírmelo antes de asfixiarme.

  Mi tan deseada muerte… No estaba seguro de querer que fuese así. Además, podía ver la mirada de Tora, podía ver que estaba enloqueciendo por dentro. Quería morirme, pero no quería joder a nadie. ¿O sería esto una excusa? De todos modos, por mucho que quisiera morir, el ser humano tiene un chip incorporado para la supervivencia. Haremos todo lo que esté en nuestro alcance para sobrevivir, así sea patear viejitas. El chip se me activó relativamente rápido para patear a Tora. ¿Adivinen qué? Puedo verlos, pero no tengo superpoderes. Que lo pateara fue lo mismo que la nada y sólo conseguía ahogarme más y sentir que en verdad me iba a partir el cuello. Pero tal parece que mis patadas al menos lo cabrearon como para tirarme y remacharme contra el suelo. Me sentí mareado, intenté enfocar un único Tora, pero veía como tres, y perdí la consciencia antes de saber si se me acercaba con intenciones de seguirme asfixiando.

  Lo bueno es que tengo una pradera donde escapar en cuanto mi cerebro pierde contacto con la realidad. Y ahí estoy yo, en el pastizal, con el camionero sin camión a pocos pasos de mí.

 

 

  —¿Otra vez? —dijo impresionado.

  —¡No lo hice a propósito, ¿sí?! —exclamó con la voz algo quebrada por la desesperación—. ¡Están matándome en la realidad! ¡No fue a propósito!

  —¿Están matándote?

  Sakito miró hacia el sauce llorón y vio a la pareja levantándose y mirando hacia allí. El camionero se fijó en lo mismo y se impresionó como todas las veces anteriores.

  —¡Corre! —exclamó, agarrándole de una muñeca para que corriera con él, pero Sakito se detuvo y tiró de su mano para recuperarla.

  —¡¿Acaso no me escuchaste?! ¡Necesito volver! ¡Necesito que me devuelvas a la realidad o voy a morirme! Y no es algo que me moleste demasiado, pero preferiría no joder a nadie en el proceso.

  —¡Si él te agarra, también terminarás muerto! —exclamó, señalándole hacia el árbol.

  Miró en esa dirección, tenían a la pareja a menos de diez metros y su otro yo encabezaba la carrera hacia ellos.

  —¡Mierda! —exclamó, dándose la vuelta para correr junto al camionero—. ¡¿Desde cuándo me volví tan popular?!

  —¡Por aquí!

  Viró de golpe hacia la derecha, no entendía hacia dónde iban en un llano como aquel, no era como que hubiese demasiado lugar a donde huir a no ser por correr más rápido que los amantes. Pero el camionero tenía un plan, uno que implicaba detenerse frente al impresionante acantilado que le daba fin a la pradera, agarrar a Sakito de un brazo y empujarlo al vacío. Si la fuerza que manejaba el camionero le había hecho creer que le había roto las costillas, aquello le pulverizaría cada hueso. Pero la caída nunca llegó, despertó sobresaltado en su realidad… o en algo parecido a la realidad.

 

 

  ¿Arranqué siendo la bella durmiente de esta historia? Maravillosas noticias, ahora soy Rapunzel, y estoy encerrado en una habitación circular de piedra, con ventanas demasiado altas como para que las alcance y demasiado angostas como para llamarlas ventanas. No hay ni puertas. Es una única habitación con una cama, una biblioteca lo suficientemente grande como para una vida de lectura, un tocadiscos, un escritorio y una silla. Digamos que tiene estilo antiguo… Estilo de torre de castillo en un cuento de hadas. La verdad, hubiese preferido algo más moderno, al menos tener tele para ver que la gente normal todavía intenta ser millonaria.

  Cuando desperté, el piso en el que estaba no era el de la habitación del hospital, era aquí, mi nueva morada. El dichoso Ruka estaba conmigo para explicarme que sólo había querido enseñarle una lección a Tora, que no me lo fuese a tomar personal. Debí haber muerto ese día. No me gusta escribir jaja, pero permítanme un momento para reírme. Ja ja ja…

  No estoy muerto, definitivamente no lo estoy, pero tampoco puedo continuar viviendo con la gente común y corriente porque rompo con las leyes establecidas. Por eso mejor secuestrarme y encerrarme hasta que mi vida se consuma. Sí, propuse irme a casa y terminar con mi vida yo mismo, pero eso ya no es posible porque mi alma y mi cuerpo no son uno como deberían ser. Si muriera, pasaría a existir en el árbol de los ancestros o lo que para mí supo ser una pradera, donde tampoco soy bienvenido y rompería de forma permanente lo establecido.

  Algo me dice que en realidad no tienen ni idea de qué hacer conmigo, y esto es lo que mejor se les ocurrió. Aplaudiría su brillantez si no fuese porque estoy furioso y camino a convertirme en un ermitaño. Pero finalmente he tenido varios momentos de claridad… demencial claridad.

  No he vuelto a ver a Tora, no estoy seguro si eso es bueno o malo. No sería un ángel de verdad, pero para ser yo la clase de problema ambulante que soy, es lo más cercano que estaré a algo parecido. Si estuve con él y no lo recuerdo, no me interesa. Ojos que no ven, corazón que no siente, así que ya no me molesto por mis recuerdos. La ignorancia es el éxtasis. ¿Por qué los niños siempre son felices? Son ignorantes. ¿Por qué fui tan infeliz con el fracaso? Porque había conocido el éxito. Ahora que soy un fracaso tras otro, he aprendido a apreciar lo que tengo. Tengo un gato que me calienta la espalda cuando duermo y, aunque nunca fui muy fan de los gatos, su compañía es agradable y hace un poco menos espesa mi estadía por aquí. No debí menospreciar a Tora cuando me acompañó en los escasos días en el hospital. Ahora tal vez le extrañe un poco, aunque algo me dice que es él quien me deja los cigarrillos en el escritorio y, ocasionalmente, torta de manzana y canela.

  Mi querido lector, mi querido yo que tal vez un día tengas que leer esto para saber qué es de tu vida, porque te jodieron nuevamente la cabeza, quiero que sepas que de todos modos no estoy mal. Encontré el modo que mi alma no se vaya al árbol donde mi otro yo con su amante podrían asesinarme; Uruha, el camionero sin camión, se está volviendo un buen compañero para los momentos en que allá me encuentro. Cuando corro peligro, un golpe puede devolver mis veintiún gramos a su cascarón protector, y Uruha parecerá afeminado, pero eso no quita que de golpes sepa bastante. Cuando huíamos de los amantes, temió que yo me aferrara al árbol, por eso me arrojó por el precipicio, el terror a ese golpe no iba a resistirlo ni por mucha determinación que tuviera a permanecer allí. ¿Qué es él? No lo sé, es algo reservado, pero ¿qué soy yo de todos modos? ¿Qué es Tora? ¿Qué es el gato que me acompaña sobre el escritorio, muy atento a cada palabra que escribo? La ignorancia es el éxtasis, así que he perdido la costumbre de preguntar y querer saberlo todo.

  Al menos ahora no vivo para preocuparme por ser millonario o ver quién quiere serlo. En mi historia, empecé siendo el personaje suicida, ahora soy el loco. ¿Yo rompo el orden establecido? Prepárense, no voy a ser la doncella esperando rescate, yo voy a romperlo todo.

 

 

  Respiró profundo y suspiró. El gato dejó de mirar su cuadernillo para mirarlo a él.

  —Puedes ir a contárselo a tu jefe si quieres —dijo, señalándolo con el lápiz.

  El gato maulló y estiró la cabeza para restregarla contra el lápiz, buscando el mimo por sí mismo mientras ronroneaba. Sakito sonrió, dejó el lápiz y acarició la cabeza del animal con la mano.

  Se levantó con intenciones de ir a tirarse un rato en la cama, pero se detuvo a mirar el nuevo cuadernillo negro que había aparecido sobre el escritorio. No había llegado a leer, la mala costumbre de ver la tapa antes que alguna palabra escrita le llevó a descubrir que se trataba de su viejo cuadernillo. No se molestaría más por él, lo arrojó sin más a un rincón de la habitación donde inicialmente había amontonado una cantidad de libros inservibles con intenciones de hacer un incendio allí dentro. El hecho que no hubiese puertas detuvo su brillante plan de escape, pero todavía no descartaba del todo la idea. Que sus recuerdos se quemaran también ahí, lo mismo daba.

 

 

  ———

 

 

  El alma se había separado del cuerpo cuando Tora quitó los recuerdos de Sakito y Kai luchó por mantenerlos. La situación estaba descontrolándose, nunca había tenido un humano en tierra de musas y no tenía idea de cómo iba a terminar eso, pero no podía dejarlo en tierra de humanos viendo lo que no pertenecía a su clase.

  Resultaba evidente que el primero que apareciera en su oficina fuese el más interesado en el tema, por lo que ni se molestó en darse la vuelta para recibirlo, la imagen de la torre de piedra frente a su ventana era mucho más interesante.

  —¿En verdad planeas dejarle ahí para siempre? —preguntó Ruki.

  —¿Ahora sientes culpa por haberlo delatado? ¿O será acaso que quieres que tu humano venga a hacerle compañía?

  —Ni lo uno ni lo otro —murmuró—. ¿No crees que Kai vendrá a buscarlo?

  —No hay vuelta atrás para quienes entraron al árbol.

  —¿No? —Alzó una ceja, ladeando un poco la cabeza—. Sakito entra y sale cuando quiere.

  —Hasta que lo descubran los ancestros y lo asesinen.

  —Ha hecho amistad con Uruha.

  —Uruha es la mascota de los ancestros, y, como a todas las mascotas, a veces se les permite jugar con los ratones.

  —Eso es cruel… —murmuró decepcionado.

  —¿Alguna vez dije que ellos fuesen buenos? —Ruka se dio la vuelta para mirarlo—. A ellos les diviertes con tu amor frustrado por un humano, aunque tu historia ya esté acabada, que sigas pensando en él y envidiando al humano que puede ver a las musas, debes estar haciéndoles palmear. —Dio un par de lentos aplausos—. Felicitaciones, Ruki.

  Ruki se quedó sin palabras, con los ojos algo cristalinos, viendo a Ruka sentarse de lo más calmado frente a su escritorio.

  —Dicho sea de paso —continuó su jefe—, Tora vino a reclamarme por el cuaderno del escritor y Kai. ¿Tienes alguna idea de eso?

  Ruki se encogió de hombros. Ladrón que le roba a ladrón, tiene cien años de perdón.

  Ruka resopló en forma burlona. Malditos mocosos… Tan sólo esperaba que Kai tomara las decisiones inteligentemente a partir de ahora, al menos una parte de Sakito ya estaba aislada. 

Notas finales:

Ruki: Aquí era donde yo decía algo ingenioso y molesto para que tú terminaras pateándome, ¿no? 

Ummh... -lo patea-. ¿Era así? 

Ruki: .-. Creo que sí... 

 

Hola, soy Nazuki, podrán recordarme de trabajos como DdM, El hombre que fumaba, entre otros (?) Y he adquirido la tendencia a dejar todo sin terminar, además de la ya conocida maña de desaparecerme por años y prometer cosas que jamás cumpliré. 

Ruki: Shame on you... 

Creo que a estas alturas, ya debería darme por asumida... Y agradecer infinitamente que aún me quieran aunque sea un poquititititito. Cada cierto tiempo suele darme la nostalgia y todo eso y extraño a morir sus coments y andar por aquí. Que sepan que siempre leo lo que me han dejado y por una excusa tonta o por otra, a veces dejo para contestar después, lo cual está mal, y lo sé y... ta, eso. ¡Los quiero! 

Ruki: ¿Ya podemos ir a lo que nos importa? ¿Por qué demonios sigue en finalizado? ¿Por qué soy una rata traidora? ¿Acaso planeas dejarlo ahí? 

Sí, y se llama final abierto por tercera vez. Un final abierto en el cual Sakito va a convertirse en Rambo y los va a matar a todos, incluyendo a la pareja del árbol. 

Ruki: .-. ¿Dónde quedó la emoción de los capítulos anteriores? 

¿Acaso pretendías llorar con cada capítulo? No, no, aquí no más puedes frustrarte, como se frustró Sakito... 

 

En fin... ¿Espero sus coments? Síiiii!! Por amor a Ruki, voy a esperrlos (?) xD! Espero que les haya gustado y muchísimas gracias a quienes me escribieron con anterioridad! 

Besos y se me cuidan! Nos leemos en un año (?)! xD! 

 

PD: Si hay alguna primera persona perdida por ahí, es porque escribí esto hace mil y lo hice en primera persona, lo cambié después. 


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