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Twenty Questions por Helena Key

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Notas del fanfic:

FMA y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Hiromu Arakawa, y esta historia, escrita por y para fans, no tiene fines de lucro.

Bueno, esta es la primera vez que escribo en el Fandom de FMA y... no sé, estoy algo nerviosa XD

Este finc, la verdad, es el intento de un One-shot, pero resulto demasiado largo y decidí dividirlo en dos capitulos. Aquí les dejo la primera parte y espero subir la segunda pronto. Esperó que les guste :D

P.D: Una de las advertencias del finc es de Incesto, pero la verdad, con todo este lío de los homunculos y las transmutaciones humanas, no puedo decirles si Envidia y Edward son hermanos o no O.o (?)

Notas del capitulo:

....

Twenty Questions

(Part. 1)

One-Shot (FMA)

 

            -           ¿Cuál es tu nombre?

La voz de Roy Mustang resonó, fría y amenazante, en la sala de interrogatorios. Envidia se revolvió en su asiento y nuevamente jaló de las esposas que lo encadenaban a la mesa.

            -           Por lo que a ti concierne, yo no tengo nombre. - Respondió, bufando como un gato.

El Coronel se reclinó en su silla, cruzándose de piernas, y sin apartar su mirada impasible del sospechoso, formuló otra pregunta.

            -           ¿Para quién trabajas? -

            -           Para nadie; yo trabajo sólo. - Bramó Envidia, como si la pregunta lo hubiese ofendido. Un gesto torcido en el rostro de Mustang dejaba ver su descontento.

            -           ¿Y qué clase de trabajo haces? - Preguntó. El sospechoso rió, en una voz seca y amarga.

            -           Es difícil decirlo... - Respondió, tronándose los nudillos. - Yo hago muchas cosas... y todas son muy diferentes. - El Coronel enarcó una ceja, y Envidia, soltando otra risa amarga, continuo. - Digamos que... yo sacó los obstáculos del camino...

            -           Sacas los obstáculos... ¿Del camino de quién? - Preguntó Mustang tras un minuto de silencio, formando una gran sonrisa en su rostro.

Su expresión arrogante desapareció cuando el sospechoso, imitando el gesto, estalló en carcajadas. La cabeza de Envidia se fue hacia atrás, apoyándose sobre el respaldar de la silla, y su mano izquierda se aferró con fuerza a su estomago, en un vago intentó de ahogar allí sus risotadas. Pronto el sonido se hizo más débil, y cuando hubo desaparecido, la mirada del sospechoso se volvió hacia el Coronel.

            -           De mi jefe. -

            -           Dijiste que trabajabas sólo. - En la voz de Mustang había un tono acusador.

            -           Estaba mintiendo... - Respondió el sospechoso, aún sonriendo.

Envidia subió sus pies descalzos sobre la mesa, y colocó sus dos manos tras la cabeza. Elevó las patas delanteras de la silla en el aire, y dando un largo suspiro, comenzó a hablar otra vez.- Hagamos un trato, señor Mustang. Yo responderé sus preguntas, siempre y cuando, usted responda las mías.

El rostro del Coronel se tensó, y su labio superior se levantó en una expresión de asco. De la boca de Envidia las palabras de respeto sonaban como una burla.

            -           ¿Qué quieres saber? - Mustang apenas podía disimular el descontento en su rostro. Envidia levantó su dedo índice, largo y huesudo, y señaló el saco polvoriento que descansaba a una esquina de la mesa.

            -           ¿Cómo conseguiste eso? - La voz de Envidia, de repente, se volvió áspera y grave, a lo que una mirada acusadora se cernía sobre el Coronel.

            -           Es confidencial. - Respondió Mustang, cortante.

El sospechoso se quedó callado, y la habitación quedó en silencio. Entonces sonrió, en un gesto más bien indignado, tal vez ofendido.

            -           Te lo dio un superior. - Un pequeño tic en el ojo del Coronel le dijo a Envidia que no se equivocaba. - No te dijeron que es, ni de donde lo sacaron. Solo sabes que mientras lo tengas cerca yo ya no soy una amenaza.

Mustang bajó su mirada, pensativo, y volteó a mirar el saco polvoriento. Una tácita sensación de impotencia se cernió sobre él al reconocer que siquiera sabía que había adentro. Sus superiores no confiaban en él, fue lo que pensó. No hubo respuesta alguna, y el sospechoso reconoció la silenciosa afirmación; mordió su labio inferior, y miró al pomposo Coronel con rabia, al saberse traicionado.

            -           Ya terminamos. - Dijo, haciendo el ademán de darse la vuelta, pero las esposas no se lo permitieron. - No voy a hablar con usted...

El Coronel se levantó de su asiento, pero no dio ni un paso hacia la puerta. Se quedó allí parado, observando al sospechoso. Metió una mano en su bolsillo y sacó una foto que dejó sobre la mesa. Envidia se mordió los labios.

            -           ¿Tú mataste a este hombre? - El sospechoso observó al Coronel, que a tras luz con la lámpara, se veía borroso, incandescente. Tragó saliva y lanzó una afirmación al aire. Entonces escuchó, tras minutos de silencio, el áspero chasquido que producían los guantes del Coronel Mustang.

***

-           Si dejamos que Mustang se encargue el sospechoso no durara mucho. -  Sentenció el General Hakuro, en una voz grave y monótona, al ver como los cadetes arrastraban al Coronel fuera de la sala de interrogatorios. La teniente Hawkeye observaba la escena a su lado, en tácita preocupación.

-           ¡Oiga, cadete! – Exclamó el General, señalando a una de los cadetes, que se volteó a mirarlo casi con miedo. Se aproximó con la espalda bien erguida y los hombros hacia atrás “Sí, señor” dijo en voz alta. – Quiero que vigilé al sospechoso… No lo deje tocar el saco que esta sobre la mesa. – Advirtió, con una mirada suspicaz. La cadete desapareció por la puerta de la sala de interrogatorios casi de inmediato, tras un segundo “Si, señor”.

-           ¿…Qué haremos ahora, General? – Preguntó Hawkeye, formal e impasible, como siempre.

            -           Esperar. – Hakuro se sentó sobre una de las sillas de la oficina, y sacando una caja blanca de su bolsillo y un encendedor. – No tiene agua, ni comida… tampoco atención médica.- Respondió, prendiendo un cigarrillo y riendo por lo bajo. – Pronto se quebrará.

            -           …Sí, General. – Hawkeye apretó levemente la carpeta de informes, y volteó a ver hacia la sala de interrogatorios. Sus botas hicieron eco en las paredes de la oficina cuando se acercó al ventanal, y acatando las órdenes dadas, se dispuso a esperar.

Pasados cuarenta minutos, la cadete salió de la sala de interrogatorios, ligeramente consternada.

            -           General Hakuro. – Exclamó, en un saludo militar. – El sospechoso dice que está listo para hablar. – Hakuro formó una gran sonrisa en su rostro.

            -           Eso fue rápido. – El General se acercó a la puerta de la sala, a lo que volteaba para mirar a Hawkeye. – Se lo dije, Teniente. – Fue lo que reiteró.

            -           Disculpe, General. El sospechoso dice que hablara… - Lo interrumpió la cadete. -… pero no con usted. – Dijo en voz baja, como si le estuviese faltando el respeto. El General soltó la manija, con un aspecto irritado.

            -           ¿Con quién, entonces?- La cadete calló por un momento, antes de responder.

            -           Quiere hablar con El Alquimista de Acero. –

Hawkeye compartió miradas con el General; la suspicacia brillaba en sus ojos. Hakuro se sentó nuevamente en la silla, malhumorado, encendiendo otro cigarrillo. “¿A qué espera? ¡Llámelo!” espetó, rodando la silla hacia un lado. Hawkeye se mordió los labios, ligeramente preocupada, y tomó el teléfono.

***

Envidia estaba sentado en la sala de interrogatorios, en la misma silla en que Roy Mustang lo dejo cuando los cadetes se lo llevaron. Las esposas aún lo encadenaban firmemente a la mesa, y en medio del forceje entre el Coronel y sus subordinados su pierna izquierda se había hincado sobre su brazo derecho dándole el extraño aspecto de un nudo humano, (Aunque en este caso, la palabra humano estuviese fuera de contexto). En su rostro palpitaba, punzante, una larga quemadura, que iba desde la parte superior de su ojos izquierdo hasta la parte baja de su cuello. Pudo apreciar el daño en el reflejo de la mesa de metal, y observó, con cierta inquietud, que la herida no estaba sanando. Lanzó una mirada de desdén al saco polvoriento que habían dejado a un lado del mueble, prácticamente a su lado, y dejó escapar otro bufido gatuno.

Cuando la puerta de la sala se abrió, y Edward Elric se asomó por el portal, Envidia no volteó a mirarlo. Semejantes cosas como el entusiasmo o la satisfacción, no se avistaron en su rostro. Tan solo un leve gesto de aflicción cruzó por su mirada; cierta sensación de impotencia ante lo lastimero de su situación. Sin embargo, cuando la Teniente Hawkeye entró en la habitación, sentándose a un lado del alquimista, su rostro se tenso, y en él apareció algo similar al enojo.

            -           Dije que quería hablar con Acero... - Reiteró, devolviéndole a la Teniente una mirada acusadora. - Solo con Acero.

            -           Me temo que eso no será posible. - La Teniente, que era consciente de la poca experiencia del alquimista en la materia legal, no estaba dispuesta a dejarlo a solas con el sospechoso.

            -           Entonces puede ir olvidándose de su interrogatorio, Teniente. - Sentenció Envidia, burlón. Un pequeño tic apareció en el rostro de Hawkeye, como hace un par de horas había aparecido en el rostro de Mustang. - Treinta minutos.- La mano derecha de Envidia formó torpemente el número tres. - Solo treinta minutos a solas con Acero. Después usted pueda entrar, y hacer las preguntas que quiera.

Algo parecido al desdén brillo en los ojos de la Teniente, que se detuvo unos momentos a considerar la propuesta. Pasados unos minutos se levantó de su asiento, y sin decir nada, dio una última mirada a la sala de interrogatorios, antes de salir y trabar la puerta. El silencio se hizo en la habitación.

Edward suspiró, apoyando su mejilla sobre el frío metal del Auto-mail.

            -           ... ¿Por qué yo? - Fue lo primero que preguntó. Envidia enarcó las cejas, y lo miró como si no hubiese entendido lo pregunta. - ¿Por qué querías hablar conmigo?

            -           Porque el primer imbécil que trajeron me hizo esto en la cara. - Espetó con desprecio, señalando la gran quemadura en su rostro. Edward apartó la mirada, con grima, y Envidia rió.- ¿Y hablar con Hakuro? ¿Para qué? ¿Para qué se haga el importante en los periódicos por un rato y después se olvide del tema? No, gracias... - El sospechoso formó una media sonrisa en su cara, mostrando sus blancos dientes. - Tu eres diferente... - Agregó.  - La información que saques de este interrogatorio no la dejarás olvidada en un informe de protocolo. Tú harás algo con ella. - Edward enarcó los ojos, confundido, y Envidia rió por lo bajo.

            -           No importa si no lo entiendes. - Aclaró el sospechoso, apoyando su cabeza sobre el respaldar de la silla y cerrando los ojos.

            -           ... ¿Es un truco? - Preguntó el alquimista, después de un corto silencio. El sospechoso suspiró, molesto, y lo miró con fastidio.

            -           Responderé a tus preguntas, Acero. - Nuevamente, Envidia jaló de las esposas, tratando de reincorporarse en la silla. - Pero hay dos condiciones. - Edward guardó silencio, y tragando saliva, esperó su propuesta. El sospechoso levantó su dedo índice en el aire, elevando una esquina de la mesa. - La primera es sencilla; tienes que quitarme las esposas.

            -           Sabes que no puedo hacer eso. -

            -           Claro que puedes. - Envidia sacudió su larga cabellera hacia atrás, apartándola de su rostro, y lamió sus labios resecos. - No puedo pelear contigo en estas condiciones; mucho menos escapar de un cuartel militar. - Al decir esto, una sonrisa de oreja a oreja se aparecía en su rostro, en un gesto que parecía casi de burla.

Edward lo miró con desconfianza, y se inclinó sobre la mesa, dando una palmada al aire, y colocando sus manos sobre las esposas. Envidia se estremeció levemente al ver como algo comenzaba a brillar entre sus brazos, y sintió como los grilletes se aflojaban. Las esposas cayeron al suelo convertidas, irónicamente, en dos finas y largas cadenas. El sospechoso saltó hacia atrás, emocionado, haciendo caer la silla de metal, y proclamó, estirando sus piernas y sobando sus muñecas, "¡Soy libre!". Sin embargo, al voltear a ver el descontento en la cara del alquimista, algo se torció en su rostro, pues sabía que su situación no se acercaba, ni remotamente, al concepto de libertad.

            -           ¿Cuál es la otra condición? - Preguntó el Alquimista, sin moverse de su lugar. Envidia se montó sobre la mesa, como si de una silla se tratase, y respondió, está vez con satisfacción:

            -           Solo puedes hacer 20 preguntas. -

En el rostro de Edward se formó una mueca extraña, incómoda, al escuchar su respuesta.

            -           ...¿Qué? - Fue lo primero que se le ocurrió decir. Después, molesto y con una voz grave, comenzó a gritar. - ¿Quieres jugar a las Veinte Preguntas... ahora? - Envidia sencillamente asintió con la cabeza. - ¡¿Acaso esto es un juego para ti?!

            -           Sí quieres verlo así, el juego comenzó cuando entraste por esa puerta. - El Alquimista palideció levemente. - Desde que llegaste ya me has hecho cinco preguntas, de las que respondido tres. Solo te quedan 17 preguntas; yo que tú las escogería con cuidado.

Notas finales:

Espero que les haya gustado, y por favor, comenten.

By the way, ¿Alguna vez han jugado al juego de las 20 preguntas? Sí lo han hecho, sabrán que no se juega exactamente como lo he presentado en este capitulo; se podría decir que lo modifique a mi conveniencia XD.

De todas formas, el titulo del finc está en inglés porque este juego se originó (Según tengo entendido) en EEUU y oros paises de hablar inglesa, así que me pareció más conveniente dejarlo con su nombre original. Hope you don´t mind XD

Bueno, como es mi costumbre, aquí les dejo una melodía para leer el capitulo:

http://www.youtube.com/watch?v=yXOCFn9jtx4

Y una imagen :D

http://media.tumblr.com/tumblr_lq4w22SfIe1qkh89w.png

(Roy Mustang, the monster O.ó) 


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