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Rêverie por GekitetsuNikki

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Notas del fanfic:


Agosto fue el mes de los cumpleaños.

Esta es una manera de decirle ¡Feliz cumpleaños atrasado, conejito rumbero! a doña Shiu-san. Señorita querida, esta historia es para usted y va con todo mi amor de alpaca violeta. Ojalá le guste y le lleguen mis feels, ya que no puedo darle un abrazo y felicitarla en condiciones <3

Notas del capitulo:

¡Hola! ¡Gracias por haberle dado click a esto! 

Antes de comenzar: 

Rêverie
es una pieza de Debussy. Significa "Ensueño" y es el concepto que quise reflejar en esta historia, ya me dirán si lo logré o no OTL

Aokigahara, también conocido como "El mar de árboles" es un bosque que se extiende al pie del monte Fuji y es famoso por que las persnas acuden a el a... suicidarse. Hay leyendas de hace más de mil años que afirman que el bosque está maldito y plagado de demonios y espíritus. 

 

Quiero que sepa, sin embargo, que todas las noches que he dormido a su lado, incluso las discusiones más inútiles, siempre fueron algo espléndido.

Y esas difíciles palabras que siempre temí decir pueden decirse ahora: te amo.

Charles Bukowski. 

 

 Primer movimiento: Negro como piano.

Cuando Marina Abramovic y Ulay decidieron escribir el último párrafo de su relación, lo hicieron sobre la gran muralla china. Partieron desde los extremos opuestos: ella venía del mar amarillo y él, del desierto de Gobi. Cada uno caminó sus respectivos tres mil seiscientos cincuenta kilómetros, todo para encontrarse justo al centro, abrazarse, darse el último beso y no volver a verse nunca más.

Nunca debí contarte esa historia. Cuando nos separamos, hicimos más o menos lo mismo a tu tétrica manera.

Elegiste Aokigahara como el último escenario que compartiríamos. Con las manos enlazadas nos internamos al corazón del bosque, yo no sabía si aquello tenía un significado profundo para ti pero en lo que a mí respecta, me estaba muriendo de miedo. Te detuviste, soltaste mi mano y me dedicaste una mirada cargada de intenciones, echaste a andar sin volverme la vista y sabía que yo debía hacer lo mismo en el sentido opuesto, porque así lo habíamos decidido de mutuo acuerdo.

Mejor dicho, tú lo decidiste mientras asentía, accediendo a tus deseos. Tenía el corazón muy roto como para hacer otra cosa, quiero pensar que es lo usual cuando la persona que amas te dice que le estás obligando a echar raíces en un sitio que siempre ha odiado.

Anduve durante horas, como una de las tantas almas en pena que moran en el bosque de los suicidas. Tenía la impresión de que estaba caminando en círculos y cuando me encontré de bruces con el enésimo cadáver dejé de impresionarme por verlos. Takanori, siempre has tenido el cerebro jodido ¿A qué nos habías metido? Lo único que deseaba era encontrarte pronto y salir de ese sitio de pesadilla, pero la suerte no me sonrió ese día. La noche hizo más profundo y denso el mar de árboles y yo comenzaba a rendirme: dicen que cuando entras al bosque con sentimientos negativos, los demonios te impiden encontrar el camino de vuelta ¿Era nuestro caso o me comenzaba a poner paranoico? A lo largo del día, rememoré nuestros mejores recuerdos para evitar que el pánico me ascendiera por el esófago, pero ahora me empezaban a parecer tristes y angustiantes.  Me lamenté de haberlo hecho y cuando noté que me estaba arrepintiendo de algo que te inmiscuía a ti, supe que había tocado fondo.

Me dejé caer, sin fuerzas, sobre los crecidos y descuidados hierbajos. Cuando escuché pasos acercándose por detrás de mí pensé con seguirdad que se trataba de un fantasma… o de la muerte, que venía por mi alma. No esperaba volver a encontrarme contigo, lucías agotado y te esforzabas por recuperar el aliento. Tenías la cara sucia de barro y arañazos a la altura de la nariz y las mejillas, seguro te habías estrellado contra un árbol. En completo silencio te sentaste a mi lado y me miraste, moría por preguntarte si estabas bien pero no quería ser yo quien comenzara a hablar. 

—Sabes que las brújulas aquí son inservibles por los yacimientos de hierro —susurraste como si una docena de personas nos estuviese escuchando.

—Sí

—Sabes que es increíblemente fácil perderse en este bosque.

—Sí

—Y a pesar de eso, nos volvimos a encontrar.                  

Hasta entonces, me pareció comprender a dónde querías llegar. Dios mío, estabas terminando conmigo y venías a decirme que creías que no estábamos juntos por casualidad, que era el destino lo que nos unía ¿Por qué hacías eso?

—Vamos a salir juntos de aquí, Akira. Y así es como todo termina: venimos aquí para enterrar simbólicamente lo que tuvimos. Vamos a dejarlo aquí para que se pudra y alimente a los Yurei que están atrapados en las ramas de éste bosque.

Me dieron ganas de arrancarte la cabeza. Esforzándome por contener la cólera caminé a tu lado hasta que salimos del mar de árboles, las primeras luces de la ciudad comenzaron a iluminar el cielo pero el miedo no me abandonó: en cuanto la penumbra no nos rodeara más me dejarías atrás. Como no quería perder el orgullo que me quedaba me despedí de ti en silencio y me marché. Apenas había avanzado unos cuantos pasos cuando me halaste del cuello de la camisa y me besaste. Antes de que pudiera asirte desapareciste como una centella entre las calles; al día siguiente el sol te encontraría en Viena.

Eso fue hace casi seis años.  

¿Qué has hecho de tu vida, Matsumoto? No me refiero a lo obvio, sé que ahora eres uno de los más grandes concertistas de piano en activo. Suelo comprar tus discos y los DVD de los conciertos en los que te presentas. Incluso mi precioso altar a Sex Pistols se comienza a ver amenazado por tu inminente imagen en una carátula de doce por doce centímetros.  No es masoquismo ni soy del tipo acosador, es tu culpa por descubrirme el mundo de la música clásica y contagiarme tu pasión por ella.

Uruha y yo terminamos la carrera de periodismo. Creo que lo sabes por qué Kouyou me comentó que te había enviado la foto de graduación, eso fue antes de que dejaras de mirar el correo electrónico y responderlo. Trabajamos juntos en una editorial, cada quien tiene una columna en una revista semanal. ¿Cómo no saber qué está pasando contigo, si escribir la nota cultural me obliga a estar siguiendo tus pasos? Lo que yo quiero saber no es lo que haces en público, me aterra pensar que Takanori Matsumoto, con las iniciales en mayúsculas y el nombre escrito sobre un folletín en letras romanas, haya fagocitado a mi Ruki.

Tus deseos se cumplieron a medias: mi interés por volver a estar con alguien y cualquier clase de sentimiento romántico se quedaron a acompañar a los suicidas de Aokigahara, pero tus recuerdos los tengo bien presentes, como un demonio que todo el tiempo está colgado de mi espalda. De cualquier forma, saber que compartimos un mismo cielo y el mismo par de astros básicos es mejor que pensar que ahora somos dos extraños sin nada en común.

En lo que a mí respecta, tengo un nuevo oficio aparte del de periodista ¿Sabes? Desde hace un par de años soy cuentacuentos en la librería local. Dicen que los hombres necesitamos de la fantasía para evadirnos de la realidad y de la comedia para evadirnos de nosotros mismos; yo encontré ambas cosas en los cuentos infantiles. Descubrí que se me da tratar con niños y contar historias me quita el estrés del trabajo de la semana… también las mejillas redonditas de los infantes me recuerdan a ti, por cierto.

La víspera del sexto aniversario de tu partida tuve el día libre porque había enfermado. Esa noche puse uno de tus conciertos en el DVD y me arropé hasta la barbilla con las sábanas, ibas a tocar el concierto para piano número uno de Chopin. El allegro maestoso interpretado por la orquesta inundó la habitación mientras mis ojos no se separaban ni por error de tu imagen proyectada en el monitor. Matsumoto, hijo del diablo, incluso tu imagen digital me arranca sonrisas: durante los casi cuatro minutos del movimiento inicial de la orquesta estabas inmóvil sobre tu piano como un maniquí mientras tu público te miraba con respeto y admiración. Pobres ingenuos, ellos interpretaban tu gesto como una expresión de solemnidad pero la verdad me resultaba muy obvia: te estabas aburriendo de muerte. Y fue así hasta que llegó la entrada del piano, tus dedos adoptaron la posición adecuada como activados por imanes.

Tus detractores dicen que eres impertinente y te niegas a seguir las indicaciones de los directores de orquesta, que tus  conciertos son una batalla entre tu ego, tan grande que es capaz de separar los polos, y tus colegas. Pero no comprenden que con quien realmente peleas enfrente del teclado de un piano es contigo.

Sé que aún haces ese  gesto  con tu boca cuando los dedos se te empiezan a salir de control y dejas  este mundo en el trance de la sucesión de notas mágicas y frenéticas.  En tus mohines he visto la desesperación de Beethoven, sé que cuando interpretaste Petrushka te estabas riendo mientras imaginabas los infortunios de las pobres marionetas ¿Verdad? Y por lo visto, tu mano izquierda sigue siendo tu eterna enemiga, porque sigues son poder controlar el exceso de fuerza que tienes en ella.

Porque sé que la música te absorbe, que es tu único amor y nunca pude competir contra ella (Aunque de hecho nunca lo intenté. Creo que debí dejarte claro eso, nos hubiese ahorrado muchas discusiones) y a veces me asusta pensar que te arrastre lejos de este mundo. Puedo detectar tus errores en la ejecución sin siquiera conocer la particella de la pieza que estás interpretando, esos que ni los oídos doctos que van a Viena cada temporada de concierto pueden descubrir. En lo único que tengo que fijarme es en los diminutos gestos de frustración que haces: Incluso si para el resto parece una mueca de concentración, la manera en la que curvas las cejas te delata conmigo. Lo sé por el simple hecho de que te conozco.  

Cerré los ojos con dolor. Por favor, ya para. De nada me sirve si es sólo para recordarte. 

Estaba tan agotado que el sonido de la lluvia me parecía una melodía de Chopin. ¿Serías tan amable de dejar de tocar tu maldito piano aún en mis alucinaciones? Sentía la tentación de esconder la cabeza debajo de las mantas y taparme las orejas mientras gritaba incoherencias como un niño pequeño, todo sea por dejar de escuchar tus dedos benditos que hacen brujería auditiva. Incluso mi propia recámara me parecía desconocida en medio de las sombras de la fiebre, podía sentir que en cualquier momento cruzarás el umbral de mi puerta.

No era el mejor momento para hacerlo, pero me vino a la mente el recuerdo de esa madrugada en la que te escuché tocar a Debussy en esa misma habitación, después de nuestra primera noche juntos. Esa vez no podías dormir ¿Alguna vez te dije que tus hábitos nocturnos son un asco? Saliste de la cama, según tú, tratando de no despertarme. Te cubriste con la camiseta que te quedaba hasta las rodillas, deslizándote hasta el taburete del piano. Conjuraste Claro de luna y me trastornaste tanto que preferí fingir que dormía, porque tenía miedo de que dejases de tocar si me veías despierto. Con esa pieza sellaste todo y nada.

Por cierto, he tratado de llenar el hueco que dejó tu piano en la esquina de la alcoba, pero nada se queda más de una semana ahí. Parece que hasta los muebles respetan tu espacio, como un altar erigido en tu memoria.

 

 

—En mala hora te enfermas —me reclamó Kai cuando llegué al día siguiente a la oficina—.Tienes que hacer un viaje al extranjero, pero por si no te sientes en condiciones Uruha ya se ofreció a suplirte.  

“Buenos días, Kai. Yo también te eché de menos” me dieron ganas de espetarle, pero preferí ahorrarme mis comentarios y escucharle con atención.

—Se trata de Matsumoto, dará un concierto en China y quiero que vayas  cubrirlo. Si tienes suerte y logras hacerle una entrevista mucho mejor para nosotros.

Me quedé helado. Uke no sabía nada de ti, por supuesto, así que cualquier intención maliciosa de su parte quedaba descartada. Detrás de él, Uruha me dedicaba una mirada cargada de solidaridad y eso bastó para que me decidiera a aceptar. Kouyou será mi mejor amigo, pero a veces me cansa que piense que aún soy el chiquillo que se escondía detrás de él cuando los gandules de la escuela nos buscaban para golpearnos a la hora del almuerzo.

—¿Debería ir a hacer mis maletas?

—Perfecto. Me encanta que aceptes porque ya te había comprado los boletos. Sales esta noche —Y esbozó esa sonrisa que derretía a las diseñadoras y a uno que otro editor.

Ya estaba acostumbrando a ese tipo de decisiones por parte de mi considerado jefe, pero eso no evitó que tuviera que llegar corriendo a casa, meter lo primero que encontré en la maleta y correr al aeropuerto de Narita. No miento si digo que durante la hora y media de trayecto en el auto de la editorial creí que no llegaría a tiempo. Las siguientes cuatro horas de vuelo las pasé tratando de asimilar que volvería a verte después de todo este tiempo. Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Beijing el amanecer comenzó a anunciarse en tonos rojos, no había sido capaz de pegar ojo en toda la noche.

El día anterior a tu presentación decidí abandonar mi habitación de hotel barato y dirigirme a la que consideraba infantilmente la mezquita de mis infortunios. Llegué ya entrada la tarde y como no era día de asueto, la gran muralla china se impuso casi completamente solitaria ante mí. Pagué los sesenta y cinco Yuanes del boleto mientras la recorría pensando en esa anécdota que te había contado sobre los amantes que se despidieron en ese mismo sitio.

En el teleférico de Mutianyu vi descender a mi alucinación más recurrente.

Yo venía del extremo del desierto de Gobi ¿Venías tú desde el mar amarillo?

—¡Ruki! —grité, siguiéndote al trote para alcanzarte. Te volviste hacia mí como si te hablara en una lengua extraña ¿Es que te han llamado todos estos años por el soso “Takanori Matsumoto”?

Me miraste como quién ve a un muerto saliendo de la tumba Y yo… ¿Qué se supone que deba decirle a la causa de mi miedos nocturnos? Te acercaste a mí con expresión vacilante, que poco a poco se fue transformando en una sonrisa.

—Si pintáramos un  cuadro desde cuando que lo dejamos en Aokigahara hasta el día de hoy, sería como juntar La noche estrellada con Impresión del sol naciente —susurraste.

—Con la diferencia de que salimos de madrugada del mar de árboles y hoy estamos aquí, sobre la muralla China —te respondí del mismo modo.

Tu comentario me recordó a una noche hacía ya muchos años, cuando ni siquiera éramos pareja. Estábamos tomando té inglés en un café de Shibuya. Te gustaba ese sitio porque el ambiente era privado y siempre ponían música clásica. Las paredes color menta estaban repletas de cuadros de los maestros impresionistas, incluso Van Gogh se colaba con sus delirios color amarillo. La primera vez que fuimos, el ensueño de Debussy nos acompañaba de fondo mientras conversábamos, arriba de nuestras cabezas pendía “Impresión del sol naciente” y terminamos intercambiando lo que sabíamos sobre Monet, incluso me compartiste datos morbosos que ignoraba sobre el loco pelirrojo que se cortó una oreja. La escena me dio una fortísima impresión de deja vú, incluso lo sentí como un golpe físico en la boca del estómago, durante un momento tuve la certeza de que aún estaba en mi cama alucinando por la fiebre, escuchándote tocar el piano en el reproductor de vídeo.

Nos sentamos sobre la baranda, con los pies colgando al vacío, riendo y conversando por la memoria de la historia que teníamos detrás.

—¿Qué escuchas? —preguntaste, señalando mis audífonos.

— Rêverie, de Debussy. La interpretación de Yuu Shiroyama para ser más específicos.

Mi expresión favorita de chiquillo enfurruñado se pintó en tus rasgos tan pronto como terminé de hablar.

—Shiroyama es un idiota —mascullaste— su técnica es excepcional pero eso no le quita lo idiota. Y dicen que el del ego inflado soy yo. —Te cruzaste de brazos, temblando de indignación.

Hice memoria, tratando de recordar algún dato que me revelara por qué te desagradaba tanto tu colega y compatriota. Conocía el nombre porque venía en la información de la pieza, pero para hacerle honor a la verdad no ubicaba ningún dato sobre él. Remotamente, recordé una nota que Uruha había escrito en una ocasión en la que le pedí que me cubriera. Era sobre un prodigio de la música oriundo de Mie que había sorprendido a todos interpretando El vuelo del abejorro en un programa de variedad con una precisión y velocidad increíbles, incluso lo habían mencionado en el telediario. Al cierre de esa edición, nos enteramos que se le había otorgado una beca para estudiar en Viena.

—Ya, es el chico talento que tiró bragas con Rachmaninoff.

—¡Y una mierda! Si ser un buen pianista es interpretar música mecánica con los dedos sincronizados a la velocidad de la luz, prefiero conseguirme una caja musical.

Ahí estaba, también era cosa de orgullo. Cuando lo consideré me di cuenta de que comprendía tu punto: la ejecución de Yuu era magistral sin duda, pero carecía de alma y para ti, que toda tu vida te deshiciste y te volviste a armar frente a las teclas monocromáticas de un piano, azotándolas  a veces con rabia, la música que no tenía alma no valía para nada.   

—Dejaría de escuchar a Shiroyama si te dignaras a interpretar a Debussy —Te dije con amabilidad, y sentí que había pronunciado una frase tabú cuando guardaste silencio.

—¿Ruki?

—¿Qué?

—¿Por qué nunca has tocado Claro de luna?

—No sólo es Claro de luna, todo Debussy me recuerda a ti, idiota. Por eso nunca lo interpreto. Siempre he pensado que la única forma en la que me atrevería a escucharlo de nuevo es contigo cerca.

Te concedí la razón, al parecer Debussy siempre estaba en nuestros recuerdos más importantes.

—Elegí Aokigahara porque en el fondo, quería hallar un motivo fuerte para quedarme. Aunque fuera uno tan tétrico como ese —murmuraste con la voz rota—. Algún día llegué a pensar que si moría quería que me enterrasen en tu jardín, para que cuando miraras las flores crecer sobre mi tumba supieras que te seguía amando. El mar de árboles era lo más cercano que podríamos tener a eso.

Te pusiste de pie, no te quise seguir porque sabía que odiabas que la gente te hostigara cuando te sentías débil.

—Reita.

—¿Sí?

—Mañana terminaré el concierto con Claro de luna —Fue lo último que dijiste antes de marcharte y aunque no te vi, estaba casi seguro de que habías sonreído. Decidí darte, por los viejos tiempos, el beneficio de la duda.  

Y esa vez, sí cumpliste tu promesa. Le tendría que decir a Kai que la entrevista que había logrado contigo no se podía hacer pública.

 



Notas finales:

Este fic se me ocurrió por tres cosas:

-Universidad:  hablamos del performance en clase y la profesora nos contó sobre el de Marina y Ulay, el mismo que Reita menciona al inicio de la historia y que se titula "The lovers" cuando escuché la historia, pensé en que quería usarla para un fanfic xD

-El doodle de google por el aniversario de Claude Debussy: Así de random. El día que los señores de google pusieron el doodle me acordé de que cuando era niña soñaba con estudiar música, pero por un motivo u otro no fue posible. Recordé eso  y me dio nostalgia, así que dije ¿Juay not? (Aquí, casuales y espontáneos compartieno traumas con el mundo). En realidad, mi claro de luna favorito es el de Beethoven, pero a este par de enamorados les iba mejor el de Debussy.

-Amaoto wa Chopin no shirabe:  La de Buck-Tick y la de Kra.  Hay una parte donde un trocito de la letra está en la narración. Premio al que me diga dónde (?)

¿Tengo por aquí algún lector de Ondine? Hola, el capítulo cuatro está en proceso pero me está haciendo, casi literalmente, sudar sangre. Descuide, es seguro que actualizaré a mi hijo mágico y conflictivo. 

Y de nuevo, espero que la historia te haya gustado conejo, y que te haya movido los feelings aunque sea un poquito, como tú lo hiciste conmigo con tu crack pairing de pelinegros ;_;<3. Muchas gracias por toda tu ayuda en los temas escrituriles y por todo lo que hemos randomneado. 


Dejaré mi ask salvaje por aqui, por si alguien quiere preguntar algo de la historia: 
http://ask.fm/GekiNikki
 


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