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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del fanfic:

Este fanfic lo empecé hace mucho tiempo, pero lo dejé abandonado y fue borrado por la administración de la web porque llevaba más de un año sin ser actualizado. Lo vuelvo a subir porque en estos momentos sí me veo capaz de terminarlo.

Notas del capitulo:

Como tengo ya muchos capítulos escritos actualizaré a menudo, solo debo corregir errores de puntuación y poca cosa más.

SD2: Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Un fanfiction basado en Slam Dunk de Takehiko Inoue

 

Disclaimer: los personajes de Slam Dunk no me pertenecen (ya me gustaría....)

 

Advertencias: contiene yaoi, es decir, relaciones chicoXchico, y spoilers del final del manga.

 

****************

 

Capítulo 1. Arrepentimiento

 

Aquel día de agosto era de momento el más caluroso del verano; suerte que en la clínica había aire acondicionado. En la sala de masajes solo estaban él y la fisioterapeuta que le trataba; y aunque Sakuragi se había hecho el fuerte ante la señora Matsuyama, tal y como era su costumbre, lo cierto era que el dolor que le estaba provocando aquel masaje en la espalda era casi insoportable. Apretó los dientes e intentó pensar en otra cosa para evadirse, pero lo único que le venía a la cabeza era aquel estúpido zorro haciendo footing por su playa.

 

«¿Es que no hay más playas en Kanagawa, que tiene que venir a ésta? —se preguntó molesto—. Seguro que lo ha hecho para enseñarme su estúpida camiseta...»

 

Su estúpida camiseta...

 

La camiseta de la selección nacional juvenil de Japón...

 

Para qué negarlo, casi se había muerto de la envidia al verla...

 

Un doloroso crujido en su espalda le sacó de sus cavilaciones. Apretó más los dientes, pero el dolor seguía allí. Yukari Matsuyama, la fisioterapeuta, una mujer madura de pelo corto y ojos castaños, se preocupó al ver el gesto tenso del muchacho.

 

—¿Estás bien, Sakuragi? —preguntó deteniendo el masaje—. ¿Quieres que paremos un rato?

 

—N-no... —musitó el pelirrojo—. Siga...

 

La señora Matsuyama no insistió más y continuó con el masaje. Solo hacía un par de semanas que le trataba, pero empezaba a conocer a aquel muchacho de cabellos rojos, porte altivo y mirada decidida, y sabía que lo más importante para él era acabar cuanto antes con la rehabilitación. Pero lamentablemente la lesión era bastante grave y tenía por delante como mínimo cuatro meses. Sakuragi estaba enterado, y sin embargo su ánimo no había disminuido desde el primer día que ingresó. O eso quería aparentar el muchacho.

 

En realidad, Hanamichi estaba bastante deprimido por la noticia. Tener por delante cuatro meses de rehabilitación implicaba perderse no solo el festival de los deportes de otoño sino también seguramente la Winter Cup. Además, por lo que le habían dicho, apenas podría tocar un balón en ese tiempo.

 

Y eso era lo que más le dolía. Porque jugar a baloncesto se había convertido en algo tan importante para él como el mismo aire que respiraba. Lejos quedaban ya esos días donde golpeaba a cualquiera que pronunciara el nombre de aquel deporte, y la decisión de convertirse en el mejor jugador del equipo solo para impresionar a Haruko...

 

Haruko...

 

En el campeonato nacional, Haruko le había animado como nunca. Y ahora le seguía animando con sus cartas; en realidad esa chica nunca había dejado de apoyarle. Pero de ahí a conseguir su corazón... aún había un gran trecho. Aunque esa frase que le repetía en sus cartas...

 

«Te estaré esperando...»

 

¿Cómo no hacerse ilusiones?

 

De nuevo un dolor inmenso invadió sus sentidos. Esta vez no pudo evitar que un pequeño grito escapara de su garganta, y la señora Matsuyama se detuvo de inmediato.

 

—Sakuragi...

 

El muchacho quiso decirle que continuara, pero la voz no le salió. Una lágrima rodó por su mejilla y cayó sobre las sábanas de la camilla de masajes.

 

—Hoy lo dejaremos aquí... —dijo la fisioterapeuta.

 

Hanamichi asintió. No quería detener la sesión, lo que quería era aguantar y reducir en lo posible el tiempo de rehabilitación, pero aquel dolor era superior a sus fuerzas.

 

¿Por qué?

 

¿Por qué le tenía que pasar esto a él?

 

¿Por qué tuvo que lanzarse como un idiota a por un balón que ya estaba perdido?

 

«Buen trabajo. Aunque muy atolondrado.»

 

Eso fue lo que Rukawa le dijo justo después. Y efectivamente, fue un tonto. No valió la pena intentar recuperar aquel balón, como no valió la pena ganarle al Sannoh. No si una lesión de columna era lo que había sacado a cambio.

 

—Ey, Sakuragi...

 

La voz de la señora Matsuyama le hizo darse cuenta de que se había quedado tumbado en la camilla sin moverse, y además llorando. Se incorporó lentamente, ya que el dolor no le permitía hacerlo de otro modo, mientras con una mano se secaba los ojos.

 

—¿Estás bien...? —le preguntó la mujer, apretándole cariñosamente de un brazo.

 

Hai, estoy bien... —Sakuragi meneó levemente la cabeza, como si así pudiera sacarse aquellos pensamientos negativos de ella, y se levantó.

 

—Anímate, que hoy vendrá tu madre a verte, ¿no es así?.

 

Pero Sakuragi negó con la cabeza.

 

—No, no puede venir. Me ha llamado esta mañana, tiene mucho trabajo y saldrá tarde.

 

—Ah...

 

La señora Matsuyama observó en silencio como Sakuragi terminaba de vestirse. En dos semanas su madre le había visitado solo tres veces, y nunca se había quedado más de media hora. Por lo visto trabajaba todas las mañanas de cocinera en un restaurante y por las tardes como empleada de hogar, así que era comprensible en parte que la mujer no pudiera estar más tiempo con su hijo. Del padre de Sakuragi, no sabía nada, pues el chico no había mencionado una palabra sobre él...

 

Hanamichi se despidió de la señora Matsuyama en el pasillo y se encaminó hacia su habitación. La idea de permanecer ingresado en la clínica hasta que empezaran de nuevo las clases en el instituto fue del entrenador Anzai; y además, era él quien se la pagaba, pues su madre no podía permitirse una estancia de casi tres semanas en la mejor clínica de rehabilitación de la prefectura de Kanagawa. El pelirrojo intuía que el viejo, como le llamaba cariñosamente, se sentía culpable de su lesión por permitirle jugar hasta el final del partido contra el Sannoh.

 

Pero no, fue él quien se empeñó en continuar a pesar del dolor que sentía en la espalda, y ahora estaba pagando las consecuencias...

 

xXx

 

Al mismo tiempo que Sakuragi se desplomaba sobre su cama, Kaede Rukawa estaba llegando a su casa. Estaba agotado, dos horas de footing seguidas eran demasiado para su cuerpo. Se apoyó en la verja de la entrada, resollando, intentando recuperar el ritmo normal de su respiración, sus cabellos negros y lacios totalmente empapados. Gotitas de sudor resbalaron por su rostro y abrió los ojos para ver como se estrellaban contra el suelo. Le ardía la cara, señal de que seguramente se había quemado. Normal, dos horas a pleno sol...

 

«Y todo para ir a ver a ese idiota...», se reprendió mentalmente. Efectivamente, necesitaba de una hora para ir y otra para volver si quería visitar al pelirrojo a la clínica de rehabilitación donde estaba ingresado. Podría ir en bicicleta, pero había decidido mejorar su forma física y para ello nada mejor que el atletismo o la natación. Y prefería mil veces correr que ponerse un bañador.

 

Cuando recuperó el aliento abrió la verja y se dirigió a la entrada, cogió las llaves de su bolsillo y entró.

 

Tadaima… —murmuró sin muchas ganas mientras se descalzaba.

 

Su madre le salió al encuentro en el recibidor. Por la cara que puso al verle, parecía que hubiera visto un extraterrestre.

 

—¡Te dije que te pusieras crema! —exclamó Chiyako Rukawa.

 

—No es para tanto… —dijo pasando por su lado.

 

Pero lo cierto es que le quemaba tanto la piel de la cara que no se atrevía ni a tocarla. No quiso imaginarse lo que habría pasado si hubiera estado corriendo en camiseta de manga corta o peor, sin nada. Chiyako le siguió hasta el salón y le mandó sentarse en el sofá.

 

—Quédate aquí. Voy a buscar crema aftersun —le ordenó.

 

—No me hace falta…

 

—¡Qué te quedes aquí!

 

—Está bien…

 

Mientras su madre estaba en el baño, apareció su hermano Taro, quien al verle se echó a reír.

 

—¿Y tú de que te ríes...? —preguntó con cara de pocos amigos, pero su hermano no se inmutó lo más mínimo.

 

—Pareces una gamba —dijo el pequeño señalándole la cara.

 

—Muy gracioso. ¿Y tu hermana?

 

—Durmiendo.

 

—Y lo que me ha costado que se durmiera… —dijo Chiyako entrando de nuevo en el salón.

 

La mujer se sentó en el sofá junto a su hijo mayor y abrió el botecito de crema. Puso un poco en las yemas de dos de sus dedos y luego comenzó a esparcirla por las mejillas y nariz de Kaede.

 

—Me estás poniendo mucha… —se quejó.

 

—Te pongo la necesaria —dijo ella—. Parece mentira, mira que te avisé, que hoy ya no estaría nublado. Con la piel tan blanca que… Si es que tienes toda la nariz pelada…

 

—Ahora en lugar de tener la cara roja la tiene blanca —rió Taro cuando Chiyako terminó.

 

—Tú calla… —gruñó Rukawa—. Como te pille…

 

Mientras Kaede hacía un amago de coger a Taro por la cintura, Chiyako se levantó y fue a devolver la crema a su sitio.

 

—Ve a ducharte ya, que hoy comeremos temprano —le avisó antes de entrar en la cocina para continuar con la cena.

 

Rukawa obedeció y subió a su habitación, situada en la planta piso, para preparar la ropa. Pero una vez en la ducha se tomó su tiempo, apoyando la frente en una de las paredes y dejando que el agua recorriera su cuerpo.

 

Rememoró el encuentro con Sakuragi en la playa. Era ya la cuarta vez que iba a verle, aunque era la primera que hablaban, o mejor dicho, que Sakuragi le había hablado.

 

Se sentía fatal por haberle mostrado la camiseta de la selección. No sabía por qué lo había hecho, fue como un reflejo, y ahora se arrepentía sobremanera. Otra cosa que no podía sacarse de la cabeza era lo que le había dicho el pelirrojo justo después.

 

«¡Eres un capullo, Rukawa! ¡Te escogieron porque yo no estaba disponible, obviamente!»

 

Porque aunque le doliera admitirlo, sabía que podría ser cierto...

 

«Tengo que mejorar mi condición física como sea...», pensó decidido. No podía permitir que aquel torpe le superara en ningún aspecto.

 

Cerró el grifo de la ducha y después de secarse mínimamente con una toalla salió del baño ya vestido, de nuevo de deporte, pues por la tarde tenía el último partido con la selección. Una hora más de viaje para llegar a la concentración y otra para volver ya de noche, pero al menos en tren.

 

Mientras ayudaba a su madre a poner la mesa, llegó su padre. Apenas entró Kojiro Rukawa en el comedor, Taro se abalanzó sobre él y el hombre lo cogió en brazos.

 

—Vaya, eso es una bienvenida —sonrió Kojiro.

 

—Konnichiwa, otousan —saludó Rukawa, terminando de colocar los vasos.

 

—Hola, Kaede —saludó su padre, dejando a Taro en el suelo—. ¿Y Aiko? —preguntó.

 

—Duerme, así que dejadla tranquila —intervino Chiyako, entrando en el comedor con un plato humeante en cada mano—. Hola, cariño. —Se paró un momento y le dio un beso en la mejilla.

 

—¿Otra vez sopa? ¿Y de sobre? ¿Pero que no ves que hace mucho calor para comer eso?

 

—¡No quiero quejas! —dijo Chiyako yendo de nuevo a la cocina en busca de los dos platos que faltaban —. ¿Que no ves tú que con el niño de vacaciones y la guardería cerrada no tengo tiempo para preparar nada? —añadió al volver.

 

Kojiro desistió de quejarse más y después de ir un momento al baño a lavarse las manos se sentó en la mesa junto con su familia para empezar a comer.

 

—Por cierto, ¿qué te ha pasado en la cara? —le preguntó a su hijo mayor.

 

—¡Que se ha transformado en gamba! —se adelantó Taro, riendo.

 

Kaede puso los ojos en blanco un momento.

 

—Nada, que he ido a correr por la playa.

 

—Y sin ponerse crema —añadió Chiyako.

 

—Caray. Pues suerte que los entrenamientos de la selección no son al aire libre, ¿eh? Por cierto, ¿hasta cuando tienes que ir?

 

—Esta tarde es el último partido... —calló un momento y luego preguntó—. ¿Vendrás...?

 

—Oh, vaya. Lo siento Kaede, pero esta tarde tengo una reunión muy importante con un cliente.

 

—Ya... ok, no pasa nada.

 

Pero se hizo un silencio tenso. Chiyako observó a Kaede de reojo y le vio esa mirada ausente que tenía últimamente.

 

—A mí también me encantaría ir a verte, cariño —le dijo—. Pero sabes que tengo que cuidar de...

 

—Lo sé —interrumpió el moreno.

 

Chiyako decidió cambiar de tema, aunque el nuevo no le iba a gustar nada a su marido.

 

—Por cierto, Kojiro, ha llamado Satoru...

 

El hombre alzó la vista del plato, sorprendido.

 

—¿Y qué quiere? —preguntó tosco.

 

—Nada, en especial, que ya ha vuelto de su viaje y que pasará a vernos...

 

Entonces Rukawa también la miró, sin ninguna expresión, aunque interiormente contento por la noticia. Sin embargo su padre solo gruñó algo ininteligible y siguió comiendo la sopa en silencio.

 

xXx

 

Un rato después de comer, Rukawa empezó a prepararse para partir hacia la concentración, mientras sus padres descansaban en el sofá, viendo la tele. Al salir de su habitación no pudo evitar pasar por la de ellos, donde se encontraba la cuna de la pequeña Aiko. La niña, de apenas un año, dormía plácidamente, sus cortos rizos castaños descansando sobre la almohada. Kaede la miraba embelesado mientras alargaba su mano para acariciarle la mejilla, pero al final no se atrevió a tocarla por miedo a despertarla.

 

No entendía como se podía querer tanto a un ser tan diminuto, que lo único que sabía hacer era comer, llorar, gatear dando tumbos y hablar un idioma monosilábico: “Da, da, da, da, da...”. Pero de hecho lo mismo le había pasado con Taro; aunque al principio, a pesar de que él tenía ya once años, sintió unos celos terribles con su nacimiento.

 

Celos... cualquiera que escuchara sus pensamientos, pensaría que eran los típicos celos de hermano mayor, que ve como los pequeños se llevan toda la atención de sus padres. Pero no era así en absoluto. La razón de sus celos iba mucho más allá, y se remontaba a una época de la que apenas le quedaban unos pocos recuerdos y una vieja  fotografía sobre la mesa de su escritorio...

 

Continuará...


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