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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

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Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 24.  Encuentros

 

Era sábado por la mañana. Rukawa estaba de pie en el salón de su casa, mirando llover a través de la gran ventana que iluminaba la estancia, mientras esperaba a que su madre estuviera lista para salir. Para variar, estaba pensando en Sakuragi.

 

Su relación se había vuelto extraña. Ya no parecían enemigos a muerte pero tampoco eran amigos ni mucho menos. Cuando se cruzaban por los pasillos, a veces Sakuragi le saludaba con un discretísimo gesto alzando la barbilla, y otras veces simplemente pasaba de él, como cuando iba con su ejército. No había tenido oportunidad de volver a hablar en serio con él, pero Sendoh le había contado que sus amigos decían que no le habían vuelto a ver ni en el Carpe Diem ni en otra discoteca del centro, así que parecía que el pelirrojo estaba cumpliendo su palabra.

 

Había quedado con Sendoh un par de veces más desde que le acompañara al Carpe Diem a ‘espiar’ a Sakuragi; pero no para salir de marcha sino a tomar algo un par de tardes que ambos tenían libres. No podía negar que se lo había pasado bien; por supuesto Sendoh era el que más hablaba, pero no parecía importarle, o más bien molestarle, el que Rukawa permaneciera tan callado. A veces Sendoh también se quedaba en silencio por largos minutos, y sin embargo la situación no se les hacía para nada incómoda.

 

«¿Sabes? Contigo el silencio es agradable —le había dicho Sendoh—. De hecho es muy agradable estar en tu compañía, charlando o no; de veras que  me alegro de que te animaras a quedar otra vez conmigo.»

 

Podrían haber entrado extraterrestres en el bar en aquel momento y Rukawa se habría sorprendido menos que con las palabras del puercoespín...

 

—Cariño, ¿estás listo? —le preguntó Chiyako yendo al recibidor para ponerse su abrigo.

 

—Sí. —Kaede dejó caer la cortina, la siguió y se puso él también un abrigo.

 

—¿De veras que no queréis que os acompañe? —preguntó Kojiro saliendo de la cocina.

 

—No hace falta —dijo Chiyako—. Además, la señora Uesugi no está en casa, así que no tenemos donde dejar a los niños.

 

Kojiro asintió, y luego volteó a mirar a su hijo.

 

—¿Estás bien, Kaede?

 

Cada año la misma pregunta...

 

—Sí.

 

Kojiro le miró con los ojos entrecerrados pero no le insistió. Le dolía mucho esa manía de su hijo de esconder sus sentimientos, pero poco podía hacer al respecto. El único que conseguía que se abriera un poco era Satoru.

 

Kaede y su madre cogieron un paraguas para cada uno y salieron a la calle. Hacía mucho frío y parecía que cada vez llovía con más intensidad. Era un día horrible para salir a la calle pero Rukawa habría salido aunque hubiera habido un aviso de huracán. Era 17 de diciembre, el aniversario de la muerte de su madre biológica.

 

Desde que sus padres le contaron cuando tenía siete años la verdad de su familia, cada año en esa fecha Chiyako siempre le acompañaba al cementerio a visitar su tumba. O mejor dicho Kaede la acompañaba a ella, ya que Chiyako llevaba más tiempo visitando la tumba de su hermana.

 

Fueron hasta el cementerio dando un paseo bajo la lluvia. A pesar de lo melancólico de la situación, Chiyako caminaba orgullosa al lado de su guapo y alto hijo; pocas veces eran las que salían ambos solos y en esas ocasiones Chiyako aprovechaba para presumir de él.

 

Llegaron al cabo de media hora, pero antes de entrar compraron un ramo de rosas blancas en una floristería cercana. El lugar parecía más sombrío y vacío que nunca. Lo único que le gustaba a Rukawa de esas visitas anuales era que Chiyako siempre le contaba algo sobre su madre biológica. Y ese día no fue la excepción.

 

La tumba era muy sencilla, con una pequeña lápida de forma trapezoidal con el nombre ‘Kanako Nakazawa’ inscrito en kanjis.

 

«Kaede Nakazawa...», pronunció Rukawa mentalmente. Ese había sido su nombre hasta los tres años, cuando Kojiro y Chiyako le adoptaron y tomó el apellido de él, igual que Chiyako al casarse.

 

Se agachó y dejó el ramo de rosas blancas sobre la tumba.

 

—Eran sus favoritas —murmuró Chiyako—. Siempre que le regalaban flores, si no eran rosas, pedía que se las cambiaran.

 

—¿Quién le regalaba flores? —preguntó Rukawa, expectante.

 

—Muchos chicos. Era muy popular en el instituto, y siempre tenía uno o varios pretendientes detrás. Pero ella pasaba bastante de ellos. Los utilizaba y los manipulaba a su antojo.

 

Rukawa no se sorprendió demasiado al escuchar a Chiyako hablar así de su hermana, además prefería que fuera completamente sincera. Permaneció callado a la espera de más información.

 

—Aunque tu madre era la chica más guapa del instituto, incluso me atrevería a decir que era una de las chicas más guapas de la ciudad, ella no se lo creía —continuó Chiyako—. Y no era por modestia, si no que... no sé, parecía que se odiaba a sí misma.

 

— Pero eso era por el trastorno que padecía, ¿no? —inquirió.

 

—Sí —suspiró la mujer—. Pero en aquel entonces ni la abuela ni yo teníamos ni idea de lo que le pasaba por la cabeza, no entendíamos sus cambios de humor, ni sabíamos cómo ayudarla...

 

Rukawa supuso que aquella época debió ser muy difícil para Chiyako. Su abuelo ya había fallecido y su abuela, que ya estaba mal de salud, no podía mantener sola a dos hijas, por lo que Chiyako tuvo que trabajar a la vez que estudiaba Derecho, y encima tenía que cuidar de una hermana adolescente con indicios de un trastorno de personalidad que los médicos no diagnosticaron hasta un par de años después.

 

—Cuéntame más —pidió.

 

—Fue casi un milagro que se graduara, con lo desconcentrada que estaba. Pero lo hizo, y estudió un módulo de administración. Empezó a trabajar en una empresa automovilística, yo terminé la carrera y me casé con Kojiro, la abuela se quedó a solas con ella, y durante un tiempo todo pareció estar bien, hasta que... —Chiyako se detuvo un instante.

 

—Hasta que se quedó embarazada... —murmuró Kaede.

 

—Sí... No teníamos ni idea de que estaba saliendo con alguien, y de pronto un día nos anunció que estaba embarazada... No quiso revelarnos quien era el padre, solo dijo que iba a tenerte sola... La abuela era muy tradicional y montó un escándalo, y eso no ayudó en nada a Kanako... Empeoró, pero gracias a eso los médicos descubrieron por fin lo que le ocurría.

 

—¿Qué pasó? —preguntó Rukawa, expectante. Sabía que clase de trastorno había padecido su madre pero no a raíz de qué se lo habían diagnosticado.

 

—Sufrió una especie de crisis nerviosa y hubo que ingresarla. En el hospital la atendió un psiquiatra de urgencias que por fin se dio cuenta de lo que le pasaba. La trasladaron a una clínica mental donde permaneció dos meses. Le recetaron una medicación y cuando salió estaba muchísimo mejor... Y unos meses después naciste tú...

 

Después de varios minutos de permanecer seria Chiyako continuó su relato más animada.

 

—Nunca la vi tan feliz como el día del parto —sonrió—. Lloraba y reía a la vez mientras te sostenía en brazos, y no quería soltarte de ninguna de las maneras, ni siquiera para que te limpiaran. Decía que eras su pequeño Kaede, y que nada ni nadie te separaría de ella...

 

—Excepto ella misma... —susurró Rukawa con un deje de amargura en la voz.

 

—Cariño, ella no estaba bien... no la culpes por lo que hizo...

 

—Ya... —Rukawa se giró a contemplar la tumba. Durante unos minutos el único sonido que se escuchó en el cementerio fue el de las gotas de lluvia repiquetear sobre los paraguas.

 

—Bueno cariño, ¿nos vamos? Hace mucho frío...

 

—Sí...

 

Se inclinaron un momento hacia la tumba al mismo tiempo que decían una oración para despedirse, y empezaron a caminar en dirección a la salida del cementerio. Rukawa se giró un momento para echar un último vistazo a la tumba mientras se preguntaba si su madre biológica le había querido tanto como Chiyako decía.

 

Mientras caminaban en silencio por uno de los caminos que recorrían el lugar, Rukawa iba mirando distraídamente los nombres inscritos en las demás tumbas, sobretodo los inscritos en las lápidas más vistosas. Sin embargo fue el nombre de una de las más sencillas el que esa vez le llamó la atención.

 

Se detuvo tan silenciosamente que Chiyako tardó un par de metros en darse cuenta que se había quedado sola. Dio media vuelta y volvió sobre sus pasos, viendo extrañada como su hijo se había quedado clavado delante de una pequeña lápida.

 

Nada más leer el nombre comprendió por qué.

 

—Hatsuo Sakuragi... —leyó en voz alta. Levantó la vista hacia Kaede—. ¿Será el padre de tu amigo...?

 

—Creo que sí... —murmuró Rukawa—. Dijo que había muerto hace tres años, y la fecha coincide...

 

Ambos se quedaron unos instantes observando la humilde tumba y las flores resecas y empapadas que descansaban sobre ella.

 

—Ahora vengo —dijo Rukawa, y de pronto había desaparecido.

 

Cuando volvió llevaba un pequeño ramo de hortensias que depositó junto a las resecas flores que supuso habrían traído Sakuragi y su madre.

 

Chiyako no dijo nada, y un ratito después ya habían salido del cementerio, después de pasarse por las tumbas de los abuelos ya fallecidos. Nada más salieron dejó de llover.

 

—Vaya, por fin —suspiró Chiyako mientras plegaba el paraguas al igual que su hijo.

 

Caminaron en silencio un rato hasta que pasaron por delante de un centro comercial atestado de gente en su interior, la mayoría seguramente para protegerse de la reciente lluvia.

 

—Vamos a entrar un momento —dijo Chiyako arrastrando a Kaede al interior.

 

—¿Por qué? —se quejó este—. Tú misma dices que no necesito más ropa...

 

—No es para ti, es para mí.

 

—Peor me lo pones...

 

—Deja de quejarte, solo quiero mirar los abrigos, este que llevo es demasiado fino.

 

A Rukawa no le quedó más remedio que seguir a su madre por las escaleras mecánicas hasta la planta de señoras, que era la tercera. Mientras Chiyako miraba abrigos largos de cuero en color camel, Rukawa se dedicó a pasear por pasillos cercanos sin mirar nada en particular. Pensaba en la visita al cementerio y lo que le había contado su madre sobre Kanako, gran parte de la historia ya la sabía solo que sin tantos detalles.

 

Y como siempre, cero información sobre su padre biológico...

 

De pronto una voz más que conocida le sacó de sus pensamientos.

 

—¿Pero cómo vas a regalarle esto a tu madre? ¡Que solo tiene cuarenta años, no setenta!

 

«No puede ser...», se dijo Rukawa mientras lentamente se asomaba por el lado derecho de un mostrador de camisas.

 

Al otro lado del mostrador, Sakuragi y uno de sus amigos, Yohei Mito, si no recordaba mal. El pelirrojo tenía una camisa floreada entre las manos que la verdad tal y como había dicho parecía más adecuado para una mujer bastante mayor.

 

—Pues a mí sí me gusta —dijo Mito.

 

—Yohei, tienes el gusto en el culo —dijo Sakuragi.

 

Yohei se rió en lugar de enojarse por el comentario. Estaba contento porque Hanamichi hubiera aceptado acompañarle a comprar un regalo para su madre, cuya fiesta de cumpleaños era esa misma tarde. La verdad era que desde que salía con Haruko en secreto que se sentía muy culpable y hacía lo posible por mejorar su relación con el pelirrojo, o mejor dicho, que esta volviera a ser como antes de que se lesionara. Hanamichi parecía pretender lo mismo y eso ayudaba bastante.

 

—Voy a ver si tienen una talla más pequeña —dijo el moreno antes de desaparecer.

 

Sakuragi puso los ojos en blanco y se quedó buscando otra camisa menos floreada que su amigo pudiera regalarle a su madre sin que esta se la tirara por la cabeza de lo hortera que era. Fue entonces que Rukawa se atrevió a salir de su ‘escondite’.

 

—Ey... —murmuró para llamar su atención.

 

Sakuragi levantó la vista. No pareció muy sorprendido.

 

—Vaya, kitsune, últimamente nos encontramos en todos los sitios —sonrió levemente Hanamichi.

 

«Será el destino», quiso creer Rukawa tontamente.

 

—¿Qué haces aquí? —preguntó el pelirrojo.

 

—Vine con mi madre —respondió Kaede—. ¿Y tú?

 

—Con un amigo. Hoy es el cumpleaños de su madre y el muy baka ha esperado hasta el último momento para comprarle el regalo, y me ha pedido que le acompañara.

 

Rukawa se dio cuenta, para su pequeña alegría, que aunque Sakuragi le estaba hablando con un tono de voz algo seco, su mirada era más amigable. Desde luego no tenía nada que ver con esas miradas de odio a las que le tenía tan acostumbrado.

 

De pronto apareció Chiyako tras él.

 

—¡Sakuragi! —exclamó con una sonrisa.

 

 —Hola señora Rukawa —saludó Sakuragi educadamente.

 

—Cuanto tiempo sin verte —dijo Chiyako con falso enojo—. ¿Cómo es que no has vuelto a visitarnos?

 

—Mamá... —se quejó Kaede por lo bajo.

 

—Lo siento, no sé, es que no he tenido mucho tiempo con la rehabilitación... —dijo el pelirrojo apurado.

 

—No pasa nada. Pero estas fiestas tienes que venir, no tendrás excusa —sonrió la mujer. Entonces recordó algo—. Dijiste que tu madre trabajaba mucho, ¿trabaja también en fiestas?

 

—Algunos años sí, pero este le han dado libre —explicó Hanamichi sin darse cuenta de a donde quería llegar la madre del zorro—. Solo le ha tocado ir a trabajar en Nochevieja.

 

«Oh, no...», pensó Rukawa.

 

—¡Oh, perfecto, entonces puedes venir  a cenar a casa! Además, día uno es el cumpleaños de Kaede.

 

«Mierda, lo sabía...»

 

—Ah, ¿en serio...? —murmuró Hanamichi, algo aturdido por la invitación.

 

—Sí, así que ya sabes, la noche del 31 te vienes a casa a cenar, ¿de acuerdo?

 

Sakuragi miró a Rukawa, y Rukawa lo miró expectante. Y entonces Sakuragi tuvo la corazonada de que él sería el primer chico de su edad que acudía al cumpleaños del zorro en mucho tiempo, si es que alguna vez había acudido alguno.

 

—Claro, allí estaré.

 

La expresión de Rukawa no varió pero Sakuragi supo que estaba sorprendido.

 

—Muy bien, entonces nos vemos día 31. Kaede, ¿nos vamos? Ya he elegido abrigo.

 

—Sí...

 

—Adiós Sakuragi.

 

—Adiós...

 

—Adiós.

 

Cuando ya se habían alejado bastantes metros Rukawa encaró a su madre.

 

—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó enfadado.

 

—¿Hacer el qué? —Chiyako se hizo la tonta.

 

—¡Invitarle! —insistió Kaede.

 

—¿Y por qué no? —preguntó Chiyako.

 

—¿Que no ves que ha aceptado por compromiso?

 

—A mí no me lo ha parecido.

 

Rukawa bufó derrotado. Sin embargo, en el fondo le agradaba la idea de pasar la Nochevieja y su cumpleaños con Sakuragi. Aunque claro está, habría preferido pasar con él la Nochebuena... (N/A: en Japón es costumbre cenar en Nochebuena con la pareja y no con la familia).

 

De mientras Yohei había vuelto junto a Sakuragi, pero no se dio cuenta de que su amigo estaba algo despistado.

 

—No tienen una talla más pequeña —dijo devolviendo la prenda a su sitio.

 

—¿Qué? ¡Ah! Mejor, de la que se ha librado tu madre... —«No tenía ni idea de que Rukawa cumplía años en Año Nuevo... es una fecha curiosa...»

 

— ¿Y entonces cuál le regalo?

 

—¿Qué tal esta misma? —preguntó Sakuragi mientras le enseñaba una camisa lisa en tonos pastel de corte más juvenil. “Joder, supongo que le tendré que hacer un regalo...”

 

—¿Esta? Bueno, no está mal...

 

—Mira, y además es un poco menos cara —«¿Y qué coño le regalo yo al zorro...?»

 

—Ok, la compraré.

 

Yohei cogió la camisa de las manos de Sakuragi y se dirigió con ella a la caja más próxima. Mientras la dependienta la envolvía para regalo, su móvil empezó a sonar.

 

A Sakuragi le extrañó bastante que Yohei pusiera cara de apurado al leer el nombre en la pantalla. Y es que la persona que le estaba llamando era precisamente Haruko.

 

«Joder, ¿y ahora qué hago...?», se preguntó el moreno. Decidió colgar y apagar el aparato, ya se lo explicaría más tarde a su novia secreta.

 

—¿Por qué lo apagas? —le preguntó Hanamichi al verlo.

 

—Eeehm... porque es mi madre, y no quiero que se dé cuenta de que estoy en un centro comercial comprando su regalo a última hora...

 

A Hanamichi no le convenció esa respuesta de Yohei, y por primera vez advirtió que últimamente el que se estaba comportando muy raro era su amigo...

 

xXx

 

El lunes Sakuragi estaba almorzando con la gundam cuando vio a Rukawa que le hacía señas desde fuera de la cafetería para que saliera. A Sakuragi le extrañó mucho pero le puso una excusa a sus amigos y salió a su encuentro.

 

—¿Qué demonios quieres, zorro?

 

Rukawa se dio cuenta apenado que Sakuragi solo le trataba un poco más amable cuando estaban solos, no como en ese momento, que había medio patio observándoles.

 

—Solo quería decirte que no hace falta que vengas a cenar a mi casa si no quieres —dijo fríamente—. Sé que solo aceptaste por compromiso.

 

Sakuragi estuvo a punto de decirle que era cierto pero algo en su interior se lo impidió.

 

—No es verdad, es simplemente que tu madre cocina muy bien.

 

Rukawa alzó una ceja, mirándole extrañado. Su madre no era precisamente ningún as en la cocina...

 

—Pero si no quieres que venga, no vengo y punto.

 

—No es eso —se le escapó a Rukawa—. Es decir, haz lo que quieras, doa’ho.

 

—Pues eso haré... —le retó el pelirrojo con una sonrisa—. Kitsune.

 

Rukawa bufó y se dio media vuelta para alejarse. Sakuragi entró de nuevo en la cafetería y se enfrentó al interrogatorio de sus amigos.

 

—¿De qué hablabas con Rukawa? — le preguntaron todos casi a la vez.

 

—De nada importante. —Supo que con esa respuesta no se los sacaría de encima, pero con unos cuantos cabezazos sí, y eso fue lo que tuvo que hacer finalmente para que le dejaran en paz.

 

Y es que por nada del mundo les contaría a sus amigos en casa de quien pasaría ese año la Nochevieja...

 

Continuará...


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