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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Por fin un poco de acción... ;)

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 30. Uno contra uno

 

Acurrucada bajo una fina manta, y con una incómoda aguja de suero clavada en el brazo, Ayako intentaba dormir, ya que no tenía nada más que hacer. Afuera de la habitación, sus padres discutían estúpidamente sobre cual de los dos tenía la culpa de que su hija hubiera ingresado la noche anterior en un hospital por anorexia.

 

Anorexia... tantas veces que había oído esa palabra, tantas veces que había escuchado sobre esa enfermedad, y aún no se creía que realmente le estuviera pasando a ella. ¿Cómo había sido tan estúpida de perder el control de esa manera? ¿Cuándo había caído en la trampa, que ni siquiera se había dado cuenta?

 

Se sentía muy sola. No es que fuera una excusa, sino la realidad de lo que le pasaba por la cabeza. Sus padres apenas paraban en casa, y sus hermanos mayores se habían ido de ella hacía tiempo... En el instituto, por culpa del tiempo que le dedicaba al equipo de baloncesto, apenas tenía amigas, sólo Miuyo, quien había intentado avisarla y ella no había hecho caso...

 

Pero también tenía a Ryota...

 

Se sonrojó levemente al recordar todas y cada una de las palabras que compusieron su declaración. Nunca se había sentido antes tan querida como escuchando a Ryota hablar sobre lo que sentía por ella.

 

—Ryota... —susurró en voz baja.

 

Y poco a poco, la angustia que se había instalado en su pecho fue desapareciendo, hasta el punto de quedarse apaciblemente dormida.

 

xXx

 

Aprovechando que sus padres habían salido a comprar, Kaede se pasó toda la mañana del domingo buscando las llaves del piso donde había vivido de pequeño con su madre biológica. Los Honami no se habían quedado con él, así que mientras esperaban las ofertas de la agencia inmobiliaria que habían contratado, el piso estaba vacío. Finalmente las encontró, escondidas en el último cajón de la mesilla de noche de su padre. Se las metió en el bolsillo de los vaqueros justo cuando escuchó abrirse la puerta principal de la casa. Salió rápidamente del dormitorio de sus padres y se metió en su habitación.

 

—Kaede, ya estamos en casa —escuchó que su madre decía.

 

—Vale —respondió el chico también en voz alta.

 

—En un ratito comeremos, ¿vale?

 

—Sí...

 

Durante la comida, Kaede explicó lo que le había pasado a Ayako la noche anterior en la fiesta de bienvenida a Sakuragi, pues por la mañana sus padres se habían marchado antes de que se levantara.

 

—Pobre chica... —exclamó Chiyako—. ¿Pero está bien?

 

—No lo sé, el desmayo en sí no parecía muy grave, pero es que creemos que tiene anorexia.

 

—Oh, vaya...

 

—Estas adolescentes de hoy en día... —suspiró Kojiro.

 

Kaede terminó el primero y recogió su plato y sus cubiertos de la mesa.

 

—Ah, por cierto, esta tarde voy a salir... —comentó antes de llevarlos a la cocina—. Volveré antes de la hora de cenar.

 

—¿A dónde vas? —preguntó Kojiro.

 

—Sólo voy a dar una vuelta por el barrio —respondió evasivo.

 

Kojiro se le quedó mirando receloso mientras el muchacho desaparecía tras la puerta de la cocina. Ya eran muchos años como para no intuir cuando Kaede respondía verdades a medias.

 

Un par de horas más tarde, Kaede salió de la casa con su inseparable bicicleta en dirección a su antiguo hogar. De no ser porque alguna que otra vez había pasado frente a él con alguno de sus progenitores y este había hecho algún comentario, habría sido incapaz de recordar su ubicación exacta.

 

Por suerte no estaba demasiado lejos, y llegó al cabo de unos diez minutos.

 

La fachada exterior del bloque de viviendas permanecía tal cual la recordaba, con sus paredes de ladrillos vistos de un color rojo intenso. En cambio cuando entró se dio cuenta de que hasta los edificios envejecían. Las paredes del vestíbulo, antaño blancas, ahora presentaban un color grisáceo. El edificio no contaba con ascensor, así que Kaede subió a pie las cinco plantas hasta llegar al piso que había compartido con su madre biológica hacía tanto tiempo.

 

Le costó un poco hacer rodar la cerradura, pero quizá se debía únicamente a sus nervios. Al final la puerta cedió y Rukawa pudo penetrar al interior de la vivienda.

 

Lo primero que sintió al observar aquel salón vacío, pues la casa no contaba con recibidor, fue una enorme decepción, la cual fue en aumento al comprobar que el resto de habitaciones tampoco contaban con muebles.

 

¿Pero qué esperaba? ¿Encontrar el piso tal cual estaba cuando vivía con su madre biológica, hacía trece años? Eso era imposible. Seguramente sus padres lo habían vaciado antes de alquilarlo, y a saber dónde estarían ahora los viejos muebles de Kanako de los que ni siquiera se acordaba cómo eran.

 

Permaneció inmóvil en medio del pasillo, escudriñando la última puerta que le restaba por cruzar: la del único baño. Inspiró hondo un par de veces, y finalmente apoyó la mano en la madera y entró.

 

De súbito sintió un pequeño mareo al contemplar el cuarto higiénico. ¿Cómo mantenerse sereno, cuando su madre había muerto allí, delante de sus ojos?

 

La sensación de mareo no menguaba, así que Kaede optó por arrodillarse en el suelo antes que caer y golpearse en la frente con el lavabo. La imagen de su madre inconsciente en el suelo le golpeó con fuerza.

 

—Mierda... —gimió.

 

Se cubrió la cara con las manos.

 

«Cariño, ella no estaba bien... no la culpes por lo que hizo...», le había dicho Chiyako aquel día en el cementerio.

 

Pero le resultaba imposible no hacerlo, no culparla por dejarle solo.

 

De pronto sintió que alguien más estaba en el piso. Escuchó pasos en el pasillo, y a los pocos segundos la puerta del baño se abrió por segunda vez.

 

En otras circunstancias se habría sobresaltado, o al menos sentido intrigado por la presencia de un intruso, pero en esos momentos no le importaba nada más que él mismo y su resentimiento. Ni siquiera le sorprendió escuchar la voz ahogada de Kojiro tras él.

 

—Kaede...

 

—¿Por qué? —exclamó conteniendo a duras penas la rabia—. ¿Por qué me tuvo? ¿Por qué, si sabía que no sería capaz de cuidarme?

 

Tras unos segundos de angustioso silencio, se escuchó la respuesta de su progenitor.

 

—No sé por qué decidió tenerte —admitió Kojiro—. Pero doy gracias a dios porque lo hiciera.

 

Las palabras de su padre provocaron que el nudo de su garganta se deshiciera, y dejó escapar un lastimero sollozo. Sintió al hombre arrodillarse a su lado y abrazarle suavemente por los hombros.

 

—¿Cómo sabías que estaba aquí...? —preguntó Kaede mientras trataba de calmarse. Le daba mucha vergüenza no poder contener el llanto delante de otra persona.

 

—Abrí el cajón de mi mesilla buscando otra cosa y vi que no estaban las llaves —respondió Kojiro—. Y supuse que estabas aquí.

 

—No hacía falta que vinieras a buscarme...

 

—Yo creo que sí.

 

Kaede ya no replicó. Su padre le abrazó un poco más fuerte y luego le instó a levantarse.

 

—¿Nos vamos a casa? —preguntó.

 

El muchacho se secó el rostro y asintió.

 

—Sí. Vámonos a casa.

 

xXx

 

El lunes en el entrenamiento todo eran preguntas sobre el estado de Ayako, dirigidas mayoritariamente hacia Ryota. Pero el capitán del Shohoku sólo había podido hablar con sus padres por teléfono, ya que el médico había considerado que era mejor mantener a Ayako un tiempo aislada y libre de cualquier presión externa.

 

El único que en ese momento no estaba pendiente el todo de las explicaciones de Ryota era Sakuragi, lo cual era lógico ya que era el primer día que podía volver a entrenar normalmente y se moría de ganas de empezar el entrenamiento.

 

—Muy bien, empecemos ya —dijo por fin Ryota para alegría de Sakuragi.

 

—¡Bien! —exclamó el pelirrojo.

 

El entrenamiento de aquella tarde no tuvo nada de especial, pero Hanamichi Sakuragi lo disfrutó como nunca. Poder participar de todos y cada uno de los ejercicios ordenados por Anzai y Ryota, en lugar de permanecer marginado a un lado de la pista, le hacía sentir una inmensa felicidad.

 

Y aunque algunos habían temido la vuelta a la pista de Sakuragi y sus consecuentes encontronazos con Rukawa ahora que volverían a jugar en el mismo espacio, lo cierto era que de momento no se habían dicho una palabra más alta que la otra.

 

«Parece que su reconciliación va en serio...», pensó Mitsui.

 

El entrenamiento terminó al cabo de dos horas, y poco a poco todos se fueron retirando en dirección a los vestuarios. Anzai también se marchó, seguido de Haruko, quien necesitaba preguntarle un par de cosas sobre cómo arreglárselas ahora que Ayako no estaba.

 

A Rukawa por su parte le apeteció quedarse practicando triples en un lado de la cancha. Al cabo de un rato, después de que todos salieran de nuevo de los vestuarios para irse a casa, notó que quedaba alguien observándole: Sakuragi, quien aún no se había cambiado.

 

Al cabo de unos segundos el pelirrojo se aproximó lentamente y en silencio. Kaede no sabía qué pensar, y de pronto tuvo la angustiosa idea de que quizás Sakuragi quería preguntarle sobre lo que le quería haber dicho en la fiesta.

 

—Ey, zorro —habló Sakuragi por fin—. ¿Un uno contra uno?

 

Rukawa puso los ojos en blanco y se sintió más tranquilo. Sólo al idiota de Sakuragi se le ocurriría desafiarle a un uno contra uno recién incorporado con normalidad a los entrenamientos, pero no quería desaprovechar la oportunidad de pasar ese tiempo con él a solas. Trataría de no cansarlo demasiado.

 

—Claro, ¿por qué no? —aceptó con voz de falsete.

 

Pensó que al pelirrojo le irritaría su actitud condescendiente, pero este estaba demasiado emocionado como para dar importancia al tono de sus palabras. Le pasó el balón. Era una suerte que ya todos se hubieran marchado, de lo contrario ese duelo habría causado mucha expectación.

 

—Empieza tú —le dijo.

 

Sakuragi no se lo pensó dos veces y atacó con decisión. A Rukawa le sorprendió la fiereza de aquel ataque y supo que si le concedía un mínimo de ventaja perdería el duelo, por lo que decidió jugar también en serio.

 

Al cabo de unos minutos iban diecisiete a ocho a favor de Rukawa. Habían decidido jugar hasta veinte, así que cuando el moreno metió un triple terminó el uno contra uno.

 

Hanamichi resopló, contrariado.

 

—¿De verdad pensabas que tenías alguna posibilidad de ganarme? —preguntó Kaede sin verdadera malicia.

 

Por un momento creyó que Sakuragi iba a contestarle con alguna burrada, pero pareció que se lo pensaba mejor y se quedó callado.

 

«Ha cambiado», pensó Rukawa. «Ya no es un bravucón. Ahora es más consciente de sus limitaciones».

 

—Quería intentarlo —dijo finalmente el pelirrojo.

 

Rukawa sonrió levemente, pero Sakuragi no lo vio porque ya se había dado la vuelta para dirigirse a los vestuarios. El moreno, también ya cansado, le siguió.

 

No fue hasta que estuvieron los dos dentro de los vestuarios que se dio cuenta de su error.

 

Iban a estar ellos dos solos en las duchas... desnudos.

 

—Por cierto, ¿cómo está Tensai? —preguntó distraídamente Hanamichi mientras se desvestía y tiraba la ropa sucia en un banco.

 

—Muy bien —respondió Rukawa tratando de aparentar normalidad mientras hacía lo mismo—. Ha crecido mucho en poco tiempo.

 

—Sí, estos perros crecen muy deprisa...

 

Ya desnudo del todo, Sakuragi entró en una ducha. Rukawa, también ya en cueros, inspiró hondo y le siguió, colocándose en una ducha en el lado contrario al del pelirrojo.

 

El sonido del agua al accionar las duchas inundó los vestuarios. Rukawa se colocó de espaldas a Sakuragi y empezó a lavarse la cabeza.

 

«Haz como siempre, no le mires...»

 

Se sobresaltó al sentir de pronto al pelirrojo a su lado.

 

—Oye, siempre te he querido preguntar, ¿qué es eso?

 

A la vez que trataba de acostumbrarse sin éxito a la presencia de un Sakuragi desnudo y mojado a apenas unos centímetros de él, Rukawa miró el dedo que su compañero mantenía en alto señalando su frente, entendiendo al cabo de unos segundos a qué se refería.

 

—Ah, esto... —dijo tocándose una pequeña cicatriz que se ocultaba bajo su espeso flequillo. Le sorprendió que Sakuragi se hubiera fijado en ella—. Me caí cuando era un bebé, o eso me han dicho.

 

—Qué patoso... —sonrió Sakuragi.

 

—Más bien mi madre... —murmuró el chico de ojos azules con algo de rabia, pero en seguida su tono se suavizó—. No podía cuidar de sí misma, imagínate de un bebé —añadió con una mezcla de resignación y melancolía.

 

Sakuragi pareció comprender los sentimientos contradictorios de Rukawa hacia su madre biológica, y borró la sonrisa de su cara. De pronto se acercó un poco más e inesperadamente le acarició el flequillo para levantarlo y observar mejor la cicatriz.

 

Kaede se quedó completamente helado bajo el chorro de agua caliente. El tacto de los dedos de Sakuragi, suaves y húmedos, sobre su piel también húmeda eran demasiado.

 

—Las heridas del alma son como las del cuerpo —murmuró inesperadamente—. También dejan cicatriz, y hay que aprender a vivir con ellas.

 

Rukawa no aguantó más. Todos sus esquemas se habían venido abajo en el momento en el que Sakuragi le había tocado. Sin pensar lo que hacía, levantó un brazo, y agarrando a un sorprendido pelirrojo de la nuca, le plantó un furioso beso en los labios.

 

Sakuragi se quedó inmóvil del shock. Además era incapaz de pensar teniendo la boca de Rukawa pegada a la suya, por lo que el moreno pudo disfrutar bastantes segundos del sabor dulce de esos largamente deseados labios. Hasta que Hanamichi reaccionó, y de un violento empujón separó al zorro de si mismo.

 

—¡¿Pero qué cojones te crees que haces?! —gritó furioso. ¡Rukawa acababa de robarle su primer beso!

 

Kaede ya se esperaba esa reacción si algún día sucedía lo que acababa de hacer. Y sabía que no habría manera de escapar.

 

—Me gustas —confesó ante la mirada atónita del pelirrojo.

 

Pero Hanamichi no podía creer lo que habían escuchado sus oídos.

 

—¡¿P-pero qué estás diciendo...?! —balbuceó desconcertado.

 

—Que me gustas... —repitió Rukawa acercándose peligrosamente a él hasta volver a tener cerca su rostro.

 

—E-eso no puede ser...

 

—¿Por qué no?

 

Y sin esperar la respuesta, Rukawa volvió a besarle, esta vez sujetándole con ambas manos de la nuca. Estaba completamente ido, lo único que quería era sentir esos labios otra vez. Sakuragi quiso impedírselo, pero había olvidado lo fuerte que era Rukawa después de tanto tiempo sin pelearse, y no pudo liberarse. No hasta que notó la dureza de su compañero de equipo en su propia entrepierna. Aquello fue el colmo.

 

Inició un violento forcejeo con el que consiguió soltarse, y antes de que Rukawa le “atacara” de nuevo, le colocó la mano izquierda en el cuello y lo estampó contra la pared de la ducha. A continuación levantó el puño derecho con clara intención de golpearle, pero se detuvo dubitativo al ver la expresión de Rukawa.

 

Kaede Rukawa, el zorro, el Rey del Hielo, el chico con menos expresiones faciales del instituto, por no decir de la ciudad, estaba completamente ruborizado, le miraba con ojos brillantes y anhelantes, tenía los labios entreabiertos y la respiración agitada.

 

«¿Qué está pasando aquí...?», se preguntó Sakuragi.

 

El moreno apenas podía respirar de lo fuerte que le estaba apretando el cuello. Podría intentar soltarse aprovechando la indecisión de su compañero, pero en lugar de eso alargó su mano hacia abajo, y sabiendo a lo que se arriesgaba, cogió el miembro de Sakuragi entre sus dedos.

 

Sakuragi se estremeció al sentir ese inesperado contacto. Instintivamente apretó más el cuello de Rukawa y levantó un poco más su puño, pero sin llegar tampoco a golpearle. Rukawa, animado porque Sakuragi aún no le hubiera estrellado el puño en la cara, inició un movimiento de arriba abajo con su mano, empezando así a masturbar al pelirrojo.

 

Hanamichi gimió, y cerró los ojos por un instante, sintiendo como su cuerpo le traicionaba y reaccionaba por culpa de la mano de otro hombre.

 

Rukawa vio aliviado cómo Sakuragi bajaba su puño y colocaba la palma de la mano en la pared húmeda, a un par de centímetros de su cabeza. La otra mano sin embargo seguía en su cuello, cada vez apretando más y más a medida que Sakuragi sentía más placer, pero él, obstinado, en lugar de intentar soltarse quería llegar hasta el final.

 

De pronto Hanamichi acercó un poco más su cuerpo al del zorro, casi tocándose pecho con pecho. El pelirrojo seguía sin abrir los ojos, y Kaede podía sentir el calor que se desprendía de su cuerpo, su tibio aliento sobre sus labios entreabiertos, y también cómo su respiración era cada vez más entrecortada.

 

—T-te voy a matar... —jadeó Sakuragi de pronto.

 

—Y-ya lo hubieras hecho... —replicó Rukawa con dificultad, pues apenas podía respirar y menos hablar.

 

Y a continuación Rukawa aceleró el ritmo de su mano, provocando un aumento de volumen en los jadeos de Sakuragi. Pero al mismo tiempo Sakuragi apretó más su cuello y Rukawa empezó a sufrir de verdad la falta de aire. Con la vista nublada e incapaz de mantenerse de pie, se dejó resbalar por la pared de la ducha hasta quedar sentado en el mojado suelo. Sakuragi le siguió colocándose encima de él, y afortunadamente aflojó un poco su agarre.

 

Pasaron un par de minutos. Había un silencio casi total en los vestuarios, sólo se escuchaban los entrecortados gemidos del pelirrojo. Pero de repente los gemidos se terminaron; Sakuragi apretó los dientes y Rukawa sintió un líquido caliente y espeso sobre su mano.

 

Sakuragi, exhausto, soltó por fin el cuello de Rukawa, y apoyó su frente sobre el hombro del moreno mientras su cuerpo se recuperaba. Rukawa habría agradecido ese tierno contacto si no fuera porque estaba ya medio desvanecido por la asfixia.

 

Permanecieron inmóviles en esa postura bastante rato, Sakuragi con la mente en blanco y Rukawa tratando de imaginar lo que sucedería cuando el pelirrojo abriera los ojos, hasta que de repente un ruido los sobresaltó: era la puerta de los vestuarios cerrándose de golpe.

 

Hanamichi se levantó de un salto, con el horrible presentimiento de que alguien les había visto y que por eso había cerrado la puerta con tanta prisa. Kaede también se levantó, pero cuando vio la expresión furiosa del pelirrojo deseó no haberlo hecho.

 

—¡¡Eres un hijo de puta!! —rugió Sakuragi, y a continuación con el puño derecho golpeó brutalmente el estómago de su compañero.

 

Rukawa trastabilló, dio con la espalda en la pared de la ducha y luego cayó de costado en el suelo. Estaba demasiado cansado para aguantar de pie uno de los peores puñetazos del pelirrojo.

 

—No vuelvas a acercarte a mí —escupió Sakuragi, y eso le dolió más a Kaede que el golpe recibido.

 

Un poco más calmado al ver que Rukawa, aún con los ojos entreabiertos, no se movía, Sakuragi se dirigió a las taquillas de los vestuarios mientras se secaba rápidamente con la toalla. Sacó su ropa de la mochila y se vistió más rápidamente aún, sólo quería salir de allí cuanto antes.

 

Cuando estuvo ya vestido con el uniforme, Sakuragi echó un último vistazo a las duchas, donde Rukawa permanecía tumbado sin moverse. Por un momento tuvo remordimientos de dejarlo así, pero sabiendo que no estaba inconsciente decidió marcharse. Cerró los vestuarios de un portazo y se encaminó a grandes zancadas hacia la salida del instituto.

 

Estaba enfadado, furioso, pero sobretodo, estaba confundido. No entendía por qué su cuerpo había reaccionado a las caricias de otro chico. Y encima seguro que alguien les había visto.

 

«Me cago en la ostia, me cago en la ostia...», era lo único que se repetía en su mente.

 

Mientras en los vestuarios Rukawa trataba de incorporarse lentamente, hasta quedar sentado con la espalda apoyada en la pared. Aún se sentía mareado, pero sobre todo estaba dolido por las últimas palabras de Sakuragi.

 

Se había equivocado. Ahora lo comprendía.

 

Besarle, declararse, todo había sido un error, un completo, gran y estúpido error. Había echado a perder la recién comenzada amistad con el pelirrojo y ya no había marcha atrás. Ninguna mentira ni excusa podría arreglar la situación.

 

«Y encima soy tan estúpido que he dejado que casi me asfixiara con tal de hacerle una paja...», pensó mientras se acariciaba el dolorido cuello, aunque le dolía aún más el abdomen, y sobre todo, el corazón.

 

No entendía por qué se había empeñado tanto en masturbarle. Quizás inconscientemente pretendía que Sakuragi supiera que un hombre podía darle tanto o más placer que una mujer.

 

Se miró la mano derecha, donde aún tenía restos de semen de Sakuragi. Se levantó, y después de un pequeño traspiés, se dirigió a los lavabos y se lavó las manos con agua caliente, preguntándose preocupado qué pasaría entre ellos a partir de ese momento.

 

xXx

 

Escondida en la parte trasera del gimnasio, Haruko se dejó caer en el suelo, conmocionada todavía por lo que había visto en los vestuarios. Había vuelto al gimnasio porque se había dejado una carpeta con apuntes encima de un banco, y al pasar por delante había escuchado ruidos extraños en el vestuario, el cual suponía vacío. Al entrar para saber de qué se trataba, se había encontrado de pronto con la visión de Rukawa y Sakuragi... tocándose.

 

Eso sí que no se lo esperaba.

 

Continuará...


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