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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Gracias por los comentarios!

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 38. Cuenta atrás

 

Era lunes por la mañana y por lo tanto el comienzo de una nueva semana en el instituto Shohoku. Pero no era una semana cualquiera: era la última semana antes de la Winter Cup, la última para entrenar antes de que comenzaran los preliminares del último torneo del año. Pero Anzai había sido muy claro. Sakuragi recordaba demasiado bien sus palabras.

 

«En primer lugar, no os quiero ver aparecer por el gimnasio en una semana. Y segundo, ya veremos si os dejo jugar los preliminares de invierno.»

 

Rukawa y él se habían peleado el martes pasado, por lo que el castigo terminaría al día siguiente. Aunque, tal y como había dicho Anzai, no era seguro que después de volver a los entrenamientos les dejara jugar los preliminares del torneo, Sakuragi prefería creer que sí.

 

Con lo que le había costado la rehabilitación, el pelirrojo no podía ni imaginarse el tener que perderse el último campeonato del curso escolar. Simplemente, no podía.

 

Así que había decidido hacer algo al respecto. Algo maduro y desinteresado, para variar.

 

En el primer descanso de la mañana, Sakuragi se dirigió hacia el pasillo donde se ubicaban los despachos de los profesores. Se detuvo frente a la puerta correspondiente, tomó aire y se deseó suerte a sí mismo.

 

xXx

 

Rukawa, por su parte, se pasó la mañana de aquel lunes pendiente de si veía o no a Sakuragi. Por un lado quería verle, cerciorarse de que lo que había pasado entre ellos el día anterior no había sido producto de su imaginación. Pero por el otro, temía ver la expresión de su cara cuando se encontraran. ¿Se avergonzaría? ¿Se enfadaría? O peor aún, ¿le ignoraría? Apenas había dormido aquella noche imaginándose las diferentes posibilidades. Kaede estaba preocupado de verdad. Ahora que por fin parecía que habían llegado a un forzado entendimiento («Te ofrecí mi amistad y no voy a echarme atrás, pero… nada más. Lo has entendido, ¿Rukawa?»), de nuevo todo volvía a estar en el aire.

 

Al menos, esta vez no había sido culpa suya. Había sido Sakuragi quien le había besado.

 

Sakuragi le había besado.

 

Quién lo hubiera dicho.

 

Y ahora ya no sabía qué esperar.

 

Llegó la hora de almorzar y Rukawa salió de su aula en dirección a la azotea como solía hacer.

 

—Rukawa.

 

El aludido casi dio un respingo al escuchar de repente la voz del objeto de sus pensamientos detrás de él. Se giró lentamente, con el corazón a cien, preguntándose qué iba a encontrarse, y quedó cara a cara con el pelirrojo.

 

Pero lo que se encontró no fue ni un Sakuragi avergonzado ni irritado. El pelirrojo lucía normal, puede que un poco… ¿aliviado? Bueno, fuera cual fuera su expresión, la cuestión era que al menos el pelirrojo no iba a ignorarle.

 

—Ey —le saludó Sakuragi por segunda vez.

 

—Ey —murmuró Rukawa, expectante.

 

—Vengo del despacho del viejo… digo de Anzai —explicó Sakuragi—. Esta tarde ya podemos ir al entrenamiento.

 

Rukawa tardó unos segundos en procesar las palabras.

 

—Pero… el castigo no finaliza hasta mañana —dijo finalmente.

 

—Y así era, hasta que he hablado con él. Le he convencido para que nos deje volver hoy al entrenamiento, y también para que nos deje jugar los preliminares de invierno.

 

—¿Le has convencido? ¿Cómo? Estaba cabreadísimo con nosotros.

 

Sakuragi se rascó la cabeza, incómodo.

 

—Le he dicho que todo fue culpa mía… y me he disculpado.

 

Las imágenes de la tremenda pelea que habían protagonizado él y el pelirrojo acudieron a la mente de Rukawa.

 

«Jodido maricón», le había dicho Sakuragi. El mero recuerdo aún dolía como una puñalada en el pecho.

 

—Pero no fue culpa tuya —se forzó a decir—. Yo empecé la pelea.

 

Sakuragi se encogió de hombros.

 

—Da igual quien diera el primer puñetazo. La cuestión es que yo dije algo que no debía…

 

—Pero…

 

—Oye, déjalo estar, ¿vale? No es la primera vez que cargo yo solo con las culpas de una pelea, aunque esta es la primera vez que es por iniciativa mía. —Sakuragi sonrió levemente—. Lo que importa ahora es que gracias a eso se acabó el castigo para los dos. Te veo esta tarde en el gimnasio.

 

Sakuragi iba ya a dar media vuelta cuando Rukawa le detuvo.

 

—Espera. Has dicho que se acabó el castigo para los dos. ¿Te ha castigado a ti Anzai de otra manera?

 

Sakuragi hizo un gesto vago con la mano.

 

—Eso no importa. Hasta luego, Rukawa.

 

Rukawa estuvo a punto de detenerle otra vez. Sakuragi no había dicho nada de lo ocurrido en su casa. Pero de inmediato pensó que era mejor no presionarle, así que le dejó ir.

 

xXx

 

Por la tarde todos los del equipo se quedaron sorprendidos al ver entrar en el gimnasio a Sakuragi y a Rukawa. El primero les contó lo mismo que le había contado a Rukawa por la mañana, pero sin detalles. Anzai no había llegado aún, pero le había dejado una nota a Haruko confirmando el fin del castigo para los dos problemáticos jugadores, así que Ryota les dio la bienvenida y luego les advirtió que más les valía no volver a cagarla. Les necesitaban para el torneo.

 

Antes de comenzar con el entrenamiento, Ayako les llamó a todos, e hicieron un coro alrededor de ella y de Haruko.

 

—Hoy voy a explicar el funcionamiento del Torneo de Invierno, también llamado Winter Cup. Normalmente la fase clasificatoria se celebra antes de Navidad, pero como ya sabéis este año se ha retrasado por problemas en la organización. Y empieza la semana que viene.

 

Algunos, como Ryota, tragaron saliva. Otros, como Mitsui, estaban emocionados.

 

—Bien, vamos a ello —continuó la mánager—. Como también ya sabréis, este es el primer año en el que el instituto Shohoku participa en la Winter Cup. Esto es porque para participar en ella, hay que quedar entre los ocho primeros en el torneo de la prefectura, o lo que es lo mismo, las clasificatorias para los nacionales, y hasta este año no lo habíamos conseguido.

 

—Sin embargo, este año quedamos en segundo puesto, que no está nada mal —apuntó rápidamente Haruko.

 

—Eso es.

 

Ayako desplegó un enorme papel que colgó en la pared con la ayuda de Ryota. Los chicos se acercaron un poco más para leer mejor lo que había escrito en él.

 

—Aquí —Ayako señaló el papel en la pared— están los nombres de los ocho mejores institutos de la prefectura de Kanagawa, con la excepción del Kainan, que como quedó segundo en el nacional, se clasifica automáticamente para la Winter Cup. Su puesto lo ocupa el Shinshi, que realmente sería el noveno.

 

Todos leyeron los ocho nombres: Shohoku, Ryonan, Takezato, Takezono, Shojo, Shida, Funade y Shinshi.

 

—Estos ocho equipos nos enfrentaremos en cuatro partidos eliminatorios de la fase clasificatoria para la Winter Cup. El primero contra el octavo, el segundo contra el séptimo, el tercero contra el sexto, y el cuarto contra el quinto. 

 

—Entonces, ¿quién nos ha tocado en el partido eliminatorio? —preguntó Sakuragi, quien ya se estaba perdiendo con tanta explicación.

 

Ayako rodó los ojos y señaló el último nombre de la lista.

 

—El Shinshi.

 

—El Ryonan se enfrentará contra el Funade —dijo Miyagi—. El Takezato contra el Shida…

 

—Y el Takezono contra el Shojo —terminó Ayako—. Los cuatro ganadores de estos cuatro partidos se enfrentarán en una liguilla final. Los dos primeros de la liguilla final jugarán la Winter Cup.

 

Durante unos segundos se hizo el silencio en el gimnasio. Todos se estaban dando cuenta que acceder a la Winter Cup era casi tan difícil como acceder a los nacionales.

 

—¿Qué tal es el Shinshi? —preguntó Mitsui finalmente—. No me suena de nada.

 

Ayako miró sus notas.

 

—Perdió contra el Takezono en cuartos de final del torneo de la prefectura por bastante diferencia.

 

—Aun así no nos podemos fiar —dijo Ryota.

 

En ese momento llegó Anzai.

 

—Buenas tardes —saludó a sus jugadores.

 

—¡Buenas tardes entrenador! —saludaron todos a coro y haciendo la habitual reverencia.

 

—Veo que hoy estamos todos —dijo el viejo entrenador, y lanzó una significativa mirada a Sakuragi y a Rukawa. Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, añadió—: Eso es bueno. Supongo que Ayako ya os ha contado el funcionamiento de la Winter Cup. Solo recordaros que es el último torneo del curso, así que tenéis que esforzaros al máximo. ¡Vosotros sois muy fuertes!

 

—¡SÍ! —corearon todos.

 

Y empezaron el entrenamiento con energía.

 

Tras el calentamiento habitual, Ryota dividió a todos los jugadores en equipos de tres según las instrucciones de Anzai. Como si el entrenador quisiera poner a prueba las presuntas paces entre Sakuragi y Rukawa, los puso a los dos en el mismo equipo con Ryota, y ellos tres se enfrentarían a Mitsui, Kakuta y Yasuda.

 

El balón lo puso en juego el equipo de Mitsui por medio de Yasuda, quien no tardó en pasarle el balón al chico de la cicatriz. Rukawa fue enseguida a marcarle, pero Mitsui no se lo pensó y lanzó un triple que encestó limpiamente.

 

—Jeh —se le escapó a Mitsui mirando altivamente a Rukawa, quien simplemente le ignoró.

 

Pero en la jugada siguiente, fue Ryota quien pasó el balón a Rukawa, y en cuanto Mitsui fue a por él, lanzó también un triple que también encestó, en un calco de la jugada anterior.

 

—Maldita sea —susurró Mitsui.

 

Rukawa no hizo ni dijo nada, pero a Sakuragi no le pasó desapercibido el brillo retador de sus ojos. El pelirrojo se dio cuenta de que cada vez podía leer mejor a Rukawa. Y, extrañamente, se sintió bastante orgulloso de ello. Luego la imagen de cierto beso acaecido recientemente le vino a la mente, y meneó la cabeza intentanto deshacerse de ella, pues ahora no era el momento ni el lugar de tomar su decisión.

 

Más bien era el momento de demostrar a esas dos “estrellitas” que se estaban picando en sus narices quién era el verdadero genio del Shohoku.

 

En cuanto Mitsui volvió a tener el balón, Rukawa fue a por él, pero Mitsui esta vez solo fingió que iba a por su segundo triple y tras la finta dribló al zorro por la derecha. Entró a canasta dispuesto a encestar con una bandeja, pero se encontró con una muralla de color rojo.

 

Sakuragi puso toda su fuerza en ese tapón, haciendo que el balón saliera despedido hacia el otro lado de la cancha.

 

—¡Muy bien! —se oyó decir a Ayako.

 

—¡Así se hace Hanamichi! —dijo Ryota yendo a por el balón.

 

Sakuragi no perdió el tiempo y siguió a su capitán a través de la cancha.

 

—¡Pásamelo Ryota!

 

Ryota así lo hizo. Sakuragi recibió el balón y se dispuso a encestar con un tiro vulgar, pero el maldito Mitsui era rápido y ya estaba ahí dispuesto a devolverle el tapón.

 

—¡Sakuragi! —oyó la voz del zorro a su derecha.

 

Sakuragi habría preferido intentar encestar en los morros de Mitsui, pero entendió que era el momento de demostrar a todos, y en especial a Anzai y a Ryota, que él y el zorro eran capaces de jugar en equipo. Así que le pasó el balón a Rukawa. Este hizo amago de lanzar a canasta, por lo que Kakuta se abalanzó sobre él, pero en lugar de eso, como si hubiera llegado a la misma conclusión que Hanamichi, Rukawa le devolvió el balón.

 

«Gracias, zorro», pensó el pelirrojo. Pero Mitsui seguía allí, molestando y bloqueándole.

 

Así que decidió poner en práctica lo aprendido el día anterior.

 

Alejándose un poco de Mitsui pero manteniéndose debajo de la canasta, haciendo creer al de tercero que se había quedado sin ángulo para tirar, estiró el brazo derecho y, en un movimiento ya calculado, lanzó el balón con un gancho.

 

El balón rebotó momentáneamente en el tablero. Sakuragi tragó saliva, pensando que no lo había conseguido, cuando el balón por fin entró por el aro.

 

En el gimnasio se hizo el silencio.

 

Sakuragi no pudo evitar mirar a Rukawa el primero, como si inconscientemente buscara su aprobación. Rukawa le sonrió levemente. “No podías guardártelo, ¿eh?”, parecía que le estaba diciendo.

 

Mitsui se giró hacia él, demasiado sorprendido como para indignarse.

 

—Eso ha sido moña, ¿verdad?

 

Sakuragi se puso los brazos en jarra y sonrió ampliamente con la cabeza bien alta.

 

—Los genios no tienen moña, Micchy. Los genios son genios. ¡MUAHAHAHAHA!

 

Doa’ho… —oyó susurrar a Rukawa al pasar por su lado, pero seguía con la sonrisa en el rostro.

 

—¡Eso ha sido fabuloso, Hanamichi! —gritó Ayako. A su lado, Haruko estaba alucinada y Anzai sonreía con satisfacción.

 

—¿Dónde has aprendido a hacer un gancho? —le preguntó Ryota.

 

—¡Un genio no revela sus trucos!

 

—Entonces admites que es un truco —dijo Mitsui, ahora ya sí, indignado.

 

—¡Jajajaja! ¡No te mosquees, Micchy!

 

—¡No estoy mosqueado!

 

—¡Admítelo Micchy!

 

—¡Deja de llamarme Micchy!

 

Y tras varios minutos con la misma cantinela, el partido continuó por fin.

 

xXx

 

Dos horas después, el entrenamiento finalizó. Todos se fueron a los vestuarios menos Sakuragi, quien tras ponerse la sudadera e intercambiar una mirada con Anzai, asintió y se dirigió hacia la canasta de los balones.

 

Anzai y Ayako se marcharon enseguida, pero Haruko se entretuvo al recoger sus cosas y por ello se dio cuenta de que Sakuragi se había quedado y lo vio ponerse a limpiar los balones, confundida.

 

No habían vuelto a hablar desde aquella charla en la cancha callejera sobre Yohei, en la que ella le había pedido que por favor no dejara de lado a su amigo, temiendo por su seguridad, a lo que inicialmente Sakuragi se había negado. Sabía que al final el pelirrojo le había hecho caso, pero su relación se había enfriado igualmente. Aun así, la curiosidad pudo con ella, así que se acercó a él.

 

—¿Qué haces, Sakuragi?

 

El aludido contestó sin mirarla.

 

—Limpiar balones —respondió sin ninguna emoción en la voz.

 

—Ya, pero, ¿por qué?

 

Sakuragi se encogió de hombros.

 

—Un trato es un trato.

 

Haruko no entendía nada, pero sí entendió que Sakuragi no quería hablar del motivo por el cual estaba limpiando balones con tanto brío como la vez que intentó camelarse a su hermano para entrar en el equipo de baloncesto. Así que, fuera cual fuera el motivo, seguro que era uno bueno.

 

—¿Quieres que te ayude? —se ofreció amablemente.

 

El pelirrojo levantó por fin la vista.

 

—En realidad podrías ayudarme con otra cosa.

 

—¿Con qué?

 

—Yohei no ha venido hoy a clase. Ookusu me ha dicho que solo tiene un catarro, pero sé que sus padres están de viaje y preferiría que alguien fuera a echarle un vistazo. ¿Podrías ir tú?

 

Haruko se quedó descolocada.

 

—Yo no… no creo que sea buena idea —musitó finalmente.

 

Sakuragi volvió a poner toda su atención en los balones.

 

—¿Quién es la rencorosa ahora? —preguntó como si hablara para sí mismo.

 

Ella dio un respingo.

 

«Para empezar, no es un rencoroso como tú.»

 

—No es… no es lo mismo… —empezó a decir, y sin saber muy bien por qué, empezaron a humedecérsele los ojos.

 

Le echaba tanto de menos…

 

—En serio, creo que deberías ir —dijo el pelirrojo, quien la miraba de nuevo.

 

Haruko dio un paso atrás y escondió un sollozo.

 

—Gracias, Sakuragi… —y se marchó corriendo.

 

xXx

 

Rukawa apareció poco después de que Haruko se marchara.

 

—¿Espiando, zorro? —preguntó Sakuragi.

 

Estaban ellos dos solos en el gimnasio, pero aún se oía jaleo desde los vestuarios.

 

—Así que este es el castigo que te ha puesto Anzai —murmuró Rukawa—. Limpiar balones. ¿Cuánto tiempo?

 

—Dos veces por semana hasta que acabe el curso.

 

El moreno silbó.

 

—Eso es mucho tiempo.

 

—Es lo que hay.

 

Sin decir nada más, Rukawa soltó su bolsa de deporte y se sentó a una distancia prudencial del pelirrojo. Cogió un trapo y uno de los balones del montón de los sucios, y empezó a frotarlo.

 

—¿Qué haces, zorro?

 

—Ayudarte.

 

—No tienes por qué.

 

—Sí tengo.

 

Sin ganas de discutir, y además viendo que la pila de balones por limpiar era gigantesca, Sakuragi lo dejó estar.

 

Al cabo de un rato ya no se oía a nadie en los vestuarios. Todo estaba en silencio, a excepción del ruido que hacían ambos al frotar.

 

—Supongo que querrás hablar de lo de ayer… —dijo finalmente Sakuragi.

 

Rukawa solo le miró brevemente.

 

—No he dicho nada.

 

—Empiezo a conocerte, zorro. Sé que ahora mismo estabas pensando en ello.

 

El fruncimiento de labios por parte del moreno le hizo saber que estaba en lo cierto.

 

—No quiero agobiarte —musitó.

 

—Lo sé. Y también sé que te mereces una respuesta. Pero es que ni yo mismo sé por qué hice lo que hice ayer. Es decir, sí que lo sé, pero… joder, estoy tan confundido.

 

—Lo entiendo.

 

Sakuragi le miró suspicaz.

 

—¿Qué es lo que entiendes?

 

—Bueno, yo también estuve confundido durante una época. Cuando empecé a darme cuenta de que me gustaban los chicos.

 

—A mí no me gustan los tíos —replicó Hanamichi al instante. Rukawa lució tan herido en ese momento que no pudo evitar arreglar sus palabras inmediatamente—. Es decir, no en general.

 

Aquello pareció contentar al número once del Shohoku.

 

Sakuragi carraspeó.

 

—¿Y cuándo fue que estuviste confundido? —preguntó para desviar un poco el tema de quién le gustaba o le dejaba de gustar.

 

—A los… trece años, más o menos.

 

El pelirrojo le miró con interés.

 

—Tampoco hace tanto.

 

—Supongo que no.

 

—¿Y tu familia lo sabe?

 

—Sí.

 

—¿Fue… difícil? —Sakuragi no podía imaginarse contándole a su madre que le atraía un chico. La pobre mujer, tan buena pero tan tradicional, se moriría del disgusto.

 

—No. —Rukawa se tomó un momento para respirar hondo—. No realmente. Fue más jodido en el instituto. Todavía no sé qué hice mal para que se desataran los rumores… menos mal que ahora ya se han calmado las cosas.

 

Sakuragi dejó de frotar y miró a Rukawa con espanto.

 

Joder, lo había olvidado.

 

Por supuesto Rukawa se dio cuenta de la repentina  mirada de horror del pelirrojo.

 

—¿Qué pasa?

 

—Fui yo —admitió Sakuragi en un arranque de sinceridad—. Yo empecé los rumores.

 

—¿Que tú qué?

 

—No lo hice aposta —aclaró inmediatamente—. Verás, Haruko me rechazó cuando me declaré, y creí que tú eras la causa, y por despecho le dije que eras… homosexual —aunque en realidad no usó esa palabra, recordó con vergüenza—, y ella se lo creyó y se los dijo a unas amigas, y…

 

Se cortó al ver que Rukawa se había levantado. Aún tenía un balón en la mano y los ojos azules le brillaban con furia.

 

Sakuragi también se levantó.

 

—Escucha, Rukawa, lo sient…

 

No pudo terminar la disculpa porque Rukawa le lanzó el balón a la cara con tanta rapidez y fuerza que no fue capaz de esquivarlo. El ruido del golpe resonó en todo el gimnasio.

 

—¡Eres un gilipollas! —fue lo último que dijo Rukawa antes de recoger su bolsa y salir del gimnasio como alma que lleva el diablo.

 

Con una mano en la dolorida mejilla, Hanamichi se dejó caer sentado de nuevo en el suelo.

 

—Sí, me temo que sí… —murmuró a la nada.

 

xXx

 

El timbre sonó por segunda vez, pero Yohei no se veía con fuerzas para levantarse. Suponía que sería alguien de su gundam y no tenía ganas de visita. Durante el día la fiebre le había subido bastante y le dolía mucho la cabeza. Pasó un minuto y ya creía que el pesado de turno se había rendido, pero entonces una piedrecita golpeó su ventana. Yohei se incorporó, intrigado. Ninguno de su gundam se dedicaba a tirar piedrecitas contra las ventanas. Abrió las cortinas y miró a la calle.

 

Haruko.

 

El dolor de cabeza desapareció casi al instante. Yohei se levantó y bajó corriendo hasta la puerta principal para abrirle a la chica.

 

—Haruko, ¿qué…?

 

Ella no le dejó terminar la pregunta. Se abalanzó sobre él y le besó.

 

Tras la sorpresa inicial, Yohei la rodeó con un brazo tembloroso y con la mano libre cerró la puerta.

 

xXx

 

Kaede estaba tan indignado que cuando llegó a casa apenas habló a su familia. Solo dijo que no tenía hambre y se encerró en su cuarto.

 

Aún le costaba creer que el chico que le gustaba fuera el mismo que casi le había arruinado la existencia. Las semanas en las que el rumor sobre su sexualidad había estado en su punto álgido habían sido una pesadilla para él. Incluso le habían obligado a tener que confesarle a su padre el asunto sin estar preparado.

 

«Cómo pudo hacerme esto… y callárselo durante tanto tiempo.»

 

Sin ganas de hacer nada, Rukawa se puso el pijama, pero antes de irse a dormir, como era su costumbre, encendió el ordenador y abrió su cuenta de correo electrónico.

 

Para su sorpresa, esta vez sí había un correo de Tadashi.

 

Rukawa lo abrió con un click y con el corazón en un puño empezó a leer.

 

‘Hola Rukawa. Primero de todo, disculpa por el retraso,

sabes que cuando acudiste a mí tenía varios casos ya en marcha.

Pero hace un par de meses pude ponerme a ello

y me complace comunicarte que creo que ya he averiguado lo que me pediste.

La pista definitiva me la dieron los archivos del hospital psiquiátrico

donde tu madre permaneció ingresada dos meses.

En ellos consta que las únicas visitas que recibió fueron

las de tus padres adoptivos (quince entre los dos en total), y de un hombre llamado

Hiroshi Misaki, que la visitó una sola vez, la dieciséis.

He investigado sobre él y aunque ahora está empadronado en Morioka,

vivió en Yokohama desde su nacimiento hasta unos meses después del tuyo.

Rukawa, aunque yo le visite, tú eres el único que puede averiguar

a ciencia cierta si ese hombre es tu padre biológico.

Te recomiendo que en cuanto puedas, vayas a Morioka y lo confirmes.

Si no es así, no te preocupes que seguiré investigando para averiguarlo por ti,

pero será más caro.

Te adjunto la dirección completa y más datos sobre el señor Misaki

y la factura de las horas que he realizado hasta ahora.

Espero noticias tuyas.

Atentamente, Shinichi Tadashi.’

 

Releyó el mensaje tres veces seguidas.

 

«Hiroshi... Misaki...»

 

Abrió el archivo adjunto y después de leer la dirección y los datos de ese tal señor Misaki, la imprimió en un papel y lo dobló en pequeño.

 

Le latía el corazón tan fuerte que le palpitaba en los oídos.

 

Sabía que no debía hacerse ilusiones tan fácilmente, al fin y al cabo era el primer nombre que Tadashi le daba. Pero él había hablado de ‘pista definitiva’, dando a entender que antes había encontrado más, y que todas conducían al señor Misaki.

 

«¿Y ahora qué?», se preguntó sintiendo su mente en blanco.

 

No tardó en decidirse. Si partía ahora llegaría a tiempo al último tren.

 

Tras cambiarse de ropa y guardar unas cuantas cosas en una mochila, Kaede salió de su cuarto y bajó las escaleras. Su madre estaba poniendo la mesa para cenar y fue la primera en verle.

 

—¿Por qué vas así vestido? —le preguntó extrañada.

 

—Me voy... —murmuró.

 

—¿A dónde vas? —preguntó Kojiro con voz ausente mientras cambiaba de canal en el televisor.

 

—A Morioka...

 

Chiyako paró inmediatamente de colocar la mesa y sorprendida se fijó entonces en su mochila. Kojiro también dejó de mirar la televisión para ver fijamente a su hijo.

 

—¿Cómo que a Morioka? —preguntó Chiyako.

 

—Acabo de saber que mi padre biológico vive allí... —respondió Rukawa—. Tengo su dirección.

 

Sus padres le miraron atónitos y luego se miraron un momento entre ellos. Kojiro se levantó y se acercó a él.

 

—¿Y cómo has sabido quién es? —preguntó deteniéndose a un escaso metro de él.

 

—Contraté a un investigador privado...

 

Chiyako se dejó caer en una de las sillas del comedor.

 

—¿Por qué hiciste eso...? —preguntó Kojiro.

 

—¿Y por qué no podía hacerlo? —preguntó a su vez Kaede, sintiendo coraje de repente—. Que a vosotros no os importe quien sea mi padre biológico no significa que a mí también me dé igual. Yo quiero conocerle.

 

—¿Por qué?

 

Esa pregunta descolocó un poco a Rukawa.

 

—¿Cómo que por qué? ¡Porque es mi padre!

 

Vio perfectamente el dolor que se reflejó en los ojos castaños de Kojiro tras escuchar sus palabras.

 

—Yo... solo quiero conocerle... —intentó arreglarlo—. Cogeré el tren bala Tohoku y regresaré cuanto antes.

 

Incapaz de seguir enfrentando la mirada dolida de Kojiro, se dio media vuelta y se dirigió a la puerta principal.

 

—Quieto ahí.

 

La voz inesperadamente dura de su padre le detuvo en seco. Volteó lentamente y observó sorprendido su gesto enfadado.

 

—Tú no te vas a ninguna parte.

 

—¿Qué...?

 

—Kojiro... —susurró Chiyako intentando que su marido se tranquilizara.

 

—Ya me has oído.

 

Rukawa no se movió, pero su gesto también se endureció.

 

—No puedes impedírmelo —le retó.

 

—Sí que puedo, yo soy tu padre, y te digo que no te moverás de aquí.

 

Rukawa no dijo nada, estaba demasiado alterado, así que simplemente se giró otra vez.

 

—¡Kaede! —le gritó su padre.

 

Kojiro fue tras él, seguido de Chiyako, quien estaba muy asustada por lo que intuía iba a pasar. Kojiro agarró a Kaede del brazo.

 

—Te he dicho —Kojiro silabeó las palabras—. Que no te vas a ninguna parte.

 

—Y yo que no puedes impedírmelo.

 

Dicho esto Rukawa intentó zafarse pero su padre no le soltó.

 

—¡¿Pero por qué?! —exclamó Kaede alzando mucho la voz—. ¡¿Por qué no me dejas ir?!

 

—¡Solo tienes dieciséis años, no te puedes ir tan lejos tú solo!

 

—¡No me vengas con historias, sabes muy bien que sé cuidar de mí mismo! —gritó desesperándose—. Dime la verdad, ¡¿por qué no quieres que vaya?!

 

—¡Te lo acabo de decir!

 

—¡No es cierto!

 

Rukawa intentó zafarse otra vez pero Kojiro forcejeó para impedírselo. El muchacho sabía que era más fuerte que su padre, pero en el fondo no quería pelear contra él.

 

—¡Basta los dos, por favor! —gritó Chiyako.

 

—¡Pues dile que me deje ir! —exclamó Kaede.

 

—¡No! ¡No quiero que le conozcas!

 

Rukawa dejó de forcejear de inmediato.

 

—¿Cómo...? —inquirió mirando fijamente a su madre.

 

—No... no quiero que le conozcas... —sollozó la mujer—. Él... él no es un buen hombre, Kaede...

 

El chico palideció.

 

—Tú... —empezó, pero al ver que su padre no estaba sorprendido se corrigió—. Vosotros... ¿vosotros sabéis quién es?

 

Kojiro miró un momento a su mujer y luego asintió.

 

—N-no me lo puedo creer... —balbuceó—. Me habéis estado mintiendo todo este tiempo...

 

—No es eso, Kaede —intentó excusarse Chiyako—. Esperábamos al momento oportuno para contarte lo que sabemos...

 

—¿Y qué sabéis...?

 

Pero ninguno de los dos dijo nada.

 

—Entiendo... Ok, ya lo averiguaré yo mismo.

 

En ese momento apareció Taro por la puerta de la cocina, colocándose sin quererlo entre Rukawa y la puerta principal.

 

—¿A dónde vas, oniichan...? —preguntó con voz soñolienta.

 

—Yo no soy tu hermano —bufó Kaede apartándole de un leve empujón y reanudando su camino sin apenas mirarle.

 

Con gesto desconcertado, Taro le observó abrir la puerta y salir a la calle. Un segundo después sus padres salieron tras él corriendo.

 

—¿Qué demonios haces? —le preguntó Chiyako ya en la calle, quien no solía decir palabras malsonantes, yendo hacia él y sujetándole de un brazo—. ¿Por qué le dices eso a Taro?

 

—Porque es la verdad —siseó Rukawa soltándose del agarre de Chiyako de un tirón—. Y tú no eres mi madre, no eres más que una puta mentirosa.

 

Chiyako le miró estupefacta un instante, lo que tardó Kojiro en cruzarle la cara de una sonora bofetada.

 

Kaede, a quien se le había quedado la cara girada, les miró de nuevo con indiferencia un momento, y luego se dio media vuelta y echó a andar.

 

Viendo la escena desde la puerta, Taro no comprendía nada de lo que estaba pasando.

 

Tras un instante de duda, Kojiro llamó a su hijo mayor.

 

—¡Kaede!

 

El chico se detuvo un instante pero no se giró.

 

—En Morioka no encontrarás lo que buscas...

 

—Tú no sabes lo que busco —replicó Kaede.

 

Y se marchó rumbo a la estación.

 

Continuará…


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