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Amor entre guerrereos por Tem-chan

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Notas del capitulo:

Espero que les guste, no les aburra, y no me salga muy raro. Está basado en Esparta, los cuales eran guerreros, su vida solo consistía en batallar y procrear nuevos guerreros. Así que este fic hablará sobre una guerra, más concretamente, si me sale bien, la de las Termopilas, la cual perdieron, para mi desgracia ya que amo a los espartanos, pero primero os explicaré como era su vida (lo que no tenga muy claro me lo inventaré, jeje pero espero que sea poco).

Amor entre guerreros

Cierto pelirrojo estaba en la syssitia con su tutor, como cada día habían ido a comer en la comida comunitaria obligatoria para todos los homoioi, aunque él no lo era y debía de comer lo que su tutor, el cual si lo era, aportaba. Todo homoioi adulto, hombres a partir de los 20 años[1], debía aportar comida a la syssitia para poder demostrar que puedes pagar, sino podías bajas a la categoría de Hipomeion, perdiendo los derechos de votar y participar en la Apella y del Eforado. La Apella era la asamblea de ciudadanos y el Eforado eran los encargados de supervisar el Estado, por lo que reforzaba el poder del ciudadano medio.

En la syssitia era el mejor momento para contemplar cierto peli-blanco, el cual desde los 12 años podía ver cada día, tanto en la syssitia como en el entrenamiento, pero en el entrenamiento con las peleas y todo era más difícil poder apreciar su hermosura con calma. Aunque el sudor cayendo por su cuerpo le daba un toque realmente adorable. Como todo aprendiz de momento comía al lado de su tutor. Un hombre de unos cuarenta años, con el pelo negro y ojos marrones oscuro, parecía querer mucho al peli-blanco y se pasaba el rato acariciándole la cabeza y sonriendo. El pelirrojo se moría de la envidia, él también quería estar así con el albino pero aun no se había atrevido a decirle nada fuera del entrenamiento.

El peli-blanco de vez en cuando miraba hacía el lugar de donde provenía una mirada profunda dirigida a él. No le molestaba que el pelo-tulipán le mirara pero lo hacía sonrojarse mínimamente. Una de las veces que le miró sus miradas se cruzaron y se perdió en esos profundos ojos ámbares, ante eso se sonrojó un poco más pero no desvió la mirada. El pelirrojo sonrió mientras miraba los ojos azules del contrario y el pequeño sonrojo.

—“Debería decirle algo…” —se dijo a si mismo— “este mini-sonrojo debe significar algo”

—Nagumo, come. Debes de tener fuerzas para después —le dijo su maestro mientras le ponía un poco más de comida en su plato.

Nagumo tragó duro. Ya sabía que era lo que esperaba de él, así que solo comió pero no dijo nada. Odiaba esos momentos en los que su maestro le “enseñaba el arte del sexo”, según lo llamaba él. Sabía que el sexo no estaba mal pero no le gustaba nada ser el pasivo, para él era una gran humillación. La de veces que había soñado con hacerle lo que su maestro le hacía a él a ese peli-blanco eran incontables.

Al acabar la comida su maestro se levantó y no tuvo más opción que seguirle a su destino. No era que le desagradara su tutor, solo no le gustaba la situación en sí. Pero no tenía más remedio, a no ser que se muriese, que no lo deseaba para nada, o que cumpliera los 20, por lo que aún le quedaban 5 años. Suspiró.

 

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Al día siguiente estaban en el campo de entrenamiento y por fortuna le había tocado junto al albino. Cada uno de ellos tenía su hoplón y su xiphos, para empezar el entrenamiento, aunque normalmente combatían con lanza entrenaban con la espada o xiphos, con el machete y con el dori, que era el nombre de lanza, y a veces hasta con el hacha, la cual estaba hecha con un mango de madera y una hoja de bronce que incluía una punta en la parte trasera para atravesar armaduras.

Se pusieron uno delante del otro No veían mucho por culpa del hoplón, el cual se trataba de un escudo redondo y convexo bastante pesado, 7 kg, y grande, 90-100cm de diámetro, ya que debía de proteger la parte izquierda del que lo aguantaba y la derecha del compañero de al lado. Esto hacía que los espartanos fueran una de las más grandes barreras defensivas en las guerras y a la vez los hacía los más fuertes. La fila de la derecha del todo era escogida por el eforado y eran la élite de los hoplitas, llamados hippeis, eran 300 y eran la guardia del rey. La táctica de combate espartana se basaba en el empuje simultáneo de todos los hoplitas formando una masa compacta ante el enemigo, el cual debía enfrentarse a la primera filera de ellos. Cada cierto tiempo había un relevo de las filas para que nuevos hoplitas lucharan. Los nuevos reclutas ocupaban los lugares vacantes por muerte, mientras que los antiguos guerreros ocupaban sus posiciones de siempre.

El peso del hoplón, el cual estaba hecho por láminas de madera previamente curvadas y encoladas y por una fina lámina de bronce que servía más de decoración que de defensa, hacía que tuvieran dificultades para moverse, pero no solo el hoplón era pesado, también lo era la espada. Para estar preparados para el combate real debían entrenar con las armas buenas y reales.

Dio un golpe con su espada pero solo dio un pequeño golpe en el hoplón del peli-blanco. El cual sufrió un poco por el peso de este. Era muy difícil para ellos poder entrenar bien con esas armas, pero a medida que las usaban se iban acostumbrando. Después de tres años ya podían golpear con la espada y protegerse en el hoplón. Pero aun les costaba, la culpa era más del escudo el cual era enorme y pesado, que de la espada la cual era más fácil que manejar, al menos que la lanza. Esta era muy larga (2-3 metros) y con la punta de hierro muy afilada, por lo que pesaba. Pero para que no sé descompensara tanto en el otro extremo había una punta de metal de un peso similar al de la punta principal. No se solían lanzar, eran más bien para estocar al enemigo cuando este atacaba.

—Suzuno, te hice daño —preguntó preocupado después de dar el golpe.

—Deja de tratarme como si fuera débil —respondió sacando su orgullo de guerrero— soy tan guerrero como tú.

—Lo sé, pero no quiero que te pase nada —le dije intentando calmarlo.

—¿Y a ti que más te da? —preguntó enojado pero con un muy pequeño sonrojo.

—Pues mucho. Sería un desperdició enorme que le pasara algo a alguien tan bello como tú —dijo con una sonrisa de superioridad que hizo que el albino le golpeara fuerte con su espada.

El golpe hizo que se tambaleara un poco y antes de que pudiera recobrar el equilibrio el albino lo había derribado al suelo. Sonrió con prepotencia y felicidad, mientras veía una sonrisa de orgullo en la cara del pelo-tulipán. Se levantó y le acarició los cabellos.

—Lo hiciste bien —le dijo reprimiendo las ganas que tenia de besarlo.

—Tú no eres nadie para decirme eso, perdedor —le recordó mientras se apartaba para que dejarlo de acariciar y apartaba la mirada intentando que no se notara su sonrojo.

—Muy bien Fuusuke —dijo su maestro acariciando su cabello también— luchaste muy bien contra Nagumo.

Al pelirrojo le molestaba que hubiera tanta familiaridad entre ellos pero era lo normal siendo maestro y discípulo, así que no tenía más remedio que dejar ese instinto acaparador que tenía con el peli-blanco. Vio que su maestro se acercaba y bajó un poco la mirada. Sabía cuál era el castigo por perder y no le gustaba la idea.

—Haruya. Siempre pierdes con Suzuno, no entiendo porque ese chaval te puede pero por lo que se ve es tu punto débil. Tendrás que superarlo si quieres ser un buen guerrero.

—Sí, maestro.

—¿Te importa si hacemos luchar a Suzuno y Haruya cada día por un tiempo para que mi discípulo mejore?

—En absoluto. Me gusta ver como Fuusuke gana.

—Esto cambiará. Tenlo por seguro.

Entrenaron unas horas más hasta que ambos maestros decidieron que era hora de dejarlo y se fueron a descansar un poco antes de ir a la syssitia a comer.

 

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En el agosto de ese año, 480aC, Jerjes, el Gran Rey de Persia, decide invadir Grecia para vengar a su padre Dario I, el cual perdió en la batalla de Maratón, pero Esparta quiere poner resistencia así que Leónidas un diarca de Esparta, es decir, uno de los dos reis de la ciudad, decide defender su autonomía. Para ello, al no poder movilizar las tropas por la fiesta de Carneas, decide coger a los hippeis que tengan hijos varones, para que no se pierda su descendencia, entre ellos los tutores de los dos protagonistas.

La fiesta de Carneas era una fiesta que los Espartanos hacían cada año en honor al Dios Apolo y que eran sagradas. Las tradiciones estaban muy férreamente arraigadas así que, no iban a participar en la guerra hasta que acabará pero esto suponía el fin de Grecia y de su autonomía. Estos 300 guerreros fueron apoyados por periecos, hombres de las periferias que trabajan las tierras de los reyes, pero que también eran artesanos, hilotas, esclavos de la Chora Politiké (tierras del Estado) sin derechos, aunque podían llegar a ser Neodamones si combatían bien en las guerras –pasaba en contadas ocasiones-, ambos escogidos con sumo cuidado por Leónidas, y también personas de Tespia y Focea, algunos locrios y beocios, estos últimos habitantes de Tebas y de quienes no se fiaban mucho por ser los enemigos principales de Esparta; entre todos eran 7000 hombres.

Ambos maestros se fueron a la batalla dejando solos a sus discípulos, los cuales estarían bajo la tutela de otro maestro durante el tiempo que durará la batalla. El pelirrojo estaba contento por la partida de su maestro por unos días era como un descanso para él, en el que no tendría que preocuparse por si este quería o no quería tener sexo con él, pero le preocupaba un poco el pensar que algo le podría pasar, aunque había borrado rápidamente ese pensamiento de su cabeza, era de la élite hoplítica así que no podía pasarle nada.

El día de la despedida fue a ver como partía junto con los hilotas y periecos que llevarían las cosas, menos las armas, de los combatientes, llevaban comida y bebida para veinte días. Durante las batallas todos los guerreros se alimentaban de pan de cebada, queso y carne salada y bebían agua y vino. Los hilotas con los víveres y objetos varios, junto con cirujanos, artesanos… iban en el centro de la expedición. A la parte de delante estaba la infantería ligera y en los lados en dos filas la pesada. Iban a todos al son de las trompetas para ir al mismo ritmo y no perder la formación. Con la expedición iba Megistias de Acarnania, el cual era adivino, y dos éforos para vigilar que Leónidas diera las órdenes buenas en referencia al honor y la ley.

Ambos estuvieron viendo como se iban. Una vez salieron de la ciudad el pelirrojo se acercó a Suzuno para aprovechar su oportunidad, una que a lo mejor no podría conseguir en su vida para hablarle sin tener a sus maestros encima. Cuando estuvo delante de él le sonrió a su manera tan particular, por lo que el albino se sonrojó un poco. Eso hizo feliz a Nagumo. Se veía muy lindo con ese pequeño sonrojo.

—Hola Suzuno.

—Hola —respondió secamente.

—Estarás solo esta noche, ¿podría hacerte compañía? —dijo yendo al grano.

—¿Para qué? —preguntó este sin ningún sentimiento aparente.

—Bueno, ya sabes que como futuros hoplitas debemos relacionarnos entre nosotros y coger lazos.

—Ve con otro entonces. Hay más chicos sin maestro estos días.

—No me interesa ningún otro —dijo sencillamente— solo quiero estar contigo.

—No entiendo porque… —intentó no tartamudear al hablar pero no consiguió evitar un mayor sonrojo en sus mejillas.

—Te lo dije. Eres hermoso —respondió con voz sensual, mientras acariciaba su mejilla.

—Hay chicos más hermosos que yo —dijo apartando la mirada y de paso esa mano que le acariciaba.

—Para mí no, así que ¿me harías el honor de pasar la noche conmigo?

—Como quieras —dijo orgullosamente mientras se giraba de espaldas a él y empezaba a irse.

—Genial —exclamó Nagumo yendo tras él a paso lento y sonriendo.

 

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Esa noche en la syssitia, no estaban como habitualmente, el pelirrojo había aprovechado para sentarse cerca de Suzuno ya que ambos estaban con el mismo tutor. Era el único que quedaba que estuviera libre, aunque por la fiesta no estaba mucho por ellos. Nagumo fue aprovechando para meter un poco de mano al albino, le encantaba verlo sonrojado y con esa cara de enojo tan linda que ponía mientras le apartaba la mano de los diversos lugares donde el pelo-tulipán la hacía llegar solo para molestar.

—¿Quieres parar de una vez? —preguntó-exclamó enojado el peli-blanco.

—Es que te ves muy tierno cuando te sonrojas y enojas.

—Yo no me sonrojo por ti, imbécil —dijo sonrojándose más, por lo que Nagumo sonrió.

—Eres hermoso, lo digo de verdad.

—Cállate y come, idiota.

—Está bien, ya luego jugaremos —le dijo pícaramente haciendo el propósito de dejar de molestar al albino.

Realmente estaba deseando que ambos acabaran de comer y poder refugiarse en su casa. Quería pasar tiempo con el peli-blanco aunque con el carácter que tenia sabia que sería difícil tener paz y eso en verdad le gustaba. Ese carácter tan frio y difícil le hacía ver muy tierno, realmente tenía una cosa muy clara: iba a ser suyo y no permitiría que nadie se lo arrebatara.

Al fin terminaron y en un descuido por parte de los demás, cogió al peli-blanco de la mano y se lo llevó a su casa, casi arrastrándolo y sin dejarlo protestar. El albino no hizo nada simplemente se dejó llevar, sabía que era inevitable y también que no quería evitarlo. Pero ese pelirrojo se le hacía raro. Siempre le estaba molestando, pero también se preocupaba por él y en ese momento hasta lo estaba cortejando. No sabía qué hacer pero tenía su corazón latiendo a 1000 por hora.

Al llegar a casa, Nagumo lo llevó directo a su habitación donde lo hizo sentarse en la cama. Se sentó a su lado y le miró. Le encantaba esa piel morena que lucía el peli-blanco, también su cabello y sus facciones le gustaban, pero sobretodo amaba esos ojos azules que poseía. Acercó su mano al cabello del albino y lo revolvió como solía hacerlo ese viejo que siempre sonreía. Vio el sonrojo creciente en el menor lo que le alegró. Ahora ya no le tendría envidia al tutor del albino, él conseguía un mayor sonrojó ante tal muestra de afecto. Sonrió.

—Suzuno —lo llamó para captar la atención del menor, el cual solo levantó la mirada— Esto… quería pedirte si me dejarías hacerte el amor…

—¿No me llevaste aquí para eso? —preguntó recriminándoselo.

—Bueno no y si. Sí, pero no solo para eso —dijo mirándolo con los ojos sinceros— Yo quiero pasar tiempo contigo para que nos conozcamos mejor.

—¿Y para que eso? —preguntó sin desviar la mirada aunque nervioso.

—Para que me quieras como yo te quiero a ti —respondió aun con la mirada sincera y seria.

—¿Q-que te qui-quiera? ¿Cómo t-tu a m-mi? —preguntó sin poder evitar tartamudear.

—Quiero decir que te amo des de que te vi y que quisiera que me amases también.

Suzuno no se esperaba esa respuesta para nada, por lo que esta vez sí desvió la mirada. Nagumo no sabía si al decir eso habría hecho bien o no, pero al menos ya había hecho un paso. Ahora solo le quedaba ver que respondía ese pequeño que solía sonrojarse por su causa aunque lo negara. Tenía la impresión de que él le gustaba al albino, pero no sabía hasta que punto o si este lo sabía y la duda le estaba matando. Pero no podía hacer nada más que esperar a que el albino dijera algo ¿o no? A lo mejor debía decirle algo más pero no sabía el que. Por lo que solo lo siguió mirando por unos segundos hasta que no pudo más con ese silencio.

—Suzuno. ¿Pasa algo? —preguntó preocupado.

—Claro que pasa algo —gritó saliendo del shock— te me acabas de declarar, eso pasa.

—Lo sé —dijo con los ojos brillantes por su gran declaración.

—Y te quedas tan tranquilo…

—No estoy tranquilo, estoy esperando una respuesta —dijo en un susurro cerca de su oído.

—Y-yo —tartamudeó un poco por la cercanía—aléjate —gritó empujándolo.

—¿Por qué te pongo nervioso? —Preguntó con burla— eres tan tierno.

—Cállate. ¿Tú no habías venido aquí a hacer algo? ¡Pues hazlo! —exclamó cavando su propia tumba.

—¿De verdad puedo? —preguntó extrañado pero feliz— ¡¡Genial!!

Se acercó al menor y le besó. Primero fue un solo tierno choque de sus labios, pero Nagumo no puedo aguantar más y mordió levemente el labio de Suzuno para poder meter su lengua dentro de él. Exploró esa cavidad y jugó un poco con la lengua de este, hasta que se quedó sin aliento y se tuvo que separar de él para recuperarlo. Vio la cara del peli-blanco el cual estaba sorprendido y muy sonrojado.

—¿Te gustó? —preguntó mirándolo divertido.

—¿Por qué debería de gustarme? —respondió el otro con otra pregunta.

—Porque a mí me encantó —dijo sensualmente.

—P-pues a-a mi n-no —dijo nervioso.

—Entonces te daré otro para que lo saborees mejor.

Se acercó a él y lo besó de nuevo, este fue más intenso y pasional que el anterior. Esperaba que ese si le gustase, aunque estaba seguro de que el otro también le había gustado y que solo lo decía por disimular. Mientras le besaba acercó su mano a sus piernas y acarició una de ellas. Suzuno suspiró dentro del beso.

—¿Este si te gustó? —preguntó viendo la cara sonrojada que tenía el otro— veo que si —añadió sonriendo.

—No es ci-cierto —dijo empezando a excitarse por las caricias que aun le daba en su pierna— ¿po-podrias qui-quitar la-la ma-mano de a-allí?

—No. Me gusta tenerla allí —dijo acariciando un poco más hacia arriba rozando el miembro de este con un dedo.

El pequeño dio un respingo al notar como ese dedo rozaba su miembro y suspiró. Ante la atenta mirada pelirrojo, el cual sonrió. Había notado que el albino se estaba excitando por momentos así que volvió a acariciar ese miembro con su dedo notándolo un poco duro. Se acercó a la cara del chico y le dio un tierno beso en los labios antes de besar su mejilla y empezar a bajar por su cuello. Su piel era muy suave y le encantaba el olor que emanaba.

—Eres delicioso —susurró mientras seguía besándolo.

Su mano dejó de rozar esa parte y se dirigió hacia atrás. Hacía tiempo que quería acariciar ese trasero y ahora que tenía una oportunidad no la iba a desaprovechar. Su mano se dirigió hacia allí y lo acarició suavemente regocijándose de las sensaciones que le producía ese acto. Realmente su piel era muy suave y su trasero estaba muy bien formado. Siguió disfrutando de él un poco más hasta que se decidió que ya era hora de ir por faena. Metió dos de mis dedos en ese traserito que tanto deseaba. Notó que la entrada era muy estrecha y también que él daba un grito de dolor por lo que le miró a la cara. Su mirada de desconcierto le extrañó.

—¿E-eres vi-virgen? —preguntó con miedo.

Él solo bajó la mirada un poco sonrojado pero aun con una mueca de dolor en la cara. Apartó sus dedos de su interior y se apartó un poco. No podía creerlo, su maestro no le había tocado, le parecía muy extraño ya que había notado lo mucho que ese hombre quería a Suzuno. El albino no le miró en ningún momento.

—Perdón. Vamos a empezar de nuevo —dijo mientras se quitaba la ropa y se tumbaba en su cama—ven.

Lo hizo ponerse encima de él con el culo justo encima de su cabeza y le puso las manos a lado y lado de la cadera atrayéndolo hacia su boca. Su cabeza quedaba junto a su miembro. Se lamió un poco sus dedos y rodeó un poco su entrada.

—Lámelo —le dijo mientras señalaba su miembro— métetelo en tu boca para lubricarlo bien.

Él se quedó quieto un poco pero acabó obedeciendo. Nagumo acercó su lengua a su entrada y empezó a moverla por fuera de ella, hasta que empujó y la metió dentro de él. Se quedó sorprendido por el acto y dio un respingo pero siguió haciendo lo que le había ordenado. Primero lo lamió pasando su lengua por la extensión antes de meterlo dentro de su boca. Sus mejillas estaban sonrojadas y estaba un poco miedoso ya que nunca había hecho algo así pero no le estaba disgustando hacerlo. Tenía la leve impresión de que Nagumo influía en ello.

El pelirrojo dejó de lamer ese trasero y se lamió un poco dos de sus dedos antes de meterlos de nuevo en esa cavidad. Era muy estrecha pero se notaba que ahora estaba mejor preparada y que al peli-blanco ya no le dolía tanto. Solo había dejado un pequeño gemido pero había seguido con ese trabajo que le habían encomendado. No sabía si lo hacía bien o no pero sabía que tenía que hacerlo y le ponía su mayor esfuerzo en complacer, al que en un principio había pensado que sería su violador.

—E-está bien —dijo con un pequeño tartamudeo por el placer— puedes parar… ah…

—¿No lo hago bien? —preguntó pensando que a lo mejor no le había gustado al pelirrojo.

—Sí, lo hiciste bien —dijo mientras se incorporaba y le daba un pequeño beso a la nalga del peli-blanco— solo que vamos a cambiar de posición.

Dicho esto hizo salir al menor de encima de él donde estaba en posición perrito y lo sentó directamente encima de su miembro, haciéndolo entrar de un solo golpe. El peli-blanco gimió un poco por el dolor y sus ojos se aguaron mientras que el pelo-tulipán suspiraba por la estrechez del lugar. Se sentía genial tener el miembro dentro de esa cavidad. Acercó su rostro al cuello del albino y empezó a besarlo y a dar pequeñas mordeduras, haciendo que este gimiera.

Subió un poco su rostro y vio la carita sonrojada y un poco llorosa de su uke por lo que sonrió un poco antes de darle un beso en la mejilla. Un muy tierno beso en la mejilla realmente. Quería mostrarle que no lo hacía solo por hacerlo, si no que lo hacía porque él le quería. Y sabía que lo mejor en esos casos eran las palabras, así que estaba intentando tragarse su orgullo para poder declararle su amor mientras le besaba apasionadamente en la boca. De nuevo metió su lengua dentro del menor y se puso a jugar con ella con calma pero sin pausa, hasta que el aire se les acabó.

—Suzuno… —le llamó en cuanto se acabó el beso— Te amo.

El menor solo lo miró incrédulo y sonrojado. No podía creer en la palabra de un chico que le estaba violando en ese momento, aunque si se fijaba no era una violación. Era cierto que le había pedido permiso para hacerlo y que le había dicho que le amaba anteriormente pero estaba muy incrédulo con el tema. Él creía que solo era una excusa para meterla. Sonrió un poco, a lo mejor ese pelirrojo si le amaba al fin y al acabo.

—Y-yo… —no sabía que responder pero tenía la impresión de que debía e responder alguna cosa— podría ser… que-que... también… te-te quisiera —dijo desviando la mirada.

—Me alegro —dijo abrazándolo fuertemente mientras le besaba de nuevo— Voy a moverme —añadió al acabar el beso— ¿Puedo?

—E-esta bi-bien.

Nagumo cogió por las caderas al albino y empezó a subirlo y bajarlo por su miembro, haciendo que se auto-penetrara en profundas embestidas. Notó que el miembro de su amante daba en un punto clave en él que le hacía ver las estrellas. Gimió fuertemente al notar cómo le daban en eses punto, el dolor había pasado mientras hablaban y estaban allí quietecitos, por lo que ahora solo sentía placer. Nunca había sentido tanto placer junto y sentirlo por el pelirrojo le hacía muy feliz, aunque no sabía si realmente era amor, lo que sentía por él. Empezó a moverse él también ayudando a Nagumo en su auto-penetración buscando ese punto que le hacía sentir tan bien, eso hizo que el pelirrojo aprovechara la ocasión para acariciar una de esas suaves piernas y meter la mano dentro del quitón[2] azul que llevaba y acercó su mano a su entrepierna para acariciarla y masturbarla al ritmo de las embestidas. Ese miembro estaba muy despierto y pedía por atención urgente.

—Suzuno… ah… ¿se-se siente bi-bien? —preguntó mientras escuchaba como salían gemidos de su boca. Algo le decía que si.

—Hmm… ah… ah… —fue su respuesta por lo que sonrió.

La mano que tenía en la cadera del chico lo agarró más fuerte haciendo que bajara y subiera más bruscamente por su extensión. El chico se estremeció notando que un placer que no había sentido nunca y que recorría toda su espalda dejando salir su semen poco después. En pocas embestidas más el pelirrojo se corrió dentro del albino, el cual notó como su entrada quedaba llena por ese líquido pegajoso. Suspiró dejándose caer encima del pelirrojo apoyando su cabeza en su hombro. Había sido una gran experiencia que nunca olvidaría y que sin saber porque quería que se repitiera en otra ocasión.

 

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Despertaron al amanecer con el sol que empezaba a entrar por la ventana. Nagumo despertó sintiendo un peso encima de él. Miró y sonrió al ver que era su pequeño albino el cual había pasado la noche con él. Lo tenía apoyado en su pecho, acurrucado, mientras él le abrazaba por la cintura. Apretó un poco más el agarre y notó que este se acurrucaba hacía a él, se sentía inmensamente feliz.

—Te quiero Suzuno —le susurró al oído mientras veía como este sonreía— Se mi pareja —le dijo mientras este abría los ojos.

—Sabes que no está permitido esto.

—No me importa. No quiero que seas de nadie más —el menor se sonrojó ante esas palabras.

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó el albino mirando hacia otro lado como si no le interesara.

—Bueno, de momento acabar con la Agogé[3], supongo. Y cuando al final seamos hombres mayores podemos intentar fingir una desaparición.

—¿Cómo? ¿En una guerra?

—No. Nuestro código no nos permite huir en guerra. Pero podemos hacerlo una noche.

—¿Y porque no huimos ahora?

—Aun somos jóvenes ¿crees que podríamos irnos y sobrevivir? —dijo sensatamente el pelirrojo, por una vez en su vida antes de iluminar su mirada— ¿Y si nos vamos con los periecos[4] o los metecos[5]?

—Allí nos encontrarían pronto.

—¿Y si nos cambiamos la ropa por el camino y vamos a Atenas?

—Creo que sería mejor ir en algún lugar donde estuviésemos solos.

—¿No quieres que nadie nos moleste? —dijo pícaramente.

—No es eso —respondió sonrojándose— pero no quiero que nos miren mal, aquí la homosexualidad, solo por sexo está permitido pero en otros lugares no está permitido ni por eso.

—Es verdad, que aquí se permite porque durante la Agogé, los entrenamientos y las batallas los hombres tienen que desahogarse de algún modo —dijo pensando que para él si no era con el albino el sexo no le interesaba por lo que no les podía entender.

—Sí. Así es, pero en Atenas si están con sus mujeres y no necesitan el sexo entre hombres.

—Entonces no lo sé. ¿Vamos con los persas?

—Eso es traición y no sabemos qué opinan de los gays allí.

—Cierto. Pues nos vamos a vivir juntos, adoptas mi apellido como si fueras mi marido y decimos que somos hermanos.

—Ma-marido… —dijo sonrojado para momentos después enojarse— ¿porque tu apellido?

—Es obvio, ¿no? Quien tuvo el dominio de la situación.

—T-tu, pero y-yo tam-también po-podría —dijo nervioso y tartamudeando.

—Eres muy tierno y cuando te sonrojas lo estás más —admiró mientras se acercaba a besarlo.

—Y… Y para hacer eso… ¿do-donde i-iríamos? —preguntó ya más calmado.

—Creo que primero a que nos enseñen los periecos y los metecos y luego siempre podemos ir a un lugar apartado y vivir allí.

—E-esta bi-bien… ¿Cu-cuando no-nos iríamos? —preguntó de nuevo.

—No lo sé. Pero debemos de prepararnos sin que nadie sospeche. Mi familia tiene un carro y quizás mi madre nos ayudase.

—¿T-tú crees?

—Puede. Mi madre siempre me dijo que me enamorará de quien creyese mejor y no de quien me impusieran. Creo que eso lo dijo porque a ella no le gustaba padre. Pero eso va en contra de las normas… Aunque mi madre siempre ha ido a su bola sin que le importasen mucho los demás. Es muy rara, incluso después de la Agogé tenía ideas fijas que no tenían que ver con las espartanas impuestas.

—Siempre me había parecido rara pero ahora la admiro un poco —dijo con ojos un poco brillantes.

—Recuerda que me amas a mi —exclamó abrazando al albino, mientras intentaba no sentirse celoso de su madre.

—Nu-nunca di-dije que te-te a-a-ama-ra… —contradijo el moreno de piel.

—Pero estás pensando en darte a la fuga conmigo, con eso lo dices todo. Yo también te amo —dijo haciendo sonrojar al menor, quien correspondió al abrazo— Creo que iré a ver a mi madre ahora mismo.

—A-Ahora —no quería que le dejara solo, al menos no tan pronto después de haberlo hecho, se sentía como si le estuviera abandonando aunque nunca lo reconocería.

—Es que estoy muy emocionado y no quiero que llegue la edad y te obliguen a casarte[6] con otra persona, pero tampoco quiero que nos ridiculicen y perder mi orgullo.

—¿Podríamos fingir nuestra muerte? Dejando nuestra ropa en algún lugar del bosque con carne dentro para que los animales dejen pistas de que nos han matado.

—Es una buena idea se la propondré a mi madre, aunque si quieres te puedes venir. Seguro que querrá conocerte.

—Y-yo…

Le intimidaba un poco la idea de conocer a la madre de Haruya pero prefería eso a quedarse solo. No entendía muy bien ese sentimiento pero no podía soportar la idea de separarse de él después de haber hecho algo tan íntimo como la escena de hacía unos momentos. Tenía la necesidad de celarlo hasta para ir al lavabo y no comprendía el porqué. ¿Tanto le había afectado la primera vez? Apretó más el abrazo con el pelirrojo el cual solo correspondió sonriendo. En el fondo el albino era todo un mimoso.

—Está bien —dijo con decisión intentando comportarse como el hombre que era— iré contigo —añadió como si le hiciera un favor al pelirrojo mientras se separaba.

Este sonrió y le besó de nuevo muy feliz. Estaba casi seguro de que su madre se alegraría de saber que había encontrado ese alguien importante en la vida. Esa persona en la que solo creía ella en toda la ciudad, él la había encontrado y esperaba que ella les ayudara con el tema. Se separaron del beso por la falta de aire y el oji-ámbar se levantó para vestirse. Ya que a diferencia de su amante él si se había quitado el quitón para facilitarle la tarea al albino. Se puso la ropa y le cogió de la mano para dirigirse a la casa de su madre en la oscuridad de la noche e intentando que nadie les viera, ya que tenían prohibido irse de la Agogé hasta terminarla. Escondidos en la oscuridad llegaron a esa casa donde vivía la mujer sola, su marido era uno de los 300 hombres que Leónidas se había llevado a la batalla. En esos momentos dormía pero al escuchar el ruido despertó y con el valor de mujer espartana se acercó hacia el lugar del ruido preparada para el combate en caso de necesidad.

La mujer pelirroja de cabello muy largo y liso, con unos ojos ámbares hermosos salió a ver quién era. Vio a un niño de 15 años con pelo tulipán por lo que sonrió sorprendida y otro chico de su edad peli-blanco que iba de la mano de su hijo. Se apartó de la puerta dejando pasar a los dos muchachas con una mirada clara que pedía una explicación aunque estaba divertida por los hechos.

—Haruya. ¿Qué haces aquí a estas horas y a esta edad? —preguntó mientras los tres se asentaban en la sala de estar.

—Veníamos a pedir un favor.

—Está bien. ¿Qué queréis?

—Mamá, no te preocupa nada… —dijo al notar la mirada y la voz seria pero despreocupada.

—Me imagino los tiros.

—¿Eres adivina? —preguntó sorprendida.

—Soy hija de un oráculo. ¿Qué esperabas?

—¿Cómo? Eso no lo sabía —se exclamó el pelirrojo.

—Poca gente lo sabe. Pero ahora al grano.

—Está bien. Encontré el amor de mi vida aquí presente —dijo levantando la mano que aun tenia unida a la de Suzuno mientras este se sonrojaba un poco.

—Mal. Es otro hombre… —dijo con la ceja fruncida— ¿Qué tenéis pensado hacer?

—Queríamos saber si podíamos irnos de aquí. Odiaría que casaran a Fuusuke con otra persona y también que me casaran a mí.

—He visto que vuestros maestros no volverán de la guerra. No era favorable su aruspicium[7]

—¿Morirán? —preguntó el peli-blanco sorprendido.

—Todos los que fueron, sí. Por una traición.

—¿Por qué no lo impedimos entonces?

—Son los designios de los Dioses, tiene que ser así. Pero eso os es favorable. Tardaran más en echaros en falta.

—Habíamos pensado en hacer que pareciera que nos mataron unos animales salvajes e irnos con los periecos o con los metecos.

r09;Sabes que en ambos casos pasaran por allá a reclutar gente y que os encontraran.

—Pero es que no sabemos qué hacer, y era la única idea.

—Podemos hacer que vuestros cuerpos hayan sido devorados y que yo me haya tirado por un acantilado deprimida por la muerte de mi marido en la guerra. Quedaré como la deshonra de toda mujer espartana y seguro me pondrán como el modelo a no seguir, pero yo ya di a mis hijos, así que cumplí mi trabajo.

—Ellos ya están casados así que no hay problema con ellos —reflexionó Nagumo— pero siempre los trataran de inferiores por tu muerte, madre.

—Yo creo que todo el mundo ha visto el valor que tienen y que son unos guerreros magníficos. Estoy muy orgullosa de tus hermanos.

—Los tres son muy admirables —afirmó pensando en sus hermanos mayores.

Esos tres eran trillizos y peli-azules, igual que su padre que era distinto al de Nagumo, y tenían 30 años. En verdad Nagumo era un hijo no esperado ya que su madre estaba ya bastante mayor. En esos momentos tenía 47 años, y aunque se conservaba bastante bien empezaba a notarse su edad. Aun y así tenía una gran belleza pero ya había perdido la capacidad de engendrar hijos así que no sería una gran pérdida su supuesta muerte y ella lo sabía.

—Necesitamos un carro con caballos para llevar los pocos objetos que necesitamos aparte de la comida y el agua que ocuparan gran parte del carruaje.

—¿Y dónde iremos?

—Cruzaremos el mar y nos dirigiremos hacía un lugar apartado cerca de pozo de agua que los Dioses nos indicaran. Pero deberemos hacer un aruspicium, para saber si los Dioses están a favor nuestro y hacerles algún sacrificio. Mañana en la noche, cuando acabé la fiesta volved y yo tendré preparado el lugar de sacrificio donde el oráculo de mi padre —dijo sonriendo.

Parecía feliz de irse de esa ciudad, aunque en el fondo se podía entender ya que sería una de las mujeres viudas que quedarían en la ciudad y eso a ella no le hacía ninguna gracia. No porque perdieran derechos porque los pocos que tenían los conservaban era más por el hecho de las miradas de las mujeres que si tenían marido. Esas miradas que aunque no quisieran siempre estaban allí, compadeciendo a las viudas. A saber porque teniendo en cuenta que al marido no se le veía casi nunca.

Ambos se fueron hacía la casa de nuevo, esperando que nadie les hubiera visto haciendo ver que nada había pasado y tumbándose en la cama para dormir las pocas horas que quedaban.

 

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La noche siguiente fueron hacía la casa donde estaba la madre ya les esperaba para llevarlos al lugar donde harían el sacrificio y el aruspicium. Era una cueva un poco escondida que llevaba a una boca en medio del precipicio. Allí había una sala redonda con un altar, en él había un conejo tumbado y a uno de los lados había un cabrito[8] de un año de edad y sin ningún defecto. La madre se acercó al cabrito y después de una larga oración en la que hacía su petición a la vez que adoraba a los Dioses para que le fueran favorables mató el cabrito para ellos y encendió una pirra con su cuerpo en el centro para que quemara para los Dioses del Olimpo, en especial a Apolo que era el Dios de la Ciudad, a Zeus que era el Dios principal y a Artemisa, la diosa de la caza, para que les ayudara con ella durante el camino.

Después de este sacrificio la madre volvió a orar esta vez delante del conejo y empezó a abrirle la barriga con el conejo aun vivo. Este gritó hasta que acabó muriendo desangrado. La madre había visto que era favorable el aruspicium así que sonrió y dio las gracias a los Dioses. En eso salieron los tres de la cueva, limpiando todo lo que allí habían hecho para que nadie sospechara y ella dejó caer uno de sus trajes, todo rasguñado y con restos de carne y sangre, des del precipicio para que la gente al verlo pensara que se había suicidado saltando des de allí. Para que la gente lo creyera más dejó otras pistas como un poco del mismo traje colgando de un lugar cercano al precipicio simulando que se rompió al ella tirarse.

También dejó trajes con más carne, restos sangre y huesos, junto con algunos cabellos que arrancó de cada uno de los niños. El montón de carne cruda y de huesos que había dejado allí era para que pensaran que los animales salvajes, que en breve irían atraídos por el olor de esa carne, los habían despedazado y comido al intentar huir. Con eso era cierto que los tres quedarían como unos cobardes y serían un mal ejemplo para los demás espartanos que vinieran pero eso no importaba teniendo en cuenta que a lo mejor así los pequeños podrían ser felices, y ella también, nunca le había gustado la vida allí.

Sin saber cuando consiguió todo eso, los chicos encontraron el carro de su madre tirado por dos caballos y lleno de comida y de todo lo necesario. Ellos como la mujer había pedido llevaban sus armas a cuestas y las metieron en el carro. Llevaban todo menos el hoplón, el escudo era demasiado grande y pesaba demasiado. Fueron hacia el lugar donde vivían los metecos, sin que nadie los viera. Allí pidieron ropa que no fuera espartana y refugio para unos pocos días.

Después de pasar esos días allí y poder conseguir un poco más de comida fueron donde estaban los periecos e hicieron lo mismo. Allí aprendieron diversas cosas como cultivar la tierra, comerciar y algunos trabajos artesanales, y volvieron a partir. Fueron al puerto de la aldea costera donde estaban con los periecos[9] y con el dinero que tenían consiguieron que un barco les cruzara el mar mediterráneo.

—¿Qué encontraremos allí? —preguntó Suzuno el cual estaba un poco mareado en el barco.

—No lo sé. Creo que una tierra un poco árida.

—Bueno, mientras encontremos un lugar donde vivir en paz…

—No te preocupes eso seguro que lo encontraremos. Madre dijo que tendríamos buen viaje y yo confío en ella.

—Está bien —dijo antes de levantarse corriendo para ir al baño a vomitar de nuevo.

El pelirrojo empezaba a preocuparse por el albino, llevaba ya un tiempo con vómitos y no estaba enfermo. A lo mejor debía preguntarle a madre que le pasaba a Suzuno, podía ser que ella tuviera una idea o lo hubiera visto en alguna visión. Nunca se sabía cuando podía tener una. El peli-blanco salió del lavabo y de acercó a Nagumo manteniendo un poco la distancia. Eso lo puso a la defensiva, ¿Por qué se mantenía alejado de él en ese momento? ¿Había hecho algo? Se acercó un poco y notó como el otro se incomodaba lo que le molestó. Con una mano le cogió el brazo y le acercó a él abrazándolo posesivamente.

—¿Qué te pasa? —preguntó seriamente preocupado por ese comportamiento.

—Na-nada —dijo mirando al suelo.

Nagumo sabía que eso era una mentira por lo que le cogió por el mentón y le elevó la cabeza. Lo vio a los ojos, los cuales desviaron la mirada, haciendo que una alarma dentro de la mente del pelirrojo saltara automáticamente.

—¿Hice algo que te molestara? —preguntó.

—N-no —respondió sinceramente.

—Entonces… ¿Por qué me evitas?

—No te evito… yo…

Nagumo se acercó a besarle la mejilla tiernamente y notó que el pequeño se sonrojaba a la vez que se estremecía. No entendía mucho sus reacciones pero le gustaba saber que las provocaba él y no había visto notado ningún rechazo. El menor soltó un suspiro antes de taparse la boca con la mano. Eso sorprendió más al pelirrojo. Apartó esas manos y se dispuso a besarle en la boca notando que allí si había algo de incomodidad. Sonrió entendiendo que pasaba por la mente del albino y lo besó de nuevo en la boca pidiendo entrada en ella, en un principió fue denegada pero después de morderle el labio consiguió que la abriera y le dejase paso en ella. Recorrió toda su boca con la lengua y jugueteó un poco con la suya antes de separarse por falta de aire.

—Te amo, así que no tienes que preocuparte por estas tonterías —dijo intentando calmar sus miedos.

—Pero… acabo de vomitar y eso…

—Está bien, no te preocupes. Tus besos siguen siendo tan dulces como siempre.

El peli-blanco se sonrojó por lo que le dijo su seme y bajó la mirada. Nagumo se acercó a él y beso su frente antes de abrazarlo. Le tumbó delicadamente en la cama y lo tapó con la tela antes de besarlo de nuevo, primero en la cabeza y luego un tierno beso en los labios.

—Descansa un poco mientras voy un momento con mi madre. Enseguida vuelvo —le dijo besándolo otra vez esperando que su uke asintiera, la cual cosa hizo y cerró sus ojos— Te quiero —le susurró antes de acercarse a la puerta.

Fue corriendo hacia donde estaba su madre. No iba a dejar su pequeño solo en ese barco por mucho tiempo a la merced de cualquiera. En cuanto la encontró, le tocó el brazo para llamar su atención y la miró a los ojos seriamente.

—¿Sabes porque vomita tanto Fuusuke? —preguntó viendo como su madre le sonreía.

—Justamente hace poco que desperté de la visión, estaba esperando a verte para comentártelo.

—¿El qué? ¿Qué es lo que le pasa? ¿Y porque sonríes?

—Porque lo que le pasa a Suzu-chan es una cosa buena.

—¿Buena? ¿Cómo puedes decir que es bueno que se encuentre mal?

—Él tiene un don que pocos hombres tienen, es por eso que se encuentra así.

—Déjate de misterios madre.

—Está bien hijo, te lo diré claramente —dijo feliz de ver como se ponía nervioso su pequeño, le gustaba ver las reacciones que mostraban su amor por el peli-blanco al igual que le gustaba ver las del peli-blanco hacía su hijo— Está embarazado. Y vi tres niños. Felicidades hijo, vas a ser padre junto a Suzu-chan.

—Pa… pa… pa…

—Padre —dijo intentando que su hijo dejara de balbucear como un niño pequeño.

—¿En serio? —preguntó feliz.

—Sí, y creo que fue la primera vez que lo hicisteis cuando quedó en estado.

Nagumo aun shockeado por la noticia salió corriendo hacia la habitación que compartía con el peli-blanco. Este estaba dormido. Se le quedó viendo, ese hermoso cabello blanco, los ojos azules tan bellos, cerrados en esos momentos, sus facciones, su cuerpo, que ahora que se fijaba empezaba a verse un poco abultado por la parte de la barriga, aunque para verlo necesitabas fijarte mucho. En esos momentos el pequeño sonreía y se puso feliz, al pensar que tendría tres pequeños ángeles con ese hermoso chico.

—Te amo —le susurró mientras le seguía observando— Gracias —dijo antes de darle un suave beso para no despertarlo.

 

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El viaje de barco había terminado, después de hacer escalera en Knossos y de pasar por Hierapytna, desembarcaron a Apolonia, a la parte del Norte de Africa. Empezaron a buscar un lugar donde quedarse a vivir. Realmente era un poco difícil, más que nada porque había alguna ciudad que otra, y lo que necesitaban era estar un poco alejados pero entre dos ciudades encontraron un lugar apartado pero cercano de ambas. Había una buena comunicación y era buen lugar para cultivar ya que el terreno era suficientemente fértil para una sola familia. La madre había pensado que aparte de cultivar la tierra y crear una granjita podían hacer un pequeño lugar para hospedarse los viajeros, en la noche o en caso de tener algún problema o emergencia.

Eso hicieron, siguiendo las indicaciones de la madre y todo construyeron una casa enorme con la que podían hospedar a diversas personas, hicieron su huertecito y la granja, así conseguían las materias primeras para la gente que se hospedaba en su hostal.

 

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En otro lugar, más exactamente en Esparta, ciertas personas lloraban la muerte, algunas más externamente que otras. Había un peli-blanco bastante triste por la muerte y la deshonraba que su hijo había provocado en si familia, pero más que triste estaba enojado. Mientras una mujer castaña estaba llorando a lágrima viva, su retoño había sido devorado por unos animales salvajes y no podía parar de llorar por ello. Los tres hermanos mayores de Nagumo internamente sentían la muerte de sus padres y de su hermano.

No habían hecho ninguna fiesta por las muertes de los tres deshonrados, una por el suicidio y dos por una huida. Así que simplemente quedarían de ellos sus recuerdos y sus sentimientos. Pero si hicieron una fiesta para las muertes de Leónidas y todos los hombres que habían ido a la guerra y que habían perdido la vida allí por culpa de la traición de un griego llamado Efieltes el cual descubrió, a Jerjes y sus hombres, un paso para poder rodear y matar a todo el ejercito espartano.

 

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Pasaron los años, y cierta pelirroja ya tenía más de 63 años, por lo que los niños tenían 16 años y sus hermanos tenían 9. ¿Sus hermanos? Sí, seis gemelitos pelirrojos que habían tenido hacía 9 años. En ese hostal iba mucha gente, al estar a medio camino era un gran lugar para parar en caso de que anocheciera y la gente agradecía la idea. No tenían problemas económicos y podían mantener el gran número de hijos que tenían. Que no eran pocos. O sea 9 no son pocos, pero aun así podían mantenerlos y ellos ayudaban en los trabajos del hogar. Pero en ese momento, no había mucha gente por el lugar y podían permitirse el lujo de jugar. Estaban en la zona de cultivo, en los intersticios[10] corriendo de un lugar para otro bajo la supervisión de Ren, unos de los trillizos mayores. Este tenía el pelo blanco con mechas rojas, un poco largo pero sin llegarle a los hombros y un ojo azul y uno ámbar.

Sonreía mientras veía como corrían de un lado para otro. En verdad era un trabajo que agradecía, hasta lo prefería a estar sin hacer nada. Al contrario que sus gemelos los cuales enseguida se agobiaban y querían irse de allí para hacer sus cosas. Cosas que él, más o menos podía imaginar pero que imaginaba que nadie más sabría y eso esperaba porque si no se meterían en problemas. Él les iba a guardar el secreto y esperaba que ellos lo supieran esconder bien delante de la gente.

—Shitsu, no corras tanto —gritaba un pequeño pelirrojo con un ojo azul y un dorado que le seguía.

—Itsu, yo no corro, eres tú que eres un lento —dijo sin aflojar el paso.

Escuchar eso hizo que el mayor recordara su infancia con sus gemelos. Bueno, en verdad el cómo observaba a sus gemelos. No es que tuviera una mala relación con ellos, se querían mucho, pero ese par siempre habían estado muy unidos, demasiado pensaba a veces. Y la verdad era que más de una vez había visto como su hermano intentaba meterle mano a al pelirrojo. Este se sonrojaba y se hacía el difícil pero les conocía bien para saber que la cosa iba a más. Suspiró. No le molestaba mientras fueran felices así.

Y justamente en su propia habitación, la cual compartían los tres, ese par estaban en uno de esos momentos. El peli-blanco estaba intentando meter mano al oji-azul aunque este se resistía un poco, le gustaba eso, lo hacía más interesante a su parecer. Sonrió. Y lo abrazó para que se calmara un poco.

—Natsuo sé muy bien que te gusta, no sé porque te resistes tanto —le dijo divertido.

—Porque sí. Siempre tiene que ser cuando tú quieres y cómo quieres.

—Por eso soy el que manda —le dijo acercándose a besarlo pero el otro le giró la cara— Vamos, no te enojes. Solo lo decía de broma, lo que pasa que tú nunca dices cuando quieres, por eso tengo que tomar la iniciativa.

—No-no es que no lo di-diga…

—¿Ahora me dirás que no quieres? —dijo con voz juguetona llevando su mano a su entrepierna— por eso cierta parte está contentilla, ¿no?

—No, no lo está… y no es por eso…

—¿Entonces? —dijo aun amablemente mientras acariciaba su pierna.

—Estaba pensando en el chico castaño de ojos rojizos que vino el otro día a la posada. Era muy lindo —dijo para joderle.

El oji-ámbar al escuchar eso dejó de acariciar suavemente su muslo para pasar a agarrarle fuertemente, tanto que le clavó las uñas a la piel. Sus ojos se mostraban enojados. Empujó al pelirrojo en la cama, sin ningún miramiento, y se sentó encima de su miembro semi-erecto, apretándolo con su peso. El oji-azul hizo un pequeño guiño de dolor al notar eso y se removió inquieto.

—Y-You… me-me du-duele —se quejó.

You en un principio hizo caso omiso pero al ver que los ojos de Natsuo se humedecían se movió dejando de aplastarlo. Una cosa era estar enfadado y otra pasarse y tampoco iba a hacer tal cosa. Se acercó a su gemelo dándole un brusco beso y le mordió el labio haciéndole un poco de sangre. Este gimió y metió su lengua en esa cavidad para subyugar la lengua contraria, declarando así la propiedad de la persona. ¿Cómo se atrevía a decir tal cosa delante de él? Nunca había estado tan enojado, o tal vez nunca había estado tan celoso como esta vez. Ya que realmente había notado que el chico era lindo y no quería tan siquiera pensar que lo recordara o que se pusiera duro pensando en él. Era suyo y de nadie más.

—Eres mío. Nunca olvides eso —dijo con voz posesiva.

—Me estás dando miedo —gimoteó su gemelo— Solo era una broma.

—Pagaras cara esa broma —respondió aun enojado pero en verdad un poco más calmado.

Lo bajó de la cama y lo dejó en posición perrito. Le cogió las manos y las ató con un pañuelo, que su padre uke siempre dejaba allí, inmovilizándolas en la pata de la cama. Natsuo notó la incómoda posición e iba a quejarse pero su hermano le giró la cabeza dejándola delante de su miembro.

—Lámelo —le dijo mientras metía su miembro dentro de la boca del pelirrojo y le obligaba a moverse de dentro a fuera.

Natsuo obedeció aun en esa incómoda posición, realmente su brazo le molestaba para poder hacerlo bien. Se movió poniendo su cuerpo lo más perpendicular a You para poder hacer mejor lo que le habían mandado pero aun así era muy mala posición. De nuevo las lágrimas parecían querer salir de sus ojos. Intentó retenerlas pero no podía sin morder el miembro de You. El peli-blanco que no se perdía ni el más mínimo detalle notó eso y se separó de él. Lo miró un poco para después acercarse a él de nuevo. Lo giró la cara hacía arriba haciendo que sus ojos se toparan y le secó las lágrimas antes de besarlo.

—Aun no terminamos —dijo acercándose a él y metiendo dos de sus dedos un poco humedecidos en su trasero.

Natsuo dio un pequeño gemido pero nada más. No era la primera vez que lo hacía con You, pero si la primera en la que este era tan bruto. Normalmente era muy tierno y suave con él. Mientras esos dedos se movían y un tercero se unía a ellos, el peli-blanco acercó su mano al miembro de su gemelo. Estaba bien erecto, sonrió. Al menos el otro lo había disfrutado un poco. Sacó sus dedos de ese interior y metió su miembro en él. Ya tenía ganas de ello. Su mano se movía rápidamente por esa extensión, aunque a lo mejor un poco fuerte, ya que el pelirrojo se quejó.

—N-no ta-tan fu-fuerte —dijo entre sollozos y gemidos por lo que You, bajó un poco la fuerza pero no la velocidad.

En poco notó que su amante estaba a punto de acabar y se lo impidió con apretando su glande un poco más fuertemente de lo necesario.

—Ah… Y-You… po-por favor… ah… Nu-nunca más… ah… diré a-algo a-así… perdó… ah… name… —se rebajó sintiendo tanto el placer como el dolor— por fa-favor…

You no dijo nada pero bajó la fuerza con que apretaba el miembro de este dejando que saliera su semen. Al notar cómo se contraía esa entrada dio una embestida más y se corrió dentro de él. Dio un profundo gemido y salió de su interior. Cogió otro de los pañuelos y limpió el trasero de su gemelo mientras le tocaba un poco. Le gustaba ese culito que tenía. Después de eso se acercó a él, quedando sentado en el suelo, y le besó mientras le desataba las manos y le abrazaba fuertemente. Estaba empezando a sentirse un poco mal por lo que acababa de hacer. Natsuo correspondió al abrazo sin decir nada.

—Y-You… —dijo al fin— yo… lo… lo siento… no debí decir eso…

—No, no debiste pero yo tampoco debí pasarme contigo. Lo siento.

—Está bien. No estuvo tan mal —dijo escondiendo su rostro en el pecho de su gemelo— Solo era incomodo el estar atado.

—¿Eres un poco masoquista? —preguntó divertido.

—No es cierto —se sonrojó— solo que no fue tan malo… aunque prefiero al You que es tierno.

—Lo siento.

—Pero… de vez en cuando… variar no está mal…

—O sea que sí eres masoquista y no sabes cómo decirlo —dijo más divertido— cumpliré tus deseos dijo dándole una palmada no muy floja pero tampoco muy fuerte en el trasero— quieres otra ronda ¿cierto? —dijo penetrándolo sin previo aviso.

Ambos miembros habían quedado erectos al llegar al anterior orgasmo así que no había problema para una nueva ronda. Esta fue una más calmada y más larga. En primer lugar porque la segunda eyaculación costaba más de llegar y en segundo lugar porque ambos querían disfrutar del momento mientras se besaban y You aprovechaba para quietarle el quitón y jugar con los pezones de este, mordiendo y succionándolos, besándolos y lamiéndolos mientras Natsuo se retorcía por el placer. Sus manos estaban puestas en su trasero desde donde lo ayudaban a auto-penetrarse mientras el peli-blanco seguía sentado en el suelo disfrutando de ese trasero tan caliente y estrecho. La habitación se llenaba de pequeños gemidos por parte de ambos.

—Te amo Natsuo —dijo mientras le besaba su pecho.

—Y-yo a-a t-ti… aaaahhh…. Ta-también… aaaahhhh —decía entre gemidos.

You pasó sus manos a las caderas del otro para ayudarle a bajar con más fuerza llegando al fin a ese punto que le daba tanto placer a su gemelo. Todas sus estocadas fueron dirigidas allí, pero el pelirrojo quería más así que dirigió su mano a su miembro y empezó a masturbarse delante de la mirada de You. Verlo masturbándolo le ponía bastante más caliente y no podía dejar de mirarlo, mientras movía sus caderas intentando penetrarlo más profundamente. Al poco ambos llegaron de nuevo quedando, esta vez sí, exhaustos de tanto cansancio y pasión juntos.

You levantó a su gemelo de encima de él y con esfuerzo se levantó junto a él. Se tumbaron en la cama y se taparon con la sábana, hasta que en un momento dado Ren entró a su habitación y los despertó con la mala noticia de que la abuela acababa de morir. Aunque a su edad era normal, en esa época, y aunque le lloraron la muerte, no estuvieron tristes ya que sabían que había sido muy feliz en esos 16 años que habían pasado allí.

FIN

Notas finales:

Hasta aquí este fic de aniversario, espero que te guste y no te me hayas traumado no era esa mi intención y ni siquiera tenía la intención de que acabara así la cosa… se hizo sola, mis personajes mandan y ellos decidieron hacerlo así. Perdona pequeño. Al final creo que si me Salió algo raro… jejejeje… de todos modos ya sabes que si tienes alguna queja puedes decírmela.

Aquí vienen unas aclaraciones que hice en diversas palabras porque no sé si las conocerán o no… algunas están explicadas en el fic y espero que se hayan entendido bien. Si no es el caso no duden en preguntar y lo aclararé en un mensaje a parte:

[1] Este asterisco es porque en mis apuntes tenía 30 años pero en una revista decía 20… puse lo de la revista porque mis apuntes no son buenos, pero aun así, si puse 30 a lo mejor es por algo… así que lo dejo en 20 pero tengo mis dudas…

[2] Quitón es el vestido ese cortó que llegaba a medio muslo y que se ponía debajo de la armadura.

[3] Agogé, es el sistema de estudios espartano, donde les enseñaban a ser hombres de provecho y grandes guerreros con unas convicciones infranqueables, la fuga se penaba con la muerte, ya que su estrategia militar consistía en el trabajo en grupo. Las mujeres aprendían a ser fuertes física y mentalmente, y las preparaban para cualquier situación.

[4] Periecos eran los hombres de la periferia, eran medio hombres libres pero trabajaban la tierra pagando tributos, y en diversos oficios como artesanos y los cuales no tenían derechos de Homoioi.

[5] Metecos eran los extranjeros no tenían muchos derechos ya que no eran Homoiois.

[6] Un casorio espartano solo era que el marido secuestrara a la novia en la oscuridad de la noche y la follase. Con solo eso ya estaban casados, y el hombre debía secuestrar a la mujer que le mandaran. Si no lo hacías, te daban el titulo de gay te ridiculizaban de por vida. Es obvio que con este tipo de casorios había mucha infidelidad, y una mujer podía hacerlo con varios hombres sin que se le dijera nada. A veces hasta el marido estaba de acuerdo si veía que el otro hombre podía dar mejores hijos que él.

[7] Aruspicium es el método para saber si los dioses son favorables o no a lo que se quiere hacer, a partir de la observación de las entrañas de un animal.

[8] Lo del cabrito me lo inventé, porque no recuerdo que animal sacrificaban, aunque creo que estos también servían.

[9] Esparta se encontraba en la parte interior en el valle fértil de Eurotes mientras que algunas aldeas periecas eran costaneras. Allí se encuentran ellos.

[10] Intersticios es el lugar entre los campos habilitado para que la gente y los animales puedan pasar entre ellos, pero también donde se podían plantar árboles fruteros de secano.

 

Gracias por haber leído el fic y espero sus comentarios y por favor que no me pidan un extra, que me pidieron muchos ya… Nah… es broma, pueden pedir… Y como siempre digo, si algo me quedó colgado avísenme.

Hasta pronto.


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