Rutina es aquello a lo que estamos acostumbrados, que se repite todos los días, todas las semanas, todos los meses, siempre lo mismo, siempre de la misma manera, incluso en algunas ocasiones a la misma hora.
El llega, te mira y tu sonríes de medio lado, de nuevo aquella misión resulto ser una pista fallida, un pueblo en medio de la nada que realmente solo necesitaba un salvador, realmente solo lo necesitaba a él.
Y tú hablarías con ese tono que tanto le molesta –y en secreto ama-para que después, recibieras ese millón de insultos repetitivos sobre tu incompetencia.
Pero a pesar de eso, volvería la próxima vez que lo llamaras y saldría de Central a perderse en otro pequeño pueblo en la nada, solo por un pequeño rumor de alguien encontrando la piedra inexistente.
Y así se repetiría, volverías a verlo dentro de un mes, dos meses, y el llegaría aprendiendo algo nuevo sobre aquella cultura, con una cicatriz nueva y habiendo aumentado su ira hacia ti, y volverías a sonreírle y el volvería a azotar la puerta de tu oficina.
Y volverías a llamarlo, así un millón de veces, pasando los días, semanas, meses y años, en aquella perfecta rutina de mentiras sonrientes.
Porque el volvería, cuando nadie más lo viera, volvería en medio de la noche, rompiendo como siempre tu rutina, abriendo la puerta despacio cuando se supone tu trabajas en aquellos informes.
Volvería y se sentaría y hablarían con aquel sarcasmo característico, siempre insinuarías cosas que te encargarías de evitar, siempre manteniendo la distancia, siempre separados por tu escritorio. Siempre deseándolo, pero respetando su inocencia.
El lloraría la mayoría de las veces, cansado de soportar el peso del mundo sobre sus hombros, incluso rompería algunas de aquellas cosas que jurarías que resbalaron de tu mano la mañana siguiente.
Y volvería a irse, despidiéndose a la distancia, evitando incluso cualquier rose, porque él lo sabe, el sabe lo mucho que te esfuerzas por mantenerte firme, el te ha visto de algún modo tensar tus puños evitando levantarte y abrazarlo con fuerza. Porque él sabe que ese es tu único modo de cuidarlo.
Y cuando todo esto terminara, cuando el dejara de ir a tu oficina, cuando el dejara de insultarte, de azotar tu puerta, de volver al anochecer, de abrir la puerta despacio, cuando el dejara de romper las cosas y el dejara de despedirse a la distancia. Sabrías que todo habría terminado.
Te sentarías detrás de tu escritorio, siendo absorbido por la monotonía, voltearías a ver a tu ventana, observarías la ciudad en aquellos tonos grises, firmarías sin queja alguna-sin leer siquiera-aquellas torres de documentos, seguirías así, disfrutando de tu vida sin el ruidoso rubio que te insultaba cuando tratabas de ayudarlo y reirías quedito, sonriéndole a tu nueva conquista, a aquella rubia que hablaba de lo hermoso de la ciudad y sus montones de colores.
Hablarías con todos, sonreirías robando un millón de corazones, te pasearías por la ciudad en luto nacional, y reirías ante los comentarios bienaventurados sobre tu nueva conquista.
Y volverías a tu oficina, habrías terminado de nuevo todo tu trabajo, mirarías la puerta, esperando a que algo ocurriera y de nuevo, la puerta se mantendría cerrada y al anochecer, jamás se abriría.
Y esa se volvería tu nueva rutina, salir y encontrarte con otra chica, sonreír, terminar tu trabajo y esperar… esperar… esperar…
No volverías a hablar de manera sarcástica y no volverías a tener la necesidad de retenerte, no tenía caso.
Mirabas la puerta, habías comenzado a contar de nuevo todos los rasguños que ella tenía, te mantenías firme, mirándola y sosteniendo la cabeza, hasta que de nuevo, el reloj en la pared volvió a marcar las 12, relajaste tus hombros levantándote.
Pero aquel sonido, despacio y temeroso te detuvo.
--así que de nuevo, te quedas hasta tarde—el chico entro y camino despacio hasta el sillón delante de tu escritorio, ni siquiera te habías levantado por completo cuando él se encontraba sentado delante te ti.
El tiempo se detuvo, estuviste a punto de lanzarte contra él, de abrazarlo ignorando totalmente su inocencia, pero cuando trataste de hacerlo, te golpeaste de lleno contra aquel escritorio, solo te mantuviste mirándolo, esperando a que desapareciera.
--¿Mustang?—
--debiste haberme traído tu informe hace meses—soltaste mientras te sentabas y te mantenías firme, el solo rio por lo bajo.
--lo deje en Ishval, lo traeré después—se miraron, casi como tratando de recordar este momento por siempre y ocurrió, dejaste de apretar tus puños y relajaste tus hombros.
--… ven a mi lado—él solo sonrió y se levanto despacio, parándose delante del escritorio y extendiendo su mano hacia ti.
--estoy aquí—soltó despacio, fue el detonante, todo aquello que habías resistido se fue a la mierda, lo tomaste de por su mano derecha y lo jalaste con fuerza hasta que lo tenias en tus brazos, solo escuchaste un pequeño quejido pero poco te importo, lo abrazaste con fuerza, el solo se movía un poco para poder cruzar completamente el escritorio, cuando lo hiso se levanto y te miro—no tan aprisa—y sonreíste y lo abrazaste, obligándolo a sentarse sobre ti.
Poco importaba, él estaba allí… él estaba a tu lado, no importaba si había desaparecido 40 años, si solo lo habías vuelto a ver el ultimo día de tu vida, reirías por primera vez de manera sincera… volvería a haber un luto nacional.
Aquella noche, Amestris perdió a su dirigente, el se encontraba recostado en el sillón de su oficina… manteniendo un muy gastado reloj de alquimista estatal sobre su pecho… cuando lo encontraron, podían jurar que jamás había parecido más feliz…
Fin