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Yo soy Aquél por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes de KHR! pertenecen a Akira Amano. Sin ánimos de lucro.
Esto fue una creación loca de fic-rol, entre Konosuke y yo. Por lo que un 65% del trabajo es suyo. Él escribió todo lo que tenga que ver con Colonnello (separé por un espacio) y de él fue la idea, me convenció, me tentó, y éso es difícil. Yo me encargué de Reborn. Si parece que hay demasiada pasión, demasiado amor, bueno, es porque lo hay. No acepto quejas. 
Contenido ligeramente, puaj eso es subjetivo, de OoC.
La canción de la que tomamos título y resumen es del intérprete Raphael. 
Éste fanfic sólo puede ser encontrado en ésta página y únicamente bajo éste pseudónimo. Tengo permiso de mi sr. esposo. Si lo ven en otro lado, denuncien. 

Notas del capitulo:

Estábamos sedientos. 

—Tú siempre tan engreído, be-born-chan.

—Engreído y agradecido te dejaré el culo.

— ¿Y, piensas poder con este hombre?- sonreí sarcástico, mientras me montaba en sus caderas y comenzaba un rítmico vaivén que hace frotar sus miembros endurecidos.

 

—Humm -le jalé del mentón, para degustarlo lentamente con la lengua hasta llegar a sus labios —. Obvio que puedo.

 

— ¡Ja! no lo parece mi estimado, kora- Tomé su sombrero, oh sí, su preciado tesoro y lo arrojé lejos de su presencia —. Empiezo a creer que estás perdiendo el toque~

Al terminar de provocarlo, pasé a lamer su cuello, permitiéndome una sonrisa un tanto discreta. El siempre insensible Reborn estaba a punto de actuar y me encantaría ver hasta dónde llega.

 

El mohín de disgustó pareció gustarle al rubio idiota. Fingí uno más grande con tal de hacerle pasar por desapercibido un par de preparativos míos —. León —llamé en un susurró, presionando mis dedos alrededor de la cintura de Colonnello. En seguida, mi fiel mascota le atrapó las manos que osaron lanzar mi sombrero detrás de su espalda. Las muñecas firmemente atadas. Sonreí -¿Toque, ah? -inquirí con sonrisa sociópata.

 

—De eso precisamente hablaba señor "todolopuedo" Beborn- Solté una carcajada, a pesar de intentar contenerla ­—entonces —con las manos esposadas, tomé su cuello y lamí profundamente su oído — ¿estamos esperando a que nos hagamos ancianos? —Me estremecí al sentir cómo tomaba mi trasero con absoluta autoridad. Sentí cada parte mía ser recorrida por un escalofrío. ¿Me arrancaría la ropa como su maldita costumbre?

 

Peor aún. No sabía qué hacer o dejar de hacer primero. Si el sadismo le gusta por ser mi masoquista favorito entonces eso le daría. Toda la noche de ser posible.

—Sólo intenta no desmayarte –advertí poniéndome de pie, cargándolo y aventándolo bruscamente a la cama. Me crucé de brazos viendo con deleite su asombro tatuado en sus ojos azules. Quizá esperaba que me lanzara inmediatamente. Pero a veces es necesario tomarse su tiempo para tragar semejante bocado. Con toda la altanería de la que puedo ser dueño me senté a su lado y le atraje para robarle un beso que le quitó el aliento. Dejando que un hilo de saliva nos uniera por un segundo antes de repartirlo.

 

—Aun si me desmayara, sé que no dudarías en seguir follándome, kora- de repente, me sobresalté al notar cómo era elevado y arrojado contra el colchón. Antes de replicar cualquier cosa, tomo mi mentón y me dio un beso. Es ese tipo de besos que me vuelve loco. Sus labios suaves como la seda, pero calientes como el infierno, no dudaron en atrapar los míos y sus dientes mordían como sólo una fiera se sabe dueña de su presa. Casi inconscientemente abrí más mi boca, permitiendo que nuestras lenguas se encontraran y jugaran, hasta que se separó de mí. Jugué con la saliva mientras lo veía directamente a esos mortales ojos.

 

—Por supuesto –respondí –, es el único modo de disfrutar la parafilia que tengo sin matarte.

Lo noté, claramente; su mirada rogaba atención. Prontitud. Y ésa es la clase de cara que me puede. Casi suplicante, más con orgullo suficiente como para hacerme rabiar. Me desprendí de la corbata, sin separar mis ojos de los suyos. Aún recuerdo la primera vez que éste rubio idiota me retó en una ocasión parecida a ésta.

Al diablo. Hoy le rompo.

Sabía que su corazón empezaría a latir rápidamente en cuanto pusiera mis manos sobre su miembro erguido. Pero vamos a jugar a que no lo sé. Me le puse encima, quitándole el cinturón. Deslizando mis dedos por su costado, hasta presumir de paciencia que él ya no tenía. Presioné uno de mis dedos entre su trasero y la cama. Lo besé una vez, el resto de besos los repartí en su cuello. En sus orejas. En su manzana de Adán.

Paciencia, Reborn, paciencia.

 

—Eres un vil desgraciado ¿sabías? —gruñí mientras hacía un esfuerzo por contenerme, cosa que veía cada segundo menos probable.

Solté un gemido involuntario al sentir su dedo tan cerca de mi entrada. En otro lado de aquel lugar tan suntuoso comenzó a sonar una suave tonada. Un tango. Casi como si lo hubieran puesto para nosotros. Colé mis dedos en su cabello, dándole suaves tirones cada que besaba mi cuerpo hasta que en toda la habitación se oyó mi voz con suficiente claridad.

—¡Ahh Reborn!- estuve a nada de soltarme un puñetazo por eso. Mencionar su nombre le era suficiente para saber que estaba a su total merced  —, ya no me tortures así... joder, kora.

 

 

Lo dijo. Tan fuerte y claro que fue como música entrando puramente por mis oídos. Sin adornos. Y pronunció mi nombre tal como me gusta. Con el tono de saber que soy su dueño. Nadie más.

—Dime otra cosa que ya sabemos –susurré cerca de sus labios, apenas tocándolos. Le fui subiendo la camisa blanca hasta atorarla en su nuca. Sus muñecas estaban retorciéndose con tal de obtener libertad que yo no le daría. Ni física, ni metafóricamente. Jamás.

Fue difícil atraparlo. Sería tonto dejarlo ir. Aunque…

Mordí su pezón izquierdo. Luego lo lamí, lo retorcí con mi lengua, masajeándolo groseramente. Lo sentí vibrar debajo de mí. Untando su rodilla contra mí entrepierna que lo ansiaba. Recorrí su cuerpo como si fuera la primera vez, memorizando cada línea con gusto. Lo estudié, su sonrojo era evidente, más sus dientes mordiendo el labio inferior. Lo sonsaqué para quitarle el pantalón en totalidad. Jugué sucio con su ropa interior. Manoseando minuciosamente su hombría atrapada.

 

—M-me encanta cómo me follas, kora- vi hacia otro lado totalmente ruborizado. No era difícil saber que su sonrisa ya se había tornado siniestra. Era tan grande su embrujo que nunca supe cómo librarme de tal. Sus manos grandes y fuertes sujetaban mis muñecas. Casi al grado de lastimarme y por todas las deidades vituperadas, que eso me estaba comenzando a gustar. Sus dientes apresaron mi tetilla. Casi religiosamente sentí su tacto, intentando memorizarlo sin parar. Jugó lascivamente con mis prendas, dejándolas con capas de su saliva dulce y jugosa. —R-reborn... mi Reborn, kora.

 

—Bingo –respondí.

Me quedé quieto cuando volvió a decir mi nombre con un posesivo muy marcado. ¿Desde cuándo acá le pertenezco? Quise preguntarle, pero para ser sinceros ya estaba caliente como para detenerme.

Metí la mano entre su ropa interior. Presionando la punta de su miembro.

Lo besé en el intermedio. Odio tener la boca desocupada cuando lo hago morder almohadas. Sentí su cuerpo convulsionarse violentamente. Me provoca. Cada una de sus reacciones desata sensaciones en mí que no puedo explicar con palabras. Ni quiero.

Le mordí la base. Le deslicé el prepucio, paseando la lengua. Sus manos atadas agarraron mis cabellos. Dando ligeros jalones. La presión de sus dedos entre mis cabellos me enloquecía. Junto con sus suspiros que figuraban nubes de su placer. Del mío. Con el preseminal dejando invitación abierta mis dedos fueron las llaves que abrieron mi zona de juegos favorita. Y él podía seguir retorciéndose. Mientras yo reprimía mi ser bestial para continuar haciéndolo sufrir. Lenta y silenciosamente.

—Pero si todavía no empieza lo interesante –canturreé, tratando de hacer retroceder a mi voz triunfante al verlo usar sus manos para reprimir sus gemidos.

 

—Ahhh  —gemí apretando las sábanas. Y entonces, tomó mi miembro y lo devoró como sólo él sabe hacerlo. ¿Cómo es que es tan... perfecto? llegó a morder mi glande con una suavidad que me hizo arquear la espalda mientras sujetaba su cabeza e instintivamente hacia que me probara por completo.

 

­—¿Es todo lo que vas a decir?

 

—Ya deberías empezar entonces, kora —argumenté. Con mis piernas acaricié su cadera, aprisionándolo. Me sentí algo irónico, puesto que es él quien me tiene en una bella jaula de oro. Justo cuando sentí mi orgasmo venir, él se detuvo abruptamente, haciendo que pusiera una cara de ligera frustración. Hasta que recordé que a la fiera le gusta primero afilar los dientes.

 

Pero siento que el único divertido es él. Aunque sea mentira, claro.

Le di la vuelta, escuchando un gruñido de sorpresa por contestación. Como mi lengua ya se había cansado de brindar tanto sus servicios, dejé que dos de mis dedos siguieran entreteniéndose allá por donde sólo yo tengo título. Me encantó verle la espalda. Sus nalgas levantadas y pecho contra la cama. Me incliné sobre él, dejándole una mordida en la nuca.

Fue cuando quise entrar. Tan duro. Tan rápido. Seguramente sintió un rayo partirlo, pues gritó.

 

—Oh por todos los...—sus dedos comenzaban a hacerse paso en mi interior y yo, ya acostumbrado a ellos, los sentí con un cosquilleo que me hizo aferrarme. Perdí la noción de cuánto tiempo paso preparándome, pero de lo que estoy seguro, es que nunca espera. Un breve momento, bastó para sacarme un alarido de dolor que silencié con la almohada. Tan salvaje como le gusta ser, entró sin previo aviso. Se sentía peor que un golpe al vientre bien conectado. Cerré los ojos por una brevedad, hasta que su lengua me limpió un par de lágrimas que se escaparon. —Me vas a... matar... kora- me quejé sin moverme tanto, o podría jurar que me iba a hacer pedazos.

 

¿Qué no es esa siempre mi intención?

¿Dejarlo parapléjico?

Le masturbé porque me gusta ser cordial de vez en cuando. No sólo porque ya estaba rebasando mis límites de espera, sino porque él se lo había ganado. Así es esto. Y como si fuera el premio, el castigo y otra recompensa. Lo besé. Tan cándidamente que parecía una locura lo que le estaba haciendo atrás. Lo mecí. A mi gusto. Lo forjé. Su pelvis se pegó a la mía, aclarando los asuntos de una vez por todas. Las posiciones del tablero. Dentro de ti. Sin ningún arrepentimiento. Fui acariciando sus muslos. Sus piernas de militar de cuarta.

—León, vete a dormir –ordené, y en seguida obedeció. Dejando a Colonnello adolorido de las muñecas pero como esclavo, dolido y liberto sin saber por un segundo qué hacer con esa licencia.

Mi sudor cayó a su cuerpo. Se mezcló con el suyo. Otra cosa más de ambos que se vuelve más que una. Su hombría, sus caderas, sus párpados temblaban. Todo se sacudía bajo mi roce, bajo mis garras rasgando su carne tatuada con mis iniciales. La vista se me nubló, sus piernas me aprisionaron, tal y como han hecho tantas veces que he perdido la cuenta. Su instinto varonil me absorbió por un instante, haciéndome parecer que era yo el controlado y no él. Por supuesto que no se lo iba a permitir más que un segundo. Era el estira-afloja al que me tenía acostumbrado, de eso no hay duda.

Me pregunté si alguna vez me cansaría de esto. Pero entonces lo escuché decir mi nombre una vez más en medio de un imperativo.

No. Nunca.

Lo penetré con fuerza. Con el ímpetu que caracteriza a los de mi clase. Afianzándome de su pene como si de picaporte al cielo fuese. Era mía su locura. Su momento de ceguera. Su culminación. Su cuerpo adolorido por la marcha. Su seda blanca.

Todo.

 

Al fin libre. Sin dilación coloqué mis manos sobre las suyas, mientras correspondía tan demandante beso. Sentía como su pubis rozaba contra mi trasero, dándome esa sensación morbosa que me fascina. Dejé a un lado mi agarre y comencé a jugar libidinosamente con mis tetillas. ¿Le gustará? parece una completa encrucijada, ya que él nunca se muestra como es excepto en la cama. Un demonio seductor que domina en todos los aspectos. Un ser bendecido por la naturaleza cuyo mejor don es ser perfecto. Maldición... ya lo estoy alabando. ¿Desde cuándo me volví tan... suyo? —Quiero que me tomes... ¡Ahhh! Reborn... como el Dios que eres... —Tal alabanza a su ser lo hizo reaccionar tal y como suponía que lo haría. Pero ah, que nos hemos vuelto predecibles el uno para el otro, aunque sin dudarlo él me lleva la delantera. Sus embestidas se fusionaron a tal grado con mi interior, que sin problemas le daba estocadas a mi próstata. Casi sentía al paraíso llegar a mí, y en regalo a su acto apreté mi esfínter estrechando más su fiero avance.

 

Cuando lo vi tocarse no pude evitar sonreír y ganas de hacerle mil cosas vinieron. Pero me controlé, siempre puede haber un después. Primero debo agotar esta instancia. Esta provocación que sólo la causó él. Como aquél día en el que llovía tanto que el cielo quedó seco. Cuando él era todavía un crío que gustaba de sacarme pelea, tratando de siempre superarme. Tanto era su empeño que el muy tonto no se daba cuenta de la verdad. Estaba cayendo en una red que tejió sin querer. Atrapó una bestia. Que ahora no sabe controlar.

Son sus ojos lo que me regresan a nuestra realidad. Ese par de ojos azules entrecerrados y húmedos por lágrimas que no le he secado. Está siendo blasfemo, rechaza cualquier creencia religiosa al convertirse en mi devoto. Vaya. Como si eso pudiera desagradarme. Adquiero la forma de sus entrañas, fijándome la meta de hacerlo mascullar miles de incoherencias. La única manera en que puedo sacarle este tipo de declaraciones es siempre entre gritos. Le obligo sostener un ósculo como ningún otro podrá darle. Y pobre si intenta llevarme la contraria. Lo quemo vivo.

Siento cuando me aprieta. Cuando su cavidad me envuelve con un calor y rabia tan infinitas como mi egocentrismo. La clase de pavor que le despierta. Estamos sólo los dos. Él entregándome mucho más que su físico. Su alma. Y yo pretendiendo que hago lo mismo. Porque yo no soy de él en ése sentido.

Yo estoy dentro de él.

Soy él.

 

Soy absolutamente suyo. Me siento un esclavo. Un sirviente agradecido tal vez. Tanto gobernante como gobernado estamos satisfechos, y sin embargo, siempre queremos más. Y no hay mejor manera de sentirnos complementados que ésta. A la mierda el amor tradicional. No hay nada como esto. Su cadencia, su cuerpo, su ser completo es lo que me tiene idolatrándolo. Él siempre dispuesto a ocultar su sentimiento con su poder, su fuerza... y yo, declarándolo cada vez que me hace perder mi coherencia al ser poseído. Mis manos tiemblan. Y no de cansancio puesto que sé resistir como el soldado que soy. Pero... su continúo estoque me está haciendo mella, y siento que no tardare en explotar. — ¡Reborn, yo... voy a... terminar pronto, kora!

 

Casi. Casi se desvanece conmigo. Este pacto que firma conmigo lo firma con su sangre y con su sudor. Esta ceremonia de entrega va a culminar sin que tengamos miedo de las consecuencias, pues lo hemos dado todo desde un principio sin tenerlas en consideración. A falta de aliento le presto mi respiración, mi suspiro que podría pasar por rugido de fiera cerca de su oído. Lo tengo bajo de mí, restregándonos en la cama. Haciéndola participe de esta cruel danza. Lo siento llegar. Me lo dice. Me exige. Me consume. Me desea sin impedimento alguno, aunque el precio sea excesivo. Está bien así. Continúo mancillándolo de la manera en que ambos quedamos sin ideas, sin nombres, sin principios. Sólo el salvajismo de esta pasión que se manifiesta cuando se viene en mi mano. Cuando gime de tal manera que me orilla a correrme. A llenar su santuario con mi semilla. Le beso, hasta desgastarle los labios. Todavía siento el sabor de su vientre. Nuestro sabor combinado del palacio de sus delicias.

 

Tallo mi trasero más hasta que hago que se quede completamente adentro mío sin moverse. Lo estrujo de tal manera que en breve termina por depositar su esencia dentro de mí, haciendo que sienta el calor de la misma recorrer mi carne. El semen escurre por mis piernas de una manera que puedo definir como sumamente pornográfica. Y no me puedo quedar atrás, ya que derramo mi parte sobre mi pecho y cama. —Y-yo... te amo... kora. —No hay ocasión que no sepa sacarme tan sincera frase. Por eso a veces lo odio. Pero no significa que dejaré de sentir esto por él. Es un imán de problemas y siempre suelo ponerme entre ambos. Pero él termina salvándome el pellejo. Descanso mi sudorosa frente sobre la almohada, intentando recuperar mi respiración entrecortada. No se sale de mí. Es un degenerado. Continúa moviéndose, como queriendo decir "exprímeme". Sonrío y me dejo caer. Me abraza y comienzo a susurrarle sin temor. —Yo soy aquel... el que te espera... el que te sueña...

Notas finales:

Y terminamos ebrios.


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