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No Digas Nada por AthenaExclamation67

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Notas del fanfic:

Usé unos pedazos la canción No Digas Nada (Dejà Vú) de Calí Y El Dandee.

NO DIGAS NADA
Aioros & Saga



- Mi señor… - avanzó lentamente hasta la cama, viendo una figura sin rostro, cubierta por un casco y una máscara que le impedía averiguar de quién se trataba – aquí estoy… - añadió empezando a desnudarse, viendo al supremo patriarca dispuesto a recibirle como desde hacía ya unos meses.

- Aioros – se agitó y estremeció. Sabiendo que sin tardanza estaría presto a desmayarse de placer – ven…

Y sin más orden que esa, el guardián de la novena casa obedeció sin siquiera plantearse si aquello estaba bien o no.

El patriarca se acomodo sobre la cama, deseando sentir a quién tanto ansiaba.

Sus nalgas quedaron expuestas, separadas por la carne que con suavidad, se adentró entre ellas hasta que sin piedad, le desgarraron las entrañas.

Así lo deseaba. Así se lo requería en cada noche, en cada madrugada hasta que su deseo de ser dueño del guardián de la novena casa se saciaba.

Sintió la endurecida y caliente carne adentrarse en su cuerpo violentamente. Los brazos morenos rodearle la cadera apoderándose de su cuerpo y haciéndose los dueños justo en el único momento de debilidad que se permitía, creyendo que lo tenía todo bajo control.

- Sigue… - jadeó aferrándose a la sábana, sujetándose de las embestidas que le arrastraban a un mundo de placer y dolor que juntos, le enloquecían.

Su cabeza se dejó caer sobre la almohada en el momento en que las embestidas aumentaban de intensidad. El cuerpo le temblaba y su psique se tambaleaba diciéndole que no era ese el mejor modo. Pero no quería contenerse. Quería sentirle y hacerlo suyo aun siendo él el que se entregase.

Sintió las uñas aferrarse con fuerza a sus piernas, a sus caderas lo que logró encender más su deseo y provocó más placer del que ya casi le hacía estallar. Crispó entre sus dedos las sábanas de seda negra sintiendo que se acercaba el final y ahogando sus propios gemidos contra la almohada, trató de aguantar para poder postergar el momento, pero la mano hábil de Aioros, se hizo cargo de su enardecido miembro, lo que le llevó a culminar unos segundos antes de que Aioros se derramara en sus entrañas.

Su respiración salía desbocada por sus labios, chocando contra la máscara. La agitación de su pecho le llevaba a respirar más rápido de lo que podía controlar y cerró los ojos un momento, tratando de relajar su mente y su cuerpo sin darse cuenta de que esos segundos fueron minutos y cuando volvió a abrirlos, estaba solo en la cama, enrollado en la sábana sin más compañía que el casco y la máscara que ocultaban su rostro.

“No es esa la forma… ¿no te das cuenta?”

Escuchó un susurro que le era demasiado familiar. Esa voz que lo enloquecía, que trataba de hacerle entrar en razón. Una razón que él no deseaba recuperar.

- ¡¡SI LO ES!! – le gritó poniéndose en pie, caminando hasta el lugar desde donde la voz se manifestaba.

“No… No… Díselo…”

El susurro proveniente de su propia silueta reflejada en el espejo frente al que se encontraba, se expresó de nuevo.

- ¡¡SILENCIO!! – Refutó - este es el único modo… ¡¡EL ÚNICO!! – golpeó el espejo, queriendo deshacerse del reflejo, queriendo matar la conciencia que le desquiciaba cada vez que su psique flaqueaba.

“No es esa la forma” repitió su silueta reflejándose ahora en cada pedazo de espejo “Él es un ser integro y descubrirá tu secreto…” se pronunció antes de que cada pedazo fuera destruido para tratar de acallarla.

Llevas tres meses por la noche haciéndome lo mismo, 
Suena mi puerta y estás tú, mi espejismo, 
Por dentro grito, grito de la emoción, 
Por fuera me hago el fuerte, 
Como si no me temblara el corazón. 
Pregunto, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras? 
¿Por qué estás tan rara? 
Y aunque tú no me hablas, me conformo al ver tu cara. 
Quiero sentir tu mano y no puedo moverme, 
¿Qué me pasa? Me siento tan raro al verte aquí en mi casa.


Los días siguieron. Igual que los encuentros, que cada vez se volvían más intensos y sin que el sumo sacerdote debiera ordenárselo.
Cada vez lo sentía más suyo sin tener que solicitar –ni pedirle- los gestos, las caricias, las atenciones hacia su cuerpo. Era como si Aioros hubiese cedido al deseo que su cuerpo humano también debía necesitar.

Disfrutaba tanto de cada contacto, en cada momento en el que solo parecía preocuparse de darle el placer anhelado que fue cediendo en su agonía, hasta el punto de desear decirle toda la verdad de lo que le estaba pasando.

Pero no sabía cómo hacerlo. Ese ser maligno, que era cada día más fuerte que su propia conciencia, le impedía mostrarse como él era realmente. Había cambiado tanto… tanto, que no le extrañaba que al verse reflejado en el espejo, ese mismo reflejo le reprochara todos y cada uno de sus actos.

Y como resistir al encanto de aquel joven griego al que siempre había querido, no solo como acompañante en su lecho, sino como algo más. Algo mucho más intenso, pero ese. Ese que era ahora, solo quería cumplir con los oscuros deseos y no con sus sentimientos.

Nuevamente el día se cerró, dando paso a la noche. Noche en la que como siempre, se prepararía para recibir a su acompañante, pero nuevamente su psique, empezó a tambalearse, provocándole en esta ocasión, más ira que en ninguna otra.

“Debes decírselo… No puedes seguir con esto…” susurró amargamente una silueta dibujada en un rincón.

- Jamás… - respondió mirando fijamente hacia un lugar en el que solamente él, podía ver a alguien – nunca lo entendería.

“Pon fin a tus macabros pensamientos. A los indignos planes que deseas llevar a término”

-¡SILENCIO! – lanzó un poderoso golpe contra el lugar en el que se ocultaba la sombra.

“No cedas a ellos… No lo hagas… te arrepentirás toda la vida” musitó triste, casi con un deje agonizante en el que ponía todas sus esperanzas en hacerle entender, al que se había adueñado de sus acciones y su cuerpo, que debía detenerse.

Una risa sádica salió de aquellos delineados labios rosados. Una que hizo que la sombra que se ocultaba, desapareciera de inmediato.

- Tú me has obligado… - habló mientras se giraba – no planeaba hacer esto tan pronto, pero… - salió con un rumbo fijo, uno que su mente ya había trazado desde hacía meses, tomando un objeto antes de irse, uno de vital importancia para poder realizar sus planes.

*-*-*-*-*-*-*-*-*


  Pasadas las horas, el guardián de la novena casa entro en la cámara privada del pontífice. Estaba dispuesto a cumplir la misión que se le había encomendado desde hacía meses. Más algo le extraño. El patriarca no estaba esperándole como todas las noches anteriores. No estaba desnudo, preparado para recibirle antes de que incluso él, pudiera desnudarse.

- Mi señor… - le llamó suavemente, esperando verle salir desde alguno de los arcos que daban acceso a la cámara privada – estoy aquí, como cada noche para servirle… - calló sintiendo una extraña conmoción en su ser. Una que le alertaba de que algo no iba precisamente bien.

Sus instintos agudizados, provocaron que saliera de los aposentos del sumo sacerdote, dirigiéndose más deprisa que lentamente hacia donde su ser le decía que debía acudir inmediatamente.
Se apresuró, entrando a hurtadillas en aquella pequeña habitación que daba cobijo a tan importante presencia, quedando oculto bajo las majestuosas cortinas, que ocultaban su figura de cualquier visitante.


- Muchos días hace… - alzó su mano con rudeza, empuñando un puñal que acogió cada destello de luz que pudiera residir en aquella pequeña habitación – que debí llevar a cabo mis planes – se asió con fuerza a la cuna que albergaba una pequeño bebe – pero por un momento, me permití disfrutar antes de cumplir mis deseos – alzó más aún su mano, y sin dudar un segundo, la dejó caer con fuerza sobre el bebe.

-¡¡QUÉ HACES!! – gritó después de salir como un rayo de entre las cortinas, justo a tiempo, antes de que lograra alcanzar al bebe.
- ¡AIOROS! – renegó tratando de volver a asestar una puñalada al diminuto bulto que se encontraba protegida por los brazos de Aioros.

Con destreza, pudo esquivarle. Pudo devolver el golpe, y provocar que el enloquecido ser que tenía en frente quedara completamente al descubierto, privándole gracias al mismo, de su máscara y el casco que mantenían su identidad en secreto. 

- ¡¡ESTÚPIDO!! – Espetó con furia – ¡¡ahora tendré que matarte!! – Añadió dando un paso para tratar de alcanzarle, pero algo le obligó a detenerse – un momento… ¡¿por qué no te sorprendes?! – parpadeó atónito, viendo la decepción reflejada en los ojos de Aioros.
- Nunca creí que fueras capaz – acunó al bebe que lloraba con fuerza – Saga, no sabes lo que haces… 
- ¡¿Pero cómo?! – Se llevó las manos a la cabeza y negó - ¿cómo lo sabes? – añadió desesperado.
- El día que te quedaste dormido – se alejó, acercándose al gran ventanal – no pude resistir la curiosidad y saqué la máscara de tu rostro mientras descansabas – se subió al alfeizar, dispuesto a saltar si así lo consideraba necesario – en ese momento me di cuenta de todo, pero no imaginé que fueran estas tus ambiciones – le miró decepcionado, apoyándose con su mano libre sobre el muro.

“Te lo dije…”

Y al escuchar ese susurro en la lejanía su mente enfureció y lanzó todo su poder contra Aioros, deseando matarle.

Se cubrió apresuradamente, ocultando nuevamente su identidad al resto del santuario y llamó a la guardia, alertando de que había un traidor, y que este, había secuestrado a la reencarnación de la Diosa Athenea para asesinarla.

Aquella noche, después de una concienzuda persecución, le anunciaron que habían puesto fin a la vida del traidor. Uno que él mismo había inventado para tapar sus verdaderas intenciones. El mismo que se había hecho dueño de su corazón desde antes de que perdiera el sentido y la razón.

- Te extrañaré… - susurró ya en sus aposentos privados, dejándose caer sobre la cama despreocupadamente – cada día, y cada noche hasta que mi vida se extinga – sus ojos se cerraron y al tiempo unas lagrimas resbalaron por sus mejillas, muestra de que su error, había tenido un precio demasiado alto.
- No tienes porque… - una figura atravesó la habitación y se estiró encima de él para abrazarle.
- ¡Aioros! – Abrió los ojos sorprendido - ¡estás muerto! – le tomó el rostro para asegurarse y ver a quién acababan de anunciar su muerte.
- Más sin embargo, aquí estoy… - le susurró, sacándole la máscara, dejando su rostro al descubierto para después besarle.
- Perdóname… yo… - no pudo seguir, un nuevo beso selló sus labios para siempre.

El beso suave como una caricia le provocó un sentimiento inigualable. Su cuerpo se estremeció como nunca antes lo había hecho. Se erizó por completo y gimió a los labios de Aioros, que se separó para dejarle recuperar el aliento.

- Te amo… - susurró Aioros, provocando que el estremecimiento estimulara más su cuerpo retenido bajo el peso que Aioros ejercía sobre él.
- Cómo puedes amarme, con todo lo que hice… - jadeó sintiendo como la túnica que cubría su cuerpo, se deslizaba para dejar de envolver su piel – casi hago que te maten… - apretó sus ojos con dolor, sabiendo lo nefastas que habían sido sus acciones.
- Ya no importa… - se separó un momento pero solo para desnudarse – estoy aquí, ahora…

Se estiró nuevamente sobre el cuerpo de Saga para después cubrir su cuello de besos. Para deslizarse a través de sus cabellos  y el pecho hasta su vientre y lamer lentamente, tal y como sabía que le haría enloquecer.

- Aioros…
Jadeó sin control al notar la boca rodeando su miembro, al sentir la lengua envolver su glande, haciéndole casi tocar el cielo de placer.

- Te amo… - dijo al tiempo que se aferraba a la sabana, mientras separaba sus piernas para dar cobijo al cuerpo que avanzaba para hacerse nuevamente dueño de sus entrañas – debí decirte la verdad hace tanto tiempo… - volvió a rodar una lagrima que surcó las mejillas de Saga.
- Eso… ya no importa…

Silenció con un beso más apasionado, uno que profundizó al mismo tiempo en el que su carne separaba las entrañas de Saga.

Embestía sin contemplaciones, haciéndole sentir completo. Demostrándole que no había rencor por lo acontecido, al entregarse, al sujetarle con una fuerza que parecía querer quebrarle en dos pedazos. Pedazos de los que Aioros siempre sería el dueño.

Aferró la cadera con la misma fuerza para privar que el cuerpo de Saga se moviera más de lo que era su deseo. Quería sentirle, quería que le sintiera, y quería hacerlo de una forma en la que nunca pudiera olvidar esa noche. Noche en la que todo había quedado al descubierto, deseos, anhelos, amor y ambiciones.

- Me vengo… - anunció Saga, sintiéndose incapaz de controlar su cuerpo, sus reacciones y el orgasmo que estaba a punto de llevarle al clímax más fuerte  que nunca antes había experimentado.

Hincó sus uñas en la carne, evitando cualquier movimiento y embistió una vez más, derramándose en las entrañas de Saga, al tiempo que el miembro de Saga sucumbía al deseo y descargaba su semilla sobre el torso de Aioros que sonrió, y se dejó caer vencido por el agotamiento.

El momento que siguió, fue como si subieran juntos al cielo. No había palabras que pronunciar. No había rencor, ni tampoco dolor, solo paz y tranquilidad.
Tranquilidad que se apoderó de sus cuerpos. Al fin Saga, podía sentirse tranquilo. Aioros ya sabía la verdad. Y parecía aceptar todo lo acontecido sin siquiera haber hecho una pregunta, un reproche o algo que pudiera hacerle sentir mal.

Como por un acto reflejo, llevó sus manos a los cabellos de Aioros. Los meció entre sus dedos, sintiéndolos húmedos por causa del sudor del instante previo que habían compartido, y los acomodó cuidadosamente, apartándolos de ese rostro bronceado por el sol.

Sintió el deseo de acomodarse, de abrazarse y relajarse para poder compartir aquella noche. Pero su cuerpo pesaba tanto… 

Pensó en ese momento, que Aioros se había dormido. Si sentía que él no era capaz de moverse un centímetro. Parecía que a Aioros, le pasaba exactamente lo mismo. El peso cargado sobre su torso, empezaba a ser demasiado pesado. Necesitaba acomodarse, a pesar de que se contenía en hacerlo para no molestar a Aioros que debía estar teniendo el más dulce de los sueños. Pero lentamente, movió su cuerpo, acomodándose él, y también a Aioros que seguía sin moverse.

Se puso de costado entonces, pudiendo ver el cuerpo inmóvil de su acompañante y empezó a creer que quizá Aioros, estaba agotado con lo sucedido.
Le acarició la espalda despacio, sintiendo cada curva con las yemas de sus dedos. Notando aún la humedad del sudor, queriendo ver algún tipo de reacción, algo que no sucedió.

Besó suavemente sobre el hombro izquierdo, anhelando incitarle, despertarle para poder rememorar todas aquellas noches. Ya habría tiempo de hablar, de dar explicaciones. En aquel momento quería disfrutar del ser que tenía a su lado sin ningún tipo de interrupción.

- Aioros… - susurró suavemente al tiempo que volvía a moverle, hallando como respuesta, el silencio más contundente.

Sujetó con suavidad el mismo hombro que besaba hacia escasos segundos hasta que ejerció un poco más de fuerza, y logró sin mayor dificultad moverlo hasta que lo apoyó sobre uno de sus costados.

Abrió sus ojos de par en par. La imagen que sus retinas enviaron hasta su cerebro, era más dantesca de lo que alguna vez su mente podía dibujar.

La sangre adornaba su pecho. Aioros sangraba profusamente. Tenía heridas repartidas por su torso, en su cuello y también extremidades, heridas que no había visto cuando había llegado.

Volvió a moverle, queriendo ver reacciones. Reacciones que no llegaban, pero si más sangre. Sangre que sintió sobre su propio cuerpo y de la cual no se había percatado mientras Aioros le poseía sin contemplaciones.

Trató de limpiarse, empezando a desesperarse, tomando el hombro con más contundencia para empezar a moverle más violentamente. A agitarle para que le respondiese mientras gritaba su nombre, pero no hubo réplica alguna. El cuerpo inerte de Aioros permaneció quieto.

La desesperación se hizo más palpable al darse cuenta de que Aioros no respiraba. Al confirmar que estaba muerto, y al ver que a ambos, les resbalaba la sangre que aún sentía caliente por el cuerpo.

Se cubrió el rostro con las manos y negó desesperadamente. No podía, no quería ver que Aioros estaba muerto en su lecho. Gritó desconsolado, sin importarle demasiado el poder ser escuchado.

- ¿qué hice? – Preguntó al silencio - ¡¿QUÉ HICE?! – gritó sin dejar de negar, apretando los ojos con fuerza mientras trataba de borrar la realidad.

“¡LE MATASTE!”

Y la voz que normalmente sonaba suave y calmada, sensata y controlada, retumbó por toda la estancia, reprochándole por cada una de sus acciones.

Sus ojos se abrieron por puro instinto. Su cuerpo –completamente erizado- no estaba en la posición en la que recordaba haber estado. Parpadeó confundido, mirando a su alrededor con asombro, sin encontrar sangre, y sin ver el cuerpo sin vida de Aioros  recostado a su lado.

-¿Porqué? – jadeó alterado, sentado en su cama, dándose cuenta de que acababa de despertarse.

“Te lo dije…” 

De nuevo aquella voz, sensata y serena como siempre.

“Ahora, ya es demasiado tarde…” 

Te fuiste un viernes por la noche, 
Me quitaste todo, te perdí en mis manos, 
Fue mi culpa, y ahora sufro solo. 
No entiendo a la vida, 
La vida me prometió estar contigo, 
Y fue ella misma la que nunca va a dejarte estar conmigo. 
Por las noches en mis sueños puedo verte, 
Dormido vivo al fin un cuento de hadas, 
Que aunque falso, es suficiente. 
No me importa cuánto duela despertarme, 
Igual me duele todo, 
Y cada segundo del día estás presente. 
Me acuerdo de todo, la noche perfecta…

No digas nada por favor, 
Que hablando el alma me destrozas, 
Quiero decirte tantas cosas, 
Quiero acordarme de tu olor. 
No digas nada por favor, 
No vaya a ser que me despierte, 
De un sueño en el que puedo verte, 
Y aun puedo hablarte de mi amor. 
No digas nada, ten piedad, 
Solo te pido que mañana por la noche, 
Dormido me des la oportunidad...


F I N

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