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Lo que me dicen tus ojos por Chica_chan

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Le miro. Despacio. Tienes que ser despacio, no quiero perderme detalle. ¿Entiendes? Sólo quiero mirarle.

Es como en esas películas en la que la chica mira a su amado, a lo lejos. Le desea, demasiado, pero sólo puede hacer eso, mirar en la distancia.

Es algo parecido. Pero no, no le deseo. Sólo observo como se mueve, como deja escapar el aire por su boca. He tenido la sensación de estar miles de horas mirándole. ¿Entiendes? Pero no me molesta, sabes, para nada. Es divertido mirarle, es como esa película. Pero no soy la chica, ni él es mi amado.

Ya, tranquilo, lo sé. Dirás; “eso es amor” Pero no, no le amo. No es eso. Pero es divertido, sólo quiero mirarle, quiero contar sus lunares del cuello. Ya, tranquilo, lo sé. Es algo raro. Aunque debo decir que muchas personas tienen pequeñas aficiones. La mía es esta, no tiene más. La tuya será leer o quizás nadar con tiburones. Sólo es eso, una afición.

Y bueno, me encanta mirarle. Es fácil, porque es despistado. Y bueno, se me da bien esto de perseguir, acosar y acorralar con los ojos. Técnica empleada por años en mi causa de “mirar”.

Me rio.

Ellos me miran. Lo sé. Sé que opinan de mí. El rarito se rie solo, le faltan dos veranos. Eso dice una de clase siempre, un chica algo rellenita que se sienta en la otra fila.

No sé, pero yo creo que tengo buena suerte y me siento solito. Hey, no te pongas triste, que el raro se siente solo no es malo. Es más, creo que es lo más sano, así hay menos preguntas, nada de esforzarse en prestarle atención al que está a tu lado, y finalmente terminas por volverte invisible a lo que te rodea.

Regresando al tema que nos interesa. Sí, la chica, la que constantemente deja escapar de su boca lo que piensa de mí, también gusta de mis costumbres. Me “mira”. Pero lo hace mal, me doy cuenta y no sé por qué, pero me resulta increíblemente molesto. Ya, ya sé que hay en tu cabeza. Soy de lo que gustan de observar pero que no aguantan que los miren.

Soy invisible, quiero serlo. Es mi mayor fantasía.

Sonrío. Es inevitable. O eso creo. Creo se me escapa una sonrisa.

Mierda, el tiempo. Es escaso. Adam, céntrate.

Y otra vez vuelvo a tu cuello. A tus lunares. A mi labor de contarlos, como peces en un arrollo. Subo por el cuello, hasta tu oreja, pequeña y descolorida. ¿Sabes? Tu piel no está mal. Podría decir que eres mucho menos pálido que yo.

Sonrío. Y es que tu piel paliducha está más colorida que la mía. Yo doy miedo, mientras que tú no. Me encantan nuestra diferencias, no lo sabes, tampoco hace falta que lo sepas. Tú no me entenderías. Nadie lo hace. Ni la chica que piensa estoy algo mal de la cabeza ni los mejores amigos de mi vida.

Observo. Me encantas. Te mueves, algo cansado, será el peso que llevas de los libros, que son como auténticos ladrillos. Los músculos de tu cuello se tensan un momento y luego te relajas. Es algo que sueles hacer, mientras sigues escribiendo. Observo. Tu jersey hoy es azul. Va bien con tu piel, con lo poco que dejas ver a estas alturas, y es normal, ya hace frío. Pero sí, te va bien ese color.

Uno, dos y tres lunares que puedo ver. Debo decir que le quedan bien, como todo.

Rio.

Pero tú no. Tú sigues a lo tuyo, escribiendo la lección. ¿Sabías? Este chico es algo inexpresivo. Ya sé, lo sé. Esto parece de locos. ¿Tanto sé de él? Sí. Nunca, o al menos que yo recuerde ahora mismo, he dirigido palabra con este sujeto. No me interesa hablar. ¿Sabes? Sólo quiero mirarle.

  • ¿Alguna duda?

Habla Roberto, profesor de matemática. Y yo he estado toda la hora sin atender, no sabría decir si tengo dudas. Lo siento.

Suena el timbre. Soy libre, gracias. Y tú también lo eres, aunque pareces fastidiado. Y por alguna razón me conmueves. Guardas tus cosas en la mochila y tus amigos te piden prisa, no se dan cuenta de que estás cansado, no observan en tus ojos lo que yo veo. Hoy no es un buen día para ti.

 

  • ¿Estás bien?

Deberías dejar de hacerme la misma pregunta todos los días. Lidia, eres molesta.

  • Sí.

  • No lo pareces.

  • Siempre dices lo mismo.

Noto la pesadez en tus ojos. Siempre preocupada. Y tu preocupación soy yo, y lo peor de todo, es que no sé por qué te preocupas.

Y ahí viene otro más que se preocupa por mí, no lo dice, pero también lo noto en sus ojos.

  • ¿Pero qué os pasa? - Dice, animado. Es Carlos, amigo... de toda la vida.

Lidia me mira, busca cualquier cosa que verifique lo que ella piensa. Que algo me pasa.

  • Nada.

Suenas molesta. Por favor, deja de preocuparte, estoy bien. Desearía que ella dejase esa postura sobreprotectora conmigo. Sí, deja de ser así conmigo.

  • Empiezo a creer que lleváis una relación en secreto.- Ríe.- Chicos, no seáis tan evidentes.

  • Ojalá fuese eso.- Responde mi amiga.

Carlos se sienta en el escalón bajo mis pies. Me da un golpecito en la rodilla, y vuelve a reir.

  • Tío, tu novia es una posesiva.

  • Lo sé.

Lidia sonríe. No lo sabes, pero te ves más guapa así.

  • Menos mal que no lo soy, sino, sería peor.

Se levanta. Me miras, y ahí está, el rastro de tu inquietud que ensombrece tus coloridos ojos . Lo sé, tendría que pedirte que pararas Lidia, pero no lo hago.

Y bueno, Carlos sólo se burla de la situación. Para él la seriedad no existe. Y te entiendo, no puedes estar triste, tú eres el feliz del grupo. Quieres que todos seamos felices.

  • Bueno, chicos, hoy tenemos que salir que es viernes y somos jóvenes.- Se levanta de un salto.- Como alguien se niegue, muero.

Lidia cabecea. Su seriedad es inigualable, no parece que tengas dieciséis años. Deberías sonreír más. Mueve su dorada cabecita algo fastidiada, parece que hoy tampoco es un buen día para ella.

  • Eres un pesado, todos los viernes igual.

Perfecto. Ya veo sus labios rosas curvarse. Así mejor, me gusta. Así eres más bella, lo digo en serio.

  • No sería tan pesado si alguna vez, vosotros desgraciados, no me dejaseis tirado.

  • Dios, cállate.- Dice mientras se masajea las sienes. Carlos, creo que le provocas dolor de cabeza.

Le miro. Y claro, él ríe. Cada viernes suele ser así.

Me gusta mirar como mis amigos discuten. Es tranquilizador de alguna manera. Cuando la gente discute es cuando sabes que tienen cosas por las que hablar. Ya sé, discutir no siempre es divertido, mis amigos discuten normalmente, y por las cosas más tontas. Pero a mi me causa diversión.

Una sonrisa. Sí, sonrío al verlos.

  • Ahora vuelvo.

Su pelea de niños para apenas me oyen articular palabra.

  • Eh, ¿a dónde vas?

Eres rápida en preguntar.

  • Lidia, que no eres su madre, deja al muchacho tranquilo.- Revuelve sus rubios cabellos.- Sólo hace falta que le pongas un chip rastreador, mujer.

Se te escapa una carcajada tonta. Ella te dirige una mirada de odio. ¿Por qué te preocupas tanto? Para, deberías parar.

Y sin más me voy. Ya me conocéis, no doy explicaciones. Y puedo sentir tus ojos jarabes seguirme hasta la esquina, si pudieras me seguirías. Maniática.

 

Bajo las escaleras. Rápido, tengo que pedir un libro de la biblioteca. Y te veo, a ti, precisamente a ti. Pero no estás sólo. Nunca te veo solo. Eres como la luz para las polillas, ya puedo sentir como sin querer he dejado de bajar los peldaños. Y me quedó quieto, expectante. Te resguardas bajo las escaleras, a escondidas, apenas puedo saber que eres tú. Pero lo sé, eres Sergio, al que he mirado tantas horas.

Contigo nunca me puedo equivocar. Tus lunares del cuello te delatan.

Me agacho un poco, las escaleras me protegen. Y la soledad de este colegio también, no hay nadie más. ¿Por qué tanto silencio? Ah, partido de fútbol. Cierto, nadie se lo pierde.

Pero tú sí. Y tu acompañante también. Y claramente yo (con mis amigos). Me quedo mirando un poco más, y lo que veo me emociona aún más. No es un simple acompañante. Ahora lo sé. Es una chica de piel blanca, nívea. Casi tanto como la mía. Pero no, ella no parece un muerto. Ella parece frágil, de porcelana. Es perfectamente lo que toda persona diría, hermosa.

¡Qué feliz soy! Te he pillado con una chica. Esto no es tan nuevo, pero la diferencia está, en que crees tener intimidad con ella. ¿Qué harás?

¿Y qué hago yo?

Esto no está bien, y me preocupo. No tengo porqué, pero lo hago. Sí, me encanta, sin embargo acecharte de esta manera... Y es que sólo tengo ganas de mirarte, nada más. Afición que he adquirido por ti desde que te vi llegar nuevo a este colegio.

Se acabo, me voy. Es triste para mí, pero he limitado mi hobby a parámetros más “normales”. Y espiarte estando con una chica, con la que posiblemente tienes algo, es uno. Despacito, me levanto un poco.

Un sollozo se oye.

Es ella, ella llora.

Quisiera quejarme. Justo cuando trato de hacer mi silenciosa escapada tienes que llorar chica. Lamentable. Peor, ahora siento más curiosidad. ¿La haces llorar? Dios, quiero mirarla, quiero ver que eres tú el culpable o el caballero que presta su hombro para lágrimas.

  • No llores, sabías de qué iba esto.- Es tu boca la que habla.- Enma, no tienes que llorar, ¿vale?

Voz gruesa. Ya sé, tú no quieres estar aquí. No, no quieres ser el caballero que presta su hombro para llorar.

Tengo que ver esto con mis propios ojos. Necesito saberlo. Me posiciono, y allí estás. Con el jersey azul, y ella con la blusa rosa algo desordenada. Tú tan impecable, parece que la perfección te sigue.

Quiero reír, me contengo. No debo ser descubierto.

  • Yo... yo creía que con el tiempo...

Sus ojos enrojecidos revelan la verdad. Sufrimiento. Lo veo, lo veo, es cierto, tú sufres por él, ¿es que acaso le amas?

  • No, Enma, te advertí y no me has hecho caso.- Suenas severo, casi como un padre.

  • Perdón.- Gimotea.

Tu mano se mueve, sigilosa, casi quiere llegar hasta la de ella. Pero no, te detienes.

Qué bello. Quieres ser el caballero pero no puedes. ¿En tus ojos verdosos existe el deseo de darle un abrazo amistoso y decirle que todo irá bien? No para nada...¿o sí? ¿Qué es lo que de verdad quieres hacer?

Enma, se mueve hasta él, y llega a sus labios. Los besa por encima. Pero no es para nada correspondida. Una última lágrima resbala.

  • Adiós.

Ella dice con pesar.

Te vas hermosa, ¿a dónde llorarás tu pena?

Y él se queda quieto, muy quieto. ¿Qué es lo que te pasa? Seguramente esta situación ya la has vivido. Yo estaría feliz si fuera tú, ¿sabes? Un problema que se va.

  • Ya puedes salir.

¿Qué?

Oh, mierda. No es al aire a quien se lo dices.

Y no te mueves. Estás ahí, de espaldas a mí. Tu figura ya me impone, no digo que esté muy tranquilo. Pues claro que no. Quiero reir. Sí, soy estúpido, casi todo me causa cierta diversión. Hasta el miedo.

Me sacudo los hombros. Calla y asiente.

Te das la vuelta. Oh, vaya. Tan cerca, tan cerca que olvido por qué tenía miedo. Y hago una última estupidez. Te sonrío.

Acto reflejo.

Pero de nuevo, costumbre mía, opto por apagar esa luz que me hace más “humano”. Estás muy cerca, no puedo con esto. No me gusta.

  • Debería darte una paliza.

No lo harás, ni te engañes, no eres de esos.

Y así pasan los minutos. No me importa el silencio, lo que realmente me está molestado es tenerte cerca. Odio eso.

Te cruzas de brazos. Mal, esa pose te queda mal.

  • Ahora entiendo a la gente cuando habla de ti.- Dices como si hubieras descubierto algo realmente interesante.

  • ¿Y qué es lo que dice la gente de mí?

Aléjate, por favor.

  • Me sorprende que no lo sepas.- Se asoman tus dientes.

¿Qué puedo decir de eso? Nada.

Me encojo de hombros.

  • Das miedo.

Oh. ¿Me sorprendo? No lo sé.

  • Eres espeluznante. Me das grima.

Esto sí que me sorprende.

  • Si vuelvo a verte mirarme de esa manera te sacaré los ojos, ¿entiendes?

Lo entiendo muy bien, Sergio, no seas así. ¿Hice algo verdaderamente tan malo? No creo, exageras, como todos los mortales.

Y nuestros ojos, como llevamos todo este tiempo, se encuentran.

No. No. No. Tú no. No lo hagas, no me mires así. ¿Por qué?

Sus labios se entreabren, quieres decir algo. Pero una fina línea sustituye tus palabras. Y te vas. Rápido.

¿Pero qué ha pasado? Ha sido molesto. Lo sé, la gente hace cosas raras.

Pero al parecer, yo más.

 

Los ojos marrones son siempre aburridos. Sí, a mí casi siempre me parecen bastante aburridos. Y puedo decir, que los tuyos tienen esa chispa que los hace entretenidos.

- Estás ido, no me digas ¿te drogas?

Tus teorías van en decadencia, amigo.

- No Carlos.

- Pues vaya aburrido qué eres. No entiendo cómo me caes bien.

Suspiro, ojalá fuese tan fácil estar con alguien como contigo.

- ¿Entonces por qué somos amigos?

Te pones a girar sobre mi silla.

- Porque eres mi vecino.- Señalas la puerta.- Y porque somos guapos, los guapos siempre van juntos de toda la vida.

Y giras y giras.

- Creía que era porque nadie más te aguantaba.

- Eh eh, claro que no. Lidia hasta lo hace mejor que tú.

- No creo que ella opine lo mismo.

Se te escapan las carcajadas. Claro, tú no sabes, pero eres un payaso. No está mal.

Y sí, somos amigos porque básicamente vives en mi hogar. Tienes el tuyo a pocos metros, pero no, es mejor colarse en mi habitación y fastidiar. Vecinos, de toda la visa. Amigos, de toda la vida. Te llevo observando dieciséis años, te conozco demasiado. Eres la mayor constante de mi vida. ¿Y qué es lo que sabes de mí? Quizás tan poco, y en el fondo, nos da igual. Matamos el tiempo juntos, eso es todo.

- Oye, sabes, vi a Enma llorando. Buah, da pena ver a las tías buenas llorar.- Arrugas la nariz pensativo. Te preguntarás qué chico haría llorar a una chica tan guapa para ti.

Eso me trae un extraño recuerdo, ¿verdad?

Sergio y esa mirada de asqueo. ¿Por qué?

- Fijo que es culpa del pijo ese con el que estaba de rollo.- Golpeas mi mesa.- Las tiene vueltas locas a todas, a Lidia debe molarle también.

- No creo.- Digo indiferente.

- Que sí. A veces la veo quedarse embobada cuando pasa por tu clase.- Me explicas molesto.- Tiene que ser por el tío ese.

- ¿Te importa?

Ladeas la cabeza, tu semblante se oscurece. Giras la silla y ya no te puedo ver.

- Ella puede hacer lo que quiera.

No tendrías que estar triste.

Y yo, ¿estoy triste? No lo puedo decir, porque lo no sé.

Me siento sobre la cama. Estiro los brazos e intento espabilar. Debo pensar sobre lo que dijo Sergio sobre mí. ¿Me molesta? No. ¿Entonces?

- Deberías decírselo.- Menciono.

Sé que me escuchas.

- ¿Decirle el qué?

Me levanto y llego a la silla. La volteo y tus ojos marrones se entretienen con tus uñas.

- Carlos.

Capto tu atención. Resoplas con fastidio.

- ¿Qué?

- ¿Te doy miedo?

Frunces el ceño. Te levantas con avidez escapando de mí.

- Recuerdo cuando te vi por primera vez...- Sonríes de lado, nostálgico.- Sí, me diste miedo.

- No lo sabía.

- No te lo dije.

Ambos nos sentamos en la cama.

- ¿Por qué?

Te pregunto y otra vez estás cabizbajo.

- A la gente no le gusta estar contigo. A mí ya me da igual, somos amigos, pero...- Dices con gesto afligido.- Tienes que admitir que no eres la persona más normal.- Ríes bajito.- Tío, da igual.

- ¿Qué es lo que da miedo? No me entero.

Juntas tus manos, pensativo.

- Eres tú por completo. O sea, mira, no es estés mal físicamente, incluso a alguna le has gustado.- Niegas con tu cabeza impresionado.- Pero es mirar aquí – Pones tus dedos en V señalando mis ojos.- y es quedarte paralizado.

- ¿Qué les pasa a mis ojos?

- No son tus ojos. Es la manera que tienes de mirar. - Describes despacio, como si tú tampoco entendieses.- Es esa actitud que tienes la que da miedo.

¿Mi actitud?

- Adam, me tengo que pirar.

Caminas hasta la puerta, sujetas el pomo y te quedas ahí. ¿Qué le pasa a todo el mundo hoy?

- No te preocupes.- Me dices.

Y sales de mi habitación. ¿Que no me preocupe? No lo hago, sólo es curiosidad.

¿Y lo que dijo Sergio? Eso me irrita un poco.

Me meto al baño, quiero hacer una cosa. Cierro la puerta pongo el seguro y me desnudo. Un, dos, tres y cuatro pasos, ya estoy. Delante del espejo me observo.

Tengo aspecto enfermizo, o eso me parece a mí. Rio, no me siento enfermo. Delgado y casi no tengo pelo por el cuerpo. Eso me gusta, está bien. Me acerco más al espejo. ¿Qué les pasa a mis ojos? Tan azules, tan azules. Sólo veo un par de ojos como el cobalto. Y el pelo negro. Demasiado contraste con la piel, no está tan bien.

 

¿Pero qué es lo que ves tú, Sergio? Susurro a mi reflejo.

 

 

 

 

 


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