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Nevermore por Angie Sadachbia

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Notas del fanfic:

¡Feliz vigésimo cuarto cumpleaños, Belu!

Ya sé que tu cumple es el sábado, pero te dije que esto lo publicaría en cuanto estuviera listo para darte tiempo de leerlo. Sé que tendrás todo tu cumple ocupado con tus amigos y así, bueno :v Allá en Argentina ya es 17, así que no estoy taaaan adelantada a celebrarlo.

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COSAS QUE INSPIRARON ESTE FIC

-Halloween.

-La conexión del mundo de los vivos y el reino de los muertos durante este mes, creencia en algunos países.

-Creer ser algo que no eres.

-Los escritos de Poe, en alguna medida, creo...

Notas del capitulo:

Hola a todos.

Como ya ha quedado claro, este fic ha sido un pedido muy especial que me hizo mi adorada Belu-chan con motivo de su cumpleaños; está dedicado especialmente a ella.

Espero que te guste y sea de tu agrado, mujer.

 

A los demás, espero igualmente que este fic satisfaga sus expectativas.

Dejé las excusas de lado para mudarme a la que yo creía que sería la casa de mis sueños. Acogedora, cálida, cómoda, campestre y con un amplio jardín delantero; no podría desear algo mejor, aunque lo encontrara. La primera vez que la vi, fue pasando en uno de mis paseos mañaneros, ¡me enamoré desde entonces! La antigua casa había sido mi hogar por mucho tiempo, pero por alguna razón me empezaba a resultar incómoda y por eso decidí que lo mejor sería moverme.

Mi nombre es Akiharu, en aquel momento tenía dieciocho años y estaba enamorado de la vida, porque era perfecta. Llevaba viviendo en esa casa durante un par de meses y, cada día, tenía la sensación de que un qué o un quién estaba haciendo modificaciones sin consentimiento a mi casa. Los muebles, la decoración, la comida en la alacena e, incluso, el tazón de comida de Nyappy —mi hermosa cachorra— aparecía vacío o tirado en el patio trasero. Algún tipo de entidad me estaba tratando de hacer una jugarreta, tal vez sólo eran los odiosos hijos de los vecinos, o tan sólo yo lo estaba imaginando. Siempre regresaba todo a su auténtico sitio, rellenaba el tazón de comida y luego iba a tomar mi acostumbrada caminata. Nunca tuve razón de lo que sucedía, hasta ese día.

La noche del quince de octubre algo pasó. Me disponía a dormir, para lo que debía apagar las lámparas de gas de la sala, el pasillo y mi habitación. En el momento en que entraba a ésta, la luz de la sala se encendió seguida de un murmullo. Un suave escalofrío recorrió mi espalda, pude sentir un leve temblor en los brazos y mi corazón dar un vuelco; algo fuera de mi comprensión estaba ocurriendo en esa hermosa casa. A pesar del miedo, decidí controlarme e ir a inspeccionar lo que fuera que estuviese ocurriendo. Muy inteligente, ¿cierto? Los pasos que daba eran calculados, delicados, un pie justo delante del otro, hasta llegar a la sala… entonces lo vi, el demonio rojo que estaba torturando mi tranquila vida.

—¡Vete! —grité con furia, parado en el marco de la puerta. La criatura, que entonces cambiaba de sitio algunas figuras en la repisa, se giró a verme con sorpresa. Era un chico, pelirrojo y de ojos oscuros, su piel era demasiado blanca o eso parecía: él era transparente, podía alcanzar a divisar lo que estaba detrás de sí.

—¿Por qué? —Y se atrevió a retarme, demasiado valiente de su parte. Podría conseguir un sacerdote o monje al próximo día para que hiciera lo que le pedía.

—Porque esta es MI casa y tú no perteneces a aquí. —Inmediatamente me acerqué a la lámpara encendida de la sala y, de un rápido movimiento, la apagué.

Los días iban pasando con lentitud, desde esa noche lo seguí viendo con recelo. Esa criatura, lo que sea que fuese, estaba alterando mi mundo y yo no podía permitir que eso siguiera ocurriendo. Todos los días salía de casa con rumbo a los templos cercanos, para encontrar a alguno de esos guías espirituales que exorcizan casas; pero nunca encontré a nadie. Las edificaciones estaban ahí, abiertas y dispuestas a que los fieles creyentes se acercaran a pedir ayuda a Dios o a sus emisarios, sin que esa disposición fuera materializada. A veces caminaba por algún sendero que conectaba al pueblo con el mundo exterior, con la esperanza de encontrar algún monje vagabundo para que me ayudara, sin éxito. ¿Podía el sinsabor de saberte acosado por una criatura del otro mundo en tu espacio más íntimo, sin ningún avistamiento de auxilio divino para librarte de él, ser superado en desgracia? Infortunadamente, sí.

No me había percatado de ello por estar ocupado en divagar, andar y buscar por todos lados; el pasar del tiempo estaba materializando cada vez más al fantasma y eso lo supe la noche del veinticinco. Acababa de llegar a casa de mi búsqueda diaria infructífera de ayuda espiritual, la luz de la sala estaba encendida y la de la cocina también. Resoplé con enojo, esa entidad no quería dejarme en paz. Me acerqué a la cocina, donde debía estar, a paso furioso, azote de un golpe la puerta que estaba abierta y el chico se sobresaltó, dejando caer un vaso que contenía algo blanco que, supuse, era leche.

—Deja de robar mi comida y deja de ocupar mi casa. Te quiero fuera de aquí para esta noche, ¡¿entendiste?! —Caminé un par de pasos, observándole con verdadera molestia. No entendía muy bien cómo era que un espíritu podía comer; no me importaba. La cercanía, sin embargo, me hizo notar que el muchacho parecía verse más… sólido, real. Parpadeé un par de veces al percatarme de eso.

—Es mi comida y es mi casa. ¡Vete tú! —Acortó la distancia, mirándome con una combinación de espanto y curiosidad.

—No me hagas repetirlo… tú —dije con desprecio.

—Takuya, me llamo Takuya. —Suspiró con fuerza y regresó a buscar un trapo, poniéndose a limpiar el desastre del piso.

—Bien, Takuya —mascullé—. Limpias y te vas.

—Al menos dime tu nombre, señor descortés. —Detuvo lo que hacía para mirarme, mientras decía eso. Volvió a aquello, recogiendo con sumo cuidado cada trozo de barro quebrado.

—Akiharu. —Por alguna razón, el decir mi nombre lo puso algo nervioso—. ¿Pasa algo?

—No, nada —susurró, pero alcancé a escucharlo—. Mejor explícame eso de que esta es tu casa.

Estaba tan cansado de andar por el pueblo, que preferí tomar asiento. Total, la plática no parecía detenerse antes; pero se podía resolver por las buenas o eso quería pensar.

—La compré y llegué a vivir aquí hace dos meses, es mi casa. —Admito que dije eso con algo de rudeza.

—No sé a quién se la compraste, pero esta casa me la heredó mi madre al morir hace tres años. —Esa confesión me dejó en mi sitio, tanto como para no percatarme de que el tal Takuya había terminado de limpiar y ahora estaba sentado al otro lado de la mesa. ¿Tres años? Seguro el pobre chico había muerto junto a su madre, creía que seguía vivo y que tenía que cuidar la propiedad de su ser más amado. Sólo podía pensar en cómo lidiar con eso, cómo resolver esa situación para mi beneficio—. Akiharu. —Fue escuchar mi nombre para recordar en dónde estaba, mire hacia el lugar del que provenía la voz—. Contéstame, ¿quién te vendió la casa?

—No recuerdo. —Y era la verdad.

Takuya dijo que, como él era el dueño de la casa —que vivir tres años lo hacía serlo—, me iba a dejar quedar en ella hasta que encontrara otro sitio. ¡Qué considerado!, ese niño pensaba que iba a echarme de mi propio hogar. A pesar de la perturbación que me producía convivir con un fantasma, no me quedó de otra que aceptar. Por alguna razón, no lo había visto antes del quince de octubre y, probablemente, no lo volvería a ver después de algún tiempo.

Solíamos encontrarnos a partir de ese día, con mucha frecuencia. A él le gustaba mucho leer, cocinar y mantener organizada la casa. A mí me gustaba dejar la casa realmente organizada, jugar con Nyappy y cuidar del hermoso jardín de rosas. También disfrutaba de estar lejos del pelirrojo, no porque fuese desagradable, sino porque su presencia me rodeaba de un aire frío. No le decía nada, sólo me alejaba cuando sentía el frío insoportable intentando entrar a mi cuerpo.

La noche del treinta y uno de octubre había llegado, con ella ese sentimiento de incomodidad que llevaba sintiendo casi ocho años. Había algo en esa fecha que alteraba mi paz, al tiempo que podía ver varias ánimas en pena recorriendo el mundo. Nunca supe realmente a qué se debía eso, pero me daba demasiado miedo. Como todos los años, esa vez me encerré en la casa; Takuya estaba afuera y yo quería que regresara, ¿para qué? No supe, sabía que su presencia me alteraba; pero era la primera persona en que confiaba después de tanto tiempo, claro que con persona me refería a espectro macabro invasor del otro mundo.

Por un simple impulso, deseando que el pelirrojo demonio estuviera llegando a casa, me asomé a la ventana. La calle oscura, alumbrada tan sólo por la gran luna y desfiles de pequeños fuegos cargados por aquellos que celebraban la Víspera de los Santos o la Noche de los Muertos, como mamá me había enseñado que se llamaba; no le había creído eso de que la línea de los mundos se debilitara tanto como para permitir que las almas invadieran este mundo de los vivos… pero desde hacía ocho años, supe que era cierto porque me vi en medio de un desfile de espíritus. Fue que el Sol se ocultara para que empezara a ver formas a mi alrededor de muertos, de entidades malignas y benignas; el miedo me pudo y huí a casa. Esa noche, esperando a Takuya junto a la ventana, vi algunas de esas malvadas criaturas surcando el cielo y salí corriendo a refugiarme bajo las cobijas.

Oculto en ese oscuro rincón, me percaté de que había visto por primera vez al chico justo a mitad de octubre y, según decían algunos, la permeabilidad entre la tierra de la muerte y la de la vida empezaba esa noche. ¡Por eso veía al pelirrojo! Ahora todo tenía sentido y sólo debía esperar quince días más para recuperar la casa. Sí, que el chico me caía bien; pero una cosa era esa y otra era compartir mi vivienda con un espíritu.

Mis divagaciones mentales fueron interrumpidas a eso de medianoche, cuando la energía estaba en su máximo apogeo, por el sonido de la puerta principal abriéndose. Era él. No sabía qué había pasado; pero sentir su presencia me tranquilizo, quería creer que era porque Takuya era un fantasma bueno. Me levanté de la cama despacio, estaba usando una típica pijama blanca y larga, hasta la mitad de mis muslos; me dirigí hacia la cocina, donde el muchacho se encontraba con una cesta llena de dulces. Seguro eran las ofrendas que le habían dado.

—¿Quieres? —Fue lo primero que dijo en cuanto se percató de mi presencia, me sonrió encantadoramente y me ofreció una manzana.

—Eso es tuyo, no debo. —Seguía algo nervioso por la energía espectral, lo que me hacía ser más tímido de lo normal.

—Aki, te la regalo. Por favor, ven y siéntate conmigo. —Señaló la silla frente a él, sonriéndome con calidez. No pude negarme, asentí e hice lo que me pidió, recibí la manzana para comerla con gusto.

—Está muy dulce —comenté con casualidad, bajo su atenta mirada.

—¿Dónde vivías antes? —Él comía una tarta de frutas o fingía hacerlo, porque no dio más de una mordida.

—En la casa blanca al otro lado del río, la única blanca. —Sonreí con satisfacción, esa peculiaridad de mi casa antigua era mi orgullo.

—Ah —susurró, a él le gustaba murmurar mucho. Un rostro de melancolía se asomó en esas facciones perfec… No he dicho nada. Pero sí, recuerdo que se puso melancólico—. ¿Por qué te mudaste?

—Porque mi otra casa se sentía vacía e incómoda, y esta es bastante bonita. Aunque no me decidí al instante, me tomó algo de tiempo elegir el cambio. —Volví a morder la manzana y el me miró con una suave sonrisa.

—Te tengo un regalo. —Se puso en pie, dejando el postre, y sacó algo del bolsillo en su camisa. Era una cadena de plata, de la que colgaba un pequeño rubí; algo me decía que ya había visto eso en algún lado.

—¿Por qué? —murmuré cuando sentí que me ponía el collar, se suponía que esa fecha era para obsequiarle algo a los muertos y no al revés. Suspiré por un roce en mi cuello, intencional pienso, de sus manos. No se sentían frías, sino cálidas, como su sonrisa.

—Porque alguien tan bien presentado como tú merece algo bonito. —Me sonrojé, el tono de su voz era muy ameno, cariñoso quizá, y sus manos se empeñaban en acariciar mi cuello y hombros.

—Presiento que quieres algo. —Alcé un poco mis hombros, los cuales fueron masajeados al instante—. Sí, dime qué quieres —dije con algo de resignación. Pero reconozco que era bueno con las manos.

—Sé que sonará loco, atrevido e, incluso, desesperado. —Respiró profundo antes de continuar, yo simplemente le miraba con expectativa—. Quiero que me permitas besar tus labios.

Un hombre besando a otro hombre. No necesitaba pensarlo para saber que la idea no me repugnaba; sin embargo, me asustaba. Eso no era natural, eso decía mamá; eso decían todos. ¿Un beso? ¿Tan sólo eso? No era idiota, sabía cómo se hacían los hijos… Aunque en ese momento me dio curiosidad de pensar en si eso se podía hacer con otro hombre. Mis pensamientos divagaron, estábamos en nuestra casa, nadie debía de entrar, el chico era de buen aspecto y yo, bueno, ¿esa sería alguna aberración? Que un vivo, como yo, hiciese algo con un espectro. Más allá de lo homosexual, aquello debía ser la condena segura al infierno.

—Aki… —Insistió llamándome por ese recorte que no me gustaba, nunca me había gustado.

—Sí. —Tan fácil puede ser condenar el alma.

Takuya me tomó de los brazos y, con gentileza, me hizo ponerme en pie, quedar frente a frente con él y me abrazó por la cintura. La diferencia de alturas no era mucha, estoy seguro de que era más alto que él; y, bueno, ser la niña de la situación no me agradaba demasiado, pero en ese momento no pensaba con claridad. Le rodeé los hombros y acerqué nuestros rostros. La sensación de calidez iba subiendo. Un roce, uno tímido, seguido de otro y otro contacto, nada seguro. Después de esos instantes eternos, el verdadero beso llegó, cargado de una sensación extrañamente familiar que me hizo sentir muy cómodo. La caricia de nuestros labios se prolongaba entre suspiros para recuperar el aire, mordidas traviesas y sonrisas pícaras; ambos sabíamos que pasaría algo más. Me tomó de la mano, llevándome a su habitación. Ya había entrado ahí antes, era mi cuarto de huéspedes —con el que, a propósito, lidiaba en cambiarle esas horribles sábanas de color durazno por unas azules—. Pasé saliva mirando el lugar; pero no tuve mucho tiempo para eso, porque ya me encontraba acostado sobre el colchón con el cuerpo del espectro aprisionándome. Me sentí ahogado, confuso, me removí por eso.

—Lo siento, ¿hice algo malo? —Me miró con preocupación, tenía su perfecto y delicado torso al descubierto, los cabellos ligeramente despeinados y los labios queriendo hacerle competencia al tono de su mediana melena. Resoplé, aceptando con extraña rapidez que podía confiar en él.

—Detenerte —dije en tono retador, a él pareció gustarle eso y sonrió con un toque de diversión antes de volver a atacar mis labios con los suyos.

Mi única prenda, esa bata larga que usaba como ropa de dormir, me fue arrebatada en medio de movimientos erráticos y risas nerviosas. Al darme cuenta de que ya no estaba vestido, la vergüenza se apoderó de mi cuerpo y llevé mis manos instintivamente a la zona más íntima que un hombre pudiese tener. Takuya me vio, sonrió un poco negando y se levantó para sacarse el pantalón junto a los tirantes. Ese extraño color claro de piel era demasiado raro de encontrar, y el joven lo lucía en todo lo que podía notar. Cuando pude ver aquello que no estaba seguro de ver, una parte de mi pudor se fue y le permití volver a subir, entrelazando nuestras piernas, con su cuerpo sobre el mío. Sentía directamente su piel sobre la mía, era una sensación demasiado extraña porque combinaba el vacío con la calidez, la expectativa y la negación. Sentía algunas venas por el rápido latido de mi corazón, transportando sangre fría. Algo a lo que ya me había acostumbrado.

Todos los pensamientos que intentaban decirme que esa no era una buena idea se habían desvanecido por obra de sus labios suaves y adictivos, sus manos que sabían en qué zona acariciarme y su hombría cada vez más dura. Los besos se transformaron en succiones en mi cuello y pecho, mordidas, jadeos. Mi garganta se manifestaba por mí, porque no podía pensar en nada coherente para decir; mi voz en gemidos se comunicaba para darle entender a Takuya que todo lo estaba haciendo bien. En un instante de descuido, le sentí acomodarse entre mis piernas, dejándome con la idea de estar al descubierto.

—¿Qué haces? —susurré con algo de temor, la que solía abrir las piernas en esa situación era una chica y, luego de eso, la hombría de su pareja la penetraba.

—Voy a hacerte el amor. —Selló mis labios antes de que pudiera reclamarle que eso no se hace con alguien a quien conoces de quince días, también que yo era hombre y no era posible. Entonces supe cómo pretendía hacer las cosas, sentí algo tocando una zona demasiado sensible.

—¡Olvídalo! —grité y su mano tapó mi boca, me miraba sin entender nada.

—Ya te dije, Aki. —Lo miré mal—. Miku, lo siento. —¿Miku?—.

—No, no. Eso no parece algo que vaya a disfrutar. —Me removí para escapar; pero él presionó mi cadera contra el colchón con algo de fuerza, nuestras erecciones quedaron rozándose en esa posición y otro gemido se escapó de mi boca.

—Te prometo que lo vas a disfrutar. Confía en mí. —Acarició mi mejilla y, como idiota, asentí. Pero fue una idiotez de la que no me arrepiento.

Acercó dos dedos a mi rostro y, con una suave sonrisa, acarició mis labios. No entendía bien qué quería, luego sentí presión y lo entendí. Abrí un poco para dejarlos pasar, los lamí y succioné, mientras él los movía con suavidad. Más allá de la excitación, presentía que aquello estaba mal, pero que podía confiar en él y que todo saldría bien. Eso quería creer. Claro que seguía sin entender —ni pensaba averiguar— el porqué un espectro tenía tantas funciones carnales en buenas condiciones, ¿sería acaso la magia de esa noche oscura?

Terminó de invadir mi boca de esa sucia y libidinosa forma, para dirigir sus dedos a la zona que había tocado antes. Nunca habría pensado en ella como el lugar ideal para entrar en el cuerpo de un hombre, para hacerle sentir placer, para poseerlo y para llevarlo al cielo con un ligero movimiento, para arrastrarlo al máximo dolor con otro. No fue un roce, fue una intromisión lo que me hizo arquear la espalda. Mi pareja de la noche sonrió, acariciando mi cabello y besándome, diciéndome que todo estaría bien, que me relajara; yo respiré profundo, cerré los ojos y me dejé hacer. Pronto sentí el otro dedo, después un tercero y algo de incomodidad se asomaba en la zona más baja de mi espalda. Sin embargo, no sé qué tocó en mi interior, me sentí tocar el Paraíso; el placer más intenso de mi vida en una suave oleada que me provocó un temblor, seguido de un autónomo movimiento de pelvis. Quería más.

—Akiharu —susurró mirándome, le sostuve la mirada y sonreí—. Dolerá un poco, luego todo será placentero. —Me devolvió la sonrisa, esas palabras me habían inquietado más de lo que me gustaría reconocer; ya no había marcha atrás. Entró en mi cuerpo, creo que fue la falta de costumbre, lo sentí más grande de lo que recordaba.

Mis primeros gemidos eran más bien gimoteos de dolor, la intromisión no se sentía bien. Sólo pude cerrar los ojos para tratar de pensar en algo más agradable, más placentero. Entonces lo sentí, Takuya estaba masturbándome al ritmo de sus lentos movimientos, desencadenando un choque en mi interior entre el placer y el dolor, en el que el placer parecía fortalecerse cada vez más. No dejó de ser incómodo, aunque sí podía sobrellevar los movimientos rápidos y erráticos del chico; parecía estar buscando algo dentro de mí y no me interesaba saber qué era, el dolor volvía a ganar su lugar.

Una nueva oleada de placer me hizo arquear la espalda, había chocado de lleno contra algo dentro de mí que me provocaba agudos gemidos. No supe si era mejor sentir tan arrasador deleite o el desgarrador dolor, ambos conseguían arrancar algo dentro de mí, a pesar de ser distintos. La fricción constante sobre mi punto débil me llevó en poco tiempo al éxtasis, sentí algo explotar en mi interior junto a un líquido en mi abdomen; pronto, otro líquido cálido y espeso me llenaría. Tal vez era eso lo que llamaban “orgasmo”.

Respiré agitadamente hasta recuperar mi ritmo normal, quedando acunado y dormido en los brazos del fantasma de Takuya.

 

Los primeros rayos del Sol me despertaron junto a una suave caricia en mi cabello, alcé la vista y le sonreí. Takuya ya se veía un tanto translúcido otra vez.

—Buenos días, Miku. —Sonrió ampliamente, mirándome con inmenso cariño.

—Buenos días —dije algo dudoso—. ¿Por qué me dices “Miku”? —Me incorporé sin el mayor esfuerzo, me senté cruzando las piernas y esperando una respuesta.

—Porque eres Miku. —Mantuvo su sonrisa y yo mi extrañeza—. Yo sé que lo eres.

—No, yo me llamo Akiharu.

—Tu apodo es Miku; yo te lo puse, ¿recuerdas?

—En quince días que tenemos de vernos, no me has puesto ningún apodo. —Trataba de mantener la calma, si el espíritu se enojaba algo malo podría pasar.

—Pero eso pasó hace casi diez años, Miku —murmuró y yo me quedé helado.

 

Takuya llevaba una libreta entre sus brazos, yo caminaba a su lado por un sendero que conduce al bosque. No desayunamos, sólo me dijo que tenía que mostrarme algo y yo no me negué, para no enojarlo. A medida que avanzaban mis pies, me sentía perturbado y asustado; no reconocía el lugar, pero sí me traía sensaciones malas. Llegamos al pie de un gran roble, uno bajo el cual estaba una mujer vestida de negro rezando el Rosario. No reparamos en ella, el pelirrojo espectro se detuvo frente al árbol y lo señaló.

—¿Lo reconoces? —Miré y negué, nada me decía que lo hubiese visto antes. Pero un fuerte miedo se apoderó de mi cuerpo.

—¿Qué es, Takuya? ¿Por qué estamos aquí? —pregunté tratando de sonar calmado.

—No puedo creer que no lo reconozcas. —Negó, ocultando el rostro entre sus manos. Por el movimiento de sus hombros, supe que estaba llorando.

—Joven, le recomiendo que deje descansar esa pobre alma. —La mujer estaba de pie y se acercaba. Era joven y su voz sabia.

—Pero no sé qué le hice —repliqué de buen modo, era la verdad y no quería quedar como un perturbador de espíritus. Ella me ignoró, sólo miraba como si aún esperara una respuesta—. Si me dice cómo, lo dejaré descansar.

—No puedo. —Ese fue Takuya, limpiando sus lágrimas y sollozando. La señora se acercó a él y, con gesto maternal, lo abrazó. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando.

—¿Alguien podría explicarme qué pasa? —Me ignoraron—. ¡Dígame! —Intenté zarandearla, mi mano la atravesó y ella tembló.

—Muchacho, déjalo ir. Está alterado. —¿Hablaba de mí? Me alejé un par de pasos con miedo. Yo… yo estaba vivo, ¡vivo!

El pelirrojo se separó de ella, sacó algo de su libreta, un periódico viejo, y se acercó a mí. La mujer miraba con curiosidad, como si no pudiese verme. Él me ofreció ese papel, lo intenté tomar; pero cayó al suelo.

—Las almas no tienen contacto con nada de este mundo de los vivos —dijo ella, como queriendo explicarle.

—Él mueve las cosas en mi casa y anoche hicimos el amor —murmuró en tanto recogía el periódico.

—Puede que mueva las cosas porque está conectado a la casa. Sobre lo otro. —Fingió toser—. ¿Eso fue anoche? —El pelirrojo asintió—. Cuando el reino de los muertos y el mundo de los vivos están conectados de forma tan fuerte, esas cosas pueden pasar.

—Quiero que lea lo que está en el periódico.

—Sostenlo para él. —Yo quería leer eso, por algo me lo estaba ofreciendo. Aunque había algo que me alteraba.

Takuya abrió el diario en la sección que quería mostrarme y la puso ante mí, yo intenté guiarle las manos para que lo dejara en una posición cómoda para mis ojos. No podía sentirlo como la noche anterior, lo que me provocó algo de pánico. Siguió mis movimientos y le hice detenerse al ser suficiente.

HALLAN CADÁVER DE JOVEN DESAPARECIDO

Tsukiyama Akiharu, de dieciséis años, fue hallado muerto en la tarde de ayer. Su familia lo reportó como desaparecido cuatro días atrás, cuando lo vieron por última vez. El cuerpo de Tsukiyama colgaba de una soga que hacía efecto péndulo en la rama más bajo del viejo roble en el camino al bosque. No hay indicios de que haya sido un homicidio.

Se sabe que había serias sospechas de que el joven Tsukiyama fuera culpable del delito de homosexualidad, por lo que se especula que el suceso haya sido parte de una labor de limpieza social. Las autoridades investigan para esclarecer los hechos.

Al cuerpo se le dará cristiana sepultura el día de mañana.

 

La fecha era de hacía ocho años, casi tres meses antes de la Noche de los Muertos. El joven espectro, dándose cuenta de su realidad, se quedó estupefacto. Una lágrima rodó por su mejilla, aunque no era real. Takuya le miraba con dolor, demasiado dolor; él tenía la esperanza de que su amado aún le recordara. Akiharu gritó, gritó poseído por la angustia de no saber qué pasaba con él, de haber vivido una mentira durante ocho años.

—Está muy alterado, joven. Libere esa alma, es lo mejor —decía impasible la mujer, aunque por dentro moría de miedo. Ella le temía a las ánimas en pena que rondaban el mundo.

—¿Por qué no me recuerdas? —susurró el pelirrojo mirando aún al otro chico.

—Las almas en pena no recuerdan nada antes de su muerte, ellas buscan lo que era natural que ocurriese poco después de su cruce al otro mundo. —Los jóvenes miraron a la señora, quien se alejó de a poco. Ella no quería hacer parte de nada de eso, sólo cumplía con aconsejar lo más recomendable.

—¿Qué pasó antes de mi muerte? —preguntó el ánima, mirando sin consuelo a la nada.

—Tú y yo éramos pareja, a pesar de que la homosexualidad es un pecado castigable —dijo conteniendo sus sollozos—. Estaba intentando convencerte de que lo mejor sería vivir juntos en la casa de mi madre, porque tu familia te había dado la espalda al descubrir lo nuestro. —Hizo una leve pausa, los recuerdos se arremolinaban en su mente y le cerraban la garganta—. Todo iba bien, tú seguías sin decidirte al cambio; pero éramos felices. Un día, el grupo de ancianos conservadores llamó a casa de mi madre mientras yo te la estaba mostrando. Abrimos la puerta tomados de la mano y ese fue un grave error. Al día siguiente desapareciste y… —Cortó su relato para llorar un poco, limpiando las lágrimas en vano.

Como si le hubieran abierto una ventana a la verdad que desconocía, Akiharu pudo verse a sí mismo del otro lado tal cual era. Recordó todo lo que había pasado, toda su vida, todo lo que había hecho durante ocho años y que hacía parte de su tránsito anormal por el mundo de los vivos. Suspiró conteniendo varios sollozos.

—¿Por qué no has descansado en paz, Miku? —El mencionado respondió con una mirada fría e inundada por las lágrimas. Takuya se olvidó de las propias e intentó secar las ajenas, olvidando que el contacto era imposible.

—Porque yo debía hacerte feliz, por eso vivo —dijo con ironía—, en casa de tu madre y yo… —Se detuvo para limpiar sus lágrimas, se había resuelto a no seguir llorando.

El pelirrojo intentó abrazarlo. A pesar de lo imposible, podían sentirse: Miku sentía el calor del amor que le profesaba su pareja aún y Takuya sentía el frío de la muerte.

—Mátame para ser feliz contigo. —El espectro se alejó, observándole con miedo—. Por favor. —Recibió una negativa en respuesta.

—No he podido descansar porque no eres feliz, me niego a vagar contigo sin recuerdos por este mundo de frío y oscuridad. —Suspiró, pensando en muchas cosas que él creía que hacía como ser vivo; en realidad, casi todo eso era una sombra de lo que él solía hacer en vida o una ilusión de la muerte misma.

—Me es imposible ser feliz sin ti. —Takuya llamó la atención de su pareja con esas palabras—. Han sido ocho angustiantes años en los que no he podido, la culpa me pesa, ¡porque es mi culpa que hayas muerto así de horrible! Y… aunque llegué a olvidar tu rostro, después de mucho intentarlo, apareciste tú. —Le observó con una suave sonrisa—. Si no quieres que muera, al menos quiero vivir contigo, como debió ser.

—Perdóname, Taku. —El chico bajó la mirada—. Mi vida en muerte no es más que una secuencia de hechos que olvido una y otra vez —murmura—. Sólo recordaba la Noche de los Muertos, no sé por qué. —Suspiró y le observó—. ¿Cómo fue que no me viste antes, si la casa la tienes desde hace tres años?

—La dejé en alquiler varias veces, no me sentía preparado para vivir ahí. Es más, después de tu muerte, me mudé a otro lugar con la excusa de estudiar. Me hice contador —dijo con una sonrisa poco animada—. Aunque muchos inquilinos se fueron porque había un fantasma merodeando la casa, los vecinos también te habían visto. —Rió un poco, contagiando al espectro—. Te hiciste famoso. —Terminó por limpiar los rastros de lágrimas.

—Tú no debes morir.

El humano, el que seguía con vida, con su corazón latiendo y sus nervios funcionando, no podía entender esa orden. Lo único que Takuya deseaba con todo su ser era estar al lado de Miku, su amado Miku, y él le decía que debía vivir una vida de angustia sin él a su lado.

—Seguramente alguien más te amará. —Sonrió con debilidad, su figura se hacía cada vez más débil, apenas y podía verlo—. Te amo, mi tierno niño.

—Y yo te amo, Miku. No me dejes solo —rogó en un sollozo, acercándose al chico que ahora estaba bajo las ramas del roble.

—Morí hace ocho años, debería descansar en paz —murmuró para sí mismo, mirando la rama encima de él y suspirando para regresar su mirada al pelirrojo—. No fue tu culpa que haya muerto tan joven, tú me amabas. —Sonrió, dejando ver una última lágrima.

—Mi amor te mató. —Respiró profundamente, mientras veía al otro negar con su suave sonrisa aún en el rostro—. ¿Por qué no morí yo? —Contuvo nuevas lágrimas.

—No sé, pero me basta a mí. Quiero que vivas y hagas todo lo que quieres hacer. —Se acercó una vez más, manteniendo su sonrisa. Una paz tranquilizadora le llenaba al pronunciar esas palabras.

—Quiero descansar, Takuya. —El otro le miró con pánico—. Quiero que descanses de este dolor. —Señaló el pecho del pelirrojo—. No puedes morir en vida, cuando puedes conseguir todo lo que te propongas.

—Sólo quiero ser feliz…

—Eso puedes hacerlo por tu cuenta; yo seré feliz, si tú eres feliz. No me importa que sea con Sano. —Rió un poco recordando a su viejo amigo y rival del amor.

—Sano me apoyó mucho en esa época —murmuró.

—Él te ama, podrían ser felices juntos si me dejas ir. —La idea sonaba cruel para el pelirrojo—. Déjame descansar y sé feliz, haz feliz a Sano.

—¿Y lo nuestro? —Se encogió de hombros, tratando de resignarse a la petición descabellada que escuchaba con tanta angustia. Debía dejar de ser egoísta, pero no podía.

—Lo nuestro fue y nunca más será. —¿Acaso el otro se había vuelto loco? ¿Por qué Miku le decía esas cosas? Si le dijo que lo amaba y él le amaba—. Es hora de que inicies un nuevo capítulo en tu historia y me dejes poner el epílogo del mío. Por favor —dijo en un sollozo las últimas dos palabras.

—Nunca te voy a olvidar, Miku. —Se miraron a los ojos, esas seis palabras habían liberado el ánima en pena del chico—. Gracias por perdonarme.

—No fue tu culpa. —Sonrió, sabía que se estaba desvaneciendo y quería que el último recuerdo que se llevara el amor de su vida, fuese su sonrisa.

—Te amo, no lo olvides —murmuró, viendo impotente cómo el otro desaparecía ante sus ojos—. Yo no podré olvidarte.

—Yo te amé desde la primera vez que te vi, hasta la última vez que me veas. —Mantuvo su sonrisa y miró hacia abajo, terminando de evaporarse en el aire.

Notas finales:

Lo sé, tal vez fue algo confuso en un punto o no sé. Es una cosa rara que se me ocurrió en un momento de locura, ni recuerdo cómo fue.

El punto es... quería escribir una historia con algo de angustia mezclada con romance. Espero enormemente que les haya gustado y que me dejen su opinión, así puedo saber en qué mejorar para una próxima oportunidad.

 

¡Gracias por leer! .O.


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