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Disculpa los malos pensamientos por EobieUrie

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Notas del capitulo:

Soy un asco para los titulos. No es songfic, pero quize ponerle ese titulo por un amigo que no dejaba de poner esa cancion y creo que le encajó

Bueno, he aqui las historia, ojala les gusta. Eso si, es un poco perturbador (? si, algo asi. Pero si les agrado, dejen un comentario :)

Su cuerpo tendido sobre el frio concreto, en una calle vacía. Un enorme edificio a medio desplomar a un costado. Y sangre. Sangre por todos lados, como si algo le hubiera explotado y volado su cuerpo, salpicando todo de aquel exquisito carmesí.

Sus enormes ojos inquietos, congelados para siempre en un rictus de angustia que surcaba su angelical rostro. De su boca jamás volvería a salir ninguna broma, ninguna idiotez, ninguna incoherencia. Mucho menos palabras de aliento, de cariño, de amor. Aun quedaba entreabierta, dejando pasar por ahí el invisible camino que marco su último aliento.

Sus tripas escapan por un agujero en su vientre. Un desfile de colores ante la mirada histérica de JiHo. Ahora puede ver todo su interior, indefenso, sin tapas ni parafernalias que engañase con perfección falsa. No había nada más que un saco roto de carne, hueso y sangre con el contenido disperso por el suelo. Reducido a eso, lo que alguna vez fue un ser humano. Que reía, que lloraba, que sufría y que da feliz. Todo a la vez, así de maravilloso podía llegar a ser JaeHyo.

Era un espectáculo para su disfrute y placer privado, prohibida la entrada a todo aquel que fuera ajeno al amor incondicional de aquel chico, que ya no era un chico sino un cadáver, porque el mismo JiHo se había encargado de matarlo. De arrancarle la vida de golpe. Y si él quería, podría resucitarlo y volverlo a matar. Cuando quisiera, como quisiera. Podía llegara a ser más o menos doloroso que la vez anterior. Y sería su decisión exclusiva. La vida y la muerte de Ahn JaeHyo estaban en sus manos, a sus deseos. Es su juguete, nada más que su esclavo. Objeto de pasión y deseo, todo controlado por un par de palabras que emitiesen los labios del menor.

Y es que para ambos no había amor más perfecto que este. Con una discusión, una pequeña riña. Una palabra hiriente, o por el contrario su total indiferencia. Cualquiera seria perfecta para asesinar al otro y como si nada traerlo a la vida. Porque el amor hace eso, y más.

Los cortos momentos de desesperación en que veían al otro con el pecho tieso, sin un corazón bombeante, un cuello por donde dejar pasar el aire que respiraban o ni siquiera la cabeza unida a su cuerpo, eran, sin duda alguna, un terror demasiado placentero. Lo sentían lejos de su alcance, lo sentían perdido. Como si no hubiese marcha atrás, aunque si la hay.

Y entonces el llanto, el reclamo, el perdón. Te amo. Te amo, no me dejes. Perdón. Soy una escoria por haberte hecho esto. Pero tú también lo eres. Era un amargo gozo del que nunca se iban a cansar. Porque solucionarlo era tan fácil como respirar. Como hablar, abrir los ojos para ser exactos.

Este es un amor sin límites. Porque de esta manera se arreglan todos los malentendidos, aunque el finado fuese quien tenía la razón. El enloquecedor instante en que veían el rostro de su amado y de fondo su vida pasar como una película frente a sus ojos. Oh, lo pueden jurar. Era la libertad que en este mundo no podían alcanzar.

Desprenderse de todo, evacuando el alma. No había mayor fortuna que esta. Entonces el agradecimiento. Gracias JiHo por esta experiencia incomparable. Ámame, ámame con todo ese odio y ese rencor que inunda tu pecho y se alivia deteniendo mi respiración. No temas, vida mía. Es seguro que regresare a tus brazos, y luego, habrá semanas de amor incondicional, besos de caramelo y mimos empalagosos. Tal vez cenas románticas, citas a la luz de la luna. Y hacer el amor toda la noche, hasta que no pudiesen mover ni un hueso y solo les quedase tirarse uno al lado de otro hasta recuperar sus fuerzas, transmitiéndosela el uno al otro.

Porque el momento en que volvían a la vida era empezar de cero toda su historia. Las peleas y los miedos ni siquiera quedaban en el pasado: desaparecían para siempre de su historia. Era escribir de nuevo todo, con una pluma más bella y tinta de mejor calidad, sobre una hoja decorada y de margen repujado. Así de hermoso era todo. Hasta que alguien tiraba la tinta, regándose sobre el papel. Las letras de amor desaparecían. Negro. Oscuridad. Vacío.

Muerte.

Las piernas le fallaron a JiHo y cayó derrotado frente al cadáver de JaeHyo.

−Tu sabes que te quiero…

Una pausa. Existen para pensar las cosas detenidamente.

−… La mayor parte del tiempo. Y me duele lastimarte. Pero es lo mejor.

Y lo trae de vuelta a la vida. Pero algo le falla. O tal vez ya están demasiado cansados. Tal vez este juego les ha hartado. Solo revive el cuerpo, ya no los sentimientos.

Eso que vez es el amor que ha muerto. Porque de tantos tropiezos ya no supo cómo levantarse. Pero tampoco quería ayuda. Si ya no te pones de pie no hay manera de volver a caer.

El edificio se esfuma y su alrededor se llena de gente. Están parados en medio del backstage. La palma de la mano le cosquillea a JiHo y la mejilla de JaeHyo esta roja, igual que sus ojos a punto de romper en llanto.

− ¿Y es correcto lo que haceos? – su mirada le penetra y ve el fondo de su alma. Solo encuentra a un niño temblando, pero no le apetece ayudarlo.

Se da la vuelta y se desvanece por el pasillo. Y así JiHo sabe que no volverá atrás. Se acabó, falló. No lo pudo traer completo a la vida. Tarde o temprano iba a pasar, mejor que fuera rápido.

El amor es como una delicada flor.

Y no iba a sobrevivir con los tratos para un cactus.

−Aun te amo− pero nadie escucha a JiHo.


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