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¡Quién teme al lobo feroz! por Yuu-sama

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Naruto pertenece a Masashi Kishimoto. No gano un bledo por esto.

Dedicatoria: a mi amiga Risu, que hoy cumple sus diecisiete inviernos (?). ¡Espero te guste, preciosa!

 

 

 

Notas del capitulo:

Quién te-me al lobo fe-roz~

Al lo-bo, al lo-bo~

Quién te-me al lobo fe-roz~

Túruru tu-ru~

Estúpidas y sensuales fábulas de Disney, ahaha. Qué marica soy ♥

¡Quién teme al lobo feroz!

.

.

.

Observó con fastidio cómo su madre preparaba con una sonrisa en los labios la pequeña canastita de campo, tatareando una vieja canción de cuna que, según recordaba, hablaba sobre los gnomos de la cosecha. Deslizó su mirada por la cocina, sintiendo como el vello de su cuerpo se erizaba ante cada nuevo crujir del papel, para envolver los aperitivos, y el suave tintineo de las botellitas de medicina, que chocaban unas contra otras al ser acomodadas. Su estómago dio un vuelco cuando finalmente la cesta fue cerrada y su madre finalizó con voz aguda la curiosa nana.

«… espigas ro-tas, barbas congela-das; ocultos en el musgo cuando llegue la albora-da».

El canasto fue colocado pesadamente enfrente suyo, junto a una capa de un intenso color rojo. Su madre sonreía satisfecha; tenía una enorme sonrisa que, a pesar de ser luminosa y dulce, a él le sabía a burla.

—¡Anda, Caperucita! —clamó jovialmente—. ¡La abuela espera a por ti!

El rubio lanzó un sonidito de desencanto y se puso de pie, tomando con una mano la agarradera de madera y el manto con la otra. Cuando se disponía a irse, la bermeja le llamó, con un tonillo de decepción:

—¿No vas a ponértela? —Sonaba triste, y Naruto no se atrevió a comprobar cuál era la expresión que tenía.

—Lo haré cuando llegue a la casa de la vieja —dijo, como quitándole hierro al asunto, colocándose la capa en el hombro y agitando la mano ya libre despreocupadamente. Pero la mujer no se lo iba permitir.

—¡Ah, no! —Kushina corrió a su lado, interponiéndose en su camino a la puerta que daba al patio de atrás—. ¡Es tu primer día y tienes que dar lo mejor ‘tebane! —Sus ojos cerúleos brillaban por la emoción y prosiguió a intentar arreglar a su retoño lo mejor posible—. Ahora: sonríe bien grande, párate derecho y déjame ponerte esta cosa, ¡que tienes que caminar mucho para llegar con la abuela!

Vomitaría, estaba seguro.

—Mamá —susurró, pero sonó más bien como un gañido de dolor—, en serio que no quiero hacerlo. No estoy hecho para esto.

—¡Tonterías! —graznó, empujando vigorosamente al chico fuera de la casa—. ¡Eres más que perfecto para el puesto! Grandes ojos azules, hermoso cabello rubio, rostro dulce y piel perfecta…

—¡Deja de hablar así de mí! ¡Soy un varón ‘datteba! —chilló con el rostro como una amapola, resistiéndose lo más posible a los golpes y codazos que le propinaba su ascendiente.

—Ése es el único inconveniente —comentó despreocupada, sacando de una última patada (considerablemente más potente que las anteriores) al muchacho—, pero de allí en más, eres el mejor Caperucita Roja que puede haber.

—¡Pero, madre! —protestó con cara de quererse arrojar por un acantilado.

—Pero nada. Yo fui Caperucita, tu abuela lo fue y su madre lo fue. La madre de su madre de su madre lo fue. Está en tus venas; y como miembro de la familia Uzumaki, es tu deber llevar a cabo el papel lo mejor posible.

Estuvo tentado a inflar los mofletes en un mohín, pero se contuvo para salvaguardar la poca dignidad que le quedaba. Iba a hacerlo de todas formas, ¿para qué complicarle las cosas innecesariamente a su madre y a sí mismo?

—De acuerdo.

—¡Así me gusta! —Le propinó un sonoro beso en la mejilla y le despidió con un abrazo—. Ya conoces la historia y lo que tienes que hacer, ¿verdad?

—Sí, sí —respondió con un resoplido, calándose la capucha roja hasta la nariz y separándose un poco de la adulta—. Iré al bosque, me encontraré con él, le contaré que voy a visitar a la vieja; pero me quedaré recogiendo flores, él se adelantará y…

—No hace falta que me digas el cuento entero ‘datebane —refunfuñó la pelirroja, afianzado su agarre sobre el dorso del adolescente—. Sólo ve con mucho cuidado y no permitas que la historia cambie: ellos son criaturas engañosas y estoy segura de que intentarán dejarte mal parado.

No hacía falta que se lo dijera, pensó, después de todo se lo habían estado recordado toda su juventud, mientras era “entrenado” para ser el sucesor de… de… mierda: era vergonzoso hasta el pensarlo.

—Me aseguraré de que no intente nada sospechoso —concordó con una exhalación de cansancio, correspondiendo el abrazo-estrangulamiento suavemente, antes de ser liberado por las pitones que tenía su madre por brazos.

—Dale mis saludos a mamá. —Más que una petición parecía una orden—. Quédate allá hasta tarde, y ya que todo el jaleo pase, asegúrate de que se tome sus medicinas ‘tebane. Está un poco delicada últimamente…

—Vale.

—Y ten mucho cuidado —casi sollozó, estrechándolo en sus brazos de nuevo—; come algo en el camino, que el viaje es largo y no quiero que…

—Mamá, voy a estar bien —le consoló con voz suave, sobando cariñosamente su espalda—, no tardaré: conozco el camino y sé defenderme. No habrá ningún problema ‘tebayo.

Tardó otros quince minutos más para calmar a Kushina, que parecía tener repentinamente los nervios destrozados, antes de darse la media vuelta para cruzar el pequeño jardín e internarse en el bosque sombrío.

Bueno, al mal paso darle prisa, se consoló.

[…]

Gimoteó como por octava vez, intentando (al parecer sin resultados) que su padre se compadeciera de él —o se exasperara lo suficiente como para meterle un guantazo que le dejara fuera de combate los siguientes tres días. Pero fue categóricamente ignorado… otra vez.

—Sasuke, ya déjalo —aconsejó su hermano, acercándose a sus orejas para hablarle—. Padre no va a cambiar de idea: vas a ir sí o sí.

—No —susurró de vuelta, mordiendo suavemente la mejilla de su hermano mayor, con los nervios de punta—, alguien más puede ocupar el puesto, lo sé. Escuché a Mitobe diciendo que podemos cambiar de cuento con permiso de padre.

—Pues no vas a conseguir nada sólo sentándote a llorar y agitar la cola —riñó quedito, harto de ver el constante vaivén del rabo felpudo—. Además, no te dejará librarte de ésta a menos que le des un buen motivo.

—No quiero ser destripado por un anormal con hacha y mallitas verdes —gruñó, con la espalda erizada, cada vez más histérico y agobiado.

—Nadie va a destriparte —dijo con cansancio el otro—: es un cuento infantil.

—En el que hay un retrasado que se hace el héroe, ¡que tiene una maldita hacha!

Itachi tuvo que reprimirse para no darle una colleja (bien merecida que se la tenía) a su idiota hermano menor.

—Simplemente no te comas a la abuela —contestó, como si fuera lo más obvio del mundo—. En lugar de eso, puedes esconderla en…

Pero el muchacho parecía no estarle escuchando. Sus orbes ónices volteaban a todos lados tan rápidamente que costaba creer que el chico pudiera siquiera ver algo y tenía los dedos de sus manos, que terminaban en filosas garras, aferrados como si su vida dependiese de ello a la roca sobre la que ambos estaban sentados. Que la “residencia” en la que la lobuna familia vivía fuera una cueva lóbrega, obscura y espantosamente húmeda en esa temporada de precipitaciones (que, en realidad, abarcaba todo el jodido año), no contribuía demasiado a amainar su turbación.

Demonios, quería echarse a correr, golpear a Obito con un pedazo de árbol y tomar su lugar en el cuento de los Tres Cerditos. Pero era consciente de que su primo tenía la cabeza muy dura, lo que le dificultaría muchísimo el razonar con él (casi tanto como desmayarlo de un buen mamporro).

¿Por qué eso le tenía que pasar precisamente a él? Eran un clan muy numeroso —no como otras familias de cuentos que se heredaban directamente un rol—, por lo que se decidía por una especie de sorteo qué miembro iría cada historia (había lobos que, al no existir suficientes fábulas, podían no formar parte de ninguna de éstas y permanecer libremente en la cueva o en los bosques); entonces, ¿por qué, si era alguien tan amable como para explicárselo, le tenía que tocar a él el único papel de lobo come-abuelas-persigue-niñas-idiotas-y-desollado-por-cazadores?

Vale, que ellos nunca ocupaban un papel muy favorecedor, siendo los villanos en prácticamente todos los relatos a los que eran enviados; pero nadie más salía de ellos con heridas más graves que una quemadura en la cola o un buen susto por una flecha perdida. Naturalmente, Sasuke era la excepción.

Alguien le había cogido manía. No sabía exactamente quién, pero lo sentía, lo sentía en sus orejas peludas.

—Si vas a ignorarme, al menos intenta que yo no me dé cuenta —murmuró Itachi, halando con suavidad la piel de las mejillas de su hermanito (que habían perdido su usual color rosado)—. No tienes que estar tan preocupado, va a darte gastritis.

—Claro, como voy a conservar la barriga intacta después de esto… —rezongó, quitándose las garras del mayor de encima y afilando la mirada.

—Te estoy diciendo que no te comas a la abuela ni a Caperucita —explicó, con toda la paciencia del mundo—. Escóndela en el armario, de todas formas te tardarías mucho si lo hicieras de otra manera. Y a la muchacha persíguela hasta que llegue el cazador: cuando lo veas, te vas y se acabó.

El moreno gruñó con molestia, evitando sacar su labio inferior en un infantil puchero de inconformidad.

—Y voy a hacerlo todos los días por el resto de mi vida, ¿no?

—No, sólo hasta que alguien te remplace en unos treinta años. —Como si eso le hiciera sentir mejor—. Hasta podrías probar a comerte a la abuela alguna vez.

—Por supuesto, también podría entregarme voluntariamente al memo-guardabosques para que me saque las vísceras —replicó con sarcasmo.

—No morirías de todas formas.

—¡Eso no significa que tenga CIPA! —reclamó, como si fuera a saltarle al cuello de un momento a otro—. ¡Además yo…!

—Sasuke —resonó una voz gutural desde las profundidades de la caverna—, vete ahora, la joven ya debe estar en camino.

Un escalofrío le recorrió la columna, como un montón de dedos congelados ascendiendo por su espalda hasta la base de su nuca. Tal vez si fingía un derrame…

—Ni siquiera lo intentes. —Escuchó a duras penas el bisbiseo, que seguramente provenía de los labios bien apretados de Itachi.

Resignándose, todavía con los órganos retorciéndose en su vientre y las piernas temblequeando, se puso en pie y se dirigió a la salida de la cueva, intentando que sus pasos fueran lo más firmes y seguros posibles. Toda la manada le observaba no sin cierta preocupación, pero el mequetrefe de Obito se las arregló para tragarse la angustia y mandarle un aullido muy sonoro de apoyo, que fue coreado con timidez por el resto de los lobos.

Cuando sus pupilas obscuras alcanzaron a distinguir la luz del sol y ya casi no escuchaba la reprimenda que su padre le estaba dedicando al joven integrante de la manada —¡Inaudito! ¡Inaceptable! ¡Deshonra, deshonra, deshonra!—, Sasuke sintió que sus fuerzas se iban incrementando. ¿Qué podía ir mal? Escucharía a su hermano, haría todo lo más rápido posible y regresaría para irse con el resto de cacería. Tal vez podría decirle a la tal Caperuza que suspendieran el próximo encuentro por unos días e irse a dar paseos al bosque; quizá un recorrido por las cascadas para asustar a las irritantes hadas, aullarle en el oído a las engañosas sirenas o molestar a los golem en los jardines de algún viejo hechicero cascarrabias.

No era el fin del mundo después de todo… ¿verdad?

[…]

—¡Viejo, no puedo creer que de verdad vayas a hacerlo! —se carcajeó Kiba, un hombre-perro que tenía por pasatiempo pincharle las pelotas a medio mundo.

—No te burles, Kiba —reprendió con el ceño muy fruncido un hada diminuta de cabello rosado—, no es como si Naruto lo hubiese escogido. —Su voz estridente resonaba dolorosamente en los tímpanos de Naruto, que la llevaba sentada en su hombro derecho.

—Sakura-chan —llamó con cara de hartazgo—, tú sabes que normalmente estaría encantado de llevarte sobre mí todo el día ‘teba, pero el día de hoy, escucharte hablar tan cerca de mi oído, me da dolor de cabeza.

—¡Idiota! —chilló indignada, tomando su lóbulo dolorosamente antes de aullar directamente en su oreja—. ¡Todavía que te estoy defendiendo y me tratas así!

Haló una última vez su oreja (el rubio creyó que esta vez de verdad iba a arrancársela) antes de quitarse en encima volando y posarse en el suelo, creciendo paulatinamente hasta adoptar una altura normal.

—Ambos son unos idiotas —comentó, colocando sus brazos en jarras.

Naruto nunca había comprendido por qué la muchacha de hebras rosas insistía tanto en atentar contra su integridad física y emocional, pero de daba un poco de miedo quejarse.

—Lo siento, Sakura-chan, pero estoy realmente cansado —se disculpó con una pequeña sonrisa, que pareció ablandar al hada—. No pude dormir bien y todo me da dolor de cabeza ‘tebayo, no sólo tu chillona voz.

La muchacha volvió a fulminarlo con la mirada y una vena palpitó peligrosamente en su frente. Capaz y era verdad que tenía algo de idiota.

—Me voy —bufó, quitándose un mechón que cubría uno de sus ojos—. Tsunade-sama me espera para las lecciones de hoy.

—Mira nada más, Naruto: un hada golpeadora que va en camino a hacerse bruja. —Kiba sonrió maliciosamente, mostrando sus colmillos—. Espera, espera, ¿no lo era desde antes? —Un chasquido que venía de los nudillos de la chica fue suficiente para decirle que tal vez había ido muy lejos.

El Uzumaki no estaba de humor, así que ignoró los gritos de ayuda del chico-perro y continuó con su camino.

No se detuvo a observar el paisaje tan tranquilo y refrescante que le rodeaba (y él amaba el internarse en el bosque, desde que era un niño pequeño), pero de verdad estaba exhausto y su genio parecía encontrarse en días muy difíciles.

Si no fuera por eso, incluso podría escalar alguno de esos cedros que tan altos parecían, hasta la copa, y gritar con todas sus fuerzas al corazón del bosque. Rió con disimulo, recordando el disgusto que le había dado a las aves (y a su madre) y la persecución tan extraña que le siguió. Todavía le ponía los vellos en punta la visión del cabello rojo de “Caperucita Roja” ondeando al aire, como las extremidades de un animal salvaje, usando la canasta de campo para vapulearlo sin piedad.

O tal vez eran los ojos ambarinos que le observaban desde la obscuridad de la hierba.

Tensó los hombros y se mantuvo alerta cuando lo perdió de vista, aunque podía escuchar sus pasos rápidos y ágiles agitando los pastizales húmedos. Son criaturas engañosas, se dijo, intentando encontrar sus rastros por el rabillo del ojo. No le haría daño, estaba seguro, mas no le parecía que estuviera mal ser precavido con él.

—¿A dónde te diriges, niña? —El aliento caliente y mojado de llegó desde atrás, haciéndole pegar un bote del susto y darse la vuelta, enfrentándolo.

Los ojos amarillentos de la bestia parecía mofarse de él y de sus fauces asomaban dos hileras de colmillos amarillos y filosos. Naruto retrocedió dos pasos, como calculando si golpearlo o huir lo más lejos posible del enorme perro de pelaje azabache.

—A casa de mi abuela —respondió, cayendo en cuenta lo miedica que estaba actuando e irguiéndose cuan alto era—. Y tal vez no seas lo suficientemente listo para notarlo, perro sarnoso, pero soy un hombre —escupió con desdén,  a la vez que tiraba de la caperuza, dejando al descubierto sus cabellos cortos y despeinados.

Sasuke, transformado en el lobo, abrió mucho los ojos y gruñó intranquilo, observando al blondo con perplejidad. No, no, no, no, no, eso no era lo que le había dicho. Se suponía sería una niña linda, tierna y asustadiza, no un gandul con aires de valentón y toques de retrasado mental. ¿Qué seguía? ¿Iría con la “abuelita” y se toparía con un viejo chalado cargando una escopeta?

Pero debía seguir, demonios que debía seguir.

—¿Y vive muy lejos? —preguntó con voz raposa y áspera, inclinándose un poco para verle de otro ángulo.

Le vio tensarse y apretar la mandíbula cuando avanzó un pasito para analizarle, pero no se tranquilizó. Para nada.

—¡Oh, vaya que sí! —exclamó con regocijo fingido, apretando el asa hasta tener los nudillos blancos, negándose a retroceder más—. Más allá del bosque, poco antes de llegar al viejo molino, hay una casita que está sola. Allí me dirijo, porque mi madre me dijo que está algo enferma.

El lobo escuchó pasos entre la arboleda y usó toda su fuerza para no irse de vuelta a la cueva. El cazador estaba observándolos, como decía la historia.

—En ese caso, yo también iré a verla —susurró; el rubiales pudo notar que la voz le fallaba por momentos—, y jugaremos mientras tanto. Como soy más grande y rápido, tomaré el camino largo, que es ése. —Movió su enorme cabeza en dirección a un sendero oculto entre los hierbajos—. Tú ve por las praderas. Veremos quién llega primero.

El de ojos garzos sonrió levemente, asintió efusivamente y echó a andar, mirando atentamente cómo el lobo negro bajaba la cola y buscaba algo en los alrededores. El cazador seguro estaba cerca.

Corrió hacia las praderas como le había dicho el animal y se echó en la hierba, observando el cielo y las nubes, mucho más sosiego y algo divertido. Se rió abiertamente de la actitud del lobo y se entretuvo platicando con las catarinas y abejas, arrancando flores gritonas y comiendo nueces con una familia ardillas. Ya se preocuparía del lobo llegados a la casa de su abuela, por ahora podía descansar un muy buen rato.

Por su parte, Sasuke caminaba con cautela por el bosque, erizando el lomo ante cada nuevo ruido que alcanzase a percibir. Sabía que estaba actuando ridículamente, pues no le atacarían de camino a la casa de la vieja, pero no podía contenerse. Veía destellos que parecían metálicos por todos lados, lo que le resultaba todavía más inquietante.

Apretó el paso, avanzando a un trote ligero, y después de pocos minutos pudo divisar un humo azulón a poca distancia: una chimenea. Se transformó a su forma antropomórfica y se dirigió cautelosamente hacia la casita, desconfiado. Tocó a la puerta después de asegurarse de que no había nadie por los alrededores, y esperó por la contestación de la anciana… que no llegaba.

Golpeó otra vez, con más firmeza, y comenzó a alarmarse después de quedarse varios minutos esperando. ¿Y si se había muerto la vieja? ¡Pensarían que fue su culpa, mierda!

—¡Abuelita! —llamó, intentando imitar lo mejor posible la voz del chico, aporreando con ambos puños la entrada de madera, completamente fuera de sus cabales—. ¡Abuelita, responde! ¡Soy yo, Caperucita! ¡Abuelita, por favor!

—¡Carajo, que estaba dormida! —Una voz enronquecida llegó desde dentro, callando los gritos que profería el moreno—. Lobo quejumbroso, uno ya no puede tomarse una siesta a gusto. Estoy demasiado vieja para esto…

Suspiró con alivio, volviendo a serenarse, aunque seguía apurado.

—Tampoco yo lo disfruto —dijo fuerte, para que le escuchara desde dentro—, así que hay que hacer esto rápido. Su nieto llegará pronto.

—De acuerdo, de acuerdo… —masculló, casi inaudiblemente—. ¿Quién es? —No se molestó en ocultar su apatía.

—Su nieta, Caperucita Roja —respondió, pero en seguida se corrigió—: Nieto, quiero decir. Le traigo, por mandato de mi madre, una torta y un tarro de mantequilla.

—Para qué querría yo eso estando enferma… —se quejó bajito—, tira la aldaba y el cerrojo caerá, hijo.

Sasuke siguió las instrucciones de la anciana y entró, observando atentamente el lugar. Era pequeño, pero muy cálido, luminoso y bien amueblado. Una fila de retratos tapizaban las paredes, además de pinturas de paisajes y adornos de mariposas. Avanzó algo indeciso, pero ya que cerró la puerta, quedándose dentro sólo con la abuela (gracias a Dios, sí era la abuela), se sintió infinitamente más seguro.

—Venga, que no tengo tu tiempo. —El resoplido de exasperación proveniente del cuarto le hizo apresurarse e ir con ella. Cuando entró en la habitación la encontró frente a su cama, una anciana de largos cabellos sueltos, metida en una bata de dormir larga de color azul claro y pantuflas a juego—. Esto es lo que vamos a hacer —dictaminó la mujer senil, agachada sobre un baúl enfrente de la enorme cama—: voy a meterme en el cuarto de visitas y tú te vas a quedar aquí a esperar a que llegue mi nieto.

—No creo que se vea bien eso —protestó, agarrando su barbilla—. ¿Y si se esconde en el closet?

La fémina volteó a verle con enojo, pero se sorprendió cuando se encontró con su cara.

—Pero mira que eres bien parecido —comentó, sonriendo de lado—, será una pena que te rompa la cara a escobazos. —Su expresión volvió a cambiar, tornándose en una con semblante severo—. ¿Por qué me metería yo en el closet, si puede saberse?

—Le daría más realismo —argumentó, poniéndose bien firme en su lugar, retándole—. Se supone que entré aquí a comerle, no de visita. Si está en el armario, sería algo así como mi rehén y podría “comerle” después, ya que tuviera a Caperucita.

—Como si pudieras hacerlo, perro mugroso —atacó, sentándose a orillas de la cama. Se peinó con los dedos el largo cabello (que se notaba alguna vez fue de un brillante rojo, por los restos que quedaban en sus puntas) en una larga y cuidada trenza grisácea—. De acuerdo, me ocultaré allí, pero yo te arreglaré para que seas una digna abuela.

—De acuerdo, Matusalén, confío en sus hábiles manos —replicó con una mueca satisfecha e irónica, que irritó a la mujer tanto como para hacerle sonreír “dulcemente”.

—No me subestimes, cachorro.

[…]

—Bueno, creo que es hora de irme ‘tebayo —manifestó, más que recompuesto, Naruto, poniéndose de pie y despidiendo educadamente a una bandada de patos silvestres con los que se había quedado a charlar.

Tomó la canasta animado y echó a correr por el prado, encaminado a la casa de la anciana. Esa vez sí se detuvo a admirar el camino, a pesar de que llevaba prisa, pues el sol ya estaba alto y le debían estar esperando. Se ajustó la capa cuando volvió a entrar al bosque y continuó corriendo, esquivando ramas, troncos, arbustos y a una grupito de gnomos que estaban trabajando en una madriguera. Poco después encontró su destino, saltó la valla y se encaminó, dando trompicones por el jardín lleno de flores y adornos de barro, a la puerta.

Cuando se disponía a tocar, escuchó un grito de furia dentro. No era la voz de Mito-san. Preocupado, se dispuso a patear la puerta para entrar —¡estúpido animalejo, sí se la iba a comer!— cuando escuchó la voz sibilante y amenazadora de su abuela, que decía sabe-qué-cosas sobre la dignidad, orgullo, un camisón de dormir y falta de huevos… ¿qué?

Tocó confuso, sin tener la más mínima idea de qué ocurría allí adentro.

—¿Abuela? —voceó, pegando una oreja en el portón de madera—, ¿estás allí?

Un nuevo chillido y un sonido de golpe. «¡No, no me lo pondré!», «¡Mocoso cobarde!», «¡Es horrendo!», y algo de «¡mis días de juventud!», una golfa rastrera y un mojigato persignado.

—¿Abuela? —Otro intento—. ¿Sucede algo?

Golpe, grito, reclamo, golpe, una puerta cerrándose y silencio.

—¿Abuela? —Demonios, se estaba empezando a asustar.

Un carraspeo.

—¡Carajo, que estaba durmiendo! —Bueno, al menos sabía imitarla—. Uno ya no puede descansar a gusto, ya estoy vieja para sus idioteces… —Le daba miedo lo fiel que estaba siendo al personaje—. Ya, ya, ya, ¿quién es?

—Soy yo, Naruto —respondió, despegando su cara de la puerta.

Silencio. Silencio. Silencio.

—¿Quién?

Hijo de…

—Caperucita Roja. —Estuvo tentado a contestarle algo hiriente al can, pero se obligó a tragarse el coraje—. Mamá me ha dicho que estabas algo enferma, así que te he traído algo de comer y tus medicinas ‘dattebayo.

«¡Cómo no se me ocurrió la medicina!», nuevo carraspeo.

—¡Oh, pasa, nieto! Tira la aldaba y el cerrojo caerá —aconsejó, fingiendo una tos ronca.

Como si nunca antes hubiera estado allí, refunfuñó.

Entró con paso decidido, cruzó la salita con cinco zancadas y abrió la puerta del cuarto que pertenecía a su “abuela” de un portazo. En la cama, oculto entre los edredones, se encontraba el lobo. Era más pequeño de lo que esperaba (seguro y había adoptado su verdadera forma para ponerse la ropa de la anciana) y permanecía cubierto hasta las cejas con las cobijas, siendo lo único visible sus orejas velludas, cubiertas torpemente por una gorra de dormir, y un fleco de grueso cabello negro.

Contuvo una carcajada.

—Abuela —llamó, haciendo que el moreno se tensara—, he llegado —anunció jocosamente.

«Cretino». Silencio.

 —Eso puedo verlo, querida —respondió, bajando la frazada hasta la nariz, dedicándole una mirada envenenada—. ¿Por qué no dejas la cesta en la mesita que hay junto a la ventana y vienes a mi lado? —Una mano con uñas afiladas salió de entre las cobijas y golpeó suavecito el respaldo de una silla, que estaba situada junto al colchón—. La abuela está muy cansada y le haría muy feliz el poder ver de cerca a su nieta favorita.

Lobo cabrón… pero ya se las cobraría.

—Abuela, pero si soy tu único nieto —dijo, fingiendo una risa alegre, mas obedeció y dejó el cesto donde le había indicado y se acercó, sin llegar a sentarse—. Hace mucho calor, ¿no crees? —gruñó, arrojando la caperuza en los pies de la capa y echando hacia atrás los mechones que le cubrían el rostro, húmedos por el sudor.

Al que tiempo que volteó a ver a su “enemigo”, pudo notar cómo las cejas de Sasuke se juntaron y sus orejas comenzaron a sacudirse con ansiedad bajo el gorro.

Bingo.

—No sabría decirte, querido nieto —expuso, volviendo a subir las colchas hasta que sólo podía verle los rasgados ojos negros—, he tenido una gripe horrible y todo el tiempo tengo frío. Y con esta edad…

—Pero eso puede hacerte más daño —reprochó con una mueca zorruna, no dando su brazo a torcer—, lo mejor que podemos hacer es descubrirte para que te dé aire. Mamá incluso dice que una ducha bien fría es increíble para bajar la temperatura ‘tebayo.

—No creo que eso sea buena idea —opinó con alarma, cubriéndose hasta la cabeza—. Los reumas… no, artritis… —Naruto dio un jalón para descubrirlo—. ¡Alergia al frío! —aulló sobresaltado, tirando más fuerte hacia arriba.

Una lucha silenciosa se desató en la pequeña pieza y, para desgracia del blondo, él iba perdiendo. El humanoide tenía una fuerza monstruosa, y no parecía ceder un mísero centímetro, ni siquiera la vez que se subió a la cama y tiró hacia atrás con todo su peso, con todo y riesgo de irse de cabeza al piso de salir victorioso; y cuando quiso levantar la colcha, unas garras atravesaron la tela y la mantuvieron en su sitio, frustrando su intento de descubrirlo.

—Mierda… —rezongó, molido por el esfuerzo, y de dejó caer pesadamente en la silla que le había señalado antes el lobo—. Terminemos con esto de una vez —espetó, captando la atención del moreno, que se dignó a descubrirse la cara.

El ojigarzo se sorprendió, pues pensaba sería una especie de bestia deforme y horrorosa (había creído que por eso se escondía de él), pero tenía un rostro de facciones afiladas, que resultaban bastante atractivas.

Por un segundo, se preguntó cómo sería el resto de su cuerpo.

—Que así sea —susurró, usando su voz normal: gruesa y con un pequeño sonido nasal—, Caperucita —marcó mucho cada sílaba del sobrenombre, probablemente intentando molestarlo; pero, por el contrario, al rubio le dio un escalofrío para nada desagradable.

—Abuelita —murmuró, inclinándose un poco hacia adelante—, qué brazos tan largos tienes.

El otro arqueó una ceja, puesto que ni siquiera estaba mostrando sus brazos. Pero ¿qué más daba?, así iba el cuento, entonces se animó a que uno saliera fuera la cama, colgando plácidamente por el borde.

—Son para abrazarte mejor, hijito.

Naruto seguía muy concentrado en su cara, como buscando alguna imperfección —que sabía no iba a encontrar.

—Qué uñas tan largas tienes. —Estaba un poco más cerca.

—Son para rascarme mejor, querido —respondió, al parecer sin notar que la distancia entre ellos comenzaba a acortarse.

—Qué orejas tan grandes tienes —farfulló en voz tan baja que Sasuke casi no le escuchó.

—Son para oírte mejor…

—Qué ojos tan grandes tienes. —Momento, ¿no estaba demasiado cerca?

—Son para verte mejor —respondió, alzando su extremidad caída, intentando alejarlo un tanto de él con un leve empujón.

—Qué dientes tan grandes tienes. —Sus narices casi tocaban y el aliento del adolescente le golpeó directamente en la cara.

—Yo… —balbuceó, con cara de horror, empujando más fuerte de su hombro—, son para… para… —¡Por amor a Buda, que alguien se lo quitara de encima! Sacó el otro brazo, colocando ambos en sus hombros para imponer distancia.

—Para comerme mejor —gruñó con voz ronca, levantándose de su asiento y tomando las muñecas del pelinegro, echándose a horcadas sobre él—, ¿no es así?

—¡Espera, espera, espera! —reclamó, retorciendo los brazos para liberarse y pataleando con frenesí—, ¿qué se supone que estás haciendo! —¡El cuento no iba así! Sabía que la versión vieja tenía cierto contenido erótico, ¡pero el lobo era quien abordaba a la niña, no al revés!

—Deja de moverte ‘tebayo —se quejó, esforzándose al máximo para no dejarlo ir— y hazme un espacio, que así no puedo hacer nada. —De un rápido movimiento levantó un borde la las sábanas, intentando colarse.

—¡Y no vas a hacer nada! —rugió, poniendo su mano ahora libre en la cara del otro para tirarlo del colchón—. ¡Fuera de aquí, subnormal!

—¡Maldita sea, tranquilízate! —rebuznó, logrando quitarse la garra de encima y entrar junto al de cabellera bruna, inmovilizándole en un abrazo en el que usaba brazos y piernas.

—¡No me voy a tranquilizar! ¡Aléjate! —Intentó incluso arañarlo y morderlo, pero tenía el cuerpo bien sujeto y su cuello le quedaba muy lejos. Se dispuso a darle una buena dentellada en la respingada nariz y una merecida patada en la ingle. ¡Hasta se comería al desgraciado si no fuera porque le tenía pavor a las hachas!

—No me digas que te doy miedo —insinuó irónico, dejando a Sasuke helado. Debía estar bromeando—. ¡No puedo creerlo, sí me tienes miedo ‘teba!

—¡Muérete! —bramó, colorado como un tomate—. ¡Como si un dobe vestido de niña fuera a asustarme!

—¡No estaba vestido de niña! —reclamó, dando una vuelta para quedar encima y poder erguirse—. ¡Es sólo una maldita…!

En el instante en que el joven moreno quedó al descubierto (pues el rubio se había llevado los cobertores al levantarse tan a lo bestia) la mandíbula se le salió de su sitio y sintió las orejas arder.

—Lencería de dama —jadeó, sin despegar los ojos del ajustado modelo negro semi-transparente que llevaba el lobo.

Tan sorprendido estaba que apenas si reaccionó a tiempo para evitar que le hiriera en sus joyas familiares, echándosele otra vez encima en una llave de lucha.

—¡Asesinaré a esa maldita vieja! —gritó, retorciéndose como si estuviera poseído por mil demonios—. ¡La asesinaré, le sacaré los intestinos y la colgaré con ellos! ¡Después la llevaré con una bruja y haré que la reviva para que vea cómo me como pedazo por pedazo su carne seca y rancia!

«¡Como si pudieras, asno!», la voz salió de la nada, reverberando por unos segundos en las paredes de madera, seguida por una serie de tosidos. A Naruto se le erizaron los vellos de la nuca, apartando el pensamiento de que se trataba del espíritu de su abuela.

—¡Cálmate ‘dattebayo! —dijo de vuelta, lentamente más consciente de que, con cada nueva sacudida, el fibroso cuerpo se frotaba contra el suyo—. ¡No es la gran cosa, mierda! ¡Hasta te ves bien en él! —graznó, en la oreja peluda, cuando Sasuke casi logró deshacer su agarre.

La espalda se le puso rígida y el color abandonó su cara cuando escuchó —era imposible el no hacerlo, teniendo la boca del blondo contra su oreja— la sandez que había dejado salir. Le observó con expresión de espanto e incredulidad, como si hubiese dicho algo demasiado repugnante como para resultar siquiera imaginable. Maquinó la hipótesis de que había escuchado mal, pero era ridículo si se consideraba su capacidad auditiva y el micrófono que parecía tener integrado a las cuerdas vocales el oxigenado zoquete.

—Dime que ha sido una broma —exigió, pasmado.

—Para nada —contestó, entornando los ojos—. De una manera rara, te ves muy bien ‘datteba.

Y no mentía: a pesar de la espalda ancha y los brazos bien trabajados, el muchacho era esbelto, así que el atuendo (con bonitos bordados en el pecho, a la altura de sus pectorales, que descendían hasta el final de la prenda) se ceñía perfectamente a su figura. Seguramente estaba enloqueciendo, eso explicaría por qué no le veía nada inusual a la bizarra situación en la que estaba metido.

Sin embargo, Sasuke sí que estaba al tanto de que algo estaba mal. Muy mal.

—Anda, quítate. —Volvió a tratar espaciarlos cuando el chico Uzumaki se agachó para acercar sus caras—. Fingiremos que nada ha pasado. Esperaremos a que el cazador llegue y…

—Para fingir que nada ha pasado, primero hay que hacerlo, ¿no te parece? —contradijo, un poco más cerca.

—Pero… —susurró, algo mareado, quitando fuerza a su empuje y permitiéndole al blondo rozar sus labios. Naruto tuvo una leve sensación de victoria al conseguir dirigir lo que ocurría, pero las palmas del pelinegro se estrellaron rudamente contra su mandíbula, distanciándolos—. Al menos quiero saber tu nombre.

Una mueca adolorida (lo más cercano a una sonrisa que pudo hacer) mostró que no pondría demasiadas trabas a la petición.

—Uzumaki Naruto. ¿Y el tuyo?

—Uchiha Sasuke.

—Muy bien, Sasuke, será un placer conocerte ‘tebayo.

Acto seguido, se lanzó efusivamente hacia su… nuevo compañero de juegos.

[…]

Mito estaba cansada, adolorida y muy, muy molesta. Tenía un pequeño rasguño en su mejilla derecha (cortesía de un temperamental idiota), que le daba una comezón horrible, y comenzaba a sentir hambre. No sabía con exactitud hasta cuánto tiempo tendría que quedarse encerrada en el closet, pero no creía poder aguantar el aislamiento mucho más: era muy aburrido y deprimente estar allí. No podía escuchar nada proveniente del exterior, para coronar su desgracia. Si su nieto era devorado, ella no se daría cuenta; aunque no lo creía: el joven moreno se había comportado relativamente amable, ayudándole a entrar a su escondite y acomodando algunos sacos para hacerle un mullido asiento. Era encantador en lo que cabía, si ignoraba el carácter tan pesado que se cargaba, y de muy buen ver. ¡Ya hubiera ella querido tener un lobo como aquél en sus días de Caperucita! Ni siquiera le hubiera importado ser hecha consomé…

Gruñó incómoda. La espalda le dolía y tenía las piernas entumecidas. Quería estirarse, pero allí adentro no tenía suficiente espacio. ¿Podría abrir la puerta para sacar las piernas? Era un riesgo bastante grande, seguro estarían haciendo un merequetengue allí afuera, pero no podía con el hormigueo en sus extremidades.

Abrió con cuidado las puertas, que con mucha suerte no rechinaron y se asomó, sorprendida de no ver un completo desorden por el cuarto. Qué raro, se esperaba ver a esos dos corriendo y rompiendo cosas, ¿qué estarían haciendo?

—¡No te muevas más, joder!

El chillido ahogado de su apuesto captor llamó su atención, encontrándose con algo de lo más insólito.

Su nieto, su querido nieto, se encontraba entre las piernas de joven, con los calzoncillos hasta los tobillos, y frotando con energía sus caderas, ambas manos subiendo y bajando, cubriendo algo que, al hacer fricción, producía un sonido húmedo.

Oh…

Bueno, al parecer no era la única que había salido del armario.

—He, no me digas que ya te has cansado —farfulló su descendiente, aumentando el ritmo de la masturbación, ganándose un nuevo alarido como respuesta.

Entonces unas garras volaron a las carnes traseras de chico de ojos cerúleos, que dio un respingo de sorpresa, deteniéndose al sentir un estrujón tan fuerte que casi resultaba doloroso.

—Para nada —replicó, respirando entrecortadamente, con una sonrisa socarrona.

Los jóvenes eran muy apasionados hoy en día, pensó sorprendida —aunque nada disgustada— la anciana, acomodándose lo más silenciosamente posible para ver mejor. Ser la abuela no iba a ser tan aburrido como hubiera creído de antaño.

Naruto rió sonoramente y volvió a moverse, esta vez con la ayuda de su acompañante, que acomodó sus piernas para facilitar el moverse hacia adelante y atrás; lo hacía de una manera significativamente más lenta y acompasada, a diferencia que su niño, que no dejaba de resollar como caballo plena carrera y retorcerse encima sin ningún tipo de patrón. Mito frunció el entrecejo, molesta: tendría que darle algunas lecciones a ese muchacho o sería pésimo para cumplir con sus deberes en la alcoba; no iba a ser joven para siempre, así que no podía depender de su energía y fuerza.

Pero se mantuvo callada y siguió observando el vaivén, que iba perdiendo potencia mientras el cansancio del rubio iba haciéndose más notable, encargándose el joven pelinegro de tomar el control. Le susurró algo a su nieto que le hizo refunfuñar un irritado «Cállate», pero se removió un poco, apoyando su cabeza en el duro pecho del moreno (¿venderían almohadas así? La vieja rogaba que sí), y permitió que Sasuke continuara, mientras él recuperaba el aliento y gemía quedito, haciéndole coro a los quejidos graves del otro.

La Uzumaki entonces predijo qué sucedería a continuación: el chico de bonitos ojos ágata, de un movimiento, tiraría a su nieto contra el colchón, terminaría el trabajo con una linda y rápida mamada y tomaría el rol de activo, enterrando la cara de su adoración rubia contra las almohadas y rasgándole las entrañas con mucho amor.

Pero se equivocó. Y con mucho.

—Suficiente —bramó con voz áspera Naruto—, puedo seguir.

Se separó del Uchiha, con su miembro bien erguido y palpitante, apuntando hacia adelante. Prosiguió a deshacerse de su chaqueta marrón, que fue seguida por la camiseta de algodón teñida de verde pistache, ropa interior y zapatos, que terminaron en algún sitio desconocido del suelo de madera. Completamente desnudo, ambos espectadores pudieron admirar el dorso definido del joven, espalda amplia y fuerte, brazos y piernas atléticas y (bono extra para la mayor, que les veía de perfil) su bien formado y respingón trasero.

Mito se preguntó cuánto había crecido sin que ella se hubiera dado cuenta, atónita, y, poco después, notó que no era la única gratamente sorprendida por el reciente descubrimiento.

—Pareces impresionado —comentó entre carcajadas, tirándose sobre el chico, juntando sus rostros para crear un ambiente un poco más íntimo—, me siento halagado.

—Idiota —resopló con vergüenza, dirigiendo sus largos dedos a la base de la espalda tostada, haciendo suaves círculos con las uñas y rasgando levemente la piel—. No te sientas la gran cosa, he visto mejores.

Era mentira, y las tres personas en la habitación eran conscientes de eso.

—Supongo que tendré que arreglar eso —insinuó, besando con suavidad la mandíbula y bajando—, así que estate listo, bastardo.

—Siempre lo estoy —gruñó al sentir unos dientes en la curvatura de su hombro, justo arriba de la clavícula—, imbécil.

Giro inesperado, muy inesperado, pero no por eso había dejado de ser interesante.

Su nieto no quiso deshacerse del camisón (crío más guarro), así que se deslizó rápidamente hasta llegar a las piernas del otro, abiertas ampliamente —le daba pena verlo, no se imaginaba el bochorno que seguro sentía el muchacho— para facilitarle el trabajo a Naruto. El zagal comenzó a besar la parte interna de los muslos níveos, haciendo sonidos de succión cuando se acercaba a los genitales y luego bajando hasta las rodillas entra lametones y mordidas. Sasuke apretaba con fuerza los dientes, hiriéndose los labios con los largos caninos que sobresalían de su boca, soltando montones de leperadas cuando sentía cerca la lengua del ojigarzo de sus testículos (casi parecía tener miedo de que le tocara) y suspirando profundamente cuando se alejaba.

Minutos después Naruto pareció hartarse, así que realizó su último recorrido y se quedó con la cara enterrada en la pelvis del moreno. Un grito de sorpresa (y seguramente de placer) se dejó escuchar, haciendo eco por unos segundo en la cabeza de la vieja.

Vaya, tal vez las lecciones no fueran del todo necesarias.

No podía ver la gran cosa, sólo la cabeza del muchacho subiendo y bajando lentamente, acompañado por un ruido de lamidas, soplidos y succiones. Sasuke se removía incesantemente entre los almohadones, gimoteando agudamente y tosiendo por el exceso de saliva. Cuando chilló repentinamente (espetándole al rubio hasta de qué se iba a morir), Mito tuvo dos ideas: Naruto le había mordido el paquete o se había decidido a entrar. Un movimiento oscilatorio en la muñeca del joven le dio la respuesta.

—Hijo de puta —gimoteó, aferrándose muy fuerte a la cabecera de la cama—, saca eso…

Ignoró la referencia tan poco favorecedora que le había dedicado a su querida hija y continuó con los ojos fijos en los adolescentes. Parecía que el lobo había dicho el “saca eso” de dientes para afuera, pues no dejaba de salivar ni gemir (se le veía muy a gusto, pensó Mito), pero haciéndose el muy indignado al propinarle patadas al blondo en la espalda baja. Mas su niño no se detuvo, sino que le pellizcó una nalga —no un pellizco suave, no: se veía que le retorcía las mejillas da carne con malicia— sin sacar el falo de su garganta, exigiendo que dejara de actuar como capullo.

Funcionó. Dejó de patalear, exhalando una exclamación, notablemente sofocado, y se limitó a rasguñar los detalles en la madera del respaldo, arruinándolo, y soltar gruñidos guturales. Un sonidito de aprobación salió de la garganta del de ojos celestes, todavía algo ocupada en otros asuntos, y un ruido de azote (¡válgame el cielo, su niño era medio bestia!) rompió el sonsonete hecho por el frufrú de las telas de la cama, los lamentos débiles del lobo y los chasquidos mojados de la felación.

Mito estaba tan aturdida que apenas si percibió el cambio de ritmo que hubo. No fue sino hasta que Sasuke fue arrastrado, dejando su cabeza y parte de su espalda como su único apoyo, y Naruto, abrazándole por las caderas y pegando la parte baja de la columna a su pecho, hundió su lengua entre tan suculentas carnes —¡por su madre que lo eran!— que salió de su estupor. La cola negra se movía en una especie de exaltación salvaje, siendo seguida por las piernas del moreno, que daban bruscas patadas al aire y se contraían alrededor de la cabeza del rubio cuando un espasmo especialmente fuerte le subía desde el vientre, sacándole un nuevo bramido enronquecido.

Naruto segregaba muchísima saliva, empapando la bolsa aterciopelada que cubría los testículos y, a la vez, lubricando el recto del bruno, que no paraba de contorsionarse. A la lengua le siguieron uno, dos, tres dedos, y el pobre moreno parecía estar enloqueciendo para entonces. Instantes después fue soltados y cayó de lleno contra el colchón, jadeando y con el vientre escurriendo de líquido pre-seminal y saliva.

—No te acomodes —suspiró Naruto, rojo hasta el cuello y con la barbilla llena de quién sabe qué cosas—, que no hemos terminado ‘teba.

Apoyó sus palmas en las rodillas temblorosas de Sasuke y las subió a sus hombros, donde las dejó descansar; después tomó su hombría con las dos manos y masajeó ligeramente en enrojecido glande con el pulgar, escupiendo en sus dedos y extendiendo la humedad a lo largo de su pene, preparándose. Relativamente listo (pues no tenía idea de si lo estaba haciendo bien o no) alineó su virilidad con la entrada, de un color un poco más obscuro que el resto de la piel, y empujo sus caderas hacia adelante, gruñendo por la incómoda fricción que hacía con los músculos anales.

La presión era tan grande que le lastimaba. No era el único: el niño Uchiha, destrozándose la boca a mordidas para no gritar, se mantenía aferrado con desesperación a la espalda de Naruto. Su ano se contraía intentando expulsar al intruso, lastimándole.

—Momento —pidió, agitado—, espera… sólo un momento.

—No… ya casi está.

Entró en una estocada. Sasuke ya no fue capaz de contenerse: gritó desgarradoramente, poniéndole la carne de gallina a Mito.

—¿Ves? —rió el áureo, escondiendo el rostro en el cuello, nacarado del sudor, de su compañero—, ya entró.

—Voy a matarte —gañó, enterrando sus garras profundamente en los omóplatos del más bajo. La sangre comenzó a descender por su espalda—, voy a matarte…

—Podrás hacerlo después —gimoteó, mordisqueando su cuello y acariciándole vientre sobre la tela rasposa del camisón negro—, todavía tenemos asuntos pendientes…

Retrocedió unos cuantos centímetros y nuevamente entró, con mucha delicadeza. El lobo hincó sus colmillos en su hombro, gimiendo disgustado. Era como si le manosearan las entrañas después de arrancarlas de su cuerpo y las devolvieran a su sitio, una y otra vez. Se sentía raro, sucio y una vaga sensación de humillación le corroyó la piel y huesos. Mas después de unas cuantas  repeticiones la sensación fue tolerable.

—Un poco más rápido —jadeó.

No tardó en cumplir su orden.

Naruto cambiaba levemente la velocidad, guiándose en qué tan bien se sentía y las expresiones del moreno; pero no se atrevía a salir mucho, como si no pudiera volver a entrar.

—Maldita sea, ni esto puedes hacer bien —regañó, irguiéndose levemente, apoyado en sus codos—, sal… —Usó sus brazos como palanca para alejar sus caderas de las del Uzumaki, quedando solamente la punta dentro de él. Sintió un curioso alivio al sentirse menos… lleno.

El rubio se mantuvo en esa posición unos segundos, estremeciéndose con el contraste de temperaturas. Las sienes le palpitaban dolorosamente y las gotitas de sudor le escurrían por la frente. Sacudió la cabeza como un perro empapado, salpicando el rostro de Sasuke, que hizo una mueca de asco.

—Cerdo.

—Como si tú no sudaras, teme.

—Pero no ando echándoselo encima a la gente —reprochó, sonriendo ladino—. Dejémonos de estupideces y siga... —Una repentina sensación de dolor y saciedad le sobresaltó, seguida por un duro impacto contra la sólida madera—. ¡Desgraciado! —lloriqueó, pero Naruto no le escuchaba.

Con la mente nublada y los ojos entrecerrados, retrocedió casi por instinto, tomando impulso para volver a entrar de una sola embestida, estrellando su pelvis contra las nalgas del moreno y la cabeza del mismo contra la cabecera de la cama. Un alarido se dejó oír, sumiendo al blondo más profundo en su extraño trance. Escuchaba las cosas como si estuviera debajo del agua y veía a Sasuke de la manera que se ve a través de una lente con demasiado aumento; la boca le sabía amarga y las heridas hechas por los anteriores guantazos que le había metido el pelinegro comenzaban a punzarle, igual que los rasguños. Pero el placer y calor obnubilaban todo lo demás, ahogando sus sentires y sofocando sus pensamientos, dejando atrás los despojos distorsionados.

El sonido de los gritos ahogados retumbó en sus oídos, creando un eco casi hipnótico en su cabeza. Se sentía exhausto y mareado, pero no quería parar, no cuando un ardor tan deliciosamente doloroso en su bajo vientre le hervía las entrañas a fuego lento.

Un puñetazo de fuerza demoledora colisionó directamente en su estómago, sacándolo de su estado soñoliento y regresándole a patadas a la realidad. Escupió involuntariamente y se mordió la lengua, jadeando por la sorpresa y el ahogamiento.

—¿Qué demonios…? —musitó, boqueando por aire.

—Idiota, te dije que esperaras —gruñó acalorado y muy adolorido el lobo, masajeando con ambas manos su cráneo—, me estabas descalabrando —farfulló, escurriendo sus piernas hasta dejarlas a los costados del torso de Naruto.

—Lo siento —dijo nervioso, sin poder contener el impulso de rascarse la nuca—, estaba muy concentrado ‘tebayo…

—Sí, claro —refunfuñó, tomando con sus garras, llenas de costras de sangre, la nuca del áureo—, espero puedas hacerlo propiamente, o me veré obligado a cambiar papeles —apuntó hoscamente, mordisqueando el carnoso labio inferior.

—No habrá necesidad —contradijo con una sonrisilla—, ya verás cómo se hace “propiamente”.

Salió repentinamente de la entrada, en un ataque de inspiración-estupidez, y obligó (a base de empujones y jalones) a Sasuke a recostarse boca abajo, alzando con ambas manos su retaguardia y acomodándose para arremeter. Con los dedos bien firmes en la cintura blanquísima y apoyado sólo en sus rodillas, comenzó a embestir con una rapidez considerable, frunciendo las rubias cejas en un rictus de concentración.

Esta vez no se quejó. Limitándose a hacer jirones la almohada con uñas y dientes, el Uchiha dejose hacer, suspirando con dificultad y gruñendo cada vez que alguna estocada le resultaba especialmente profunda e incómoda, guiando al rubio en sus menesteres. Su erección había disminuido notoriamente, por lo que enterró la cara entre las plumas del almohadón deshecho y comenzó a tocarse con la diestra, ayudado por la estimulación que recibía en su próstata. En poco más de un minuto se encontraba voceando estupideces, empujando hacia atrás cada tanto y arañando como podía todo lo que estuviera a su alcance.

Y Naruto estaba igual o peor, berreando como si le estuvieran torturando con agujas de tejer, pero más enfocado y consciente que antes, más que atento a las señales que le eran dadas y presto a acatar las instrucciones. A pesar de estar sudando, sentía mucho frío en la espalda, así que tomó (intentando no bajar demasiado el ritmo) las cobijas hechas un ovillo contra sus piernas, echándoselas encima de los hombros.

—¿Qué se supone que haces? —balbució entrecortadamente el pelinegro.

—Me cubro —susurró, esforzándose por no gemir ni tartamudear—, tengo las bolas congeladas.

—Hmn… también tengo algo de frío… —apuntó, inhalando muy fuerte, todavía masturbándose.

—Se nota: estás… estás temblando —siseó, apretando la mandíbula. Estaba muy cansado, así que se acostó sobre el moreno, recargando su rostro en uno de sus hombros.

—No es por eso, tarado —se mofó, removiéndose incómodo cuando el pecho sudoroso del otro se pegó al camisón, que se raspaba contra su espalda—. Quítate y no me líes más…

—Pensé que tenías frío.

—Pero estás pegajoso…

—Qué nena —rió, aumentando la velocidad, estremeciendo a Sasuke y a sí mismo—, pensé que serías menos melindroso ‘teba. Nunca he conocido a alguien tan delicadito.

—Y tú eres la persona más sucia que he conocido.

—¡Pringoso, pringoso! —exclamó divertido, deslizando sus manos húmedas por debajo del ajustado vestuario, ya sucio de cantidad de sustancias sospechosas, poniéndole los pelos de punta a Sasuke.

—Pareces un crío.

—Un crío haciendo cosas de mayores… —comentó naturalmente, delineando con los dedos el pronunciado hueso de las caderas del moreno, sintiendo su antebrazo frotarle al ritmo de las caricias—. Déjame hacerlo por ti.

 —Has de ser un asco… —protestó, cerrando los ojos, pero sus dígitos dejaron su miembro, siendo sustituidos por una mano más pequeña, pero que ejercía un agarre más firme—. Más despacio… —ronroneó, alzándose para dejarle más espacio a la mano trigueña.

—A la orden. —Jaloneó con la mano libre los cobertores hasta que ambos quedaros completamente cubiertos por ellas.

Mito ya no lograba ver nada más que un bulto que se retorcía en su lugar, profiriendo sonidos aguados y gemidos cada vez más altos, prolongados y graves. Pero no le importó demasiado: ya había visto suficiente.

Con una exhalación de extenuación, se dejó caer contra su asiento de abrigos, donde se quedó viendo el techo.

[…]

Lee sonrió extasiado y apretó el paso, casi corriendo en dirección a la vivienda de la señora Mito. Era su primer día como cazador y héroe, ¡no podía llegar un minuto tarde! Eso decepcionaría a Gai-sensei.

Había seguido al lobo, bien escondido entre los árboles, y había permanecido vigilando el lugar por casi una hora, en espera de la llegada de la encantadora Caperucita Roja. Cuando la muchacha entró a la casita —era un poco demasiado alta y un poco demasiado ancha, pero no por eso menos bella, apreció al vislumbrar su rostro debajo la capucha—, salió de su escondite con cautela, pero con la emoción haciendo vibrar cada uno de sus poros.

La inocente y despistada jovenzuela había dejado la puerta abierta en su precipitación por ver a su abuela (¡vaya encanto!), dándole la oportunidad de colarse, dando gráciles cabriolas,  y resguardarse debajo una mesita. Acarició con las manos temblorosas de la expectativa el mango del hacha, bien guardada en un morralito en su espalda, listo para saltar a la acción en cuanto la adorable muchacha y la temible bestia salieran corriendo por la puerta.

Ya se visualizaba a sí mismo, sobre el cuerpo inerte del lobo, alzando un brazo en señal de victoria, con la delicia rubia abrazada de su cuello y clamando su nombre entre lágrimas de agradecimiento; la abuela estaría atrás, llorando de alivio y emoción, exigiendo matrimonio entre su hermosa nieta y tan destacado y bravo héroe. Él tendría que rechazarle, con todo el dolor de su corazón, aludiendo a su tan honroso deber; mas besaría su blanca y delicada mano con devoción infinita y prometería cuidarla día tras día, sin importar las circunstancias, y sería su caballero hasta que su último aliento escapara de sus labios y sus caminos se vieran divididos; ella sollozaría, triste pero de acuerdo, y se pondría en puntillas, con sus labios sonrosados alzándose con gracia para darle un roce delicado y dulce en la boca, despidiéndose de su salvador.

¡Qué bella era la juventud!

Más motivado, salió de su guarida y se escurrió entre los mueves, acercándose poco a poco a la gran puerta que le separaba de su tan maravillosa ensoñación. Preparó su arma (mucha falta le haría, viendo el tamaño del lobo) y abrió despacio, deteniéndose cada vez que un crujido en la madera hacía eco. Escuchaba ruidos de pelea dentro —¡no se preocupe, joven dama!—, pero no debía precipitarse: un movimiento en falso y la hermosa Caperucita podía salir gravemente herida. Cuando hubo el espacio suficiente para asomar su cabeza, analizó con ojo crítico la habitación, encontrándose con una escena alarmante.

La dulce ancianita yacía sin moverse, con las piernas fuera del closet abierto; no parecía herida (aunque no podía ver mucho), pero su preocupación se disparó. Abrió un poco más, entrando con cuidado y avanzando paso a pasito hacia la mujer, aguzando el oído. Su amor parecía saber defenderse muy bien, luchando incansablemente con la bestia bajo las sábanas. ¡Qué chica tan fascinante!, pensó con alegría. Aceleró el paso, llegando en unas pocas zancadas silenciosas a la abuelita, que respingó cuando tocó su mano.

—¿Qué haces aquí? —susurró contra su oreja, sus ojos desorbitados.

—He venido a rescatarlas —respondió con el mismo tono, poniéndose alerta cuando un grito especialmente estridente salió de la cama—. Usted quédese aquí, salvaré a su nieta y ahuyentaré al lobo en un santiamén —declaró con determinación, poniéndose en pie.

—¡No, tienes que irte! —Aferró sus huesudas manos a una de sus botas—. ¡Estamos más que bien, en serio! ¡No vayas!

—Oh, dulce y venerable anciana —exclamó conmovido, zafándose con cuidado de su agarre—, no tiene por qué preocuparse por mi seguridad. Estaré bien, se lo aseguro —aseveró, alzando un pulgar y sonriendo ampliamente.

—¡No es eso!

Un sonoro gemido alteró notoriamente a la mujer, que dirigió una mirada preocupada al montón de cobijas. Para el hombre de mallas verdes eso representó una clara señal de que debía actuar.

—¡Ahh~! ¡Es-espera, no… no puedo!

Y rápido.

Saltó con agilidad al lado de la cama, con las quejas y regaños ahogados de la abuela como fondo. Entonces unas garras ensangrentadas salieron a una velocidad increíble de debajo de las colchas, encajándose con un chirrido en la madera del cabezal que, ahora que se fijaba bien, estaba visiblemente dañado. Dio un brinquito hacia atrás por la sorpresa, quedándose de piedra cuando otras manos salieron en busca de las primeras, haciendo un ruidito raro cuando chocaron.

Tragó saliva con dificultad, inseguro de qué tan horrible sería la escena con la que se encontraría —¿habría llegado demasiado tarde?—, y acercó una mano temblorosa al bulto, tan nervioso como para mover sus espesas cejas compulsivamente.

—¡Vete ahora! —Volvió sus enormes ojos hacia Mito, que se había acercado a gatas—. ¡No tienes idea de lo que pasa!

Sus plegarias (que para cualquier persona en su sano juicio hubieran sonado como órdenes), en lugar de asustarlo, le alentaron a continuar, animándole a tomar el borde de los cobertores, alzar la hoz sobre su cabeza y prepararse para descubrir qué estaba sucediendo debajo de las sábanas.

—Uno… —murmuró, alertando a la vieja.

—No te atrevas —advirtió en susurros.

—Dos —dijo con voz normal, dando un pequeño tirón.

—Llamaré a la policía —amenazó poniéndose de pie y cojeando en su dirección.

—¡Tres! —bramó con voz grave, arrancando con violencia las frazadas (que fueron a parar sobre la histérica Mito) y exhibiendo a las dos personitas anteriormente guarecidas en ellas.

—¡Ahhhhh! —Y gritó Naruto.

—¡¡Ahhhhhhhh!! —Y gritó Lee.

—¡¡¡AHHHHHHHHHH!!! —Y gritó Sasuke, que empezó a cocear brutalmente, como enfebrecido, ante la visión de la hoja afilada que portaba el chico de peinado de cacerola.

—¡Ah! —Y volvió a gritar Naruto, que había recibido un topetazo en la boca—. ¡Teme desgraciado, ¿qué mierda te sucede?!

—¡Hacha, hacha! —chilló, rasgando con desesperación la colcha y el pelo saliendo por todas partes de su cuerpo—. ¡Quítate de encima, cabrón!

—¡No te transformes, que sigo adentro! —Comenzó a alzarse sobre el lomo peludo, que aumentó de tamaño—. ¡Bastardo, detente!

—¡Como me rompas la ropa, lobo desgraciado, juro que te haré tapete! —rugió la mujer mayor, saliendo a tropezones de entre los cubrecamas, arrojándose sobre el cuello cada vez más grueso del animal para detenerlo.

—¡Ustedes dos, suéltenme!

—¡No te transformes, no he terminado ‘teba!

—¡Si este rarito no te despelleja, yo con gusto lo haré!

—¡Vieja loca!

—¡Perro pulgoso!

—¡Dueleee~!

Y el pequeño cazador se quedó quieto en su lugar, con las ideas muy revueltas y una horripilante imagen (con un gran potencial para crearle un serio trauma) bailoteando en sus párpados. Dejó caer su arma y salió de la morada con un andar lento y la mirada extraviada, vagando sin dirección por el espeso bosque.

Gai-sensei no se enojaría demasiado si aceptaba la oferta del señor Hiruzen y se hacía pastelero, ¿o sí?

.

.

.

FIN

 

Notas finales:

No sirvo para el lemon... equis, ni que no hubiera suficiente en la página.

Andy, mi corachón, espero te haya gustado ♥ Es muy largo y seguramente está lleno de horrores e incoherencias (lo terminé apenas hoy, casi me da el soponcio), pero lo hice con todo mi cariño. Feliz cumpleaños, hermosa. Espero hayas disfrutado las fiestas con familia y amigos, y no te deseo nada más que felicidad y mucho yaoi.

Beshas lectoras, les pido encarecidamente que en sus comentarios me destrocen a críticas y tomatazos. Destruyan mi autoestima, no importa, las amaré más por eso~ Broma, pero sus opiniones son importantes, pues me ayudan a mejorar *guiño*.

Besos

 

 


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