No era para cuestionarse, pero en estos momentos estaba sintiendo una satisfacción, que le daba a conocer lo bien que se sentía manipular al purasangre.
Puede que haya caído demasiado bajo al hacer esto, pero… era inevitable no sentirse demasiado bien ante esta torturo que incluso no podía dejar de reír –serenamente–, al ver sonrojado a un Kuran, que con tan friolenta mirada, daba a conocer el desprecio que le tenía. ¿Cómo era posible que el cazador haya logrado colocarlo de esta manera? Era sorprendente como… todo se le volteaba en cuestión de minutos.
—M-Me supongo q-que te e-estas c-contente al t-tenerme c-completamente i-inmovilizado, ¿verdad? —jadeaba con agitación, entre cerrando esos penetrantes orbes vino tintos para no gemir ante un nuevo movimiento del cazador.
Zero no era de esos hombres que le gustaba escupirle en la cara, las sensaciones que provocaba, el tener una victoria como esta sobre su rival. Claro que no. Él era más discreto a pesar de las constantes frustraciones que su mente le causaba cuando se imaginaba –porque no se le podía considerar pensar– a Kaname Kuran en una cama, totalmente inmovilizado ante cualquier tortura proveniente del mismo.
Pensamiento sádico de un prefecto que parecía no serlo, pero… en la vida uno hace excepciones, y siempre que tenía la oportunidad de acabar con la gran “supremacía” del purasangre, se extrañaba por completo cuando tenía estas clases de “ideas”.
—No podría decir que se siente bien —se atrevió a responder—; pero… verte así es algo que muy pocas veces se da… —comentaba con serenidad, pasando la punta de su arma por el desnudo cuerpo de su “victima”.
Observándolo con serenidad parecía querer algo de él, aunque muy pocas veces lo demostraba –más bien nunca lo hacía–, pero… Zero Kiryûu estaba considerando tomar las medidas que Kaname usaba en él, cuando buscaba “demostrar” quien era el dominante de los dos.
Al notar lo molesto que se volvía ese silencio, nuevamente llevó su Bloody Rose hasta la mesa de noche que tenía a un lado con la determinación de que esa fría mano hiciera contacto con algo, que no sólo se encontraba erecto sino que también estaba tibio al sentir las caricias de su acechador, cuando la movía de arriba abajo, con una lentitud que mataba al Kuran, quien intentaba soportar todo este jodido placer, que se adentraba a su cuerpo; tomando en cuenta, que en estos momentos quería matarlo, pero de otra forma que no fuera el quitarle su sangre.
Y sí que lo hacía saber cuándo de su garganta salía un forzado jadeo que debió haberse quedado en ese lugar, porque la serena mirada que el violáceo le hacía, daba a entender, perfectamente lo fascinante que se sentía tener una “placentera” victoria sobre él. Eso sí, cada reto tenía su contraparte, y puede que este chico de hebras blancas estuviera haciendo esta malvada para fastidiarlo, pero Kaname Kuran le haría saber a una simple pieza de su tablero, que nadie podía dominar al Rey del juego, menos si es alguien inferior a él.