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Summertime, and livin' is easy por Haruma

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Notas del fanfic:

Este es mi primer fic, creo. 

Trata acerca de la fugacidad del amour, algo de lo que actualmente tengo deseos de escribir. 

Notas del capitulo:

Este capítulo trata de la situación actual de los personajes, conforme avancen los demás he de narrar pequeños fragmentos de la historia de los mismos, todo esto dentro del desarrollo de la historia. 

Disfruten de la lectura. 

El sudor escurría de su frente mientras escuchaba un viejo y picante soundtrack a través de los audífonos. Sobre dos potentes ruedas en medio de la despejada carretera, barría los kilómetros a bordo de una motocicleta alquilada. El velocímetro marcaba unos 160 km/h, quizá, y aún así, no le parecía que marchaba lo suficientemente veloz. Apretando con fuerza los puños enfundados en cuero en torno al acelerador, levantó su cuerpo del asiento y cerró los ojos. Su rostro apuntaba a los salvajes rayos de sol que pegaban con fuerza, aunque no podía sentir el alcance de su intensidad gracias a la protección que brindaba el casco.


Instado por la fiera voz del vocalista, agita su fibrosa anatomía con imprudente abandono. No siente miedo o vértigo, solo el viento azotar contra él.

Lo cierto es que se había colado en una embarcación con destino al puerto de Warnemunde. Pasó tres días ocultando su identidad, víctima del frío más estremecedor. Mentiría si dijera que no sintió temor ante la peligrosa posibilidad de ser descubierto. Había oído historias, cada una más aterradora que la otra, donde se decía que los inmigrantes más atrevidos que se escabullían ilegalmente en barcos de la Guardia Civil, eran descubiertos y lanzados a la inmensidad del mar para que flotasen a la deriva. Eso si no decidían volarles los sesos y ofrecer sus cadáveres como señuelo fresco a las aguas contaminadas por furiosas pirañas o alguna que otra alimaña marina capaz de despedazar un cuerpo mórbido en cuestión de segundos; tan rápido como eras arrojado por la borda, desaparecías de la faz de la tierra sin dejar rastros. ¡Pero diablos! No pudo resistir ese impulso que recorría sus terminaciones nerviosas cuando la oportunidad se vendía “sensualmente” ante sí. Siempre quiso conocer la capital, la jovial Berlín. Y ahora, aventurado en una travesía arriesgada, pronto sería el momento de arribar. Si hubiese usado cualquier otro método para llegar, seguramente no habría sido ni la mitad de divertido.


Cruzando la entrada amurallada de la ciudad, se unió al paisaje urbano, disminuyendo considerablemente la velocidad para formar parte del tráfico. Observa atentamente los alrededores, ¡mierda, sí!, ya había llegado. No podía esperar para zambullirse en el lago Schlachtensee, donde habría exuberantes féminas en bañadores, y hombres con poderosos “revólveres” ocultos entre sus piernas. Sudoroso y acalorado por la extenuante actividad que conlleva realizar un viaje de esa magnitud, refrescarse un poco no le haría ningún daño.


Apaga el motor en una zona comercial; tal vez podría conseguir algo de comida y agua antes de aventurarse al lago. Con el casco sujeto bajo de su brazo, y la abultada mochila guindada al hombro, ingresa a un concurrido mercado donde queda inmerso entre cantidades masivas de personas que se acumulan en los humeantes puestos de comida.
El sonido de voces regateando, el aroma a grasa, mugre y especias le aturdieron momentáneamente.

-¿Disculpa?- el matiz de su acento rumano es notorio, cuando enseguida quita los audífonos de sus oídos para atender a un hombre que parecía dirigirse a él. El tipo que vestía un estúpido gorro en la cabeza, encargado de uno de los puestos de comida, vuelve a vociferar una frase totalmente ininteligible. 

–Uh…-asintió y gesticuló exageradamente con las manos, luciendo terriblemente ridículo. Esperaba que con eso fuese suficiente para que le entendiesen, aunque ni él mismo estaba seguro de lo que quiso expresar. De pronto, un aroma delicioso satura su olfato, instándole a bajar la vista a tiempo para divisar unas grandes salchichas que lucían bastante apetitosas. Amaba las salchichas, de todo tipo, y habla muy en serio cuando dice toda clase de salchichas, comestibles y no comestibles. De sus labios escapa un sonido similar a un: «¡Mmm, Mmm!», seguido de una mirada famélica. 

Oiga, deme una de esas jugosas salchichas.-señala con su dedo, pero el rostro de completa confusión del aludido, le transportó en cuestión de nada a la completa exasperación. Tal vez su pronunciación no era la más apropiada. Suspirando sonoramente, revuelve en sus bolsillos en busca de algunas monedas para tendérselas. 

– ¡Salchicha, hombre! ¡Quiero una sal-chi-cha!- sus labios se mueven expresivos, mientras hace desesperados aspavientos para demostrar su deseo de llevarse el embutido a la boca.

- ¡Carajo!- masculla derrotado, ganándose una mirada furibunda del sujeto que sí parecía descifrar las palabrotas.

 

Si tan solo yo…

 

«El rumano se mueve con agilidad pasmosa, pasando inadvertido ante la vista de los presentes en el puesto de salchichas. Es una sombra sagaz que toma el poder y a un individuo cualquiera como su rehén, empotrándolo contra el mostrador. Blandía desafiante una espumadera de cocina, amenazando con herir a la mujer despavorida que apresaba.

Las comisuras de sus labios se elevan, sintiéndose triunfador.

-Escúcheme bien...- silba por lo bajo, emulando a una víbora ponzoñosa mientras su mirada de ojos afilados se posa sobre el vendedor. –Lentamente, muy lentamente,…envolverá el embutido para llevar. Cualquier movimiento en falso, o ante el más mínimo atisbo que me haga sospechar de usted, la vida de la dama expira en cuestión de nada, ¿ah comprendido?

Se jacta de su capacidad intimidatoria cuando el sujeto del estúpido gorro procede como le ordenó. Manos trémulas manipulan la salchicha empaquetándola en una caja, incluso integrando algunos sobres de aderezo y servilletas .Cedric arroja un par de monedas y toma lo que es suyo, derramando un beso subrepticio sobre la cabellera de la dulce fémina antes de dejarla en libertad.

Aquel veterano de la comida grasienta no volvería atreverse a fastidiarle el día a un hombre famélico.
»

Entonces la ensoñación se quiebra, y sus quince segundos de villano atroz se desvanecen junto al vapor que emerge de la comida. El exasperante chirrido de un radio sintonizado en una emisora de farándula azota sus oídos. Sigue en el mercado, frente aquel mismo puesto y el rugido fiero de su estómago que es capaz de escucharse por sobre el vocerío de la muchedumbre, y el típico sonido de los cláxones que se oían no muy lejos de allí.

-Vale, vale. – alza sus manos y muestra las palmas en señal de rendición. – Comprendo, no te caigo muy bien. Ya me voy, solo quita esa cara roñosa o no tendrás más clientes dentro de un buen rato. 

Larga una maldición en romaní y se dispone a marcharse, no sin antes echarle una mirada de animadversión al odioso sujeto. ¿Acaso toda la gente en Berlín era tan mezquina?, se pregunta a sí mismo conforme se aleja. Nunca pensó que emplear su alemán terriblemente básico resultaría contraproducente, pero una vez más, reconoce que se ha equivocado en cuanto a sus dudosos pronósticos. El segundo idioma que manejaba con inusitada perfección aparte de su lengua materna, era el inglés. El japonés, francés y alemán, eran más bien adquiridos de un tosco aprendizaje a través de un par de clases online y su efímera estancia en los dos primeros países. Pero no le toma importancia, se encoje de hombros como un niño vivaracho incapaz de sujetarse mucho tiempo a la angustia, y aprieta el paso tratando de esquivar al amasijo de residentes. Él era un forastero en aquella ciudad, uno que no podía aguardar a empaparse de ella antes de emprender camino como una ágil gacela que se desembaraza y no mira hacia atrás porque desea estamparse de lleno con su siguiente destino.

Y lo hace. El laberinto es impreciso, hay muchos rostros que se cruzan y su campo visual solo halla despejado al cielo plomizo, porque donde quiera que pise o mire más allá al frente de sus narices, se encuentra sumergido en el embotellamiento del mercadillo. Pero su camino se topa con el de alguien, y su anatomía, bueno…, solo atina a quedarse paralizado, aferrado al suelo mientras oleadas de transeúntes pasan de largo como en la escena de una película, donde los protagonistas cruzan miradas durante un segundo mágico que parece transcurrir en cámara lenta y sin quererlo, se convierte en una eternidad.

Un pujido femenino seguido del tintineo de una campanita y la salpicadura de una gota que tenía aroma a jazmín, le hacen recobrar de una vez la actividad motora.

Y se acuclilla, con la vista alzada, fija en un rostro de claros rasgos anglosajones.

Hebras de un suave castaño que parecen bailar armoniosamente por sobre los hombros de aquel muchacho; nariz pequeña y respingada sobre unos labios finos, de  un atractivo tono rosáceo; y esos ojos… de una transparencia azul, que le hace recordar las aguas diáfanas de Kiribati, enmarcados por unas cejas finas, que incluso, le brindan una expresión casi pícara.

Recupera un sobre amarillo que se había precipitado al suelo tras el suave impacto y vuelve a erguirse, sucumbiendo al febril deseo de recorrer con su vista la delgada silueta del jovencito.

-Lo lamento, hombre.- su voz se oye como un farfullo mientras se excusa, pero no le toma mayor importancia. En su lugar, le tiende el folder.

 

Con gratitud y una imperceptible gota de sudor escurriendo de su frente, el de ojos transparentes lo recibe. La simple idea de perder los importantes documentos archivados en aquel sobre le infunde temor, no por ser el propietario de éstos, pues allí no había más que el papeleo pertinente para un realizar un viaje a París, papeleo que un viejo amigo precisaba a la mayor prontitud posible. Y precisamente a eso iba. Muy temprano había partido desde su humilde morada rumbo al Schlachtensee, más concretamente, a un campamento de estudiantes donde su amigo aguardaba por él. Si este se daba por enterado de su reciente imprudencia, de seguro le ataría una soga al cuello y de una patada le apartaría la silla para que muriese allí, colgando silenciosamente. Vaya.

 

Minutos atrás, mientras pasaba por ahí, no había podido escapar del seductor aroma que emanaba de aquel puesto callejero de salchichas. Y comprobó, con gran decepción, que no traía ni un mísero euro en el bolsillo para complacer su capricho gastronómico. ¡Qué putada tan grande! Cuánto le hubiese gustado empinarse un tarro de cerveza fría y arrancarle más de un buen bocado a una enorme salchicha acompañada de unas patatas asadas, quizá. Maldiciendo su mala suerte, se había dispuesto a avanzar poco a poco como una tortuga, con el cuello estirado y las aletas de la nariz bien abiertas mientras aspiraba aquellos suculentos vapores.

Claro que no había advertido la aproximación de nadie...

No había esperado el ¡bang!

 

Y ahora allí está, plantado como idiota en el mismo sitio. En su fugaz ataque de pánico había olvidado agradecerle a aquel hombre tan amable que sin duda, y a juzgar por su apariencia, era un forastero más en su nación. Muy atractivo, pensó. Pocas veces había tenido el placer de contemplar tan de cerca una piel tan deliciosa, como la canela. Se preguntó si tendría el mismo sabor. Pero lo que al primer vistazo le causó más impresión, fue el furioso tono rojizo de sus ojos, eran tan feroces y bravíos.

 

Por su parte, Cedric se encuentra avanzando en retroceso, empujado por la corriente de personas que se aproxima hacia él, inexorables. No le quita los ojos de encima al residente, no desea hacerlo, inclusive obviando uno que otro traspié que le hacía ganarse improperios de parte algún hombre o mujer ofendida por aquel subnormal que marcha de espaldas y no repara en nada más que el punto impreciso donde sus ojos se posan. Levanta su mano y hace un ademán despidiéndose, con la certeza de que no se lo volvería a topar.

 

Será pelmazo. El castaño libera un bufido, y se da cuenta que nuevamente se ha quedado inmerso en sus cavilaciones y alabanzas hacia el atractivo que poseen los turistas. Con rapidez escudriña sus alrededores en busca del hombre, girando varias veces sobre su mismo eje por si a éste se le habría ocurrido cambiar de dirección en su descuido. Lo que quiere es algo sencillo: agradecerle como es debido.

 

Y por obra divina, o lo que sea, logra ver su varonil espalda a punto de ser tragada por el mar de gente.

 

No lo piensa, se abre paso y lanza brazadas al aire como si estuviese sumergido en una alberca.

«Vamos, vamos, todos fuera de mi camino».

Tres, dos, …uno.

 

-¡Espera!

 

Una voz resuena en el mercadillo y alrededor de unas diez personas se vuelven hacia ésta. 

Notas finales:

¿Qué les ha parecido?, ¿estuvo bien o terriblemente mal? :s deseo que me escriban sus opiniones, positivas o negativas, que soy novato y necesito de ellas. No sé si deba continuar esta historia, y aunque deseo hacerlo, ustedes me ayudarán a decidir, ¿a que sí? c:

Muchas gracias por leer^^


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