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ETERNAL FLAME por Angie Sadachbia

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Notas del fanfic:

Canciones

*ETERNAL FLAME de Do As Infinity.

https://www.youtube.com/watch?v=sIS7Z9p8M98

*Here's to never growing up de Avril Lavigne.

 https://www.youtube.com/watch?v=sXd2WxoOP5g

 

Vengo a darle honra al clan Procrastination e.e 

Este fic está dedicado a:

Roxane.

Hinana.

Kyoko.

Murasaki.

Macky <3

Espero que les guste.

Notas del capitulo:

Acabo de terminarlo y lo estoy publicando.

Si hay errores, ¡ya saben!

 

No dejen las cosas para lo último o les pasa esto x'D

I

Todo empezó cuando Yuu tenía quince años recién cumplidos. Su madre llevaba un par de días en el hospital por un dolor fuerte; pero ese día, una enfermera la cuidaría para que el joven pudiera adelantar tareas para la escuela. A pesar de que tenía varios ejercicios de matemáticas sin realizar, y que debía entregarlos al otro día, Yuu invirtió gran parte de su día en realizar un majestuoso dibujo para su chico especial. Apenas sabía qué era el enamoramiento, por las películas que le gustaban a su madre, y creía firmemente que estaba enamorado de su amigo Kouyou.

Llevaba un semestre en Kanagawa. Su madre, la señora Keiko Shiroyama, era ejecutiva de una importante empresa con sedes en todo el país y era necesario que se mudase cada doce o dieciocho meses para atender requerimientos en otros lugares. Ella era una mujer responsable, virtuosa, admirada y talentosa. Todo eso se lo heredó a su hijo, un excelente estudiante y un orgulloso adolescente querido por pocos, pero admirado por el resto.

Siempre estudió en los mejores colegios, el dinero de su madre era bien invertido en su educación para que pudiera labrar su propio camino a gusto. Ella le dio la libertad de elegir lo que quería hacer con su vida, ya que no podía darle la opción de vivir en un solo lugar y de conservar amigos.

En esos seis meses, Yuu ya se había hecho amigo de Kouyou y Takanori. Ambos eran de la ciudad, con gustos excéntricos y talentos marcados. A diferencia de él, que tenía cierto talento para todo lo relacionado con estudiar, Kouyou tenía una maníaca fijación por la anatomía humana y Takanori la tenía por la clase de arte. De hecho, conoció a este último en esa clase: ambos admiraron el trabajo del otro y querían aprender técnicas nuevas.

Yuu era un joven de buen parecer: era un tanto bajo de estatura, sus cabellos negros, sonrisa y porte le dejaban como el favorito de las chicas. Takanori era más o menos de su altura, aunque probablemente crecerían luego, y tenía cabellos castaños; pero él decía que quería teñirse de un tono rojizo.

El primer día de invierno, Takanori le presentó a Yuu a su amigo Kouyou, un año mayor y más alto que ellos, más sobrio que ellos y más abstraído del mundo que un capullo de mariposa. Sin embargo, su lado amigable salía a relucir cuando tenían que jugar, hablar estupideces o competir por la atención de las chicas.

Chicas… a pesar de que había lindas chicas en la escuela, a Yuu le atraía más Kouyou. No sabía si era por la forma ruda de tratarlo o porque con él se divertía más que con cualquier otra persona; sólo sabía que le atraía y que no le daba asco la idea de besarlo. Su adolescencia empezaba y las ideas infantiles desaparecían.

Citó a Kouyou para jugar videojuegos en su casa a las cuatro de la tarde. Él llegó a las cuatro y diez. El pequeño Yuu no sabía muy bien qué tocaba hacer para declararse; pero sabía que quería estar cerca de su visita y por eso se sentó al lado de él para jugar. El más alto no parecía estar molesto, en realidad se tomó la libertad de acercarse a medida que el juego se desarrollaba: si él ganaba, le besaba la frente, a pesar de que el otro lo golpeteaba; si Yuu ganaba, lo abrazaba para felicitarlo. En medio de un forcejeo por el mando número uno, el más bajo de ambos empezó a quejarse.

—¿Estás bien?

—No sé, me late muy fuerte. —Señaló su pecho sobre la altura del corazón y una sonrisa enternecida se formó en el rostro de Kouyou. El menor no sabía nada de esas cosas.

—No te preocupes. —Su mano fue tomada para tocar el pecho ajeno, un simple gesto que le subió algunos colores al rostro—. Yo estoy igual.

El romántico ambiente fue cortado por el teléfono, algo que no podía ser ignorado por Yuu. “Si llaman a casa, es porque tiene importancia”, le decía su madre. Fue sólo cruzar palabras por unos treinta segundos y su rostro perdió todo el color. La enfermera le dijo que tenía que ir al hospital, que dejara todo y fuera. No quiso decirle por qué. Kouyou se ofreció a acompañarlo sin aceptar un “no” por respuesta.

La señora Keiko Shiroyama había fallecido hacía algunas horas, tenía cáncer en estado terminal. No le habían dicho nada porque el diagnóstico se había entregado esa mañana, justo después de que él se fuera. Al día siguiente la cremaron y, con ella, a la adolescencia de Yuu.

El joven huérfano se mantuvo estoico desde que recibió la llamada, parecía fuera de sí, fuera del mundo. Caminaba porque Kouyou le llevaba, comía porque Kouyou lo obligaba, y llegó a su casa porque su amigo lo acompañó. Fue sólo pisar el apartamento para contener la respiración sonoramente, sus pies vagaron en dirección a la habitación de su progenitora; una vez allí, se derrumbó.

 

II

Habían pasado tres años, amanecía el catorce de marzo y Yuu seguía durmiendo. Su mayor placer era dormir, después de comer, tanto así que no podía despertarse por cuenta propia: alguien más debía hacerlo. Cuando faltaban diez minutos para ir a la parada de autobús, sus ojos se abrieron perezosamente, miraron la hora y se abrieron como platos.

Llevaba tres años viviendo con Kouyou, él le ofreció compartir apartamento para que ninguno estuviera solo. El día en que Yuu llegó al hogar de su amigo, se dio por enterado de que éste vivía solo e independiente desde hacía unos meses. Era perfecto. La convivencia era similar a la de dos hermanos: discusiones, juegos, comida chatarra y desorden por doquier que sólo desaparecía a regañadientes cuando Takanori los visitaba. Por este motivo, Yuu empezó a detestarlo.

Corrió al baño para lavarse el rostro, cepillar sus dientes y aplicar desodorante más una cantidad tóxica de loción que pudiera ocultar cualquier olor desagradable. Su vida era bastante desordenada y no se arrepentía de ello, la consigna era vivir el momento. Vistió el uniforme de manera pulcra, tanta como su cabello enredado y su nuevo piercing le permitían. Miró el reloj: dos minutos para ir a la parada. Tomó su mochila, salió de la habitación para notar que estaba solo y, una vez fuera de ese apartamento, corrió para llegar al lugar donde debía estar.

Desde diciembre discutía constantemente con Kouyou, o como él lo llamaba: Uruha. Que los calcetines no debían estar en la mesa, que debía aprender a despertar solo, que no iba a hacerle de comer, que aprendiera a hacerse el nudo de la corbata, que dejara de dibujar tanto y estudiara más, que no se desvelara viendo películas de terror, que no bebiera alcohol, que le ayudara a asear la casa… el mayor dejó de lado su propia indisciplina y trataba de arrastrar al otro consigo. Probablemente, Yuu escuchaba todos esos reclamos en un solo día y, en realidad, quería obedecer para que su compañero se sintiera orgulloso de él; aunque era más fácil mirarle con ojos de cachorro y mueca de niño mimado para que los regaños cesaran y el otro le dejara en paz. Tal vez, por eso Yuu no tenía que hacer nada de lo que se le pedía. Quizá, Uruha se dio cuenta de ello.

—¡No me despertaste! —medio gritó, sin importarle que los demás los vieran, a la vez que golpeaba el brazo ajeno con un puño y luego tomaba asiento, dejando su portafolio marrón (manchado de salsa de cereza en la solapa) sobre el regazo.

—Aprende a hacerlo solo. —Fue todo lo que obtuvo, sumado a una mirada serena que lo dejó en su lugar y un tirón de lo que parecía ser el nudo de su corbata; pero no por mucho tiempo. Empezó a agitar una rodilla, la otra, mirar por la ventana y, de reojo, a Uruha. Miraba a sus compañeros, sonreía recordando tonterías y, al final, se percató de que el otro, además de su mochila cruzada, llevaba una gran bolsa de tienda.

—¿Qué es? —Acercándose un poco, se asomó para fisgonear el contenido, por lo que recibió un suave coscorrón. Levantó la mirada para reclamar al otro con ella, encontrándose con esa sonrisa socarrona que conseguía descomponerlo. ¿Por qué?

—Regalos del Día Blanco.

Cada año, para Valentín, ambos recibían una cesta de regalos de parte de sus admiradoras y amigas. Sus amigas eran dos, el resto eran chicas que verían su corazón roto en el Día Blanco. Yuu siempre olvidaba devolver el regalo, lo que solucionada comprando varios paquetes de malvaviscos pequeños en una tienda cercana al colegio. Uruha, por su parte, compraba cajas de chocolates blancos exactamente iguales para todas y un regalo más costoso para alguien especial. La chica que recibió el peluche de pato blanco el año anterior fue su novia durante dos meses. Ese año, todas estaban ansiosas por ser la afortunada.

—Aburrido —canturreó mientras el autobús se detenía, revisó su maletín para saber con cuánto dinero contaba. Una mueca  adorable hacia su compañero le valió por ¥5000 para comprar todos los paquetitos de malvaviscos que necesitaba.

Con excepción de la hora de recreo, en la que repartió dulces y compartió la mesa con las chicas, su día iba normal. Haciendo trabajos a última hora, escuchando música con audífonos, dibujando en clase para matar el aburrimiento, etc. A pesar de esos desvaríos, seguía obteniendo buenas calificaciones adornadas con comentarios de desaprobación de parte del plantel docente por su impuntualidad, su desorden y su desacato a la autoridad.

—Joven Shiroyama, ¿debo recordarle otra vez que no escuche música en clase? —Esa fue la profesora de arte, que le había quitado los audífonos antes de reclamarle. Yuu simplemente la miró con altanería.

—Dibujo mejor cuando escucho música. —Su carpeta de dibujos le fue arrebatada de inmediato. Se quedó estático, sin dejar de mirar a la mujer, esperando un nuevo regaño.

 

Salió quince minutos después de la hora normal, ya de seguro tendría que ir solo por un autobús para volver a casa y se sentía agotado. Cargaba su carpeta bajo el brazo y su mochila con la otra mano, mientras hacía malabares para comer uno de los paquetes de malvaviscos. Su paso se vio interrumpido por un grupo de chicas que, en ronda, murmuraban; las vio de reojo sin dejar de caminar, pocos metros adelante su amigo estaba sentado en una mesa de la cafetería al aire libre, leyendo un grueso libro.

—No tenías que esperarme. —Un saludo escueto, seguido de su carpeta sobre la mesa y un sonoro suspiro.

—Saliste tarde. —Las afirmaciones de Uruha, por lo general, le exigían una explicación.

—La señora de arte me retuvo. —Señaló la carpeta, el castaño le miró de reojo y tomó el objeto para abrirlo—. Estaba haciendo eso en clase de formas humanas y dijo que tenía que terminarlo. —Se encogió de hombros, se recargó en la fuerte mesa de madera, quedando de lado al mayor.

—Tu profesora, Yuu. —Kouyou sacó la hoja más próxima, examinó la forma sobre ella y alzó las cejas, sorprendido—. ¿Dónde lo viste?

—En mi mente se ve mejor. —Trató de recuperar su maqueta de un edificio precioso, probablemente un centro comercial, sin éxito—. ¡Guárdalo, está mal!

—¿Mal? —cuestionó el mayor con incredulidad, miró al chico que ya estaba cabizbajo, extendiendo su brazo en un vano intento por atrapar su fracaso—. Podrías ser un gran arquitecto, Yuu. —Dicho esto, el joven recuperó sus cosas y guardó la maqueta con suma delicadeza—. Los detalles, la escala, la forma…

—No seré arquitecto, está mal, no seré arquitecto, está mal —murmuraba sin parpadear, hasta asegurarse de que el portafolio estaba bien cerrado y que el otro no podría ver esa maqueta mala de nuevo—. ¿Qué esperas para irte? —preguntó con rapidez, al notar el rostro de desconcierto que le dedicaba el castaño.

—Aún no he entregado el regalo especial de este año.

—¿La chica está en detención?

—Estaba, ya salió. —Kouyou se puso de pie, sacó una pequeña caja de su mochila y sonrió mirándola.

—Perfecto, entrégala para que nos vayamos. —Se cruzó de brazos con la mochila custodiada entre ellos, mirando al frente con molestia. ¿Por qué el otro debía preocuparse por una persona en especial? ¿Qué tendría de diferente esa chica a las otras? Eran chicas: delicadas, lloronas y bien peinadas chicas.

Sintió una pequeña cuerda fría rozándose por la piel de su cuello, una ligera presión y las manos varoniles de Kouyou que movían su cabello despejando y tapando la zona. Bajó la mirada ligeramente, luego captó la silueta del más alto que ya se encontraba frente a él.

Los dedos callosos por las cuerdas de guitarra se enredaron en el cabello de su nuca, arrastrándole sin dificultades al cuerpo ajeno mientras elevaban su mentón. No cerró los ojos, pudo ver de cerca el limpio rostro de Uruha con un sonrojo adornándole las mejillas y mechones de cabello rebelde que rozaron su piel al mismo tiempo que sintió una presión suave que se posaba sobre sus labios. El corazón le volvió a latir con rapidez, como hacía tres años, tiñéndole el rostro y mareando su cerebro.

—Te amo tanto y lo odio —susurró el castaño sobre sus labios—. Porque deseo tanto un futuro contigo; pero no puedo soñarlo. —Una sinfonía de gritos femeninos de emoción y algunas palabras de lamento se escucharon cerca, eran de las chicas con sus ilusiones rotas.

Él no era una chica, no estaba ilusionado con recibir ese regalo, la actitud de su amigo sólo pudo marearle más. Una profunda inhalación, seguida de un largo suspiro. Tocó sus labios con un dedo, frunciendo el ceño mientras trataba de darle sentido a esas palabras. El sentido figurado no era su fuerte y el amor, para él,  no tenía razón de ser.

—Si odias amarme, no lo hagas. —Relajó su postura y, a paso calmado, se retiró hacia la parada de autobuses más cercana. Uruha le siguió después de algunos segundos.

 

III

El ambiente en las siguientes semanas se hizo denso, monótono y opresivo para el joven Shiroyama, física y abstractamente. Estaba comiendo mal porque gastaba su dinero en golosinas o en comida rápida en lugar de comprar ingredientes y cocinar. Estaba durmiendo mal, porque trasnochaba en su habitación dibujando más y más maquetas, que luego guardaba o tiraba a la basura. Su cabello y ropa eran un desastre, no los lavaba como era debido ni con la frecuencia necesaria; ni qué decir de planchar las prendas, guardarlas en cajones o cepillarse el pelo para evitar nudos. Si su vida previa era un desastre, luego fue una hecatombe.

Yuu siempre tuvo a alguien que hiciera todo eso por él, no tenía motivos para preocuparse de los quehaceres cotidianos y, en lugar de estar dispuesto a aprender, prefería esperar a que Uruha recordara que él estaba ahí, vivo, y que lo necesitaba. Pero, para su desgracia, el castaño no lo tomaría en cuenta.

Hacía un mes que se habían graduado de la preparatoria y el mayor se la pasaba leyendo o cargando pesados libros de temas que Yuu desconocía. No lo invitó al baile ni a la pequeña reunión que hizo con Takanori para celebrarlo. De hecho, solía ignorarlo. El pequeño Yuu no podía soportarlo y hacía de todo para conseguir la atención del más alto o volvería a derrumbarse, esta vez, por culpa de su propio desorden.

—¿Puedo saber qué haces?

Fue su táctica más desesperada desde que rechazó, tajantemente, los sentimientos confusos de su compañero. Tomó un baño, se vistió con pantaloneta y una camiseta de Slipknot, propiedad de su amigo, para dirigirse hasta él, retirar el libro que leía y echarse cómodamente en su regazo.

—Mírame —respondió haciendo un puchero de lo más tierno, el castaño lo veía sí o sí. O eso creía hasta que el libro terminó sobre su cara, como si fuera una mesa.

—Estoy estudiando. —Lo más seguro, era que quisiera fastidiar al pelinegro para que se fuera por su propia cuenta. Pasaba las hojas sin verlas, leía algunas palabras en voz alta y presionaba el libro.

—Y yo sirvo de apoyo a tu librote, ¿verdad?

—Sí. —No esperó más para tomar el libro que le obstaculizaba hasta la respiración y mandarlo a volar, se incorporó a un lado de su compañero para mirarle con gesto infinitamente molesto.

—Mírame, Takashima. —La última vez que Yuu llamó al castaño por su apellido, fue cuando los presentaron.

Esa vena en la frente, bastante marcada por sí sola en el alto castaño, se hinchó a la vez que concedía el deseo del más joven. Ese era el momento en el que podía arrepentirse de actuar como un imbécil. —Es un libro de anatomía, el mejor, y me costó ¥60,000. Más te vale no haberlo dañado. —Se hubiese puesto de pie para tomar el texto e irse a un lugar lejano si Yuu no hubiese sido más rápido para tomarle de los brazos.

—¡¿Me has ignorado todo este tiempo por culpa de un libro?! —Lo manoteó una vez le soltó los brazos y se fue corriendo a su alcoba, dejando la puerta abierta.

 

Despertó pasada la hora de entrar a clases, pero descansado y con la convicción de hacer pagar a Kouyou por el descuido, indiferencia y trato que le había estado dando todo ese tiempo. Para empezar, recogería el desorden de su habitación, se vestiría debidamente y saldría a comprar víveres para la alacena. La mejor manera de vengarse era demostrando que no necesitaba al mayor.

Limpió el desorden y acomodó los materiales de su mesa de dibujo, dejando el lugar como un oasis de pulcritud en medio del caos. Luego tomó sus cosas para ir a bañarse y, al salir de la habitación, casi se cae de espaldas: el apartamento estaba impecable, sin rastros de la mugre que él mismo había dejado en cada rincón. Caminó a paso lento, como verificando lo que sus ojos veían, desviándose de su destino inicial. Esos pasos lo llevaron a la alcoba del mayor, que se hallaba sentado en el escritorio que usaba para estudiar mientras leía ese gran libro de tantos miles de yenes.

Después del merecido baño y una sesión de tina tibia, se vistió de manera sencilla —pantalones y camiseta— y tomó parte de su dinero, dispuesto a ir al combini de la calle para comprar onigiris o alguna cosa rápida de comer; pero nutritiva.

—Supongo que no cambiarás nunca —dijo Kouyou a sus espaldas, en tanto cerraba la puerta de la alcoba para irse.

—¡Me asustaste! —Le miró frunciendo el ceño, andando luego para salir.

—Ordené sushi, ¿no querrás?

Cómo diría que no, cuando comer gratis era algo que adoraba Yuu. Le ofreció una amplia sonrisa al mayor, para luego seguir su invitación a tomar asiento.

Por lo general, Uruha era alguien inexpresivo y apartado del mundo, se mantenía al margen de cualquier asunto demasiado emotivo para no verse afectado. Por eso nunca hablaron de la muerte de la señora Shiroyama, por ejemplo. Sin embargo, siempre había una primera vez para todo y ninguno de los dos estaba preparado para tener esa conversación.

—Tienes dieciocho años, Yuu. Nos conocemos desde hace casi cuatro y tengo sensaciones confusas cuando se trata de ti. —Uruha debió cubrirse el rostro de inmediato.

—¿Es por eso que dijiste el día blanco? —preguntó casi que con temor.

—No es sólo eso —dijo en un suspiro, le dedicó una mirada y debió apretar el puño sobre la mesa—. Me voy. —Los ojos del menor se abrieron con sorpresa.

—Te cansaste de mí.

—Sí. —Nunca había escuchado a Kouyou tan contrariado en la voz ni lo había visto tan firme en su mirada—. Por eso arreglé tu desorden y compré comida, porque me cansé de vivir como si fuera un pobre diablo debido a tu increíble capacidad para obviar tu mundo. —Una punzada de dolor atacó la cabeza de Yuu.

—Tú eres más distraído que yo, Kou. Siempre hemos discutido, ¡¿por qué el que yo no haga algo te afecta tanto?!

—¡Porque te amo, idiota! —Golpeó la mesa y respiró profundamente para no cometer homicidio ahí mismo—. Y porque vivo aquí. Me cansé de tu ropa interior mojada en el baño, de que no puedas madrugar por tu cuenta, de que lo único que hagas con tu vida sea comer y dormir mientras desperdicias tu talento en alcohol y videojuegos en línea.

—No sé de qué me hablas. —Se cruzó de brazos, encogiéndose de hombros y mirando a otro lado.

—Sabes de lo que te hablo. Tienes dieciocho años y pareces de quince todavía, tal vez menos. ¡Mírate no más ahora! —Se puso de pie a la par que le señalaba.

—¿Qué tiene de malo que salga a divertirme de vez en cuando? —vociferó sin mirar a ningún lado.

—Al menos dime que ya te inscribiste para ingresar a la Universidad de Tokio como quería tu mamá. —Trató de calmar la voz, hallando la confusión de los ojos ajenos que lo miraban como exigiendo una respuesta—. No leíste el testamento ni te has inscrito —afirmó con decepción.

—¡Es un documento muy largo! —Alzó los brazos en gesto cansado—. ¿Para qué voy a ir a la universidad? No la necesito, tengo la herencia para vivir bien.

Kouyou pudo exagerar en algunos puntos, pero decía la verdad. Yuu, desde que se graduó, sólo salía de casa para comprar videojuegos, para beber alcohol con algunos chicos de la preparatoria, para comprar revistas o para lo que fuera sin medirse en gastos. Todo el dinero de su mensualidad lo gastaba en esas cosas y en comida chatarra. Los fines de semana, no dormía en casa. Después de dos discusiones en las que intentó hacerle cambiar de actitud, decidió dejarlo todo por la paz… hasta esa tarde.

—Sólo te diré que tienes dieciocho años, estás en capacidad de ir a la universidad a estudiar lo que quieras y que el semestre empieza a mediados de septiembre —decía mientras movía las manos, explicándose, como moldeando plastilina frente a sus ojos confusos.

—¿Y?

—Si no empiezas a estudiar, no recibirás dinero. —Los colores de su rostro bajaron inmediatamente con sólo escucharle decir eso—. Debiste leer el testamento.

—¡Yo no quiero estudiar! Kouyou, por favor; ayúdame.

Pocas veces suplicaba, pocas veces abrazaba a otro ser humano y, de lejos, se aferraba demostrando debilidad. Era algo que ni él entendería, debía demostrarle a Uruha que lo necesitaba de la forma más egoísta posible; pero nunca llegaba a ese punto. Su compañero parecía ido, protegido en esa defensa mental donde corrían dibujos de unicornio y lo distraían de los problemas del mundo real.

Cada loco con su tema.

—¡Kouyou, que me ayudes! —Le reclamó y le golpeó el pecho, recibiendo de inmediato un agarre fuerte de su brazo derecho. Con miedo, miró a su posible atacante.

—Hazte cargo de tus asuntos, Shiroyama. —Frunció el ceño, nunca lo había llamado así—. Tengo que responsabilizarme de mi vida. —El castaño suspiró, miró al cielo para buscar fuerzas y luego clavó sus serenos ojos miel en los oscuros de Yuu—. Tengo que estar en el aeropuerto en unas horas.

—¿A-aeropuerto? —Sollozó angustiado, pensando en el peor escenario.

—Me iré a estudiar medicina en Estados Unidos. —El castaño interpretó ese sollozo como una señal de que ya había lastimado demasiado su muñeca—. Volveré en cuatro o cinco años.

—No, no puedes. —Negaba lentamente, alejándose de ese muchacho extraño que hablaba de cosas raras.

—Supuse que podríamos hablar de irnos juntos, tu mamá te dejó suficiente dinero para pagar esa universidad —murmuraba, palabras suaves y confusas—. Yo tuve que buscar una beca y la conseguí allá, me costó demasiado esfuerzo.

—Me vas a dejar solo, ¡solo!

—¿Y si te inscribes? Aún estás a…

Yuu tomó la porcelana de un gato de la suerte que siempre adornaba la mesa y la tiró con fuerza hacia la pared detrás del castaño. Le miró con dolor, dolor y desesperanza. Se sentía traicionado, abandonado y a merced de…

—¡Te atreves a dejarme solo!

Se fue corriendo de casa, con su billetera en mano, buscando un lugar para descargar su frustración. Por un lado, quería deshacerse del sinsabor que la noticia le dejaba. Por el otro, quería creer que era una vil mentira, de esas para hacerle cambiar de opinión que solían usar Kouyou y Takanori.

Volvió a casa, ya había anochecido y el cielo estaba despejado, tanto que las estrellas podían divisarse. El camino al apartamento nunca se le había hecho tan largo ni tan ansioso. Kouyou iba a recibirlo con una disculpa o, al menos, estaría estudiando en su habitación. Sin embargo, la realidad era otra: una nota en el refrigerador.

Lamento que esto haya quedado así… quiero creer que aún no termina.

Voy a extrañarte demasiado. Promete que seguiremos en contacto por internet, ¡ni se te ocurra borrarme de tu lista!

Por favor, madura un poco y sé responsable. Sacaste el mejor promedio de nuestra clase, puedes enfrentarte a cualquier cosa.

Te ama,

~Uruha~

PD: Te dejé el sushi en el refrigerador, todo tuyo. Yo comeré en el aeropuerto”.

 

IV

Por primera vez en años, Yuu se fue a dormir temprano y madrugó al día siguiente para organizar el apartamento que solía compartir con un egoísta Takashima Kouyou.

Pasó muchos días con su rutina de siempre, un poco empeorada, tras el abandono al que el otro le sometió. Salía cada dos días a beber con amigos, los mismos que empezaron a dejarle de lado por la misma o símiles razones: universidad y/o trabajo. Cuando los chicos dejaron de estar disponibles, iba a encerrarse a los centros de videojuegos para retar a los niños que estaban ahí. Apostaban dinero y ganaba algunos yenes, que luego invertiría en sake para su refrigerador o más videojuegos. La última cena decente que tuvo fue el sushi de barra lujosa que le dejó el egoísta Takashima Kouyou. Fuera del sake, sobrevivía a base de bolas de arroz, papitas de paquete o caramelos.

 

Septiembre ha iniciado. La noche anterior, Yuu encontró un mensaje de Kouyou en su bandeja de entrada: “Espero que estés bien” e, instintivamente, revolvió sus papeles para encontrar la pequeña nota que le había dejado meses atrás: “… sé responsable…”. A partir de hoy, el joven Shiroyama sería más responsable o lo que él entiende por eso.

Despertó temprano, aseó completamente su habitación y el apartamento, excepto el cuarto de Kouyou. Luego tomó un baño, se vistió con la mejor ropa que tenía —el resto la llevó a la lavandería— y salió de casa. Se dirige en el autobús a cobrar la pensión del mes en el banco donde está la cuenta fiduciaria que administra la herencia que le dejó su madre.

Debe esperar varios minutos porque hay mucha gente, todos los primeros días de mes está lleno el banco, y consigue ser atendido por la asesora de siempre: una mujer de sonrisa maternal, carácter afable y que ya lo conoce. Porque ya lo conoce, le recibe con naturalidad y permite que tome algunos caramelos de más.

—¿Trajo el certificado de ingreso a la universidad, señor Shiroyama? —La pregunta que temía Yuu, le es formulada.

—No estudiaré por este año, Shimatani-san. —Sonríe forzadamente, tratando de no ser altanero con la única persona adulta que le ha brindado apoyo.

—Me temo que no le será desembolsado nada en este año. —La mujer teclea algo en su equipo, como tratando de hallar alguna solución—. La señora Shiroyama dejó en claro que usted debe de estar estudiando para recibir la pensión.

—¿Voy a quedarme sin dinero?

—Puedo darle la renta de este mes —concede con duda—. Pero, para octubre, no tendrá ni un yen de la cuenta fiduciaria. —Shimatani-san recibe el documento de identificación de Yuu, realiza algunos tecleos más y, al final, le otorga su pensión de ¥400,000—. Ella no dijo que debía ser exactamente una universidad. Estudie cualquier cosa y la cuenta le pagará los gastos.

—Gracias, hasta el próximo mes.

Si hago lo que Kouyou me pide, todo saldrá bien. Como debe ser. Los pensamientos de Yuu le agobian en su camino a la estación. Sólo cuenta con el dinero recibido para sobrevivir hasta que estudie o hasta que su compañero le diga qué hacer. Podría trabajar en algo para mantener su estilo de vida de diversión eterna; pero no ganaría lo suficiente. Nadie lo contratará para un cargo de buena paga con sólo la preparatoria.

Suspira contrariado, es hora pico y la estación se abarrota de gente. Nunca le ha gustado sentirse parte de una masa de personas; Keiko solía llevarlo a la escuela en su automóvil y, con Kouyou, tomaba el autobús a una hora en la que poca gente transitaba. Pero esos sólo son recuerdos, ahora debe afrontar la realidad. Debe esperar casi veinte minutos para poder tomar un metro, en la dirección contraria a su casa. El vagón está adornado con publicidad para un evento de cosplayers. La onda otaku nunca ha sido realmente atractiva para él; pero el cosplay le gusta y el premio no le caería mal. Es hora de hacer visitas.

—¡Shiroyama Yuu! No te veía desde el día de la graduación. —Takanori, uno de sus amigos cercanos, le abre la puerta y permite entrar de inmediato.

—He estado ocupado, viviendo la vida loca —comenta con gracia, observando el impoluto ambiente. Es un apartamento pequeño, bastante pequeño, ordenado y lleno de revistas, afiches, mangas…

—Y uno aquí, trabajando como esclavo. —Le conduce al pequeño sillón—. Estoy esperando a Nana, creí que eras ella. —Yuu ríe sin contenerse, mirándole con un deje de diversión. Recuerda todavía que la pequeña pelirroja siempre le daba el mejor presente a su amigo en San Valentín; pero que él no quería salir con ella.

—El rudo Ruki se enamoró de la chica delicada.

—¿De quién se ha enamorado el imbatible Yuu?

Sonríe con nostalgia, la graduación no había sido hacia tanto y se siente como si fuesen varios años. El encierro lo había alejado de sus amigos y de la noción misma del tiempo.

Un vaso de té, algunos recuerdos transformados en palabras y proyectos, de esos que le hacen doler la cabeza al pelinegro, llegan a sus oídos como ráfagas de viento. Tocan a la puerta, es Nana, la novia de Ruki.

—Nana estudia artes plásticas en la misma facultad que yo. —Las manos entrelazadas, un beso en los labios y miradas cómplices que se entrecruzan—. Nos graduaremos en dos años y nos casaremos luego.

—Hermoso —dice en tono casi ácido, reteniendo gestos de incomodidad. Hubo una época en la que le gustaba ver esos actos de cariño en otros; pero, ahora, le provocan repulsión—. ¿Irán al evento?

El círculo de amigos de Yuu es realmente pequeño. A pesar de que sale con algunos chicos para beber, ese no es su fuerte para divertirse. Él prefiere ir a convenciones, conciertos, eventos de diversas manifestaciones culturales y concursos de dibujo. Nana, Ruki, Uruha y él, junto a un par de personas más, siempre salían a este tipo de encuentros.

Lo único que notó en la publicidad del evento, a realizarse en diciembre, fue el premio para el concurso de cosplay. Resulta que Ruki hace parte de la organización del mismo, que está realizando toda la publicidad gráfica y que conoce las bases de todos los concursos que se hacen.

—Participaré en dibujo y en cosplay. Necesito el dinero —admite con un poco de pena, pero sin demostrar debilidad—. Podré ganar ambos.

—¿A qué personaje representarás? —Nana, la amiga de Ruki, es de las mejores cosplayers del sitio, cosa que Yuu sabe. Ella puede guiarlo sin problema.

—Estaba pensando en algún guerrero o demonio. —De tantos mangas que ha leído, varios diseños serían interesantes de manejar.

—Podrías intentar… —Duda, recibe la atención de ambos chicos en el lugar y ríe nerviosa—. Haz crossplay, tengo un traje que podría servirte para representar a Misaki, de Kaichou wa MAID sama.

—El premio para esa categoría es mejor que el de cosplay. —Afirma Ruki, dejando al chico pensativo por algunos instantes.

 

V

Tras un día de compras, Yuu llega a casa para almacenar los víveres que ha conseguido en la cocina. En menos de diez días, despilfarró la mitad de la pensión de septiembre; pero se percató de que debía cambiar su modo de gastar y ha sido bastante austero desde entonces. Aprendió a preparar cosas sencillas, como sopas y ensaladas, usando ingredientes empacados (más económicos que los frescos).

Ha tratado de mantener todo en orden, en su alacena las latas se encuentran organizadas por alimento y color. Los paquetes, por su parte, se encuentran por tamaño y forma. Trata de gastar menos de ¥10,000 yenes a la semana en comida y, a pesar de que no puede comer tanto como antes, lo ha logrado.

Esta noche, la cena es sushi. Va a su computador con los rollitos en un plato pequeño y té en botella. Para subsistir, promociona sus dibujos de edificios a algunos mangakas de poca reputación. Les ha gustado su trabajo y, por ambientar escenas para un capítulo entero, le pagan ¥100,000; pero es una labor difícil, no siempre consigue cumplir porque los escenarios no concuerdan con lo que espera o porque sus expectativas son más elaboradas que las casas o escuelas que le piden. Tiene reputación de excelente dibujante y retardado en entregas. Por eso, tan sólo ha hecho tres capítulos en los últimos meses.

Tiene el traje de maid y los accesorios sobre su cama, al día siguiente será el concurso y quiere ser el ganador. Ese premio iguala el trabajo de un capítulo de manga. Mientras come, revisa imágenes de la tal Misaki y mantiene el servicio de mensajería conectado. Por trabajar, dibujar a su gusto y salir a caminar con Ruki, lo ha dejado descuidado.

Un timbre de llamada suena.

—¿Kouyou? —murmura, aunque nadie lo escucha. Siempre habla con el mayor con mensajes pequeños al alba y al crepúsculo, como resúmenes cortos de lo que han hecho en su día. Pero nunca han hecho videollamada.

—¿Yuu? —resuena la voz grave y somnolienta de su amigo, la imagen toma más tiempo en aclararse en pantalla. Está tenuemente iluminado a ambos lados, los dos con rostros cansados y una sonrisa diminuta surcándolos.

—Te odio.

—Te amo.

—No juegues con eso otra vez. —Toma la libreta de dibujos a su lado y empieza a garabatear lo que será su traje.

—Ruki me dijo que participarás de un concurso. —Kouyou también suena ido, suspira mientras parece leer algo en el explorador. El pelinegro le observa de reojo y sonríe.

—Será mañana en la mañana, espero ganar. —Regresa a la maqueta, pensando seriamente en por qué no puso atención a sus clases de forma humana.

—Espero poder verte antes de que salgas, para desearte buena suerte. —Espera a que el joven vuelva a mirarle para sonreírle suavemente.

Sus conversaciones suelen ser así. Directas, frases cortas, un poco inconexas y, para el que no los conozca, cortantes. Uruha, como Yuu ama decirle, nunca deja de demostrarle que se preocupa por él; aunque sea con un simple mensaje matutino-nocturno. El pelinegro, cuyo piercing en el labio ya ha sanado, le devuelve la sonrisa con sencillez, con espontaneidad, como a Uruha le encanta.

—¿Ya maduraste? —pregunta con burla, sabiendo que esa palabra no trae buenas reacciones en el otro.

—No soy una fruta.

—Eres una fruta del dragón y tienes que madurar o te quedarás ácido.

—Me vale una mierda, nunca voy a cambiar. —Le mira directamente a través de la cámara—. Así me amas, ¿no? —Se encoge de hombros, demostrando uno de esos pucheros mimados. No es la primera vez que le responde así.

—Ya estás cambiando. —Alguien parece entrar a la alcoba del mayor—. Give me 5 minutes, please. Don’t leave without me.

Decir que Yuu es celoso sería poco para describirlo. Él tiene celos de Nana porque es la novia de Ruki y, por ella, no puede salir con el enano (que no debería decirle así, ya que ambos se quedaron con 1.63 metros de altura). Le tiene celos a los demás clientes de la lavandería porque los dependientes los atienden mejor que a él. Cela a sus empleadores porque contratan a dibujantes de edificios que tienen más experiencia y son más disciplinados que él. Tenía celos del trabajo de su madre, porque la alejaba de él y tenía que resignarse con compartir la mesa dos veces al día, más salidas ocasionales los fines de semana. Pero, sobre cualquier otra cosa, cela a Kouyou porque se acostumbró a su atención constante durante casi cuatro años.

—¿Con quién hablabas? —A pesar de la posesividad, trata de mostrarse sólo como un amigo curioso.

—El compañero de cuarto, tengo clase de anatomía. Hablaremos antes de tu concurso. —Con una sonrisa, un emoticón de un pato con corazones y un símbolo de la paz con sus dedos, da por terminada la videollamada.

 

Yuu despierta temprano, a las 7 AM, y cuenta con dos horas para llegar al lugar del evento. El trayecto toma una hora en metro, veinte minutos para entrar (sabe de antemano que hay mucha gente esperando entrar) y debe estar a las diez en punto. Lo mejor en ese caso, es llegar vestido al sitio.

Toma un buen baño, depila sus piernas —que estarán muy expuestas en invierno—, cepilla su cabello con secador y, a riesgo de quedar mal, se corta algunos mechones de cabello, siguiendo una fotografía de la chica a la que representará. El cabello de Yuu es bastante largo, le llega casi a media espalda y suele mantenerlo recogido en una coleta; para él, llevarlo suelto y desenredado es algo nuevo. Viste el traje que su amiga Nana le prestara. Sólo debe verse al espejo para darse cuenta de que, entre la imagen que tiene frente a sí y la fotografía, sólo falta una dosis de maquillaje y el arreglo del cabello.

Suspira para darse ánimo, toma su maletín de espalda y saca el móvil, hallando de inmediato un mensaje de Kouyou.

—¡Ah, no puede ser, lo olvidé! —Su exaltación desaparece al leer el mensaje.

Lamento no poder hacer la videollamada, llegué muy cansado de prácticas y debo dormir. Mañana tengo un examen importante.

Si te sientes solo o asustado, pon la mano en tu pecho y piensa en mí. Estoy siempre contigo”.

En definitiva, Yuu confirma que odia la cursilería de Uruha. Pero eso no mata la sonrisa que le cruza el rostro.

 

VI

Llega a tiempo para los retoques con Nana. Ruki sólo se acerca para desearle suerte y huir a cumplir obligaciones de organizador. La chica participará del concurso de cosplay, por lo que no será su competidora directa; ella ha decidido representar a Yumi Komagata de Rurouni Kenshin.

—En realidad pareces una chica, tendrás que hablar para que te crean —dice sonriente, es una chica bastante risueña para el gusto de Yuu; pero consigue hacerlo sonreír.

—He pasado esta semana viendo el anime; espero hacer bien esto.

—Te irá bien, ya lo creo. —Estrechan manos y se cubren con gruesos abrigos para esperar su turno.

 

El día transcurrió lentamente después de la competencia, los resultados se darán en minutos y Yuu sigue ansioso. Juguetea con el delantal, recibiendo regaños constantes de la dueña porque eso puede arrugarlo. Con ella, no funcionan sus pucheros.

—Si lo dañas, tendrás que pagarlo.

Beben un chocolate caliente que Ruki mismo les obsequió. A pesar de la presión de los resultados, ha sabido divertirse en el evento. Pasó mucho tiempo con Nana caminando en medio de los stands, los demás concursos, presentó un dibujo de un paisaje inspirado en cierto manga que es de su particular gusto y se tomó fotos con algunas personas que se lo pidieron. El único punto negativo era aguantar las ganas de comprar cosas por falta de dinero.

 

El concurso de crossplay fue ganado por una chica que interpretó exitosamente a un personaje masculino de una serie shounen. Yuu quedó de segundo lugar, sorprendiendo a varios asistentes que pensaron que era una chica. Su premio le valió por ¥40,000 y, sumado al tercer lugar en dibujo, se va a casa con un total de ¥60,000.

A pesar de que cualquier entrada de dinero es bienvenida, no puede contener la frustración. Esperaba llevarse al menos el doble del dinero conseguido, en su vida había dedicado tanto esmero en algo. Ruki aparece después de que las ceremonias de premiación terminaron, le observa con un deje de molestia y golpea su cabeza.

—¿Qué te pasa? No me golpees —reclama poniéndose de pie, desafiando al otro con la mirada en una batalla ridícula de ganar.

—No te pongas así, te ha ido genial. —Su puchero deja ver su desaprobación. El ahora pelirrojo le mira más tranquilo y niega—. ¿Por qué no inicias una carrera?

—Porque no quiero estudiar.

—Entonces trabaja, necesitas dinero y no puedes esperar vivir de concursos. —Palmea su hombro suavemente, recibiendo la mirada desconsolada del otro.

—Olvídalo, no quiero. —Yuu debe apretar el puente de su nariz, controlando las lágrimas traviesas que amenazan con salir y surcar su perfecto maquillaje—. Sólo quiero que todo sea como antes —susurra de forma inentendible, su amigo intenta preguntarle; pero se ve interrumpido por Nana.

Una voz más grave suena en el lugar, los dos chicos miran a un hombre rubio  y sin entender mucho. El señor llama a Nana como “Kirei-chan”, entonces Ruki parece captar la situación y Yuu queda más confundido.

—Vi su representación de Misaki, Yuu-kun. —El joven se queda mirándolo, asintiendo como un autómata—. No suelo contratar hombres, aunque podría hacer una excepción contigo.

—¿Contratar? ¿Excepción? —interroga a la vez que ladea la cabeza.

—Shiroyama-kun, Suzuki-san es mi jefe en el Maid Café donde trabajo. Le he hablado de ti y está interesado en que seas maid con nosotros —aclara Nana, consiguiendo sólo más confusión en el pelinegro.

—¿Harías una semana de prueba, Yuu-kun?

Inconscientemente lleva la mano derecha a su pecho, mientras respira lento y profundo. Puede sentir su corazón latir con calma, el suave calor corporal propio y, de alguna forma, a Kouyou junto a él. Es una oportunidad en bandeja de plata; pero no está dispuesto a aceptar. Prefiere pensar en cómo sobrevivir el siguiente mes con el dinero que acaba de ganar a aceptar la semana de prueba y no sabe cómo expresarlo en palabras. Su mirada está perdida, en un punto muerto preocupa a la pareja y motiva a Ruki para apretar su hombro.

—La mejor época para trabajar en un maid café es esta. Ganarías buen dinero. —El mayor de ambos, porque Ruki cumple años una semana después, le susurra tratando de convencerlo. Se ha percatado de que el chico está asustado con la idea de trabajar y piensa que el dinero ha de motivarlo.

—Joven Yuu, si tomas el período de prueba desde mañana y trabajas hasta Año Nuevo, podrías ganar ¥130,000 más las propinas. —El empresario saca una tarjeta de su chaqueta, la tiende con cortesía al chico vestido de maid—. Piénsalo si quieres. Ve al local cuando te hayas decidido y te daré la oportunidad.

 

¿Trabajar? ¿Trabajar como maid en un maid café? Seguramente su madre se sentiría deshonrada de enterarse de algo así. ¿Por trabajar o por ser maid?

Tomó un tren rápido a su estación, leyendo la tarjetita mientras el asunto le daba vueltas en la cabeza. Recibió varios halagos en la calle, algunos bastante subidos de tono; aunque no escuchó ninguno, sólo pensaba en la oferta. Ese dinero le caería muy bien.

Una vez en casa, prefiere no tomar un baño ni desvestirse. El frío ya cala los huesos y el hambre se siente aguda. En su refrigerador consigue dos onigiris de atún que comprase el día anterior, los lleva consigo al computador y se sienta a escuchar música con los audífonos sin poner mayor atención al monitor. Escucha algo diferente a Sex Pistols y oprime la primera tecla que siente su índice: enter.

—Ho… ¿Quién eres? —Una voz familiar le llega en medio del canto de las cuerdas de guitarra, mira de reojo a su castaño amigo y sonríe de lado—. ¿Yuu?

—No, soy la novia de Yuu. —Juega con el mayor, el mismo que le observa como si fuera una especie de fenómeno—. ¿Quién eres tú, guapo? —Sonríe para el otro, observando cómo su desconcierto se ahonda.

—¡Yuu! Pensé que ibas a disfrazarte de… —murmura para diversión del pelinegro, que ríe y debe salvar su bola de arroz de caer al suelo.

—Hola, Kouyou —dice con su voz normal—. Hoy fui una maid más en Yokohama.

—Hola… hola. —Su voz pasa a ser más serena, sonriendo complacido con el menor—. ¿Puedo decir que te ves muy lindo?

—Yo no soy lindo.

No dispuesto a sumar otro embrollo a su adolorida cabeza, se pone de pie, le dice a su amigo que debe atender ese importante examen y que hablarían luego porque él tiene mucho sueño. Convencido y aburrido, Kouyou acepta interrumpir la videollamada si la reanudan al día siguiente.

Después de sacarse el traje de encima, junto al maquillaje y esos molestos tacones de cinco centímetros, un cansado Yuu se sienta en la cama para guardar el dinero ganado en su pequeña caja fuerte, la cual guarda en la mesa de noche. El asunto le sigue rondando la cabeza y su manera de enfrentarlo es dibujando. Va al escritorio de la imaginación, un mueble adecuado para dibujar que su madre le comprase cuando se percató de que su hijo amaba dibujar, y dedica toda la noche explayándose en el papel a través del lapicero. La imagen que llega a su mente cuando piensa en trabajar donde se le ofreció, es una de sí mismo entrando al local… y decide plasmar ese local, ese restaurante para maids de estilo francés. No importa qué edificio sea, una casa, un negocio, un puente o cualquier otra cosa; siempre se sienta a dibujarlo para descargar su aburrimiento o su ansiedad.

 

El reloj marca las 3 AM y el tono de llamada vuelve a sonar con fuerza en medio de la música que ambienta su habitación. Conforme a su costumbre de dejar las obras a medias cuando su inspiración se corta, se pone de pie para atender. Como pudo adivinar, se trata de Uruha. El cabello negro ya luce como habitualmente lo porta, un tanto desordenado y brillante.

—Esperaba a la linda maid, ¿qué hiciste con ella?

—La maté, lástima por ti. —Le sonríe y nota la diferencia horaria de inmediato. La habitación del otro luce iluminada por el sol, probablemente la ventana está a su izquierda. Mientras, su habitación sólo se ilumina por la linterna del techo.

—¿Puedo verla otra vez?

—¡No! —Frunce el ceño y alza su puño.

—Qué miedo, me vas a golpear. —Kouyou rueda los ojos con gracia, regresando su mirada al pequeño adjunta a una divertida sonrisa—. Es muy temprano allá, ¿qué haces despierto?

El Kouyou que Yuu quería de regreso.

—No he podido dormir.

—¿Por qué?

Deja los audífonos a un lado y se levanta para traer su dibujo en un papel de medio pliego, lo deja extendido frente a la cámara y se complace con la amplia sonrisa ajena, que complementa una expresión de grata sorpresa. Regresa con el papel a su lugar, para evitar arrugarlo, y vuelve al asiento, poniéndose ese accesorio tecnológico que le permite comunicarse con su amigo.

—¿Qué fue eso que vi, Yuu?

—Un maid café.

—Funcionaría para uno, pero le faltan…

—Detalles, lo sé. Dejé de dibujar para contestarte. —Le señala y sonríe.

—¿Tan importante soy? Me halagas.

—No seas imbécil, es que no puedo dejar una llamada sin atender y no puedo seguir con un dibujo si me distraigo. —Recibe un gesto obsceno de la mano del mayor y se la regresa.

—Parece que te ha inspirado el disfrazarte. ¿Recurres a esa táctica siempre? —dice en tono intencionalmente burlón; pero no surte efecto.

—De hecho, me ha inspirado una oferta de trabajo —comenta causalmente, tomando un lapicero para garabatear en su libreta que, a conveniencia, está cerca.

—¡¿Te contrataron para diseñar un maid café?! —Yuu se dispone a contestar y escucha la misma voz de la llamada anterior—. Fuck you, man. It’s 1300 hours, I’ll scream if I want to.

Yuu es un chico dotado para aprender idiomas. Después del dibujo, el inglés y el francés se le dan especialmente bien. Por eso, entiende a la perfección el horrible acento de su amigo y se echa a reír divertido.

—¡¿Tú de qué te ríes?!

“Fakyuu” —murmura en medio de las risas, ya hasta ha olvidado el asunto.

—Ah, jódete también. —Dicho esto, ataca el chat con zumbidos a modo de venganza.

Ambos ríen con diversión, hasta que un pequeño hilo de nostalgia se cuela. Ese tipo de tonterías en persona le hace falta a ambos, con el otro y en confianza plena. Las risas mueren con un suspiro indetectable por el micrófono.

—¿Sí te contrataron?

—No y no es lo que piensas. —De la alegría a la nostalgia y a la incomodidad. Seguramente podrían diagnosticarle bipolaridad si va a un consultorio psiquiátrico junto a ese hombre.

—Deja esa libreta y cuéntame. Soy tu Uru, anda. —Rueda sus ojos, haciendo lo que se le pide.

—El jefe de Nana me ofreció trabajar en su maid café como maid. —Tras un nuevo ataque de risa, esta vez unilateral, la conversación se retoma.

—Ay, espera… creí que era para diseñar el local. Por el dibujo, digo.

—Dibujo cuando estoy ansioso, ¿bien?

—¿Ansioso? —pregunta con curiosidad—. Entiendo que no debe ser fácil fungir como mucama cuando eres hombre; pero deberías aprovechar…

—No quiero trabajar, no quiero trabajar. N o  q u i e r o  t r a b a j a r. —Su mirada molesta le borra la sonrisa de felicidad a Kouyou.

—¿Estás idiota? No quieres estudiar, no quieres trabajar. ¿Cómo mierdas piensas vivir?

—Si tú estuvieras aquí, nada de esto pasaría —murmura como sin querer, bajando la mirada al instante. Es sólo una imagen de monitor, pero es la imagen de Uruha.

—Repite eso, no te entendí.

—¡Que es tu culpa! ¡Me abandonaste y no sé qué hacer! —grita con fuerza, tapa su boca de inmediato al percatarse de que en su país sigue siendo de madrugada, una de domingo, y que seguramente despertó a algún vecino con su voz.

—Es tu vida, no es mi culpa lo que hagas con ella.

El silencio se ha instalado. Yuu está cabizbajo, pensando en lo errado de las palabras del otro; necesita de un apoyo, una guía y alguien que esté siempre para él. Todo eso lo hacía Uruha antes, ¿por qué no puede verlo?

—Pero yo te necesito, Kou. ¿No te das cuenta?

—No me necesitas y eres el único que no se entera —susurra con calma, haciendo una mueca con los labios… una especie de pico de pato que siempre veía Yuu antes cuando el mayor piensa demasiado.

—Kou, yo te necesito. Tú me das todo para sobrevivir en este mundo y te fuiste, me siento como…

—Yuu, por favor; hablas como un niño que se ha perdido en las calles. —Interrumpe, el ambiente empieza a ponerse denso y prefiere evitarlo.

—Soy un chico que te necesita. —Vuelve a cubrirse el rostro, es la primera vez que lo dice en voz alta y siente algo dar vueltas dentro de sí.

—No eres un chico, actúas como uno. —Consigue su mirada con estas palabras—. Yo también estoy solo contra el mundo y, a diferencia de ti, estoy estudiando y trabajando. Nadie va a decirme qué hacer, cómo hacerlo ni cuándo hacerlo.

—Tú hacías eso por mí, ¿por qué ya no?

—Porque tengo que hacerlo por mí mismo y porque tú tienes que aprender a ser…  independiente —afirma con la voz temblando—. Mis padres me dejaron sin apoyo cuando se enteraron de que vivíamos juntos; cargar con tus necesidades y las mías fue demasiado.

—Creí que me amabas…

—Te amo, Yuu. Pero no voy a ser tu flama. Tú tienes la tuya, deja de ocultarla.

 

VII

Las conversaciones con Uruha se han reducido a una línea de texto por día. Yuu suele quejarse de que no tiene dinero, Uruha le dice ponga a arder su flama. El pelinegro, duro para entender como él solo, no capta lo que el otro quiere decirle.

Ha seguido participando de concursos y dibujando para mangakas, lo que le permite mantener su estilo de vida que incluye despertarse a las 8 AM, jugar videojuegos hasta las 3 PM, almorzar bolas de arroz, beber sake y dibujar tonterías hasta las 7 PM, escuchar música hasta las 10 PM y bosquejar edificios hasta las 12 PM. A esa hora, se va a dormir para volver a empezar al día siguiente.

Los fines de semana, él sale a beber con amigos, como Ruki y Nana; camina por Shibuya y Akihabara buscando cosas en qué gastar su dinero; va a comer a restaurantes de moda o, simplemente, repite el proceso de todos los días.

A inicios de febrero, sus pasos por Shibuya lo conducen hasta una tienda de instrumentos musicales. Una exhibición de guitarras le atrapa de inmediato, esa es la chica de los sueños de Uruha, la que hacía cantar cada noche de desvelo por trabajos de matemáticas o de francés que le sacaban de quicio. El mayor no parecía comprender del todo esos complejos algoritmos o las formas verbales francesas; pero Yuu, como buen amigo, le explicaba pacientemente y conseguía que pasara el examen, al menos. A cambio, el chico de cabellos castaños le tocaba una melodía hasta quedar dormido.

Suspira por la melancolía con los recuerdos que le invaden mientras camina en medio de guitarras de cualquier tipo imaginable. Una negra, eléctrica y con muescas en los bordes le cautiva de inmediato. Su sonrisa emocionada se borra al ver el precio: ¥300,000.

 

Uru, quiero una guitarra eléctrica.

Cómprala, dices que te va bien con tu trabajo para los mangakas.

No me da lo suficiente, cuesta más de treinta*…

Supongo que deberías aceptar la propuesta de Suzuki.

 

Debió pasar un mes para que Yuu caminase hasta la dirección que indicaba la locación de Iwana Maid Café. Todo comenzó con conversaciones intensas con Uruha sobre lo que se siente tocar una guitarra eléctrica; pasó por vídeos tutoriales en internet de aprendizaje y seguía con mensajes de texto al respecto con Ruki, que también es guitarrista. Llegó a pedirle prestado su instrumento al pequeño pelirrojo; pero éste no se lo permitió diciendo que prefería no prestar algo tan valioso —en realidad, fue Kouyou el que le pidió no hacerlo, para obligar al otro a buscar un trabajo—. Se sentía tan mal consigo mismo por no tomar riesgos, que aceptó en su mente ir a aceptar la propuesta de Suzuki.

Recibido con cortesía por Nana, es llevado hasta la mesa más amplia del restaurante. Es un local muy distinto a lo que imaginaba: pequeño, ameno, muy japonés y lleno de dulces occidentales. La estructura, para su gusto, bastante simple. El señor Suzuki, que aparentaba unos veinte años, llega de inmediato vistiendo un traje y sonriendo para su nuevo maid.

—Creí que no vendrías, Yuu-kun. Es un gusto tenerte.

—Tuve que pensarlo mucho. —Experto en mentir, le sonríe y saca de su mochila estudiantil un dibujo para mostrarlo—. Estaba pensando en tener un aspecto así, no sé si tenga que asumir alguna personalidad… —Calla al notar que el dibujo es de su maqueta del local, esa que había terminado en medio de conversaciones con Uruha­—. Lo siento, esto no… —El rubio no le da tiempo de terminar, arrebata el dibujo con suavidad y lo examina.

—¿Quién lo hizo?

—Yo. —La mirada seria del joven rubio a su lado le hizo temblar imperceptiblemente. A pesar de que es bueno para ello, Yuu desconfía de su talento.

—Imagino que eres estudiante de arquitectura, esto está muy bien hecho. —Se pone de pie y desdobla del todo la maqueta, que contempla un edificio de dos pisos desde varios ángulos, internos y externos, de un local para maid café inspirado en las cafeterías parisinas.

—No, señor. Ni siquiera la he estudiado. Es sólo algo espontáneo. —Explica con voz suave, sintiendo algo de ansiedad.

—Te lo compro.

—¡Pero…! —Yuu queda estupefacto, tratando de recordar esas tres palabras. Su mirada debe decir suficientemente el tipo de confusión que tiene en su interior.

—Estaba buscando un buen arquitecto para diseñar el nuevo local que irá en el lote que compré hace unos meses; pero ninguno me había convencido. —Golpea el papel y mira al joven—. Te pago ¥700,000 por el bosquejo y te ofrezco el doble si diriges la obra.

 

La videollamada acaba de empezar, de un lado está un Uruha que madrugó en su domingo para atender el llamado de Yuu que, sonriente, le muestra su nueva guitarra eléctrica. Toca un par de acordes desafinados y ríen, uno dichoso de lo conseguido y otro sorprendido y feliz por el uno.

—La compré ayer, ¿puedes creerlo? —Yuu abraza su guitarra mientras habla, sonriendo como nunca.

—¿Qué banco asaltaste?

—¡Ninguno! Suzuki me pagó muy bien por la maqueta del local que hice y fui a comprarla de inmediato. Estoy feliz. —Besa el mástil en un arrebato; pero su rostro se arruga por el sabor a madera, provocando risas en el mayor.

—Te dije que eres bueno, sigue alimentando esa llama.

—¿Llama? —Por la cabeza del pelinegro se asoma ese animal famoso en internet por una frase mal escrita…—. ¿Ola ke ase? —pregunta sin dudarlo.

—Dime que lo dijiste en broma.

Si bien Uruha quería mantener su distancia y permitir al pelinegro seguir su vida como él quiera, no es capaz de desatender sus peticiones. Por lo que notaba, el menor atendía sus consejos y, ante eso, no se siente capaz de negarse y siente temor. Si no era él, Yuu seguiría a alguien más que le brindara algún tipo de seguridad y compañía. Tal vez tenía que madurar; pero no iba a servir dejarlo solo. No lidiaría con la culpa en caso de que algo malo le pasase.

Yuu le cuenta con entusiasmo y poca coherencia todo lo que pasó. Que vio la guitarra, hasta que pensó mucho en qué hacer para conseguirla, que decidió hacerle caso a él y que fue al maid café. Que Suzuki vio su bosquejo por un error y que le insistió mucho hasta que se lo vendió…

—¿Por qué te resististe?

—Porque no es posible que alguien ofrezca tanto dinero por algo que yo haga.

—Claro que es posible, ahí te lo ofrecieron y lo obtuviste. —El menor asiente—. Debes creer más en tu llama, tu talento.

—¿Por qué es una llama?

—Me refiero a una llama de fuego, una flama. —Su boca se abrió en un mudo “ah”—. Creo que todos tenemos una flama eterna dentro, eso me decía mi madre. —La mano del mayor se posa en su pecho y es imitado por el otro—. ¿Sientes el calor? —Asiente con rapidez—. Siente el calor, siempre está contigo. Es tu flama.

—Uru…

—Sí.

—No te entiendo.

—Que eres bueno para el dibujo, para la arquitectura. Deja de ser tan terco e inscríbete a la universidad.

 

VIII

Si quieres obtener algo, debes ganártelo.

La señora Keiko Shiroyama trató siempre de enseñarle a su hijo a ganarse las cosas. El error fue que esas cosas eran caprichos, no lo necesario para vivir. Sin embargo, para Yuu no fue tan difícil entender que, si quería darse una mejor vida, trabajar era una buena opción.

Después de comerse el dinero que le restó de la compra de su guitarra en ropa, golosinas y materiales de dibujo; el joven Shiroyama regresa a Iwana Maid Café para pedirle trabajo al joven rubio que es su dueño y administrador. Al principio, el empresario se niega porque dice que el talento del menor está en la arquitectura, no en ser una mucama travestida.

—No estoy trabajando y tampoco estoy estudiando. No tengo dinero, necesito el trabajo. Seré la mejor maid del restaurante; por favor.

Suzuki le pide un tiempo para meditarlo, no quiere ser el responsable de perder un talento al darle trabajo por horas. Aunque no puede evitar considerar que el chico puede estarla pasando difícil por no tener dinero, que no ha estudiado y que podría mejorar la técnica si accede a estudiar de manera profesional.

Nana, o como le dicen en el restaurante, Kirei-chan, sale con su amigo en dirección a la casa de Ruki. Ella está a punto de cumplir su primer año como estudiante de artes plásticas. En días previos, se enteró de que el autor de la maqueta del nuevo local es su amigo.

—¿Has considerado estudiar? —Una pregunta inocente con resultados no tan inocentes.

—Eso es para gente mayor, no para…

—Cumpliste diecinueve en enero, Yuu-kun. —La voz dulce de Nana le ubica en la realidad con más rudeza de la esperada. Kouyou siempre le repite su edad y, para él, sólo significa un número más. Pero, escuchado de otra persona, tiene un impacto distinto.

—Diecinueve —repite en voz baja, como no queriendo delatarse.

—Lo mismo que Suzuki-san, sólo que él cumplirá veinte en mayo. —Los pies de Yuu se quedan pegados al suelo, en posición de caminar, y su mirada también.

Si el chico que le pagó tantos miles por una maqueta, que tiene su propio negocio y que, según le ha dicho la chica, está estudiando una carrera relacionada con finanzas en la Universidad de Tokio es un año mayor que él; eso sólo le deja resonando una pregunta en la cabeza:

¿Qué estoy haciendo con mi vida?

 

Pasó una tarde de videojuegos y películas con Ruki y Nana, él puso los aperitivos… por primera vez desde que Ruki es su amigo. A casa llega a las 11 PM, su barrio es uno de los más seguros de la ciudad y no teme caminar por las calles de noche. De hecho, a esa hora hay menos gente y más calma.

Le dedicará un par de horas a practicar con la guitarra siguiendo vídeos tutoriales, pagar una academia es caro y no cuenta con dinero constante para hacerlo. Sus planes, sin embargo, se ven interrumpidos mientras trata de dominar la cejilla en el acorde de Fa#.

El timbre de videollamada lo alerta, de inmediato contesta y acomoda el micrófono para atender.

—Hola, hola.

—Estás haciendo mal la cejilla. —Esa voz burlona sólo puede ser respondida con una mirada indignada—. ¿Así tratas a los amigos? ¿Cómo será cuando nos veamos en Haneda? —El turno de hacerse el indignado era de Kouyou.

—¡El vídeo no es claro! Por eso estoy haciendo mal la cejilla. —Para demostrar su superioridad, le enseña la lengua y deja la guitarra de lado—. ¿Cómo estás?

—Señor, llame al joven Shiroyama Yuu. El que nunca saluda ni pregunta a los demás cómo están.

—Si estuvieras aquí, te golpearía un par de puños que te dejarían adolorido durante varios días. —Bufa con molestia, aunque el otro tuviera razón y se riera por su reacción.

—¿Puedes esperarme hasta el quince o dieciocho de junio? Iré a pasar el verano contigo.

 

IX

Suzuki Akira, el dueño de Iwana Maid Café, le ofreció a Yuu trabajar como su mucama a cambio de que empezara a estudiar arquitectura en el siguiente período académico. El joven no lo pensó demasiado, estaba aterrado ante la idea de estudiar y trabajar, simplemente porque le tiene pánico a ambos verbos; pero estaba dispuesto a dejar de hacerse el difícil y obedecer a Uruha.

Cuando cumple dos meses trabajando para Suzuki, ya tiene los documentos requeridos por la Universidad de Tokio para inscribirse y, de acuerdo a lo que le dice su jefe, no tendrá problemas para ser admitido.

—Dos ramen de udon, uno en caldo de miso y otro en caldo de dashi. También un yakisoba mixto y dos onigiris de kanikama. —Su voz controlada para sonar femenino sin lastimarse, la postura perfecta para no caerse usando tacones y su traje de maid color rosa sin mancha alguna. El cabello atado en dos coletas y un par de orejas de gato adornando.

—¡Aoi-chan, quiero una fotografía!

—¡Yo quiero que dibujes un gato en mi omurice!

—Quiero probar el postre favorito de Aoi-chan.

El nombre que eligió fue Aoi, por la flor de malva que adornaba su cabello el día que empezó. Tras algunos problemas en su semana de prueba, aprendió a manejarse debidamente y a ganarse el aprecio de los clientes con su actitud afable, sumisa y dulce. Nana ahora tiene una nueva competidora, y ni siquiera es chica.

A pesar del éxito moderado, se siente fuera de lugar en el restaurante y a veces debe retirarse a fumar en el segundo piso. No es algo que su jefe vea con buenos ojos; pero se lo concede porque percibe el nerviosismo del joven.

—Me retiro por hoy, hasta luego. —Nunca nadie ha visto a Aoi-chan sin ropa de mucama, porque Yuu se asegura de usar ropas bastante masculinas, de recoger su cabello para que no se note el corte y de desmaquillarse para despistar.

—Ya verás que todo saldrá bien. —Antes de que el menor se retirase, Akira le entrega el cheque de su quincena por ¥180,000.

—Creo que me superé —murmura viendo la cifra, le sonríe a su jefe y reverencia para retirarse definitivamente—. Esto vale el esfuerzo.

 

Es quince de junio y ha sido un día agitado para el joven que está a punto de arrojar sus tacones de diez centímetros a cualquier lugar. Primero debió ir a la universidad a llevar el pago de su semestre, el cual pudo costear después de volver al banco con Shimatani-san y enseñarle su certificado de admisión. Al menos nada había salido de su bolsillo para pagar tanto dinero.

Luego debió cumplir seis horas de trabajo en el maid café, tiempo suficiente para salir corriendo en sus fachas de mucama a tomar el metro que lo dejaría cerca de Haneda. Un par de depravados  trataron de sobrepasarse con él y consiguió ahuyentarlos con mirarles sobre el hombro con el ceño fruncido y un “¿Se le perdió algo?” con su voz masculina… agravada.

Caminar tanto hasta la zona de llegada de pasajeros internacionales fue la cereza del pastel. Está agotado, las piernas le tiemblan y duelen mucho; pero está esperando a Kouyou y es todo lo que importa.

—¿Qué tanto miras, Aoi-chan? —Esa voz burlona a su derecha, mira en dirección de ella y se queda estático—. No me mires así, me siento como un fenómeno —susurra molesto su amigo, o el hombre que parece serlo.

Su 1.78 metros erguidos, camisa blanca estampada en negro de tela fresca, pantalones vaqueros anchos, zapatos deportivos, cabello cubierto con una gorra, ojos tapados por gafas de sol y la barba de dos o tres días. Ese no puede ser Takashima Kouyou.

—¿Uruha? —No necesita empinarse para quitarle las gafas, tímidamente y con rapidez. Se queda viéndolo por varios segundos y suspira—. Estás tan cambiado.

—Si te consuela, puedo decir lo mismo de ti. —Esa sonrisa, no tan linda, y, aun así, encantadora.

—No, es que… eres todo un hombre —dice con sorpresa impregnada y luego niega—. No puedo creer que seas tú.

—Sólo me dejé la barba, no seas tonto.

En Japón no está bien visto el contacto físico en público, especialmente con mujeres; pero Yuu no es una chica y a Kouyou no le importa si los demás lo miran mal. Él borra la distancia que lo separa de su chico y lo abraza por la cintura, sintiendo de inmediato golpecitos en el pecho.

—Me abandonaste, idiota. ¡Idiota! —reclama todavía, con el rostro en alto y rozando el del otro. Los tacones ya no le hacen tanto estorbo.

—¿No piensas cambiar? Aquí estoy, contigo —susurra al oído del otro, sacándole un escalofrío que ya ha olvidado cómo se siente.

—Sabes que no voy a cambiar, nunca. —Sin esperar más, abraza a su amigo con fuerza.

—Pero vas a estudiar en la universidad y estás trabajando.

—He estudiado antes, no me voy a morir por eso. Y el trabajo no es tan pesado —excusa en voz baja, alejándose para verle con un pucherito.

—No me engañas, estás sufriendo por dentro. —Ríe bajo por la mirada desconcertada del más joven—. Por ti, no harías ninguna.

El síndrome de Peter Pan se caracteriza por inmadurez en ciertos aspectos, además de presentar rasgos narcisitas, de dependencia, irresponsabilidad, rebeldía etc. Sobre todo son hombres que temen a la soledad, a ser abandonados y a fracasar.

—No lo haría, pero tú confías en que lo haga y eso me basta. —Suspira largamente—. Más te vale cuidar de mí si fracaso, porque yo confío en ti —murmura en confianza, acercando sus labios a los de su amigo.

Las personas con complejo de Wendy ejercen en la relación de pareja más como una figura maternal, en lugar de esposa o pareja, favoreciendo así el síndrome de Peter Pan.

—Sí, mi niño —dice enternecido, besando sus labios dispuestos—. Pero no te enojes conmigo más.

Notas finales:

Primero, digo que quise dejarlo con el síndrome vivo porque me parece adorable que la relación se mantenga así.

Sé que Uruha no es exactamente un Wendy, pero cumple con el papel de manera más o menos equivalente.

 

Sobre el final, quise dejarlo abierto. Mi intención era demostrar el Síndrome de Peter Pan en la vida de alguien que, aparentemente, va camino a recuperarse; pero que seguirá padeciéndolo, con todas las lágrimas y sonrisas que eso implica.

Quise ahondar en el aspecto sexual, pues es algo que se le dificulta a alguien con PP; pero el tiempo me mató. Yo subí esto faltando 8 minutos para el plazo, así que espero que entiendan que no tuve tiempo para usar bien las 1400 palabras que me quedaron (ya sé que debí usar las 7 semanas que tuve, me siento como Yuu irresponsable OTL).

No hay visita al psiquiatra ni nada porque, como ven, se presenta como algo a lo que nadie le da importancia... En algún lugar he leído que este síndrome no está descrito realmente en documentos psiquiátricos y eso me motivó a mantener a Aoi lejos del consultorio, cerca de las personas que él aprecia para enfrentar el Peter Pan que ni siquiera sabe que padece.

 

Es posible que haga un spin off luego... pero no prometo nada.

 

Agradezco al tío Kao por ponerme a parir esto. La idea del fic, aunque no tan así, ya la tenía desde agosto del año pasado y me animé a escribirla por tu desafío.

 

Espero que les haya gustado. 

 

Las descripciones de los síndromes que aparecen a lo último las saqué de: http://lamenteesmaravillosa.com/el-sindrome-de-peter-pan-y-el-complejo-de-wendy


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