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Cosas que pasan. por Lizali12

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Notas del capitulo:

Hi, hi! ¡Ya estoy en las hermosas vagaciones! espero y ustedes igual :') si es así, disfrutenlas y diviertanse.

Yo me buscare un trabajo :v necesito dinero para mis vicios, (dulces y  libros xD)

Marshall

Después de mi -para nada sutil- sugerencia no recuerdo exactamente qué paso y cómo sucedió, salvo que estábamos en la cama, Gumball estaba sentado sobre sus rodillas y yo estaba sentado como si fuera indio. Luego de eso él enrojeció y el labio le empezó a temblar. Después hubo un movimiento rápido por parte de la mano de él y un escozor repentino en mi mejilla izquierda.

Para cuando volví más o menos en mí, Gumball se había parado de la cama y buscaba sus cosas por mi cuarto, también se acomodaba sus zapatos. Así que ahí estaba yo,  con una mejilla roja y viendo a mi novio saltar con un pie mientras trataba de ponerse un zapato que no logro porque tropezó con los míos  y fue a dar al suelo.

—   Hey, ¿Estás bien? — Pregunté cuando vi que no se movía de donde había caído. Gumball no contestó así que volví a preguntar. — ¿Te lastimaste?

 

—   Creo que me torcí la muñeca. — Se incorporó después de decir eso y masajeo su muñeca. Yo, preocupado, porque fuera verdad me levanté de la cama y me le acerque.

 

 

—   A ver, déjame verla.

 

—   No. — Dijo, reticente. Y para recalcar lo dicho dio un paso hacia atrás. — ¿Qué si me lastimas más?

 

—   Aah, no lo haré. Yo sé de estas cosas.

 

—   ¿En serio? — Me pregunto, mi vida. Gumball era como un niño, desde que lo conozco me pregunto si acaso su hermana no teme por lo ingenuo que es.

 

—   Sí. — Y no mentía.

 

A lo largo de mis casi dieciocho años de vida había recibido caídas y golpes innumerables; algunos por mi propi a torpeza otros en peleas callejeras, supongo que los que más valoraba eran aquellos que había obtenido cuando era atleta. Aunque sólo dure una semana.

Después de esas palabras Gumball me mostró su mano, más bien la muñeca afectada.

—   ¿Y? — Pregunto ante mi examinación.

 

—   Pues bueno, sí es una torcedura y espero que seas zurdo porque no podrás usar la derecha. Tiene que estar en reposo y habrá que usar compresión.

 

—   ¿Estás seguro?

 

—   Sí, yo también me he hecho una de estas mientras jugaba guerrillas con Marceline.

 

—   Ya.

 

—   Sino confías en mi diagnóstico puedes ir con un doctor.

 

Gumball pasó de estar desconfiado a estar sorprendido.

Obviamente él desconfiaría de mí, hasta yo lo hubiera hecho, es decir; ¿Quién confía en un diagnóstico que no ha dado un médico? Pero Gumball era tan obvio.

—   Perdón. — Menciono con pena y las mejillas rojas de la vergüenza.

 

—   Si bueno, anda vamos. Te acompaño a tu casa.

 

—   En serio lo siento, el día de hoy sólo he hecho y dicho cosas que hacen parecer que no confío en ti.

 

—   Ya dije, está bien.

 

—   No, no lo está.

 

—   En serio, todo está bien. — Tomé la mano que no había sido afectada en la caída y con la que yo tenía libre empecé a rejuntar sus cosas. Gumball observaba parado hasta que cayó en la cuenta de que todavía no se había puesto los zapatos, caminó hasta mi cama se sentó en esta e intento ponérselos. Intento. — Te ayudo. — Ofrecí, él me negó con un movimiento de su mano izquierda. Pasado unos segundos en lo que vi que no progresaba me acerqué a él

 

—   No es necesario. — Me dijo cuando me notó arrodillado ante él para ponerle los zapatos.

 

—   Bueno, dices eso pero no es como si ya tuvieras un zapato. — Gumball me dio una patada en el costado derecho y yo proveche para agarrar su pie. — ¿Qué talla calzas?  Tienes los pies más chicos que he visto en un adolescente de dieciséis años. 

 

—   Eso es mentira, calzo lo que cualquier adolescente calza.

 

—   ¿Tres? — Pregunte con un tono bulón que ocasiono que Gumball me propinara otro rodillazo. — ¡Ay!, creí que te había inmovilizado…

 

—   Pues no lo hiciste, así que apresúrate y ponme mi otro zapato.

 

—   Sí, sí. Lo que digas… me siento como lacayo. — Mencione en algo apenas audible.

 

—   Cuando tú te lastimes algún brazo yo te podré los zapatos.

 

—   ¡Listo! — Mencione victorioso cuando acabe de ponerle los zapatos a Gumball.

 

Aún después de terminar de ponerle los zapatos a Gumball me quedé en donde estaba, este al notarlo bajo su mirada hacia mí con una claro “¿Qué haces?” pintado en su rostro.

Avancé a cuclillas acercándome más a él, una vez me hube encontrado entre sus piernas hundí mi rostro en su estomago y pase mis manos por su cintura acercándole más a mí. Pensé que se quejaría pero no lo hizo, así que supuse que estaba tratando de compensar las incomodidades pasadas, o era mi recompensa por ser un buen lacayo… espero y sea la primera.

—   ¿Te encuentras bien? — Me pregunto, y comenzó a acariciarme el cabello. ¿Qué soy, perro?

 

—   ¿Por qué preguntas?

 

 

—   Es que… pareces un niño en busca de consuelo en este momento.

Yo me siento perro en busca de cariño. Pero obviamente eso era algo que no diría.

 

—   Bueno, creo que es obvio el porqué de mi frustración.

 

—   Para mí no.

 

Alcé mi rostro buscando la mentira en los ojos de Gumball. Mentira que no encontré.

—   Bueno pues no te pienso decir. Mata un rato la imaginación… y ahora venga. Vamos a tu casa ¿Ya te querías ir no?

Gumball hizo amago de levantarse pero no podía porque yo seguía entre sus piernas y sus caderas aún se encontraban apresadas por mis brazos.

—   Sería grato para mí sí me soltarás.

—   Sí, ya sé. — Pero no le solté.

 

—   Marshall…

 

—   Gumball, sino me manosearas al menos inicia un buen beso.

 

Y Gumball calló. Sentí su cuerpo entrar en tensión completa y la respiración se le torno dificultosa. Como si hubiera corrido una maratón.

—   Eso… yo…

 

—   Lo siento -me disculpe al notar la tensión en la que él se encontraba- dije algo que no debía.

Me levanté tan rápido como pude, no vi a Gumball, tampoco le intente hablar, temí que lo que pudiera decir agravara el problema.

¡Qué idiota soy! ¿Cómo se me ocurre decirle eso a mi novio dos años menor que yo el cual es virgen y obviamente tímido con estas cosas?

Empecé a tomar sus cosas, que en realidad sólo consistían en su maleta y él mismo. Al tomarle de la mano Gumball apretó fuertemente la mía.

Y todo fue tan veloz.

Sin darme cuenta yo estaba ya en la cama con Gumball encima de mí a horcadas.

Su mano izquierda estaba en mi pecho, sentía claramente su miedo… él estaba temblando así que sería casi imposible no notarlo, cuando abrí mi boca para decirle que no era necesario, que era broma Gumball puso su dedo en sus labios a señal de que hiciera silencio. Y lo hice.

—   No me subestimes -empezó- si es un beso hasta yo puedo hacerlo.

Gumball.

Los labios de Marshall son diferentes a los de Linda.

Linda era una chica tierna y sus labios eran suaves, no nos besábamos mucho, de hecho creo que sólo dos veces lo hicimos y ya no hubo más. Ella ya no quiso y la verdad a mi ese tipo de cosas no me iban.

Pero con Marshall es algo distinto.

Sus labios no son para nada tibios, tampoco suaves y menos delicados. Son completamente los labios de un chico… pero extrañamente me gustan.

Son finos, eso sí.

Mis besos eran torpes, desinhibidos y sin táctica alguna; pero Marshall no se quejaba, de hecho me seguía el ritmo, él se acoplaba a mi manera de besarle, lo cual debía de ser raro porque a Marshall le gustaba mandar cuando nos besábamos, le gustaba sentir que tiene el poder.

Curiosamente a mí no me incomodaba en lo más mínimo (teniendo en cuenta que no me gusta ser mandado y prefiero que me obedezcan) Marshall besa bien, es por eso que le dejo a él el mando.

Pase mis labios por los suyos, él dejo hacerse. En ningún momento intento llevar las cosa a su manera.  Recorrí con ambas manos su abdomen, el dolor de antes ya no lo sentía, ahora sólo sentía calor. Estaba haciendo cosas que con anterioridad no hubiera hecho.

Desabroche su camisa con cierta torpeza, Marshall dio una risita ante eso y yo me sonroje de vergüenza. Podía sentir mi cuerpo temblar pero no importaba. Volví a su boca, la risa de hacia unos momentos ya no estaba, en su lugar estaba una ligera sonrisa y sus ojos fijos en mí.

—   Eres torpe ¿Sabes?

A este lo golpeo, sentí mi sien arrugarse e instintivamente hice un puño con mi mano.

—   Perdóname por no tener tanta experiencia como tú. — El tono que use fue grosero, si Bubblegum me escuchara usarlo me desconocería. Pero Marshall, muy lejos de sorprenderse, me dedicó una sonrisa de superioridad.

A este enserio lo golpeo.

—   No me entiendes. -dijo- eres torpe sí, pero me gusta. Mira.

Marshall me agarro de la cintra e hizo que me sentara un poco más atrás de donde originalmente estaba.

—   Tú… -tartamudeé- c-c-cómo- ¡¿Qué?!

 

—   Se sintió tan bien. Y sólo me pasaste los labios. Ni siquiera usaste la lengua. Tu inseguridad es tan malditamente encantadora.

 

Sus manos, que seguían en mi cintura, me apretaron ligeramente. Marshall las paseó por mi trasero y luego por mi espalda, de ahí a mi pecho y ascendieron hasta mi cuello. Yo me sentía aturdido.

Cuando Marshall me masturbo en mi propia casa yo había sentido su erección e incluso me había ofrecido para masturbarle, pese a todo él se negó y me mando a bañar, cuando yo volví a mi cuarto el ya estaba normal así que el asunto murió ahí.

—   M-Marshall.

 

—   Lo sé, tranquilo… no haré nada.

 

—   No, no es eso.

 

Y ahora era él quien me miraba con claro signo de interrogación en la cara.

Las palabras no me saldrían y solamente sonarían torpes si las decía, por eso me decidí a mostrarle mi plan con acciones.

Me quite la camiseta que llevaba puesta, Marshall me miraba atónito pero le ignoré y seguí con lo mío.

Camiseta, pantalones, sport, calcetines, incluso aquellos zapatos por los cuales Marshall había hecho de lacayo real fueron saliendo de mi cuerpo hasta que solamente quedé con un bóxer negro.

—   ¿Gumball qué piensas…? — Me pregunto con perplejidad. No conteste.

Me dediqué a quitarle por completo esa camiseta vaquera que él usaba. A Marshall en serio le deben gustar este tipo de ropas.

Él se quedo solamente con sus pantalones entallados y yo con mi bóxer.

No le manosearía, me daba pena pero al menos él podría tocarme con un poco menos de ropa. Algo así como un pago, o trueque de paz, por no haberle toqueteado yo.

Tome sus manos que estaban en mi cuello y las enrede con las mías, Marshall se sentó conmigo entre sus piernas aún a horcajadas.

—   Ya sé qué quieres. — Junto su frente con la mía y soltó mis manos para luego ponerlas en mis mejillas y acercarme hacia él. — ¿Estás seguro de esto?

Yo solamente asentí, sentía mis mejillas rojas y mi labio inferior dolía interiormente pues me lo había pasado mordiendo.

De pronto las manos de Marshall se quitaron de mis mejillas, abrí los ojos, ni siquiera noté cuando los cerré, y lo vi frente a mí. Marshall me abrazo, su rostro se hundió en mi cuello como había sucedido otras muchas veces, dejo salir una exhalación y me mordió.

—   ¡Auch! — Me queje.

 

—   No juegues conmigo pequeñajo, no tengo mucha resistencia ¿Sabes? Un día de estos nuestros jueguitos de magreo se convertirán en violación si me sigues tentando de esa forma. —Menciono con su rostro enfrente de mí otra vez.

 

 

—   Tú dijiste que querías.

 

—   Dije que quería ser manoseado, no que quería sentirte con menos ropa.

 

—   ¿Acaso no es lo mismo?

 

—   Por supuesto que no tonto.

 

—   Dices eso pero estás claramente deseoso. ¡Puedo sentirlo!

 

—   ¡Soy hombre carajo! ¡¿Cómo quieres que no siga erecto si estás casi desnudo enfrente de mí?! También tengo deseos carnales. No soy un robot.

Después de eso volvimos a tener una pelea que se convirtió en forcejeo en el cual yo quedé inmovilizado debajo de Marshall acostado boca abajo y con las manos sostenidas por él en mi espalda.

—   Suéltame, esto es trampa. Tú eres más fuerte que yo.

 

—   En la guerra y en el amor todo se vale.

 

 

—   Ay, ay, ay… somos un país democrático.

 

—   En mi cuarto no hay democracia.

 

—   Serás… ¡No te sientes en mí, pesas!

 

—   Jajaja, se le llama alimentarse sanamente.

 

—   Já, sólo comes chucherías. Obeso.

 

—   Hijo de…

 

Marshall comenzó a hacerme cosquillas, yo trate de líbrame pero no pude así que me rendí y le deje que siguiera. Cuando él considero que yo moriría por falta de oxígeno se calmo y se quito de encima de mí

—   He vuelto a ganar, hombre.

 

—   Hacer cosquillas -comencé a pronunciar entre inhalación e inhalación- es un modo fácil de obtener la victoria.

 

 

—   Sep. Lo es. Pero la obtuve, así que no importa.

Me volteé ahí mismo donde estaba, quedando acostado de espaldas, Marshall estaba sentado en la orilla de la cama con la vista en la pared, perdido en sus propios pensamientos o al menos eso parecía. Lleve mi mano hacia su brazo, él volteo a verme le susurre un “acércate a mí” y él lo hizo.

 

Marshall.

 

Gumball era tan malditamente encantador cuando quería.

Llevábamos un buen rato comiéndonos la boca (no encuentro otra forma más decente de decirle a lo que hacíamos), cuando yo intentaba separarme Gumball me jalaba y cuando él intentaba hacerlo yo le buscaba.

Yo me estaba haciendo adicto a esto y Gumball parecía empezar a disfrutarlo.

Él estaba acostado y yo tenía flexionado ambos brazos a sus costados.

—   Debemos de dejar de hacer esto. — Dije, y deposite un casto beso en su frente.

 

—   ¿Hacer qué?

 

—   Esto de succionarnos la vida por la boca.

Gumball comenzó a reír.

—   En todo caso tú me la succionas, no yo.

 

—   Pff. Patrañas. Creo que he bajado de peso gracias a ti.

 

—   Yo estoy en las mismas.

 

Seguimos riendo un rato ante tanta estupidez que mencionábamos. Fue así como llego la noche y Gumball ahora sí tenía que irse.

***

El camino a la casa de Gumball fue tranquilo, hablamos de tonterías y estupideces, compañeros de salón y nuestras hermanas.

—   Marceline siempre me saca de casa cuando la hago enojar.

 

—   Tu hermana parece tan… esto…

 

—   ¿Loca? Já, ella necesita ser encerrada en un manicomio para que aprenda a no dejarme dormir afuera ¡Pase una navidad fuera de casa! ¡Ni siquiera era por haberme ido a festejar! Ella me saco y me dejo horas viendo la puerta, hacía un frío del carajo esa navidad. No podía ir con Flame ni con ningún otro de los lealtad, todos habían dicho que iban a festejar con sus familias. — Gumball echó a reír ante mi desgraciada historia navideña de hacía dos años. No lo paré, lo cierto es que hasta a mí me dio risa cuando me recupere de mi hipotermia debido a ese suceso. — Bueno, supongo que también debo agradecerle.

 

Gumball entre pequeñas risas se limpió las lágrimas que comenzaban a aparecer en su rostro y me volteó a ver.

—   ¿Por qué? — Preguntó después de calmarse.

 

—   Pues al día siguiente estaba tan enojado que le ordene a todos los lealtad que me trajeran tablas, iba a construir una casa del árbol y necesitaba tablas, madera, vitropiso, martillos, clavos, cemento ¡Lo que fuera posible para construir!

 

—   Jajajajaja y ¿La construiste tú solo?

 

—   Lo cierto es que sólo logre colocar una madera, lo demás lo hicieron ellos.

 

Conté avergonzado. Y Gumball como niño curioso me pregunto el porqué de eso.

—   Bueno -comencé- después de haber colocado orgullosamente mi primera tabla… caí desmayado…

—   ¡¿Qué?! ¿Por qué? ¿Qué paso?

 

—    Me dio hipotermia. — Gumball alzó una ceja y yo procedí a explicarme. — El médico comentó, en base a lo que yo le había dicho, que ya tenía inicios de fiebre desde mi primera noche afuera pero que como yo estaba tan enojado no lo noté, al parecer hubo un choque de calor corporal en el cual el frío gano y la fiebre se me fue pero al día siguiente en lugar de acostarme y descansar a esperar a que los síntomas se me hicieran presentes me puse a construir, me sobre esforcé, mi cuerpo no lo soporto y, me desmaye.

 

Gumball, como el buen novio que era (de esos fieles y que no son mentirosos, de aquellos que sus acciones son sinceras, que no hacen cosas a espaldas de su pareja…) echó, otra vez, a reírse de mí.

Esta vez tardó más de lo habitual, se abrazó el estómago, respiraba con dificultad y las lágrimas salían en montón de sus violáceos ojos.

—   T-tú -tartamudeó- eres un idiota.

Y dicho eso, siguió riendo.

—   Podrías no… oye, que es en serio…

 

—   Tienes mucha mala suerte. — Comentó entre pequeñas risas que se volvieron pausadas hasta que ya no hubo rastro de la carcajada de momentos atrás.

 

—   Soy un tío con muchas experiencias.

 

—   Un idiota con mucha suerte querrás decir.

 

¿Le reñí a Gumball después de esas palabras ofensivas hacia mi persona?

No, lo cierto es que estoy acostumbrado a esas “palabras de amor”, Marce también me las dice… mi hermana tiente tanto “amor” que dar. En su negro corazón.

Llegamos a la casa de Gumball minutos después de que el me contara sobre su sentido de orientación… que no era muy bueno cuando él iba en secundaria.

—   Hasta mañana entonces. — Me dijo. Pero seguía en la reja de su casa.

 

—   Pasare por ti, no te vayas sin mí.

 

—   Ya te explique que se me olvido.

 

—   Todavía me pregunto cómo rayos se te olvida que tienes novio.

 

—   Para que veas cuan maravilloso y sorprendente soy.

 

—   Cuan idiota eres, más bien.

 

Antes de que me riñera me despedí de él, lo abrace y le dije un "hasta mañana".

De camino a casa sólo un pensamiento estuvo en mi mente.

"Que estos días duren mucho junto a él".

     


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