Dannyl se recostó en el mullido sillón y se permitió darle un descanso a su atormentada conciencia.
La tranquilidad que le embargaba era apenas un destello de lo que había sentido días atrás, cuando se vio desprovisto de magia en las ruinas de Armje.
El suave murmullo de las hojas contra el viento lo obligo a abrir los ojos, y la esbelta silueta que revoloteaba de un lado a otro entre los libros, le provoco una sincera sonrisa.
Cuando su magia se disipo producto del cansancio esa tarde, esperaba cualquier cosa, menos la revelación de su propia naturaleza. Había pasado tanto tiempo negándose a si mismo, asustado, aterrorizado ante el rechazo, que llego a negar cualquier clase de sentimiento por cualquier persona, fuese hombre o mujer.
Pero la oleada de sentimientos que despertó Tayend en tan solo una fracción de segundos y con solo mirarlo, removió su interior al punto de olvidarse de todo, llegando a imaginar una vida a su lado.
- Dannyl?
- …..
- Embajador Dannyl!?
- Hummm, que?
- Increíble. Tengo que llamarte por tu titulo para que me prestes atención mientras te hablo?
Tayend frunció el ceño y aunque sus ojos marrones estaban teñidos en burla, Dannyl tuvo el más intenso impulso de apresarlo entre sus brazos hasta suavizar su expresión con la única finalidad de alcanzar la soñadora mirada que solía llevar.
- Ese es el punto de ostentar títulos, Tayend.
- Lo que usted diga Mi Lord.
Tayend realizo una ostentosa reverencia antes de lanzarle el grueso libro que tenia entre sus manos y desaparecer entre los pasillo con una sonrisa burlona.
Detuvo el pesado volumen de magia Sachakana en el aire, saboreando el suave aroma a vainilla que estaba impregnado en él. El aroma de Tayend.
Después de revisar tres largos corredores revestidos en libros de todas las épocas, resoplo indignado. Estaba irremediablemente perdido.
Llevaba cerca de 6 meses en Elyne y la mitad del tiempo se la pasaba en la Gran Biblioteca, y aun así se seguía perdiendo en ella. Tenía que admitir que jamás había prestado atención al intrincado laberinto que era la biblioteca. Siempre le había parecido más interesante el joven asistente que lo guiaba y que ahora no podía encontrar.
- Que clase de mago no es capaz de encontrar el camino?
Con el pelo rubio rojizo desordenado contrastando con el traje azul oscuro, Tayend le recordó la fuerte impresión que le había causado la primera vez que lo vio en los muelles de Capia.
- Uno que ha prestado mayor atención a su acompañante que a las indicaciones de él.
- Dannyl?
La incertidumbre se cierne sobre sus ojos y su corazón se aprieta contra su pecho, sintiéndose culpable ante su expresión. Se acerca cauteloso, mas Tayend se mantiene firme en su lugar, aunque sus manos se enreden entre la fina tela de su ropa, signo inequívoco del incipiente nerviosismo que se delata en el suave carmesí que tiñe su pálida piel.
- Tus libros son egoístas Tayend. Solitarios. Algunos ni siquiera pueden leerse y se rompen al abrirlos.
- Que?
- Dicen que quien solo se interesa por los libro no necesita a nadie, y eso me da miedo. Tú me das miedo Tayend.
La sorpresa asoma con tanta rapidez como levantas tu mirada hacia la mía. La calidez de tus orbes derriten mis barreras como hace unas tardes atrás cuando me salvaste la vida.
- De que estas hablando Dannyl? El que debería tener miedo aquí soy yo. Eres un mago. Nunca lograre descubrir de lo que eres capaz. Además…desde que conocí a cierto Embajador he descubierto que muchas veces los libros no son suficientes para mí…
Su corazón palpita con tanta rapidez que sus instintos quieren recurrir casi con desesperación a la magia, pero se lo prohíbe. Tiene miedo que la más mínima gota de magia reavive su temor, sus dudas sobre seguir adelante, sobre aferrarse al hombre que tiene delante de si.
- Tayend. Creo que me he enamorado de ti.
Le mira de hito a hito. Puede percibir la mezcla de sentimientos que se abren paso en su interior, como un libro abierto. Tan fácil de leer, tan a su alcance como para estirar su mano y acariciar su cabello.
- Lo que eres me distrae de lo que dices, Dannyl
Una suave caricia se cierne contra su piel y la altura que muchas veces fue su orgullo dentro del Gremio ahora le parece innecesaria. Quiere fundirse en la calidez que Tayend irradia, pero el eco de sus palabras le mantiene dolorosamente despierto.
- La Magia: Si la dejo no puedo protegerte, si la empuño no puedo abrazarte.
El sonrió así, de esa forma tan suya. Como si el mundo no importara. Como si cada pedazo de su alegría se prendara de sus labios.
- Tu magia viene de aquí – su mano se poso con delicadeza en su corazón – Si te obligara a dejarla serias mió, podrías abrazarme libremente. Pero así, dejarías de ser tú. Y yo…al que yo amo es a ti, Dannyl.
Dannyl se quedo algo anonado, no solo por sus palabras, si no por aquel sorpréndete e inesperado cariño que se dibujo en su mirada. Sin decir nada se acerco, inclinándose sobre él con suavidad y ternura para rodearlo con sus brazos, hundiendo el rostro en su hombro, asiéndose a él como un niño a una fantasía.
- Te amo Tayend.
- Yo también le amo, Lord Dannyl. No dude de eso jamás.