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Dante por Katana

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- Dante -

Primera Noche
Red Roses Grave

El teléfono sonó inoportunamente sacando a Ryuichi de sus pensamientos. A menudo, cuando las asignaciones a los anfitriones y el trabajo en su agenda electrónica habían acabado, se tomaba unos preciosos minutos entre tarea y tarea para descansar y pensar. En la penumbra de la noche, mientras las luces del local trataban en vano de ocultar la verdadera naturaleza de los hombres, era imposible no volverse filósofo y estudioso de la humanidad. O simplemente, era que estaba cansado, tenía sueño y dormitar parado no era muy cómodo por lo que pensar en algo era la única opción para no acabar en el suelo.

- ¿Sí? - No había necesidad de mayores presentaciones. Todo aquél que poseyera el número del Aliguieri sabía muy bien lo que era, además de que las precauciones en cuanto a discreción y seguridad nunca estaban de más en este tipo de negocios.

- Necesito una cita para esta noche. - la voz del otro lado del teléfono, de un hombre maduro y timbre grave, sonó cortante y fría como si tuviera prisa. Era la típica réplica de un hombre de negocios acostumbrado a ver resultados inmediatos y no les gustaba esperar. …l ya había tratado con muchos de ellos.

- Por supuesto, solo revisaré la agenda de esta noche para darle alguna asignación. Sólo tardará unos momentos. - rápidamente sus manos se movieron ágiles en el pequeño aparato electrónico. Ciertamente se había vuelto un experto en su trabajo pero aún así dudaba que hubiera alguien disponible para tan pronto. - ¿Buscaba a alguien en especial para su cita?. Las asignaciones están algo llenas pero podría acomodar algo para usted...

- No estoy buscando ese tipo de citas. - la voz grave ahora sonaba disgustada y casi había pronunciado con desprecio la palabra "cita". Estaba seguro de que lo hubiera insultado ante la insinuación de que él era un cliente si hubiera sido una persona menos civilizada. - Necesito una cita con el dueño del lugar, Ishikawa-san. Hoy.

- ¿El dueño? - preguntó el adolencente extrañado. Ahora si, la cosa no solo le había puesto rara sino bastante preocupante. Una cita con su tío, y con tanta prisa solo podía significar problemas. Al menos, sabía que esta vez él no tenía nada que ver en el asunto. - Pues... tal vez yo podría arreglar algo.

- Perfecto. - Casi se podía sentir una sonrisa satisfecha del otro lado de la línea. - Por cierto, mientras hablabamos ya he llegado al club, así que voy a necesitar esa cita ahora.



En la oficina los dos hombres se miraban de frente, sin prisas. El hombre de mediana edad se encontraba sentado en uno de los sillones instalados frente al escritorio de caoba oscura detrás del cuál el otro hombre, alto y más joven se encontraba de pie. Ninguno de los dos había cruzado palabra mientras Ryuichi instalaba al visitante y le entregaba a su tío la tarjeta que éste le había proporcionado. Solamente había podido mirarla unos segundos ante la mirada severa de su tío que le instaba a marcharse de ahí rapidamente. Se notaba que estaba más tenso de lo normal especialmente desde que le mencionó el apellido de la persona que quería tener una cita con él de inmediato, pero a él ese nombre no le sonaba de nada.

Tampoco al mirarlo al fin pudo reconocerlo. Era un hombre alto, de unos cincuenta años y su cabello casi gris por completo al igual que su barba bien cortada, hacia que sus ojos oscuros se vieran más profundos. Pensó que mirando la tarjeta podría averiguar algo más de ese extraño señor que había logrado intimidar a su tío, todo un logro tomando en cuenta su carácter, pero lo único que pudo ver fue su nombre que ya conocía y un extraño símbolo de un dragón rojo con algo entre las garras.

- Kimura Hiroshi-san - la voz del dueño del Aliguieri sonó más como una pregunta que como una afirmación mientras dejaba caer la tarjeta entregada sobre el escritorio y se acomodaba los anteojos de armazón negro en el puente de la nariz. - Me parece que no había necesitado nuestros servicios con anterioridad. Me equivoco?.

- No. - el hombre del sillón no se movió ni un centímetro mientras continuaba mirando al hombre frente a él. Se notaba que la situación no le causaba gracia pero eso no lograba hacer que perdiera en absoluto el control de la situación. - he podido precindir de ellos sin lamentarlo mucho realmente.

Kiyoshi lo miró fijamente con fiereza apenas unos segundo desviando después sus ojos color del plomo para sentarse detrás del escritorio separando el espacio entre los dos. Las palabras de ese hombre lo habían alterado y no pudo evitarlo. No debío pasar, pero el tono indiferente y a la vez cargado de menosprecio le había molestado más de lo que debía, y aun peor, de lo que había pensado. Demasiadas veces había tenido que soportar comentarios semejantes y aun peores aprendiendo a pasar de ellos pero ese hombre lo exasperaba.

- Hasta este momento. Y con mucha urgencia por cierto. - sus ojos aun mostraban ese tono peligroso mientras con una sonrisa cortés miraba de nuevo al hombre de los ojos oscuros. Si esas eran las reglas del juego, lo único que debía hacer era jugar con ellas.

- Creo que voy a tener que disculparme con usted por eso Ishikawa-san - el encendedor de oro que sujetaba entre sus dedos se apagó y una leve nube de humo gris se escapó del cigarrillo recién prendido. Esa persona, que al principio había juzgado demasiado joven, estaba resultando bastante interesante.

- Si podemos proporcionarle lo que está buscando, me consideraré satisfecho Kimura-san.

- Bien, entonces iré al grano. - una segunda nube de humo surgió de entre sus labios comenzando a hacer más borrosa la visión de su rostro algo más relajado pero aun serio en la penumbra del cuarto. - Deseo contratar los servicios de uno de sus "ángeles" para mi hijo. Conozco su reputación y la discreción con la que maneja sus negocios lo que comprenderá, es vital para el tipo de actividades en las que estoy involucrado. - el hombre de cabellos castaños únicamente asintío dejando claro que entendía su situación, dejandolo continuar. - Por supuesto, no será una contratación normal. Tengo ciertas condiciones que espero que cumpla para que nuestro acuerdo se realice.

Primero, debe ser joven para que se entienda con mi hijo. Segundo, mi personal privado se encargará de trasladarlo a la residencia cada vez que se le requiera. Tercero, el pago será en efectivo y directo por transacción. Cuarto, no tiene permitido hablar de nada que involucre nuestro arreglo. Y por último, la regla más importante de todas, no debe tocar a mi hijo, nunca. Únicamente será contratado como acompañante por lo que cualquier otra cosa que ocurra será considerado fuera de contrato y por lo tanto sería tratado con un asunto fuera de negocios. - el cigarrillo ahora consumido fue aplastado lentamente en el cenicero sobre el escritorio haciendo que el hombre mayor se inclinara al frente y mirara fijamente a los ojos azul-grisáseo que lo miraban atentos. - ¿Entiende lo que quiero decir?.

- Creo que tengo la persona que estaba buscando.



- Adelante - la voz detrás de la puerta respondió casi en seguida a los llamados discretos que hizo Akio-kun frente a la pesada puerta de madera. Hasta ahora no había pasado nada extraño, pero la sensación de incomodidad no le había abandonado por completo desde que subió a la camioneta negra totalmente polarizada con las palabras de Ishikawa-san al darle la asignación aun en la mente. "Ten cuidado y sigue las reglas, está bien?".

Al abrir la puerta la visión del interior le hizo olvidar sus anteriores pensamientos. Era una pieza maravillosa donde el sol entraba libremente a través de un gran ventana que cubría en su totalidad una pared permitiendo la vista de un jardín que se notaba cuidado con mucho esmero, pero que aun así, conservaba su naturaleza salvaje y libre. Una chimenea de piedra labrada dominaba la amplia sala exhibiendo a su alrededor muchos cuadros bellamente pintados y enmarcados y esculturas sobre ella. …l no era un experto en arte, pero le pareció reconocer obras de algunos artistas muy famosos y renombrados. En la mesa de centro había un arreglo floral de estilo japonés presentado en una bandeja de laca que se veía muy antigua. Y en uno de los sillones alrededor de ésta estaba sentado un joven de cabello castaño oscuro que preparaba traquilamente el servicio para el té. La luz que entraba del jardín desdibujaba su silueta de manera que no se podrían apreciar sus rasgos, pero era evidente que era más joven que sus clientes de costumbre.

- Le estaba esperando Akio-san. - el joven levantó la vista rápidamente con una expresión preocupada mientras le sonreía un poco apenado por su rudeza. - Perdóneme, ¿le puedo llamar Akio-san?. Solo me han dicho su nombre.

- No hay problema. - la sonrisa encantadora y cuidadosamente estudiada que siempre desplegaba ante ese tipo de preguntas personales iluminó el rostro del joven mientras se acercaba a su anfitrión acomodándose los mechones de cabello rojo más largos que el resto de su cabello y que enmarcaban su rostro destacando el color violeta oscuro de sus ojos. - No me gustan las formalidades ¿sabes?, no le veo la relevancia a los apellidos. Nunca me han servido para definir a una persona o cómo debo de tratarlas.

- ¿De verdad? - la voz tan joven sonó un tanto incrédula, hasta un tanto cínica lo que desconcertó a Akio. Generalmente era él el cínico, aunque evidentemente lo sabía ocultar mejor. - Cuando toda tu vida a girado alrededor de tu apellido y tu vida depende de él, es difícil aceptarlo. Y más difícil recordar que eso no es normal. ¿No es patético?

- ¿Y qué es lo normal?.- la sonrisa vacía comenzó a disolverse lentamente de su rostro y dio paso a su expresión más habitual, más seria y pensativa mientras se sentaba en el puesto vacío junto a su joven cliente que miraba las flores frente a ellos. - La llamada normalidad no existe. "Puede apostarse que toda idea pública, toda convención admitida, es una necedad, porque ha convenido a la mayoría". ¿No te suena absurdo y a la vez tan cierto? - De una de las flores del arreglo japonés se desojó un pétalo que cayó graciosamente sobre la mesa de donde la tomó con cuidado entre sus dedos. - Si alguien hubiera dicho que las flores son deliciosas en estofado, estoy seguro que ahora estas bellezas estarían en una olla.

- No me gustan las margaritas, tienen un sabor amargo. Creo que prefiero las rosas. - la afirmación fue tan solemne que tomó desprevenido a Akio que no supo que decir hasta que escuchó una risa juvenil a su lado. - Y tampoco me gustan las formalidades así que puedes decirme Kazuhiko.

En ese momento, pudo mirarlo de cerca. La luz ya no era un impedimento así que pudo observar de frente el rostro de su cliente. Era un joven de más o menos la edad de Ryuichi-kun, por lo que aun estaría en el instituto. Su cabello castaño oscuro estaba un poco largo pero le daba un aire inocente a su aspecto además de su figura delgada y delicada. Pero cuando miró sus ojos se detuvo.

- Tus ojos... están vacíos...

- Vacíos? - Kazuhiko cubrió su ojo izquierdo con la mano sin apartar el rostro que había dejado de reír y ahora se mostraba nuevamente serio. - Te refieres a esto?. Más bien diría que están ciegos. Aunque vacíos es una buena descripción.

- Lo siento, no debí decir algo tan estúpido. - Y eso pensaba sinceramente. Había abierto la boca sin pensar y esas eran las consecuencias. Si hubiera podido, se tragaría sus palabras aunque se atragantara. Sería mejor que decirle a Ishikawa-san que había ofendido a un cliente que le había encargado tan especialmente.

- No te disculpes, por favor. Creí que te habrían dado todos los detalles antes de venir, pero veo que no es así. - Replicó rápidamente el joven mostrando de nuevo la sonrisa fácil y cómoda que parecía formar parte de su persona. - Realmente somos dos perfectos extraños. Y tenemos toda la tarde para conocernos.




Ryuichi caminó por el Purgatorio tratando de pasar desapercibido en medio de la fiesta que uno de los clientes había organizado en esa planta. Realmente no debería estar ahí ya que su tío le había prohibido involucrarse con los clientes de cualquier manera, pero ahora su mayor problema era encontrar a un anfitrión en especial que se le había perdido.

- Julien-san ¿No has visto a Yuki-san?. - No le agradaba mucho tener que pedirle ayuda al joven de cabello negro, pero dadas las circunstancias, no le quedaba otro remedio. Y estaba seguro que se iba a arrependir por ello.

- ¿Por qué Ryuichi-chan? - Contestó el mayor revolviendo el cabello del joven con un gesto preocupado en sus hermosos ojos verdes y una voz cargada de puro cínismo. - ¿Se te perdió tu niñera?.

- Y a ti te voy hacer perder de un golpe los...

- Ryuichi-kun, que haces aquí?. Hay algún problema? - Las palabras del rubio que se acercaba al joven por detrás cortaron sus amenazas de manera que prefirió conformarse con señalar con el dedo a un sonriente Julien e insultarlo en silencio tratando sacar su coraje aunque fuera de esa manera antes de volverse a mirar al recién llegado.

- No es nada malo Yuki-san. - Dijo el joven con su mejor sonrisa mientras el hígado le estallaba oyendo a Julien toser por lo bajo un cobarde, mientras admiraba el techo y se marchaba con un hombre de traje que le ofrecía desde la barra una de las dos copas que sostenía entre las manos. Mejor para él. - En realidad quería preguntarte algo. Acerca de un dragón rojo, con algo en las garras.

- ¿Un dragón rojo? - La voz del rubio sonó un tanto turbia mientras desviaba la mirada hacia las personas a su alrededor, esperando que nadie los hubiera escuchado. - ¿Donde lo has visto?.

- Esta noche, un hombre a pedido hablar con mi tío. - Si había tenido alguna duda antes de que todo este asunto era muy sospechoso, la actitud del joven de ojos azules las había borrado por completo. Y eso no le gustó en lo absoluto. - Me pareció un poco raro el asunto así que ví la tarjeta de presentación pero solamente ví la figura del dragón rojo y el nombre Kimura, pero no me sonó de nada. Y es que la actitud de mi tío fue muy extraña.

- No lo dudo. - En el cuerpo de Yukio se podía percibir la tensión. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y su mirada no se había despegado del suelo, hasta que volvió a dirigirse al joven frente a él. - ¿Qué a querido con el señor?, ¿Entró alguien más con ellos?.

- Kimura-san entró solo. No sé que quería pero se marchó relativamente pronto.- Ryuichi comenzaba a creer que el rubio no iba a decirle nada útil y hasta ahora no había sacado nada en claro más que el tío ese era asunto serio. - ¿Se puede saber que coño pasa?. ¿Quién demonios es el hombre ese para tanto misterio?. ¿Pues a quién mató?.

La mirada del rubio detuvo en seco al adolecente. Sus ojos azules eran una orden directa de cerrar la boca y en el fondo, se sentía un temor helado que fue lo que más lo impactó. Iba a decir algo más pero el ángel se le adelantó y lo tomó de la mano alejándolo del bullicio de la fiesta hasta una zona cerca de la salida, más apartada.

- Mira que gritar esas cosas en medio de una fiesta... - Aunque debía ser un reclamo serio, al joven de cabello castaño le sonó más bien como un comentario en voz alta por parte de su compañero. - ¿Nunca has oido de la Yakuza?.



- Vine de América hace un par de meses. - Las manos del joven cliente se movían despacio, sintiendo el tibio contorno de la taza recién servida por el pelirrojo que ahora se ocupaba de la propia. Ninguno de los dos parecía prestarse atención, pero tampoco la habían pedido. - Se suponía que era un viaje de visita, de fin de semana. Pero me parece que no voy a poder regresar.

- ¿No te gusta vivir aquí? - Preguntó extrañado Akio recostándose de nuevo en el sofá, sintiendo ceder bajo su cuerpo los mullidos cojines y admirando ya sin recelo la espaciosa habitación frente a él. - Si yo tuviera una casa como ésta, nunca me abría ido.

- Creo que vivir en una casa bonita no fue suficiente motivo para quedarme. A veces hay razones de más peso que te obligan a marcharte. - La taza de té entre sus manos se acercó a sus labios para sentir la temperatura del té antes de probarlo finalmente. - Espero que donde vivas ahora sea más de tu agrado.

- Sí, supongo que tienes razón y debí tener otras razones mejores. Prefiero creer que fueron cosas así de simples a torturame pensando en las complicaciones de una vida pasada que no puedo recordar. - El joven de ojos violeta se detuvo por un momento. El rumbo que había tomado la conversación no le había gustado, siempre evadía con gracia todo intento de meterse en su vida personal y no iba a dejar que hoy fuera la excepción. - En fin, el Alliguieri es un buen lugar para vivir así que no puedo quejarme. ¿Y cuáles fueron tus razones?

- Mis padres querían compensarme por nacer en la oscuridad dándome todo lo que el dinero pudiera comprar y yo simplemente quería largarme de aquí así que fue un arreglo bastante bueno para todos. Mi hermano fue el único que no quería dejarme ir. - La voz de Kazukiho se quebró por un segundo antes de que la sonrisa se volviera a hacer presente al volverse hacia el anfitrión que lo observaba en silencio.

- …l siempre se preocupó demasiado por mí sabes?. - Continuó el joven de cabello castaño recostándose en el sillón sin desviar su rostro del pelirrojo. Nunca planeó admitir que una idea de su padre le agradaría, pero la presencia de esa otra persona, hablar con ella, se sentía bien. Liberadoramente bien. - Ahora ya no deberá hacerlo nunca más, ni por mí ni por nadie.

- ¿Lo extrañas?.

- Sí. Mucho. Siempre. ¿Tu no extrañas?

- A veces. No tengo mucho que extrañar y lo que recuerdo muchas veces no quisiera hacerlo. ¿Qué es lo que más extrañas?.

La asignación se estaba volviendo muy distinta de lo que había esperado, con ese lindo niño cavando donde no debía pero extrañamente ya no le importó tanto como antes. Crearse barreras se había vuelto un hábito para aislarse pero en esa silenciosa habitación, las sentía menos firmes. La mente divaga cuando es libre, perdiéndose en una bruma oscura, tan cómoda que nunca entendió bien porque los demás trataban de alejarlo de ahí.

- …l nunca me trató diferente. Nací ciego así que no puedo añorar la vista que nunca tuve, pero nunca he podido aceptar que me traten con compasión. Cuándo la gente te trata con compasión, estás un paso más cerca de la muerte.

- Yo ya no tengo miedo de la muerte. Una vez que la miras ya no es tan impresionante. - La luz del sol que entraba desde la ventana iluminaba con un halo dorado el cuerpo frágil e inmóvil sobre el sillón, tan cerca de él. - Se convierte de pronto en sangre roja, un cuerpo que se desploma vacío en el suelo y un rugido de trueno que se queda largo rato contigo, como un zumbido.

- Yo no tuve tiempo de escuchar nada. Solamente después que me sacaron del auto destrozado supe que nos habían atacado sacándonos del camino y baleando el auto. Lo único que sentí fue el abrazo de mi hermano y el sabor metálico de su sangre en mis labios.

El sonido de unos pasos que se alejaban del sillón le indicaron a Kazuhiko sin duda que su acompañante ahora caminaba tranquilamente por la habitación, seguramente admirando las piezas de arte que los rodeaban. Muchas veces cuándo le preguntaba a su hermano porqué tanto interés en ellas, él le dejaba tocar las esculturas o le describía cada detalle de las pinturas para que pudiera imaginarlas. Siempre le decía que tenía un don porque podía sentir el alma de las cosas con tan solo tocarlas sin dejarse engañar por los trucos de la vista. Nunca pudo confesarle que las maravillosas descripciones de los colores en los óleos que le hacía nunca tuvieron sentido para él aunque presentía que era un secreto compartido.

- Solamente en ese momento quise poder ver, aunque fuera por un momento. Ponerle forma y color a ese sabor métalico y salado que todavía se siente entre mis labios.

- Cuando la vi salir del cuerpo de aquél cliente, ni siquiera la noté. - El joven anfitrión tomó con cuidado una hermosa daga del siglo XV que se hallaba en un soporte sobre la chimenea y la sacó de su funda. El brillo del filo era embriagante, atraía a ella como la luz de una vela a las polillas. - Todavía escuchaba sus gritos en mis oídos y sentía el cañón de la pistola en mi frente. Fue hasta después que pude apreciar realmente su belleza, esa de la que tanto hablan los poetas.

- Debe ser realmente bella. - De nuevo sostuvo la taza ahora fría entre sus manos para beber de nuevo. Ahora estaba vacía. - ¿Me la puedes describir o está fuera de tus obligaciones?.

- Lo tomaré como un favor personal hacia tí. - Contestó el pelirrojo empuñando la daga y alejándose de la chimenea para sentarse de nuevo muy cerca de su joven cliente. - No digas nada y confia en mí. ¿De acuerdo?.

El frío del metal sobre su piel le ardía mucho. No recordaba que la palma de la mano pudiera ser tan sensible al filo de un cuchillo pero trató de no hacer ningún ruido para no asustar al joven que miraba al vacío con sus ojos a oscuras. La sangre no tardó mucho en brotar, tal como lo esperaba. Ni siquiera había tenido que hacer un corte muy profundo y la herida cicatrizaría rápidamente sin dejar marcas. Lentamente inclinó su mano hacia abajo para permitirle fluir hacia la punta de su dedo índice donde una gota de sangre se formó y cayó en la taza vacía que aun sostenía el joven de cabellos castaños.

- Acercate y abre un poco tus labios. - Pidió casi en un susurro, con los ojos violeta ahora oscurecidos y distantes. Su joven cliente obedeció sin prisas y extendió con cuidado el líquido espeso sobre sus labios, primero el inferior hasta dejarlo completamente rojo y luego el superior permitiéndole al joven limpiar con su lengua el rastro anterior.

- La sangre es del color de la vida. Se mueve sigiloso como un animal porque representa nuestra parte animal y los instintos. Se ve como el sonido de los latidos del corazón, igual de intensos o lánguidos. El rojo se ve como un grito sordo en medio de un bosque oscuro, nadie sabe de donde vino pero eso no impide que te detenga y tiembles. La sangre se ve igual de bien a como sabe.

Por un momento, ninguno de los dos dijo nada más. Su lengua siguió sintiendo la sangre tibia sobre la piel hasta que ésta dejó de surgir con la misma fluidez de antes. Con delicadeza tomó la mano herida y la cubrió con una servilleta de lino, que fue lo único medianamente útil que pudo encontrar a tientas sobre la mesa, cuidando de no lastimarla más. La sostuvo por un momento aunque la improvisada curación había terminado y la mantuvo así, con una recién descubierta sonrisa entre los labios, al no sentir ningún intento de retirarla.

- Muchas gracias Akio-san. - Dijo Kazuhiko mientras continuaba jugando con el improvisado vendaje, con la mirada baja como si pudiera sentir los ojos violetas que se habían mantenido fijos en él todo el tiempo.

- Es mi trabajo complacer los caprichos de los clientes. - El movimiento en la venda de su mano se detuvo de improvisto ante el comentario pero fingió no haberlo notado y continuó. - Pero te dije que esto sería un favor personal. No hago favores a cualquiera y menos personales.

- Entonces voy a tentar mi suerte y probar tu generosidad. - Exclamó divertido alejando sus manos de la venda y tocando tentativamente los mechones rojo intenso, un poco más largos que el resto del cabello, que enmarcaban el rostro tan cerca del suyo. - Quiero sentirte.

- Eso no está permitido Kimura-san. - Si intentó sonar firme, se había quedado en el puro intento. Las manos que ahora tocaban su cabello se sentían tan cálidas y serenas. - No puedo tocarte.

- ¿Quién dijo que ibas a tocarme?. - Rió el joven apoyando su rostro sobre la frente del pelirrojo que rodeaba con sus brazos su cintura en un gesto que le supo más protector que sensual pero no por eso dejó de gustarle. - Quiero tocar tu rostro para conocerte e imaginar como eres. No vamos a romper ninguna regla, lo prometo. Ahora te toca confiar en mí. Y dime Kazuhiko.

La respuesta fue un silencio que dio paso a un suspiro. La punta de los dedos siguieron con firmeza cada punta, redondez y hundimiento del rostro. Tocaron y sintieron las suaves líneas de las cejas hasta bajar por las mejillas y volver a subir por la nariz. Recorrieron el largo camino entre la frente y la barbilla deteniéndose por un momento en delinear los labios húmedos y carnosos que exhalaban un aliento pausado con cada toque. Conoció los párpados y las pestañas que cubrian unos ojos por los cuales sintió de nuevo ese deseo de ver que creía superado. Y cuando tuvo entre sus manos el rostro de esa persona que le había dado tanto en tan poco tiempo, el reloj junto a la ventana comenzó a marcar la hora de separarse en medio de tenues campanadas.

En cualquier momento entraría por él para llevarlo de regreso al Alliguieri pero no le importó. Había oído las campanadas y entendía lo que significaban pero no se alejó de él. No quería ser el primero en deshacer el tenue momento que habían forjado con tanto cuidado. Pero no hizo falta más que el sonido de la puerta abriéndose para que los dos se separaran de prisa y sin miramientos. Akio apreciaba su vida aunque no fuera perfecta y Kazuhiko apreciaba a su padre, muy en el fondo, como para desobedecerlo.

- Supongo que nos veremos de nuevo Kazuhiko. - El sonido de la voz del joven de los ojos violeta sonaba cada vez más distante. - Espero el servicio halla sido de su agrado.

- Supones bien. - declaró el adolecente con ambigüedad, aún sentado en el mismo lugar pero con el rostro vuelto hacia la puerta abierta. - No creo ir muy lejos hasta que las cosas se hallan enfriado en este... desacuerdo con la competencia. Mi padre no arriesgaría a su nuevo sucesor.

- Entonces hasta pronto y cuidate esa pierna.

El joven no respondió más que con una sonrisa y la puerta se cerró con un sonido pesado y seco. Su mirada se dirigió a su pierna enyesada hasta la rodilla y sintió el yeso liso sobre ella. Sus brazos comenzaban a dolerle un poco por el esfuerzo pero pudo sentir que las vendas que cubrian por completo uno de ellos y la mitad del otro siguían en su lugar. El moretón sobre su mejilla debía lucir horrible pero le preocupaba más la cortada sobre la frente hasta la sien que le habían curado con pequeñas cintillas adheribles. Su respiración se hizo un poco más leve para no forzar las costillas golpeadas por el peso de su hermano al protegerlo de las balas que acabaron con su vida. No le importaba si dolía, se iba a aferrar a la vida por esa persona.



- ¿Ya regresaste de tu asignación Akio?. - Una silueta vestida en negro se acercó al recién llegado y cerró la puerta junto a él oscureciendo la habitación. - ¿Todo bien?.

- Ya me reporté con Ishikawa-san. - Contestó el menor sacándose la chamarra y tirándola a la cama para quitarse los zapatos. - No fue tan complicado como creía Kaoru-san, pero estoy un poco cansado. No prendas la luz. Creo que voy a quedarme aquí por un rato.

- No te quedes mucho tiempo encerrado. - Le aconsejó Kaoru sin cambiar su expresión mientras acariciaba la frente del pelirrojo en busca de algún cambio fuera de lo normal o que ameritara una mayor intervención de su parte. - Cuando te sientas mejor, regresa con nosotros. Hoy le toca hacer la cena a Julien.

- Entonces no voy a bajar nunca. Hay mejores formas de morir que envenenado. - Replicó risueño Akio apoyándose en el más alto para darle un ligero beso en la mejilla. Un beso que se sintió liviano como la brisa de una mariposa. - Y hoy no es mi día.

Cuando cerró la puerta de la habitación se percató de la presencia de un joven rubio que lo miraba desde la escalera que comunicaba al Paraíso con el Purgatorio. No era difícil imaginar la razón de que hubiera estado todo ese tiempo ahí, esperándolo recargado sobre la pared. No necesitó decirle nada más que le dijera a Julien que no se había salvado de tener que cocinar completo esa noche. El alivio en los ojos azules que lo miraban fue evidente y él mismo se dejó llevar en silencio hasta la cocina por la voz del rubio que le hablaba de una serie de cosas irrelevantes disipando los malos pensamientos de su mente.



Desde que había comenzado a trabajar en el Alliguieri, Ryuichi no lo había visto más de dos veces antes de esa noche. Nunca intercambiaron palabra, solamente una sonrisa de reconocimiento y un saludo con la mano mientras salía corriendo a su siguiente asignación, siempre retrasado. Cuando lo llevaron esa noche, no pudo reconocerlo más que por sus ojos peculiares que lo miraron desde la bruma como a un completo extraño.

Las personas que llevaron a Akio en brazos, que resultaron ser guardaespaldas de un importante político, le explicaron sin perder el profesionalismo la situación a Kiyoshi-san mientras depositaban su carga inmóvil sobre el sillón de la sala común.

Los guardaespaldas solo escucharon un disparo y un grito intenso antes de entrar corriendo a la habitación y encontrar el cuerpo del hijo del político, un joven que siempre era el centro de atención de la vida nocturna de la élite, tirado frente al joven que había contratado para esa noche. El joven tenía un tiro en la sien y sostenía aun la pistola en la mano. El pelirrojo simplemente lo miraba en silencio, sentado en el suelo contra la pared con el rastro de lágrimas que habían cesado ya aun en el rostro, junto con unas salpicaduras escarlata. Ni siquiera cuando se acercaron a él para interrogarlo y ni cuando lo sacaron cargado pudo decir una palabra.

El político no iba a llamar a la policía ni hacer nada. Su hijo tenía fama de inestable y habían encontrado rastros de polvo blanco por la habitación y en él, además de numerosas botellas vacías. No le convenía desatar un escándalo en plena transición política confirmando la muy conocida adicción de su hijo. Simplemente cada quién limpiaría su desorden y lo olvidarían.

Akio había comenzado hacía muy poco a trabajar como anfitrión especial. En ese momento descubrieron que los datos que tenían de él, excepto su nombre y posiblemente que tenía 19 años, eran completamente falsos. Extrañamente, a Ryuichi le pareció que su tío se mostró más práctico y frío que todo lo sorprendido y furioso por el engaño que hubiera esperado. Se limitó a alejarse del grupo para poder tener mejor señal mientras habla por su móvil con alguno de sus muchos "amigos".

Yukio propuso llevarlo a un hospital para evaluar su condición. Su piel se había vuelto pálida y su mirada estaba perdida y distante pero Kaoru se opuso. En el hospital harían demasiadas preguntas que no podrían responder y seguramente lo tomarían en custodia. Julien replicó que seguramente a ellos igual les harían preguntas y no pensaba pasar toda la noche en una delegación por ayudar a un niño, por muy lindo que fuera, por lo que era mejor buscar otra opción. Todavía recordaba lo terribles que podían ser las casas de asistencia y los refugios por los que había aguantado tantas humillaciones para evitar caer en uno de ellos y no salir jamás. Eran como trampas para ratas donde cualquiera indicio de voluntad era aplastada por la continua oleada de nuevas personas que dejaban de serlo al perder su identidad en esa manada anónima en la que se convertían.

Kaoru estuvo de acuerdo, de nada serviría involucrar a las autoridades ya que no tendrían nada en su contra y lo liberaría pronto dejándolo en la calle, sin recursos ni condición para conseguirlos. La calle era un lugar donde la ley del más fuerte era evidente en su máxima crudeza. Lo que ahí se buscaba no era vivir, sino sobrevivir y no morir en el intento o por lo menos perder lo menos posible en el camino. Recordar esto le dejó un sabor amargo en la boca y una sombra en sus profundos ojos negros al recordar cosas que prefería mejor olvidar.

Yukio se mostró preocupado por el dueño de los cabellos rojo oscuro que ahora acariciaba sin prisas y con cuidado para no despertarlo de un estado de inconciencia que presentía preferible a la aquél estado impreciso que había visto en sus ojos. Dejarlo a su suerte jamás había cruzado por su pensamiento realmente. Aún recordaba el único consejo de su madre antes de verla alejarse y desaparecer en la noche de nunca, por ningún motivo, acabar en las calles. Por eso les dijo a los demás que la única opción era que se quedara con ellos.

- Veo que llegamos a la misma conclusión. - Observó Kiyoshi acercándose mientras cerraba el móvil y se lo entregaba a un desconcertado Ryuichi que ya había comenzado a creerse invisible para después cargar al ocupante del sillón. - Cuando llegue nuestro visitante, llévalo a la habitación de nuestro "ángel" para que lo evalúe. Y déjalo solo, a los psiquiatras no les gusta que los espíen mientras trabajan.

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