“Lo malo de mi lado oscuro es que se aclara cuando te ve”.
Prólogo:
La vida es un acertijo...
A veces, nacemos en lo alto.
A veces, en lo más bajo.
No estoy escribiendo esto para quejarme, pues reconozco que he tenido muchos bajones en toda mi vida y, eso que se podría decir que YA HE ESTADO EN LO MÁS BAJO.
Estoy escribiendo estas palabras, sólo por no tener nada que hacer y espero que sea de su agrado.
Sin más que decir o aclarar, empezaré con este curioso relato.
PRÓLOGO:
Despertó sobresaltado una vez más...
El causante directo de este acto, no era más que un sueño. De echo, ni siquiera podía considerarse una pesadilla.
Arrastrando sus zapatos de dormir en forma de pies de dinosaurio cansadamente,se dirigió hacia la cocina del departamento. Los interruptores que correspondían a las luces del pasillo, estaban apagados, lo cual hacía que el lugar pareciera más largo de lo que era. La puerta correspondiente a la cocina era de madera pintada de blanco y se encontraba hasta el final del pasillo.
Él caminó la poca distancia que separaba un lugar de otro y abrió la puerta lentamente.
Estaba casi en penumbras aún a pesar de ser una cálida noche de verano y la luz única de la luna llena entrando por la ventana le daba un aire escalofriante.
Todo el cuarto estaba pintado de un color amarillo mostaza y tenía unos cuantos muebles que le hacían juego. En el centro del lugar, había una mesa con cuatro sillas.
Sobre la mesa, descansaban un montón de papeles que había estado ordenando esa misma noche, estos variaban entre recibos y actas hasta cuentas de hospital.
Los recogió todos y los introdujo en un fólder color manila.
Jaló un poco la silla de madera que formaba conjunto con la mesa y tomó asiento mirando hacia el vacío.
El reloj de la pared en forma de pato, marcaba que eran a penas las 3:36 am.
“Bueno, siquiera no es tan temprano como la vez anterior”, pensó.
Últimamente, sus contadas horas de sueño habían sido interrumpidas por sus recurrentes malos sueños y esto tenía sus percances, que se reflejaban en su trabajo y , sobretodo, en su actitud.
Su, ya de por sí, insoportable forma de ser había cambiado a “no quiero estar en el mismo cuarto contigo”.
Sin más que hacer, pues había perdido el sueño, se dirigió a el cuarto de su hermano menor, Sia.
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Empujó la puerta para abrir y esta crujió un poco.
Asomó tímidamente su cabeza: La habitación estaba igual que siempre.
En las paredes, muchos pósters de bandas koreanas estaban pegados de forma desordenada y desigual ocultando parcialmente el aburrido color de estas.
Sus pantunflas resonaron al hacer contacto con la alfombra lila del piso, esta estaba llena de muchas manchas, algunas ya muy familiares y cada una de ellas guardaba un recuerdo gratificante.
En una de las esquinas, había una escritorio simple de madera clara y descansando sobre él, había muchos libros que a su vez formaban sagas con títulos que su hermano vagamente recordaba por algunas pláticas que había tenido hacia tiempo con Sia.
Una silla giratoria color negro entraba estratégicamente por un espacio entre el mueble y el borde de la pared, sobre ella había una pila muy alta de ropa de muchas colores.
“Típico de él, parecía una arcoiris viviente”, sonrió estúpidamente con un dejo de tristeza.
El clóset estaba abierto y vacío, los ganchos colgaban del tubo de metal y se mecían lentamente con la brisa, como esperando el regreso de la ropa, que QUIZÁ NUNCA SUCEDERÍA.
La cama estaba destendida, el edredón de “Super Junior” estaba casi al borde de la cama y las mil y tantas almohadas de colores estaban regadas por todo el suelo.
Alizó con su mano las sábanas y se sentó, aquella sensación era muy familiar y le ayudaba a no pensar en nada.
“Y definitivamente lo menos que quiero hacer es pensar”, suspiró.
Él se recostó sobre la cama y se cubrió con el acolchado edredón hasta la manzana de Adán. Jaló una almohada color turquesa que estaba en el suelo y la llevó a su nariz.
“La almohada olía a naranja y a rosas, una combinación extraña para una persona con un olfato normal e incluso a mí me parecía insoportable, pero por más que yo le decía que su perfume olía horrible, simplemente no lo dejaba de utilizar.
En algún momento de mi vida, el estar cerca de algo con ese olor me resultaría casi imposible.
Pero desde hace unos meses me había vuelto adicto a esa fragancia.
Cualquier cosa que me dijera que las cosas con Sia seguían igual...
Que ya habíamos superado todos nuestros obstáculos...
Que por fin tendríamos una vida normal...”.
Tomó su celular, puso su canción favorita, mientras cantaba; sus lágrimas intentaban caer de sus ojos pero estos se habían secado ya hace mucho; acercó más la almohada y apoyó su cara.
Él en silencio gritaba:
“No te pongas triste, lo superaremos como siempre lo hemos echo”.