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MIND CANDY por Reitann

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Notas del capitulo:

Para @_Sinedie. Gracias por creer que escribo bonito. <3

Parecía que vaciaba el contenido de su cabeza bajo el agua que expulsaba la regadera. Negro azabache. No era un tono predilecto, no era su favorito. ¿Por qué lo había elegido? Sólo recordaba haber parado a una tienda que se mantenía abierta las 24 horas a aprovechar los minutos libres que tenía en su poder antes de que el tren de las 7:30 le dejara. Sus pies habían tomado camino hasta ubicarle frente al estanque de productos para el cabello. La caja de colorante indicaba con la fotografía de una modelo sonriente, que el resultado final le dejaría satisfecho. Diría adiós a sus hebras platinadas. Pagó la cantidad indicada en la pantalla del joven cajero, arrugó los labios intentando sonreír y retomó su curso a la estación. En el trayecto no ocurrió algo igual en el sentido de casualidad. La gente abordaba, se mantenía ocupada en su propia monotonía. Él hacía lo mismo. Cabizbajo para poder seguir el balanceo que la bolsa de plástico perseguía ante el avanzar del transporte. Algo en su ser se removía de emoción. ¿Acaso, el cambiar de forma tan radical su aspecto le brindaría la oportunidad que tanto había esperado? Tuvo que moverse; estaba cerca de las puertas y en segundos habría una pausa para nuevos pasajeros.


El chorro helado continuaba lidiando contra su cráneo mientras enlistaba lo sucedido con anterioridad; el pigmento desaparecía en las gotas que se deslizaban por sus hombros. En ese punto, un resfriado no contaba con invitación para ser bien recibido. Sin hacer uso del enjuague que la misma compañía de tinturas proporcionaba a sus clientes, cerró la única llave del agua que mantenía a tope y arrastró sus pasos luego de tirar de una toalla. Su reflejo cubierto por vaho blanco saludó tras cruzar la puerta. Un bulto negro sobresalía a pesar de haber colocado el trozo rectangular de tela sobre el tope de su anatomía.

La cabellera que recién poseía se secó luego de insistir entre sacudidas de los diez dedos, la secadora era enemiga después de un tratamiento de coloración. Sentado a la orilla de su mullido refugio de sueños, tenía libertad de pensamiento. En comparación a externos, siempre trazaba la misma línea de ideas... ¿Por qué no podía ser visto o escuchado por el resto? Su apariencia no era desagradable, podía llegar a juzgarse como alguien cuya belleza era promedio, competente para sonreírle una o dos veces si cruzando por la calle, coincidieran. Una lástima que pasase inadvertido ante los ojos del mundo.
Su cerebro pareció repeler el trazo de la autodestrucción, pues residía demasiado dolor en su organismo al ponerse a analizarlo. Colocó las prendas necesarias sobre su desnudez, trazó el lacio de su peinado con un cepillo de cerdas delgadas (más de una vez se topó con nudos) e intentando acabar al ritmo de la luz del Sol, se recostó. Despertar traería más que hambre; le brindaría una preciosa cantidad de suerte a su actuar.


La mañana encarnó en sinónimo de ojeras, gracias a la desoladora velada obtuvo. Ni el artificial hedor proveniente de su cabellera le apartaba de las pesadillas. Nada traumático, sólo la melancolía de su insistente soledad. Tal debía fungir de combustible. Uno potente que garantizara el valor de su último esfuerzo. Porque a pesar de iniciar con el pie izquierdo, Rui iba a arriesgarse.


Su estómago recibió un desayuno desequilibrado; media lata de energizante que guardaba en el frigorífico y un par de galletas deshidratadas cuya caducidad desconocía. En dado caso de triunfar, podría darse un festín. Imaginó platos repletos de humeantes y exóticos platillos al colocarse el único traje en su guarda ropa y retocar las bolsas debajo de sus ojos con una base de procedencia coreana. Esas cosas resultaban tan eficaces como lo presumía su correspondiente publicidad. En consideración a su poca habilidad para hacer uso de cosméticos, recurrió al espejo del baño. Reflejado en la cara del objeto, recordó su lado humano. Sus límites. Costo exiguo pero justo al renunciar a su naturaleza. Hubiese sido más propio elaborar un ritual digno, incluyendo velas aromáticas y música instrumental. Empero, contando con tan poco tiempo, sólo podía analizar a su inverso en la nítida superficie. "No te rindas, comienza de nuevo. De cero". Con un peso menos sobre sus hombros logró marcharse. La languidez abordaría el aire de su casa. Intrascendente; no volvería.


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Distintas cabelleras danzaban por el aire, incluyendo la suya. Atezadas, rebeldes. Sus pasos fueron insulsos entre tanta gente. Ni un ser divino podía describirlos. ¿Responsabilidad de la ausencia de color? Eso representaba el negro. Incluso cuando el contenedor de tinte, los maestros de arte y el mundo lo negaran. Se sentía compasivo al usar un camuflaje tan efectivo. Incluso al atravesar el umbral del banco y sonreírle a un coqueto trabajador que iba pasando, percibía su ego desbordando.


¡Qué bien le sentaba la seguridad!


Se aproximó a su meta: el cubículo más apartado de la institución, que pertenecía a los servicios enfocados a trato directo con el cliente. Créditos, deudas, tarjetas, toda clase de chuchería económica que agobiara a un pobre incauto. Resultaba hilarante que a un solo empleado le enjaretaran tanto. Pero Kazuki no era un simple fulano. Dueño de una sonrisa calida, una mirada brillante y voz adictiva, ejecutaba sus obligaciones con puntual actitud. Y el título de "empleado del mes" que colgaba reluciente con tipografía dorada bajo su nombre en el gafete, apostaba por ello. A escasos metros, sus intestinos se retorcieron de los nervios. A sabiendas de que arrepentirse ya no era posible, dejaba que la desesperación le consumara. Juraba que estaba temblando.


Si se hubiese percatado de la inspección visual a la que el castaño le sometía desde su silla ejecutiva, ¿hubiese improvisado más rápido? Sin responder verbalmente, regresó a la realidad tras enfrentarse a su presencia. O el asalariado poseía una zancada grande o su autismo había durado lo suficiente como para permitirle acercarse. Sus recuerdos viajaron al momento en que se despedía de su yo en el espejo y huía. Tenía lo que tanto había deseado frente a frente. Era devorado por una excitación gigantesca. No... El líbido de ambos había despertado en récord.
Rui olvidó su guión de ladrón. Kazuki la información de los diversos cursos de capacitación para obtener consumidores felices.


Nunca llegarían a comprender la comunicación que entablaron por medio de ese simple contacto. Ni la forma tan precipitada en que se trasladaron al elevador de empleados para literalmente, intentar engullir la boca adversa en un beso. La típica y comercial melodía del ascensor fomentaba un mejor ambiente; agregar vocalización a algo tan soso podía ser... Espectacular.
O tal vez se trataba de su nuevo conocido instiendole que mantuvieran relaciones en breve.


Cordial al tosco comportamiento por su insistinto de deleitarse con el cuerpo extraño, sus brazos se atoraban y chocaban por la prisa. Seguramente ante una tercera presencia, brotarían las carcajadas por actuar tan inexpertos. Y la única intrusa, era la muda cámara de seguridad en el interior de la pieza. Kazuki había pensado ingenuamente que nada ni nadie atestiguaría sus sucios actos. Algún día se enteraría que más de un compañero, incluyendo al gerente de la sucursal, habían tenido película de clasificación adulta en vivo. Gratitud al coincidir con la hora del almuerzo y permitir tener la boca llena para no salivar por lo que apreciaban.


Prendas volando en direcciones posibles, fueron lo sucesivo. Colisionaban con las doradas paredes de su escondite y deslizandose por la gravedad, fallecían en el suelo. Tampoco representaban una decoración rica. Dos trajes y derivados. Quizás los varones protagonistas sentían celos de sus posesiones textiles e imitaron cual par defugitivos, la traslación al suelo.
Mientras la canción llegaba al coro con una mezcla de arreglos, el recientemente teñido sometía al organismo aledaño a un frote severo. Teniendole debajo suyo, resultaba sencillo.
Pregunta del millón... ¿Exactamente, qué deseaba toparse con tan errático frotamiento?


El gemir del sometido ganó sin competencia necesaria. Apenas había rozado la división que brotaba de la espalda baja y ya le tenía entregado en un porcentaje positivo. Rui sintió que dentro de su cabeza, algo espeso y caliente manaba como río. Adrenalina.


Acontencía que para encontrar algo que le devolviese a la vida, había tenido que pintarse el cabello, usar un traje comprado hacía meses e improvisar un asalto a un banco sin auxilio de un arma que impusiera temor reflejado en fajos de billetes con el rostro de Fukuzawa Yukichi impreso en una de las caras.
Existían tantas probabilidades. Tantas opciones en el tablero del azar. El peón que su persona representaba no era más que putrefacción y dudas. Pero su ahora contenedor (con total sentido literal), bastante ruidoso por cierto, calmaba su alma lacerada.


Dejó la filosofía improvisada para cuando tuviese que regresar a su domicilio a disculparse con el espejo y en comienzo oportuno, marcó un baile de embestidas.


Atesoraba un amante, a la locura y a su oscura melena.

Notas finales:

So?

@TokyoBurst


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