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Melodía enajenada por Euridice

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Notas del capitulo:

Aquí les dejo la segunda y última parte de este fic. Espero que les guste =)

Al día siguiente Hyoga se despertó como si nada hubiera ocurrido, y su madre lo dejó en la secundaria como todos los días, a la cual el joven obviamente no asistió; en lugar de ello vagó por las calles de la ciudad y se quedó un largo rato acostado en el césped de una plaza. A pesar de su obstinada naturaleza, comenzó a sentirse mal por lo que le dijo a su profesor el día anterior; fuera cierto o no que Camus se dedicaba a enseñar por no ser lo suficientemente bueno para ser concertista, pensaba que se había propasado, y por una tontería.

Esa mañana mientras trabajaba, su madre recibiría una llamada de la secundaria, avisándole que su hijo había sido suspendido por tres días; no le explicaron los motivos exactos, pero sí le dieron a entender que había sido una falta muy grave, y que debía firmar la notificación que su hijo tenía. Natassia se sorprendió de que Hyoga le hubiera ocultado algo como eso; sabía que era un adolescente muy difícil, pero jamás se imaginó que le ocultaría cosas. Aún así, no estaba enojada, solamente decepcionada; empero, a la tarde tendría motivo para hacerlo. Una hora luego de recibir la llamada del colegio, atiende una llamada de Camus; la mujer se sintió extrañada que el maestro le solicitara verla ese mismo día, pues tenía que hablar algo muy importante con ella. Natassia aceptó encontrarse con el joven profesor en un restaurante al mediodía, por lo cual llamó a su hijo para avisarle que no podría llevarlo con su terapeuta, que fuera él solo, y le remarcó que cuando llegara a su casa debía tener una charla muy seria con él. Hyoga sintió un escalofrío, pues sabía que era por la suspensión.

Natassia fue al restaurante donde había acordado verse con Camus, preguntó al mesero en qué mesa se encontraba, y este la acompañó. Se sorprendió al ver a un hombre muy joven allí, al punto que casi se retira, pensando que se había equivocado. No obstante, el pelirrojo la detuvo, explicándole que sí era él quien dictaba clases a su hijo, así que la mujer tomó asiento. Con profunda tristeza Camus le contó lo que había sucedido el día anterior en clase, incluso le explicó de la bofetada; Natassia estaba espantada, pero no por la reacción del docente, sino porque su hijo fue capaz de contestarle a un profesor de esa forma. Su indignación aumentaría cuando Camus le explicó el motivo por el cual las palabras de Hyoga lo enfurecieron; le comentó su triste historia. La pobre mujer no podía disimular su vergüenza; cuando Camus le dijo que ya no quería darle clases a su hijo, le rogó disculpas, e imploró que le diera una segunda oportunidad, que su hijo no era un mal chico, que simplemente estaba pasando por un período difícil por la muerte de su padre, y le prometió que hablaría con Hyoga y haría que se disculpara con él, aunque no había perdón para lo que había hecho. El profesor vaciló un momento, pero vio que Natassia se veía realmente consternada por toda la situación, por lo cual aceptó continuar enseñándole a su hijo.

Mientras tanto, Hyoga estaba con su terapeuta, Mu. De alguna forma, todo lo que había ocultado a su madre de lo ocurrido el día anterior brotó de su boca como caballo sin riendas; explicó todo: que le había ocultado a su madre que había fumado marihuana y había sido suspendido, y por supuesto, el incidente con su profesor de música. Mu pensaba que era un gran progreso que el joven se abriera al fin y que le confiara lo que había callado, por lo cual quiso ahondar más en ello.

-   ¿Por qué le dijiste esas cosas al profesor?

 

-   Realmente no lo sé…

-   Debe haber un motivo; ¿qué te hizo pensar que no quiere darte clases?-  preguntó el terapeuta.

 

-   Es que....él es tan…rígido….

 

-   ¿A qué te refieres con eso?

 

-   Bueno, si hago algo bien, apenas lo nota, pero si me equivoco…él es…. ¡malvado!…

 

-   ¿Por qué dices que es malvado? Tal vez él solamente es exigente porque quiere que te esmeres- agregó Mu.

 

-   Él alega que yo no estudio, y eso me enfurece, porque sí estudio. Me paso horas con el maldito instrumento….

 

-   Creo que estás asociando al instrumento con su figura, algo en él te genera ciertas contradicciones internas…

 

-   Reconozco que me equivoqué, ¡¡pero odio que siempre esté diciéndome lo que hago mal!!- exclamó Hyoga, irritado.

 

-   Para eso es tu profesor; no tendría sentido aprender si él no te indicara en qué te equivocas. Creo que te genera molestia su personalidad porque es alguien que te impone normas, te indica que estás equivocado; de alguna forma él representa una figura de autoridad para ti, que intenta poner freno a tu rebeldía.

Hyoga se quedó muy pensativo ante estas últimas palabras de su psicólogo; pues veía que tenía sentido. Su madre siempre le dejaba hacer lo que quería, o terminaba cediendo con tal de no tener que someterse a su descontrol emocional; pero Camus no. “Erik el rojo” le imponía sus reglas y él simplemente debía obedecerlas, tal como solía hacerlo su padre; era extraño, pero algo de su profesor le recordaba a su fallecido progenitor, y el adolescente se sintió algo estremecido en pensar eso, y al mismo tiempo reconocer que se sentía sumamente atraído por Camus. Esto último no se atrevió a comentárselo a Mu, y se lo guardó como su gran secreto; al cabo de unos minutos, la sesión terminaría y Hyoga se iba a su casa, pensando solamente en qué diría su madre de la suspensión.

Abrió la puerta y entró cabizbajo; en el living estaba su madre de brazos cruzados y con una expresión de enojo en su rostro como hacía años no mostraba. Inmediatamente le ordenó que le diera la notificación de suspensión, y el jovencito así lo hizo, pero Natassia estaba más disgustada por lo que había ocurrido con su profesor de música; Hyoga ignoraba que su madre sabía de esto último.

-   ¡¿Por qué me ocultas las cosas Hyoga?! ¡¿Creíste que no me enteraría?! ¡¿Acaso me tomas por tonta?!

 

-   Lo….lo olvidé…- dijo el chico, intentando expiar su culpa.

-   No me refiero a la suspensión, que sabe dios por qué habrá sido…- Hyoga palideció. Era evidente que el profesor le contó lo ocurrido- ¡¿Desde cuándo te crees con derecho a faltarle el respeto a un adulto?!- preguntó en voz alta.

 

-   ¡¡¡Pues él debería cambiar su horrible forma de enseñar!!!- reprochó Hyoga y su madre lo abofeteó.

 

-   ¡¡¡Tú eres quien debe cambiar Hyoga!!!¡¡¡Tú siempre lo tuviste todo!!! ¡A tu edad, tu padre y yo éramos afortunados si teníamos un par de zapatos nuevos!

 

-   ¡¡¡Deja de meter a papá en todo!!!

 

-   ¡¡¡BASTA!!! ¡¡¡Tu padre y yo no trabajamos tanto para que tú te comportes como un malcriado!!! ¿Crees que a él le gustaría ver lo que haces? ¿Que solamente sabes responder con violencia a tu frustración?- reprendió la mujer con gran enojo, aumentando aún más el volumen de su voz.

 

-   ¿Acaso le robaste a mi psicólogo sus teorías Natassia?- cuestionó Hyoga con tono soez.

 

-   ¡Te diré una cosa, jovencito: el próximo miércoles irás a disculparte con tu profesor por la forma en que lo ofendiste!, ¡¡¡Y POBRE DE TI QUE NO LO HAGAS!!! , ¡¡¡porque se te acabará TODO: no más piercings, no más películas de horror, no más dinero para cd’s…. ¿o debería decir PARA MARIHUANA??!!!- ante esto último el chico dio un respingo- ¡¡¡OH SÍ, HYOGA!!! , ¡¡¿¿CREÍSTE QUE NO LO SABÍA??!!

 

-   Fue…fue por eso que me suspendieron, mamá, por fumar marihuana en el gimnasio. Y fue por lo enojado que estaba que le contesté a Camus…- se sinceró el joven y la mujer se calmó ante la confesión de su hijo.

 

-   Báñate y haz tus tareas. La cena estará lista a las ocho- agregó la mujer aún disgustada pero menos alterada, y se fue a su habitación, donde lloró amargamente.

 

Hyoga se fue a su habitación y se quedó un largo rato pensando en todo lo que había ocurrido en esos dos días; estaba abrumado por todo lo que había discutido con su madre y no dejaba de preguntarse por qué se enfureció tanto al saber de lo que dijo a su profesor de música. No era la primera vez que le contestaba a un docente, ¿por qué tanto escándalo por decirle “frustrado” a Camus? Sin dejar de sentirse apenado por todo, se bañó y después de terminar las tareas del colegio se dispuso a tocar el violonchelo; al menos mantendría su cabeza ocupada en intentar tocar canciones de Metallica; y fue la medicina perfecta lograrlo. Entusiasmado por haber sido capaz de tocar el estilo de música que le gustaba, aprovechó los días que no fue a clases para practicar más que nunca, y también para experimentar con el instrumento, en vista de su notoria mejoría. Improvisaba y le encantaba hacerlo, y se divertía pensando qué diría “Erik el rojo” si lo escuchara; seguramente pensaría “suena horrible”, o “está totalmente desafinado”, como solía decir, pero le fascinaba imaginarse la situación.

El miércoles de la semana siguiente, Hyoga se reintegró a sus clases tanto de secundaria como de violonchelo. Se sentía sumamente inquieto por tener que dar la cara y disculparse con Camus, pues ya imaginaba su fría mirada que le hacía bajar la cabeza; pero sabía que debía hacerlo, era lo correcto. Tocó el timbre y allí le abrió el pelirrojo, y lo saludó con su sobria expresión de siempre; cuando entraron a la habitación donde Camus le dictaba clase, Hyoga dejó su orgullo de lado y se disculpó.

-   Lamento mucho lo que le dije la clase anterior. No fue mi intención ofenderlo; había tenido un mal día…

 

-   Está bien, Hyoga. Olvidémoslo. Debes saber que no puedes vivir peleando contra el mundo, solo ganarás que la gente se aleje de ti- contestó el profesor, con gran calma.

 

-   Lo sé…

 

-   Bueno, comencemos, ¿sí?

Hyoga asintió y la clase comenzó; Camus notó el gran progreso del chico y se lo hizo saber, lo cual provocó en Hyoga una sensación de alivio, no solo por haber superado los desafíos que creía imposibles, sino por haber hecho las paces con su profesor. Podía odiarlo por momentos, pero en el fondo lo quería más de lo que creía. Habiendo dejado atrás sus diferencias con su profesor, el chico practicaba con mucho entusiasmo y su madre se alegraba que así fuera, y especialmente de que pudo recuperar la confianza de Camus. Pasaron los meses y el adolescente continuaba avanzando en el instrumento a pasos agigantados. Hyoga tenía un gran talento, algo que el joven docente empezó a notar, por lo cual lo animaba a continuar practicando y le asignó pequeñas obras de Bach y otros compositores para que comenzara a interpretar, algo que cautivó la atención de Hyoga; pues ya no eran los aburridos ejercicios de técnica, sino que ahora podía tocar algo que de veras tuviera forma y belleza. El chico también comenzaba a sentir gran afecto por su profesor, y se hallaba muchas noches pensando en él y en lo bello que era, no solamente en apariencia, sino ahora también como persona.

Una tarde de miércoles, como otras tantas, Hyoga asistió a clases y su profesor le hizo esperar un momento en el pasillo, pues debía buscar unas partituras para tocar. Con curiosidad, el chico empezó a husmear un poco; hacía ya casi un año que asistía a clases con Camus y nunca había prestado atención a nada más que al violonchelo restaurado del docente. En ese pasillo había unas cuantas fotografías enmarcadas; una era de su profesor cuando niño con sus padres, los tres cargando con un instrumento musical; otras eran de Camus tocando en orquestas, donde se notaba que era un adolescente como él, pero la que más le llamó la atención fue una en particular. Era de mayor tamaño que las demás, y en ella se veía al docente con un lindo joven de largo cabello rubio que sostenía un violín, ambos viéndose muy felices; justo en ese momento Camus lo sorprendió.

-   Encontré tu partitura, comencemos.

 

-   ¿Quién es él?- no pudo evitar preguntar. El pelirrojo no pudo esconder su semblante taciturno.

-   Era un violinista, muy talentoso…alguien muy especial para mí. Se llamaba Milo.

 

-   ¿Él murió?- preguntó Hyoga con preocupación. Camus se paralizó por un instante, pero no tenía sentido ocultarle a su alumno lo que había ocurrido.

 

-   Tuvimos un accidente; lamentablemente él sufrió lo peor. Yo perdí algo de destreza en mi mano por las lesiones- explicó el pelirrojo y Hyoga se sintió un monstruo al recordar aquellas horribles palabras que le dijo a su profesor; su corazón se llenó de tristeza- Bueno, manos a la obra- dijo Camus intentando ocultar su angustia, y la clase comenzó.

El chico comenzó a realizar los ejercicios que debía hacer y trató de concentrarse en la clase, pues semejante revelación de su profesor lo había conmocionado y no dejaba de sentir una enorme culpa. Luego de esto, su profesor le mostró la partitura de la obra que debería interpretar: se llamaba “El cisne”, del compositor francés Saint Saenz; luego de responder las dudas que su alumno tenía, pasó a explicarle cómo realizar el vibratto. Fue en ese momento que Hyoga notó la cicatriz que Camus tenía en su mano, y sus impulsos se volvieron irrefrenables; tomó la mano de su docente y comenzó a besarla con ternura, haciendo que el joven pelirrojo se sintiera algo extrañado, por lo que miró fijamente los grandes ojos celestes de Hyoga, quien no se contuvo y lo besó en la boca. En un principio Camus siguió el beso, pero tomó conciencia de lo que estaba haciendo y se detuvo, sosteniendo al chico por sus hombros. Sus ojos mostraban un inmenso terror, pues pensaba en que quizás eso fuera más alarmante que la bofetada cuando llegara a oídos de la madre del rubio; se alejó de él y le entregó el arco del instrumento, para posteriormente sentarse con su rostro aún transformado por la situación. Respiró profundamente y le pidió a su alumno que practicara el ejercicio; trató de llevar la clase normalmente hasta su fin. Cuando Hyoga se fue de su casa, Camus se sentía profundamente perturbado por lo que había ocurrido: su alumno había manifestado deseos sexuales hacia él y no fue capaz de detenerlo, ni de contener los suyos. Tal vez era porque ese chico le recordaba en cierta forma a Milo, o quizás porque algo le gustaba de él, aunque no lograba darse cuenta qué era. Solamente pensaba que en cualquier momento tendría una llamada de Natassia, muy indignada por haberse propasado con su hijo. Pero la llamada nunca llegó.

En el transcurso de los días siguientes, Hyoga se la pasó castigándose mentalmente por lo ruin que había sido con su profesor; se sintió un gran imbécil por decirle que era un frustrado ahora que sabía por qué su docente no era un concertista. Y a eso se sumó su ridículo intento de mostrarle cuanto lo quería y que se arrepentía; recordó las palabras de su terapeuta, de que debía aprender a controlar sus emociones, pues con lo que ocurrió en esa clase era evidente que no lidiaba con ellas correctamente. Aún así, no dejaba de llamarle la atención que su docente hubiera seguido el beso, o de que no lo hubiera reprendido por eso. La situación fue por demás extraña, y el chico se refugió en su instrumento, y en tratar de aprender la obra que se le había asignado. Las clases siguientes a la del beso transcurrieron como si nada hubiera pasado, ambos parecían haber olvidado ese momento de descontrol que habían tenido; pero muchas veces se encontraron esquivando sus miradas, porque ambos temían volver a ser víctimas de los sentimientos que estaban guardando, y Hyoga muchas veces tenía que parar de tocar porque temblaba tanto que no era capaz de controlar el arco.

La obra de Saint Saenz le resultaba muy bonita al adolescente que no escuchaba mucha música clásica desde que su padre había fallecido; le gustaba interpretarla y cada vez que lo hacía sentía que la turbulencia interna que lo descontrolaba se calmaba de a poco. Estaba en clase una tarde, cuando luego de unas correcciones, Camus le anuncia algo con gran entusiasmo:

-   Hyoga, sabrás que esta obra se interpreta con un músico acompañante…

 

-   Sí, usted me lo dijo.

 

-   Bueno, a partir de la clase siguiente comenzarás a practicar con la acompañante. Es una antigua compañera de la orquesta de la cual Milo y yo formábamos parte; toca el arpa y se mostró muy feliz en ayudarte.

 

-   ¿En serio? ¡Eso es genial!- exclamó Hyoga muy entusiasmado.

 

-   Así que a partir del próximo miércoles, la clase será en el auditorio junto con ella. Intenta ser puntual, ya que el tiempo que tendremos será limitado.

 

-   Así lo haré- respondió.

Practicó como nunca en el transcurso de los días siguientes a esa clase; le emocionaba muchísimo el hecho de tocar con alguien más, y de cómo sonaría la música que ambos interpretasen. Su madre estaba feliz de ver el cambio de actitud que Hyoga había tenido, pues ya había dejado de lado esos temibles arranques de ira y se mostraba más comunicativo con ella. Natassia pensaba que le debía mucho a Mu y a Camus, pues ambos habían logrado lo que ella creyó que era imposible.

Ansioso como nunca antes había estado, Hyoga fue al auditorio donde había acordado encontrarse con su profesor. Camus lo estaba esperando en la puerta, también llevaba su violonchelo, y juntos entraron a una pequeña sala de conciertos; el chico de cabello rubio se sintió abrumado por un momento: observaba las hermosas butacas de terciopelo rojo, el piso perfectamente pulido, y sobre todo, el gran escenario con un gran telón rojo con ribetes dorados. Allí había una joven de largo cabello negro y piel muy pálida con su gran arpa dorada; Hyoga subió al escenario junto a su maestro, quien presentó a la arpista y a su estudiante. El nombre de la joven era Pandora, se mostraba algo tímida pero por lo que Camus había dicho, era una virtuosa. Luego de que ambos se prepararan, el profesor dio a su alumno y a la arpista la orden de que empezaran a tocar; al principio Hyoga se confundía y le era difícil seguirle el ritmo a la arpista, quien era muy paciente y solamente le sonreía si él se equivocaba. Fueron varios los intentos fallidos, hasta que el chico logró acoplarse con la joven y sonaron perfectamente coordinados. Camus lo observaba atentamente, y cuando terminaron de tocar dio su crítica:

-   Tu afinación es excelente. Y has logrado seguir el ritmo de la obra sin acelerar el tiempo….pero es solamente eso, una obra con notas perfectas…

 

-   ¿Qué quiere decir con eso?- preguntó Hyoga algo decepcionado.

-   Esta obra quizás no es tan difícil en cuanto a los cambios de posición como otras, pero sí lo es en cuanto a la interpretación. Debes ponerle algo de ti, debes darle vida para que suene bella.

 

-   No entiendo…- dijo el rubio, con pena.

 

-   Lo tocaré una vez y quiero que escuches con atención- dijo Camus y tomó su instrumento; luego se sentó y se preparó para tocar- Pandora, da capo por favor.

 

Pandora acató la orden y comenzó a tocar; el pelirrojo seguía perfectamente acompasado lo que la arpista tocaba, pero Hyoga de pronto se sintió movilizado por lo que escuchaba y observaba. La obra sonaba muy diferente de cómo él la tocaba, las variaciones de intensidad y en qué notas Camus hacía el vibratto le daban un sonido muy particular; no era solamente bello, sino dulce, cálido, tierno. Pero sin dudas lo que más le impactó fue el cambio que veía en su profesor; el semblante frío y duro que parecía inquebrantable se había transformado como el cielo cuando llega el día. Camus mostraba una paz y calidez que no había visto en nadie jamás; recordó cuando le dijo que el violonchelo se tocaba como si se abrazara a alguien, y ahí comprendió lo que su profesor quería decir. El joven de cabello rojo no solamente parecía abrazar a su instrumento, sino que parecía bailar con él suavemente; la expresión de su rostro era la misma que, pensó Hyoga para sí mismo, debía tener cuando estaba Milo a su lado. Cada nota la interpretaba con el mismo amor con el que debía besar a aquel violinista que había perdido tan trágicamente; movía el arco como si acariciara el cabello de aquél que amó tanto, su mano izquierda se deslizaba suavemente por el diapasón como si acariciara el cuello del bello joven que adoró. La sala pareció llenarse de un profundo amor que se palpaba en el aire; hasta la arpista pareció contagiarse de él, pues sus ojos empezaron a mostrarse vidriosos, como si fuera a llorar.

Una vez que su maestro terminó de tocar la obra, le explicó todo lo que había hecho para que Hyoga pudiera interpretarlo en su casa; el chico estaba tan impactado por lo que acababa de vivir que apenas pudo pronunciar una palabra, simplemente asintió todo lo que el docente le explicaba, sintiendo que el aire no le cabía en su pecho.

-   Es todo por hoy, hasta el próximo miércoles- concluyó Camus y Hyoga se retiró, ya que su docente se quedó allí conversando con Pandora.

El chico rubio sintió que sus ojos iban a desbordarse en lágrimas en cualquier momento, por lo cual corrió al baño del auditorio y una vez que se encerró en uno de los cubículos, no pudo contenerse más y se largó a llorar. No entendía por qué su docente había provocado eso en él, pero allí se manifestaban en llanto esos sentimientos que tanto había reprimido; el dolor de haber perdido a su padre, la enorme culpa que sentía por su muerte, y por el trato que había tenido con su madre, y sobre todo el gran amor que sentía por Camus, el cual no podía ser posible. Al menos no en ese momento; no siendo él un menor; no querría que alguien tan especial para él se arriesgara de esa forma. Habrá estado allí al menos unos veinte minutos, hasta que se calmó y lavó su cara, para luego tomar el autobús y volver a su hogar; la mezcla de sentimientos lo persiguió todo el trayecto a su casa, al punto que cuando llegó abrazó a su madre fuertemente y dijo cuánto lo sentía por la forma en que la había tratado. Natassia quedó en shock, pero lo abrazó con fuerza y sonriendo le hizo saber cuánto lo quería.

La vida de Hyoga había cambiado rotundamente; ya no era el adolescente incontrolable que peleaba solo contra el mundo, había madurado mucho y a quien una vez llamó déspota, ahora lo amaba mucho y lo consideraba alguien muy especial. Ir a clases con él se había convertido en lo que más amaba, no solo porque adoraba su instrumento, sino porque amaba a su profesor, recordaba aún ese beso que le robó y su corazón latía con fuerza; no podía dejar de pensar que sus miradas siempre se cruzaban, e intuía que en el fondo Camus sentía algo por él. Habían transcurrido ya tres años desde el día que entró a esa puerta y su mirada se cruzó con esos profundos ojos que guardaban una ternura que él descubrió cuando lo vio tocar por primera vez, movilizando su alma hasta quebrar su gran pared de rencor y hacerlo llorar. Le debía tanto a su profesor, que no pudo disimular su tristeza en la cual sería la última clase:

-   Fue un gusto conocerte, tienes un talento como pocos Hyoga. Espero que sigas estudiando.

 

-   ¿Por qué se despide de mí como si no volviéramos a vernos más?

 

-   Es porque partiré a Francia mañana- respondió el profesor con algo de tristeza.

 

-   ¿C…cómo? ¿Por qué?- Hyoga sintió que su corazón se quebraba.

 

-   Comenzaré a estudiar dirección orquestal y composición. Hace varios meses estoy trabajando en una obra para orquesta, y mis padres conocen buenos docentes que me ayudarían a culminarla, e incluso algún día lograr que sea interpretada por alguna orquesta.

 

-   M…m…me alegro por usted- dijo el chico conteniendo el llanto- entonces, ¿esta fue nuestra última clase?

 

-   Me temo que sí. Pero quién sabe, tal vez un día yo te estaré dirigiendo mientras tocas en una orquesta- agregó Camus con esperanza; el joven rubio no pudo soportar más y lloró.

 

-   L…lo extrañaré…- dijo entre lágrimas.

 

-   También te extrañaré Hyoga. Quisiera compartir algo contigo antes de que me vaya; sé lo difícil que fue para ti perder a tu padre, y me sentí identificado contigo, porque yo también perdí todo lo que amaba en el mundo: a Milo, y a mi carrera, es por eso que acepté seguir enseñándote. Pero también quiero que sepas que la razón por la cual decidí dedicarme a enseñar fue porque ver a chicos como tú tocar, me llenaban de fe y esperanza. Prométeme que seguirás estudiando, naciste para tocar este instrumento.

 

Hyoga asintió aún llorando y ambos se miraron profundamente; en ese momento Camus no se contuvo y lo besó en la boca con ternura. El rubio correspondió y en cuestión de un instante ambos abrieron los sentimientos que por tanto tiempo habían callado. Camus llevó a Hyoga hasta su habitación y luego de una larga sinfonía de caricias, le hizo el amor con gran pasión. Se quedaron un momento mirándose a los ojos y luego de vestirse decidieron tocar juntos una última vez; se acompasaban sus violonchelos a la perfección y sintieron que sus almas se unían con su música. Pronto llegaría la parte más difícil, decir adiós, tal vez para siempre, o tal vez solo por un tiempo, no lo sabían; se besaron una vez más y Hyoga abrazó con fuerza a su profesor, como queriendo llevarlo con él. Finalmente se separaron, y Camus lo miró a los ojos:

-   Recuérdame cuando toques en Si bemol menor- dijo a modo de despedida con una sonrisa. Hyoga se rió entre lágrimas, ya que fue el motivo por el cual tuvieron aquella discusión cuando él era un adolescente sin control.

 

-   Así lo haré- lo abrazó una vez más- te amo- le dijo al oído y se fue.

Hyoga cumplió su promesa y se dedicó a estudiar violonchelo, ahora en Rusia, donde continuó mejorando y destacándose. Camus logró convertirse en un reconocido director de orquesta en la sinfónica de París, y culminó su obra, aquella en la cual estuvo trabajando por tanto tiempo.

Era una concierto para violonchelo en Si menor denominada “Melodía enajenada” Hyoga se sorprendió gratamente cuando su profesor se la asignó como obra para presentar en su examen final, y recibió una copia del manuscrito original. Cuando llegó a su casa para practicarla y abrió la primera hoja, observó una dedicatoria que había en la página anterior al primer movimiento y dejó caer una lágrima de sus ojos:

“Para Milo, a quien llevaré siempre en mi corazón. Y para mi joven alumno cuya rebeldía me inspiró a componer esta obra”

 

FIN

Notas finales:

Espero que les haya gustado; escríbanme a ver qué les pareció, sus críticas me animan a escribir más o a mejorar ;)


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