Me quede petrificado delante de mi casa, demasiado conmocionado para mover cualquier músculo, a pesar de que el frió calaba en mis huesos.
En las escalerillas que daban a la puerta de entrada, un chico tan pálido como la nieve que se derretía a sus pies, estaba desmayado, ensangrentado y desnudo.
Hacia frió, tal vez no tanto como en las semanas anteriores, pero eso no quitaba que verlo así no resultara casi doloroso. Mire a todas partes, con la esperanza de que apareciera alguien y me explicara todo esto, sin embargo nadie llego y me vi incapaz de seguir a la intemperie, viendo a ese muchacho congelándose ahí.
Al posar mi abrigo sobre sus desnudos hombros, mis dedos rozaron su nacarada piel y un espasmo de puro deleite me recorrió al comprobar la suavidad con la que especule al verlo. Y en un ademán que me sorprendió a mi mismo, lo abracé. Estaba frió, pero su pecho seguía moviéndose rítmicamente bajo mi cuerpo.
Un suave aroma a bosque, a vegetación con toques de otoño me hizo perder la noción del tiempo, provocando un vago sentimiento de encontrarme en casa, algo totalmente irracional considerando que estaba en la calle, casi congelándome. Aunque extrañamente, ahí sosteniendo su frágil cuerpo contra mi pecho el frió parecía no alcanzarme.
Ignore la sangre, el barro y las hojas adheridas a sus muslos, así como también ignore la clara advertencia que mi cerebro me estaba dando casi a gritos para que me alejara de él, en cambio, me abandone a la perturbadora familiaridad que me provocaba el gélido desconocido y lo lleve al interior de mi casa.
Llevarlo hasta mi cama fue una empresa particularmente fácil, su cuerpo apenas pesaba, tan delgado que tenia miedo de romperlo al más mínimo toque hecho con demasiada brusquedad. Sin preocuparme por las sabanas lo arrope lo suficiente como para que su cuerpo se calentara.
Mis manos no dejaban de encontrar excusas para pasearse por su piel. Me fascinaba la profundidad de su cabellera, tan suave como su piel. Quería acariciarlo cuanto tiempo pudiese hacerlo en el anonimato, sin parecer un loco pervertido.
Sane sus heridas lo mejor que pude. Y para mi consternación apenas la hemorragia se detuvo, estas comenzaron a cicatrizar con una celeridad sobrenatural. Este pequeño hecho despertó las alarmas de peligro que con anterioridad había ignorado. Debería llamar a la policía, entregarlo a las autoridades, pero la calma con la que descansaba sobre las ahora no tan blancas sabanas me lo impedía.
Un instinto protector que no reconocía en mi estaba despertando de forma natural, profunda y posesiva en mi interior. No quería que se fuera, no quería verlo partir tan pronto, cuando apenas le había encontrado. Algo me decía que el hecho de encontrarlo en mi puerta no era una mera coincidencia. Necesitaba creerlo así.
Le hable, le conté sobre mi vida, le pregunte sobre la suya y no recibí respuesta, pero no me importo. Por primera vez en años tenia la sensación de que mi casa se llenaba de vida, como si ese muchachito con aroma a bosque se hubiese adueñado en un par de segundos de cada rincón.
Esa noche no concilie el sueño hasta llegada la madrugada, cuando los primeros rayos del sol primaveral comenzaron a jugar entre los cabellos del chico que ahora dormía abrigado a un lado de mi cama. Me dormí mirando sus parpados cerrados, sus largas pestañas y sus sinuosos labios, imaginando como seria verlo despierto, hablándome.
Soñé con el bosque, con disparos y con un misterioso joven de ojos color hazel.