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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno, este es un capitulo importante por varios motivos, es bastante largillo pero espero que os guste n_n

Muchas gracias por lo reviews chicos, os quierooo

El viejo alcalde se sentó en la silla tras el escritorio de madera plagado de libros, con las manos temblándole ligeramente de frío y pánico. Llevaba puesta la ropa de calle a pesar de lo tarde de la hora, la elegante chaqueta junto con el pañuelo y el pesado abrigo de piel oscura, y aún así, a pesar del calor escapándose de la chimenea a su lado y de las gruesas prendas que portaba, seguía temblando de frio. Un frío intenso y denso que se le colaba en el alma y que le recordaba muy bien a la última vez que había hablado con un hombre como los que tenía delante.

 

Enfrente de él los dos extraños se sentaban en las gruesas e incómodas sillas de madera y le miraban con ojos serios e inexpresivos, los mismos ojos muertos y profundos que había tenido el chico moreno en su pequeña entrevista. Crocodile intentó no pensar en el parecido entre ambos y solo les acercó a los hombres dos grandes tazas de humeante café con leche en la típica muestra de cortesía y frialdad. El café era bastante difícil de encontrar en aquel lugar del mundo, era un producto caro y poco frecuente y sin embargo, desde que lo había probado, el estresado alcalde se había vuelto adicto a la bebida y no dudaba en gastarse millonadas en el energético brebaje. Sin embargo, los dos hombres no tomaron las tazas, ni bebieron con satisfacción como estaba haciendo el alcalde en un intento de calmar sus nervios, a pesar de estar empapados hasta los huesos, de lo pesadas y gruesas que eran las capas que llevaban y que chorreaban en el suelo agua helada, ninguno intentó tomar la cálida bebida que sus cuerpos agradecerían.  

 

Otra irregularidad. Cosa que le recordó al instante al chico al que había sacrificado hacía unos días para calmar a un dragón. Crocodile aún así no dijo nada y solo se recostó de nuevo contra la silla mientras sus manos envolvían su propia taza intentando absorber su calor y calmarse como siempre hacía. Sabía que iba a ser una noche larga y necesitaba controlar hasta el más mínimo gesto y palabra. No sabía qué hacían esos hombres en su oficina a estas horas de la noche pero tenía una ligera corazonada, y si tenía razón, no iba a ser nada bueno, así que, mientras volvía a beber un trago del ardiente y denso café que le había costado un ojo de la cara, el alcalde se preparó para negar y mentir a aquellos hombres con toda su habilidad.

 

—Lamentamos interrumpirle a estas horas señor alcalde—dijo entonces el menor de los dos hombres, el chico con el gorro tapándole los ojos y dándose cuenta de su incomodidad— pero estamos buscando a un compañero desaparecido y necesitamos hacerle algunas preguntas—

 

Crocodile tragó con dificultad el amargo y caliente café. No se había esperado que fuesen directos y al grano desde el principio, aunque a lo mejor era preferible que fuese así. Los dos hombres seguían mirándole prácticamente sin parpadear y aquello estaba empezando a parecerse a un interrogatorio de una forma un tanto siniestra.

 

— ¿De dónde decían qué son?— preguntó entonces el alcalde con voz tensa pero firme, sin demostrar en lo más mínimo el nerviosismo y pánico que tenía.

 

—Del vaticano— respondieron a la vez sacando dos placas de plata de los bolsillos de la capa, con la insignia de una cruz dorada, y unidas a un pequeño rosario de cuentas de madera desgastada.

 

Crocodile cerró los ojos mientras internamente se daba cabezazos contra una pared. Por supuesto. La iglesia tenía que ser. La iglesia estaba metida en todos los problemas de esta sociedad, ¿Por qué no también este? Dios, ¿por qué no lo había visto antes? él que se jactaba de su inteligencia, ahora estaba entre la espada y la pared por no tener el suficiente cuidado. Había sobrevivido al dragón a duras penas y ahora, contra la iglesia, sería mejor que realmente fuese armando al ejército de la ciudad si esperaba salir vivo de aquella.

 

— ¿Y qué quieren? ¿Por qué vienen a hablar conmigo en vez de con el padre Enel?— intentó de todos modos quitárseles de encima, y dirigirles a que masacrasen y torturasen a otra persona.

 

Pero el chico del gorro ni siquiera parpadeó.

 

—Porque usted es el alcalde, sabemos que tiene más información y además usted no es un fanático sin cerebro como el buen padre— comentó rápidamente el joven. Crocodile entonces no pudo evitar la sonrisa divertida pero tensa que apareció en su cara ante el comentario. Vaya, así que admitían que sabían de las prácticas del cura desquiciado y aún así no hacían absolutamente nada para impedirlo—y por otra parte—continuó el del gorro— dicen en el pueblo que usted habló con nuestro compañero y que fue el último en verle antes de que desapareciese—

 

La sonrisa se esfumó de la cara del alcalde por arte de magia. Mierda. Aunque ¿qué se podía esperar? Era un pueblo pequeño, las noticias corrían rápidamente, y era la primera vez que habían conseguido plantarle cara al dragón, era normal que la gente se preocupase por lo que hacía el moreno y con quien hablaba, después de todo era el nuevo héroe del lugar.

 

 — ¿Qué quieren saber?—dijo al fin rindiéndose a lo inevitable.

 

 —Todo—fue la respuesta simple del del pelo blanco, el hombre que fumaba un enorme puro mientras su pelo seguía empapado y gruesas gotas bajaban por su frente.

 

Y entonces Crocodile se lo contó. Todo. Desde que el moreno había llegado al pueblo buscando alojamiento, hasta la entrevista con él mismo. Ciñéndose en todo momento a la realidad todo lo que podía para que no pudieran encontrar ni la más mínima objeción ni fallo en la historia. Omitió lo de la visita del dragón, omitió el secuestro y la ofrenda, intentó ocultarlo para protegerse a sí mismo y a su pueblo ya que no sabía cómo reaccionaría la Iglesia si contaba que había vendido a uno de sus hombres a una bestia, lo ocultó a pesar de las pesadillas y remordimientos que poblaban sus sueños, a pesar de que el hombre podría estar aún vivo y aquellos otros dos hombres podrían ayudarle.

 

Los hombres le hicieron preguntas intentando indagar más, intentando presionarle para ver si sabía algo más. La noche fue pasando y el amanecer comenzó a colarse por la ventana. Crocodile durante todo el tiempo no dijo absolutamente nada y solo esquivó y desvió preguntas, remitiéndose sólo a la historia del principio.

 

—Entiendo, ¿entonces usted no sabe más?—preguntó el del gorro finalmente.

 

—No—dijo el alcalde pensando que lo había conseguido y que iban a irse y a dejarle en paz a pesar de todo, pensando que había vuelto a ganar, esta vez a la iglesia y sería libre.

 

—Ya veo—dijo el del pelo blanco con el ceño fruncido. El hombre al que Crocodile más temía de los dos por su impresionante físico y su mente demasiado aguda— entonces ¿podría explicarnos qué es esto y qué hacía en la casa de mi compañero?—

 

El alcalde por un momento no entendió a qué se refería, pero luego el hombre se inclinó con un movimiento brusco hacia la mesa y depositó un pequeño objeto en la desgastada superficie de madera. Era un pequeño dardo del tamaño de un pulgar con el emblema del ayuntamiento en un lateral.

 

 Crocodile empalideció.

 

Era el dardo que le habían disparado al chico antes de entregarle al dragón.

 

¿Cómo narices lo habían encontrado? Era minúsculo, y habían pasado semanas desde el incidente, había llovido, había hecho viento y varios animales habrían pasado por la zona golpeándolo y jugando con el pequeño objeto de brillante color, nadie podía haberlo encontrado a menos que supiese que ya estaba allí. ¿Lo sabían? El viejo alcalde se removió en la silla forrada en terciopelo granate totalmente incómodo, buscando al instante una excusa de por qué un dardo con su emblema y el del ayuntamiento del pueblo estaba en la casa del chico desaparecido.

 

Dudando abrió la boca para contestar, pero las miradas ligeramente frías y peligrosas de los otros le fulminaron al instante paralizándole de miedo. Frías, serias, como dos jinetes de la muerte que habían venido simplemente a hacerle confesar y a vengarse de su amigo de la forma más atroz posible. La mentira simplemente desapareció en su garganta.

 

 —Yo...no sé lo que— su voz sonaba débil y claramente estaba mintiendo incluso a sus propios oídos.

 

El del pelo blanco se levantó entonces de la silla con un movimiento brusco haciendo que esta chirriase contra el suelo desagradablemente. Crocodile pegó un salto bajo la atenta mirada del hombre de los puros, pero éste solo pareció ignorarle y cabreado paseó por la habitación expulsando otra calada de humo gris al aire.

 

El del gorro suspiró.

 

—Señor, con todo el respeto, ahórrese la farsa, sabemos que está ocultando algo, así que ahórrenos el torturarle y solo díganoslo— dijo felizmente el que seguía sentado con un tono casi suplicante, como si realmente no estuviese apretando el cuchillo en su mano y mirándole como si dudase en dónde clavárselo primero—así acabaremos antes y podremos irnos a casa todos contentos—

 

Crocodile se negó. Si confesaba sería peor, si confesaba todo se iría a la mierda y además, como estas dos personas decidiesen vengarse y atacar al dragón... el dragón se enfadaría, y ya había dicho que no iba a dar segundas oportunidades, les mataría, arrasaría la villa, todo se iría a la mierda. Prefería mentirle a la iglesia que enfrentarse a ella y a la bestia juntas.

 

—¡He dicho que no sé lo que... !—dijo ahora más convencido y con tono duro.

 

Y entonces, al segundo siguiente, un golpe sonó a sus espaldas y un cuchillo rozó su garganta casi por casualidad. Crocodile horrorizado observó al hombre de pelo blanco que se había colocado a sus tras él sin que se diera cuenta y sujetaba una pequeña daga contra su garganta como si fuese algo que hubiese hecho mil veces. El mayor sopló en su cara el humo del cigarrillo con una mirada demasiado enfadada para aquella situación y Crocodile tosió mientras escuchaba sus palabras y sentía el frio del metal contra su pulso.

 

—Verá, podemos hacer esto por las malas si quiere, no nos importa, las órdenes fueron recuperar a nuestro amigo a cualquier coste, ¿entiende? — Dijo con tono bajo y grave, peligroso, pero aún así cansado—tenemos permiso de la Santa Iglesia para destruirle a usted, para destruir a su preciosa sobrina o al maldito pueblo entero ¿Le teme al dragón? No sabe de lo que la Iglesia es capaz para conseguir lo que quiere—

 

Crocodile cerró los ojos cansado. ¿Cómo sabían sobré Vivi si acaban de llegar? ¿Cómo sabían que había sido él? ¿Cómo habían encontrado el dardo? ¿Cómo se había metido en aquel lío? Primero el dragón y ahora la iglesia. Una guerra entre dos enemigos milenarios y él justo en medio. Hiciese lo que hiciese iban a morir, si traicionaba al dragón éste les mataría, si no contestaba a la pregunta, la Iglesia les aniquilaría. Hiciese lo que hiciese estaba entre la espada y la pared.

 

Así que mandó al dragón a la mierda. Si tenía que elegir elegiría a los de su propia especie, a los que no habían matado millones de personas por capricho y solo se dedicaban a dar discursos sobre el amor y la paz. Eligió a la Iglesia. Y les contó todo. Como semanas atrás el dragón había aparecido en su despacho exigiendo al chico, les enseñó las marcas en la mesa ocultas ahora bajo pesados libros para que nadie nunca las viese, les contó del ataque al moreno, la dosis que habían usado en el dardo, como éste había caído inconsciente y cómo le habían entregado como ofrenda a la bestia. Por un momento los hombres parecieron dudar de sus palabras cuando contó el ataque, como si no se creyesen que hubiesen podido dejar fuera de juego a su amigo con tanta facilidad, pero claramente entendían el motivo por el que lo había hecho y no parecieron querer vengarse por su traición ni nada.

 

Al menos por ahora.

 

Cuando acabó de contarlo Crocodile volvía a temblar y ambos hombres se miraron con una mirada satisfecha y cómplice. Sin mediar palabra ambos se levantaron, volvieron a colocarse los abrigos empapados y se dirigieron a la puerta rápidamente sin decir nada más. Como si no necesitasen nada más que su confesión.

 

—Muchas gracias alcalde—dijo el menor de los dos antes de desaparecer por la puerta —la iglesia recompensará sus servicios— Y Crocodile volvió a quedarse solo en la oscura habitación iluminada por unas pocas velas y el fuego de la chimenea que acababa de encender.

 

Temblando de frío y de pánico ocultó su cara entre sus manos y respiró hondo tratando de tranquilizarse y de suprimir la incertidumbre que le invadía ¿Qué pasaría ahora? ¿Quién les atacaría? ¿El dragón o la iglesia? Tenían que empezar a defenderse y montar un ejército quisiese o no, era hora de prepararse de una vez para que no volviesen a pillarles indefensos, se enfrentarían a lo fuese y protegería a su gente a cualquier precio. El café seguía humeando frente a él enfriándose cada vez más. Las tazas sobre los asientos ahora vacíos seguían llenas sin haber sido tocadas en los más mínimo y fue entonces, en ese momento mientras se bebía con ganas los restos del café, cuando Crocodile se juró que cuando aquello acabase y si conseguían sobrevivir, se iba a jubilar y a vivir tranquilo, sin preocupaciones por guerras milenarias por el resto de su vida.

.

.

.

Estaban volando. De nuevo, alto entre las nubes y más rápidos que un rayo. Kidd llevaba un rato en silencio solamente ronroneando bajo su cuerpo cada vez que el exorcista acariciaba una de las escamas granate de su cuerpo, cosa que Law curiosamente hacía con bastante frecuencia por el mero hecho de escuchar el vibrante sonido bajo su cuerpo. Ambos llevaban toda la mañana sonriendo como idiotas y gastándose bromas estúpidas, así que, cuando por fin Kidd le había propuesto hacer algo más que follar contra cada superficie lisa de la cueva y le había preguntado si quería salir a volar, Law no se había podido negar. Curiosamente a Law le estaba empezando a encantar lo de volar encima del milenario dragón, el sentir el viento frío de la mañana en la cara y simplemente disfrutar la libertad que el acto entrañaba.

 

Pero aquel día, sin embargo, el cielo volvía a estar gris y cubierto por una densa manta de nubes que amenazaban una gran tormenta. De vez en cuando una pequeña llovizna les alcanzaba y el fuerte viento helado hacía tambalearse peligrosamente a Kidd en el aire, entonces ambos trabajaban juntos y mientras Kidd les rodeaba con una cubierta protectora contra el frío, Law usaba un sencillo hechizo para desviar la lluvia de sus cuerpos. Por ahora seguían secos y sin sufrir de hipotermia a pesar de llevar horas volando en aquel entorno hostil.

 

A pesar del mal clima, el mundo se veía distinto cubierto por las densas sombras de la nube, los colores parecían más vivos con la lluvia, el verde brillaba con una tonalidad esmeralda y los campos de centeno presentaban un mar de tonalidades doradas y marrones mientras las espigas se mecían con el viento. Todo simplemente parecía más tranquilo y sereno mientras los animales y las personas se escondían a la espera de que pasase la tormenta.

 

Law respiró hondo el olor a tierra mojada en el aire y entonces, en aquel pequeño momento de tranquilidad y paz donde solo estaban ellos dos en la inmensidad del valle, en el primer momento relajado que había tenido desde que habían empezado a acostarse el uno con el otro como animales en celo, se permitió volver a analizar el más inocente de sus problemas: Kidd.

 

Aún no estaba preparado para pensar en la Iglesia y cuestionarse su vida y su futuro, pero el tema del dragón parecía bastante inofensivo. Así que Law lo analizó. Analizó la última semana empalagosa y agradable que habían tenido casi sin discutir en lo más mínimo, y analizó el comportamiento del dragón y el suyo propio en un intento de tomar una decisión que había necesitado tomar desde hacía mucho tiempo. Law se centró sólo en su relación y en sus sentimientos y recordó sus inseguridades con el dragón y como no había podido confiar del todo en Kidd pensando que aquello sólo sería una broma del pelirrojo, pensó en como los sentimientos habían surgido pero había tenido que reprimirlos sin atreverse a exponerlos para luego verse traicionado. Había dudado y había tenido razones. Pero ahora todo se veía con una luz distinta.

 

 Ahora tenía el tesoro de un dragón en su poder.

 

Kidd se lo había dado en serio, no había sido otra broma. Lo había visto en sus gestos nerviosos y en su mirada asustada mientras le ponía los brazaletes dorados que Law aún seguía llevando, como si temiese que Law lo rechazase o se riese en su cara después de que le diese prácticamente su alma y corazón en bandeja. Le había regalado su posesión más preciada sin siquiera dudar, diciéndole que ahora no lo necesitaba, demostrándole que la relación iba en serio y no solo era un juego entre ambos que en algún momento seguramente acabaría. Prácticamente le había propuesto matrimonio con aquello, ya que Law dudaba que un dragón fuese regalando su tesoro por ahí a todo el mundo con el que quisiese un buen polvo. Kidd había elegido a Law, le había repetido que le quería una y otra vez y ahora el moreno entendía que era verdad y era su turno de responder de una puñetera vez.

 

¿Pero qué hacía el ahora? ¿Confiaba en su enemigo? ¿Aceptaba sus sentimientos? Sí, al parecer ya no tenía otra opción. Había construido barrera tras barrera contra el pelirrojo, lo de ser enemigos, lo de no poder confiar en él, sus creencias, sus votos, lo diferentes que eran... pero el dragón las había ido derrumbando una a una hasta que ya no había quedado ninguna, hasta que se había abierto a él por completo como nunca se había abierto a nadie, hasta que no había tenido otra opción más que confiar en él y responderle.

 

Así que esta vez, mientras ambos volaban por el cielo nublado, Law al fin lo aceptó y dejó que la emoción cálida en su pecho se esparciese por su cuerpo hasta cortarle la respiración. Sus manos acariciaron de nuevo las escamas escarlatas de Kidd con cariño y éste ronroneó contento bajo ellas de nuevo. Law sintió entonces que un nudo se le hacía en la garganta y tembló por lo perfecto de la situación en la que estaban. Por poder aceptar al fin sus sentimientos sin que nadie ni nada se lo impidiese. Por sentirse al final realmente libre.

 

Quería a Kidd y no pensaba volver a negarlo nunca más, el sentimiento se sentía demasiado bien y correcto en su pecho. Volvió a acariciar las escamas de Kidd queriendo de repente abrazarle y volver a hundirse en su cuerpo. 

 

'Volvamos a la cueva, quiero darte algo' susurró Law en la mente de Kidd casi tímidamente, aún demasiado abrumado por lo que sentía como para poder expresarse y hablar con normalidad.

 

'¿El qué?' respondió al instante Kidd con la voz ronca que tenía como dragón y que le hizo temblar de nuevo al escucharla en su mente de una manera tan íntima.

 

Nunca nadie había tenido tanto control sobre su cuerpo como el dragón tenía, nunca nadie le había hecho estremecerse o excitarse con su voz o con unas pocas palabras susurradas en su cabeza. Por un momento Law se dio cuenta que seguramente haría cualquier cosa que el otro le pidiese siempre que hablase en aquel tono ronco y sugerente, y en vez de sentirse preocupado por el hecho, simplemente se sentía perfecto, simplemente era lo que debía de haber sido desde un principio.

 

 'Solo vuelve. Es una sorpresa' respondió con aliento entrecortado apretando entre sus piernas el cuello del dragón.

 

Y el exorcista rió divertido cuando Kidd giró en el aire de repente y se abalanzó con demasiada prisa hacia la guarida claramente ansioso por ver lo que Law quería darle. Mientras las manos del moreno seguían acariciando su cuerpo y sus duras escamas sin pararse ni un instante.

.

.

.

Kidd estaba en el séptimo cielo, no, más bien estaba en la decimoctava nube. Estaban en su habitación, en la del dragón con la cama gigante de pieles, el cabecero de nácar y las alfombras de piel... Y Law estaba entre sus piernas mientras su boca subía y bajaba por su endurecida erección con ganas. Kidd no se lo podía creer, ¿qué narices había pasado para que Law le devolviese el favor que le había dado él hacía unos días? No entendía por qué el moreno se había abalanzado de repente a por él tirándole al suelo de pieles frente a la chimenea, pero definitivamente no se iba a quejar.

 

Kidd volvió a arquearse contra el suelo mientras la cabeza de Law volvía a bajar por su polla con otro largo lametazo y otro gemido de cruda necesidad. Kidd rugió en la habitación en respuesta a su gemido, queriendo al instante satisfacer la evidente necesidad del moreno, pero el de ojos grises volvió a girar la lengua bajo a la cabeza de su polla famélico, en la parte más sensible de su anatomía en otro movimiento perfecto, y Kidd se deshizo en el suelo en un mar de placer. Law seguía tumbado sobre él, totalmente vestido y con las manos en sus caderas después de haberle bajado los pantalones hasta medio muslo liberando sólo su erección y poco más, pero impidiéndole abrir las piernas todo lo que quería.

 

—Law—murmuró—es-espera, no tan deprisa—a aquel ritmo se iba a correr solo con unos pocos lametazos y aquello iba a ser simplemente humillante.

 

 Law alzó la cabeza entonces y con un sonido de succión se sacó su miembro de la boca. La sonrisa brillaba en su cara mientras sus manos parecían incapaces de apartarse de su cuerpo, levantándole la camisa y paseando sus dedos tatuados por su musculoso pecho pellizcando sus pezones con ganas.

 

 —Te está gustando—dijo Law divertido mientras su boca volvía a relamer su miembro casi con obsesión, aunque esta vez más lento, justo como había pedido el dragón.

 

 Kidd hundió las manos en el pelo de Law mientras este volvía a succionar como si quisiese tragarle, hasta que estuvo totalmente enterrado hasta la garganta del moreno y tuvo que alzar las caderas contra su cara para no gritar de dolor. Kidd volvió a rugir y Law volvió a soltar aquel sonido desesperado que le estaba volviendo loco.

 

—Law, por favor, déjame follarte, tu también lo quieres—dijo aludiendo a la evidente desesperación que tenía Law y a sus gemidos necesitados.

 

—No—respondió Law— aún no—

 

Sus manos seguían apretando sus caderas con posesión y su lengua seguía rodeando su polla casi con pereza en un vaivén lento arriba y abajo que estaba dejando la mente de Kidd en blanco. El dragón se dejó hacer como Law quería, por primera vez le dejó tomar el control y hacer lo que quisiese con él, por primera vez fue él el que se rindió a al menor.

 

Law siguió succionándole con ganas, bajando y subiendo como si nunca pudiese cansarse de aquello. Solo que cada vez iba más lento. Kidd se empezó a dar cuenta cuando la lengua de Law volvió a realizar otra larga lamida de las que le dejaban sin respiración a la vez que uno de sus dedos volvió a rodear un endurecido pezón, y su boca tardó demasiado tiempo en volver a caer sobre su miembro.

 

 — ¿Law?—preguntó ligeramente sin aliento.

 

— ¿Hmm?—respondió Law sin dignarse a separarse aún de su erección.

 

Kidd apretó el pelo del moreno entre sus manos en una clara indirecta que Law, por supuesto, ignoró.

 

— ¿Te estás vengando o algo? —preguntó Kidd comenzando a entender por dónde iban a ir las cosas.

 

Law rió contra su erección y el sonido reverberó por todo el cuerpo de Kidd como miles de mariposas recorriendo su piel. Sus caderas se alzaron contra la cara de Law por voluntad propia, pero este solo se apartó antes de ahogarse con su miembro y solo restregó la mejilla contra su cadera. Kidd gruñó molesto, Law sonrió divertido.

 

—Puede— dijo al fin repartiendo besos por la curva de su erección con cariño.

 

Y entonces empezó la tortura. A partir de entonces Law no volvió a tocar su erección, no volvió a acercarse a ella y solo se dedicó a repartir caricias y besos castos por su piel, sus manos seguían torturando sus pezones bajando de vez en cuando a acariciar tentativamente sus testículos. Pero no había nada de caricias intensas ni besos húmedos, sólo leves toques en pequeños y estudiados rincones que el moreno sabía que volvían locos al dragón.

 

Al poco rato Kidd sentía que estaba a punto de explotar de frustración. Su cuerpo estaba totalmente excitado, a un nivel que nunca había conseguido, y las caricias de Law no servían para nada más que para empujarle más al borde de su conciencia pero sin la suficiente fuerza como para disparar la reacción final. Kidd tampoco podía hacer nada para solucionarlo, cada vez que intentaba masturbarse él mismo, Law apartaba sus temblorosas manos rápidamente y volvía a lamer uno de los puntos estratégicos con ganas y abandono, dejándole reducido al instante a una masa excitada y suplicante que no podía hacer más que jadear y gemir.

 

—Law, para con esto—pidió al fin Kidd temblando ligeramente—no sé lo que te he hecho pero lo siento, ¿vale? para con esto— dijo con una voz demasiado débil para su gusto.

 

— ¿Cómo se pedían las cosas Kidd?—dijo entonces con voz divertida  Law, repitiendo una de las frases que Kidd le había repetido hasta la extenuación y aún sin tocarle en lo más mínimo.

 

Kidd rugió al moreno frustrado. No quería juegos, no quería provocaciones, solo quería correrse dentro del moreno, tampoco era tanto pedir. Pero entonces Law bajó una mano desde su pecho y apretó con ganas su desesperada y enorme erección entre sus largos dedos, sacándole otro rugido esta vez por una razón muy distinta.

 

—Vale, por favor, por favor, por favor—suplicó como el moreno quería— haré lo que quieras, pero por favor no pares, no pares otra vez—sus manos volvían a estar hundidas en el pelo del moreno empujando su cabeza hacia abajo, hacia su erección con fuerza pero sin el más mínimo resultado.

 

Law bajo su agarre solo río.

 

—Te has vuelto muy sumiso de repente verdad Kidd—dijo dando un ligero lametazo, rápido e insatisfactorio a la cabeza de la enorme polla frente a su cara, haciendo que Kidd se retorciera aún más bajo suyo— ¿y qué propones exactamente hacer?—preguntó curioso pero claramente sarcástico.

 

Y entonces ambos se miraron a los ojos. Serios pero a la vez desesperados por el otro. Law podía sentir los orbes ámbares del dragón estudiando en su interior, buscando una respuesta y de nuevo adquiriendo ese tono dominante y posesivo que a veces tenía.

 

—Follarte—dijo entonces Kidd totalmente serio —quiero follarte, quiero correrme dentro tuyo mientras gimes mi nombre y alcanzas el séptimo cielo—

 

Law sintió su cuerpo al instante responder al del dragón, en cómo su polla palpitaba entre sus pantalones y sus pezones se endurecían sólo con sus palabras. Levantándose entonces de su posición entre las piernas de Kidd, se enderezó sobre sus rodillas a ambos lados de los muslos de Kidd y se quitó el pantalón con facilidad. Obedeciéndole sin dudar y demostrando que a pesar de todo el dragón era el que había tenido el control desde el principio. Sin apartar en ningún momento los ojos de los de Kidd, como si romper el contacto mínimamente pudiese acabar con la situación.

 

Sin dudar volvió a inclinarse sobre el cuerpo del dragón y gateó sobre él hasta que sus caras estuvieron a la misma altura. Las manos de Kidd al instante ya estaban sobre su cuerpo, acariciando sus muslos y posicionándole sobre su erección, sus dedos acariciaron con ganas su excitada erección sacándole jadeos y por fin llegaron a su trasero abriéndole las nalgas e introduciendo sin demora dos dedos en su ya acostumbrada entrada.

 

— ¿Se-seguro que no prefieres una mamada?—preguntó Law perdiéndose por momentos en los ojos del dragón al sentir sus dedos buscando con impaciencia la próstata en su trasero casi desesperado.

 

Claramente buscando perderle en el mismo estado de excitación que tenía el dragón, intentando romperle y hacerle gemir alto y fuerte como siempre hacía cuando el dragón entraba dentro de él. Los ojos del dragón seguían clavados en los suyos, sin apartarse, serios, como si aquello fuera importante.

 

—No—dijo con voz segura respondiendo a su anterior pregunta— solo te necesito a ti—

 

Y entonces Law no pudo más y tuvo que cerrar los ojos ante la cálida sensación que volvió a inundarle. Otra vez, clara y fuerte, sin intención de desaparecer en ningún momento. Una sonrisa ladeada y resignada surcó su cara y finalmente supo que había caído hasta el fondo desde hacía mucho tiempo. Así que, cuando Kidd alineó sus caderas y le instó a bajar su trasero con ayuda de sus enormes manos para tomar su erección al fin dentro de él como ambos querían, Law se apoyó sobre el pecho del otro, juntó sus frentes y al fin lo soltó.

 

—Yo también te quiero—susurró contra los labios del dragón cuando este empezó a penetrarle.  

 

Y entonces fue como si algo se rompiera al fin, como si un latigazo al final les conectase. Su mundo cambió de posición durante un momento y todo volvió a su sitio original mientras sus almas al fin se unían. Kidd entonces, sin decir absolutamente nada, les giró hasta que volvió a estar él encima del moreno y, sobre las alfombras persas y al calor de la chimenea, comenzó a embestir al moreno casi de forma animal. El moreno solo le rodeó el cuello con los brazos apretándole contra su caliente cuerpo todo lo que pudo y abrió las piernas hasta lo imposible queriendo sentir al pelirrojo totalmente dentro suyo partiendo su próstata con su enorme polla.

 

Entre gemidos Law lloriqueó en el hambriento beso que Kidd le estaba dando perdido entre oleadas de placer cada vez que el mayor le penetraba de aquella forma salvaje. Inconscientemente sus largas piernas rodearon la fuerte cintura del pelirrojo y sus talones empujaron al mayor más y más profundo si era posible, hasta que Kidd enterró su ardiente polla hasta la base dentro de él. El pelirrojo en respuesta casi parecía estarle comiendo allí mismo y Law se encontró respondiéndole al beso famélico con las mismas ganas, sin casi respirar, mientras sus cuerpos se encontraban imposiblemente juntos, mientras los gemidos y el sonido de sus caderas chocando con furia inundaban la habitación.

 

Y Law entonces tomó la segunda decisión del día, mientras Kidd le tomaba contra la alfombra de la forma más salvaje en que nunca lo habían hecho pero a la vez la más cariñosa y pasional que nunca le había visto, mientras sentía como el dragón le hacía el amor casi desesperado, Law mandó todo a la mierda. El exorcista desechó sin dudar los ideales que desde hacía tiempo había sabido que eran absurdos, olvidó su misión de asesinar a Kidd, su entrenamiento y sus deberes. Mandó a la Iglesia a la mierda sin remordimientos. Porque le daba igual, ya todo eso daba igual, se iba a quedar con Kidd, para siempre y no pensaba volver, nunca.

 

Así que simplemente apretó a Kidd contra su cuerpo cuando este se corrió dentro de él mordiéndole de nuevo la ya imborrable cicatriz en el cuello y haciendo que Law también se viniese entre ambos cuerpos aparatosamente y con el nombre del dragón en sus labios como este había predicho.

 

'Te quiero, te quiero...’ repetía el dragón incansable en su mente, casi delirante, como si necesitase repetírselo a cada instante que pasaba para entender que aquello era la realidad y no solo era solo un sueño que estuviese teniendo. Y posteriormente Law se recordaría respondiéndole a cada una de las declaraciones, una tras otra en un extraño mantra y con una sonrisa libre y feliz en su cara.

 

'Yo también...'

 

Notas finales:

En fin, espero que os haya gustado por que a partir de aqui se tuerce la historia y quiero que esteis preparados. No digo mas

Nos vemos guapos.


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