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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno, gente lamenteo el retraso, pero me he puesto mala y tengo muchas cosas que hacer y simplemente no he podido subirlo antes, sorry.

Muchas gracias a todos por vuestro apoyo y por todos los animos que me dais, en serio, os quiero mucho chicos T///T

Aun asi tengo que decir que en este capitulo, la ultima parte al menos, hay descripciones bastante graficas de violencia, asi que si teneis un corazon mas o menos sensible por favor saltaroslo por que es bastante bestia.

Pasaroslo bien n_n

 


Akainu observó a su nieto arrodillado enfrente suyo. El chico estaba malherido, sucio y tremendamente pálido, pero aun así le miraba con el más puro odio en sus profundos ojos grises. A la vista de todo el mundo estaba claro que había roto el código. Pero lo peor era que ni siquiera estaba intentando ocultarlo, sino que prácticamente parecía estar orgulloso de mostrar su traición y cobardía a todo el mundo.


El comandante sintió la sangre en sus venas hervir de furia.


Hubiese esperado aquel comportamiento de cualquier otra persona, pero no de su propia sangre, de su propio nieto. ¿Qué narices había hecho para tener semejante familia?¿Para que sus vástagos acabasen corrompidos por Satanás hasta tal extremo?


La decepción era demasiado grande.


Él que había pasado años eligiendo a una compañera adecuada para tener un hijo que pudiese ser su sucesor y orgullo del Vaticano, él que había suplicado en su momento a sus superiores para que le dejasen tener un retoño, alguien al que poder manipular y que le fuese leal...al final había acabado con esto. No sólo su hijo al que había entrenado durante años para que le sustituyese cuando llegase el momento, sino que ahora su nieto también lo traicionaba.


Aunque la verdad es que el muchacho no tenía la culpa, con la furcia que tenía por madre era normal que no pudiese seguir las normas. Akainu no había tenido ninguna esperanza en él cuando le habían traído a la orden, con apenas diez años después de deshacerse de su padre. El niño había sido emotivo y demasiado apegado a su familia. Seguramente ni siquiera pudiese soportar el entrenamiento. Por eso el comandante no había dudado ni un segundo en arrojarlo a las manos del peor instructor de todos los que tenía la orden, Corazón, quien todo el mundo sabía que odiaba a los niños y quien nunca había dejado que ninguno sobreviviese a su entrenamiento.


Akainu había esperado deshacerse del pequeño estorbo sin valor alguno con aquella pequeña estratagema. Pero la cosa no había salido como había esperado.


El chico no solo había superado los entrenamientos con creces, sino que además había acabado con las mejores notas de toda la orden. Durante un tiempo Akainu incluso pensó que algo de su sangre por fin había llegado a buen puerto y que el chico sería al fin lo que había estado esperado. Su sucesor, la persona en quien pudiese confiar y quien le ayudase a manipular los hilos. Juntos manejarían la orden, juntos dominarían el mundo. El sueño había sido largo y hermoso durante muchos años.


Al menos hasta el incidente con Corazón.


Cuando el comandante había dado la orden de acabar con aquel traidor, no sólo se había ganado el odio de Doflamingo, el hermano del rebelde, sino que su propio nieto también había renegado de él. Desde entonces Akainu había tenido que obligar al chico a trabajar para él.


Y al parecer esta era su venganza.


Akainu miró a su nieto como hacía años había mirado a su hijo, como si fuese un cuchillo sin filo o una herramienta que hubiese perdido su valor. El chico nunca había significado nada para él, pero tras esta ultima rebelión, era mejor acabar con él y su estúpido espíritu rebelde antes de que animase a otros a hacer lo mismo. Antes de que pudiesen usar el incidente en su contra. Aun así, en vez de descartarle y tirarle a la basura como había hecho con su estúpido hijo, esta vez volvería a forjar el arma rota a su gusto personal.


Iba a reeducarle y no había nadie que pudiese impedírselo. Ni siquiera el idiota de Doflamingo podría hacer nada esta vez como había intentando con el incidente de Corazon.


Alzando los ojos miró al capitán de la misión de rescate que había enviado. Smoker era uno de sus hombres y nunca había tenido ningún problema con él. El hombre siempre había acatado el código como si al hacerlo se estuviese salvando a sí mismo y sólo era otro fanático más al que manipular como quisiese. Su compañero sin embargo era otra cuestión, enviar a Pinguin, el antiguo compañero de Law había sido idea de Doflamingo, seguramente para que el moreno ayudase a su amigo si había ocurrido algo, pero por lo que Akainu veía, la táctica no le había salido bien. El chico parecía cambiado en varios aspectos, pero el más importante era que ahora ni siquiera miraba a Law a la cara. Como si ahora el moreno no significase nada para él.


Akainu sonrió victorioso sin poderlo evitar. Dios parecía estar de su lado esta vez.


— ¿Cuál es el reporte de la misión?—preguntó el comandante dirigiéndose al capitán y yendo directamente al grano.


Smoker al instante se tensó ante la pregunta y pareció entrar en pánico, como si no quisiese confesar lo que sabía, ya que Law sufriría por ello. Aún teniendo aquella estúpida fijación y obsesión malsana por su nieto que a Akainu siempre le había desagradado, pero aún así el anciano no dijo nada y solo esperó. El hombre nunca había traicionado el código, su fanatismo siempre le había dominado y además, hacerlo ahora sería estúpido, sería una condena a muerte tanto para sí mismo como para Law. Las pociones de la verdad siempre se habían usado en la orden.


Y tal como esperaba, el de pelo gris confesó.


—Al llegar a la aldea —confesó al final el capitán con voz neutra— el alcalde confesó que para salvar al pueblo había entregado a Trafalgar como sacrificio para la bestia. Al parecer el monstruo quería vengarse y amenazó al hombre con arrasar el lugar si no se lo daban. Buscamos por días en el pueblo y los alrededores intentando localizar a la bestia, pero no encontramos nada y acabamos dando a Trafalgar por muerto. Fue entonces, cuando estábamos pensando en marcharnos, que le vimos por casualidad—


Pinguin se removió incómodo y Smoker apretó los puños. Sin embargo, lo que más sorprendió a Akainu fue la mirada de odio que le dedico su nieto ante la palabra 'monstruo'. Law nunca había reaccionado de aquella forma ante los insultos que les dedicaban a sus presas, es más, el había sido de los primeros que despreciaban a aquellas criaturas. ¿Qué era lo que había causado el cambio?


Smoker, sin embargo, continuó con el reporte.


—Trafalgar se encontraba con un chico pelirrojo y ambos parecían estar...besándose y abrazándose—escupió al final las palabras el del pelo blanco como si estas le quemasen la garganta. Akainu quiso rodar los ojos cansado de aquella actitud, tal vez fuese hora de un correctivo para acabar de una vez con sus tendencias— entendimos entonces que Trafalgar había roto el código y nos había traicionado, así que le atrapamos y le trajimos ante ustedes—


Akainu frunció el ceño confuso.


La historia no tenía mucho sentido, si había sido capturado por un dragón ¿Cómo había escapado su nieto sin ningún rasguño? ¿Cómo había salido con vida? ¿Por qué no había vuelto sin más? Akainu fue entonces haciendo pregunta tras pregunta, les hizo repetir la interrogación del alcalde, les hizo que explicaran la investigación que habían hecho, donde habían buscado, que habían visto, que habían encontrado. Según iba obteniendo información su ceño se iba frunciendo aún más y más en confusión. ¿Cómo se había enfrentado Law a una criatura mitológica si había estado drogado? ¿Qué había hecho todos aquellos meses en los que nadie le había visto? ¿Por qué seguía de una pieza si el dragón había querido matarle?


Law observaba a su abuelo ir atando cabos e ir dándole vueltas en su mente a las teorías que empezaba a tener, pero por ahora Law estaba tranquilo, era imposible que su abuelo descubriese lo que había pasado en realidad, ni el mismo se creía aún la maravilla que tenía con Kidd. No lo descubriría. Kidd seguía a salvo mientras Law no dijese nada.


O al menos eso pensó hasta que su abuelo hizo la última pregunta.


—Entiendo, ¿Hay algo más que deba saber?—dijo el anciano dando ya por finalizada la conversación al ver que no importaba que pregunta hiciese, aquello no tenía sentido lo mirase por donde lo mirase, que sería mejor interrogar a Law personalmente.


Law observo Smoker dudar a su lado, alto y erguido en medio del enorme templo. Pero luego vio cómo se abría la chaqueta raída y polvorienta de viaje y sacaba dos piezas de oro antiguo que Law reconoció al instante.


Los brazaletes que Kidd le había regalado.


—Law llevaba esto en la muñecas cuando le capturamos—dijo el peliblanco mirando a los objetos con asco y lanzándolos al suelo, como si el solo tocar aquella maravillosas piezas de oro le ofendiese profundamente— al parecer se los dio el chico pelirrojo—


Y entonces, mientras el metal dorado chocaba contra el brillante suelo de mármol con un golpe metálico, Law observó a su abuelo hacer la asociación y abrir los ojos presa de la sorpresa. El chico pelirrojo, con el dragón rojo. El chico quien poseía brazaletes de oro puro, con el impresionante tesoro de un dragón. Los hechizos para cambiar de forma, la amenaza al alcalde por parte del dragón al que describía como humano para burla de los exorcistas.


Law entró en pánico al instante.


El moreno supo que todo se había ido a la mierda y que sus esperanzas de salvar al menos a Kidd acababan de desaparecer sólo con aquel pequeño gesto de Smoker.


Sin embargo, su miedo sólo empeoró cuando su abuelo se giró a mirarle con una mirada de odio que Law nunca le había visto. Akainu siempre le miraba con indiferencia e incluso con molestia, nunca le había dedicado una mirada así, técnicamente no podía, el código negaba cualquier tipo de emoción similar.


Law tembló de miedo ante aquella mirada.


Smoker y Pinguin también parecieron darse cuenta de aquel hecho porque ambos se tensaron a sus espaldas sorprendidos por la actitud de su comandante, pero inteligentemente no abrieron la boca ni dijeron nada. Decir algo al respecto habría sido un suicidio, lo más estúpido que podían haber hecho. El anciano simplemente era demasiado poderoso como para enfrentarse a él aunque fuese por algo como aquello.


Sin embargo Akainu fue rápido y dándose también cuenta de su ligero desliz, rápidamente volvió a cubrir su cara de la máscara de indiferencia y les ordenó a los dos exorcistas que les dejasen solos en el enorme salón.


Sus ordenes fueron secas y bruscas, como si apenas pudiese contener la furia que le inundaba ante la nueva revelación. Ambos exorcistas se miraron entonces con duda pero finalmente se retiraron del lugar sin decir nada. Dejando a al abuelo y a su nieto solos en medio del enorme y desértico lugar.


Law temblaba espantado, ahora que se había descubierto, irían a por Kidd de nuevo. Le iban a hacer daño. A su pareja. A lo mejor que le había pasado en la vida. El ex-exorcista contuvo el aliento intentando dejar de hiperventilar. Los brazaletes seguían brillando enfrente suyo acusadoramente, Law los observó y recordó cuando el dragón se lo había dado junto con su enorme tesoro.


Tenía que haberlo rechazado entonces, tenía que haberle dicho que no quería nada suyo, tenía que haberse seguido negando. Ahora ya era muy tarde. Ahora ambos iban a morir por su estúpido egoismo.


Su abuelo se arrodilló entonces enfrente suyo y tomó los brazaletes en sus manos con cuidado.


— ¿Sabes de dónde son estos brazaletes?— preguntó entonces el anciano mirando a Law aún con aquel deje enfadado de voz pero ahora calmado y calculador. Lo que significaba que estaba planeando algo tremendamente doloroso.


Law no dijo nada. Su mente seguía inundada por el pánico y un inmenso sentimiento de culpa y arrepentimiento.


—Hace cuatro siglos, un Papa regaló unos brazaletes idénticos a estos a la reina de Hungría en agradecimiento por enviar soldados para luchar en la cruzadas—explicó rodando las piezas de oro en sus manos— sin embargo, estos nunca llegaron a Hungría ya que alguien al parecer los robó. Los que lo vieron decían que había sido un enorme dragón rojo que escupía fuego por la boca. Obviamente no les creyeron. Hacerlo habría sido estúpido. Sobre todo cuando el pequeño incidente sirvió para desatar una guerra entre Hungría y Prusia cuando la reina acusó al viejo imperio de robarles las insignificantes joyas—


Law siguió el razonamiento que seguía conduciendo a lo mismo. Si realmente había sido un dragón ¿Cómo había acabado semejante tesoro en manos de un campesino? Siguiese el hilo de razonamiento que siguiese el resultado acababa en el mismo lugar. Las coincidencias eran demasiadas.


El anciano le miró fijamente a pesar de todo, como si buscase algo en Law que le dijese que tenía razón, como si quisiese hacerle confesar y reconocer la verdad al mundo. Como si quisiese tener la prueba del delito para poder condenar a Law sin remordimientos. El menor sin embargo no dijo nada y de nuevo se encerró en sí mismo desesperado por defender a Kidd.


Lo que acabó por encolerizar al comandante.


Acercándose a Law, le tomó por la camisa blanca y destrozada que llevaba semanas vistiendo, y se la abrió hasta dejar al descubierto sus hombros y el enorme mordisco en su cuello que era la marca de Kidd. La que le marcaba como su pareja e igual por el resto de la eternidad. La que revelaba al mundo la verdad de lo que había hecho y a quien pertenecía.


La victoria cruzó la cara de su abuelo.


Law sin embargo sintió entonces como el instinto tomaba control de su mente y le gritaba para que tapase la marca que sólo Kidd tenía derecho a ver. Aquel pequeño mordisco que era algo tan íntimo en su relación con la bestia. Aquella pequeña prueba de que lo que había pasado había sido real y no un maravilloso sueño.


Law quiso atacar a su abuelo, defenderse y pelear por lo que era solamente suyo.


Desgraciadamente seguía encadenado con las pesadas cadenas y sólo pudo gruñirle al anciano como un animal histérico. El comandante le miró con asco, como si fuese peor que la propia basura, como si el hecho de que hubiese podido hacer algo así con un monstruo, aparearse y someterse a él de la peor forma posible, le repugnase más que nada. Como si la maravillosa relación que tenía con Kidd no fuese más que una atrocidad.


—Así que ahora eres la puta de un dragón—dijo por fin el anciano alzándose alto e imponente ante Law, intentando atemorizarle con su simple presencia como hacía desde que Law había sido un niño.


Sólo que Law ya no era un chiquillo que lo había perdido todo y se encontraba en un lugar hostil totalmente asustado, ahora era un hombre que había descubierto por lo que luchar. Sin dudar ni un momento se giró al comandante dispuesto a gritarle y a defender el orgullo de Kidd y el suyo propio. Ya no iba a tolerar que le insultaran y le tratasen como a un desecho de la sociedad, Kidd le había enseñado lo importante que era su vida, lo maravilloso que era vivir.


Sin embargo, antes de que pudiese abrir la boca, su abuelo le cruzó la cara de una bofetada.


— ¿De verdad creías que no me daría cuenta?—siguió el mayor intentando dominarle, intentando someterle como hacía antes— Y encima con un hombre. Lo podría entender si fuese con alguna mujer, algunos de esos...monstruos, realmente saben tentar a la carne, pero con un hombre...que mi nieto sea uno de esos detestables sodomitas —continuó el anciano con repugnancia antes de escupirle en la cara.


Law ignoró las palabras. Ignoró el daño que aquella sociedad con esas creencias absurdas le estaba haciendo. Ignoró el inmenso rechazo y siguió concentrándose en defender a Kidd y a sí mismo, en lo maravillosa que era su relación, pero al parecer su abuelo ignoró su intento y sólo siguió hablando intentando hacerle bajar la cabeza y arrepentirse.


Intentando convencerle de que era lo peor de este mundo.


—Deshonrar a su familia de esta manera, a tu sangre, a mi sangre. ¿Qué crees que pensaría tu padre de esto? ¿Crees que estaría orgulloso de que su único hijo se abriese de piernas por un hombre? ¿Por un monstruo? ¿Crees que estaría orgulloso de traer al mundo a semejante atrocidad?—siguió el mayor sin descanso, con un ligero aire de victoria en los ojos, como si supiese que con aquel último golpe acabaría con su voluntad.


Y así fue.


Aquellas palabras dejaron helado a Law.


Su sangre hirvió en sus venas, como llevaba años sin hacerlo. El miedo que había tenido hasta ahora por lo que iba a pasar se transformó en una montaña de ira y de nuevo quiso matar a aquel maldito viejo enfrente suyo. A su única familia biologica.


—No te atrevas a hablar de mi padre—siseó con dientes apretados —Tu no tienes ningún derecho a hablar de mi padre, monstruo —escupió.


Al instante otra bofetada volvió a cruzar su cara. El golpe escocía en su mejilla, e incluso una herida empezó a abrirse gracias a los anillos que llevaba el anciano. Pero Law ni siquiera pudo quejarse cuando rápidamente le siguió una patada en el estómago que le mandó volando por el suelo de mármol varios metros. Law tosió sin aliento contra el frio suelo de mármol sintiendo algo romperse dentro suyo con un potente chasquido. Al instante el dolor floreció en su estómago y el exorcista sintió su visión volverse borrosa ante el dolor.


—Creo que te equivocas Law, aquí el único monstruo eres tu—siguió entonces Akainu con voz tranquila y calmada a pesar de la situación, casi un susurro amable en sus orejas — pero no te preocupes mi querido nieto, yo me encargaré personalmente de corregir esas molestas tendencias tuyas— dijo acercándose de nuevo a él y cogiéndole del pelo y hasta que le tuvo a la altura de los ojos —cuando acabe contigo serás la mejor mascota del Vaticano, si pedimos que te mates lo harás sin siquiera dudar, si te pedimos que te acuestes con el rey de Francia te abrirás de piernas y dejarás que te folle como si lo estuviese haciendo con tu querido dragón...serás nuestra pequeña puta, Law—dijo al fin riendo levemente como si hubiese contado un chiste que sólo él entendía.


Law le fulminó con la mirada asqueado, el mero hecho de que pudiesen obligarle a estar con alguien más aparte de Kidd le ponía aún más enfermo de lo que ya estaba. No se perdonaría el traicionarle de esa forma. Sin dudarlo intentó revolverse en el agarre de su abuelo aún encadenado y tosiendo sangre por el golpe de antes.


—Antes prefiero la muerte—sentenció serio con la voz rota de dolor.


El anciano sonrió divertido soltándole al fin. Como si la mera idea le hiciese gracia.


—Eso solo lo decidirá Dios—respondió arrogante, y lo último que sintió Law antes de que todo se volviese negro fue el pie de su abuelo conectando con su cabeza en una potente patada.


.


.


.


Kidd aceleró aún más su vuelo entre las pesadas nubes de tormenta. Desde hacía unas pocas horas su instinto le decía que algo no iba bien y poco a poco estaba entrando en pánico con la pequeña corazonada.


Llevaba días volando sin descanso, y sin embargo, parecía que no avanzaba lo suficientemente rápido o a veces en absoluto. Hacia día que no dormía o no descendía al suelo para cazar algún animal con el que alimentarse. Aunque tampoco le importaba. Sus sueños se habían plagado de pesadillas negras y la comida parecía haber perdido su sabor después de que Law se marchase. Era como si él sol se hubiese ido de su vida. Su mente sólo seguía enfocada en Law, sólo necesitaba encontrarle, sólo necesitaba volverle a tener seguro en sus brazos y todo volvería a ser perfecto.


Sin poderlo evitar aceleró el vuelo aun más sintiendo sus alas gemir ante la potencia que necesitaban para siquiera planear a aquella velocidad en medio del vendaval. Dolían, todo su cuerpo dolía, Kidd prácticamente se estaba matando en aquella extraña cuenta atrás.


Pero no podía evitarlo, no podía perder al moreno también, después de perder a su familia Kidd había pasado siglos intentando recuperarse del golpe. A duras penas había conseguido superar a la pérdida de toda su manada, aquellos con los que había compartido todo y que lo habían significado todo para él. Ver morir a sus hermanos y tíos había sido lo peor que nunca le había pasado en su vida. El ver como los vínculos con su familia, aquella enmarañada red de conexiones que brillaba con mil colores en su mente, iba cayendo hilo tras hilo, prácticamente había acabado con él. Un dragón sin manada no era nadie. Un dragón sin manada por lo general siempre acaba matándose sin aguantar el dolor que el estar sólo suponía, o acaba volviéndose loco de desesperación.


Kidd tras años de luto sin embargo había conseguido asimilarlo con ayuda de Killer y de la idea de que puede que su pareja aún estuviese esperándole. De que había alguien a quien aún podía considerar familia, oculta en algún recoveco del mundo.


Cuando había encontrado a Law, el moreno había ocupado un espacio demasiado grande en su alma. Había llenado el vacío negro y le había devuelto una parte de su ser que creía que nunca podría recuperar. Law se había convertido en su nueva familia. Si se lo volvían a arrancar Kidd estaba seguro de que aquella vez no lo soportaría. Por lo general ninguna especie de cambiante soportaba perder a su pareja, pero para Kidd sería fulminante.


Kidd morirá allí mismo.


Así que le daba igual si no comía o no dormía. Necesitaba a Law. Y eso se repetía una y otra vez mientras aceleraba hasta lo imposible, hasta prácticamente sentía sus alas romperse en medio de los truenos y la helada lluvia, hasta que la negra corazonada desaparecía siendo sustituida por el apabullante dolor.


.


.


.


Akainu entró en la mazmorra negra e iluminada por antorchas que conducía a las celdas de tortura. El suelo de piedra áspera y negra hacía eco con sus pasos e incluso los barrotes de metal con los que se cruzaba estaban oxidados después de años de desuso. El castillo de Sant Angelo, antigua fortaleza de reyes y nobles, ahora había sido reducido a una pequeña prisión del Vaticano donde se encerraban a toda clase de gente y monstruos. En los pisos superiores las habitaciones eran más grandes y lujosas, incluso desde algunas se podía vislumbrar el paso del Tíber entre los edificios de la ciudad. Eran las habitaciones de los altos mandatarios, de gente importante que incluso en el exilio podía pagarse semejante prisión.


Pero Akainu no ascendió a los pisos de arriba, sino que bajó a las mazmorras que la organización de exorcistas poseían en el sótano. Allí, intrincados laberintos de catacumbas llevaban a distintas habitaciones y pasillos llenos de celdas malolientes. Los exorcistas por lo general no solían hacer prisioneros, no les servía de nada mantener vivas a aquellas repugnantes criaturas, así que aquellas pocas celdas estaban por lo general vacías o reservadas para algunos de los pocos monstruos que capturaban y necesitaban estudiar.


También se usaban para las torturas.


Akainu aceleró el paso torciendo por los pasillos del enorme lugar siguiendo los gritos de dolor que podían oírse resonando por toda la lúgubre y húmeda mazmorra. El viejo comandante no pudo más que deleitarse al escucharlos, casi parecía un castigo divino, su estúpido sobrino chillando ante la tortura después de todo lo que le había hecho sufrir, pagando con su sangre por haberle traicionado por uno de aquellos horribles monstruos. El universo casi parecía volver a su posición correcta con cada nuevo alarido de dolor, y Akainu no pudo más que sonreír satisfecho al escucharlos.


Siempre le ponía de buen humor poner a la gente en su sitio. Sobre todo si esa gente era su propia familia o subordinados.


Aún así, Akainu no quiso regodearse mucho en la situación, tenía demasiadas cosas que hacer y la reeducación seguramente tardaría varios días hasta que su nieto acabase rompiéndose y cediendo. Aún podría disfrutar de esto por mucho tiempo, no había porque malgastar la diversión.


Por fin torció el último recoveco y llegó a la puerta de la habitación donde estaban torturando a Law en una de las habitaciones más profundas y ocultas. No todo el mundo en la orden aprobaba lo que estaba haciendo, así que era mejor mantenerlo ligeramente en privado hasta que supiese si esta vez funcionaria o no.


Sin embargo, al llegar al pequeño pasillo iluminado levemente por la luz que se colaba por una pequeña ventana que daba al suelo de una desértica calle, tuvo que detenerse. Un joven hombre rubio se encontraba apoyado junto a la puerta de la habitación de donde provenían los gritos con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Como un centinela controlando la puerta.


Doflamingo estaba totalmente en tensión y parecía capaz de matar a alguien con cada nuevo grito que escapaba de la habitación a sus espaldas.


Akainu le ignoró con una sonrisa de victoria surcando su cara y siguió andando hasta la celda.


Aquel era otro enemigo que no había podido superarle, otro que caía, impotente y sin poder hacer nada para salvar a quien quería. El comandante se sintió fuerte y poderoso sólo con verle allí. Aquello era un recordatorio de que nadie podía con él ahora ni nunca.


Girando la llave de la puerta de pesada y podrida madera que daba paso a la celda, el viejo hombre entró en la oscura habitación pobremente iluminada con alguna antorcha y un poco de luz natural.  El espectáculo que le recibió sólo le hizo sonreír aún más satisfecho. El hombre que aplicaba la tortura, Moría, uno de los subordinados de Vegapunk reía maniáticamente mientras usaba obsesivamente el látigo de siete puntas contra el cuerpo tumbado boca abajo en el suelo.


Akainu había escogido a aquel hombre ya que, como el propio Vegapunk, su ansia de conocimiento muchas veces le hacía hacer cosas que la sociedad no acaba de entender o considerar correctas. La sección de Vegapunk en la orden siempre era la encargada de estudiar a las criaturas que los exorcistas a veces traían de las misiones. Era la sección de la orden que se encargaba de abrirlas en canal sin parpadear sólo para ver lo que escondían en su interior, o para hacer experimentos con ellas y descubrir nuevas formas de matarlas. Siempre eran ellos los que ejercía las torturas o los que habían sugerido la reeducación las primeras veces que se había intentado.


Ellos eran el cerebro y la inteligencia de la organización. Por la crueldad y falta absoluta de compasión que tenían. 


Esta vez no era distinto.


Su querido sobrino estaba en el suelo mugriento rodeado de un charco de su propia sangre. Le habían quitado la camisa y la ropa en una última humillación, y todo su cuerpo estaba lacerado de los golpes de los enormes látigos de púas y de las extrañas herramientas que se exhibían en la sala. Las rojas heridas sangrantes contrastaban vivamente con los tatuajes que hacía años se había hecho y con su perfecta piel morena, en una extraña obra de arte que el anciano no pudo más que apreciar. El chico ni siquiera seguía atado. Akainu dudaba siquiera que se pudiese levantar. Por la posición extraña de su cuerpo el viejo hombre supo que Moría seguramente le había ido rompiendo hueso por hueso y articulación tras articulación hasta dejarle en aquel estado.


Law jadeaba y temblaba en medio de todo sin decir nada, seguramente demasiado sumido en el dolor como para decir nada o ni siquiera suplicar por su vida. Su mejilla estaba roja de la bofetada que le había dado esta mañana e incluso Akainu podía ver una mancha morada comenzar a aparecer a su costado.


La imagen era simplemente deprimente.


Pero a Akainu le dio igual, aquella era la reeducación, había que romper la voluntad del chico, forzarle a dejar de sentir el dolor que le inundaba, a encerrarse en su mente para soportar la tortura. Había que acabar con su personalidad.


Sin dudar el anciano se acercó al hombre del látigo.


— ¿Qué tal va el proceso?—preguntó al desagradable hombre.


Nunca había aguantado a la gente de Vegapunk, eran simplemente demasiado extraños, demasiado sádicos, nunca acaba de entenderles y nunca podía manipularlos como quería ya que no apreciaban las mismas cosas que la gente común.


Aún así había que reconocer que para este tipo de trabajos eran perfectos.


—Todavía nada señor, es demasiado resistente—dijo el hombre con aquella odiosa voz aguda—aunque suele ser normal que tarde algunos días—dijo el hombre riendo encantado.


Akainu asintió sin decir nada. No se fiaba de aquel hombre a pesar de todo, así que el mismo supervisaría todo el proceso cuando pudiese. No le había contado nada a nadie sobre el emparejamiento de su nieto con el monstruo, ya que si alguien se enteraba muchos de sus enemigos intentarían usarlo en su contra diciendo que el chico había heredado la sangre corrupta del abuelo.


Akainu quería evitar un altercado de aquel tipo a toda costa. No le convenía una guerra interna ahora.


El mordisco en el hombro del chico apenas se veía, sobre todo con las nuevas y recientes heridas, pero el anciano seguía sin fiarse del carcelero. Tal vez tendría que matarle cuando todo esto acabase.


Adelantándose unos pasos se arrodilló enfrente del cuerpo de su sobrino y sacó una pequeña botella con un líquido extraño. Sólo con verla el chico comenzó a retorcerse en el suelo intentando huir infructuosamente entre gemidos de dolor. Tenía los brazos rotos, las piernas, la clavícula, e incluso seguramente la columna. Sus dedos habían sido machacados a martillazos hasta una pulpa sanguinolenta y de la herida en su ojo salía un líquido amarillo preocupante. Dolía sólo de mirarle. Cualquier persona hubiese caído inconsciente tras tanto dolor, muchos incluso hubiesen muerto, pero Moría se lo impedía una y otra vez sacándole de su estupor con nuevas drogas o con nuevos y dolorosos golpes.


Aún así Law seguía intentando arrastrarse lejos de su abuelo y la pequeña botella llorando y gimoteando de dolor. Soltando gorgojeos por la boca entre la sangre que manaba de su boca a través de dientes rotos. El anciano sólo se regodeó ante la mirada de pánico del chico. Había perdido todo el odio y arrogancia de apenas unas horas atrás, estaba empezando a caer.


— ¿A quién le debes lealtad?—preguntó el anciano entonces a su querido nieto.


El chico le miró a la cara con aquellos ojos grises plagados de lágrimas y al instante la mirada asustada cambio a la de odio. Como si de repente recordase porque estaba en aquel lugar y porque estaba sufriendo aquello.


Como si de repente recordase quien era.


—...a mí mismo...a Kidd—respondi entre jadeos y entre espasmos de dolor.


Akainu asintió. Y sin más aferró la ensangrentada y dolorida cara de su nieto, le apretó uno de los moretones negros hasta que el chico abrió la boca con un quejido de dolor y vertió en ella el contenido de la botella obligándole a tragarla.


Era una de las pociones curativas de la orden, la peor de todas, a diferencia de las otras que más o menos paliaban el dolor que suponía reconstruir tejidos y huesos, esta no ocultaba nada. Sino que dejaba sentir el dolor de todo el proceso de curación.


Normalmente esto no se hacía, normalmente se daba siempre una de las otras pociones por compasión. Una de las otras que inundaban las estanterías de la sala en la que estaban junto a los distintos aparatos de tortura y cadenas. Pero Akainu se negaba, no iba a tener compasión por alguien como su nieto, así que, levantándose, se acercó al torturador y le tendió el frasco.


—Usa esta—le dijo al hombre —y no seas tan blando con él a partir de ahora o tu sufrirás lo mismo—le amenazó seriamente.


No iba a permitir fallos en esto. Law sería su nueva mascota y demostraría a todos que él podría doblegar a cualquiera. Demostraría que la reeducación funcionaba, y la implantaría en la orden hasta que todos los exorcistas fuesen nada más que marionetas en sus manos. Law sería el ejemplo a seguir, el primero de todos. Debería estar orgulloso de su papel, debería esforzarse por someterse.


Cuando Akainu salió de la sala un coro de chillidos le seguía. Law en el suelo se retorcía de dolor mientras sus huesos se volvían a unir con sonoros chasquidos, su piel volvía a crecer bajo las heridas y todo en el volvía a reajustarse hasta lo normalidad. Cuando el proceso acabase, Moría empezaría de nuevo, rompería de nuevo los huesos recién arreglados con las varas de metal, desgarraría de nuevo la piel que había vuelto a crecer, y el proceso empezaría de nuevo. Curarle para luego romperle. Hasta que la mente de Law acabase de quebrarse.


Cuando salió observó a Doflamingo que seguía mirando la puerta con cara seria, fingiendo seguir el código y no tener ninguna emoción. Aunque Akainu veía perfectamente el pánico y la ansiedad en sus ojos. El rubio quería entrar, quería salvar al chico que hacía años había adoptado en su familia. Pero no lo haría. No podían escapar de esto. Si huían serían capturados y la tortura sería mucho peor para ambos y no quedaría nadie que les protegiese. Doflamingo era la única oposición en la orden a los planes de Akainu. Si el moría la orden sería enteramente suya. Akainu podría hacer lo que quisiese que nadie pudiera revelarse contra él.


Doflamingo no sería tan estúpido de entregarle todo el poder en bandeja.


Sin decir nada al rubio, Akainu volvió a cerrar la celda y a recorrer los oscuros pasillos tarareando feliz una nueva cancioncilla. No le daba a Law ni una semana de tortura, el chico no aguantaría tanto, en unos días tendría a su querida mascota sumisa y obediente, o a un nuevo cadáver enterrado bajo tierra.


Y en unos días tendría al dragón.


Akainu sabía que el monstruo vendría a por Law. Si era su pareja no podría vivir sin él, su estúpida naturaleza animal le impediría cualquier pensamiento lógico hasta que le encontrase de nuevo y estuviese segura. El viejo comandante lo sabía por experiencia, había visto con sus propios ojos lo que el enlace podía hacerle a aquellas bestias, los experimentos habían sido muchos y variados.


El dragón seguramente llegaría en unos días, pero para entonces Akainu ya habría trazado un plan para domesticarle.


Y tendría entonces un dragón en sus manos.


Y sería el hombre más poderoso del mundo.


 


 

Notas finales:

Yo no digo nada.

Solo que ahora soy yo la que me lo voy a pasar bién

}: D


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