Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ignis Draco por Cucuxumusu

[Reviews - 253]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Bueno, aquí os dejo el siguiente capitulo.

 

 

Kidd volvió a tirar de los pesados brazaletes con fuerza, sintiendo como el hechizado metal se clavaba en sus muñecas arrancándole todo el poder que tenía, y dejándole de nuevo vulnerable. Desde que se los habían puesto había odiado la sensación de cansancio y de sentirse atrapado dentro de su propio cuerpo que estos le provocaban. Era como si al robarle la magia le estuviesen robando también su propia esencia, era como quitarle el último resquicio de esperanza, el ver como el maravilloso regalo que le había hecho a Law se convertía en aquellas horribles cadenas.

 

Kidd llevaba luchando por liberarse de ellas varios días. A veces intentaba buscar una manera lógica de soltarse, y pensaba en alguna clase de hechizo que pudiese contrarrestar el poder de los brazaletes.  Otras veces solo peleaba contra ellas como un animal histérico.

 

Kidd odiaba aquellas veces. Cuando su parte racional desaparecía para ser sustituida por aquel animal salvaje que estallaba en ataques de rabia contra los brazaletes. Odiaba la angustia y la claustrofobia que en aquellos momentos sentía, la impotencia, el terror que le invadía. ¿Qué pasaba si no conseguía quitárselos?¿Que pasaría si no podría volver a transformarse de nuevo?¿Si no podía volver a volar?

 

El animal dentro suyo lloriqueaba ante el pensamiento mientras Kidd encogido sobre sí mismo, se lamía las heridas que ahora cubrían sus muñecas, intentando detener la sangre, y el dolor que le producían sus entumecidos músculos. Un dragón necesitaba volar, necesitaba surcar el cielo entre las corrientes de aire, como un humano necesitaba respirar. Si le arrancaban sus alas Kidd acabaría cayendo en la locura.

 

Pero la verdad es que nada de aquello importaba, aquello no era el problema principal. No después de lo que le habían hecho a Law.

 

El hombre rubio llamado Doflamingo, le había contado la situación en la que se encontraba con todo lujo de detalles. El hombre había venido a visitarle algunas pocas veces ya que al parecer, el abuelo de Law le había escondido en un lugar al que no era fácil acceder. La pequeña habitación ni siquiera podía considerarse una celda. Era más bien una estrecha sala de techos altos y totalmente vacía a excepción de las cadenas que le atrapaban contra la pared y la fila de barrotes que dividía la sala por la mitas en dos compartimentos aún más estrechos. Era como si alguien hubiese decidido convertir la minúscula habitación secreta en una celda de siglos después de su construcción.

 

Ni siquiera tenía el típico ambiente de una celda, el suelo estaba hecho de frío mármol blanco y las paredes e incluso el techo estaba decorado con motivos religiosos que subían por columnas hasta unirse en el techo en un patrón de nudos. Hacía frío en el lugar como lo hacía en todas las iglesias, pero lo que más inquietaba al pelirrojo era las densas capas de polvo que cubrían el suelo y que se colaban en sus pulmones haciendo todo mucho más claustrofóbico. Ni siquiera tenía una ventana decente por donde entrase el sol, sino que el pequeño rastro de luz que apenas iluminaba el lugar provenía de un pequeño tragaluz en lo alto de la pared.

 

El viejo dragón apretó la mandíbula mientras observaba un pequeño círculo sin polvo en el suelo al otro lado de los barrotes. Allí se había sentado el hombre rubio hacia apenas unas horas, y allí le había contado la cruda realidad. Al principio Kidd no había confiado mucho en él, no había tenido ninguna forma de creerle, pero tras ver la mirada oscurecida del hombre mientras contaba todo lo que le habían hecho al moreno, Kidd no había tenido más remedio que creerle.

 

Habían torturado a Law.

 

El rubio había dicho que había estado en todo momento a su lado escuchando el proceso pero sin poder intervenir. Le había contado como los gritos desgarradores se habían sucedido por días para luego dar paso a las súplicas. Le había contado cómo el sonido de huesos al romperse, el olor a carne quemada o los latigazos, habían incluso atravesado las pesadas puertas de madera hasta llegar a sus oídos. El rubio no había omitido detalle mientras explicaba cómo cada tarde a la misma hora el abuelo de Law entraba en la sala y al instante se oían más llantos y gritos porque se callase y dejase de mentir. Como cada noche tiraban lo que quedaba de su sobrino a una mugrienta celda. Como cada vez iban consumiendo la mente de Law día tras día, hasta que al final no habían dejado nada de él.

 

Kidd sentía su sangre hervir solo al recordar la historia, solo al imaginarse por todo lo que Law tenía que haber pasado, no solo la tortura física, sino también la psicológica, todo unido y mezclado con el único propósito de destruirle. Habían hecho daño a su pareja, muchísimo daño. Aquello iba mucho más allá de lo que Kidd nunca había hecho a ningún ser vivo de este mundo. Ni siquiera había hecho algo semejante a los que habían destruido a su propia familia, sus muertes habían sido rápidas y limpias, no una tortura de días y semanas para conseguir romperles.

 

Ninguna raza en este mundo podía atribuirse semejante crueldad, y sin embargo, los pequeños e inofensivos humanos, eran capaces de hacérselo a alguien de su propia especie.

 

El dragón tenso los músculos y rugió en la pequeña estancia contentándose de ver el suelo temblar. Nunca había sentido tanta ira en su vida, nunca había tenido tantos deseos de matar a alguien y de destruir toda una civilización. Tampoco nunca había sido tan incapaz de liberar su rabia. El estar encadenado no solo le estaba arrancando una parte de su propio ser, sino que también impedía que la parte restante cumpliese sus deseos de venganza y consiguiera liberarse de la rabia que le iba consumiendo poco a poco.

 

Haciendo que una parte oscura y olvidada en su alma fuese creciendo consumiendo al resto.

 

Kidd siempre había hecho lo que había querido, si tenía hambre comía, si tenía ganas de follar se dirigía al pueblo más cercano, y si tenía ganas de matar a alguien simplemente erradicaba su existencia de este mundo. Nunca había tenido que controlar ninguna emoción, nunca había tenido que tragarse algún sentimiento. Por eso, ahora, mientras todo su ser y todo su instinto le gritaba porque le quitase la vida al detestable viejo y le entregase su cabeza en bandeja a su pareja, solo podía gruñir y tragarse toda la rabia y la ira que le inundaban, y alimentar con ellas a aquella creciente oscuridad en su interior.

 

Aquella oscuridad de la que emergía un terrible miedo.

 

Doflamingo no solo le había contado lo que le habían hecho, sino que también le había explicado el resultado. El dragón recordó las palabras que el hombre había usado para describir en lo que se había convertido Law después de la tortura “sin emociones”, “muerto por dentro”, “frío” y no pudo más que temblar al imaginárselo. Law al final se había rendido, no le había esperado, no había confiado en que Kidd pudiese rescatarle de la tortura. Law al final había cedido y se había sometido como era la intención de su abuelo. ¿Qué pasaba si ya no quería estar con Kidd? ¿Qué pasaba si volvía a romper el vínculo? ¿Si ya no podía volver a ser como antes? ¿Si Kidd no conseguía traerle de vuelta?

 

Doflamingo le había explicado que la mente de Law había estado terriblemente rota cuando había acabado la reeducación, que ya de por sí era un milagro que hubiese sobrevivido a la tortura y que ahora era simplemente imposible devolverle a como estaba antes. La mente de ningún ser humano sería capaz de aguantar el volver por aquel camino, a donde había estado antes de empezar. Ninguno sería capaz de volver a reconstruir su pulverizada alma y volver a ser quien era. Era simplemente imposible.

 

En aquel entonces Kidd había peleado y le había dicho al rubio que él sí que conseguiría recuperarle, había peleado con pasión, había defendido a su otra mitad. Pero ahora, solo en oscuridad de su celda, el dragón comenzaba a dudar. Si ni siquiera había conseguido proteger al moreno de que le secuestrasen, ¿cómo podría él conseguir lo imposible? ¿Como podría volver a mirar a Law a la cara y luchar por que volviese a su ser? ¿Cómo podría él quien lo había perdido todo siquiera anhelar el recuperar la cosa más maravillosa de su vida?

 

Kidd se negaba a aceptar el haber perdido al moreno como el hombre rubio ya había hecho, pero también se negaba a luchar por recuperarle. Él no se merecía a Law después de todo lo que el moreno había sufrido por su culpa. Porque si no se hubiesen conocido, Law seguramente hubiese seguido viviendo una vida normal y feliz al servicio de dios, hubiese seguido realizando aquellas misiones y nunca habría tenido que acabar perdiéndose a sí mismo por su culpa. Kidd había sido egoísta, había intentado quedarse al chico para sí mismo, le había secuestrado y casi le había impuesto el vínculo. Todo aquello era culpa suya y lo sabía. Lo veía en el mudo resentimiento y culpa con que Doflamingo a veces le miraba.

 

Así que ¿Qué podía hacer él? El rubio quería que saliese y pelease por Law, que pelease por el mundo, pero Kidd ya ni siquiera se atrevía a acercarse al moreno por miedo de que sufriese aún más. Por mucho que quisiese ser fuerte y pelear por lo que quería Kidd no podía evitar sumirse en la duda y en el miedo.

 

 Fue entonces, en la noche del tercer día atado a la pared y sin ver a nadie más que el polvo de la estancia y al rubio, que un fuerte ruido resonó en la pared a su derecha.

 

 Kidd alzó la cabeza observando el lugar mientras su mente salía de su depresión y resentimiento y un segundo golpe resonaba por el lugar fracturando la pared. Poniéndose ligeramente en alerta a pesar de las cadenas que le ataban, el pelirrojo observó como el muro de piedra dorada acaban por romperse para dejar paso a una figura conocida.

 

—¿Killer?—pregunto el pelirrojo con voz totalmente rota y sorprendida.

 

—Hey—respondió el hombre rubio acabando de derribar algunas rocas más de la pared y entrando en el lugar.

 

Su amigo siempre había sido alto, casi tan alto como él y gracias a la sangre maldita corriendo por sus venas  también inspiraba aquel aire peligroso y atemorizante. Su cara estaba cubierta por una pesada máscara de acero que ocultaba toda expresión de su rostro y una larga cabellera rubia caía hasta su cintura atravesando los potentes músculos de su pecho. El rubio lentamente se acercó con los movimientos elegantes de un felino al pelirrojo aún atado en el suelo, y de detuvo a unos poco pasos del dragón mientras se cruzaba de brazos como una madre a punto de gritar a su hijo.

 

—¿Qué haces aquí?—pregunto el dragón, sintiendo como su ánimo volvía a aumentar ante la simple visión de su querido amigo, de su familia, de la otra única persona que tenía en su vida.

 

—No se—respondió sarcásticamente el de pelo rubio —¿Rescatarte?—

 

Kidd fruncido el ceño ante la respuesta. Odiaba sentirse débil e impotente, odiaba que le tuviesen que ayudar cuando él era la criatura que debía proteger al resto. No podía depender de otras personas, no podía permitirse aquel lujo. Él no necesitaba que le rescatasen, él era lo suficientemente fuerte como para hacerlo por sí mismo, si no lo había hecho ya, era porque no había encontrado aún la manera de romper los brazaletes, pero a la larga lo haría, volvería a estar libre y acabaría con la orden. Luego vería que hacía con Law, pensó resignado y aun con la amargura en sus ojos.

 

No necesitaba al cambiante, la última vez que habían hablado habían discutido, la ultima vez Kidd había ignorado las palabras de su amigo y en consecuencia se había puesto en peligro. Killer no debía de estar allí, no después de lo mal que se había portado Kidd con él, y sin embargo ahí seguía Killer. Mirándole en silencio aún sin moverse en lo más mínimo, como esperando a que Kidd dijese o hiciese algo.

 

—¿Qué?—preguntó Kidd a la defensiva conociendo los largos silencios incómodos de su amigo que podían sacarle de quicio con demasiada facilidad.

 

Killer se encogió de hombros suspirando.

 

—No sé, ¿Qué tal una disculpa para tu amigo al que no hicisteis caso cuando te dijo que no vinieses solo?—preguntó el rubio con aquel tono de "te lo dije" que conseguía dejar a Kidd como un idiota.

 

Kidd gruñó por lo bajo. No iba a disculparse. El no se disculpaba nunca, ni siquiera ante su amigo. El era un maldito dragón, nunca se equivocaba. Además, no estaba para estas tonterías, el abuelo de Law seguía respirando el aire de este mundo y el propio Law necesitaba su ayuda.

 

—No te pedí que vinieras, no necesito tu ayuda—respondió arrogante mientras volvía a tirar de las cadenas, mientras como siempre se negaba a mostrar la más mínima debilidad.

 

—Oh, ¿en serio? ¿Entonces tal vez sea mejor que me vaya y te deje escapar por ti mismo?—dijo el rubio de nuevo sarcástico castigándole como siempre hacía, como un hermano mayor ayudando a su hermano pequeño cabezota.

 

Kidd gruñó por lo bajo al ver cómo de nuevo el rubio volvía a manipularle tan fácilmente. Era el problema de conocer a alguien desde que eras pequeño, podía leerle como un libro abierto, entender lo que pasaba por su mente y no dudar en aprovecharse a cada oportunidad para conseguir lo que quería.

 

—No— dijo al fin tragándose su orgullo, rindiéndose ante lo inevitable— yo...lo siento, ha sido culpa mía—dijo al fin como si con aquellas palabras le arrancasen el corazón, diciendo mucho más de lo que pretendía, desnudando su alma y mostrando la enorme herida que solo seguía sangrando por Law.

 

Killer se arrodilló enfrente suyo al fin y le puso una mano en el hombro apoyándole. Kidd suspiró ante el contacto y recostó su cabeza en la pared sintiendo como su mente se relajaba y volvía lentamente a la normalidad solo con volver a tener a su hermano a su lado. Habían hecho aquello miles de veces. Killer salvándole cuando Kidd estaba ya dando todo por perdido y luego reprimiendo le como una madre enfadada, pero a la vez apoyándole y animándole.

 

—Tenías razón Killer, no tenía que haber venido solo,— respondió al fin sonriendo tristemente —soy idiota por no hacerte caso—

 

—Lo sé—respondió al instante Killer sonriendo al fin y sacando una pequeña llave dorada de un bolsillo para empezar a liberar a Kidd de sus ataduras.

 

Cuando Kidd por fin estuvo libre  -sin la angustia, sin la debilidad y el terror atenazando su mente-, ambos se levantaron y se quedaron mirando por un momento. Ambos llevaban siglos sin verse, ambos se habían estado gritando hacia unas semanas, ambos casi se habían perdido el uno al otro por culpa de la estupidez de Kidd.

 

Sin poderlo evitar el pelirrojo avanzó un par de pasos y atrapó al rubio en un enorme abrazo. Killer al instante le abrazó de vuelta suspirando satisfecho, como si hubiese estado necesitando aquello durante demasiado tiempo. Ningún cambiante aguantaba estar lejos de su familia y Kidd llevaba demasiados años intentando alejarse de su amigo y olvidar la tragedia.

 

Haciéndoles daño a los dos.

 

Tal vez tenía que haber hecho aquello antes, volver a abrir el vínculo, y recuperar a su único hermano, por que volver a sentir a su familia a su lado abrazándole y apoyándole con sus problemas, sacándole de la miseria consolaba al dragón de una manera que nunca había creído posible.

 

Le había echado tanto de menos.

 

Kidd apretó aún más al rubio entre sus brazos mientras Killer reía divertido y revolvía los cabellos del pelirrojo como un hermano mayor comprensivo con el rebelde de su hermano pequeño.

 

—Dejemos esto para luego y vamos a rescatar a tu querida pareja—dijo al fin el rubio.

 

.

 

.

 

.

 

—Ha escapado—chilló el soldado al llegar a la enorme habitación  dorada, donde el comandante charlaba con su sobrino encantado—el dragón ha escapado— repitió sin aliento.

 

Akainu miró al soldado de cabellos negros revueltos y pecas cubriendo su cara, que resoplaba enfrente suyo después de lo que seguramente había sido una enorme carrera. Ace era otro de sus mejores exorcistas, pero su falta de inteligencia y tacto le ponía en un escalafón muy por debajo del que ahora tenía su nieto en su mente. Ace seguía siendo demasiado emocional a pesar de acatar el código.

 

Cosa que en breve se resolvería con su reeducación.

 

El viejo anciano dejó la pluma en el escritorio de su querido despacho y sólo pudo murmurar una única pregunta al chico de pecas arrodillado en el suelo enfrente suya.

 

—¿Qué?—preguntó conteniendo su ira a duras penas al entender la noticia.

 

El pobre chico tembló ante la voz de su superior, pero aún así repitió lo que había visto y oído, mientras observaba con miedo al chico totalmente inmóvil y con mirada vacía detrás del comandante. Trafalgar Law se había convertido en una leyenda en la orden. Era el primero que había sobrevivido a la reeducación. Su mera existencia suponía un cambio impresionante para la organización y muchos ya debatían lo que se debía hacer, si obligar a los exorcistas a someterse a ella o si dejar las cosas tal como estaban.

 

Toda la organización estaba tensa ante el conflicto que el comandante había creado y las distintas fracciones estaban surgiendo mientras la organización se dirigía a una guerra interna. Ace no sabía que pensar, aun así ahora no era ese el problema que atañía al joven exorcista, sino que su problema era el cabreado hombre que tenía delante, que parecía capaz de matarle allí mismo por la noticia.

 

—El dragón..ha...escapado—repitió ahora todavía más asustado —la celda está vacía—

 

El viejo comandante al instante se alzó del sillón y plantó las manos en la mesa de un fuerte golpe haciendo que los papeles y tinteros temblasen derramando su contenido en escritorio.

 

—¿Como que ha escapado? Tengo un maldito dragón esposado e indefenso encerrados en las entrañas de un palacio ¿y vosotros permitís que escape?—le gritó el hombre al pobre mensajero.

 

Ace tembló y bajo la cabeza al suelo totalmente aterrorizado por su jefe. Akainu siempre le había causado terror, era como si el hombre no tuviese alma, las leyendas sobre cómo había conseguido se sucedían una tras otra y ahora, con su nuevo plan para cambiar la orden, Ace solo podía verle como al verdadero demonio del lugar.

 

—Yo...lo lamento señor—dijo al fin sin saber que más decir.

 

—No, pero lo sentirás.—respondió Akainu saliendo de detrás del escritorio y dirigiéndose rápidamente a la salida. Su querido nieto al instante le siguió con paso firme y calculado, como una perfecta marioneta siguiendo las órdenes del titiritero —Tú serás el primero en probar la reeducación cuando consiga implantarla en esta mierda de orden— sentencio mientras salía a paso rápido del lugar, dejando a un Ace temblando de terror en el suelo ante aquella sentencia.

 

Akainu recorrió los enrevesados pasillos y escalinatas de los aposentos del vaticano hasta llegar a los jardines. El Vaticano constaba de varios edificios, no sólo estaba la impresionante catedral y la plazoleta donde los feligreses acudían a rezar al Papa en peregrinación, sino que detrás de ella se ocultaban las dependencias que controlaban realmente el mundo: los palacios del Vaticano y la orden de exorcistas.

 

Los distintos palacetes estaban inundados de obras de arte, jardines y dependencia al igual que la catedral principal. Allí, tanto los curas del Vaticano, como los soldados de la orden de exorcistas convivían mientras se preparaban para su futuro. Varios patios se sucedían entre escalinatas y salas. La capilla Sixtina se alzaba en los pasillos más bajos, y la impresionante biblioteca del Vaticano ocupaba casi entera uno de los enormes edificios.

 

Pero el comandante no se dirigió a ninguno de ellos, sino que atravesó los jardines hasta sus propias dependencias, donde tenía encerrado al dragón. El edificio era uno de los más impresionantes gracias a los comandantes que desde generaciones habían vivido en él y que  por lo general eran quienes solían dirigir toda la orden y prácticamente el Vaticano entero. Puede que el Papa fuese la figura pública, puede que aparentase estar al frente de la iglesia entera, pero si así fuese realmente, toda la organización se hubiese ido a la mierda hacía años.

 

Una empresa tan grande necesitaba alguien con mano de hierro y agallas que la dirigiese, y los mensajes de amor y paz que proclamaban no servían de nada cuando había que iniciar una nueva cruzada contra los herejes. Los comandantes siempre habían sido la mano dura en la organización, siempre habían sido los que la habían sacado adelante, y por supuesto algo a cambio se habían tenido que llevar.

 

El enorme palacio donde vivían demostraba justamente todo aquello, era el más grande de todo el conjunto, con tejados de oro y paredes en mármol negro. La enorme insignia de los exorcistas se alzaba alto en la entrada y la impresionante columnata de mármol daba paso a un sinfín de salas. Cada nuevo comandante había ido añadiendo siempre algo nuevo, algo más que completase sus riquezas o les protegiese contra intrusos, así se habían creado las celdas donde había estado encerrado el dragón, así habían ido construyendo pasadizos y criptas según su poder iba aumentando y más gente quería deshacerse del impresionante poder que ostentaba la orden de exorcistas.

 

Akainu anduvo con paso rápido por los perfectos jardines hasta aquel enorme edificio que desde hacía años era su casa, y que era la mayor fortaleza conocida por el mundo. A su espalda, Law le seguía con paso rápido sin apartarse más de dos metros de su persona.

 

Akainu no pudo más que sonreír  complacido.

 

Cuando le había ordenado a Law que le protegiese de cualquier enemigo, Law lo había tomado al pie de la letra y no se separaba de su abuelo ni durante el más mínimo momento. Allá donde el comandante fuese, el chico le seguía sin vacilar, mientras dormía el moreno vigilaba su puerta, mientras comía el chico se dedicaba a catar su comida intentando encontrar algún rastro de veneno y simplemente parecía un pequeño perillo persiguiendo a su amo.

 

Justo como estaba haciendo ahora, siguiéndole con paso firme y aquella mirada fría que Akainu tanto adoraba. Ni siquiera había tenido que decirle nada esta vez, el chico simplemente le había seguido como la entrenada marioneta que era.  Akainu sonrió divertido mientras escuchaba al chico intentar alcanzarle en su carrera. Sin embargo su sonrisa no duró mucho cuando, a punto de entrar a al edificio donde tenía encerrado al dragón, otra imponente sombra se cernió sobre ellos ocultando toda la luz del sol.

 

Parando en seco y levantando la cabeza, el viejo comandante tuvo que contener un grito de terror cuando observó al imponente dragón rojo planeando sobre ellos dos claramente cabreado. De su boca escaparan enormes llamaradas de fuego que caían al suelo calcinándolo todo, sus gruñidos y rugidos de ira hacían temblar el propio suelo y durante un momento Akainu pensó que aquel era su fin, que el dragón descendería y le mataría allí mismo.

 

Por primera vez en su vida, Akainu tuvo miedo.

 

Sin embargo, al instante Law estaba a su lado desenvainando su espada y apuntando con ella al dragón y su antiguo amante como si no significase nada. Protegiéndole de la bestia que tanto le amaba, con su propia vida.

 

Era verdad, recordó Akainu, tenía al chico. El comandante rio nervioso y ligeramente cabreado del terror que la iracunda criatura le provocaba. Él era el comandante de la iglesia, el hombre más poderoso del mundo, el que podía aniquilar naciones con solo desearlo. El no debería temerle a nada. Alzando una mano cubierta de anillos dorados, la posó en el hombro del chico moreno y alzó la vista hasta el dragón sonriendo de manera macabra.

 

El dragón entonces miró al chico y Akainu prácticamente observó a la bestia quedarse inmóvil en el aire al reconocerle. Akainu amplió su sonrisa sabiendo perfectamente el cambio que había sufrido su querido nieto. La rebelde mirada que antes había tenido, la mueca arrogante, el pelo revuelto y la ropa raída que el chico tanto se enorgullecía en llevar habían desaparecido para dejar paso al más frio y perfecto código. El chico era la marioneta perfecta, sin emociones, sin el más mínimo defecto en su apariencia,  sin más mínimo rastro de personalidad.

 

El dragón rugió encima suyo y al instante se abalanzó en picado al suelo hasta caer a unos pocos metros de ellos entre nubes de aire y polvo. De los edificios colindantes empezaron entonces a salir soldados gritando y apuntando sus armas a la criatura pero el hombre pelirrojo que ahora había aparecido de entre las nubes les ignoro a todos y solo fijó su vista en el chico moreno enfrente suyo.

 

—Law—murmuró la criatura con la voz plagada de de alivio y desesperación, como si el mero hecho de ver de nuevo a su nieto le devolviese a la vida.—Law, ven aquí, vámonos a casa— prácticamente suplico el monstruo sin apartar su mirada del chico.

 

Tendiéndole una mano a su querido nieto como si confiase que con solo aquello Law volvería a su lado.

 

Akainu entonces quiso reír. ¿En serio había tenido miedo de algo así?. El monstruo -aun cubierto de sangre, suciedad, y con las ropas rotas- casi parecía derrotado y sumiso ante su nieto, ante el chico que él mismo había conseguido romper.  El viejo comandante sintió su confianza resurgir al ver al dragón sufrir, al verle casi al borde de las lagrimas enfrente de su nieto. Una oscura satisfacción surgió en su pecho después del patético episodio de terror que había sentido. Nadia debía causarle miedo a él, el dragón debía pagar.

 

Su nieto seguía con la espada en alto ignorando al dragón, ignorando sus palabras y sus plegarias, como si no valiese nada, como si no significase nada. El dragón soltó entonces otro gemido roto y volvió a repetir su oferta mientras se acercaba a Law lentamente, como si temiese hacerle daño o provocar una reacción agresiva. Akainu no pudo evitar sonreír divertido ante sus patéticos intentos.

 

—Law, contesta al monstruo—ordenó con voz firme.

 

Y el resultado fue instantáneo.

 

—Como ordenéis, señor—dijo su sobrino sin dejar de apuntar a la bestia—yo  protejo y sirvo a mi maestro la iglesia. Mi casa es la orden. Mi único deber matar y aniquilar a criaturas como tu.—recito el código con voz muerta y vacía— No voy a ir a ningún lado contigo. —

 

Akainu pudo ver perfectamente la mano del pelirrojo temblar, pudo ver su mirada dolida y perdida, o como contemplaba a su pareja sin entender lo que pasaba. Vio como una parte de su alma se rompía por completo al escuchar esas palabras.

 

Akainu solo sonrió satisfecho, eso le pasaba por no acatar su ordenes y escapar de la jaula que le había dado.  Ahora toda la orden conocía de la existencia del dragón, toda la orden se había reunido en el patio y tanto exorcistas como curas contemplaban al pelirrojo asombrados. Su As sobre la manga había desaparecido, el dragón le había desobedecido y ahora iba a pagar por ello.

 

—¿Law?—volvió a preguntar la criatura con voz rota.

 

—Law ya no existe—anunció el comandante mientras revolvía los cabellos del moreno posesivamente —Ahora es mi marioneta—

 

El dragón entonces apartó su mirada del moreno y le fulmino con la mirada. Akainu prácticamente sintió como el otro le mataba, sintió la magia del dragón rodearle amenazadoramente y el aire en torno suyo calentarse bajo el odio que le una única mirada del dragón contenía.  

 

Akainu volvió a sentir el miedo, temió de nuevo su muerte a manos de aquel animal, pero su nieto volvió a acercarse a él protegiendole y el comandante se aseguró a sí mismo que el dragón iba a hacerle nada. Tenía al chico, si le mataba se llevaría su querida pareja con él a la tumba.

 

—Te voy a matar—sentenció de todas formas la criatura, con una voz tan plagada de odio y resentimiento que parecía capaz de invocar a la propia muerte.

 

Akainu rio nervioso de nuevo.

 

—Tengo a tu querida pareja, hazme algo y él morirá—le amenazó sin problema —y ahora vuelve a tu jaula si no quieres que le pase nada a mi querido nieto—

 

Era cierto, él tenía el control, con Law de su lado no podía hacerle nada, el dragón era su obediente mascota, si le desobedecía le castigaría, si se portaba bien y hacía lo que le decía, a lo mejor se sentiría generoso y le dejaría estar o coger a Law de la mano para que no muriese de desesperación. Pero nada más. El pelirrojo sería su mascota para siempre y cuanto antes lo entendiese mejor para todos.

 

O al menos eso creía.

 

—Creo que no entiendes la situación—dijo el dragón aun sin apartar esa mirada asesina de su persona —a mí nadie me da órdenes. Como pongas un dedo sobre Law o le hagas el más mínimo daño morirás tú y toda tu estúpida organización—amenazó cambiando al instante las tornas de lugar, recuperando al instante el control con unas pocas palabras.

 

—No, no lo harás, tengo a Law, puedo usarle para…—

 

El dragón rugió y el mundo tembló bajo sus pies en respuesta.

 

—¡NO! No le harás el mas mínimo daño—dijo acercándose a la pareja lentamente, haciendo que Law alzase aún más su espada hasta colocarla en la garganta de la bestia. El dragón no le prestó ni la más mínima atención al afilado cuchillo —porque si lo haces, será tu sentencia de muerte—

 

Y sin más se dio la vuelta y comenzó a alejarse de ellos dos dándoles la espalda. Andando imponente y arrogante a pesar del aspecto derrotado, y la ropa rota y cubierta de sangre que tenía. Como un verdadero rey alejándose del campo de batalla.

 

Akainu apretó los puños.

 

—¿Y entonces qué? Va a dejar al tu pareja conmigo, ¿le vas a abandonar?—intento de nuevo enfadarle, picarle para que comenzase una pelea y pudiese acabar con él. El patio estaba lleno de exorcistas, si iniciaba una pelea acabarían fácilmente con la bestia.

 

Porque si el dragón no le obedecía, no le servía de nada, y estaba mejor muerto.

 

No podía matar a Law, era verdad, puede que hubiese querido usarle contra el dragón, pero su valor era mucho más grande. El era la prueba de que la reeducación funcionaba, era la prueba viviente que necesitaba para someter a la orden totalmente bajo su mando. Si le mataba no solo perdería al dragón para siempre, sino que también perdería su única oportunidad para convertirse en el hombre más poderoso del mundo.

 

El dragón también lo sabía,  Akainu no sabía cómo, pero el monstruo sabía que Law no sufriría el más mínimo daño si se quedaba allí. Sabía que era demasiado valioso para el anciano.

 

—No, no pienso abandonarle — anuncio entonces el dragón parándose durante un momento y girándose a contemplarles — solo le dejo en  tus manos durante un tiempo mientras organizó una guerra para destruirte —sentencio haciendo que el anciano abriese los ojos espantado ante sus palabras.

 

—¿Qué?—preguntó Akainu sorprendido.

 

Sin embargo, el dragón solamente le ignoró y, volviendo a transformarse, se alzó en aire y comenzó a alejarse entre los rayos del atardecer. Los exorcistas gritaron órdenes, empezaron a disparar y a intentar perseguir a la bestia.

 

Akainu les ignoro.

 

¿En serio le acababa de declarar la guerra un pequeño dragón? El anciano quiso reír incrédulo. Un dragón contra toda la organización de exorcistas. Era imposible que saliese vivo. Si quería acabar con ellos necesitaría como mínimo un ejército, y no había habido nunca constancia de algo así en toda la historia del mundo. Los monstruos como el pelirrojo eran incapaces de trabajar en equipo. Una alianza o un ejército de los de su clase era inviable.

 

Akainu quiso reír. Había pensado que el dragón sería inteligente, que podría suponer una amenaza, pero se iba a destruir a sí mismo. El problema se resolvería por sí solo y el aún tendría a Law para sus planes.

 

 

 

 

Notas finales:

Bueno, pues ya esta, esperó que os haya gustado el capítulo, por que ahora empiezo con examenes y voy a dejar de escribir nada hasta febrero, lo siento chicos, pero la universidad es lo primero.

Por otra parte y siguiendo la tradición, me gustaría crear un chat sobre KidLaw para mayores de 18 años en skype (que es un chat internacional, gratis y que todo el mundo conoce). Sin embargo, para la gente que quiera entrar, me gustaría establecer unas normas básicas:
-Ser >18 años: esto es por una cuestión legal. Como un "adulto" hable sobre pornografia, drogas etc con un menor puede ir a la cárcel, y como comprenderéis, me gustaría evitar ir. Así que por favor los pequeñajos crearos vuestro propio chat para hablar de porno o algo, pero no entréis en este por que os tendré que expulsar.
-Madurez: como he dicho somos los mayores, y esperó un comportamiento decente. Como haya peleas, os metáis con algún autor, haya racismo, presiones, rivalidades etc, estáis fuera.
-Lenguaje: es un chat internacional, y el español claramente no se habla igual en España que en Argentina, así que intentad escribir decentemente y sin regionalismos para que nos podamos entender (čøMö hãBlęï$ â$ï estáis fuera).

Si no tenéis problema con esto, uniros al chat (https://join.skype.com/m5anSWet6kbR)  y traer si queréis a más autores, artistas, gente que haga vídeos etc, que conozcáis y que le pueda interesar. El propósito de esto es compartir ideas, fics, historias, hablar sobre KidLaw, organizar eventos y claramente pasárnoslo bien.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).