Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ignis Draco por Cucuxumusu

[Reviews - 253]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Los rápidos pasos reverberaban por el largo túnel mientras los dos hombres recorrían el oscuro y polvoriento laberinto que eran las catacumbas de Roma. Kilómetros y kilómetros de galerías, se esparcían ocultas bajo tierra desde hacía siglos, albergando las tumbas de miles de hombres perseguidos por el gobierno Romano antes de que el Cristianismo se implantara en el imperio.


O eso era lo que decía la historia. La verdad era que aquellos enrevesados túneles que discurrían por debajo de la enorme ciudad del mediterráneo, habían existido mucho antes de que el mundo fuese tomado por los humanos. Su gente, su pueblo, aquellas criaturas que ahora tenían que vivir en la sombra con miedo a que les descubriesen, habían construido aquellos túneles. Para los vampiros, demonios, trolls y demás criaturas de la oscuridad, aquellas ciudades subterráneas habían sido la única forma de relacionarse con sus camaradas sin perecer bajo los rayos del sol.


Sin embargo, con la llegada de los hombres, las criaturas, habían sido perseguidas, sus ciudades arrasadas e incluso los arrogantes clanes de vampiros italianos habían tenido que acabar abandonando la ciudad para ver como nuevas civilizaciones construían sobre su antiguo hogar.


Los brillantes y decorados túneles de antaño ahora no eran más que una tumba sucia y oscura donde los cadáveres de mil muertos aguardaban el día del juicio final. Muchos pasillos habían acabado derrumbándose bajo el peso de la nueva ciudad, las telarañas crecían en rincones y el aspecto general era deprimente e inquietante.


Justo como el ánimo de Kidd.


Mientras el pelirrojo volvía a girar una esquina detrás de Killer, quien le guiaba en la absoluta oscuridad gracias a su impresionante visión nocturna, Kidd observó el caos de emociones y pensamientos que era su mente.


Un miedo imposible que nunca había sentido se mezclaba con una sensación apabullante de dolor y de desesperación. ¿Qué era lo que le habían hecho a Law que el moreno ni siquiera parecía reconocerle? ¿Qué ocurriría si ahora no conseguía rescatar a Law? ¿Si no conseguía traerle de vuelta? La inseguridad y el terror por lo que estaba pasando se arremolinaban en su interior oprimiéndole el pecho.


Pero por encima de todo estaba la rabia. La rabia por haber perdido a su otra mitad sin poder hacer nada, por haber permitido siquiera que aquello pasase. Kidd sentía la ira y el odio resurgir en su interior haciendo que sus ojos brillasen en la oscuridad del lugar letalmente. Habían pasado muchos siglos desde que se había sentido así por última vez. Pero de nuevo se debía a aquellos humanos.


Kidd quiso rugir, quiso darse la vuelta, alzar el vuelo y destruir aquella ciudad con su horrible gente. Su instinto le gritaba que atacase y que devolviese el golpe, pero su mente racional sabía que tenía que esperar. Tenía que sobrevivir. Primero había que convocar el cónclave, había que planear y decidir dónde podrían hacer más daño. Si Kidd esperaba, el ataque seria aun peor, y eso era lo único que lo contenía para no darse la vuelta y responder ahora.


Y es que, si Kidd se había convertido en el rey de los de su raza había sido por una muy simple razón: Él había sobrevivido a lo que nadie había podido sobrevivir. Siglo tras siglo, milenio tras milenio, solo en este mundo, él seguía vivo.


Kidd no se había convertido en rey por su fuerza bruta (seguramente alguno de los otros dragones le superaría con creces en ese aspecto), tampoco se debía a su brillante inteligencia o a su capacidad de estrategia. Si Kidd era rey, era por su impresionante fuerza de voluntad. Aquella fuerza que había sido la que, cuando toda su familia había muerto, le había permitido vivir y no caer en la desesperación.


Kidd recordaba lo que había ocurrido como si fuese ayer mismo. El recuerdo estaría siempre grabado en su mente a fuego vivo, dejándole una cicatriz que nunca sanaría.


Su familia, como las bestias más poderosas de todo el mundo, no había esperado que aquellos pequeños humanos, armados con armas extrañas y formando un enorme ejército les atacasen. Habían estado desprevenidos en su pacífico mundo donde todo ser parecía adorarles solamente por ser quienes eran. Cuando aquellas criaturas, prácticamente nuevas en el mundo, sin apenas sociedad y con aquellas rudimentarias armas, de repente se habían vuelto contra ellos sin razón aparente, su familia no había sabido cómo reaccionar.


Su padre intentó dialogar antes de ser atravesado por miles de armas, su madre, aquella inteligente mujer, le había gritado que corriese mientras el ejército se abalanzaba sobre ella, sus primos y tíos, todos ellos mucho más grandes que él, apenas un cachorro con unos cuantos siglos de historia. Kidd había contemplado desde el aire, con sus pequeñas alas apenas sosteniéndole a él y a Killer, como toda su familia perecía persona tras persona. Había sentido las conexiones con su gente rompiéndose en su mente una tras otra dejándole totalmente solo en el mundo. Kidd había llorado, había gritado cuando la vida de su madre había desaparecido en su mente quitando aquel manto protector que siempre había sentido en torno suyo.


Kid había sentido su propia vida romperse cuando la última conexión se había roto y todo su clan había sucumbido. Si él tampoco había muerto aquel día había sido por los gritos de Killer que le habían pedido que se fuesen de allí, si su mente no había sucumbido al vacío que ahora la rodeaba o si su alma no había intentado perseguir a su familia, había sido por la simple idea de la venganza.


Un dragón era una de las criaturas más sensibles del mundo, sentían cada alteración de la magia, entendían a cada criatura que vivía en el mundo, ayudaban a la propia Gea a continuar viviendo. Ellos tenían una conexión con el mundo que nadie más tenía. Por eso surcaban los cielos y escupían fuego más caliente que el propio magma, por eso tenía aquella conexión con su familia como la tenían con la tierra.  Por eso eran más vulnerables que otras criaturas. Si les cortaban las alas parecerían de tristeza por no poder surcar el cielo. Si les arrancabas la magia morirían de desesperación al no poder comunicarse con el mundo.


Y si destruías a su familia ningún dragón podría soportar la inmensa soledad que de repente les rodearía. Si matabas a la familia matabas a la criatura. Ni Gea ni el volar podrían consolar a un dragón que había perdido a su gente, ellos eran seres sociales, mágicos, se alimentaban de las relaciones con los de su clan, necesitaban las conexiones en su mente para no caer en la locura.


Los años tras la muerte de su familia habían sido las peores en la vida de Kidd. El mundo pareció simplemente volverse distinto en torno suyo, más cruel, más oscuro, más vacío. Durante varios años Kidd no durmió, ni comió ni se atrevió a surcar el cielo. Solo vivió en soledad junto con su preocupado amigo mientras su mente solo era capaz de centrarse en la venganza.


Cuando varios años después, volvió a alzar el vuelo tras años de esconderse entre bosques y cuevas buscando entrenando y creciendo, media Europa ardió en llamas. Ciudad tras ciudad, población tras población, el continente entero pereció en la historia negra del mundo. Hasta que Kid no estuvo satisfecho, hasta que su alma no se hubo calmado lo suficiente, Kidd no dejo de arrasar el viejo continente hasta volverlo cenizas. Gea protestaba en su mente, sus alas dolían tras aquel impresionante esfuerzo después de años sin usarlas, pero cada nueva vida que caía en sus manos el dragón solo podía sentir como su familia podía al fin dormir en paz.


Cuando su furia acabó, el joven dragón supo que no sería el mismo nunca más. Él había sobrevivido por su deseo de venganza, por su fuerza de voluntad, pero en consecuencia había perdido algo tremendamente importante. Prácticamente se había perdido a sí mismo en la desesperación y se había convertido en el peor monstruo que había asolado el mundo. Por eso, asustado de sí mismo y de la extraña bestia en que se estaba convirtiendo, Kidd había parado mientras el agujero negro que ahora era su alma se hacía cada vez más grande amenazando con engullirle.


Kidd entonces se refugió en su cueva y se alejó del mundo. De vez en cuando salía a cazar o a robar a aquellos humanos que nunca parecían extinguirse. Durante los siglos siguientes Kidd abrazó la soledad que le había sido impuesta y solo contemplo como su raza iba pereciendo individuo tras individuo a manos de la humanidad. Las leyendas sobre los poderes mágicos de su sangre y sus huesos empezaron a circular. Los humanos les buscaban para acabar con ellos. Para alcanzar la inmortalidad. Para conseguir la gloria.


Civilizaciones se sucedieron ante los ojos del viejo dragón, de los miles que había habido de los de su raza, ahora solo quedaban un puñado que podían contarse con los dedos de una mano. Kidd se convirtió en el rey de una raza casi extinta, él había sido el que había sobrevivido, el que había conseguido seguir adelante y ahora. El resto de solitarios dragones le miraban con respeto y la ligera curiosidad de quien sabe que puede ser el siguiente en perder a los suyos y acabar así.


Kidd simplemente esperó la muerte, el fin de los tiempos, la aniquilación de los suyos.


Hasta que llegó Law.


Law había llenado el vacío, el moreno le había devuelto una vida que no sabía que había perdido y Kidd simplemente había sentido su mente recomponerse hasta que había vuelto a ser quien era. Con solo mirarle aquella primera vez en la plaza, luchando, Kidd había sentido la primera emoción tras siglos de indiferencia. La curiosidad y la furia habían surgido en su pecho (casi ahogándole con su intensidad), antes de que Law se lo atravesase con su espada.


Por eso debía recuperar a Law y devolverle a la vida. Porque si perdía a Law, Kidd sabía que no aguantaría volver a sumirse en la soledad una segunda vez. Esta vez seguiría al moreno al otro mundo.


Cuando Killer por fin se paró frente a unas pesadas puertas en el centro justo de las catacumbas, que llevaban con extrañas inscripciones en idiomas ya olvidados, Kidd respiro hondo tratando de tranquilizar su mente.


Al otro lado está el cónclave. Al otro lado estaban los últimos dragones que quedaban en este mundo, los que como él habían sobrevivido a años de extinción. Ellos eran los mejores, su última familia, sus últimos amigos.


Ellos esperaban a su rey.


.


.


.


Cuando Kidd entró en la habitación, el caos que le recibió fue el de siempre. Los siete dragones, eran las criaturas más antiguas y más poderosas del mundo, muchos les temían y buscaban su sabiduría, pero eso no significaba que se llevasen bien entre ellos. Más bien era todo lo contrario, Kidd apenas aguantaba a la mitad.


Ignorando la actual pelea, Kidd sin embargo caminó por la enorme sala de piedra.


La sala, un círculo perfecto de piedra gris pulida, era inmensa, los siete dragones podrían transformarse allí dentro y sus alas ni siquiera rozarían los altos techos. La sala tenía relieves tallados en las paredes representando a los de su raza, los siete estandartes colgaban de las paredes en las siete esquinas, e incluso las columnas que sujetaban el techo estaban talladas como estatuas de reyes de la antigüedad.


Las ventanas en lo alto de la cúpula, dejaban entrar a duras penas los rayos del amanecer, y estos caían sobre los presentes iluminando el polvo acumulado en la vieja sala con un aire solemne. Unos pequeños escalones de piedra permitían bajar desde el círculo más grande y exterior a un círculo más bajo de piedra, donde estaba la enorme mesa de madera oscura con los siete asientos, y un verdadero mapa del mundo con los siete continentes dibujados en ella.


Había varias estancias como aquellas repartidas por todo el mundo. Salas y palacios de concilio donde los lideres de su raza podían reunirse. Aquellas salas redondas habían sido construidas hacia siglos cuando las criaturas como el podían recorrer el mundo sin miedo a ser perseguidos por humanos, donde podían reunirse con los jefes de clanes y trazar estrategias y planes. Habían sido lugares sagrados donde únicamente algunos elegidos podían entrar, pero que ahora caían en el olvido o se derrumbaban sin nadie que las cuidase en una burda parodia del declive de su gente.


Kidd sin decir palabra, bajó los pequeños escalones haciendo que el eco de sus pasos retumbase en la gigantesca sala. El dragón sentía todas las miradas de la gente allí congregada: cada rey con su más leal mano derecha; fijas sobre su persona, algunas sorprendidas, otras horrorizadas o preocupadas. El pelirrojo sabía el aspecto que tenía, la imagen que estaba dando. Dios, ni siquiera se había dado un baño desde que había salido de su casa. Su ropa seguía rota y desgarrada, la sangre seca cubría sus manos tras pelear con los brazaletes y Kidd sabía que hasta su mirada y expresión tenían un punto siniestro.


Kidd rodeo la mesa, ignorando el repentino silencio y las miradas de los reyes ya sentados y de sus segundos al mando, de pie en el círculo de piedra exterior. Sin decir la más mínima palabra, Kidd llegó a su asiento bajo la mirada de un viejo rey de piedra, y, moviendo la silla con una patada, se sentó en su trono. Sin mostrar el más mínimo respeto, puso los pies en la preciosa mesa de madera y se cruzo de brazos mientras retaba con la mirada a cualquiera de los otros reyes a decir algo sobre su aspecto.


Todos ellos eran distintos, cada uno tenía sus problemas, su cultura y tradiciones, pero a la vez todos eran iguales. Todos se esforzaban en conservar y proteger a los suyos, todos intentaban sobrevivir y continuar con una raza que hacía siglos había dominado el mundo.


Kidd miró a los otros reyes sintiendo su propia alma relajarse al fin, al estar en presencia de gente como él. De sus hermanos.


— ¿Por qué nos has llamado Kidd?— preguntó entonces Marco, el más joven de todos ellos y una de las pocas personas a las que Kidd podía aguantar.


Marco, el único dragón dorado que quedaba en el mundo, dominaba el lejano continente Australiano desde hacía apenas cinco siglos. Sin embargo, desde el primer momento se había ganado el respeto del resto de los integrantes del cónclave, hacía siglos que Australia no tenía el más mínimo problema y aquella tierra era famosa por la paz que dominaba el lugar.


Kidd apretó los puños organizando sus ideas mientras contemplaba al resto de integrantes.


Boa, la emperatriz del continente asiático le fulminaba desde un lateral de la mesa con cara de fastidio. Como siempre. Mientras, Shanks, en el lado contrario de la mesa, solo le sonreía feliz dándole un mudo apoyo. Para fastidio de Kidd, el viejo dragón Americano le había adoptado desde que había perdido a sus padres, y desde entonces Kidd no había podido quitárselo de encima. Cada vez que le veía, Shanks le preguntaba si no quería unirse a su causa, le preguntaba si comía o dormía lo suficiente, y, como una madre pesada, le revolvía el pelo haciendo la sangre de Kidd hervir.


Si no había descuartizado aún a aquel hombre era gracias a Killer y a Ben, el segundo al mando del americano, quien claramente parecía tener más cerebro que su jefe.


Los tres restantes componentes del cónclave eran Dragon (nombre tremendamente poco original para un dragón), quien dominaba el continente Africano junto con su clan y sus tres hijos; y Jimbei, quien reinaba sobre la Atlántida, el viejo continente que el propio dragón había ordenado ocultar en lo más profundo del mar hacía siglos para protegerlo de la plaga de los humanos.


El séptimo asiento, como siempre, estaba vacío.


Kidd ni siquiera sabía por qué seguían invitando a aquel hombre a los conclaves cuando nunca aparecía. Kidd no había visto nunca al séptimo dragón tras milenios de existencia y sinceramente, estaba empezando a cuestionarse siquiera su existencia o su utilidad para estas cosas.


Pero en el fondo, este no era el problema. El problema ahora era aniquilar a la orden de exorcistas, al Vaticano y a toda Italia si hacía falta, y salvar a Law.


Kidd, incapaz de quedarse quieto, se levantó del asiento a pesar de acabarse de sentar, y frustrado se paso una mano por el pelo mientras paseaba por la estancia. ¿Como conseguía convencerles para que se aliasen con él? ¿Cómo les hacia luchar por su causa? Él era el rey de aquella sala, técnicamente él daba las órdenes, pero eso no significaba que los otros le fuesen a obedecer.


Tal vez, lo mejor sería empezar por el principio.


—Como sabéis, nuestra raza ha sido perseguida y aniquilada durante generaciones por los humanos— empezó al fin mientras encaraba a los otros cinco con la seriedad en su cara — durante años, hemos visto el mundo que conocíamos desaparecer para ser sustituido por esta atrocidad que muchos llaman civilización. Hemos visto a nuestras familias perecer y a nuestros amigos ser torturados, mientras los humanos lentamente tomaban el control—


Kidd observo los a los otros cinco al instante cambiar de actitud ante sus palabras, vio sus cuerpos tensarse, vio sus miradas volverse peligrosas mientras el propio aire de la estancia se cargaba de electricidad. Si, aquella era una buena táctica, todos y cada uno de los presentes, había perdido algún familiar por culpa de los humanos, todos habían conocido la tragedia y sufrido la soledad. Todos tenían un horrible punto en común, y Kidd no iba a dudar en aprovecharse de ello si con ello conseguía salvar a Law.


—Os he llamado aquí porque es hora de poner fin a esto. Hay un límite que ninguna especie debería sobrepasar, y los humanos lo cruzaron hace mucho — sentencio al fin mirando a todos a la cara intensamente, creyendo momentáneamente que aquello sería tan fácil.


Su ilusión no duro demasiado.


— ¿Por qué ahora?—preguntó sin embargo Dragon, con aquella mirada inteligente fija totalmente sobre su persona. Como intentando buscar el motivo tras sus palabras, como intentando ver a través de su alma.


—Sí, ¿por qué ahora?—siguió Boa, llevándole como siempre la contraria solo por diversión. — ¿Por qué no hace tres siglos cuando los humanos prácticamente acabaron con la raza vampírica en menos de tres años?—


Kidd cerró los ojos y suspiro. Estaba claro que no se iban a tragar cualquier charla motivante o reivindicativa que les contase. Ellos eran líderes. Necesitaban razones de peso para movilizar ejércitos, para sacrificar vidas. No iban a levantarse y pelear solamente por que Kidd les dijese que de repente quería aniquilar a los humanos.


Pero Kidd no sabía si sus motivos les convencerían.


El pelirrojo había querido evitar el tema, ya que no sabía como los otros reaccionarían. Si contaba su motivación personal muchos le tildarían de egoísta y podrían negarse a ayudarle. Pero en el fondo Kidd sabía que si no les contaba la verdad aquello no iba a ser justo, y si se había jurado algo desde que había conocido a Law, era que a partir de ahora seria alguien ejemplar, alguien de quien Law pudiese sentirse orgulloso.


—Capturaron a mi pareja— sentenció al fin Kidd, viendo al instante como el resto de comensales contenían el aliento sorprendidos. Entendiendo al instante lo que aquello suponía para un dragón —y mientras intentaba rescatarla, me encontré aquí, en Roma, con una organización cuyo único propósito es exterminarnos—


El silencio volvió a inundar la sala.


— ¿Q-que quieres decir?— preguntó Boa, de repente pálida.


Organizaciones como el Vaticano, habían sido frecuentes en China antiguamente. Los emperadores humanos habían anhelado su poder, y no habían dudado alentar al fanatismo para conseguir los mágicos huesos y escamas, que luego usaban para preparar sus pócimas de inmortalidad.  La propia emperatriz llevaba la marca de una de aquellas horribles organizaciones marcadas a fuego en la espalda, y Kidd sabia que toda la familia de aquella mujer había sido asesinada bajo las manos de los fanáticos.


Aquel tema era un tabú entre su gente, ya que muy pocos habían sobrevivido.


Por eso era el deber de Kidd el contarlo. Todos necesitaban conocer al enemigo para poder defenderse, para poder evitar la tragedia. Para que no se repitiesen más tragedias.


Así que Kidd empezó a hablar.


Kidd les contó la historia entera, sin omitir el más mínimo detalle. Desde el secuestro y como había entrado en pánico, a las fatídicas palabras de Doflamingo. Kidd les habló de lo que le habían hecho a su pareja con voz ahogada, les explicó los planes de Akainu para establecer la reeducación como algo obligatorio en la orden, y sobre sus planes para hacerse con el mundo.


Kidd les hablo del odio, del fanatismo, y según sus palabras llegaban a los oídos ajenos, iba viendo como las caras antes serias cambiaban a algunas horrorizadas. El propio Dragon, siempre estoico y sin la más mínima emoción, apretó los puños y su mirada ardió con un fuego negro. El dragón negro había perdido a su pareja de una forma similar hacia años, pero si seguía con vida había sido gracias a sus hijos por los que había luchado desde entonces.


Kidd sabía que su historia estaba reabriendo viejas heridas, sabía que muchos aún ni siquiera se habían recuperado de las antiguas. Pero no podía detenerse. En aquella historia ya no solo eran él y Law los que estaban en juego. Sino razas, civilizaciones enteras podían perecer. La raza humana se estaba comenzando a destruir a sí misma en su ambición.


Kidd necesitaba contar su historia, necesitaba que los otros le escuchasen y entendiesen el peligro.


Horas después Kidd se desplomó en el trono totalmente agotado. El silencio tenso y peligroso rodeaba la sala mientras Kidd sentía todo su cuerpo temblar tras los acontecimientos de los últimos días y tras recordar todo lo que había pasado. Necesitaba descansar, pero a la vez se negaba a hacerlo.


Durante un momento Kidd volvió a recorrer las caras de sus hermanos quienes claramente ahora estaban sumidos en sus propios y oscuros pensamientos tras su historia. Kidd sabía que la historia era bastante difícil de asimilar. Había habido organizaciones como el Vaticano antes, pero nunca ninguna tan militarizada y con tanto poder, nunca ninguna que pudiese llegar hasta cada rincón del mundo sin el más mínimo problema. Nunca había existido ninguna que quisiese conquistar el mundo, nunca una tan fanática que aprobase el sacrificio de su propia gente con tal de ganar.


Para muchos de ellos aquella noticia iba a ser un duro golpe. Pero Kidd no podía parar ahora, Kidd necesitaba su apoyo y ayuda en esto. Si no, la lucha seria estúpida; si no, perdería a Law.


Recolocándose en la silla e intentando aparentar un mínimo de orgullo y poder, a pesar del aspecto claramente destrozado y acabado que tenía, Kidd repitió su petición.


—Como entenderéis, yo solo no puedo acabar con ellos, y ya que el Vaticano es una organización que llega a todo el mundo es un problema que nos atañe a todos —siguió Kidd —...Así que, ¿me ayudarais a destruir la Orden?—


Kidd espero entonces los gritos, las peleas, que le llamasen arrogante. Kidd espero que Boa, aún traumatizada por lo que le había pasado, se echase atrás, espero que el resto le ignorase, o que incluso Shanks le revolviese el pelo de nuevo como a un niño pequeño con demasiada imaginación.


Sorprendentemente el resultado fue totalmente distinto.


— ¿Cual es el plan?—fue lo único que preguntó Boa con la mirada tan plagada de odio como el resto de los comensales.


.


.


.


Aquella noche, el caos estalló en Roma. La antigua ciudad, centro de la civilización Europea, estalló en pánico mientras criaturas fruto de las más terribles pesadillas, surcaban los cielos y las calles arrasando todo a su paso. 


Gente de toda clase social y estatus, corría por las calles entre los famosos palacios e iglesias intentando salvarse de la tragedia. Creyendo vivir un terrible sueño mientras criaturas cubiertas de pelo, con colmillos y ojos rojos perseguían a los suyos para aniquilarlos vilmente. El fuego rápidamente se alzó entre las viejas casas e ilumino el cielo con una luz siniestra y hasta el agua del famoso río pareció volverse roja del horror que la ciudad de repente padecía.


Daba igual a donde corriesen, el terror estaba en cada esquina. Desde lo alto, terribles bestias de con cuerpos cubiertos de brillantes escamas, escupían ríos de lava sobre las calles. Abajo, en la ciudad, enormes trolls de piedra, duendes, y monstruos de todo tipo, desde medusas a arpías, perseguían a la gente mientras asesinaban a todo aquel que se cruzaba en su paso con una extraña satisfacción. Hasta las famosas fuentes de la ciudad de repente estaban repletas de sirenas cantando siniestras canciones que provocaban la muerte de todo el que se acercaba. 


El ataque había sido repentino, instantáneo, un momento la ciudad había estado durmiendo pacíficamente y al siguiente, gritos de terror inundaban las calles. No habían tenido tiempo para prepararse, e incluso, cuando por fin se ponían en marcha dispuestos a huir, la gente simplemente se quedaba paralizada observando a monstruos de leyendas, destruyendo una de las ciudades más grandes del mundo.


Las casas se derrumbaban, del suelo no dejaban de salir espectros e incluso los fantasmas de los muertos perseguían a los viandantes entre gritos por venganza. Era como si el propio infierno se hubiese desatado de repente en la ciudad más sagrada del mundo.


Entonces llegaron los exorcistas.


De la famosa catedral del pequeño país, ríos y ríos de exorcistas vestidos con el mismo uniforme, con cara de concentración y con las armas en mano, se desparramaron por las calles de la ciudad. La gente rápidamente vitoreaba al verles, y sin dudar, corrían a ayudarles mientras estos conjuraban sus hechizos y salvaban a los niños de las garras de los terribles monstruos.


Durante un momento las tornas parecieron volverse y Roma recuperó la esperanza. Pero rápidamente se dieron cuenta de que la pelea no iba a ser tan fácil, pues por cada nuevo monstruo que un exorcista conseguía aniquilar, tres nuevos parecían aparecer. Hiciesen lo que hiciesen, peleasen lo que peleasen, aquello no parecía tener fin.


Lentamente las calles comenzaron a llenarse de cuerpos sin vida tanto de humanos como de horribles criaturas. Escombros de casas e iglesias se esparcían por todo el lugar mientras la gente buscaba refugio junto a los exorcistas en las pequeñas casas que parecían resistir un poco más.


Los dragones seguían destruyendo calles enteras con solo una bocanada de fuego, los pequeños palacios que aun resistían a las llamas temblaban precariamente con cada nuevo golpe y según avanzaba la noche, la gente empezó a darse cuenta de que aquella podía ser su última.


Los exorcistas empezaron a cansarse, les habían entrenado toda su vida para pelear contra monstruos, pero nunca habían esperado una guerra de esta clase. Nunca se habían enfrentando a tantos a la vez, nunca a seres tan diferentes. Todos sabían que su magia tenía un límite, que su cuerpo sólo tenía determinada fuerza, pero la de los monstruos parecía simplemente ser inmensa.


Asustados, en aquellas oscuras horas, tanto los ciudadanos como los propios exorcistas miraban al Vaticano. A la sede de la cristiandad, a los altos mandos del lugar, esperando por un milagro, por algo que les sacase de aquella pesadilla que parecía no tener fin.


Desde su ventana, Akainu contemplaba el espectáculo con el ceño fruncido y la ira en sus venas. Cuando el dragón le había declarado la guerra, había pensado que era una broma. Claramente había infravalorado por mucho a su enemigo


El pelirrojo no solo había convocado un ejército a partir de la nada, como si aquellos monstruos hubiesen estado en todo momento en la ciudad, en las sombras y justo enfrente de sus narices esperando por el momento perfecto para atacar, no, el pelirrojo además estaba ganando la batalla.


Akainu observó al rojizo dragón sobrevolar la capital de su imperio con la luz del fuego iluminando su cuerpo como un ángel del apocalipsis. A su lado volaban otros cinco dragones de los que nunca había oído hablar, junto con arpías gárgolas y demás monstruos horripilantes.


Akainu apretó los puños sintiendo su sangre hervir al ver a otro exorcista perecer en la calle a manos de un patético grupo de vampiros. La culpa de esto la tenía aquel dragón. Una de aquellas despreciables criaturas que estaba acabando con sus planes y con todo su imperio.


Le iba a matar.


Ya no le necesitaba para nada. Si no obedecía, moriría, si no se sometía, le destruiría hasta hacer un ejemplo de él para todos lo de su raza. Para que todos viesen lo que ocurriría si se ponían en su camino, si osaban alzarse contra él.


— ¿Que hacemos señor? Están arrasando la ciudad, la gente está muriendo, debemos…—


Akainu, se giró y le cruzó la cara de una bofetada al propio Papa de Roma. Benedicto XIV cayó al suelo mirándole con terror, pero Akainu le ignoró, aquel hombre era otra de sus marionetas, otro hombre al que podía manipular a su antojo sin problema. Podía violarle si quisiese que nadie diría nada.


Cruzando su despacho con largas zancadas, el general se acercó a un exorcista montando guardia en la puerta, quien también miraba la escena y la calle con espanto. Era el chico de la última vez. Ace. Sin el más mínimo respeto, Akainu le agarró del cuello, y con la voz más intimidante y autoritaria que pudo poner, le ordeno:


—Llama a Vegapunk y a Barbanegra—murmuró bajo, prácticamente tirándole fuera de la habitación.


No iba a perder. Se negaba  a hacerlo. Si el dragón quería una guerra, Akainu le daría una guerra, acabaría con sus amigos, con su familia, con todo lo que amase y adorase. Le demostraría lo que pasaba por alzarse contra él y por negarse a someterse. Le iba a torturar, lenta y dolorosamente hasta que fuese la propia bestia la que le suplicase que le matase.


Acercándose de nuevo a la ventana tras escuchar al chico de pecas salir corriendo espantado, Akainu observó el espectáculo en la calle, mientras el Papa aun en el suelo temblaba casi a punto de ponerse a llorar. A su lado, sentado en una silla que también daba a la ventana, su querido nieto seguía afilando su espada. Lentamente, con pulso firme, observando la escena y las atrocidades en la ciudad sin la mas mínima emoción.


Law se había convertido simplemente en alguien perfecto.


Sin poderlo evitar, Akainu alzo la vista donde el dragón seguía volando sin poder penetrar las barreras mágicas del vaticano, y sonrió.


 


 

Notas finales:

Bueno, como os dije, lamento el retraso, intentare ahora publicar mas a menudo ya que esta en la parte interesante y esto está llegando a su fin.

Espero que os haya gustado, y como dije en el capitulo anterior, aqui os dejo el link del chat para los que sigais en las nubes: https://join.skype.com/vVhB7ob5IAs8

Nos vemooos


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).