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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno, llego un poco antes de lo habitual y lo se, pero estamos ya en la recta final y me gustaria ya acabar la historia para poder dedicarme a otros proyectos que tengo pendientes n_n

Queria publicar esto el domingo, pero me puse mala, y con fiebre me era imposible escribir, lo siento.

Aun asi espero que os guste

 

 

Doflamingo observó el cielo iluminarse con el fuego de mil demonios aquella noche, observó a gente siendo asesinada de la forma más cruel posible y observó la masacre que se estaba cometiendo en Roma, una de las cunas de la civilización y ciudad más fuertes del mundo. En silencio, y junto a varios exorcistas y capitanes de la guardia, el rubio solamente pudo quedarse quieto mientras veía a sus compañeros morir entre las calles plagadas de monstruos, sin que el alto mando de la orden se dignase a hacer nada más que ordenarles que saliesen fuera y se enfrentasen a una situación para la que no habían sido preparados.

 

A su alrededor muchos exorcistas murmuraban indignados, la reeducación de Law ya había levantado sospechas y desagrado entre las filas de la orden, muchos habían empezado ya a cuestionar a Akainu, y sus métodos, con esto la opinión que la gente tenía del hombre no estaba mejorando mucho. El viejo y comandante se estaba labrando lentamente su propia tumba sin darse cuenta en su afán de poder y con su avaricia.

 

Pero aquel no era el problema ahora, ahora la verdadera batalla se estaba librando en las calles de la ciudad, y también dentro del propio Doflamingo.

 

El rubio debatía sobre si debía salir a la calle y ayudar a aquella majestuosa criatura que estaba sembrando el caos en las calles de su ciudad natal -si debía luchar por pararle los pies a su propio jefe quien amenazaba con masacrar a la humanidad, si debía salvar a su gente, acabar con la locura- o quedarse en su puesto, acatando el código, e intentando defender una vida que le había costado la vida de su hermano y su sobrino.

 

En el fondo Doflamingo sabía que su deber como ser humano era salir allí fuera y defender junto aquellas criaturas el futuro de su propia especie, aniquilar a Akainu y sus planes y salvar a su propia raza humana. Cada emoción de su cuerpo le gritaba que saliese y defendiese lo que merecía ser defendido. Pero tenía miedo. En el fondo Doflamingo tenía miedo de volver a arriesgarse y volver a perderlo todo. ¿Qué pasaría si aquellas criaturas perdían? ¿Quien protegería el mundo del monstruo que tenía como jefe? ¿Qué ocurría si, como el propio Doflamingo pensaba, no podían salvar a Law? ¿Soportaría otra vez perder a un ser querido?

 

Doflamingo observó otra lluvia de fuego caer enfrente de la ventana aniquilando a otra pareja de exorcistas. Un joven chico a quien el mismo había entrenado hacía apenas una semana y una chica quien ni siquiera era aún exorcista, sino una mera aprendiz aun superando las pruebas. Dos vidas, llenas de risa, alegría y miles de oportunidades, dos vidas que se había entrecruzado con la suya propia durante un momento, desapareciendo en la más absoluta nada.

 

Doflamingo sintió rabia, sintió odio y frustración, pero curiosamente aquellas emociones no iban dirigidas al monstruo que había lanzado el ataque, sino al hombre que había permitido que aquello pasase. Akainu, como siempre, tenía la culpa.

 

El joven soldado a su lado empezó a temblar al ver también la tragedia, y arrodillándose en el suelo empezó a rezar. Como si sirviese para algo, pensó sarcásticamente Doflamingo. Dios nunca les había ayudado, ¿Por qué tenía que hacerlo ahora?¿Por qué salvar a la orden cuando se merecían lo que les estaba pasando tras años de masacre descontrolada contra otras criaturas? No, dios no les iba a ayudar, los únicos que podían ayudarse eran ellos mismos.

 

Esa era la clave. Eso era lo que debía hacer. Era hora de romper las normas.

 

Dándose la vuelta con la mente decidida y curiosamente en paz, Doflamingo se dirigió a la puerta. Tenía que luchar por lo único que le quedaba en la vida, por Law. Si moría, prefería hacerlo de aquella forma, protegiendo a su familia y a su gente haciendo lo que consideraba correcto.

 

Era hora de revelarse y afrontar la realidad.

 

Una mano se cerró en torno a su muñeca deteniendo su avance a mitad de la abarrotada sala. Doflamingo giró su mirada levente sabiendo quien era y sintiéndose terriblemente ofendido de que siquiera lo intentase. La culpa de todo esto había empezado por los estúpidos celos de Smoker quien, ahora una vez más, negaba un mínimo favor a una persona que lo necesitaba.

 

— ¿A dónde vas?—preguntó Smoker con voz alta y clara en el silencio de la habitación, haciendo que muchos de los presentes se girasen a mirar la escena y claramente intentando intimidarle mudamente con la presión de varios pares de ojos fijos sobre él. —Nos han dicho que nos quedemos aquí—

 

Doflamingo frunció el ceño cabreándose aún más. Puede que aquel hombre fuese un capitán de la orden, puede que fuese fuerte e inteligente. Pero el claramente Doflamingo lo era aún más, por eso él era un teniente y no un mero capitán como el peliblanco. Pero que aun así, que el peliblanco pensase que podía con él, que siquiera se atreviese a detenerse, le estaba poniendo enfermo.

 

Desde que habían vuelto, Doflamingo había querido partirle la cara a aquel hombre, ahora, no sabría si iba a poder contenerse.

 

—Voy a salir fuera y unirme a las filas enemigas—dijo  de todas formas provocando al instante que se alzasen quejas de protesta de indignación entre el resto de exorcistas al pensar que les estaba traicionando —voy a pelear en contra de Akainu e intentar salvar a esta organización antes de que esta nos mate a nosotros—

 

Un silencio tenso rápidamente se alzo en la habitación, de nuevo el mismo tema, de nuevo las mismas dudas. Varios pares de exorcistas se miraron unos a otros volviendo al problema principal que desde hacia miles de años había asaltado a todo miembro de la orden: someterse o morir. Podían rendirse, podían acatar el código, podían aceptar unas reglas que en el fondo todos sabían que estaban mal. O podían luchar, podían revelarse contra las viejas normas, podían ser la primera voz que se alzase contra la vieja institución y replantease una reforma, un cambio de dogma, un renacimiento.

 

La única diferencia entre revelarse ahora y antes, es que, ahora, si hablaban y expresaban su opinión, no habría nadie que les hiciese callar o les matase por revelarse. La diferencia es que ahora estaban en guerra, en una de las mayores crisis que la orden nunca había tenido. Si tenían una oportunidad, era esta y todos lo sabían. Doflamingo veía sus ojos brillando, con el código absurdo claramente roto, las ganas de levantarse y luchar por sus propios derechos.

 

Aun que como siempre, cambiar de costumbres y enfrentarse a lo nuevo, era complicado.

 

—No digas estupideces— volvió a repetir el hombre de pelo blanco levantándose de su asiento y fulminando a Doflamingo con odio, como culpándole por siquiera poner voz a lo que todos pensaban —ahora no es el momento de esta estupidez, ahora tenemos dragones masacrando nuestra ciudad, hay que luchar, y proteger a los nuestros, no empezar una estúpida revuelta—

 

Los varios pares de ojos de los exorcistas seguían fijos en ellos y Doflamingo reconoció al fin lo que aquello era. Una pelea entre la vieja y la nueva escuela, entre el deber y la propia conciencia. Era una pelea que se libraba en la mente de todos los presentes.

 

—Te equivocas, ahora justamente es el momento de reaccionar, es el momento de demostrarles lo desfasadas que están las enseñanzas—continuo Doflamingo— los monstruos que nos están atacando no lo están haciendo para eliminarlos como nosotros llevamos siglos haciendo con ellos, lo están haciendo en defensa propia, en venganza por lo que nosotros les hicimos a ellos, nos lo merecemos—

 

A su alrededor varios exorcistas bajaron la mirada avergonzados. Todos habían sido testigos y cómplices de la crueldad que había existido entre aquellas paredes. Muchos habían tenido que matar criaturas con la apariencia de niños inocentes, había aniquilado clanes, familias, y todo por las órdenes que un hombre dictaba y que normas milenarias proclamaban.

 

Doflamingo sabía que a todo exorcista le pesaba en la conciencia la muerte de alguna criatura, todos tenían un punto débil. Al propio Doflamingo le atormentaban las suyas propias.

 

— ¿Y qué vas a hacer? ¿Traicionar a tu propia raza por los horribles monstros de allí afuera? ¿Por esas atrocidades? ¿Aliarte con monstros que seguramente quieran matarte? Reconócelo, solo estás haciendo esto por el rencor que le tienes a Akainu por matar al traidor de tu hermano—siguió insistiendo Smoker sin rendirse, poniéndole contra las cuerdas sin piedad alguna.

 

Doflamingo apretó los puños recordando a su gemelo. Smoker le estaba atacando donde más dolía, pero no pensaba ceder. Había intentado ayudar a aquel hombre desde que había entrado en la orden bajo su supervisión, pero claramente Smoker estaba ya lejos de la salvación. El miedo y la desesperación le atormentaban, no le dejaban ver la realidad, el peliblanco se había refugiado en el frio código como barrera desde que había sido niño, había acatado el código totalmente para corregir las desviaciones que muchos habían tildado de asquerosas, y claramente era imposible que le ayudase en su empresa.

 

—No estoy traicionando a mi raza—siguió el rubio intentando hacerle entrar en razón—la estoy salvando de que se destruya a si misma ¿O que crees que hará Akainu si es que gana la guerra? Después de que por primera vez en la historia la reeducación haya funcionado y con el apoyo de los anciano quienes estarán aterrorizados por lo que está ocurriendo hoy, Akainu no tardara mucho en implantar la reeducación para todos los exorcistas—

 

Los murmullos y quejas volvieron a alzarse a su alrededor. Ningún exorcista en su sano juicio aprobaría aquel método, nadie quería perder su personalidad ni esencia, nadie quería morir para convertirse en la máquina de matar de nadie, y además, claramente todos temían ser el noventa y nueve por ciento de casos que fracasaban.

 

—Si así se requiere, lo hare—siguió Smoker demostrando claramente que había perdido la cabeza— si he de morir por mi pueblo y me gente así lo hare—

 

Doflamingo le miró con asco y lastima.

 

—Ojala entres en razón antes de morir estúpidamente—dijo el rubio por fin dándose la vuelta y dirigiéndose a la salida de todas formas.

 

No iba a perder más el tiempo con un fanático, Kidd necesitaba su ayuda para salvar a Law, si el resto decidían seguirle o quedarse con el de pelo blanco no era de su incumbencia. El rubio dio dos largos pasos por estancia haciendo que sus pasos resonasen en el suelo como un preludio. La habitación seguía en sombre con el única iluminación de la ciudad ardiendo tras la ventana.

 

Doflamingo no esperaba que nadie le siguiese, no esperaba que tras años de sufrimiento y lavado de cerebro la gente de repente cambiase de parecer por una pequeña charla. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir de la lúgubre sala, fue interceptado de nuevo por una tercera persona.

 

Parándose a su lado, con los brazos cruzados, mirada decidida y con aquella cara inexpresiva que siempre tenía, Pinguin, el antiguo compañero de Law, por fin soltó las palabras que necesitaba oír, devolviéndole al rubio la fe en los suyos.

 

—Voy contigo— sentenció firme el chico del gorro.

 

Al instante fue como si se desatase una reacción en cadena. La mitad de los exorcistas en la sala portando miradas enfadas y decididas se acercaron a él soltando mensajes similares. Doflamingo se dio cuenta entonces de lo poco que había cundido las enseñanzas del código en cada uno de ellos, en lo mucho que el dolor y sufrimiento les habían enseñado, en lo bien que habían aprendido a fingir seguirlo y a ocultar sus emociones.

 

Doflamingo se dio cuenta de que código no era más que una mentira, una máscara tras la cual refugiarse para sobrevivir.

 

El verdadero código, nunca había existido.

 

—Voy con vosotros—dijo Zoro, un chico de pelo verde que Doflamingo sabía que también compartía amistad con Law.

 

—Yo también—le siguió el chico de pecas, Ace, al que Akainu se divertía aterrorizando.

 

Lentamente uno por uno, exorcista tras exorcista fue abandonando la farsa, las normas estúpidas y los ideales que otras personas les habían impuesto para seguir los suyos propios. Cuando Doflamingo salió de la habitación, en su interior solo quedo Smoker junto con un puñado de gente claramente demasiado aterrorizada como para abrir los ojos.

 

Doflamingo sintió su ánimo volver lentamente. Había esperanza como Kidd había dicho. Ahora el único problema era hacer la alianza con los dragones antes de que estos les matasen.

.

.

.

Barbanegra se sentó en la pequeña mesa del despacho esperando a los otros dos hombres. La guerra que se libraba fuera de los muros hacia que la habitación se tambalease sobre sus cimientos y que las miles de decoraciones que allí se exhibían cayesen al suelo hasta romperse en mil pedazos. Jarrones de un valor tal que podrían dar de comer a ciudades enteras, cuadros de famosos pintores e incluso libros y viejos tratados caían al suelo para romperse y destrozarse irremediablemente. Casi como en una parodia de lo que pasaba en el Vaticano.

 

Barbanegra suspiró volviendo a inclinar la botella en su mano, para dar otro largo sorbo del vino barato que esta contenía, sus dedos golpeaban la mesa con un impaciente ritmo, haciendo los pesados anillos de oro en sus dedos tintinearan unos con otros y sacándole aún más de quicio.

 

Otro pequeño golpe sonó en el edificio haciendo que la mesa donde estaba apoyado temblase y las copas se precipitasen al suelo. Teach, cabreado, lanzó la botella contra un viejo Tiziano justo en frente de su silla. Odiaba esperar. Sobre todo odiaba esperar cuando fuera se estaba librando una guerra. El era un hombre de acción, le gustaba someter, matar y ver a aquellas extrañas criaturas retorcerse a sus pies con la mirada plagada de terror. Era lo único para lo que servía, lo único para lo que había nacido.

 

 Desgraciadamente, su habilidad en matar aquellos seres junto con su falta de compasión y una absurda ambición, le habían valido aquel puesto en la orden junto al comandante, su mano derecha.  Barbanegra, había ansiado el puesto por el poder que tenía, por la libertad que otorgaba así junto con la riqueza y prestigio.

 

Desgraciadamente junto con el puesto había llegado la burocracia.

 

Teach odiaba aquellas reuniones junto con los otros dos líderes, Akainu, comandante supremo de la orden, era un fanático enamorado de sí mismo, y Vegapunk, la mano izquierda era un hombre extraño al que era imposible leer. Barbanegra odiaba a aquellos dos, pero como el tercer pilar de la organización no podía simplemente acabar con ellos. Ellos tres formaban las tres patas de la mesa, ellos tres poseían el mismo poder y la misma inteligencia y ambición, no podían simplemente acabar unos con otros, sería un suicidio en todos los sentidos.

 

Por eso Barbanegra esperó en la desierta sala plagada de obras de arte y una única mesa, a que los otros dos llegasen para solucionar una de las mayores crisis de la historia de la orden. Barbanegra esperó a que llegasen y a que Akainu, quien había sido elegido comandante mediante sucios métodos hacía ya varios años atrás, le diese permiso para hacer lo que a él más le gustaba: Asesinar monstruos sin la más mínima consideración.

 

Cuando la puerta de la habitación al fin se abrió y tres figuras entraron en el lugar con paso lento y firme, el hombre gordo de pelo negro y grasiento, casi se empezó a reír feliz. Ya iba siendo hora. Vegapunk, cubierto como siempre de pies a cabeza con túnicas blancas, bufandas de lana gris y gafas que ocultaban su identidad, se sentó enfrente suyo sin decir palabra. Su postura era erguida y perfecta, como una maquina sin el más mínimo defecto, su túnica blanca inmaculada, llevaba el emblema de los exorcistas como el suyo propio bordado en el pecho. Vegapunk era el jefe de la rama científica de la orden, aquella formada por varios científicos de extraña reputación, y como el mejor científico de todos, el hombre era de lo más aséptico, cumplía el código a la perfección, nunca alzaba la voz más de lo necesario y sus palabras siempre carecían de la más mínima emoción.

 

Vegapunk era lo opuesto a él en todos los sentidos. Barbanegra se dejaba guiar por la fuerza bruta, el instinto y las emociones que a duras penas conseguía suprimir lo suficiente como exigía el código. Vegapunk en cambio tomaba decisiones basadas en razonamientos lógicos, tras la meditación y un profundo estudio, nunca usaba la fuerza sino la inteligencia, y desde que le había conocido, Teach nunca le había visto siquiera sonreír.

 

Ellos eran los dos opuestos, las dos caras de la moneda. Akainu sin embargo era el centro. Rodeando la larga mesa rectangular, el viejo comandante tomo su puesto en el centro, con cuidado, mirándoles durante un momento a ambos y ignorando los terremotos que sacudían el edificio y todo lo que había dentro, como un león tomando su trono sabiendo que no hay nada que pueda con él.

 

La tercera figura que había entrado por la puerta se situó a la espalda del comandante, guardándola, protegiéndola. Trafalgar Law, la nueva leyenda de la orden, puso los pelos de punta a Teach de una sola mirada.

 

Teach conocía al chico. Él mismo había sido quien hacia veinte años se había dirigido a una remota población de Finlandia, casi al borde del círculo polar Ártico, en la región más remota del mundo, para encontrar al hijo de Akainu y traidor a la orden. Había sido él quien, en mitad de la noche y junto con sus hombres, había asaltado la pequeña casa de madera alejada del pueblo, y había matado al padre y a la madre embaraza del chico.

 

Akainu aun recordaba los gritos de aquella noche, aun recordaba a la mujer retorciéndose intentando proteger al niño, la sangre, el llanto del chico de seis años. Aquella matanza había sido la única pelea, que pesaba en la mente de Barbanegra. La única de la que se arrepentía. El mataba monstruos, pesadillas y criaturas que merecían morir, sin embargo, cuando había atravesado el pecho a aquella mujer arrodillada en el suelo e indefensa, Barbanegra había sabido que aquello se convertiría en su pesadilla personal.

 

Una cosa era matar monstruos, otra muy distinta era acabar con personas inocentes e indefensas.

 

Por eso había sido incapaz de matar al chico. Las órdenes de Akainu habían sido claras, aniquilar a toda la familia, pero después de acabar con los padres, Teach había sido incapaz de hacer lo mismo con el chico en shock, que miraba llorando a los cuerpos sin vida de sus padres. Ninguno de sus hombres había emitido queja alguna cuando el Teach había tomado al niño y se lo había llevado consigo a Italia desobedeciendo las órdenes del comandante.

 

Aquella noche seria recordada por todos y cada uno de los presentes, y también les serviría como ejemplo por si pensaban siquiera en traicionar a sus hermanos.

 

Aquella misión en la fría nieve del norte le había costado la confianza de Akainu, el mayor la había hecho pagar largamente su desobediencia, pero Teach también había aprendido lo cruel que el comandante podía llegar a ser. Barbanegra había tenido problemas matando a una mujer que no conocía de nada, pero el Akainu no había tenido el más mínimo reparo en condenar a muerte a toda su familia.

 

Desde entonces Law le había odiado, al principio abiertamente, incluso había intentado asesinarle cuando aún era un crio, pero con los años, y según iba acatando el código, había aprendido a controlarse. La mirada de odio siempre seguiría presente, pero Barbanegra había aprendido a convivir con ella.

 

Akainu había aceptado a Law a regañadientes entonces en la orden, Teach sabía que había intentado matarle en el entrenamiento junto con Corazón, el peor de todos los instructores. El chico suponía una vergüenza para Akainu, para su estirpe, Law hijo de un hereje, de un traidor. Pero curiosamente para Teach el joven rápidamente se convirtió en su redención. Había matado a la madre, sí, pero por lo menos había conseguido salvar al niño. El verle crecer, el verle superar los obstáculos que Akainu le ponía día tras día, le daban una extraña felicidad, un extraño orgullo. Hacía que las pesadillas y el remordimiento desaparecieran, le hacían tener una extraña esperanza.

 

O al menos así había sido hasta el día de hoy cuando por fin había vuelto a ver al chico tras la reeducación. Ahora Akainu sonreía orgulloso y el temblaba de terror.

 

Los ojos del chico estaban totalmente vacios. Ni odio, ni resentimiento ni nada. Simplemente estaban vacíos. Muertos.

 

Barbanegra sintió la última parte humana que le quedaba derrumbarse ante aquel último descubrimiento. Aquel chico había sido lo único que había mantenido las pesadillas a raya, el chico le había demostrado que aun podía haber esperanza en el mundo. Pero el chico ahora había desaparecido y solo había quedado una cascara vacía de lo que había sido. Ya no había esperanza, ya no había nada que mereciese la pena.

 

Con una curiosa y tranquila resignación Teach aceptó y observó el mundo tal y como era por primera vez en mucho tiempo, un negro pozo lleno de ambición y codicia donde todo lo bueno sucumbía bajo el manto de oscuridad. Habían corrompido el mundo. Cuando los seres humanos habían llegado con su afán de poder y su estúpida arrogancia, habían aniquilado a sus enemigos como habían aniquilado todo lo bueno de este mundo.

 

Barbanegra se sentía estúpidamente vacío por dentro. Frio, demasiado frio.

 

—Os he convocado aquí para tratar el problema que, como podéis apreciar, está arrasando nuestra ciudad—empezó Akainu la reunión sin percatarse de lo que pasaba por la mente de su subordinado.

 

Vegapunk como siempre no hizo ningún comentario al respecto, el hombre siempre permanecía callado a menos que alguien exigiese de él una respuesta específica, o que el propio hombre decidiese que necesitaba comentar algo importante. Barbanegra tampoco habló, aunque él por distintas razones al del viejo científico.

 

—Tenemos que trazar rápidamente una estrategia para contener a las criaturas y mantener a salvo nuestro patrimonio antes de que el daño pueda ser irreparable—siguió el anciano apoyando un mapa detallado de Roma sobre la mesa y mostrándoselo a los otros dos – actualmente han sitiado la ciudad. Varios mensajeros me han comentado que las rutas de escape tanto por mar como por tierra han quedado destruidas, por lo que no podemos pedir ayuda a nuestro vecinos de Florencia o Nápoles… había pensado utilizar las nuevas armas que diseñaste el otro día en la Pliazza di Spagna y Navona donde parece que los alterados son mayores…—

 

—Aún no está listas—comento rápidamente Vegapunk refiriéndose a las armas.

 

Akainu solo sonrió aún más satisfecho.

 

—Mejor aún, me gustaría ver que son capaces de hacer cuando les estalle semejante bomba de energía en la cara—

 

Barbanegra ni siquiera pudo reír como solía hacer al imaginarse aquellos monstruos volando por los aires partidos por la mitad y rociando las escalinatas y estatuas de las plazas con sangre y gritos. Barbanegra solo se quedó en  un extraño estado de shock tras contemplar a Law, mientras los otros dos discutían planes de batalla y Barbanegra les escuchaba sin realmente prestarles atención.

 

Aunque tampoco era como si su inteligencia se necesitase para aquella empresa, él era la mano que daba el golpe, no el cerebro que pensaba donde y cuando. Desde hacía años se había conformado solo con acatar órdenes y regocijarse en el sufrimiento ajeno. Tal vez tenía que haber cambado de opinión antes, a lo mejor hubiste evitado la masacre que ocurría ahora. Sin embargo, ahora, sin dique de contención que contuviese los remordimientos, todo se le estaba viniendo encima.

 

Durante horas los otros dos discutieron planes de ataque y mil estrategias solos en la sala de altos techos y grandes ventanales  iluminados con el fuego de Roma ardiendo. Ambos repasaron el plano en la enorme mesa, trazaron mil estrategias, mil planes contra las feroces criaturas.

 

Barbanegra solo se mantuvo  en silencio asimilando todo lo que había hecho.

 

Fue entonces, cuando su cuerpo se había quedado paralizado al igual que su mente, que un fuerte portazo le sacó de su estupor. Un mensajero, no el de pecas de siempre, sino otro mucho más delgado y estúpido que claramente no iba a sobrevivir mucho en la orden, entró en la sala con cara de pánico.

 

—¿Qué haces aquí? Esta es una reunión secreta, comente a los guardias expresamente que no dejaran pasar a nadie—empezó Akainu levantándose de la mesa y dirigiéndose al chico con una clara intención asesina en su postura. Con Law al instante, persiguiéndole detrás.

 

Teach se dio cuenta de que el hombre estaba en su límite, tenía una fría rabia contenida en cada paso en cada gesto. Akainu estaba de mal humor, su postura tensa, su ceño más fruncido de lo habitual e incluso su túnica parecía más arrugada de lo habitual. Claramente no iba a tolerar el más mínimo fallo en sus planes después de todo lo que había pasado. Para un hombre tan perfeccionista, tan controlador, la declaración de guerra del dragón y el posterior y brutal ataque, debían haber sido demasiado para él.

 

—Señor, se han ido—dijo el chico cayendo de rodillas aterrorizado a los pies del comandante—los exorcistas, Doflamingo se los ha llevado—gritaba el chico histérico—dicen que quieren aliarse con los dragones, que no aceptan sus órdenes y métodos—

 

La cara de Akainu fue una que puso los pelos de punta a todos los presentes. De nuevo un fallo en sus planes, de nuevo una desobediencia, de nuevo su control desapareciendo en la nada. Sin decir nada, con la más fría tranquilidad del mundo, Akainu levanto una mano y la poso en la cabeza del chico arrodillado y al borde del llanto, murmurando un viejo y prohibido conjuro.

 

Al instante siguiente el cerebro del chico se esparcía por la carísima alfombra de terciopelo rojo con el emblema de la orden bordado. Dándose la vuelta entonces rápidamente,  el viejo hombre cruzó la cara de Trafalgar, aun parado a su espalda, de una fuerte bofetada que le hizo retroceder varios pasos por la inercia.

 

—Esto es culpa tuya—susurró entre dientes en anciano—tú corrompiste a los gemelos, tú has traído la desgracia a la orden, te tenía que haber matado cuando ese idiota te trajo aquí—

 

Law, quieto a varios pasos, no soltó el más mínimo quejido, ni la más mínima mueca de dolor surco su cara mientras la piel de su mejilla al instante enrojecía en lo que pronto de convertiría en un morado moratón. Con la voz fría como el hielo, sin la más mínima emoción en su entonación, el chico se inclinó para responder a su comandante.

 

—Lo lamento señor—

 

Barbanegra quiso vomitar, Vegapunk miraba al chico con fascinación mientras el orgullo que antes había estado en la mirada de Akainu rápidamente volvía a convertirse en odio. Como siempre culpando a otros menos a el mismo.

 

Como siempre haciendo pagar a su sobrino, aunque él no hubiese tenido nada que ver.

 

Akainu siempre había odiado a Law. Por lo que representaba (la rebelión, la libertad, el honor), por lo que era (el hijo de un traidor y su nieto). No importaba lo útil que le pudiera ser, no importaba lo mucho que ya hubiese torturado al chico, o lo mucho que ya le hubiese destruido. Barbanegra sabía que para el comandante nunca sería suficiente.

 

Por qué Law había sobrevivido. Una y otra y otra vez. No importaba lo que le hiciese, Law siempre seguía adelante. Law estaba vivo.

 

Aquel había sido el único fallo durante varios años en la vida del comandante. El único patrón incorrecto dentro de su perfecto plan, el único engranaje que se negaba a encajar. Law siempre se había revelado, siempre le había recordado la debilidad de su propia carne, siempre le había recordado el fracaso. Akainu odiaba fracasar, odiaba no controlar a todo a su antojo. Y curiosamente todo lo que había ido al traste últimamente estaba de una forma u otro relacionado con aquel chico.

 

—Cuando todo esto acabe, cuando tenga el mundo en mi mano, me divertiré matándole lentamente—dijo Akainu por lo bajo de nuevo alzando una mano para acariciar la mejilla roja del chico con una extraña locura en sus ojos –a ti y a ese dragón tuyo—

 

Barbanegra sabía desde hacía años que el chico un día acabaría muerto a manos de su obsesivo abuelo. Era tan claro como el agua. Barbanegra había esperado que el chico le matase antes, que consiguiese escapar a los trucos del anciano, desgraciadamente los acontecimientos habían tomado otro rumbo mucho más macabro.

 

—Si es eso lo que ordenáis señor, me quitare la vida como deseáis—contestó como una entrenada marioneta el joven sin apartar su cara de los dedos de su abuelo que ahora arañaban la delicada piel de su cara con rabia dejando marcas rojas sangrantes.

 

Akainu sonrió maniáticamente mientras su mano cubierta de sangre bajaba al cuello del chico delicadamente, riéndose por su respuesta. Era un juguete, un arma, lo que Akainu quisiese que fuese. Nadia podía hacer nada para impedírselo.

 

Barbanegra fue incapaz de seguir contemplando la escena y tuvo que apartar la mirada.

 

 

Notas finales:

Bueno, se que no estan pasando muchas cosas ultimamente y que esta un poco aburrido, pero queria contar la historia de Law de como entro en la orden y mostrar como Akainu va cayendo lentamente en la locura. 

No os puedo decir la verdad cuando podre actualizar de nuevo por que estoy bastante liada y luego puede que me ponga mala de nuevo o vete tu a saber que y tarde otros tres siglos en actualizar.

Sorry. 


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