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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno, pues aqui estoy de nuevo, no os quejareis que ultimamente os cuelgo los caps cada pocas semanas apesar del estres que tengo encima XD

En fin, me gustaria agradecerle este cap a catyuffie por su increible fan art marcoAce que podeis encontrar aqui (http://catyuffie.tumblr.com/post/140569921234/ignis-draco-uno-de-los-mejores-fanfics-que-he ), muchas gracias guapa.

Espero que os guste~

La gran cúpula se alzaba en lo alto oscura y perfecta, hasta el pequeño tragaluz por donde entraba la dorada luz del amanecer Romano, haciendo que la sala fuese un círculo perfecto  de luces y sombras. Allí antiguamente se habían erigido las imponentes estatuas de los dioses paganos, el panteón de los dioses, las criaturas que los humanos habían considerado dioses antes de volverse contra ellas. El edificio hacia siglos había estado decorado con viejas y preciosas pinturas en las paredes, decoradas con oro, dignas de la civilización más grande que el mundo nunca había conocido, las lámparas de aceite iluminaban las imponentes estatuas con un extraño brillo dorado que parecía darles vida en cada ritual que allí se organizaba.

 

Ahora el viejo edificio en cambio parecía a punto de venirse abajo. Las paredes habían quedado desnudas de las antiguas pinturas hasta exponer la fría piedra gris de debajo, las estatuas habían sido destruidas y remplazadas por cruces y tumbas de viejas leyendas que apenas podían emular a las de los antiguos dioses, decoradas con ofrendas de sus devotos. El Panteón, antigua casa de dioses, había perdido toda su gloria hasta convertirse en un común templo humano, casi una muda burla de lo que también les había ocurrido a ellos.

 

Puede que fuera, sus amigos y su gente estuviese plantándoles cara a la raza humana que intentaba aniquilarles, puede que de alguna extraña manera ganasen esta batalla y recuperasen de nuevo su lugar en el mundo, pero Kidd sabía desde hacía siglos, que lentamente estaban perdiendo la guerra a largo plazo. Antiguamente los humanos ni siquiera habrían osado alzarse contra ellos, poderosas criaturas con poderes divinos, hacía siglos los curas le habrían devuelto a Law al instante en cuanto Kidd hubiese entrado en el Vaticano rugiendo, temerosos de que acabasen con su vida. Antes, habían sido poderosos, habían tenido el mundo en sus manos.

 

Pero sus filas estaban disminuyendo, su magia se estaba extinguiendo año tras año, lentamente iban pereciendo uno tras otro sin que pudiesen hacer nada por evitarlo, hacia siglos que no nacían cachorros, hacia siglos que muchas especies habían perdido incluso a sus hembras o machos. Era como si el mundo les estuviese olvidando, como si la vieja madre tierra ya no necesitase de la magia. Iban perdiendo el poder, iban perdiendo el control sobre los viejos y poderosos hechizos, su cultura, antes milenaria y plagada de conocimiento, iba extinguiéndose como el humo de una hoguera apagada. La propia raza de Kidd podía contarse ya con los dedos de la mano. Antiguamente habían sido dioses, ahora no quedaban más que leyendas.

 

Kidd observó a su pareja parada en las propias filas enemigas, mirándole como si las semanas que habían compartido juntos también hubiesen sido una leyenda que olvidar para afrontar al fin la cruda realidad. La magia y la vida también habían desaparecido de sus increíbles ojos grises. Kidd había organizado esta guerra justo por él, para salvarle, estaba haciendo que lo poco que quedaba de su gente pereciese en aquel conflicto innecesario, diezmando sus filas aún más y haciéndoles perder aún más poder, por algo que ni siquiera sabía si podría recuperar.

 

Law podría no volver nunca.

 

Pero tampoco podía rendirse. Como Killer había dicho, no había otra opción, no tenían otro camino que seguir, no podían seguir permitiendo la masacre, necesitaban recuperar su lugar. Esta guerra sería su carta de despedida si morían en el ataque, su adiós al mundo que les había creado para torturarles durante siglos en una cruel broma. Pero si morían, Kidd pensaba marcharse con la cabeza bien alta, llevándose a miles de humanos con él al otro mundo en el mensaje más claro que podían mandar a aquellas arrogantes criaturas: no sois los más fuertes ni lo seréis nunca.

 

Si ganaban en cambio la cosa sería distinta. Si ganaban, recuperarían su pequeño lugar en el mundo, se demostrarían a sí mismos que seguían teniendo la fuerza de antaño, volverían a tener esperanza por recuperar su cultura, por dejar de esconderse y temer a los estúpidos humanos. Si ganaban, Kidd recuperaría a Law, recuperaría su vida, sería feliz.

 

 Todo se decidiría en esta última batalla.

 

—¿Qué es lo que quieres?—preguntó entonces Kidd apartando la mirada de su adorada pareja para posarla en su enemigo de pelo blanco y apariencia débil quien le había convocado a aquel lugar en el centro de la ciudad Romana.

 

Kidd no sabía por qué el otro le había llamado ahora, su mensaje había sido claro: o se rendía y le devolvía lo que era suyo, o el anciano perecería con su querida ciudad. Hablar a estas alturas del combate sobre planes de ataque, amenazarse de nuevo cuando sus soldados peleaban afuera, sería absurdo, por lo tanto, ¿iba de verdad a rendirse el mayor?

 

El anciano, sin embargo, en vez de demostrar la sumisión que demostraría alguien a punto de abdicar, solo sonrío de medio lado sin el más mínimo temor en sus ojos, claramente pensando en una nueva estrategia que estaba preocupaba al viejo dragón. ¿Qué pensaba hacer si no iba a rendirse? No podía atacarle, no podría con un dragón él solo ¿Qué nueva opción había descubierto?

 

Kidd nunca había conocido a alguien tan mezquino y horrible como aquel hombre en todos sus siglos de vida, alguien sin los más mínimos escrúpulos y sin la más mínima piedad. Ni siquiera el rey del infierno conseguiría llegar a tales extremos. La sangre se congelaba en las venas solamente de escuchar su nombre, era como si la propia rencarnación del diablo de repente apareciese delante suyo. A Kidd aquello le daba una mala sensación, pero tampoco podía no presentarse a aquella reunión, sobre todo cuando había leído que su pareja estaría presente.  

 

Kidd había querido ver a Law por encima de todo.

 

—Quiero negociar los términos de tu rendición—dijo al fin el hombre con la voz plagada de odio y repugnancia, como si la mera presencia del pelirrojo en el mundo fuese algo que necesitase ser eliminado inmediatamente.

 

Kidd frunció el ceño y simplemente se quedó sin palabras. ¿En serio? Sus propios hombres le habían traicionado, su ciudad estaba prácticamente en ruinas, las criaturas estaban aniquilando a sus hombres ¿y el viejo comandante quería que fuese Kidd quien se rindiese?

 

—No nos vamos a rendir—dijo Kidd con voz cabreada, recalcando lo evidente y totalmente extrañado ante las palabras de su enemigo.

 

Akainu entonces estalló en carcajadas altas y potentes, como riéndose ante una broma interna, como si Kidd fuese idiota. Las carcajadas resonaron en las desnudas paredes del templo con un eco macabro, en medio del tenso silencio que de repente reinaba dentro del templo.

 

Kidd observo a Doflamingo aferrar su espada a su derecha y a Killer a su otro lado tensarse, preparado para pelear en cuanto Kidd diese la orden. Kidd por su cuenta también apretó los puños sintiendo su rabia crecer por momentos ante una muestra tan clara de desprecio.

 

—Si no te rindes, morirás, chico—dijo el viejo hombre al cabo de un rato, aún sonriendo divertido –si yo fuera tú, sería inteligente y me sometería, no tienes ni la más mínima posibilidad contra mí—

 

Kidd entonces abrió los ojos sorprendido. Era verdad, el anciano pensaba que podía con él. A pesar de haber destruido su maldita ciudad, a pesar de que su propia gente le hubiese traicionado para aliarse con Kidd, el anciano pensaba que aún podría derrotarles. ¿Cuán arrogante podía alguien ser? ¿Cuán ciego podía estar? ¿Cuánta sangre inocente debía ser derramada para que abriese los ojos?

 

Kidd vio entonces claro que el anciano no se iba a rendir. Hiciese lo que hiciese, pasase lo que pasase, era demasiado arrogante como para hacerlo.

 

Akainu tenía que morir.

 

Apretando los puños a ambos lado de su cuerpo y frunciendo el ceño en una mueca de rabia, Kidd rugió sus siguientes palabras haciendo que el suelo y el edificio temblasen bajo sus pies como una profecía del apocalipsis.

 

— ¡No nos vamos a rendir!—gritó el dragón mientras las velas del altar caían al suelo prendiendo al instante en llamas la vieja alfombra de terciopelo rojo en el suelo y transformando al instante la escena en lo que realmente era: un campo de batalla, el cementerio del viejo hombre.

 

Sin embargo, el anciano, en vez de sorprenderse por su respuesta, solo sonrió más ampliamente, como si justamente hubiese esperado esa respuesta, como si Kidd hubiese caído en la trampa y le hubiese dado el motivo necesario para matarle. Akainu, alzando entonces una mano llena de dorados anillos con rubíes y escudos santos, la bajo en un gesto rápido, murmurando aquellas únicas palabras con satisfacción.

 

Como si fuese lo único por lo que hubiese estado esperando.

 

—Barbanegra, Law, matadles—fue su única orden, clara, concisa, casi saboreando la brutal orden.

 

El caos estalló al instante en el templo.

 

El hombre gordo de pelo negro a la izquierda del comandante, al instante se abalanzó sobre Killer con una mirada casi emocionada, como si aquello hubiese estado planeado desde el principio. Dándole a Killer meros segundos para reaccionar a los pesados puños desnudos del humano, impregnados con un extraño hechizo de magia negra que levantaba corrientes de aire cada vez que el hombre los agitaba. Pero Law, Law simplemente se abalanzó a por el pelirrojo sin la más mínima duda en su mirada, como si el pelirrojo fuese el único objetivo que Akainu le hubiese ordenado eliminar, dispuesto a matar a su otra mitad sin el más mínimo remordimiento a pesar de saber que aquello acabaría también con su propia vida.

 

Kidd entonces vio a la perfección el plan de Akainu, el macabro plan de aquel hombre: les haría pelear, día tras día noche tras noche, hasta que el dragón no pudiese más e, incapaz de matar a su pareja, acabase dejando que Law le matase a él, hasta que Law después muriese debido al vínculo que compartían.

 

Se matarían el uno al otro incapaz de hacer nada por evitarlo.

 

Kidd se quedó paralizado al asimilar la situación. Doflamingo al instante intentó ayudar al pelirrojo, e interponerse entre la espada de Law y el cuello de Kidd, pero soltando un grito de dolor, el rubio rápidamente cayó al suelo aferrándose un hombro que comenzaba a sangrar. Akainu sonriendo volvió a apuntarle a la cabeza con una pistola aun humeante en su mano y una mirada macabra dispuesto a disparar una segunda vez.

 

—No traidor, tú no le vas a ayudar—dijo el anciano con odio, acercándose al rubio jadeante e inundando el suelo de sangre –el dragón va a morir, y lo hará a manos de su querida puta como se merece—dijo casi con burla.

 

Kidd seguía paralizado. El hecho de ver a Law acercarse a él con una espada entre sus manos claramente dispuesto a acabar con su vida, solo anulaba su mente. Su pareja quería su vida. Su instinto le gritaba que se la diese, pero su mente racional en cambio le gritaba que aquella persona ya no era su pareja que ya no quedaba absolutamente nada de ella.

 

Con un grito de dolor, Kidd al final se apartó en el último momento de la trayectoria de la espada, esquivando del mortal golpe tanto a su mente como a su cuerpo. Kidd se sentía entumecido, cansado, demasiado estresado como para poder pelear al fin un combate.

 

Law sin embargo al instante se dio la vuelta y volvió a cargar contra él con la espada en alto y la cara relajada totalmente vacía. Prácticamente parecía una marioneta siendo movida por hilos invisibles, sin voluntad, sin la pasión que antes le había recorrido. Kidd retrocedió en el caos que de repente inundaba el edificio mientras simplemente su mente se negaba a asimilar aquello. Law no podía estar realmente muerto, Kidd se negaba a rendirse con su otra mitad, tenía que haber una forma de traerle de vuelta ¿Pero cuál? ¡¿Cuál?!.

 

—Law—intentó el dragón llamarle con voz débil y confusa, mientras su pareja de nuevo intentaba alcanzarle para rebanarle con la enorme espada de brillante filo.

 

El moreno sin embargo no respondió en lo más mínimo a su llamada, como si el pelirrojo no estuviese allí, como si no pudiese entenderle o simplemente sus palabras careciesen de importancia. Law simplemente siguió intentando atacarle como Akainu le había ordenado. Cada vez acercándose más, cada vez leyendo mejor los ataques del pelirrojo y acercándole a su muerte. Su pareja había sido siempre tan hábil a la hora de aprender, de entrenar, incluso ahora, a las puertas de la muerte, Kidd no podía dejar de maravillarse por lo que Law era.

 

—Law—volvió  a llamarle el pelirrojo, esta vez más alto, más fuerte, más tenso.

 

Kidd necesitaba recuperarle, necesitaba demostrarse a sí mismo que Law seguía allí, que podía salvarle, que no estaba todo perdido, necesitaba entender que todo aquello, tanta muerte, tanto sufrimiento, estaba siendo por algo que merecía la pena.

 

Cuando Law siguió ignorándole, sin siquiera mirarle a los ojos, Kidd rugió bajo en el templo comenzando a cabrearse. Esquivando otro sablazo, atrapó entonces uno de los brazos de Law y le empujó contra su cuerpo en un movimiento rápido, inmovilizando a su pareja contra su pecho y apresando su cuello entre sus manos en un silencioso aviso. No iba a hacer daño a su pareja, nunca, pero necesitaba tener un mínimo de control, necesitaba que Law dejase de atacarle durante un momento para poder pensar.

 

Fue entonces, sintiendo a su pareja contra su cuerpo, con su aroma envolviéndole de nuevo, con su calor contrastando contra el suyo propio, y con sus dedos acariciando la suave piel morena del elegante cuello, que la mente del dragón, en vez de aclararse dejo de funcionar. Totalmente necesitado que su pareja después de semanas sin verle, después de pensar que le había perdido y que todo había acabado para él, Kidd gimoteó lastimeramente con su pareja al fin entre sus brazos, y restregó su mejilla contra el oscuro y suave pelo del menor necesitando de nuevo sentirle.

 

—Law—lloriqueó el dragón, temblando ante aquel mínimo contacto, ante lo increíble que era tener a su pareja a su lado de nuevo durante el más corto momento –Law, Law—no pudo evitar repetir el precioso nombre del otro, como si aquello fuese su salvación –Law por favor respóndeme—

 

Cuando sus dedos rozaron la vieja marca del mordisco en el cuello del chico, aquella que nunca podría curarse del todo no importaba lo que ocurriese, las pócimas que tomase o lo que moreno hiciese para arrancársela, Kidd casi cayó de rodillas allí mismo como si le hubiesen golpeado en la boca del estómago. Demasiado aturdido por el instinto que de nuevo rugía dentro suyo y tomaba control de nuevo. Quería morderle, otra vez, oh dios, necesitaba morderle tan desesperadamente que si no lo hacía iba a morir.

 

Sin embargo, gracias a su mente distraída, el viejo dragón no pudo escuchar los suaves murmullos que salían de los perfectos labios de su pareja hasta que fue demasiado tarde. Cuando una potente honda de un hechizo choco contra su cuerpo lanzándole varios metros lejos del exorcista Kidd se dio cuenta de su error.

 

Aun así no pudo evitar rugir de ira ante la pérdida de contacto con el moreno. Con su humano.

 

—No tengo nada que decirte monstruo—dijo Law entonces con voz muerta y sin tono mientras recobraba el equilibrio el también y de nuevo se volvía a abalanzar sobre él.

 

Kidd inmediatamente volvió a esquivar al moreno con esfuerzo. Aquella era la peor de las torturas. Tenía a Law enfrente de él pero no podía tocarle, tenía a un enemigo enfrente de él pero no podía acabar con él. Akainu realmente había planeado esto a la perfección, sabiendo que el dragón no podría acabar con Law, sabiendo que Law no pararía hasta acabar con el dragón.

 

Kidd sin embargo se negó  a rendirse. Tenía que haber una forma, una jodida forma de recuperarle.

 

— ¿Por qué me atacas? ¿No eres mi pareja? ¿No nos debemos cuidar mutuamente? -- preguntó el dragón de nuevo intentando entonces hacerle recordar, intentando devolverle las emociones que el moreno había olvidado.

 

—No—respondió sin embargo el moreno mientras su espada rozaba su piel sin parar de atacarle.

 

A su alrededor el pequeño templo había acabado inundado en llamas, las viejas estatuas le miraban macabramente entre las oscuras sombras, y el pequeño tragaluz en el techo parecía no ser capaz de eliminar todo el humo que inundaba la estancia. Aquel lugar no tardaría mucho en derrumbarse.

 

Doflamingo con la enorme herida en su hombro intentaba plantarle cara a Akainu, claramente buscando darle tiempo a Kidd para hablar con Law, para recuperarle, pero el viejo dragón sabía que el rubio no podría aguantar mucho más. Akainu se estaba aprovechando de la debilidad del rubio y a cada segundo lanzaba un nuevo ataque y un nuevo hechizo contra el rubio arrodillado en el suelo desangrándose terriblemente.

 

Killer por otra parte parecía está ganando su propia batalla lentamente. El cambiante se había transformado en su otra mitad, en su verdadera forma. Su melena antes rubia se había transformado ahora en el pelaje de un enorme leopardo negro con manchas rojo sangre, y con garras y dientes que no tenían nada que envidiar a los del propio dragón, se abalanzaba encima del pobre humano al que sacaba una cabeza. El rechoncho y viejo hombre estaba aguantando a duras penas, pero Kidd sabía que solo era cuestión de tiempo que pereciese bajo las garras de su amigo.

 

Kidd jadeó entre el espeso humo negro del lugar y solo miró a su pareja quien ahora le rodeaba en un círculo perfecto intentando buscar un punto débil al escudo que Kidd había trazado en torno suyo buscando un mínimo momento para pensar. Tenía que pensar. Tenía que acabar con esto.

 

—¿Entonces todo ha sido una mentira?—preguntó intentando distraerle, intentando esperar a que Killer acabase su pelea, ayudase a Doflamingo y entre los tres pudiesen contener a Law sin herirle en lo más mínimo.

 

Kidd podía transformarse, podía usar su magia y acabar con aquella estúpida pelea, pero no podía hacer daño a Law. Kidd podía acabar con la guerra, destruir aquel templo donde el comandante enemigo a duras penas libraba su batalla, podía acabar con las muertes y aquel sufrimiento en un momento, pero no quería perder a su pareja. Ganar la batalla sería estúpido si no conseguía a Law.

 

—Sí—volvió a responder Law, claramente mintiendo pero aun así rompiéndole una parte de su propia alma con aquella única palabra muerta y sin vida.

 

Esta pelea estaba pudiendo con el mentalmente. No solo por pelear contra Law en una lucha que nunca se hubiese imaginado, sino porque los golpes de Law realmente estaban destinados a matarle. Como si lo que dijese fuese en serio, como si realmente ahora no significase nada para Law, como si se hubiese olvidado de todo. Kidd no sabía si le habían hecho olvidarlo, si le habían cambiado los recuerdos o si el hecho de destruir sus emociones ahora también había destruido las de sus recuerdos, pero el sólo pensar en aquello le aterrorizaba.

 

Kidd se obligaba a confiar, se obligaba a creer en Law, pero golpe tras golpe, pregunta tras pregunta, su mente iba a deshaciéndose en añicos. Si Kidd no esquivase los golpes realmente Law le hubiese matado ya mil veces, si Kidd no murmurase contrahechizos a los ataques de Law, sus sesos ahora estarían esparcidos por el suelo.

 

Kidd solo se estaba defendiendo de los ataques del moreno, pero con cada nuevo golpe Kidd sentía sus fuerzas desvanecerse, su voluntad desaparecer golpe tras golpe. Su instinto le gritaba que se matase si era lo que su pareja deseaba, su mente racional cada vez tenía menos fuerzas para resistirse.

 

—¿Aquella primera vez en tu habitación después de la pelea tampoco significó nada?—preguntó Kidd castigándose a sí mismo —¿Cuando hicimos la comida juntos al día siguiente? ¿Cuando me besabas? ¿No significo absolutamente nada?—

 

—No— siguió Law con aquel tono frio –nunca lo hizo, soy un exorcista, no siento nada—

 

Creak. Kidd casi podía escuchar otro pedazo de su mente resquebrajándose con cada palabra de su otra mitad. Con cada recuerdo ennegrecido con otra mentira de aquellos preciosos labios, al ver como de nuevo su pareja había desaparecido bajo el frío código de su organización.

 

—¿Y el tesoro que te regale?— preguntó de nuevo recordando uno de sus recuerdos preferidos, aquel con el que Law había comenzado a cambiar, aquel con el que Law le había comenzado a responder igual de desesperado. Su última esperanza.

 

—¿Te refieres al tesoro que robaste? ¿Por qué iba a querer joyas manchadas con la sangre de mi gente?—

 

Creak. Kidd apenas podía mantenerse de pie con el dolor que de repente le invadía.

 

—¿Lo que me dijiste la última noche antes de que te secuestraran?—

 

—Mentira— respondía Law sin piedad, sin la más mínima pizca de compasión.

 

Cash. La mente del pelirrojo dejo de funcionar. Su pareja no le quería, su pareja le había olvidado. Aturdido Kidd miró a sus compañeros, pero tanto Killer como Doflamingo seguían luchando sus propias batallas. No le iban a ayudar, no había más tiempo. Todo se había acabado.

 

Estaba solo. Siempre había estado solo.

 

—¿Realmente quieres matarme?—preguntó el legendario dragón al borde del colapso, con la cabeza baja sin atreverse a mirar a su pareja, quien durante su conversación había se había quedado quieta aguardando a que Kidd deshiciese el hechizo de protección.

 

—Si—respondió al instante, sin dudas, sin remordimientos. Solo una fría y dura confirmación.

 

Su pareja quería su muerte. Después de semanas separados, después de pelear guerras, de arrasar imperios sólo por verle de nuevo, lo único que su pareja quería era verle muerto. La mente de Kidd estaba demasiado necesitada por complacer a su otra mitad, por verla feliz después de tanto sufrimiento. Kidd solo quería volver a verle sorprenderse, reír, sonreírle.

 

Law le quería muerto.

 

Cayendo de rodillas en el suelo Kidd, deshaciendo al fin el hechizo de protección, quedando totalmente indefenso, alzó la cabeza y miró a Law con cara seria y desesperada. Era lo que Law quería, era lo que él era incapaz de negarle.

 

—Como quieras—dijo alzando los brazos en señal de rendición, dispuesto a morir por Law si era lo que este quería.

 

Law al instante se abalanzó hacia él con la espada en alto sin la más mínima emoción en su cara. Sin alegría por la victoria, ni dolor por la muerte de un ser querido. Nada. Solo aquellos preciosos ojos grises mirándole como dos puñales de hielo dispuestos a cumplir la orden de su superior.

 

Cuando Kidd cerró los ojos antes de que la espada le golpease pensó que, al menos, era una buena muerte.  Iba a morir a manos de su otra mitad, observando aquello que más quería en este mundo. Ahora que el vínculo había quedado reducido a la más mínima conexión, Law seguramente sobreviviría y, tal vez, con su muerte, recuperaría la cordura. Killer cuidaría bien del moreno por él, al igual que Doflamingo, Shanks y el resto, protegerían a su pareja, Law estaría bien.

 

Kidd no tenía el más mínimo remordimiento, aquello era lo que debía hacer, su último sacrificio por Law.

 

Cuando la espada rozaba ya su cuello en un golpe mortal, cuando Doflamingo y Killer gritaban su nombre sin creerse lo que veían sus ojos, una enorme sacudida, seguramente fruto de los ataques de los dragones peleando fuera, sacudió el edificio haciendo que Kidd cayese hacia un lado perdiendo su balance.

 

La brillante espada de Law, se movió de su mortal posición, pero al final acabó el fatídico movimiento.

 

Kidd gritó de dolor cayendo al suelo, mientras su visión se volvía roja en el lado izquierdo y mientras un intenso dolor le hacía doblarse por la mitad en el ensangrentado y sucio suelo.  

 

Su brazo yacía ahora muerto enfrente de su cuerpo, aún con el brazalete que le había regalado a Law decorando su muñeca.

 

 


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