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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Por favor no me odieis, lo siento mucho.

 

El Vesubio era uno de los volcanes más conocidos en todo el mundo. Aunque no fuese el más grande, aunque sus erupciones no estuviesen dentro de las más fatales de la historia, el hecho de que los estúpidos humanos viviesen al pie de la bestia dormida y fuesen aniquilados erupción tras erupción, le había dado una inmerecida leyenda negra al pequeño monte.

 

Kidd sobrevoló el famoso volcán mientras la brillante ciudad de Nápoles brillaba a su lado con las aguas del mar mediterráneo lamiendo sus pequeñas playas de arena blanca. A parte de la enorme ciudad, había otras ciudades alrededor del volcán, pequeños pueblos, e incluso campos de cultivo donde los agricultores aprovechaban la rica tierra volcánica para plantar sus vides y olivos.

 

Kidd apretó los dientes enfadado. Nunca aprenderían. Los humanos y su estúpida arrogancia.  Creían ser capaces incluso de aguantar el embate de las fuerzas de la naturaleza sin el más mínimo problema. Tornados, tsunamis e incluso las grandes fallas volcánicas, la raza humana había dominado los lugares más peligrosos del planeta en su afán de poder sin tener en cuenta las consecuencias. Los antiguos romanos habían hecho de aquel volcán la morada de sus patéticos dioses, lo habían venerado en vez de huir de él, y en consecuencia la bestia se había cobrado sus víctimas: Pompeya y Herculano, las ciudades arrasadas por el pequeño habían sido muchas y en el futuro aun serían más.

 

Pero a Kidd en aquel momento le daba igual lo que los humanos pensasen o hiciesen con sus patéticas vidas, a él lo que ahora le interesaba era el famoso volcán. Que la gente viviese en sus laderas no iba a cambiar su plan, que hubiese testigos no iba a causarle el más mínimo problema ni cargo de conciencia.

 

La vida de su otra mitad era más importante.

 

Kidd sí sabía realmente lo que era el monte y el temor que había que tenerle a aquel monstruo, si el volcán erupcionaba por lo que Kidd iba a hacer, tanto él como los pueblos vecinos perecerían. Si tuviese otra opción, Kidd no utilizaría aquella carta y se alejaría del lugar lo más rápido posible, pero como siempre, no la tenía, y mientras su vida se apagaba con cada suspiro que daba, Kidd al fin descendió con un vuelo torpe hasta la profunda caldera de piedra negra dejando que el volcán lo tragase y lo ocultase a los ojos del mundo.

 

Su cuerpo sin fuerzas chocó contra la oscura y caliente roca del fondo en un brusco aterrizaje, y con el impulso, el dragón rodó por el suelo, arañándose las escamas con la áspera piedra e intentando no aplastar a Law con su peso. Su trasformación no duro mucho más y, sin magia ya para mantenerla, Kidd recuperó su forma humana gritando de dolor al sentir sus huesos crujir y disminuir de tamaño y sus escamas desaparecer de su piel como si estuviesen siendo arrancadas.

 

Cuando todo pasó, Kidd se quedó quieto durante un momento observando el cielo desde el interior del volcán jadeando pesadamente y sintiendo su cabeza empezar a dolerle. La caldera del volcán formaba un círculo perfecto de tierra negra que se alzaba hasta lo alto, encerrándole en una jaula natural de la que solo podría escapar volando. El cielo azul resplandecía en lo alto, contrastando contra la oscura roca y comenzando a teñirse de negro.

 

Kidd se giró a mirar a Law, a su lado, tumbado también sobre la caliente piedra negra del fondo del volcán. El moreno seguía sin respirar, su cara seguía teniendo aquella horrible tonalidad pálida y aquella enorme herida en su pecho seguía recordándole la realidad.

 

Law estaba muerto.

 

Kidd sintió sus ojos inundarse de lágrimas otra vez y la oscuridad avanzar en su interior. No le quedaba más tiempo, había tardado demasiado en aquel pequeño viaje. Kidd dudaba siquiera de poder aguantar una hora más en aquel mundo sin Law a su lado.

 

Así que, a pesar de no tener más fuerza, a pesar de simplemente no poder más ni física ni mentalmente, a pesar de estarse muriendo, Kidd obligó a su cuerpo a moverse y se sentó sobre la áspera y humeante piedra negra a sus pies. Con esfuerzo, tomó a Law en sus brazos para intentar mantener a raya la oscuridad y, tomando aliento, se concentró.

 

El séptimo dragón era el rey del séptimo continente, aquel que algunos habían llamado Tártaro, Kurnigia o Valhala, pero que comúnmente se conocía como el infierno. Aquel continente ni siquiera existía en el mundo corriente, no tenía un espacio físico que ocupar cómo lo tenían el resto, pero a la vez estaba en todas partes, en la puerta de casa compartiendo un espacio no tangible con el resto.

 

Nadie nunca lo había visto pero a la vez todo el mundo conocía de su existencia. Nadie nunca había entrado o salido de el por muchas leyendas que hubiese, pero a la vez muchos lo habían intentado sacrificando sus vidas por algo imposible. El infierno era un mundo espiritual, magia pura, una nueva dimensión. Nadie en el mundo había conseguido llegar a un nivel de conocimiento suficiente como para poder caminar en aquel mundo sin problemas, ni siquiera los primeros dragones habían poseído semejante conocimiento. 

 

Kidd estaba en la mismísima puerta de entrada a aquel mundo desconocido, la puerta al infierno, el Vesubio. Por lo menos los antiguos imperios humanos no se habían equivocado en aquello.

 

Kidd sin embargo sabía que no podía entrar, aquello sería un suicidio y no tenía el poder suficiente como para adentrarse en algo totalmente desconocido y luego salir con el alma de Law impune. Pero si las leyendas que le había contado su madre hacia milenios eran ciertas, Kidd tampoco iba a necesitar entrar.

 

Solo tendría que obligarle a salir.

 

Kidd tendría que conseguir llamar a la criatura más desconocida y poderosa del mundo. Aquella que no solo caminaba por el infierno y aquella extraña dimensión a sus anchas con un poder mágico desconocido, sino aquella que, además, había creado aquel séptimo continente y se consideraba su soberano.

 

Kidd tendría que invocar a una leyenda que ni siquiera estaba seguro de que existiese.

 

Así que el pelirrojo tomó aire, relajó su cuerpo y gritó golpeando con su voz la puerta del infierno que era el monte Vesubio. Impulsando su voz más allá, hasta una dimisión que ni siquiera podía ver.

 

—¡¡Mihawk!!—gritó el antiguo nombre.

 

Su voz hizo eco en el enorme círculo de piedra que le rodeaba ganando aún más poder y aumentando su volumen hasta convertirse en un chillido ensordecedor que hizo vibrar el suelo. El peligroso volcán tembló bajo los pies del dragón de arriba abajo amenazando con erupcionar, pequeñas explosiones surgieron de la roca en respuesta a la llamada de Kidd lanzando piedras calientes por todas partes y abriendo brechas a la lava ardiente más abajo. Enormes humaredas de color gris se elevaron en torno a Kidd creando un espectáculo casi macabro.

 

Pero nada más ocurrió. Nadie respondió.  Nadie contestó a su llamada.

 

Kidd volvió a insistir.

 

—¡¡¡Dracule Mihawk!!!—gritó aún más fuerte.

 

El monte volvió a temblar bajo sus pies peligrosamente y Kidd tuvo que esquivar un piedra que cayó desde arriba amenazando con matarle. Pero nada ocurría, la leyenda no aparecía, Kidd volvió a gritar, una y otra vez, hasta que sus cuerdas vocales empezaron a doler, hasta que la oscuridad aniquilo casi toda su mente, hasta que su esperanza comenzó a desvanecerse y el volcán apenas parecía ser capaz de contener su furia.

 

Kidd apretó el puño y abrazo a Law contra su pecho aún más fuerte presa de la desesperación.

 

Porque aunque su madre le había contado la historia, esta no dejaba de ser solamente eso, historia. Puede que el legendario dragón no existiese, puede que las leyendas mintiesen, puede que el infierno, el séptimo continente solo fuese una bonita historia con la que consolar a la gente al borde de la muerte, diciéndoles que había un más allá, que no desaparecerían en la nada ni serian olvidados.

 

Pero aquella historia era demasiado bonita como para ser verdad. El mundo era demasiado cruel como para ofrecerles un dulce final. Kidd se sentó con las piernas cruzadas y con Law en sus brazos sabiendo que algo así no era posible. El séptimo dragón no existía, el séptimo continente tampoco. Aquel viaje solo había sido un truco desesperado de su mente a punto de desvanecerse en la oscuridad. Había perdido a Law y ahora le tocaba morir a él. Era la norma. La regla. Algo así no podía simplemente ignorarse.

 

Abrazando el cuerpo sin vida de Law, Kidd esperó por su final, en el centro mismo del volcán, con el humo y el calor rodeándole, y con todo su mundo hecho añicos. Kidd simplemente dejo que la oscuridad le invadiese, le arrancase los últimos recuerdos que tenia de Law hasta sumirlos en la nada, hasta que simplemente dejo de seguir luchando contra su destino.

 

— ¿Me has llamado?—susurró una voz grave en frente suyo, una voz vieja, más antigua que el mundo, plagada de un poder inmenso.

 

Kidd alzó la cabeza al instante con cara de incredulidad.

 

Enfrente de él había un hombre. Alto, fuerte, con un intenso pelo negro que revoloteaba con el humo del volcán y hacia juego con una recortada barba de aspecto elegante y austero. Su pecho estaba al descubierto al igual que el de Kidd, mostrando una reluciente piel blanca sin la más mínima cicatriz y una impresionante musculatura que haría enrojecer de vergüenza al hombre más fuerte del mundo.

 

Su pecho estaba decorado con varios colgantes de oro y piedras preciosas que no se asemejaban a nada que Kidd hubiese visto antes y que contrastaban contra su piel creando un extraño espectáculo de luces. El extraño vestía un largo abrigo bordado con hilo de oro y rubíes, unos holgados pantalones grises y unas pesadas botas negras militares que hacían la arena del volcán crujir bajo sus pies.

 

Kidd se quedó sin habla durante un momento mientras le estudiaba. Parecía humano, vestía, hablaba, y claramente tenía la apariencia de un humano. Pero no lo era. Había algo en él que despertaba la alarma, como si aquella estudiada apariencia fuese incapaz de contener su verdadera naturaleza.

 

Sus ojos revelaban la verdad. Eran amarillos, de un tono similar al dorado de Kidd, pero a diferencia de los del dragón de pelo rojo, estos tenían un poder que te obligaba a dejar de respirar. Kidd ni siquiera pudo sostenerle la mirada más de unos segundos. Aquellos intensos ojos hablaban de un poder milenario, de algo más antiguo que el propio mundo o el propio universo.

 

Kidd, por primera vez en su vida se sintió indefenso delante de otra criatura. Como un niño abrumado por el poder y conocimiento de un anciano.

 

— ¿Por qué he sido invocado?—preguntó entonces el séptimo dragón cruzándose de brazos con un gesto claramente demasiado contenido. Kidd trago saliva sintiendo el pánico apoderarse de su cuerpo. ¿Qué había hecho? ¿Qué acababa de liberar? ¿Quién era esa criatura?

 

—Yo…—sus palabras quedaron atascadas en su garganta mientras una impresionante presión le impedía respirar — ¿E-eres el rey del infierno? ¿Dracule Mihawk?— la respuesta era obvia, pero Kidd necesitaba tiempo para recomponerse tras el encuentro.

 

El hombre en frente suyo asintió rápidamente.

 

—Ese es uno de mis nombres—

 

Kidd tomó aire con dificultad. Ahí estaba lo que había estado esperando, su leyenda, su milagro, no podía rendirse ahora, necesitaba hacer lo que había venido a hacer. Aunque no le quedase ya más  tiempo o aunque fuese demasiado tarde.

 

Alzando la cabeza, el pelirrojo encaró a aquella mítica criatura, y, por primera vez en su vida, suplicó.

 

—Mi nombre es Eustass Kidd—se obligó a decir con voz firme –por favor, devuélveme a mi pareja—

.

.

.

Mihawk observó a la pareja enfrente suyo con cara de aburrimiento. Hacia milenios que nadie le había despertado de su letargo buscando su ayuda, eones desde que había puesto un pie en el mundo y debido a aquello el dragón había pensado que los mortales al fin le habían olvidado, que su trabajo ya no sería necesario para aquellas criaturas, y desde entonces se había dedicado a descansar de su milenaria vida. Su vieja mente estaba aburrida de vivir, de esperar por algo que desde el primer momento había intuido que a él nunca le seria concedido.

 

Mihawk simplemente se había alejado de la existencia refugiándose en un mundo que realmente no existía.

 

Él había sido el primero de todos ellos, el más puro, el más fuerte. Él había sido creado de la nada cuando el universo ni siquiera había existido, él había visto las constelaciones inundar el cielo, las galaxias y la vida surgir, él había visto mil mundos desaparecer y dar lugar a otros, ya no recordaba las civilizaciones en las que había vivido, las miles de criaturas con las que había compartido momentos, los milenios que tenía.

 

Pero el viejo dragón ya estaba cansado de todo aquello, aburrido de aquella estúpida vida. El resto de criaturas vivían una vida plena, crecían, amaban, luchaban por sus sueños y finalmente descansaban en la más absoluta paz que Mihawk podía concederles. En cambio él no era así, él tenía que verles a todos pasar, tenía que presenciar las batallas, los imperios, las miles de historias de amor sin disfrutar de la suya propia, sin tener una pareja, sin saborear realmente la vida. Su poder era inmenso, mucho más que el del propio universo, pero tal poder tenía sus consecuencias y sus propias cargas.

 

La suya últimamente se había hecho demasiado pesada.

 

Por eso, de nuevo, ahora en aquel pequeño mundo, Mihawk observó a aquella criatura de pelo rojo con cansancio. Aquel mundo había cambiado desde la última vez que había puesto un pie en él. Había nuevas criaturas, algunas que se parecían a él pero que estaban a galaxias de alcanzarle.

 

—No puedo hacer eso—le dijo a la criatura al borde de la muerte, que se presentaba ante el suplicándole por su pareja, pidiéndole algo que Mihawk no podía darle.

 

Aquella criatura era fuerte, una de las más brillantes que había visto, pero aun así, su conocimiento no era más que el de un chiquillo. Apenas conocía la magia, no entendía sus normas, sus leyes, no sabía lo que estaba pidiendo. Mihawk vio la desesperación en su joven rostro ante su respuesta, vio sus manos apretar el cuerpo sin vida de su otra mitad y volver a suplicar presa del pánico. Con el vínculo perdido destrozándole lentamente.

 

— ¿Cómo qué no? ¿Acaso no eres el rey del infierno? ¿El legendario dragón? ¿No se supone que puedes hacer lo que sea?— dijo el joven con voz rota y sus ojos al borde de las lágrimas, con su vida desapareciendo en frente de los ojos de la milenaria criatura.

 

Mihawk le tuvo una ligera envidia. El nunca había sentido algo tan intenso, no había conocido la desesperación o el dolor de perder a alguien querido. Aquellas emociones habían perecido hacia siglos atrás en un mar de indiferencia. Mihawk había vivido demasiado, ya no había nada que le fascinase, ya no había nada que le emocionase.

 

—Las cosas no son tan fáciles chico—dijo al fin el milenario dragón –puedo traerle de vuelta, pero para devolver una vida, necesito quitar otra, necesito que haya un equilibrio en el mundo, no puedo alterar el orden de las cosas, no se me permite crear algo a partir de la nada—explicó rápidamente.

 

Mihawk prácticamente pudo ver la esperanza del chico desvanecerse en la nada, rota al fin en mil pedazos. La llama de su vida parpadeó, apenas le quedaban unos pocos minutos antes de seguir a su otra mitad al descanso eterno.

 

Mihawk sabía que el otro no ofrecería un sacrificio. Aquello sería demasiado, quitar una vida para otorgar otra seria demasiado pedir, Mihawk veía el alma del chico perfectamente, tenía unos ideales demasiado puros como para cometer una atrocidad semejante, aunque fuese por su pareja, había sufrido demasiado como para hundirse aún más en la desesperación y traicionarse a sí mismo.

 

Mihawk se dio la vuelta, dispuesto a marcharse entonces, dispuesto a abandonar a su suerte a aquellas dos almas que el universo había decidido tomar para sí. Solo eran dos insignificantes granos de arena en la enorme playa que era el universo. Su perdida no significaría absolutamente nada, el mundo no cambiaría su curso solo por ellos, Mihawk había mirado a la muerte a la cara en muchas ocasiones, sabía que perder a alguien no cambiaba nada.

 

Fue entonces, mientras su mente volvía a sumirse lentamente en el letargo eterno del que había sido despertado, que ocurrieron dos cosas a la vez.

 

La primera, que le trastoco totalmente, fue sentir un tirón en su propia alma. Una sacudida, como si algo hubiese chocado contra él cambiándole para siempre, despertándole, devolviéndole a la vida como nunca hubiese esperado hacerlo. Como si algo se hubiese conectado a su alma. Por un momento, el mundo del legendario dragón pareció detenerse mientras en su mente aparecía una única imagen: un chico, aún más joven que el pequeño dragón que tenía delante, con una sonrisa brillante y piel tostada por el agradable sol de aquel mundo, con un extraño pelo verde y tres pendientes en una oreja.

 

Mihawk sintió un extraño calor invadirle únicamente con aquella imagen y sin saber por qué la guardó en lo más profundo de su mente como un tesoro que debiese conservar.

 

En segundo lugar, el dragón a sus espaldas levantó la cabeza y le miró con una mirada decidida, sorprendiéndole una última vez. Demostrándole que había fuerzas mucho más poderosas que la magia o el poder puro que él poseía.

 

—Yo seré el sacrificio—sentenció Eustass Kidd—toma mi vida y salva a mi pareja—

.

.

.

Kidd observó al extraño hombre mirarle sorprendido durante un largo rato, como si no se creyese lo que acababa de escuchar. Sin embargo la mente de Kidd ya no estaba funcionando como él quería y su tiempo se agotaba. Su mirada se empezaba a nublar, el cuerpo de Law parecía demasiado pesado y el dolor de cabeza sólo iba en aumento.

 

—Date prisa—dijo en un último susurro mientras a duras penas conseguía mantener a Law entre sus brazos.

 

La milenaria criatura le miró largamente como si intentase entenderle y no lo estuviese consiguiendo. Como si estuviese decidiendo si hacerlo o si no, como si estuviese asegurándose de algo que Kidd no comprendía.

 

— ¿Realmente te sacrificarías por tu pareja?—preguntó el hombre aún sin hacer nada, sin ayudarle, sin devolverle a Law.

 

Kidd cayó al suelo ya sin poder más, jadeando pesadamente. Tumbado en el ardiente suelo de roca sin poder siquiera moverse, Kidd siguió abrazando a Law sin soltarle en lo más mínimo.

 

—Sí—dijo sin aliento antes de cerrar los ojos—Siempre—

 

Law se merecía todo.

 

La última imagen de este mundo que tuvo el dragón fue la cara de Law, sus ojos cerrados, sus labios manchado de sangre negra, su piel más suave que la porcelana pálida y sin vida. Kidd sonrió tristemente. A pesar de todo era una buena muerte, la mejor imagen que podría llevarse al otro mundo.

 

Kidd cerró los ojos y no se arrepintió de nada. Law viviría y eso era todo lo que necesitaba saber antes de decir adiós, antes de acordarse de su propia familia, de su propia vida y de todo por lo que había pasado a lo largo de su vida. Había merecido la pena. Dar su vida por Law merecía totalmente la pena.

 

Cuando Kidd sintió la oscuridad tomar control de su alma, el dragón sintió a la vez un extraño antiguo poder rodearle, crecer a su alrededor hasta volverse algo inaguantable, opresivo, algo doloroso. Kidd siguió viéndolo crecer, aún más y más hasta que la presión le partió por la mitad arrebatándole algo que era de vital importancia para él.

 

Kidd gritó de dolor, pero ya no tenía un cuerpo que emitiese el más mínimo sonido.

 

Luego solo quedo la nada.

.

.

.

Law se sentó de golpe sintiendo que acababa de perder algo importante. El dolor al instante inundo su cuerpo haciéndole poner una mueca de dolor mientras sus huesos crujían. Sus articulaciones estaban entumecidas como si llevase días sin usarlas, su pecho dolía al respirar y sentía su mente aún sumida en la miseria.

 

Law parpadeó confuso mirando a su alrededor sin entender nada.

 

Altos muros de piedra negra le rodeaban en un círculo perfecto que se asemejaban extrañamente a la caldera de un volcán, el suelo bajo su cuerpo estaba caliente, y grandes humaredas ascendían hasta el cielo como un anuncio de lo que estaba a punto de ocurrir. A su lado había un hombre extraño de pelo negro que le miraba con una ligera curiosidad y el ceño fruncido, pero que no dijo absolutamente nada mientras Law se sentaba sobre el suelo intentando aclarar sus ideas.

 

¿Dónde estaba? ¿Quién era aquel hombre? Lo último que recordaba Law era estar peleando contra Kidd en el Panteón, la reconciliación, luego dolor y la cara horrorizada de Kidd y…

 

Había muerto.

 

Law estaba seguro de aquello. Había muerto, había visto la espada atravesando su pecho aniquilando su vida con un golpe certero, había sentido su corazón romperse, la sangre escapar de su cuerpo arrebatándole al vida. Era imposible sobrevivir a un golpe así, Law lo sabía, a menos que…

 

— ¿Kidd?—preguntó alarmado mirando entorno suyo con una horrible corazonada.

 

Y entonces le vio, tumbado a su lado sobre la oscura piedra negra, con aquella preciosa cara ensuciada por el polvo, la sangre y lo que parecía ser lágrimas. Su único brazo seguía rodeándole por la cintura y a todas luces Kidd parecía estar durmiendo presa del cansancio sobre la caldera de un volcán a punto de entrar en erupción.

 

Law le acarició una mejilla sin comprender aún dónde estaba o qué había ocurrido.

 

Su sangre se heló en sus venas al sentir la temperatura helada del pelirrojo contra las yemas de sus dedos. Kidd estaba frio, demasiado frio, mucho más frio que lo que un dragón debía estar. La mente de Law al instante entró en alerta y, arrodillándose en el suelo, giró el cuerpo de Kidd bocarriba para comprobar que no tuviese ninguna herida. El pelirrojo parecía estar bien a simple vista, pero…

 

—¡Kidd!—le volvió a llamar Law sacudiéndole ligeramente, intentando despertarle.

 

Kidd no despertó, no respondió a sus suplicas y simplemente siguió inconsciente en el suelo como si estuviese realmente muerto. Helado. Las manos de Law empezaron a temblar dándose cuenta realmente de lo que pasaba. El moreno no se atrevió a comprobar las vitales de Kidd, temiéndose lo peor. Pero no. No. Kidd no podía estar muerto. Después de todo lo que había pasado, después de todo lo que habían hecho, Kidd no podía morir.

 

Law nunca se lo perdonaría.

 

Law se dejó caer sobre el pecho de Kidd sin fuerzas mientras las lágrimas acudían a sus ojos sin su permiso y todo su cuerpo comenzaba a temblar en un ataque de pánico. ¿Por qué había muerto? ¿Por qué Law estaba vivo? ¿Acaso se había sacrificado por él? El muy idiota, Kidd no podía morir, Law no valía nada, él se había rendido, pero Kidd era importante para el mundo entero, él merecía vivir, él se merecía seguir disfrutando de la vida, tener una familia, tener amigos con los que reír.

 

—Idiota—susurró mientras golpeaba el pecho del dragón sin fuerza, sus lágrimas caían por sus mejillas hasta el cuerpo de Kidd, arrastrando la sangre, el polvo y la más absoluta tristeza. La persona a la que más quería en el mundo estaba muerta, aquella sin la cual él no quería vivir le había dejado solo.

 

— ¡Idiota!—repitió más fuerte mientras las lágrimas no dejaban de escapar, mientras el dolor se adueñaba de su alma devorándolo todo a su paso y mientras sus manos abrazaban el cuerpo de la persona más maravillosa que nunca había conocido.

 

Law lloró en el intenso silencio del lugar, mientras el volcán bajo suyo parecía sobrecogerse ante su dolor y detener su furia, mientras el extraño hombre de extraños ojos seguía observándoles en silencio sin decir nada.

 

De repente el cuerpo bajo suyo tembló y un débil susurro inundo el lugar.

 

—No puedo respirar—

 

Law se apartó al instante del cuerpo de Kidd y le miró con los ojos como platos mientras el pelirrojo abría levemente sus ojos dorados y le sonreía con cara de cansancio.

 

— ¡E-estas vivo!—dijo el moreno sin creérselo, con las lágrimas aún cayendo de sus ojos sorprendidos, con el dolor por la pérdida aun presente en su pecho.

 

Ignorándolo todo Law se lanzándose al instante a abrazar a su otra mitad al fin.

 

Kidd rió y el sonido pareció más bien un quejido de dolor, pero aun así, él también devolvió el abrazo a Law, atrayéndole contra su cuerpo y hundiendo la cabeza en su cuello, aspirando su olor y suspirando de placer. La piel del pelirrojo seguía helada, casi sin el brillo que le correspondía, pero estaba vivo, le estaba abrazando, Law sentía sus labios presionándose contra la vieja marca en su cuello que a pesar de todo seguía sin desaparecer.

 

Kidd estaba vivo. Aquello era todo lo que a Law le importaba en aquellos momentos.

 

—Sí—susurró Kidd con aquella voz débil mientras besaba con cariño la empapada mejilla de Law, secándole las lágrimas que a pesar de todo seguían sin dejar de escapar, mientras Law seguía temblando entre los brazos del dragón, aún demasiado impresionado por lo que casi acababa de pasar. Sin embargo ante la confesión, Kidd frunció el ceño—N-no lo entiendo ¿Cómo…?—

 

El extraño hombre de pelo negro rápidamente interrumpió a Kidd.

 

—La magia es algo complicado—dijo con una voz seria—no es un arma que puedas utilizar como cree la mayoría del mundo, es algo que está vivo y tiene mente propia. Era cierto que para traer a tu pareja de vuelta se requería un sacrificio, pero tú diste algo aún más valioso. Ofrecer tu propia vida para salvar a alguien no es algo que todo el mundo pueda hacer—dijo el viejo hombre.

 

Law en sus brazos alzó la cabeza y le miró estupefacto con una mezcla de incredulidad y enfado. Su cuerpo temblaba entre sus brazos, Kidd ya no sabía si de emoción o enfado, pero Kidd sentía su pulso, sentía su calor, su respiración, y en consecuencia sintió el aliento quedarse atrapado en su garganta presa de la emoción.

 

— ¿Te has sacrificado por mí?—preguntó Law con voz cabreada pero sin dejar de abrazarle, sin soltarle, sin separarse ni un segundo de su lado.

 

Kidd le ignoró, incapaz de aguantar todo lo que tener a su pareja de nuevo viva en sus brazos le estaba provocando, y en cambio miró al hombre de la capa, que les miraba con un aire ligeramente divertido.

 

—Entonces, ¿nos ha devuelto la vida a los dos?—preguntó confuso sin querer dejar ningún hilo suelto que pudiese volver a hacerles daño.

 

—No— respondió al instante la criatura de ojos amarillos—eso sería darte más de lo que has ofrecido. Lo que ha hecho es dividir el alma y la fuerza vital que has entregado en dos y darle una mitad a tu pareja y la otra a ti. Ahora ambos formáis un todo, las dos caras de una misma moneda, tú has perdido fuerza y poder, pero a cambio tu pareja ha vuelto a tu lado más fuerte que nunca, inmortal, como tú—dijo al final el dragón.

 

Kidd asintió sintiéndose enormemente agradecido ante el enorme regalo que le acababan de dar. Una eternidad con Law era más de lo que su mente ahora mismo podía procesar.

 

—Gracias— dijo al fin, conmovido.

 

—No me las des—dijo rápidamente el mayor –yo no he hecho nada, solo he sido el intermediario, cuida de tu pareja, ya que si la vuelves a perder, esta vez no habrá una segunda oportunidad—

 

Kidd asintió, abrazando a Law posesivamente mientras el ex-exorcista ahora le clavaba las uñas en la piel aún más enfadado tras haber escuchado la conversación. El extraño ser, en cambio, les dedicó una última mirada plagada de algo parecido a la envidia, antes de desaparecer en la nada dejándoles solos en el cráter del volcán.

 

Kidd sintió a Law acariciar su pelo entonces casi con obsesión, pasando sus dedos entre las desordenadas mechas de pelo rojo. Kidd sintió de nuevo el calor inundarle cuando el exorcista hundió a su cabeza en el cuello de Kidd y le mordió posesivamente enfadado. Kidd se sentía extrañamente agotado y sin fuerzas después de todo lo que había ocurrido, por lo que solo suspiró mientras sentía a su pareja tumbada sobre su cuerpo rodeada por su brazo y protegida donde debía estar. Lo había conseguido. Law estaba vivo. Todo había acabado bien.

 

—Eres idiota—susurró Law con voz quebrada mientras seguía repartiendo besos por la delicada piel de su cuello — ¿Por qué te sacrificaste por mí? ¿Por qué…?—

 

Law le abrazó aún más fuerte sin poder acabar la frase de la emoción y Kidd sonrió al cielo azul que comenzaba a cubrirse de estrellas. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Cuánto tiempo había estado Law llorando sobre su cuerpo sin vida? Kidd se odio a si mismo por hacerle pasar algo así, pero a la vez no se arrepintió en lo más mínimo de lo que había hecho. Por salvar a Law moriría mil veces, partiría su alma hasta la más diminuta parte si con aquello conseguía salvarle.

 

Obligando a Law a levantar su cabeza y sintiendo todo su cuerpo demasiado débil como para hacer algo más, Kidd unió sus bocas con cuidado. Con todo el amor que podía demostrar, Kidd besó a su pareja durante un largo rato, deleitándose en la textura de su boca, en un sabor que nunca pensó que pudiese volver a probar. Con su única mano, Kidd apartó el cabello de los ojos de Law, le seco las lágrimas y le hizo girar la cabeza para profundizar el beso de aquella forma que hacía al moreno suspirar.

 

Law se derritió contra su cuerpo, sus dedos volvieron a tomarle del pelo como si fuese incapaz de soltarle, y sólo suspiró cuando Kidd profundizo el beso aún más. Tomándole en su boca como si no necesitase nada más que al dragón para poder vivir. Gimiendo levemente cuando Kidd lamio sus labios lenta y seductoramente dejándole recuperar un momento la reparación antes de volver a atacarle esta vez con más ganas. Kidd le dominó por completo, volvió a reclamarle como suyo y le compensó por todo lo que había tenido que sufrir por su culpa.

 

Cuando se separaron la mirada que le dedico Law valía su vida y mil más.

 

—Por qué ha merecido totalmente la pena—respondió al fin a la pregunta de Law. Porque su vida no valía ni la mitad de lo que valía la de aquella maravillosa criatura.

 

Law cerró los ojos mientras otra lágrima caía por su cara. Pero ahora sonreía. Dejándose caer de nuevo sobre Kidd, Law le abrazó de nuevo como si nunca quisiese dejarle ir y hundió de nuevo la cabeza en su cuello.

 

—Eres el peor—le dijo entonces al destrozado dragón.

 

Kidd sonrió levemente.

 

—Lo sé—respondió Kidd. Porque era la verdad, porque prácticamente había aniquilado el mundo por ver de nuevo a su pareja, porque había sobrepasado las normas de la magia, porque había hecho a Law sufrir.

 

—Te quiero—siguió Law aún sin moverse de su postura, sin mirarle a la cara, temblando entre sus brazos.

 

Kidd observó el cielo encima suyo, ahora con las brillantes estrellas brillando sobre el fondo azul de terciopelo. Todo parecía correcto, todo era perfecto, Law estaba vivo, su vida volvía a tener sentido.

 

Todo estaba bien.

 

—Yo también te quiero—susurró al fin contra la oreja de Law mientras una enorme sonrisa inundaba su cara, aquella sonrisa plagada de dientes que ya casi no recordaba haber usado, aquella que ahora estaba manchada de sangre y restos de lágrimas –Más que nada en el mundo—

 

Notas finales:

Bueno, pues ya esta, espero que os haya gustado el septimo dragon y el final de la historia, me gusta torturaros, no se se ha notado mucho. El siguiente capitulo sera el ultimo de la historia y sera un poco la conclusion de todo esto y lo que pasa despues.

La verdad es que nunca he estado en el Vesubio, se que se puede subir y andar por ahi, he visto fotos y he hablado con gente que si que ha estado, pero no se si lo habre descrito muy bien.

Espero que os haya gustado.


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