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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno señoras y señores, el ultimo capitulo del fic, muchas gracias por haberlo seguido hasta ahora, y por el apoyo que me habeis dado en todo momento. Casi he escrito una biblia con esto y me ha llevado tres años, pero al final se ha acabado lo que me da bastante penilla.

Como siempre, si me dejo alguna cosa sin aclarar o concluir por favor decirmelo e intentare revisarlo.

Espero que os guste.

 

Un año después.

 

Kidd volvió a gruñir al envestir de nuevo en su pareja contra el blando colchón de la cama que compartían. El Dragón nunca se cansaría de aquello, el sentir a Law debajo de él lloriqueando, suplicando, asqueándose con cada nuevo orgasmo y al borde de la inconsciencia, con sus preciosos ojos grises nublados por el placer y los vulgares gemidos inundando la estancia, era algo que le animaba a despertarse cada mañana.

 

—Kidd, por favor, no más—volvió a suplicar Law mientras las embestidas del pelirrojo se hacían cada vez más irregulares, mientras se empezaba a perder en el calor de su otra mitad, pero aun así se negaba a acabar con aquello.

 

Kidd jadeó de nuevo sintiéndose al borde del anhelado clímax.

 

Ni siquiera había empezado a amanecer y Law ya estaba abierto de piernas para su disfrute personal. Kidd ni siquiera había recordado quedarse dormido, llevaban toda la noche haciéndolo, sin descanso, Kidd estaba agotado, no creía ser capaz de poder correrse una vez más, pero no pensaba parar hasta que Law estuviese satisfecho, hasta que cayese inconsciente entre sus brazos, rindiéndose al sueño.

 

Porque aquella noche era distinta a todas las demás.

 

Hoy era el aniversario de la tragedia ocurrida hacía ya un año y, aunque realmente estuviesen celebrando la victoria sobre sus enemigos, el regreso de Law de entre los muertos, y el comienzo de aquella nueva vida para ambos, la celebración siempre les traía los recuerdos de lo que había pasado antes de todo aquello.

 

Kidd había visto durante todo el día la mirada oscura de Law, había sentido, a través del vínculo que compartían, la mente del otro inmersa en pensamientos de torturas y castigos, en las miles de atrocidades que había cometido bajo el nombre de la Orden. Mientras los demás celebraban la ya vieja batalla, mientras prácticamente les adoraban como dioses por haber vencido a la propia muerte, Law había estado sufriendo su propio infierno.

 

Kidd sabía que lo ocurrido siempre les marcaria, siempre sería un pequeño trauma que perduraría, pero aun así, Kidd no pensaba rendirse.

 

Por eso, el viejo dragón no había dudado en tomar a su pareja de aquella forma esta noche, haciéndole retorcerse de placer hasta la inconsciencia, haciéndole olvidar los malos momentos y centrarse solo en los besos que Kidd le dedicaba.

 

Kidd acarició de nuevo aquella piel morena y suave que hacía un año tanto había extrañado, aquella que ocupaba sus mejores sueños. Kidd besó aquellos labios de los que sólo escapaba su nombre, apretó aquellas perfectas nalgas entre sus manos, acercando a su pareja más contra su propio cuerpo.

 

Law volvió a arquearse en la cama en otro pequeño orgasmo. Kidd observó sus ojos cerrarse fuertemente, todo su cuerpo tensarse y de su boca escapar un jadeo frustrado. Kidd sonrió satisfecho mientras observaba los pesados brazaletes dorados que ataban las muñecas de su querida pareja al cabecero de nácar de su querida e inmensa cama.

 

Cuando Akainu había convertido aquellos brazaletes en esposas para capturar al dragón, el anciano había corrompido aquel precioso símbolo, pero tras recuperarla después de la batalla, Kidd se había propuesto devolverle su verdadero significado. Aquellos pequeños brazaletes de oro habían sido el comienzo de su relación, el primer regalo de verdad que Kidd le había dado a Law, el que había sellado el vínculo. Kidd se negaba a dejarlos pudrirse en una mazmorra por resentimiento a lo que había pasado, se negaba a seguir dándole el mas mínimo control a Akainu.

 

Ahora se alegraba de haberlos recuperado. El verlos de nuevo contrastar contra la piel morena de Law, el ver al moreno aferrar la cadena que unía los pesados anillos de oro puro intentando romperla sin éxito, era algo que valía totalmente la pena.

 

Kidd volvió a inclinarse sobre su pareja y mordisqueo uno de aquellos sensibles lóbulos con ganas. Sus manos seguían aferrando los muslos del otro, abriéndole hasta prácticamente hacerle daño, con su nuevo brazo metálico prácticamente rompiéndose con el esfuerzo por sujetar al otro, quien se revolvía desesperado bajo suyo, queriendo soltarse.

 

Pero merecía la pena, todo merecía la pena por Law. 

 

En aquella postura, aunque se rompiese el brazo, Kidd podía llegar más profundo que nunca dentro del moreno, podía volverle loco solamente con unas pocas embestidas, saliendo y entrando dentro de él como si su vida dependiera de ello. En aquella postura podía besarle, ver su cara mientras alcanzaba el orgasmo una y otra vez, podría ver aquel precioso cuerpo totalmente expuesto e indefenso bajo suyo, escuchar sus suplicas y simplemente ser feliz.

 

Kidd gimió de nuevo sabiendo que no le quedaba mucho más aguante.

 

— ¿Qué tienes que decir?—preguntó de nuevo acercándose a la oreja del otro y tirando de sus pendientes con ganas mientras se negaba a parar su asalto.

 

Law bajo suyo tembló de pies a cabeza con un potente estremecimiento.

 

— Muérete, no pienso decirlo—respondió frustrado con la voz demasiado tensa y demasiado débil. Kidd sabía que prácticamente había ganado ya aquel juego y sonrió con ganas.

 

— ¿Estás seguro? ¿Seguro que no quieres correrte después de toda la noche? ¿Seguro que no tienes nada que decir?—dijo el pelirrojo metiéndose con él y sintiendo a Law lloriquear frustrado bajo suyo.

 

Kidd aceleró sus embestidas aún más entonces, golpeando aquel punto dentro del menor que le hacía gritar del placer, golpeándolo con absoluta precisión en aquella posición, haciendo que Law se arquease de nuevo con un gemido de sufrimiento ante la falta de piedad del pelirrojo.

 

—¡Está bien!, está bien—dijo al fin preso de la desesperación el moreno, antes de comenzar a recitar con voz monótona y plagada de odio— “Kidd es el mejor en la cama. Kidd el que la tiene más grande. Kidd es el único capaz de hacerme gritar y suplicar todas las noches por más. Kidd…”—

 

Kidd rió contra la oreja de Law, interrumpiéndole sin poderlo evitar, al escucharle recitar la frase más estúpida que se le había ocurrido al dragón al empezar todo aquello. Alzando la cabeza y dándole un beso rápido en la mejilla, Kidd no pudo evitar burlarse aún más de su pareja debajo de él quien seguía gimiendo con cada una de sus embestidas de aquella forma tan increíble y desesperada.

 

— ¿De verdad lo crees?—preguntó entretenido el pelirrojo, frotando su nariz contra la del antiguo exorcista.

 

— ¡Te odio! — Respondió Law con la cara roja y mirada mezcla de odio y placer –¡Quítamelo de una vez!—

 

Kidd solo rió divertido de nuevo mientras al fin soltaba las piernas de Law, y le liberaba de los brazaletes. Luego, abrazándole y mirándole a los ojos demostrándole lo mucho que le quería, Kidd lentamente retiró el anillo en el miembro del otro que durante toda la noche le había impedido correrse.

 

Los arañazos en su espalda al día siguiente, el mordisco en su cuello y la cama rota, merecieron totalmente la pena y le aseguraron que el moreno se había olvidado totalmente de todo lo que Kidd había querido que olvidase.

.

.

.

Si había algo que a Law no le gustaba de su nueva y maravillosa vida con el dragón, era la familia. Pero no la familia de Kidd, Law curiosamente se había llevado genial con el hermano de Kidd desde el primer momento, ambos compartían el amor por los libros y habían pasado horas charlando sobre mil temas para aburrimiento de Kidd. No, Killer no suponía ningún problema, era la propia familia de Law, a la que el moreno no aguantaba.

 

Doflamingo se había ido a vivir con ellos.

 

Al principio la cosa había ido bien, Law agradecía haber recuperado a una persona que había sido un padre para él, y había adorado compartir su nueva y maravillosa vida con el rubio quien ahora no tenía nada. Kidd y  Doflamingo se habían hecho rápidamente inseparables e incluso se habían aliado muchas veces para torturar a Law. El moreno recordaba sesiones de entrenamiento suicidas y extrañas peleas donde él tenía que ser quien decidía quien ganaba, si las habilidades culinarias de uno, o la puntería del otro.

 

Aun así, la cosa había cambiado cuando Doflamingo les había contado de su nueva relación con el alcalde del pueblo.

 

Al estar en el valle y sin tener realmente nada que hacer, el rubio había acabado aburriéndose y había terminado visitando el pequeño pueblo de casas reconstruidas. El consiguiente encuentro con el alcalde había sido inevitable y, al parecer, el rubio se había encariñado con aquel horrible hombre a primera vista.

 

Cuando Kidd había oído la noticia, su camaradería con el rubio había terminado por completo. Las peleas habían comenzado al instante y Law, muchas veces, había acabado teniendo sesiones de sexo durante días con Kidd para conseguir calmar el instinto posesivo y sobreprotector del pelirrojo, quien de nuevo veía una amenaza acercándose en la relación del rubio con el alcalde.

 

Kidd culpaba a aquel extraño hombre de lo que les había pasado y simplemente no entendía por qué Doflamingo quería estar con él. Kidd pensaba que Crocodile estaba manipulando a Doflamingo e intentando vengarse de ellos de una forma sutil.

 

Law por su parte no sabía que pensar.

 

La situación era tensa de por sí, pero lo que realmente había sacado a Law de quicio durante las últimas semanas, eras las continuas interrupciones de su querido tío en los momentos más inoportunos. El rubio parecía haber acabado decidiendo que, si él no tenía sexo, ellos tampoco se lo merecían, y por desgracia, su relación con el alcalde no parecía atravesar una buena fase.

 

—Oh, por dios, ¿ya estáis de nuevo? ¿Es que no podéis parar ni un minuto?—volvió a chillar Doflamingo indignado mientras entraba en la enorme sala inundada por el agua que era el baño.

 

Law sintió su cara ponerse roja al instante, y a Kidd gruñir debajo suyo, desesperado y al borde de realizar un homicidio.

 

En el agua Law estaba sentado sobre el regazo del dragón con las piernas abiertas a ambos lados de este, sus brazos rodeando el fuerte cuello de la bestia. Law únicamente había necesitado impulsarse con sus piernas y caderas para montar la polla del dragón con ganas, como llevaba necesitando por días.

 

Kidd por su parte se había desecho de su brazo metálico y ahora era totalmente incapaz de tapar la desnudez de Law y lo que estaban haciendo.  La imagen era más que clara, ni siquiera había vapor o espuma que les ocultase de la vista de su querido tío.

 

Law se giró a mirar horrorizado a Doflamingo mientras sentía a través del vínculo que compartían, el instinto asesino y sobreprotector adueñarse de Kidd con aquel oscuro tono posesivo. Nadie podía ver a su pareja desnuda en aquella situación más que Kidd.

 

Su tío iba a morir.

 

—¡¡Doffy!!—exclamó Law con cara aterrorizada.

 

Doflamingo medio desnudo en la puerta y claramente preparado para bañarse, se cruzó de brazos dramáticamente sin la más mínima intención de irse del lugar. Kidd gruñó peligrosamente contra el cuello de Law y sobre la marca que el moreno siempre tendría allí en una silenciosa alerta.

 

Law no pudo evitar excitarse y entrar en pánico a la vez,  sin embargo su tío parecía ajeno a todo esto.

 

—No me mires así Law, la culpa no es mía—dijo rodando los ojos—y por dios, yo también me baño ahí, ¿no podéis tener un mínimo de decencia? Qué asco por dios—

 

Law no pudo contener el jadeó ahogado que escapo de su boca cuando Kidd le mordió el cuello al fin y apretó su trasero con su única mano animándole a seguir la sesión. Law se dio cuenta de que el instinto había tomado control de su mente por completo negándole todo pensamiento lógico. Law prácticamente podía ya ver al pelirrojo follándole delante de su querido tío para demostrarle que Law era suyo.

 

Algo totalmente estúpido y definitivamente innecesario.

 

—Vete—rugió Law mientras intentaba contener a Kidd, quien de nuevo apretaba su trasero aún más fuerte para que se moviese y volviese a cabalgarle. Gracias a dios el pelirrojo ahora no tenía las dos manos y sería más fácil para Law controlarle si intentaba algo.

 

Doflamingo sin embargo siguió sin hacerle caso.

 

—Pero…—

 

Law volvió a gritar.

 

— ¡Largo!—

 

Esta vez Doflamingo salto en su sitio y frunció el ceño claramente cabreado por la respuesta de su sobrino. Aun así al fin se giró y comenzó a abandonar el lugar refunfuñando entre dientes.

 

—Me decepcionas Law—gritó antes de desaparecer por los laberinticos corredores de la cueva. –Yo no te he educado así—

 

Law estuvo tentado de sacarle el dedo o de maldecirle de por vida. Sin embargo, enfrente suyo Kidd pareció al fin relajarse y soltar un poco su agarre sobre Law. Law volvió a abrazarle y a hundir sus dedos en aquel precioso pelo rojo, ahora mojado, intentando calmarle y demostrarle que no hacía falta que hiciese esas cosas; que siempre le pertenecería.

 

—Creo que es hora de que se vaya—dijo Law al final mientras comenzaba de nuevo a mover sus caderas.

 

Kidd gruño contra su cuello volviendo a morderle y aun ligeramente inundado por el instinto posesivo.

 

—La próxima vez me importa una mierda que este delante, no pienso dejar que nos interrumpa, eres mi pareja y pienso follarte cuando me dé la gana –gruñó Kidd contra su cuello, haciendo que Law volviese a excitarse y a acelerar el ritmo—al principio creía que lo hacía por protegerte, pero ahora está claro que sólo lo hace por joder—

 

¿Por protegerle? Law frunció el ceño ante aquellas palabras ¿Por qué Doflamingo iba a protegerle? Era cierto que hacía años Law había sido solo un niño y que había cosas sobre el sexo y las relaciones que no había entendido, pero aquello había quedado atrás totalmente, por dios, si había vuelto de la propia muerte, Law no entendía a que venía esto ahora, ya era un adulto, y había quedado más que demostrado que Kidd no le iba a hacer daño.

 

— ¿Por qué… iba a protegerme?—preguntó divertido Law contra la boca de Kidd, sintiendo al otro apretar su trasero de nuevo y acariciar el punto por el que se unían sus cuerpos haciendo a Law gemir.

 

—…Algunos …adultos no acaban de aceptar que sus hijos crezcan—dijo el pelirrojo con cara de satisfacción ante el gemido de Law, mientras de repente tiraba del pelo de Law obligándole a echar la cabeza hacia otro lado para morder aún más su cuello— ¿te acuerdas de Shanks?—

 

Law asintió de repente presa del terror. Si Doflamingo era sobreprotector con Law, Shanks lo era mil veces más con Kidd. Las semanas que el viejo dragón les había estado visitando con su muy embarazada mujer habían sido una de las más terroríficas de Law. Gracias a dios Law había ayudado a su mujer cuando esta se había puesto repentinamente de parto y ahora no solo tenía la aprobación y respeto de Shanks, sino que el propio Dragon rey de África, también parecía haberle adoptado como parte de su familia por haber ayudado a su hija.

 

Law volvió a hundir su cara en el pelo del dragón aspirando su aroma  e intentando pensar a través del placer. Puede que Doflamingo quisiese protegerle (Law aun así lo dudaba), pero aquel no era motivo para hacer ese tipo de cosas.

 

—No creo… que Doflamingo quiera protegerme exactamente… ya es un poco tarde para hacerlo—dijo al fin sintiéndose al borde del orgasmo.

 

—Yo… tampoco lo tengo muy claro—dijo también Kidd mientras sus caderas comenzaban también a moverse respondiendo a la subida y bajada de las de Law, entrando en aquel extraño punto final donde estaba punto de correrse dentro suyo.

 

—Tiene… que irse—sentencio Law empezando a quedarse sin aliento, mientras sus manos parecían incapaces de dejar de pasear por el cuerpo de su pareja a quien llevaba semanas sin tocar por culpa de su querida familia.

 

—Definitivamente—dijo el pelirrojo alcanzando por fin el orgasmo y deshaciéndose entre sus manos con un gruñido.

.

.

.

Zoro se removió en sueños sintiéndose terriblemente cansado. Sus piernas y brazos pesaban, su cabeza daba vueltas, y su boca se sentía terriblemente seca y pastosa. El joven exorcista frunció el ceño con dificultad sintiéndose terriblemente confuso, ¿Qué había pasado para que se encontrase en ese estado? Hacía años que algo así no le pasaba, sus entrenamientos exhaustivos le impedían ya cansarse con el trabajo que fuese, y que él recordase, tampoco había hecho nada lo suficientemente agotador en los últimos días como para acabar así.

 

Girando la cabeza, Zoro abrió los ojos para encontrarse con el extraño techo de una cueva. Grandes estalactitas caían del techo como pinchos de oscura tierra roja, y con la luz del enorme fuego de la gran chimenea a su lado, estos parecían bailar sobre su cabeza peligrosamente. Zoro observo su entorno dándose cuenta de que estaba en una cama, cubierto por pesadas mantas de una tela que nunca había visto pero que resultaba suave y cálida al tacto, y rodeado por esponjosos cojines que serían el sueño de cualquier mujer.

 

El entrenado exorcista se quedó quieto durante un momento simplemente centrándose en su entorno e intentando recordar como había llegado allí.

 

Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus armas habían desaparecido junto con el resto de su habitación, el de pelo verde ni siquiera tenía las pesadas botas de combate que tanto le habían ayudado en sus peleas, es más, bajo las mantas, podía sentir que únicamente tenia puesto un delgado pantalón de seda que sería totalmente inútil en un combate.

 

Una desventaja demasiado grande en su situación, pero todo aquello desapareció de su mente, cuando Zoro volvió a girar la cabeza para descubrir a un extraño hombre de pelo negro y piel morena, sentado al lado de la cama y mirándole intensamente.

 

Zoro tembló bajo aquella mirada sintiéndose por algún extraño motivo terriblemente indefenso.

 

—No te preocupes, no te voy a hacer daño, Roronoa—dijo el hombre, levantándose de la silla y acercándose a él, sentándose con un movimiento elegante, en la cama donde Zoro seguía tumbado y extrañamente entumecido.

 

Zoro observo al extraño, sus extrañas ropas, su recortada barba y el pecho desnudo mostrando una impresionante musculatura tan cubierta de cicatrices como la suya propia. Zoro se relajó sin saber por qué, y sólo volvió a cerrar los ojos cuando el hombre paseó una cálida mano por su pelo y su mejilla en una tierna caricia que de alguna forma le resultaba conocida.

 

Su mente seguía aturdida, como si ahora cargase con un enorme peso que seguía sin saber descifrar. Zoro se sentía cansado y a pesar de la extraña situación y del extraño entorno solo quería volver a cerrar los ojos y dormir bajo las caricias del extraño que sospechosamente sabia su nombre.

 

Alzando una mano desde debajo de las mantas y obligándose a concentrarse, Zoro apretó la muñeca del otro que seguía acariciando su cara con aquella extraña delicadeza.

 

— ¿Q-quién eres?—preguntó con voz cansada pero firme.

 

El extraño sólo sonrió e, inclinándose, junto sus frentes de una forma demasiada intima para el gusto del menor. Zoro observó aquellos extraños ojos dorados de nuevo, aquellos que le dejaban sin respiración, aquellos que hablaban de algo antiguo y poderoso. El exorcista sintió de nuevo el peso en su alma aumentar y sus ojos cerrarse.

 

—Alguien que te ha estado esperando durante demasiado tiempo—contestó el otro contra sus labios, haciendo que Zoro temblase al sentir su cálido aliento sobre su boca –me puedes llamar Mihawk—

 

Antes de volver a caer en la inconsciencia, Zoro sintió los labios del otro presionarse durante un corto segundo contra los suyos en algo que ni siquiera podía llamarse un beso. Zoro sintió entonces toda su piel erizarse ante aquel simple contacto, como despertando de un largo sueño, sintió todo su cuerpo calentarse y suplicar por algo que el exorcista ni siquiera entendía, suplicando por más.

 

De su boca escapó un triste gemido entonces, un mudo ruego, pero ya era demasiado tarde y aquella extraña presión acabó por hacer a su mente ceder y caer en la inconsciencia.

.

.

.

Kidd entró en la enorme cocina para encontrarse a Law sentado en la mesa de roble rodeado de cartas. El mantel de terciopelo granate acariciaba su piel e incluso la cubertería de plata contrastaba contra su cuerpo en un espectáculo mágico de luces y sombras. Kidd sintió algo en su pecho contraerse al verle de nuevo en una escena tan familiar, desayunando, protegido y vivo en lo más profundo de su querida cueva.

 

Entrando aún más en la habitación, sonriendo totalmente feliz, Kidd se dio cuenta entonces de un pequeño detalle: Law aún llevaba puestas las esposas. Kidd las había usado la tarde anterior de nuevo, pero el moreno no parecía habérselas querido quitar. Kidd sintió su sangre hervir sólo con verlas, sólo con acordarse de que Doflamingo por fin se había marchado de su nueva vida y de que, por fin, podía hacer lo que quisiese con Law sin que nadie le juzgase.

 

—Buenos días—dijo al fin, acercándose a su pareja y robándole un largo e insinuante beso.

 

Law le sonrió cálidamente mientras dejaba la carta que estaba leyendo en la mesa.

 

—Buenos días—ronroneó en respuesta contra su boca.

 

Kidd quiso entonces darle otro beso, perderse de nuevo en el cuerpo de su pareja, mostrarle que pasaba si le provocaba tan pronto por las mañanas. Aunque por la sonrisa ladeada de Law, el moreno parecía totalmente consciente de lo que pasaba por su mente. Era uno de los problemas del nuevo vínculo que compartían, Law parecía capaz de leer cada uno de las emociones y pensamientos más intensos que Kidd sentía al igual que Kidd podía hacerlo con los de Law.

 

Casi no había espacio para las sorpresas o la intimidad, aunque también habría espacio para otras invenciones. La primera vez que Law se había masturbado él había estado volando y prácticamente se había estrellado contra el suelo con lo que había pasado a través del vínculo.

 

Que Law lo hubiese hecho a posta sólo había empeorado las cosas.

 

— ¿Has desayunado?—preguntó entonces el pelirrojo alejándose de su pareja y torturándola de vuelta. Si a Law le apetecía jugar, jugarían.

 

—No—dijo Law rápidamente frunciendo el ceño a sus espaldas claramente defraudado por su falta de reacción.

 

— ¿Qué tal unas tortitas?—preguntó mientras añadía unos troncos de roble al fuego de la cocina para avivarlo un poco.

 

La mirada oscura y caliente de Law fue toda la respuesta que el dragón necesitó. Desde aquella primera vez en la cocina (aquella primera vez donde Kidd había tomado la decisión de cortejar a Law), no habían vuelto a jugar mucho con la comida. Había habido algunas veces, pero nunca tan intensa como la primera, y Law claramente parecía querer concluir lo que habían empezado aquella vez.

 

Así que Kidd alimentaria a su pareja, le ofrecería lo mejor que podía preparar como el otro se merecía, le cuidaría y consentiría como Kidd adoraba hacer y luego, él mismo, tendría su propio festín, Law seguía teniendo las esposas puestas y Kidd no pensaba desaprovecharlo.

 

En un cómodo pero impaciente silencio, Kidd comenzó a cocinar mientras Law leía a su espalda. Ninguno dijo nada, pero Kidd sentía a la perfección las miradas famélicas del otro en su espalda y más específicamente, en su trasero. Únicamente se había puesto los boxes al salir de la cama como era su costumbre y, claramente, la atención de Law se estaba dispersando hoy con mucha facilidad.

 

Kidd no pudo más que sonreírle arrogante cuando se giró con un enorme plato de tortitas cubiertas de mermelada de fresas y nata. Kidd sabía que el bulto entre sus propias piernas era más que evidente con la delgada prenda, pero aun así no hizo nada por esconderlo. La mirada sorprendida y oscura de Law le dijo lo mucho que el otro estaba apreciando aquel espectáculo.

 

Sentándose en frente de Law en la delgada mesa, dejo los dos platos entre ellos y observó la mirada sorprendida de Law ante los manjares. Kidd sabía que Law adoraba su comida, pero a Kidd no dejaba de sorprenderle como el otro parecía adorar y deleitarse cada vez que probaba algo. Claramente su vida con el Código le había impedido disfrutar de algunos placeres de la vida, pero Kidd estaba adorando volvérselos a enseñar.

 

Las manos de Law se alzaron entonces de la mesa dejando la carta abandonada y se abalanzaron a por el plato. Justo como Kidd esperaba y justo como había planeado. Sonriendo malignamente, Kidd tomó un afilado cuchillo y, rápidamente, lo clavó entre las manos extendidas de Law en la madera, atravesando con la punta uno de los eslabones de la cadena de oro y clavándola en la mesa.

 

Inmovilizando las manos de Law y atándolas a la mesa con un rápido gesto.

 

Law alzó una ceja divertida ante el gesto entendiendo de nuevo lo que Kidd planeaba, pero Kidd solo se encogió de hombros también sonriendo y tomó con sus dedos una de las tortitas cubiertas de mermelada. Doblándola por la mitad, la acercó a la boca del moreno con una clara intención.

 

Law se la comió sin dudar, llenándose la boca por completo y relamiendo de los dedos de Kidd la mermelada y nata que goteaban. Kidd sintió su polla endurecerse bajo la mesa sólo de ver la lengua de Law succionando sus dedos con ganas, al ver la mirada intensa que le estaba dedicando y con la que prácticamente estaba retándole a que le tomase allí mismo.

 

Pero eso sólo sería acabar el juego muy rápido. Alejándose de Law un momento, Kidd tomó otra tortita y esta vez fue él quien se la comió de un hambriento bocado bajo la mirada atenta de Law.

 

— ¿Qué estabas leyendo?—preguntó entonces como si no estuviese pasando nada entre ellos, y haciendo a Law fruncir el ceño, de nuevo frustrado.

 

—Es una carta de Pinguin—dijo entonces Law sin embargo, rápidamente entendiendo el juego –están teniendo algunos problemas—

 

—Killer le ayudará—dijo Kidd encogiéndose de hombros rápidamente y dándole a Law otra tortita, pringando su boca con nata y fresas de una manera obscena.

 

—Killer precisamente es el problema—dijo entonces Law relamiéndose de una manera que no debía ser legal –al parecer está acosando y presionando demasiado a Pinguin—

 

Kidd volvió a encogerse de hombros.

 

—Es normal, Pinguin es la pareja de Killer, es normal que le presione para conseguirle, yo también te lo hice a ti—

 

Law enfrente de él frunció el ceño olvidándose momentáneamente de su pequeño juego. Hacía ya más de un año que ellos dos habían abandonado Roma para nunca más volver, pero Pinguin y otros exorcistas se habían quedado allí intentando arreglar la destrozada ciudad, levantando los viejos templos y las casas nuevas, si el resto del mundo veía lo que había ocurrido las persecuciones empezarían de nuevo.

 

La reconstrucción al final había sido tan rápida, tan exacta, que los ciudadanos que habían decidido regresar a sus casas, apenas se habían creído lo que habían visto y solo habían dado la tragedia que había ocurrido como una alucinación o un extraño sueño.

 

La vida había vuelto a la normalidad en Roma y la organización de exorcistas había cambiado de rumbo. Tras la dimisión de Doflamingo, la organización había quedado en manos de Pinguin, quien junto con Killer, que manejaba a los clanes y manadas de la ciudad, habían conseguido establecer la paz.

 

O al menos eso había pensado Kidd.

 

—No es tan fácil—dijo Law— aún no tengo muy claro que Pinguin haya roto el código como el resto de exorcistas, puede bromear y reírse, pero sigue habiendo algo oscuro dentro suyo—dijo el moreno con cara preocupada.

 

—Killer le ayudará, no conozco a nadie más cabezota que él, juntos conseguirán lo que quieran— respondió rápidamente Kidd intentando quitarle aquel peso a su pareja.

 

—Kidd—dijo entonces Law con voz seria, sin mirarle realmente —…hay veces que el código es necesario, hay gente que ha pasado por cosas horribles, tragedias que la mente de un hombre normal no puede comprender. Esas mentes están tan rotas, tan llenas de odio y traumas, que el código es lo único que les permite vivir una vida normal, les permite recomponerse…No creo que Pinguin vaya a romper el código, a él no le obligaron a seguirlo como al resto, él lo aceptó por voluntad propia, era la única manera que tenía de vivir con su conciencia: sin emociones—

 

Kidd entendía el dilema, entendía lo que Law quería decir. Pero sabía que todo saldría bien, si él había podido sacar a Law de la tragedia que vivía, Killer también lo haría con Pinguin. Por algo las parejas estaban predestinadas a estar uno con otro. Sin embargo era inútil decirle nada a Law, el pelirrojo sabía que este seguiría preocupándose por su amigo.

 

Tomando otra tortita del plato volvió a acercársela a Law obligándole a comer y a distraerse.

 

— ¿Son todas las cartas de Pinguin?—siguió intentando distraerle.

 

—No—respondió Law con la boca llena –también hay una de Perona, siguen sin encontrar a Zoro—

 

Aquel tema sí que inquietaba a Kidd. Después de la guerra, el dragón había conocido al chico de pelo verde amigo de Law. Claramente el chico era inteligente e increíblemente fuerte, aunque su sentido de la orientación había sido más que pésimo. A Kidd le había hecho gracia aquel hecho, aunque por aquel entonces no había habido porque preocuparse, después de todo, el chico siempre parecía ser capaz de encontrar su destino de una forma u otra.

 

Por eso, cuando hacía siete meses, el chico de pelo verde había desaparecido por arte de magia sin dejar el más mínimo rastro y sin que nadie le volviese a ver, sus compañeros se habían alarmado, sobre todo porque el peliverde parecía haber estado durmiendo con su compañera de misiones y con la puerta cerrada cuando había desaparecido. Kidd conocía a los exorcistas, si Perona había estado en la misma habitación que Zoro era imposible que no hubiese visto al chico marcharse.

 

Kidd miró a Law sin saber muy bien que decir, ambos sabían que sólo había un único ser capaz de entrar y salir de una habitación sin dejar el más mínimo rastro. Pero aquello no tenía sentido, ¿Para que iba a querer una criatura legendaria como Mihawk a un simple exorcista?

 

—…alguna más—siguió Kidd sin querer hablar del tema. Si Mihawk tenía al chico, no había nada que ellos pudiesen hacer por él, Kidd solo confiaba en su instinto que le decía que Mihawk no era alguien de quien debiesen preocuparse.

 

—Sí—dijo Law al cabo de un tenso momento de silencio—también hay una de Ace—

 

Kidd esta vez sonrió recordando al chico a quien Marco sutilmente había secuestrado y se habia llevado de vuelta a Australia con él. El chico moreno, desde el primer momento había estado aterrorizado por las miradas intensas e indirectas que le dedicaba el dragón, y claramente había malinterpretado toda la situación. Kidd se lo había pasado en grande observando a la pareja, viendo como Marco intentaba inútilmente cortejar al chico, regalándole armas y venenos que pensaba que el exorcista, como soldado, apreciaría, o pasando tiempo intentando tocarle o besarle para iniciar algo.

 

Aun así lo mejor había sido el chico.  Kidd estaba convencido de que Ace pensaba que Marco quería matarle. Su cara pálida y aterrorizada al desenvolver los regalos había sido prueba evidente, la cara de puro sufrimiento cada vez que Marco se adentraba en su espacio personal, intentando intimidarle y someterle había hecho que Kidd se riese internamente durante horas, Ace incluso le había pegado un puñetazo a Marco en la cara cuando el dragón había querido besarle y, según el chico, todo había sido en defensa propia.

 

Kidd, al igual que el resto del ejército e incluso Law, había adorado ver el malentendido que había entre ambos, y la verdad es que nadie se había sorprendido cuando Marco, cansado de no conseguir nada, simplemente había decidido marcharse llevándose al chico consigo.

 

Kidd rió mientras cogía otra tortita y la mordisqueaba divertido. El juego había quedado olvidado por otros temas, pero Law seguía inmóvil en la mesa y Kidd podría agacharse debajo de la mesa y devolverle la increíble mamada de la noche anterior cuando quisiese.

 

No había prisa. Tenían toda la eternidad.

 

— ¿Qué decía la carta?—preguntó incapaz de contenerse mientras sus piernas se enroscaban con las de Law debajo de la mesa.

 

Law enfrente de él sonrió entretenido y sus ojos brillaron malignamente haciendo que el corazón de Kidd revolotease en su pecho. Adoraba aquella sonrisa.

 

—Solo era una palabra—dijo Law sonriendo – “Sálvame”—

.

.

.

Law cerró los ojos mientras el cálido viento del verano golpeaba su cara con una agradable caricia inundada de olor a flores. Debajo de él Kidd volvió a girar en el aire esquivando una esponjosa nube y realizando otro de aquellos giros cerrados que llevaba días practicando hasta la perfección.

 

Kidd se  había adaptado bastante bien a su nueva situación, la falta de fuerza y poder muchas veces le dejaba sin aliento tras una larga sesión de entrenamiento, pero lo que definitivamente le estaba costando más era adaptarse al nuevo brazo metálico que ahora tenía. Shanks se lo había regalado hacía ya varios meses y la enorme pieza metálica había sido fabricada por el mejor herrero enano del mundo, Franky, de los altos páramos de Rusia. El increíble brazo metálico incluso se transformaba para que Kidd pudiese usarlo en sus dos formas sin necesidad de pensar si quiera en ello.

 

Law sabía que Kidd agradecía el regalo, durante sus primeros meses juntos después de la victoria, Law había visto a Kidd frustrarse mil veces por la falta de un brazo, pero Law no sabía si aquel trozo de metal solucionaba el problema. Kidd parecía haberlo aceptado y seguía practicando cada día con él para poder usarlo sin problemas, pero Law no podía decir lo mismo.

 

Cuando Law veía aquel  brazo, solo podía recordar el motivo principal por el que Kidd había perdido el original.

 

Law sabía que nunca se perdonaría por lo que le había hecho a Kidd. Sabía que por mucho que Kidd insistiese en que no era culpa suya, que Law no había sido racional cuando lo había hecho, aquella herida y recuerdo le perseguiría toda la vida. Al igual que a Kidd le perseguiría toda la vida el hecho de haberle abandonado aquel día en el mercado a pesar de sus advertencias.

 

El mundo continuaba, todo parecía seguir en paz, todo volvía a su curso original, pero ninguno de ellos dos volvería nunca a ser el mismo. Las pesadillas seguían presentes por las noches para los dos, su subconsciente traicionándoles con las mil posibilidades de lo que podía haber ocurrido, de lo que podían haber perdido.

 

Pero tras semanas de convivir con aquella realidad, Law había acabado aceptándola al igual que Kidd. Aquello era la consecuencia normal de lo que había pasado, el trauma después del terror, ambos sabían que algún día las pesadillas y el arrepentimiento acabarían desapareciendo lentamente, pero que hasta entonces, lo único que importaba era que cuando se despertasen, el otro estuviese junto a ellos en la cama intentando calmarles.

 

Puede que ambos hubiesen quedado heridos después de aquellas batallas, puede que aún hubiesen miles de problemas aguardándoles delante, pero Law sabía que estando juntos aquellos problemas desaparecerían. Separados morirán, pero unidos eran invencibles.

 

Cuando Kidd se alzó entre las nubes cansado de entrenar con ellas, y planeó sobre el inmenso manto blanco en un vuelo lento y agradable, Law volvió a cerrar los ojos sonriendo. Enfrente suyo el sol empezaba a alzarse como una corona amarilla, iluminando el campo de nubes debajo suyo con mil matices dorados y escarlatas y calentando su piel agradablemente.

 

Law acarició el lomo de Kidd debajo de él y le mandó aquel perfecto sentimiento de felicidad por el precioso vínculo que compartían. Al instante Kidd se estremeció debajo de él y comenzó a ronronear como siempre hacia cuando Law le dedicaba el más mínimo gesto de cariño en aquella forma.

 

Law rió bajo, pensando en todo lo que había cambiado su vida, en todo lo que había perdido y ganado desde que hacía tres años había bajado de una oscura montaña negra para matar a un dragón. Law rió mientras el sentimiento de felicidad y pura libertad le invadía, mientras Kidd le devolvía el mismo sentimiento multiplicado por mil por el vínculo que compartían.

 

Law rió mientas su pecho parecía capaz de explotar del cariño que le invadía.

 

Definitivamente había merecido la pena, pasase lo que pasase, siempre la merecería.

 

Notas finales:

 

Ingis Draco significa “Dragón de fuego” en Latín, y era una de las criaturas que Law tenía que estudiar en la Orden cuando empezó su entrenamiento como exorcista.

Corazon le dio un día uno de los miles de libros que la orden tenía sobre criaturas mágicas para que las estudiase, y Law quedó al instante fascinado por el dibujo del dragón que acompañaba al texto. Sin que nadie le viese, Law arrancó entonces las pocas páginas que definían a la criatura y las escondió en el la funda de su espada, a pesar de que podía ganarse un castigo por ello. Corazon por supuesto descubrió que Law había roto el libro, pero aun así no dijo nada para evitarle el castigo, y empezó así a romper el código de la orden con sus consiguientes consecuencias.

El dibujo que aún sigue estando olvidado dentro de la funda de Law, es la de un cabreado Kidd sobrevolando una caravana del Vaticano con destino a Hungría.  

 

 


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