Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ignis Draco por Cucuxumusu

[Reviews - 253]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Buenas de nuevo gente, me alegro de que os este gustando el fic, en serio, me animais un monton, pero me preocupa este cap, es la primera conversacion y sa saber lo que os parece, pero bueno, aqui os lo dejo:

 


Cuando Law abrió los ojos, lo único que sentía era un enorme dolor recorriendo cada mínima parte de su cuerpo desde la cabeza a los pies. Un dolor conocido y agradable pero no por ello menos molesto, que le impedía enfocar claramente su entorno y donde estaba. El moreno gruñó confuso y movió la cabeza de un lado a otro con más esfuerzo del habitual, intentando, patéticamente, recolocar sus ideas y aclarar sus pensamientos. 


Oh joder, dolía bastante.


Confuso intentó recordar. 


Le habían enviado del Vaticano a un pueblo de Rusia a aclarar una extraña leyenda que se contaba en el lugar. Sí. Cuando había llegado el lugar había resultado ser una mierda. Sí. La leyenda en cambio, era cierta y se había enfrentado al dragón rojo escupe fuego y tocapelotas. Sí y mil veces sí. Luego le había tocado curarse las heridas con el mejunje inventado por el idiota de San Miguel...


Vale, eso explicaba el dolor conocido recorriéndole todo el cuerpo. Pero no explicaba el estúpido cansancio y aturdimiento. La pócima siempre le dejaba un poco agotado, cierto, pero nunca había llegado a aquel extremo.


Volvió a rebuscar en su mente entumecida una posibleexplicación para el hecho. Se había bebido la pócima y luego había salido al porche y... oh mierda. El alcalde.


Le habían drogado con un dardo envenenado. Por mucha poción curativa que hubiese tomado, de alguna manera aquello le tenía que haberle pasado factura. Era veneno contra antídoto. La poción y la droga pelearían en sus venas hasta que alguna ganase, y para ello podría pasar mucho tiempo.


Y mientras tanto estaría indefenso. 


Pero ¿Dónde estaba? ¿Y por qué le había envenenado el alcalde si no le había hecho nada? Su mente seguía demasiado atontada como para pensar con racionalidad, y todo aquello sólo estaba aumentando el dolor de cabeza. Así que, en vez de analizar su situación, se dedicó por el momento a estudiar su entorno e intentar averiguar algo más útil.


Según podía ver a través de su visión borrosa estaba en una caverna tétrica con barrotes extraños, y... estaba esposado al techo.


Law abrió los ojos con sorpresa ¿Cómono se había dado cuenta antes de esto? Aunque ahora que se fijaba no sentía absolutamente nada de su cuerpo, era solo como un entumecimiento general de cada terminación nerviosa que tenía. Dios, por la postura en la que estaban sus brazos y muñecas, estas debían de doler mil demonios, habría que dar las gracias si estas no había perdido la sensibilidad para siempre. Law frunció el ceño comenzando a preocuparse por si situación.


¿Una cueva? No había visto ninguna en el pueblo cuando lo había ido recorriendo en secreto casa por casa para encontrar al dragón. Así que,  si no estaba en el pueblo, ¿Dónde estaba?


—Vaya, así que por fin despiertas—se escuchó en algún lugar en las sombras al otro lado de los barrotes.


Law alzó con dificultad la cabeza y escrutó el lugar en busca del que había hablado, pero su mirada seguía sin enfocar correctamente y al final solo vio sombras en la oscuridad moviéndose acechantes.


Aun así aquella voz le sonaba de algo, no acababa de recordar de dónde ya que sonaba ligeramente distinta a la última vez, pero seguía teniendo aquel tono ronco y poderoso a pesar de parecer más...humana.


Y entonces su mente hizo la asociación.


—...Mierda—susurró entre dientes.


Y su voz sonó cansada y pastosa, tan lejos de su habitual tono tranquilo y arrogante, que fue otra patada más en su maltratado ego. Incluso el dragónsoltó una sonora carcajada divertida que retumbó en las paredes de la cueva poderosamente.


Aunque Law no supo si fue por lo que había dicho o por lo destrozado que sonaba.


Aun así, sintió con alivio como sus sentidos iban despertando ante el peligro y la adrenalina circulando por sus venas.


Así que le habían traído a la guarida del lagarto gigante. ¿Por qué no? ¿Habían hecho alguna clase de trato? Sí, aquello  tenía sentido, o quizás el lagarto les había amenazado para que le entregasen. Sí, Law decidió decantarse por la última opción.


Law se removió ligeramente y sintió el pesado y frío metal de las esposas quemar sus muñecas, cuando estas comenzaron a recuperar la sensibilidad.A duras penas intentó adoptar una pose más digna, y por lo menos, ponerse de pie, porque lo de colgar esposado del techo como una marioneta definitivamente no era muy noble y digno.


— ¿Dónde estoy?—preguntó después de tragar saliva para que su voz no sonase tan rasposa y acabada.


—En mi casa—respondió rápidamente el dragón con una ligera satisfacción en su voz, como si solo con aquello le hubiese ganado.


Law quiso rodar los ojos cansado. ¿Por qué siempre le subestimaban? ¿En serio el otro se pensaba que le tenía totalmente a su merced? Porque por el tono orgulloso lo parecía. Pero como siempre, que le infravalorasen era mejor para él.


—Sí, ya lo veo, un lugar tétrico y deprimente—dijo dando una elocuente mirada al lugar— justo como el dueño—


El ambiente tranquilo e victorioso desapareció en un momento. Con un ligero gruñido, el dragón se acercó a los barrotes y cerró una poderosa mano sobre ellos. Solo que no era un dragón, era un hombre que aparentaba más o menos su edad pero que era mucho más grande que él.


—Puedes decir lo que quieras—empezó el hombre—pero te convendría recordar que estás totalmente a mi merced—dijo con una sonrisa plagada de dientes y una mirada de advertencia.


Law le estudió detenidamente. Era un hombre alto, muy muy alto, y su pelo rojo intenso prácticamente llameaba en la tenue luz de la caverna. Tenía unos electrizantes ojos dorados que le miraban victoriosos y arrogantes, y una enorme sonrisa de dientes blancos y labios finos.


Pero lo más impresionante era la fuerza y poder que desprendía su cuerpo. Law prácticamente podía saborear la magia que rodeaba al hombre, tan densa, antigua y poderosa que era como si se ahogase en ella. Y eso sin contar la impresionante musculatura con la que contaba y que parecía a punto de romper la ajustada camisa negra que llevaba. Era atractivo, fuerte y al parecer, inteligente.


Law lo aprobó inconscientemente. Y al darse cuenta, le odió aún más.


Si ganarle en forma de dragón era complicado, en aquella nueva forma tampoco iba a ser fácil. Pero gracias a dios el pelirrojo había dejado claro, desde el primer momento, un enorme punto débil que él no dudaría en aprovechar: un orgullo tan grande como el suyo.


— ¿Tú eres el dragón?—preguntó mirándole escéptico de arriba a abajo, con un deje entre desilusionado y sarcástico.


El pelirrojo frunció el ceño y se cruzó de brazos. Y Law observó fijamente los músculos de su pecho y sus brazos marcarse  aún más con el movimiento. Realmente estaba muy...


Estúpida posición, céntrate Law.


—Sí—respondió el pelirrojo mirándole con desdén desde los barrotes— ¿Por qué?—


Law quiso sonreír. Había lanzado el cebo y el hombre lo había mordido con ganas.


—No sé—respondió el moreno encogiéndose de hombros y fingiendo desinterés —me esperaba algo un poco más...impresionante—


Y el primer golpe dio de lleno en la enorme diana que era el ego del pelirrojo. Law tuvo que contener la sonrisa al ver al otro fruncir el ceño. Sus ojos llamearon, sus músculos se tensaron bajo la camisa, incluso una vena cabreada se marcó  en su frente.


—Pues lo soy—dijo firmemente mirándole con odio— soy Eustass Kidd, monarca y soberano de los siete dragones que dominan este mundo—anunció con orgullo.


Law tragó saliva impresionado.


Así que era cierto. Había siete dragones dominando los siete continentes, si contabas la desaparecida Atlántida y las tierras ocultas del infierno. Siete, como el número mágico.


Aquello era algo importante de descubrir, y seguramente debía informar al Vaticano para que mandasen a otros como él a acabar con ellos. Aun así, ahora no era el momento para aquello y Law no dejó que la nueva información le afectase y simplemente siguió la conversación como si ya lo hubiera sabido desde el principio.


— ¿Dominar? Lo siento pero nunca había escuchado sobre ningún dragón dominando nada—dijo con aburrimiento y sarcasmo— y además, dudo que alguien como tú sea capaz de gobernar sobre algo sin arrasarlo ni destruirlo en segundos—


Segundo golpe,segunda diana. Esta vez el pelirrojo aferró los barrotes de hierro y le enseñó los dientes como un animal furioso. La magia de su poder tembló con rabia y la habitación se calentó unos buenos cinco grados.


Law lo agradeció, ya que estaba volviendo a sentir su cuerpo y estaba redescubriendo que tenía frío. Mucho frío.


—Bueno, no espero que un enclenque como tú sea capaz de entender algo tan complejo como es gobernar —respondió con odio el pelirrojo.


Y esta vez fue el turno del moreno de cabrearse.


—Enclenque que te hizo a ti,  “el gran dragón”, la herida que tienes en el pecho—respondió mordaz.


Kidd rugió en la cueva y el sonido fue tan potente que Law no pudo más que temblar impresionado por semejante poder. El pelirrojo le miró con el odio más profundo que nunca le había visto, y el extraño poder le oprimió asfixiándole.


—Te pudrirás aquí dentro por el resto de tu vida—aseguró el dragón con aquellos dorados ojos brillando en la oscuridad.


Y sin más se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad.


Law en cambio se quedó allí, colgado del techo. Con el silencio y la sensación de asfixia oprimiéndole el pecho. Y la rabia y un puñado de drogas revolviendo su sangre.


.


.


.


El dragón paseó por su habitación sintiéndose encerrado. Habían pasado horas desde su última y única visita a su prisionero pero de todas formas seguía dándole vueltas a la pequeña conversación que habían tenido.


Había visto como el hombre despertaba con la confusión en su cara y como sus enigmáticos ojos grises intentaban enfocar su entorno. Le había estado observando un rato desde su escondite en las sombras, estudiando cada movimiento que hacía, las expresiones que ponía o cada mínimo aliento que daba.


Y luego había intentado iniciar una conversación. El hombre seguía fascinándole con su origen y con cómo se había curado, así que había intentado asustarle con su mera presencia y sacarle información. Se había sentido estúpidamente satisfecho al verle reconocer su voz y maldecir por lo bajo...pero luego la cosa se había ido a la mierda demasiado rápidamente.


Aún recordaba como el otro le había ido sacando de sus casillas a cada comentario y cómo había acabado siendo él el que había dado información. Y lo peor es que había estado tan cegado por la rabia y la ofensa que no se había dado ni cuenta.


Pero no se volvería a repetir, la próxima vez sería él quien le manejase como quisiera.


Con esto en mente se dirigió a la mesa a servirse otro pedazo del ciervo que había cazado aquella mañana. Comió rápido y sin muchas ganas, luego se dirigió a la sala de entrenamiento, hizo unos cuantos ejercicios, se bañó en la enorme piscina, se afeitó con uno de los cuchillos y volvió a la cárcel de su prisionero con la mente clara y enfocada.


Curiosamente hablar con el otro parecía haberse convertido en la única actividad que ocupaba su mente en aquel momento sin que se diese cuenta.


Al llegar, el hombre seguía colgado de las cadenas y cabeceaba a punto de dormirse del aburrimiento que debía de estar aguantando. El moreno levantó la cabeza al escucharle, y estudió las sombras entre las que estaba con los ojos mucho más despiertos que la primera vez.


Kidd guardó silencio durante un momento mientras se paraba enfrente de los barrotes con los brazos cruzados y ambos se miraron a los ojos fijamente. La parte de su mente reprimida se sintió satisfecha al verle por fin más sano y claramente despejado. Aunque seguía gritándole que no fuese estúpido y le quitase las cadenas. Kidd la ignoró cansado de aquella pelea interna.


— ¿Cómo te llamas?—dijo al fin el pelirrojo en un tono que parecía más una orden que una pregunta, pero aun así suave y amable.


El chico ladeó la cabeza como cuestionándose su pregunta un momento.  Kidd apretó los puños sobre sus brazos empezando a enfadarse sin motivo aparente. Pero la verdad es que cuando solía usar aquel tono la gente obedecía al instante, no se le quedaban mirando como decidiendo si contestar o no. Y por dios ¿Quése suponía queiba a hacer con el nombre? ¿Matarle? ¿Por qué no podía simplemente contestar?


—Dame un poco de agua y puede que te conteste— respondió por fin el moreno.


Kidd apretó los dientes ahora sí, enfadado.


— ¿Me éstas chantajeando?— a él, el mayor depredador del mundo.


El hombre sonrió de lado con una mirada divertida.


—Sí—


Kidd gruñó. Pero esta vez no caería tan fácilmente, no iba a dejarse llevar y perder otra estúpida discusión por culpa de su temperamento y orgullo. Él estaba al mando y el otro tenía que aceptarlo.


Así que respondería a sus preguntas y punto. Nada de chantajes.


— ¿Qué te hace pensar que voy a aceptarlo?—preguntó arrogante.


—Bueno—dijo el chico mirando al techo con un suspiro aburrido— me han entrenado desde los seis años para aguantar torturas, castigos y el dolor que estos suponen—anunció tranquilo— así que, si me quieres sacar información, la única manera es aceptar el chantaje—


Kidd le observó seriamente. Algo en su interior se revolvió ante la imagen de un niño de seis años siendo torturado. La raza humana podía ser cruel, pero nunca había oído algo tan extremo. Ni siquiera los demonios hacían aquello, los niños siempre eran un regalo para todas las criaturas que conocía.


Pero el dragón no olía ninguna mentira venir del hombre, por lo que aquello debía de ser verdad. Y todavía más horrible.


— ¿Cómo puedo creerte?—dijo el pelirrojo mirándole intensamente aún dudando.


No quería creerle, y tampoco quería tenerle lástima a aquel hombre, suficiente tenía ya con su mente salida y las ideas poco sanas que le mandaba.


Pero al parecer iba a ser inevitable.


—Bueno, puedes perder tu tiempo y el mío e intentar torturarme para sacarme la información que quieres —empezó el moreno— o simplemente puedes creerme y darme un maldito vaso de agua—


Kidd gruñó molesto. Aquel hombre era demasiado inteligente para su gusto y, aunque lo de torturarle era una tentación muy grande, sabía que en el fondo decía la verdad.


—Vale—dijo por fin rodando los ojos cansado. Sabía que todo aquello no iba a ser fácil, y un vaso de agua era algo bastante barato en comparación con lo que había esperado tener que pagar— pero dime primero tu nombre—


Y el chico soltó una carcajada.


— ¿Te crees que soy idiota? ¿Cómo sé que me darás el agua cuando te lo diga y que no me dejarás aquí sin nada?—


—Bueno—dijo el dragón con una sonrisa malvada—puedes perder el tiempo intentando discutir conmigo, o aceptar que éstas a mi merced y decírmelo— repitió el dragón burlándose de él arrogantemente.


La sonrisa desapareció de la cara del moreno.


Y el dragón volvió a sentir su orgullo crecer de nuevo satisfecho tras su pequeña venganza.


—O puedes darme tu palabra de que lo harás—respondió el moreno aun así con una tercera opción y aquella brillante inteligencia.


Y esta vez fue el turno del dragón de dejar de sonreír.


Por supuesto que el otro le había estado estudiando. Y por supuesto que había descubierto la maldita información. Un dragón nunca podía romper su palabra, era algo tan sagrado para ellos que era simplemente impensable.


—Simplemente dímelo—repitió el pelirrojo aferrando los barrotes y rugiendo. Intentando inútilmente intimidarle y ganar de una maldita vez una pelea contra él.


—No—siguió el chico en sus trece sonriendo con  superioridad de nuevo—dame tu palabra—


Kidd golpeó los barrotes y le miró con odio. Podría irse y mandarle a la mierda, sabía que al final el hombre acabaría cediendo, pero aquello sería reconocer que el moreno había ganado aquel asalto. Y tenía demasiada curiosidad.


—Está bien—dijo al fin—te doy mi palabra de que te daré agua a cambio de tu nombre—


Y al instante fue como si una pesada cadena cayese sobre sus hombros.


El hombre sonrío victorioso. El desagradable sonido del metal rompiéndose se escuchó por la caverna mientras Kidd se separaba de los barrotes.


—Me llamo Trafalgar Law—dijo el moreno con voz cantarina.


Y Kidd salió hecho una furia de la caverna a por una jarra con agua. En menos de dos minutos estaba de vuelta y con una orden mental suya, los barrotes se retorcieron para dejarle pasar.


El chico seguía mirándole con una sonrisa divertida.


Kidd se acercó a él furioso. Era más alto que el moreno por varios centímetros, y definitivamente podría partirle el cuello sin mucho esfuerzo de lo delgado que era. En todos los sentidos era alguien mejor que aquel hombre, y sin embargo, allí estaba, dándole de beber.


Kidd alzó una mano, y aferró la barbilla del otro con fuerza obligándole a abrir la boca. El hombre forcejeó un poco contra los fuertes dedos que se clavaban en su mandíbula dolorosamente, pero Kidd le mantuvo en su sitio sin mucho esfuerzo.


—Abre la boca—ordenó cansado de tanta pelea.


—Pídelo por favor—siguió burlándose el otro.


Kidd volvió a clavarle los dedos hasta que algo crujió bajo ellos y el chico abrió la boca ante el agarre repentinamente obediente.


Y algo oscuro cruzó los ojos del dragón.


Había algo excitante con todo aquel numerito, se dio cuenta de repente la vieja criatura gracias a la parte encadenada en su mente. El tener al otro encadenado y dependiendo totalmente de él, prácticamente arrodillado a sus pies y con la boca abierta en espera de lo que él quisiese hacerle.


Con sus ásperos dedos acarició aquellos labios gruesos que tenía el chico. Se sentían suaves y jugosos ante su tacto, perfectos para cerrarse en torno a una polla. Su mente empezó a divagar mientras seguía mirando aquella sumisa boca y aquellos ojos impacientes.


—Agua—murmuró el chico como pudo bajo su agarre.


Kidd gruñó enfadado. ¿Qué cojones estaba pensando? Levantando la jarra la inclino sobre aquella tentadora boca.


Y las cadenas desaparecieron de sus hombros en cuanto la primera gota rozó sus labios.


El chico tragó, y al hombre se le ocurrió una magnífica idea mientras observaba el movimiento de los músculos de su cuello y la lengua relamiéndose los labios. Sonriendo levantó la jarra antes de que el chico diese un segundo trago.


La mirada de odio que le dedicó el moreno fue épica.


—Lo siento, pero no especificaste la cantidad que querías— dijo encogiéndose inocentemente de hombros el dragón— aunque si me dices de dónde eres y qué haces aquí puede que me piense lo de darte otro trago—


Law apretó los dientes e intentó apartarse del agarre. El dragón no le dejó en lo más mínimo, más bien parecía estar disfrutando de tenerle apresado. Sin embargo, necesitaba el agua, el ser humano no aguantaba más de tres días sin agua y él debía llevar uno y medio. Se moría de sed. Y la información tampoco era tan importante.


Aun así sabía que después de aquella vendrían otras preguntas a cambio del agua. Y a lo mejor esas no eran tan inocentes.


Pero eso ya lo pensaría en otro momento.


Rindiéndose por fin a su suerte contestó.


—Vengo de Italia, del Vaticano, y vine a aquí específicamente para acabar contigo—


Y el agua cayó sobre su boca.


.


.


.


Law se removió incomodo. Llevaba ya cuatro días con el dragón como su prisionero y aún no había pasado nada. El dragón solamente le tenía allí encerrado, venía a verle dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde. O al menos eso pensaba Law ya que en aquella cueva no podía ver nada del exterior y el tiempo se regía simplemente por las visitas de la bestia.


El dragón por ahora solo se dedicaba a interrogarle a cambio de agua o de un mísero trozo de comida. Habían sido por lo general preguntas generales como su edad, sobre el Vaticano o el por qué querían acabar con él. Había habido un momento tenso en el que el otro le había preguntado qué era y Law le había respondido sin dudar que un simple humano. Se había tirado dos horas discutiendo sobre el hecho y el dragón al final se marchó cabreado dejando a Law confuso por lo que acababa de pasar.


Pero por el resto de preguntas, Law las había respondido sin preocuparse, después de todo, la bestia seguía sin descubrir la información importante: que era un exorcista y asesino entrenado. Seguía sin descubrir las armas que usaba, sus trucos y hechizos...y además, Law también había descubierto algunas cosas sobre el dragón aparte del ridículo nombre.


El hombre era arrogante como nadie que había conocido, y según creía debía tener más de cinco mil años. Había nacido en la antigua Escocia y era el gobernador de Europa. Law sabía que el dragón además tendría un escondrijo con montañas de un impresionante tesoro, pero no se había atrevido a preguntar sobre eso. Demasiada humillación había sentido ya cuando el dragón idiota tenía que alimentarle y darle de beber mientras él seguía arrodillado y aceptando, sin poder hacer nada, cada bocado que le daba el otro. Y encima aguantando la mirada de superioridad del pelirrojo o aquella otra extraña mirada intensa que le dedicaba a veces.


Aunque por lo menos había sido mejor que la vez en que el pelirrojo le había bajado del techo y le había dirigido con un cuchillo amenazando su espalda, hasta una enorme piscina cubierta por el techo resquebrajado de la cueva. Allí el muy imbécil le había obligado a bañarse delante de su atenta mirada, alegando que estaba apestando su preciosa guarida con su olor. El moreno por supuesto se había enfadado ante el comentario, pero aun así sabia que necesitaba bañarse, y no solo por el sensible olfato del pelirrojo.


Law de todas formas le había negado al dragón el placer de verle desnudo, y en su lugar se había metido en la congelada agua con la ropa puesta y había dado dos largos de punta a punta, como si fuese lo más normal del mundo. Cuando había salido del agua, el otro solo se había encogido de hombros indiferente, le había vuelto a meter en la celda a la fuerza y a encadenarle al techo.


Y Law se había tirado toda la noche tiritando con la ropa mojada y el frío en los huesos hasta que Kidd se había dignado en volver y había calentado el ambiente con su presencia como hacía siempre.


Pero ya había aguantado bastante.


Su plan inicial había sido aguantar cinco días, descubrir lo que necesitase del dragón, y luego largarse de allí para preparar una ofensiva decente.


Pero no podía más.


Como volviese a ver aquella sonrisa arrogante y aquellos ojos dorados mirándole con burla, era capaz de suicidarse.


Iba a salir de allí e iba a matar al imbécil, luego se iría de la maldita Rusia y mandaría que le dieran por culo al maldito pueblo.


El otro se había ido. Y había sido su segunda visita. Así que tendría aproximadamente doce horas para llevar a cabo el plan.


Haciendo uso de los doloridos músculos de sus brazos, se alzó ligeramente en el aire y se contorsiono hasta que su boca estuvo a la altura de la muñequera de su camisa. Allí, oculta entre la costura de la ropa, había una diminuta aguja. Era algo tan pequeño y estaba tan escondido que nadie sería capaz de descubrirlo a menos que supiese que estaba allí.


La tomó entre los dientes con cuidado y luego, estirándose un poco, la cogió con la mano. Con dedos firmes y la precisión de un cirujano, la introdujo en la cerradura de la esposa y al instante siguiente las esposas caían a sus pies.


Se frotó las muñecas con un suspiro. Abrir la celda tampoco fue muy complicado y al instante siguiente recorría la oscura cueva con paso firme y seguro después de abandonar su tétrica celda.


Sin dudar se adentró en una pequeña habitación decorada con estilo militar, que recordaba de su viaje a la piscina por estar plagada de armas escudos. Había estado oculta tras un saliente de la roca, pero con el entrenamiento que había recibido a Law nunca se le escapaba nada y en cuanto la había visto la había memorizado en su mente. En la pequeña y sobria sala se hizo con un afilado cuchillo y una daga curva de aspecto árabe que encontró en un oscuro armario.


Ahora solo quedaba encontrar al dragón.


Porque iba a matar al dragón. Aún recordaba la primera vez que le había visto. Esa arrogancia y desprecio. Su instinto le había clasificado al instante como un enemigo. Aunque había algo extraño que no acababa de cuadrar del todo. Una sensación de alerta constante y de peligro.


Le había pasado también cuando el dragón le dedicaba aquella mirada intensa y extraña que le dejaba la boca seca. No sabía por qué pero cuando el hombre le miraba así: totalmente serio y sin quitarle los ojos de encima, Law se ponía estúpidamente nervioso y sentía algo excitante revolverse en su estómago. Le pasaba cuando el otro le daba de comer, le había pasado en la piscina y cada vez que el otro le miraba.


Era algo curioso que no le había pasado nunca, y a lo que tampoco quería darle muchas vueltas.


Después de todo, pronto acabaría con él.


Aferrando la daga del cuchillo se dirigió a los enormes túneles del lugar. Mientras sus sentidos se extendían hasta encontrar la calmada respiración de su presa dormida.


 


 

Notas finales:

Pues ya esta, la primera convivencia y, como no, se quieren asesinar. Espero que os haya gustado, por que ahora que Law escapa empezara a ponerse interesante XD

En fin, los dos comienzan a pensar en el otro, y a sentir...cosas, aunque aun les queda mucho que recorrer. 

Bueno guapos, hasta dentro de dos semanas XD

Nos vemooos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).