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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Halouuu, aqui estoy de nuevo dando la lata.

Esta semana he tenido mas tiempo y me he puesto a revisar y completar algunas ocsas y ya puedo decir que tengo la historia de principio a fin pensada y planeada, incluso tengo un resumen con lo que poner en cada capitulo y como relacionar unas cosas con otras.

Ahora ya puedo decir que estoy lista para lo que sea muajaja

Vais a llorar

En fin, espero que os guste este cap n_n

 


De nuevo su enorme habitación tembló bajo su potente rugido, las estanterías temblaron y los libros en ellas bailaron amenazando con caerse de su lugar. Las altas velas en la mesa parpadearon derramando más chorros de cera sobre la oscura madera de la mesa y creando caminos transparentes hasta el suelo que se volvían blancos antes de poder tocarlo. El mundo entero parecía sobrecogido ante su furiosa presencia.


Porque Kidd estaba que se subía por las paredes.


Acababa de regresar a sus aposentos después de la productiva charla que había tenido con cierto moreno, y la verdad, seguía sin saber que acababa de pasar. Se había disculpado, le había hasta regalado uno de los libros de su tesoro, de su puñetero tesoro, pero al parecer la había cagado más de lo que creía, al parecer la cosa se había ido a la mierda más de lo que había querido reconocer.


Kidd se recostó en la cama pasándose una mano por la cara. El cabecero de nácar chocó contra la pared emitiendo un crujido extraño que le provocó un escalofrío de desagrado. Cansado, se dio la vuelta en la cama hasta quedar con la cara hundida entre la almohada y las suaves y mullidas mantas.


La verdad es que estaba cansado de pelear. La verdad es que ya no quería seguir luchando por algo que sabía que no iba a tener futuro lo mirase por donde lo mirase. Tal vez debería dejarlo, tal vez debía liberarle, dejar que se fuera y seguir con su vida. Así volvería a la normalidad y a la tranquilidad de antes de conocerle. También podría él moverse, cambiar su base y hogar de lugar, llevaban mucho tiempo en el oscuro valle y el dragón volvía a aburrirse y pedir por aventura. Así los dos se separarían y nunca se volverían a encontrar.


Así se olvidaría de todo, podría empezar de cero y volvería a sentirse libre y sin ataduras.


Algo en su interior se rebeló ante la idea. Vale, recuperaría la libertad y su ansiada soledad, pero recuperaría también el aburrimiento y la monotonía que habían gobernado su vida hasta el momento. Además, algo le decía que separarse del moreno le iba a doler más de lo que reconocería. Puede que discutiesen y puede que se odiasen, pero Kidd en ese momento ya no podía imaginarse una vida sin molestar al moreno y sin que éste le sacase de quicio de vuelta. Cada mañana se levantaba deseando ver sus ojos grises y piel morena, su mente al instante comenzaba a trazar planes de conquista y simplemente era demasiado divertido.


Tan solo no quería separarse de él.


El hecho de pensar en dejarle libre, en dejarle continuar con su vida sin él en ella, le provocaba una extraña furia. Law podría montar una familia, podría encontrar a alguien y vivir feliz, sería un buen padre y un marido aún mejor, el sueño de toda mujer, inteligente, atractivo y fuerte, Kidd prácticamente podía verlo en su mente. Sus manos desgarraron las pesadas mantas de lana sobre las que estaba sin darse cuenta. El tejido había tomado un color negro y la habitación había subido demasiado de temperatura. Kidd se obligó a controlarse. Definitivamente aquello no iba a pasar. Nunca. El moreno era suyo, gritaba la parte posesiva de su mente, y Kidd no podía estar más de acuerdo.


¿Y entonces qué iba a hacer? ¿Tirarse toda su vida con el moreno discutiendo y gritándose? Aquello no era sano, aquello acabaría con ambos, acabarían matándose.


 Así que lo tenía que resolver.


Por mucho que ya no pudiese más, por mucho que quisiese tirar la toalla tenía que seguir luchando por el moreno. Porque la opción de abandonarlo  y entregarlo a los brazos de otra persona era aún peor. La mera idea seguía destruyendo algo dentro de él.


¿Pero qué podía hacer? Ya lo había intentado todo y el moreno lo había dejado muy claro: no iba a pasar nada. Además Kidd sabía que el moreno era prácticamente igual de cabezota que él y que no iba a cambiar de opinión hiciese lo que hiciese.


Y entonces Kidd tuvo una idea.


Sentándose en la cama sonrió malignamente. Claro, el moreno era igual de cabezota que él. Ahí estaba el secreto. Esto no era un intento de empezar una relación e intentar llevarse bien, era más bien una competición por saber quien aguantaba más, por saber quién era más cabezota de los dos: si él insistiendo, o el otro gritando y resistiéndosele.


Kidd se levantó de la cama y se dirigió al armario volviéndose a vestir con los eternos pantalones negros.


El otro quería pelear. Bien pues él también pelearía e insistiría sin importarle una mierda lo histérico que se pusiese el otro. Hasta que al final no aguantase más y estallase o se abalanzase a sus brazos suplicando que se callase. Si el otro no entendía qué pasaba, se lo haría entender. Si el otro decía que no pasaría nada, él le demostraría que se equivocaba.


Kidd salió de la habitación en dirección a su tesoro sintiéndose satisfecho con su decisión, sabiendo lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Aquel sería su ataque final, y por sus narices que iba a funcionar, porque lo de levantarse cada mañana con una erección sin poder hacer nada con ella estaba pudiendo con él y con su maldita salud.


.


.


.


Un frustrado Law volvió a tirar el pesado libro en la cama con fuerza y volvió a tomar otro de la pila de libros a su izquierda. El moreno estaba tumbado en su cama con los pies apoyados en la pared y con la capa de piel cubriéndole ligeramente y manteniendo su calor. Varios libros del baúl estaban desperdigados a su alrededor descartados o a medio leer. Eran libros interesantes, tratados escritos hacía años en lenguas ya olvidadas. Eran las típicas cosas que fascinaban a Law lo suficiente para que pudiese tirarse horas leyéndolos sin darse cuenta del paso del tiempo.


Y aun así no conseguía concentrarse.


La conversación que habían mantenido la tarde anterior seguía repitiéndose en su cabeza una y otra vez. Cada palabra que había dicho y cada expresión que el pelirrojo había puesto ante ellas. Por mucho que lo negase se arrepentía de lo que había hecho. Se había pasado, y bastante. La mirada sorprendida y pérdida de Kidd aún seguía grabada en su mente al rojo vivo gritándole por idiota. Además, que el otro le negase un favor no justificaba que él se enfadase y le chillase de vuelta como un niño pequeño. Era normal que el otro le negase lo de salir de la cueva. Law lo entendía, a pesar de que comenzaban a llevarse bien, aún quedaban varios obstáculos por superar.


"Aún quedan bastantes obstáculos que superar para qué" se preguntó Law. ¿A qué quería llegar con el dragón?, ¿Qué quería conseguir?


Law frunció el ceño y fulminó el techo de madera oscura con la mirada. Los libros habían sido olvidados a su alrededor al instante y simplemente paseaba las manos, de forma distraída, por el suave pelaje de la capa que le cubría.


Se llevaba bien con el dragón. Seguramente si se hubiesen conocido en otra situación y bajo otras circunstancias hubiesen acabado siendo amigos. Kidd era el típico hombre orgulloso y arrogante al que Law adoraría joder entre bromas y jarras de cerveza. Y Law también parecía caerle bien al dragón, pensó recordando el viaje entre las nubes que habían tenido, donde Kidd se había estado riendo de él entre bromas mientras le enseñaba el enorme y oscuro valle con cariño. Ambos además eran inteligentes, carecían de los modales y del sentido cívico del momento y podrían defenderse a sí mismos en una pelea sin el más mínimo problema. Simplemente tenían demasiadas cosas en común. 


Así que ¿era eso? ¿Quería un amigo? ¿Alguien con quien bromear y divertirse después de años de entrenamiento y soledad?


No. 


Law ya tenía amigos en el Vaticano, o al menos lo que un exorcista podía considerar amigos. Como muchas cosas en su espartana educación, le habían prohibido tener amigos o compañeros, se le prohibía formar relaciones o vínculos emocionales que pudiesen usar en su contra o que pudiesen distraerles de sus tareas. Law aún así compartía amistad en secreto con otros de los exorcistas a los que había acompañado en alguna de las misiones que se les encomendaba, era necesario encontrar algo de comprensión y a gente que compartiera tus problemas dentro de aquella asociación radical que era el Vaticano. Era necesario para mantener la poca salud mental que les quedaba a unos y a otros mientras les entrenaban hasta convertirlos en máquinas dispensables.


Así que no podía ser eso, y entonces ¿qué narices era?


Law volvió a repasar su relación de principio a fin. La mazmorra, las interrogaciones extrañas y el intento de asesinato, luego habían hecho el trato y... Law se ruborizó al recordar la palmada en el trasero, el flirteo estúpido y el incidente del baño. Gruñó frustrado rodando inquieto por la cama hasta ocultar su cara en las sábanas deshechas.


Por supuesto, el otro se le había estado tirando encima a cada momento que había podido desde lo del trato y claramente estaba intentando algo con él. Kidd había dejado perfectamente claro que quería algo más que la relación de prisionero-carcelero o sólo una amistad. A Law al principio le había dado igual, solo era una estúpida nueva forma de tortura, incluso había sido divertido algunas veces ver sus estúpidos e infructuosos avances.


El problema era lo que pensaba ahora. Ahora después de volar con él, después de compartir tiempo con la bestia y de enrojecer y excitarse cada vez que recordaba lo del baño.


¿Le gustaba ahora el dragón?


La idea era absurda. Total y absolutamente absurda. El mero hecho de que su mente lo insinuase le horrorizaba, eran hombres e incluso de especies diferentes, era simplemente imposible.


Pero eso no negaba lo evidente, concluyó analizando sus reacciones en aquellos momentos. Por mucho que hubiese querido resistirse a los avances del otro, estos habían funcionado y no podía negar la excitación y deseo que habían surgido entonces. Le habían gustado los intentos del otro, las frases baratas y las miradas lánguidas que no dejaba de lanzarle, así como el intento de manoseo y la evidente tensión sexual entre ellos. Le gustaba que alguien se interesase por primera vez en él de aquella forma, que alguien intentase buscar su atención y agradarle, le hacía sentirse vivo y querido, en lugar de la herramienta prescindible que siempre le habían repetido que era.


Le gustaba.


Lo que estaba terriblemente mal.


Law estaba al borde del barranco y lo sabía. Solo tendría que dar un paso más y caería por el precipicio sin remedio alguno. No sabía cómo había llegado hasta aquel limite, siempre había jugado en la fina línea de lo que era correcto hacer y lo que no, pero siempre había podido alejarse si era necesario. Esta vez sin embargo no se veía capaz de poder hacerlo. Se había arriesgado demasiado, había jugado con fuego, con el dragón, y irremediablemente se había quemado.


Lo que le cabreaba. No tendría que haber llegado a aquello, siempre había sido inteligente y había sabido defenderse y conocido sus límites. Por lo que, por mucho que se arrepintiese de haber dicho lo que había dicho la tarde anterior al dragón cuando éste le había dado el libro, era lo correcto, tenía que volver a trazar la línea, tenía que volver a separarse o no sabía lo que acabaría por hacer.


Así que Law, a pesar de que sabía que no era lo correcto, no se iba a disculpar. Porque si lo hacía, volverían a la amistad y tensión sexual que tenían antes y Law volvería a estar al borde del barranco.


Y esta vez Law sabía que se tiraría al vacío sin siquiera mirar atrás.


.


.


.


Kidd volvió a llamar a la puerta de madera insistentemente por decimoctava vez en el día y, como las veces anteriores, pasaron unos buenos cinco minutos antes de que el moreno abriese la puerta corrediza de su habitación.


Kidd podía imaginarse al otro regodeándose por tocarle las narices con aquella estupidez de la puerta, pero le dio igual, después de todo, él llevaba todo el día tocándole aún más los cojones. Así que esperó pacientemente a que el moreno se levantase de la cama donde oía que estaba tumbado, se estirase con tranquilidad, caminase hasta la puerta descalzo y la abriese.


Kidd ignoró la mirada asesina y totalmente cansada que le dedicó el moreno al verle de nuevo en su puerta y simplemente le sonrió.


— ¿Qué quieres esta vez? ¿Se te olvidó algo de tu visita de hace cinco minutos?—preguntó entonces Law con el odio más puro y cristalino que Kidd nunca había oído.


Kidd sonrió inocentemente e, ignorando su pregunta, le tendió un pequeño cofre con decoraciones árabes doradas, y repleto de piedras preciosas de distintas tonalidades grises. Hemetitas, ónices, zafiros, obsidianas, ópalos y demás piedras de distintos tamaños y formas prácticamente desbordaban del pequeño cofre.


Kidd lo había visto por casualidad mientras paseaba por su tesoro, pero al instante el color de las piedras le había recordado al de los ojos del chico y había sabido que tenía que dárselo. Aunque ahora que tenía a las piedras y al chico delante podía jurar que éstas no podían hacerle nunca justicia a la mezcla de tonalidades que eran los ojos de moreno.


Law por su parte miró el cofre con mirada aburrida de quien ha hecho lo mismo mil veces, luego miró a la cara a Kidd y alzó una ceja en un gesto que era un insulto a su inteligencia en sí mismo. Kidd contuvo la risa malvada que peleaba por salir de su garganta totalmente entretenido con la situación.


Llevaban toda la tarde haciendo aquello.


Kidd cogía algo de su tesoro, cualquier cosa, e iba a la habitación del chico a regalárselo como disculpa. Había llevado libros, armas, joyas, esculturas y todo lo que podía considerarse de algún valor y que guardaba su tesoro.  Pero como siempre, Law lo rechazaba y acababa estrellándoselo contra el pecho o lanzándoselo a la cara como había ocurrido con las armas. Fuese lo que fuese. Aunque sus ojos brillasen entusiasmados con los libros con las fórmulas de medicinas centenarias, siempre lo rechazaba, le gritaba y le cerraba la puerta en las narices.


Y entonces Kidd dejaba el libro o lo que fuera en la puerta del moreno negándose a que lo rechazase, y volvía a dirigirse a su tesoro a por algo más para volver, sin preocuparse de nada, a llamar a la puerta del moreno cinco minutos después a regalárselo.


Llevaban toda la maldita mañana haciéndolo, y en consecuencia montañas de su tesoro se amontonaban en la puerta de Law en lo que sería el regalo más grande que nadie podría recibir.


Kidd sabía que aquello era extraño. Estaba regalando su tesoro, aquello que más deseaba y necesitaba en el mundo, al humano. Los dragones no compartían y mucho menos regalaban su tesoro. Simplemente era impensable. Nunca había habido ningún humano que viese aquello ni nadie que contase leyendas de aquel tipo. Al instante era tomado por loco y ridiculizado públicamente por quien lo oyese. Pero Kidd sabía más que eso. Él sí que entendía lo que significaba, lo que estaba haciendo y por qué, el regalarle aquello al moreno, no le importaba en lo más mínimo.


Aquello era una especie de rito de apareamiento para ellos. Solo que, a diferencia de los otros depredadores que lo hacían cada año y con una pareja distinta con el único fin de aumentar la especie, ellos solo lo hacían una vez en la vida y con una única persona.


Supuestamente ellos tenían que esperar a la pareja adecuada, a aquella que había sido creada para ellos. Su otra mitad. Supuestamente cuando uno la encontrase el instinto les gritaría al instante que era ella y ambos sentirán tanta atracción por el otro que, por mucho que intentasen resistirse y huir de ello, no podrían volver a vivir sin la otra persona a su lado. Al final siempre acabarían juntos hiciesen lo que hiciesen, es más, una vez que el enlace avanzara hasta el punto de no retorno, Kidd quedaría atado a su pareja y moriría si el otro moría. Le pasaba a él y todos los otros dragones de este mundo junto con algunos otros depredadores que compartían una parte animal con una humana.


Era magia antigua y olvidada hacía milenios.


Lo que siempre suponía un problema. Ellos eran dragones, ellos vivían la magia y sentían cada mínimo cambio en ella y cuando la unión ocurría sería como un pelotazo en la cara. Pero los humanos y otras muchas criaturas con las que podían emparejarse la ignoraban totalmente, un demonio podría materializarse enfrente de él y ellos serían incapaces de verlo, eran como niños ciegos y perdidos en lo que a magia se refería.


Por lo que la unión podría ser su fin. Una vez que empezasen, el dragón haría todo lo que pudiese por conseguir al humano debido a la atracción que ambas almas sentían, pero su compañero podía ignorar totalmente lo que pasaba sin sentir el vínculo, y simplemente podía seguir su vida y casarse con otro ignorando sus intentos. Y sin su otra mitad, el vínculo que le empujaba a estar juntos acabaría volviéndole locos y matando al dragón de desesperación.


Las historias de parejas de ese tipo nunca acaban bien.


Por lo que, si lo que tenía con el moreno era lo que Kidd pensaba que era, no podía rendirse. Tenía que conseguir a Law, tenía que hacerle suyo para el resto de la eternidad, no sólo por lo que le gritaba el instinto, sino por su propio bien y por el del moreno.


 


Así que, cuando Law volvió a coger el cofre entre sus pálidas manos y suspiró cansado, Kidd rezó internamente porque aquella vez le perdonase y aceptase el cofre. Pero como siempre, Law volvió a estallar el cofre contra su pecho sin dedicarle una segunda mirada.


—Te he dicho que no va a funcionar—dijo el moreno cansado y con el ceño fruncido—deja de hacer esto—comentó mandándole una mirada fulminante a las montañas apiladas en su puerta, deteniéndose más tiempo del necesario en los libros.


—Entonces perdóname—dijo sin preocuparse mucho y sonriendo felizmente pero forzadamente Kidd.


Law le fulminó de nuevo con la mirada.


—No lo entiendes ¿verdad?, no voy a perdonarte, hagas lo que hagas, no va a pasar—y como punto final volvió a intentar cerrarle la puerta en las narices.


Kidd esta vez se lo impidió interponiéndose entre el marco y la puerta corrediza de madera oscura. Law gruñó por lo bajo mientras Kidd tiraba el cofre de piedras al suelo haciendo que éstas se desperdigasen a su alrededor, y se adentraba en su habitación.


— ¿Por qué no? ¿Tanto te cuesta perdonarme? ¿Tan malo ha sido lo que te he hecho?—preguntó Kidd empezando a cabrearse por tanta cabezonería.


Habían pensado que las piedras funcionarían esa vez, había tenido una corazonada. Kidd comenzaba a desesperarse y a sentirse frustrado. No sabía qué más hacer, ¿Qué pasaría si Law seguía rechazándole siempre? ¿Qué pasaría si acababa como una de aquellas tristes historias de parejas que acababan ensangrentadas y muertas por no aceptarse?


—Sabes que no es por eso—dijo Law, alejándose de él unos pasos en la habitación, molesto por su proximidad y poco respeto a su intimidad.


Kidd paseo su mirada por la desordenada habitación del moreno, con los libros y ropa desperdigada por el suelo, antes de detenerse en el hombre parado o en medio de ella.


— ¿Entonces por qué es? ¿Por qué te cuesta tanto perdonarme? Por favor explícamelo. Porque no lo entiendo—dijo comenzando a avanzar por la alfombra en medio de la habitación mientras el otro retrocedía instintivamente.


Comenzando a acorralarlo contra la pared.


—Porque eres mi enemigo, ¿Por qué no te enteras? Eres el monstruo al que tengo que matar—le chilló Law sintiéndose cada vez más atrapado frente al otro que seguía avanzando.


Atrapado frente a su insistencia y falta de cerebro, ante la situación en la que estaban. ¿Por qué no lo entendía? ¿Por qué no le podía dejar en paz y volver a la situación de odio inicial?


Y entonces, Kidd, como escuchando sus pensamientos, se detuvo enfrente suyo y se quedó inmóvil.


Monstruo.


La palabra retumbó en la mente del dragón con un eco lejano. Hacía mucho tiempo que no le llamaban así, tanto que prácticamente había conseguido olvidar aquella parte de su vida. Pero ahora de nuevo todo volvía de golpe. Las guerras, las persecuciones, las torturas e intentos de asesinato hacia los de su especie. Hacia su familia. Pero no fueron los recuerdos los que le hicieron explotar en un ataque de rabia, fue el hecho de que había sido el moreno el que lo había dicho.


Su supuesta pareja.


Con rabia empujó al otro y le acorraló al fin entre su cuerpo y la pared. Sus manos, alzadas a ambos lados de la cabeza del chico, rompieron al instante la oscura madera, en un intento por contenerse y de no hacer ningún daño al de ojos grises. No se permitiría hacerle daño. Nunca. Pasase lo que pasase y dijera lo que dijera.


Law le miró sorprendido por el ataque repentino y por lo rápido que se había movido, pero por primera vez, no dijo nada y se quedó callado. Expectante.


— ¿Qué has dicho?— preguntó Kidd con una voz que sonó como un gruñido animal más que como una pregunta.


Law frunció el ceño confuso por un momento por la pregunta, pero al fin entendió a lo que se refería. Vaya, así que el dragón era sensible a la palabrita. Una sonrisa cabreada y vengativa inundó su cara. Porque aquello era lo que tenían que hacer, pelear, odiarse y matarse. Tenían que volver a alejarse, tenían que volver a trazar la línea.


— ¿Monstruo? —Repitió lentamente, saboreando la palabra— bueno, matas, robas y destruyes, es lo que eres —explicó— acéptalo de una vez—dijo sonriendo cruelmente.


Kidd rugió en su cara y Law tembló entre sus brazos. Curiosamente, a diferencia de la pelea que habían tenido en la cocina cuando el pelirrojo también le había rugido, esta vez Law no tuvo ningún miedo ni ataque de pánico al respecto. Solo un subidón de adrenalina que hizo que su corazón latiese mucho más rápido poniéndose en alerta.


— ¡Cállate!—gritó Kidd en su cara—No sabes lo que estás diciendo, no sabes lo que...—


—Lo sé perfectamente—interrumpió el moreno gritando también, empezando a cabrearse por toda la situación y buscando una excusa para gritarle de vuelta— acaso crees que no vi lo que hiciste con el pueblo, las vidas que te llevaste, las familias que...—


Kidd volvió a rugir esta vez más fuerte. Law cerró los ojos sintiendo su cabeza dar vueltas y sus oídos pitar ante la potencia del sonido.


—No lo entiendes—gruño Kidd con los ojos llameando y la habitación a una temperatura inaguantable—tenía un motivo, ellos me amenazaron, ellos me...—


—Y una mierda—le cortó Law también gritando sintiendo que se ahogaba entre el hombre y la pared—No tuviste motivo, no lo tuviste tampoco la última vez que discutimos y saliste a destruir la aldea, así que no lo tenías para...—


Kidd dejó de pensar. Su mente dejó de reaccionar mientras el moreno seguía gritándole, acusándole injustamente. Pero él no sabía nada, no conocía su historia, no entendía nada de lo que hacía.


Y aún así era su otra mitad. Seguía llamándole monstruo y seguía gritando y aún así era la persona con la que compartiría su alma. Así que Kidd hizo lo único que se le ocurrió para callar al otro.


Adelantándose unos pocos centímetros en el espacio personal del humano, atrapó los labios del otro con los suyos en un repentino beso.


El silencio inundó la pequeña habitación al instante y el tiempo se detuvo.


Kidd sintió algo dentro de él suspirar y relajarse totalmente. La calma le invadió y el mundo volvió a donde debía estar.


Y entonces abrió los ojos y se dio cuenta de lo que estaba haciendo.


Se dio cuenta de que había conseguido hacer lo que llevaba varios días planeando, y esta vez sin pensar. Por un momento se quedó inmóvil sin saber qué hacer, sin saber si el otro iba a responder o si le iba a volver a lanzar contra el muro a lo bestia para asesinarle finalmente como sabía que se merecía.


Pero mientras el moreno decidía que hacer, Kidd, como el hombre sano e inteligente que era, se aprovechó de la situación todo lo que pudo sin remordimiento alguno, y devoró la boca de Law. 


 


 

Notas finales:

Buenaaaaas jajaja, la verdad, no se si deberia gritar "Sorpresa" o reirme de vosotros por haberos dejado con este final. Creo que optare por lo segundo ya que es mas divertido XD 

Muajaja

Sabeis, me ha hecho mucha gracia que, despues de que en el ultimo cap os diese el ultimatum sobre lo del lemon, ahora nadie pregunte sobre ello y hableis incluso  con miedo XD

Que radicales que sois por dios.

No lo dije en el mal sentido x dios, no me importa que lo pidais, todos sabemos que algunos solo vais a lo que vais ¬¬ lo que me fastidio fue que lo pidieseis todos a la vez y reiteradamente, review tras review pidiendo lemon sin que os importase si cuadraba con la historia o no. 

Por favor controlad vuestros instintos y no insistais tanto

Por lo demas, se que el cap es corto y tampoco es que pase mucho (expluyendo el final), pero digamos que es el prologo para lo que pasara a partir de ahora   (Insertese risa macabra y maligna)   En fin, gracias por leer como siempre y por los maravillosos reviews que me dejais.    Un besoo.

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