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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno, pues aqui estoy de nuevo, me alegro de que os este gustando el capitulo, por primera vez estoy cumpliendo los plazos y toy contenta y sin agobios n_n tal vez tenia que haberme tomado mi tiempo mucho antes, se trabaja mejor y salen las cosas mejor. 

En fin, aqui teneis la continuacion, espero que os guste por que esta precticamente dedicado a Kidd

 


La milenaria bestia cortaba el aire volando rápidamente entre nubes plateadas y hundiendo al mundo a sus pies en sombras aún más oscuras. Batía sus enormes alas en el cielo  surcando las frías corrientes y alzándose con asombrosafacilidad a pesar de su enorme tamaño. El sol acariciaba sus escamas y, con los rayos del amanecer, éstas brillaban mágicamente con una tonalidad dorada-rojiza. La bestia entonces aceleró aún más su carrera, queriendo llegar a su guarida antes de que el sol se alzase alto sobre las nubes. Quedaban bastantes horas de oscuridad todavía, pero era mejor llegar cuanto antes al refugio.


 La bestia nunca había estado tan cabreada en toda su vida, quería arrasar con todo, quería destruir a aquellas hormigas llamadas humanos que osaban desafiarle. Pero hacer algo así sería demasiado fácil para él, y no le supondría demasiada satisfacción dada la situación. Necesitaba hacerles sufrir, que llorasen y gritasen desesperados hasta perder cualquier esperanza.


 Su estómago volvió a mandarle una descarga de dolor desde la enorme herida partiendo su torso y, rugiendo, se acordó del culpable. Oh sí, se iba a vengar a lo grande. Aquel hombre de ojos grises y olor a metal antiguo lo iba a pagar. Lo que le iba a hacer no se podría comparar a nada que la humanidad hubiese visto hasta entonces. Le iba a romper en todos los sentidos, le haría sufrir cada día de su corta vida, le haría suplicar la muerte hasta que se consumiera en su desgracia y se arrepintiese de haber nacido. Sería un recordatorio perfecto para el resto del mundo de lo que pasaría si alguien se alzaba contra él.


 El dragón sonrió pensando en su próxima víctima y en planes macabros mientras aquella parte de su mente se regodeaba en el caos que estaba a punto de probar y en el poder que tenía para arrasar con todo. Aun así, por mucho que intentase ignorarlo, había otra parte mucho más primitiva e instintiva de su mente que se encontraba ligeramente aterrorizada e inquieta por lo que acababa de pasar. A aquella parte le preocupaba ligeramente un nuevo enfrentamiento con el hombre de ojos grises, y aquella parte aun seguía en shock por la herida que el hombre le había hecho. Empezaba a considerar al otro como un rival decente en vez de una pequeña hormiga que podía ser aplastada fácilmente.


 El dragón gruño molesto queriendo vengarse en vez de sentir aquella extraña fascinación y rivalidad con el humano. Los humanos no valían nada, nunca jugaban justamente y sólo se aprovechaban de tu fuerza. Nunca salía nada bueno al mezclarse con ellos, así que el dragón acalló aquella parte de su mente que seguía insistiendo en que a lo mejor esa vez sería distinto y que el hombre de ojos grises podría ser alguien decente, porque no lo era, el humano había intentado matarle como otros muchos.


 Nada cambiaba en lo más mínimo, lo mejor era la soledad y el terror.


 Mientras los negros pensamientos surcaban su mente, el dragón reconoció por fin la entrada de su guarida entre dos negruzcas rocas y se dejó caer en picado hasta la cueva. Aterrizó con un sordo golpe en la estrecha entrada haciendo temblar el lugar con su enorme peso y entonces, y sólo entonces, dejó que su forma de dragón desapareciese para dejar paso a su apariencia humana.


 Odiaba a los hombres con la misma intensidad con la que ellos le odiaban a él. Aun así, la forma que tenían era conveniente para algunas tareas y él, como dragón, era demasiado grande para otras. Aquella apariencia le había ayudado muchas veces a mezclarse entre ellos y conseguir la información necesaria para salvar la vida, o sobre las cosas tan útiles que fabricaban. La humanidad era algo molesto y agradable a la vez. Ellos creaban el oro y las joyas que los dragones tanto apreciaban y se esforzaban en coleccionar, ninguna otra especie era capaz de crear semejante belleza, pero a la vez repudiaban todo lo que no podían controlar o no entendían .Le llamaban monstruo, asesino, e intentaban matarlo sin dudar en cuanto podían.


 Gruñendo entró en la enorme cueva que era su guarida, caminando por oscuros pasadizos hasta llegar a una pequeña sala. Su guarida estaba compuesta por una serie de cavernas unidas unas a otras mediante enrevesados túneles que hacían de laberinto. Muy pocos la habían encontrado y nadie nunca había salido de ella. 


El dragón gruñó molesto. Nunca entendería a los idiotas que se acercaban allí a cazarlo ¿En serio se creían que podían con él? Incluso como humano, seguía siendo más grande y fuerte que la gente corriente y, la mayoría de las veces, simplemente con su pelo rojo y ojos del color del oro antiguo provocaba el pánico a la población. Aunque tampoco era como si le preocupase mucho. Era mejor que le temieran y le dejasen en paz. Apretándose con la mano buena la herida en su pecho, avanzó por la habitación a la que había llegado hasta quedar frente a un armario decorado con filigranas de nácar.


 Hacía años que no usaba aquella habitación, la pequeña sala estaba plagada de armarios con medicinas, vendas y demás productos para curarse en sus dos formas, aunque su mente seguía recordando la colocación de cada objeto y cada receta como si hubiese sido ayer.


 Sacando de los cajones del armario una aguja e hilo se sentó en una silla de cuero cubierta con pieles de lobo, y, con la habilidad de quien lo ha hecho miles de veces, comenzó a coserse la sanguinolenta herida sin que su cara revelase absolutamente nada de sufrimiento o dolor.


 Normalmente aquello no hacía falta. Normalmente sus heridas sanaban más rápido que las de un dios, pero siempre había excepciones. No sabía lo que el hombre moreno había usado, pero aquello no sanaba por mucho que llamase a su poder alrededor de la herida. Tal vez era uno de aquellos metales malditos. Le habían herido varias veces con ellos a lo largo de su milenaria vida, y como consecuencia,  había tenido que aprender a tratarse las heridas él solo. 


Pero nunca había tenido una herida tan grande como aquella. Nadie había sido capaz de hacérsela nunca, y le costó un  tiempo demasiado largo coserla. La herida era profunda, le cruzaba todo el pecho desde el hombro a la cadera y sangraba con profusión manchando su pálida piel de una tonalidad carmesí.


 Cuando acabó de coserse el pecho y la mano, estaba cansado, tenso, manchado de sangre y con ganas de romper algo.


 Se levantó gruñendo y se dirigió por los  laberinticos pasillos a otra caverna parcialmente inundada por una corriente subterránea. Era un lugar amplio, con varios agujeros que dejaban entrever los rayos de la luna, o en este caso del amanecer, iluminando el agua. Estos a su vez se reflejaban en el techo con formas ondulantes y brillantes. El viejo dragón sin embargo ni se fijó en el efecto, después de tantos años aquello había perdido toda su belleza para él.


 En cambio, arrancándose el pantalón manchado de sangre (única prenda que había decidido vestir aquel día) hizo que su poder inundase la cueva y al instante siguiente, el agua calentándose humeó en la oscuridad.


 El hombre entonces se zambulló en el oscuro líquido sin dudar y dio varias brazadas hacia el fondo hasta que la sangre le palpitó en las sienes y su mirada se volvió borrosa para que subiese a por aire. Nadó allí durante varias horas, yendo y viniendo desde una pared a otra de la cueva. Gastó así toda la energía que sentía por el ataque de rabia y volvió a poner sus emociones bajo control hasta que pudo volver a pensar con claridad.


 Cuando salió del agua, ya había amanecido y la pálida luz del sol se filtraba por el techo en un curioso espectáculo de colores rojizos y azules.


 Eustass Kidd salió del agua. Sintiéndose limpio, relajado y con la mente clara. Sus músculos dolían con el agradable cansancio tras el ejercicio. Por fin había trazado su siguiente plan de ataque.


 Sonriendo malévolamente se pasó una mano por el pelo rojizo y mojado apartándose el flequillo de los ojos, y se dirigió a su habitación a por algo de ropa y comida. Necesitaba descansar y prepararse antes de salir a cazar al hombre de ojos grises. No quería darle ni la más mínima oportunidad así que mejor estar en la mejor forma posible en el mínimo tiempo posible. Llegando a su habitación, tomó unos pantalones negros y resistentes, unas botas altas de cuero curtido y una camisa también de color negro, que se ajustaba demasiado sobre sus músculos según su criterio. Luego tomó un ligero puñal de su imponente colección de armas de otro de los armarios, solo por si acaso, y se dirigió a la habitación más importante de la cueva: su santuario.


 Caminó por los pasadizos oscuros y laberínticos durante un buen rato, adentrándose en lo más profundo de la tierra, en un lugar tan oculto y escondido que ninguna criatura, aparte de él, lo había pisado.


 Por fin, las paredes de la cueva se ensancharon en una enorme cavidad, en algo tan grande que podría albergar un  palacio en su interior y cuyo techo era tan alto que se perdía en las sombras de la cueva. Un denso río de lava fluía en la cavidad formando un anillo en torno a un centro de piedra maciza, como el foso de cocodrilos que rodea a un castillo, solo que esto era mucho más peligroso que un inocente cocodrilo. 


No había puente para cruzar al otro lado, ni una escalera, ni ningún medio para atravesarlo, solo la abrasadora roca fundida. Y como riéndose de aquello, en medio de la roca, en el centro justo de la cueva, estaba una de las mayores maravillas del mundo y orgullo del viejo dragón.


 Su tesoro. 


Oro de varios siglos acumulado a lo largo de su vida. Había viejos lingotes de oro español rescatados de barcos hacia tiempo sumergidos, había brillantes monedas mayas cubiertas de sangre inocente, ofrendas egipcias de estatuillas doradas que representaban a dioses mitad animal y mitad humanos. Joyas con jade chino, zafiros del tamaño de puños de antiguos rituales australianos. Colgantes, pulseras, anillos... todo de un valor tal que muchos darían sus vidas y la de sus familias por un pedazo de una sola de las monedas.


 Pero no todo relucía ya que no todos los tesoros eran de oro y plata. También había manuscritos de la arrasada biblioteca de Alejandría, códices de los monjes europeos con remedios para todas las enfermedades conocidas de la época, libros con antiguas leyendas vikingas sobre magia y espíritus, cuadros de pintores italianos del Renacimiento o estatuas representativas de todas y cada una de las civilizaciones. El saber del mundo reunido en aquel peligroso e inestable espacio. 


Y todo en perfecto orden y organización, rodeado de las montañas de monedas de oro y el brillo reluciente e irónico de la lava. 


Kidd se acercó al río de magma sin inmutarse del abrasador calor que desprendía. Poniendo un pie delante del otro, comenzó a avanzar por encima de la superficie líquida del río, a paso firme y rápido. Las suelas de sus botas siseaban al entrar en contacto con la lava, pero aun así, no se quemaron ni se derritieron porque él no lo quiso.


 Caminó hacia la montaña de dinero más cercana sintiendo al instante como la tensión en su espalda se deshacía en cuanto sus pies comenzaron a andar sobre las monedas con aquel característico sonido. Sí, nada como aquello para relajarse.


 Había ido acumulando su tesoro con los siglos. Algunas cosas las había conseguido él mismo, pero la mayoría habían sido ofrendas o tributos hacia él. Ofrendas más bien...obligatorias.


 Siempre que se asentaba en un nuevo lugar, aterrorizaba a los pueblos circundantes. Principalmente por aburrimiento, era divertido ver a aquellos humanos que tan importantes se creían chillar aterrorizados e indefensos intentando huir de él. Pero aun así había otro motivo principal: los humanos le ofrecían ofrendas más grandes cuanto más asustados estaban. Después de todo, todo el mundo sabía que los dragones adoraban el oro. Así que, a cambio de dinero y de sus tesoros Kidd prometía no asustarles ni comerse sus rebaños de delgaduchas ovejas.


 Y la cosa siempre iba bien. Durante unos siglos. Pero al cabo de un tiempo, el temor se olvidaba, los viejos hombres morían y la leyenda desaparecía. Y entonces las ofrendas disminuían e incluso osaban plantarle cara e intentar matarle.


 Pero Kidd nunca daba segundas oportunidades ni aguantaba semejante actitud.


Cuando aquello pasaba, la ira del dragón se alzaba de nuevo y nunca, en todos sus siglos de vida, había dejado supervivientes.


 Aldeas enteras desaparecían. Clanes, familias, reinos. Nunca quedaba nada salvo ruinas humeantes.


 Y entonces el dragón volaba, establecía otra guarida y la situación volvía a repetirse: las amenazas, las ofrendas, el olvido... Kidd suspiró mientras se tumbaba sobre un montón de monedas de un tesoro azteca. Tal vez tendría que volver a arrasar con todo y buscarse otro lugar cuando acabase con el hombre de ojos grises.


 Colocándose en una posición cómoda, puso los brazos detrás de su cabeza, posó el tobillo encima de una de sus rodillas y se concentró en la situación que le envolvía.


 La lava rugiendo bajo su espalda con un brillo siniestro, las monedas frías contra su piel, el dolor palpitante de su herida ya cicatrizando… Lentamente todo pareció volver a la normalidad.


 Al final Kidd acabó cerrando los ojos con lentitud y durmió profundamente, rodeado del tesoro más grande del mundo.


.


.


.


El viejo alcalde se reclinó en su escritorio, frotándose las sienes con los dedos. Aquel había sido un día largo, muy muy largo y en consecuencia el dolor de cabeza iba en aumento. Primero el dragón furioso a la puerta de su aldea, luego la destrucción total, luego un tío raro que había aparecido hacía unos días en el pueblo expulsando a la bestia fácilmente, el incendio, los muertos, el virrey chillándole en la sala. 


No podía más. Necesitaba fumar un cigarrillo como un pez necesita el agua. Fumar siempre le relajaba y arreglaba las cosas, y en aquellos momentos necesitaba dejar de pensar como nunca y quitarse la tensión acumulada del día. Gracias a dios, su sobrina Viví entró en el cuarto en aquel instante con una taza de café y un paquete de sus tan preciados puros. Casi se abalanzó sobre ella para cubrirla de besos.


 —Crocodile, ¿puedo pasar?—preguntó desde la puerta.


 El de pelo negro hizo una mueca ante aquel nombre como siempre hacía, le había dicho miles de veces que le llamase tío en vez de por su nombre. Vivi le dedicó entonces una sonrisa malévola pero cariñosa. Crocodile gruñó molesto.


 Rutina. Confortable. Relajante. 


—Te he dicho mil veces que no me llames así —dijo el hombre alto y moreno con una cicatriz cruzándole la cara de mejilla a mejilla.


 Su sobrina se acercó y comenzó a servirle el café en el escritorio mientras él tomaba un puro y lo encendía impacientemente. Crocodile se reclinó contra la silla y deslizó los pies sobre la mesa permitiéndose un momento de grosería que, en cualquier otra ocasión y con cualquier otra gente, no haría.


 La chica le dedicó una mirada cómplice y preocupada.


 —Ha sido un día duro ¿verdad?—preguntó—con el dragón, los arreglos, el virrey...—


 —Sí—dijo el otro— el virrey solo es un pajarraco imbécil al que le gusta parlotear, y los daños del dragón no me preocupan demasiado, después de todo tenemos dinero para arreglarlo, lo que me preocupa son las familias de los fallecidos que querrán venganza...y el tal Trafalgar Law—comentó por lo bajo.


 Su sobrina le observó con mirada calculadora. Siempre había sido tan lista, era una de las cosas que apreciaba de ella y por la que no le había preocupado contratarla como secretaria. Además la gente solía irse de la lenguadelante de una cara bonita.


 — ¿Trafalgar Law?—preguntó rápidamente la de pelo azul— ¿El que derrotó al dragón?—


 —No le derrotó, solamente le espantó—explicó rápidamente el alcalde. No quería empezar con rumores extraños tan pronto y que alguien hiciese algo estúpido—pero sí, no me convence ese hombre; algo en él no me gusta—


 Su mente voló rápidamente al momento de hacía tres horas cuando había hablado con aquel hombre. El joven seguía con el pelo revuelto y restos de cenizas en la ropa, tenía mirada gris cansada y la piel más pálida de lo normal, pero aun así seguía haciendo temblar al alcalde de inquietud. Algo en aquel hombre no era normal. Y eso no le gustaba. 


Había hablado con él, una conversación rápida y poco reveladora, según su criterio. El moreno se había sentado en su oficina con las piernas cruzadas y la larga espada en su mano. Su sola presencia hacía que la habitación pareciese más fría de lo que estaba y Crocodile se encontró paseándose incómodo de un lado al otro, tiritando ligeramente.


 Le había hecho preguntas, le había agradecido lo que había hecho y le había ofrecido un lugar agradable donde quedarse. Pero el hombre lo había rechazado. Había alegado que no necesitaba nada, que tenía todo lo que quería en aquella deprimente cabaña apartada del pueblo y en mitad del bosque que había adquirido cuando llegó. Crocodile había intentado alargar la visita, que se ofreciese a entrenar a las tropas de la ciudad para que pudiesen defenderse del dragón, que le diese un mínimo de información sobre cómo actuar. 


Pero el otro no había soltado palabra y al cabo de dos horas el alcalde le había dejado ir sin saber qué más decir, totalmente frustrado. 


—Aun así nos ayudó— dijo su sobrina, mirándole seria y devolviéndole a la conversación—solo por hacer eso ya tiene toda mi gratitud— 


"Si todo fuera tan fácil…", pensó el alcalde viendo a su sobrina salir de la habitación con aquel elegante vestido y porte decidido. Pero no lo era. Las cosas no eran blanco o negro, sino de un mar de matices grises. Que alguien atacase a tu enemigo no significaba que fuese tu aliado. Viví tenía aún demasiado que aprender, su honor y sentido de la justicia eran bonitos, pero en algunos casos eran totalmente inútiles.


 Recostándose en su silla otra vez, se giró hacia la ventana y dejó que el humo de su puro se elevase en el aire. Al otro lado de la ventana llovía y la niebla lo inundaba todo. Era el típico paisaje de otoño deprimente. 


Su mirada recorrió la habitación. Los suelos y techos de antigua madera oscura estaban desgastados por los siglos, las estanterías sostenían amarillentos libros de cuentas y finanzas. Mapas y papeles colgaban de la pared junto a lámparas de aceite que inundaban la habitación de una cálida luz dorada. Su sobrina había colocado alguna planta en varias esquinas diciendo que aquello alegraría la estancia. Crocodile la había dejado hacer sin decir nada, después de todo siempre era más complicado discutir con ella que acceder a lo que quisiese.


 Como hipnotizado, volvió su mirada a las nubes de niebla en el exterior. Las volutas se rizaban y enrollaban en una especie de mágica danza. Como los pensamientos en su cabeza. Gracias a dios debido a la humedad de la zona, el incendio no se había propagado mucho la tarde anterior. Tenía que pagar a los carpinteros, luego hablaría con las familias afectadas y...


 De repente el aire en la habitación cambió, se volvió más denso y pesado, y Crocodile comenzó a sentir calor. Volviéndose alarmado por aquel repentino cambio de ambiente, tuvo que contener el aliento ante lo que observó. 


Un enorme hombre estaba parado delante suyo al otro lado del escritorio. Tan alto como nadie que hubiese visto nunca, prácticamente rozaba el techo con aquel extraño pelo rojo brillante que cubría su cabeza. Su piel era más pálida que el mármol y sus ojos brillaban con el color del oro antiguo.


 El hombre se erguía alto y poderoso, con anchos hombros y potentes músculos que prometían sangre. Vestía totalmente de negro, y, aunque aparentemente no lo necesitase,  portaba una larga daga con una funda de cuero atada al pantalón. Estaba cruzado de brazos amenazadoramente y le miraba con el fuego en los ojos.


 Crocodile no pudo más que abrir la boca aterrorizado y sorprendido ante la repentina aparición.


 —Buenos días alcalde, creo que necesitamos hablar—le dijo el dragón con aquella voz plagada de magia.


 Crocodile sintió la adrenalina bombear en sus venas en un subidón de energía. Comenzó a sudar mientras su mente, presa del pánico, empezaba a buscar soluciones y planes de escape. No sabía cómo, pero dedujo que el hombre frente a él era el dragón que les había atacado la tarde anterior. Lo que no entendía era por qué se encontraba en su despacho. 


Kidd en cambio sonrío al hombre frente a él. Sentía su pánico y su miedo gracias a sus agudizados sentidos. El alcalde temblaba como una presa que sabe que va a morir al ver al depredador.


 Simplemente perfecto.


 —Po-por supuesto... lo que usted quiera, señor— consiguió por fin balbucear con una tensa sonrisa, volviéndose a sentar correctamente en la silla.


 Y el dragón sin embargo frunció el ceño ante sus palabras. ¿Peloteo? ¿En serio creía con unos cuantos halagos se lo ganaría? Idiota.


 —Verás—dijo Kidd queriendo dejar algunas cosas claras—cuando llegué aquí hace dos siglos, tus antepasados hicieron un trato conmigo a cambio de sus vidas—comenzó—a cambio de dejarles vivos, ellos me ofrecían oro, riquezas y prácticamente me trataban como un dios—


 Sus manos cayeron con un fuerte golpe sobre el escritorio de madera frente a él. El moreno pegó un salto con los nervios a flor de piel mientras el pelirrojo se apoyaba sobre la vieja madera que comenzó a humear bajo sus manos.


 Era solo un truco para crear dramatismo, pero pareció funcionar. El hombre dedicó una mirada nerviosa a su humeante escritorio, palideciendo hasta parecer un muerto.


 —Lo que pasó ayer fue una total violación de ese trato. No solo dejasteis de pagar el  impuesto por vuestra vida, sino que, encima, intentasteis matarme—


Observó cómo el hombre abría los ojos entrando en pánico  ante sus palabras, captando al instante lo que aquello significaba. 


—Así que dame un solo motivo para no arrasar con todos vosotros en este preciso momento—


 El dragón disfrutaba con el pánico del humano. En cómo balbuceaba intentando componer una frase, en cómo el sudor frío perlaba su frente o en cómo sus manos temblaban incontrolablemente. Algo en su interior estuvo satisfecho con aquello, la venganza y justicia por lo del día anterior. El orgullo del dragón como depredador volvió a su sitio totalmente aumentado. 


Dejó al hombre temblar un instante y pensar en una respuesta bajo su furiosa mirada. El peloteo claramente había pasado a mejor vida. 


—Nosotros no sabíamos del pacto... arreglaremos lo del oro, lo prometemos, le daremos el doble de lo pactado, no volverá a... — 


—Por supuesto que volveréis a pagar por vuestras vidas. Y por supuesto que pagaréis el doble. —Su mirada no dejaba lugar a objeciones—pero no he venido aquí solo por eso— 


Su voz bajó de tono. Enfado pero contenido. Alejándose del escritorio, volvió a cruzarse de brazos y a fulminar al humano.


 —Quiero al hombre de ojos grises—anunció—y vosotros me lo vais a dar. Como disculpa por lo que hicisteis. Entregaréis a la persona que os ayudó como castigo—


 El hombre que se hacía llamar alcalde abrió los ojos espantado. 


—Pero no podemos... él no pertenece al pueblo, no podemos... — 


Kidd rugió fuertemente y la habitación tembló bajo sus pies. Libros cayeron al suelo y llamas titilaron en las paredes creando sombras inquietantes. El alcalde contuvo un grito mientras por instinto se refugiaba detrás del escritorio. 


—Quiero al hombre de ojos grises—repitió el dragón con las llamas del infierno en su voz— en la noche sin luna, en la colina al norte del pueblo—luego volvió a avanzar hacia el alcalde y apoyó las manos en la mesa—usted elige: o su pueblo o el hombre— 


Y sin más, se dio la vuelta arrogantemente y desapareció por la ventana que estaba enfrente del alcalde de un ágil salto.


 Crocodile se levantó al instante de la silla, tirándola con brusquedad. Y entonces se quedó de pie, inmóvil, mientras el ataque de ansiedad lo invadía.


 Su mente giraba a toda velocidad


 El dragón. Las llamas. El hombre de ojos grises. Sacrificio. 


Suspiró nervioso pasándose el dorso de la mano por la húmeda frente. No tenía opción. El hombre de mirada metálica tenía que morir. Era por el bien común. Pero Viví nunca lo entendería. Tenía que hacerlo en secreto, tenía que...


 Mientras le daba vueltas de nuevo a la situación, un viejo dragón se alejaba oculto por la niebla y la lluvia.


 En su cara brillaba una sonrisa satisfecha.


 


 


 

Notas finales:

Bueno, pues espero que se haya aclarado un poco la cosa y se haya visto todo desde la perspectiva de Kidd. Pera quien no se aclare todavia, Kidd seria como un hombre lobo solo que en vez de transformarse en lobo se transforma en dragon, que es mas original XD Tambien puede usar magia como con lo de andar por encima de la lava sin quemarse y eso, supongo que ire contando lo que puede hacer mas adelante y con la situacion XD. 

En fin, espero que os haya gustado , ahora le toca la revancha a Kidd y como siempre sera divertida }: D.

Nos vemos en dos semanas guapos.

Un beso.


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