Sentía el frio recorrer mis huesos, me sentía adolorido, nadie se interesaba por lo que me sucediera, ¿Quién podría hacerlo?, me encuentro solo en este mundo, sin nadie que pueda cuidar de mí, así ha sido desde que nací, nadie podrá cambiar eso, pues nadie quiere hacer nada por mí, la gente pasa por las frías calles de new york, van de prisa para cubrirse de las frías brisas, llegando sanos y a salvo con sus familias, desearía tener a alguien que me esperara con ansias, llorando mi ausencia, froto mis rodillas con mis manos, de mi boca sale un vapor blanquecino, ya es tarde y pronto oscurecerá, necesito encontrar un refugio y como siempre, tengo que esconderme en un callejón.
Me levanto cuidadosamente del suelo, camino directamente al callejón, escondiéndome detrás de una caja de cartón, una metamorfosis solo digna de mi ser envuelve mi cuerpo, volviéndolo en otro distinto, de la parte posterior de la caja, salgo con un cuerpo distinto, el cuerpo de un pequeño animal rosado, específicamente un conejo, entro a la caja de cartón, acurrucándome cómodamente intentando obtener calor.
Esa noche soñé cómodamente, a diferencia de otras noches en las que solo me sugestionaba con el próximo día, pronto mi sueño fue cortado por un brusco ruido en el mismo callejón, mis orejas se levantaron y abriendo los ojos levante la cabeza, tenía que estar atento de lo que pudiera suceder, alguien se encontraba en el callejón y por experiencia propia, no era nada bueno, alguna vez pude ver como hombres en la noche aprovechaban la oscuridad de un callejón para golpear a alguien y después robarle, siendo alguien tan peculiar como lo yo, estaba seguro que no vendrían a solo hacer amistad o pasar por casualidad.
Con cuidado observe la sombra que se acercaba, era grande y robusta, sentí un miedo abrasador recorrer cada fibra de mi cuerpo, no sabía quién era, tampoco veía su cuerpo, solo sabía que por algún motivo no tenía por qué tener miedo, sus pasos retumbaron como ecos incesantes por todo el callejón, con cada paso mi angustia crecía, pronto los pasos cedieron al ahogo de la infinita noche, una sombra descendió hasta mi refugio, mi cuerpo se estremeció ante su cercanía, se dio cuenta que estaba ahí, pronto fui hundiéndome cada vez más a las profundidades de mi guarida, hasta topar con el cartón y ya no tener salida.
Su rostro opacado por la intensa noche se detuvo en cuanto logro dar con mi cuerpo, mi alma se petrifico, no podía moverme, el silencio nos envolvió y esos escasos segundos en silencio fueron una eterna agonía.
De una gabardina café, descubrió su brazo, acercándolo lentamente hasta mí, en silencio y sin escape, observe sus movimientos, hasta que llego a mi cuerpo; esa noche las calles fueron eran más desoladas de lo normal, las luces servían de guía a los incautos que se atrevían a cruzar el manto marino en tan peligrosas condiciones, la incesante ciudad que jamás duerme fue el único testigo, confidente de mi destino.